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J. Andreau, J.-M, Carrié, A. Giardina, J. Kolendo, J.-P. Morel, C. Nicolet, J. Scheid, A. Schiavone, B. D. Shaw, Y. Thébert, P. Veyne, C. R. Whittaker El hombre romano Edicion de Andrea Giardina Versién espaiola de: Jimena Castaio Vejarano: capitulos I, II, IV, V, VI, VII y XT Juan Antonio Matesanz; Introduccion, capitilos HT, VII y IX Fernando Quesada Sanz: capitulos X y XI Alianza Editorial 318/Andrea Giardina do); para una primera informacion, cfr, P. Virgil, en Bulletino Comunale, 90, 1985, p. 436, Las traducciones al espaitol de fuentes antiguas proceden de la versién ‘que de ellas ofrecia, en lengua italiana, el autor de este estudio Este infor- ‘ma, a su. vez, que las traducciones de Marcial son de G. Ceronetti,y las de. Plauto y de Plutarco de C. Carena. (N. de! T) Capituto décimo EL POBRE C.R. Whittaker Si se queria alabar a un emperador romano posterior al siglo 4.C., era casi obligatorio compararle con el gran emperador Traja- no, que vivid a comienzos de ese siglo. Marco Cornelio Frontén, cortesana y eonfidente del emperador Marco Aurelio, eseribié en el aio 165 d.C. una «Introduccion a la Historia» para beneficio del hermano del emperador, en la que Trajano era inevitablemente traido a colacién por su capacidad para ganar popularidad entre la plebe. Pero lo que cuenta Frontén es muy revelador sobre el modo en que Ia aristocracia romana veia a las clases bajas de Roma: [Basindose en los mas altos principios de sabiduria politica, el empera: ‘dor no pasé por alto incluso. los actores y otros ejecutantes de la escena, el cireo o el anfiteatro. ¥ ello porque sabia que al pueblo romano se le atrae sobre todo por dos medios: el suministro de grano y los espectaculos pibl «0s. El gobierno de un emperador nose juzga menos por los entretenimien- tos que por asuntos serios. Descuidar los temas serios puede causar mayor daiio, pero cl descuido de las diversiones crea un descontento mayor. En: ‘egando regalos s6lo los plebeyos que estan en la lista de entrega de grano se sienten satisfechos, ys6lo de uno en uno cuando se Haman sus nombres. En cambio, todo el mundo queda satisfecho con los espectaculos. Este parrafo esta Lleno de los prejuicios del romano adinerado sobre el romano pobre, especialmente en lo que se refiere a su ne ‘cia devocién al pan y a los juegos circenses, que el poeta Juvenal (10, 79-81) caricaturizara para siempre en sus amargas sitiras. Pero también contiene una alusién a un aspecto menos mencionado: que una gran parte de los pobres de Roma, que acudian a los espec- 321 322/C. R. Whittaker taculos, nunca participaba del reparto piiblico regular de grano y dinero. Si damos un paso més, y recordamos que incluso el mayor de todos los espectaculos —los juegos en el Circo Méximo— s6lo podia ser presenciado por unas 250.000 personas (s6lo unos 50.000 cabian en el Coliseo), comenzamos a percatarnos de que del millén © millén y medio de personas que vivian en Roma, una proporcion clevada de los verdaderamente pobres no distrutaba de los agasajos {que supuestamente corrompian a la plebe romana. Por supuesto, los ricos también acudian a los especticulos y a veces desdenaban hacer cola para conseguir sus bonos de grano, sin que aparente- ‘mente quedaran envilecidos. Plinio el Joven, de hecho, alababa los jucgos gladiatorios en tanto que preparaban a los espectadores para Ta muerte y el sufrimiento. ‘Alo largo de la historia, los ricos han creado estereotipos sobre los pobres segiin su conveniencia. «Una de las caracteristicas de la sesigualdady, dice un estudio reciente sobre ls pabres, ces que zran parte de la gente que més puede ganar con ella no cs conscien- teee in lara o no quire que se ln recurrden», Faia indiferencta surge de una creencia muy enraizada e instintiva en que los pobres son parte —incluso una parte infrahumana— del orden natural y predestinado del mundo (esto es, estructural). Al tiempo, y paradoji camente, también se piensa que los pobres tienen la culpa de su propia condicidn (esto es, coyuntural). La existencia de pobres en tuna era de relativa opulencia probé para el filésofo del siglo xvt John Locke que la pobreza no se debfa a una «escasez de aprovisio- namiento» nia «falta de empleos, sino a una erelacion de la discipli- na y corrupeién de la conductav. ‘Asi pues, el crimen, o las deformidades fisicas y mentales, la norancia congénita y las familias numerosas forman parte de los rasgos estructurales y naturales de la pobreza, a lo que se aftade el apéndice inevitable y conveniente para la mentalidad de los ricos de que en el fondo los pobres estin contentos con su suerte. La po- breza coyuntural ha desalentado siempre, sin embargo, la caridad y Ja beneficencia, dado que se suponia que creaba parasitos perezo- ‘808 y aprovechados, que en tiltimo extremo causan problemas so- ciales y politicos. En las comunidades rurales de la Europa prei dustrial se argumentaba con regularidad, pese a las evidentes malas cosechas y hambrunas, que la beneficencia urbana sélo estimulaba alos campesino perezosos para marchar en rebafio ala ciudad. Ciu- dades como Bérgamo en el siglo xvi o Lyon en el xvi exclufan a va- gabundos, emigrantes y extranjeros de sus listas de caridad. Lo im- portante de todos estos estereotipos no es si son ciertos © no, sino {que legitiman a los ricos en el disfrute de sus riquezas. ‘ 'No debe por tanto sorprenderos que griegos y romanos definie- I pobre/323 ran casi cxactamente la misma serie de caracteristicas estructurales y eayunturales de la pobreza. Son esos prejuicios los que predomi nan en nuestras fuentes, que fueron escritas por o para los ricos. Aristoteles idealiz6 una sociedad en la que los pobres «son tan servic les que no pueden mandar sino s6lo obedecer... un estado de amos y esclavds» (Arist. Pol, 1266b). Dado que trabajo y propiedad son ‘mutuamente exeluyentes, Platon describié alos esclavos y a los tra- bajadores pobres no propictarios como aquellos que no tenian do- minio sobre si mismos y sus instintos animales naturales (Rep, 5%c; Ep., 7, 351a). La tinica funcién de los trabajadores manuales ‘era producir objetos necesarios para los hombres virtuosos (Ploti no). «El trabajo asalariado», decia Cicerén, «cs sordido e indigno de tun hombre distinguido» (De off, 1, 150). No habia belleza u honor en lasartes del trabajador (Séneca, Fp, 88,21). Era, porlo tanto, na- tural que las clases trabajadoras fueran pobres y estuvieran domina- das por todos los vicios. La estafa y la mentira cran consustanciales ‘aquellos que habfan de tomar parte en trabajo no honorable (Cice- ron, Tuse., 1, 1-25). «En la pobreza», decia Séneca, «silo hay lugar para.un tipo de virtud: no ser abatido o aplastado por ella» (De beat. vit, 22). Yssin embargo, pese a estos enraizados sentimientos sobre la po- breza estructural y la pesimista visién del trahajo, los ramanos no dejaron de moralizar sobre las virtudes romantieas del trabajo duro —normalmente el trabajo en el campo—y sobre la culpabilidad de los pobres que habjan fallado en este sentido, «El trabajo duro con: Linuados, dice Virgilio, slo supera todo», y Séncea argument que no se podia alcanzar virtud sin esfuerzo (Georg, 1, 145; De beat. vit, 25, 5). Eltérmino latino iners para el hombre desempleado implica pereza, y el lenguaje de la prosa y de la poesia es Ileno de epitetos peyorativos similares aplicados a la pobreza en tanto que «mal re Pugnante y deforme proclive al crimens. Puede oirse la desaproba- cidn moral de la pobreza en un grafito pompeyano: «Odio a los po bes. $i alguien quiere algo por nada es que es tonto, Deberia pagar por ello» (Cit, 4, 9839b). Un pobre era automaticamente sospecho- so como testigo de un tribunal, «dado que su pobreza puede indicar que anda en busca de benetficio» (Dig. 22, 5, 3). Aristeles nos da incluso una indicacién sobre el muy moderns estereotipo del pobre sexualmente imprevisor con familia numerosa, cuando dice «Si no se impone alguna restriccién al ritmo de reproduecién...la pobreza ¢s el resultado inevitable» (Pol, 1265b). ‘Una de las fuentes més reveladoras de todas es el historiador y politico tardorrepublicano Salustio, quien escribié un tratado mo- ral sobre la conspiracion de Catilina del 63 a.C. Su trabajo trasluce lun miedo y odio patolégico hacia los pobres, leno como esta de fra- 324/€. R, Whittaker ‘ses como «la demencia de los pobres» que senvidian lo bueno y ala- ‘ban lo malo», que «odian lo antiguo» y eodian su propia condicion», [Expresa asi la tipica visién romana de la pobreza coyuntural, que re: sulta muy similar a la del siglo xv1 d.C. en tanto que combina una prodigiosa falta de interés por el trabajo asalariado con el terror ala desvergiienza y libertinaje criminal de la plebs urbana. «Jovenes que habian superado escaseces en el campo mediante los salarios de st trabajo fueron seducidos por la largueza privada y pablica y Ilegaron a preferit Ia inactividad al trabajo duro pobremente remu- nerado. No es sorprendente que hombres desesperados, sin trabajo ‘nj hogar, sin moralidad y con deseos desmesurados apreciaran tan poco al Estado como a ellos mismos» (Cat., 37). Es un axioma de todos los estudios modernos que la pobreza es una condicién més ficil de deseribir que de definir. Todos los inten- tos de clasifiearla son arbitrarios, relativos y edificados sobre una resbaladiza escala de carencias. El utilitarista del siglo 21x Jeremy Bentham definié la pobreza como «la situacién de quien, para sub- sistir, se ve forzado a recurrir al trabajo». La indigencia, continuaba sin embargo, «es la situacion de quien, carente de propiedad..., es al ‘mismo tiempo ineapaz de trabajar o incapaz, incluso trabajando, de procurarse las cosas de que careces. Hoy en dia no podemos acep- {ar la elitista visidn del trahaja de Rentham, aunque no tendriamos dificultad en aceptar la descripeién economica de la miseria. Los romanos, como hemos visto, podrian haber aceptado fécilmente la definicién, pero afiadiendo tras «incapazs el término +0 reacio». Inserto dentro de esta concepcidn de pobreza esta el concepto de necesidades y deseos, y es aqui donde el asunto se complica. Sélo en cl siglo xx hemos llegado a establecer conceptos como «umbral de pobreza» y «minimo de subsistencia», pero han resultado ser tan, contraverticios como Io son arbitrarios. No existen incluso datos cientificos firmes sobre las necesidades minimas nutricionales yali- mentarias de los individuos —se nos dice que alrededor de entre 1,000 y 3.000 calorias diarias, pero dependiendo de todo tipo de va- riables (como tipo de trabajo, clima, ocio y actividad sexual, etc. De hecho, «la pobreza», segiin un importante estudio moderno, «es un juicio de valor. No es algo demostrable o verificable, excepto por infereneia 0 propuesta». , dice, «consiste en vivirsin poseer nada, pero la existencia del pobre es vivir frugalmente y dedicandose al traba- jo, puede que sin nada que derrochar, pero tampoco con necesi- dads (551-4) Incluso esta palabra, que no tiene equivalente preciso en latin, podia usarse de modo relativo, como en el caso de Gorgias en la obra de Menandro Distolo, que se autodenomina prochos, aunque posee un terreno y un esclavo. «No es pobreza no tener nada», dice el poeta Marcial (11, 328). Cuando se quiere imaginar la peor de la BI pobre/329 pobrezas, se figura un proscrito a quien no se consiente ni siquiera Ja compania de los mendigos que viven bajo los arcos de los puentes ‘ena colina de los mendigos, el Clivus Aricinus, a 24 kilometros de Roma. Ha de mendigar a los propios mendigos el pan que éstos arrojan a kos perros. Y cuando no tiene un techo en diciembre, los que obtienen un entierro de pobre le parecen afortunados, mien: tras escucha a los pajaros y perros que se retinen asu alrededor para roer sus huesos mientras agoniza (10, 5). Por exagerado que este cuadro horrible pueda ser, nos sirve para enfatizar las gradaciones de pobreza y el hecho de que no existia un ‘2rupo tinico de «los pobres». Esto es muy importante si considera- ‘mos el modo en que los ricos respondian a la pobreza. Desde su punto de vista, la pobreza estaba estrechamente ligada al estatus so cial y no esaccidente que los érdenes ecuestre y senatorial se sepa raran de las masas mediante la exigencia de un nivel minimo de ri queza; justo lo contrario que la sociedad del siglo xx, que muestra és interés en el fondo de la escala social y que trata de separar la indigencia intolerable de la pobreza tolerable mediante un umbral determinado. En términos romanos de estatus, el término «pobre» significa normalmente «cualquiera que no pertenece a los érdenes gober- nantese, y esto quedo institucionalizado en Ia teoria legal del Impe- rio por la division entre honestiores en sentido lato (propietarios) y humiliores (en general, trabajadores). A no ser que, claro esta, se tratara de un asunto de privilegio o importancia politica; entonces se hacia importante para los ricos separara los pobres buenos —ela zgente>— de los malos —«la chusma»—. Ya hemos visto como Cice rén aconsejaba atraerse a los pobres ehonestos» para propésitos clectorales. Claramente no se referia a los esclavos, libertos 0 no- ciudadanos, que tenian escaso 0 nulo derecho a voto. El tribuno Druso fue capaz de escindir el apoyo a Cayo Graco en 123 a.C. al proponer que «los més pobres» pudieran ser incluidos en la ley co- lonial de Graco en lugar de los «eiudadanos ya provistos de medios» (Plutarco, Vit. Grac., 9). En época imperial, cuando la plebe perdis su poder directo de voto, se convirtié en asunto de importancia para las clases gobernantes en las manifestaciones politicas saber dénde podian conseguir apoyo. Evidentemente, por tanto, en las condiciones de los pobres existia de forma inherente un potencial para clasificarlos social y econémicamente de modo no muy distin- toal sistema de clasificacién de los grupos mis ricos. Pero antes de profundizar en este aspecto hemos de echar un vistazo a las condi- ciones de vida reales en Roma y a cémo se distinguian los po- bres. Es [a pobreza urbana y las condiciones de vida urbana la que 330/¢. R. Whittaker atrae siempre la atencién de los escritores y el temor de los ricos. El tamasio de la poblacién de una ciudad puede crecer draméticamen- teen periodos de expansién econémica y catastréficamente duran- te los periodos de hambre en el campo. Se calcula que antes del si lo xvut las malas cosechas tenian lugar en las ciudades europeas cada cuatro 0 cinco afios. Una ciudad como Bérgamo podia tripli: car su poblacién indigente casi de la noche a la mafiana. En los cien afios entre el siglo xv1 y cl xv muchas ciudades europeas como Londres, Marsella, Lyon y Roma aumentaron permanentemente st poblacién entre dos y cinco veces. Fueron estos acontecimientos estructurales y coyunturales los que rompieron las relaciones rura- les de dependencia del campesino con su sefior feudal y desembo- caron en la preocupacién obsesiva de los Estados de los siglos xvr- xvtt por el control de los inmigrantes pobres mediante el recurso a ‘erueles leyes sobre pobreza y una asistencia institucional selectiva, Causas y efectos similares afectaron con seguridad a la antigua Roma, que también, y para ser una ciudad antigua, aleanz6 un ta mafio y crecimiento extraordinarios a fines de la Repiblica y duran te la era de Augusto. Se estima que la ciudad duplico més o menos su poblacion entre el 130,yel 30 .C., desde unos 400,000 a 800.000 habitantes, y que continué creciendo hasta aleanzar mas de un mi- én en cl Alto Imperio. Los pobres rurales, de quienes se dije que acudieron en masa a Roma en busca de una vida mejor, habian sido desposeidos no s6lo por malas cosechas y deudas, sino también por el influjo del trabajo realizado por esclavos —en el nuimero asom- bbroso de tres millones mas o menos— adquiridos por los opulentos ricos para reemplazar los servicios de los pobres y explotar sus tie- tras, Pero debemos tener cuidado de no exagerar el nimero de es- tos campesinos expropiados que permanentemente llegaban a Roma. El perfil de la poblacin romana, con la elevada proporcién, de libertos comentada mas arriba, contradice dicha impresién. Sa- bemos también que muchos granjeros pobres se convirtieron en jornaleros o arrendatarios, temas estos comunes en la jurispruden- cia del siglo ra,C, Muchos emigrantes rurales alternaban entre cam- po y ciudad segin donde pudieran encontrar trabajo, segiin sabe- ‘mos en época dela ley agraria del 133, cuando los partidarios urba- nos de Tiberio Graco estaban en el campo recogiendo la cosecha. LaLey Terencia Casia del 73 a.C., que establecia una lista de reparto ggratuitos de grano para (probablemente) solo los ciudadanos nacidos libres, reconocia s6lo 40,000 receptores (entre 120.000 y 160.000 si afiadimos sus mujeres c hijos). Esto suponia solo entre el 15 y el 20 por 100 de la poblacién, gran parte de la cual no estaria formada por inmigrantes del campo. Por tanto, el mayor erecimiento de la poblacién urbana se debis a esclavos, ex esclavos y metecos que se I pobre/31 vieron atraidos a Roma por sus posibilidades de servicios y de co- ‘mercio. Fueron los esclavos y los extranjeros quienes sufrieron pri- mero cuando hubo escasez de alimentos, bien porque fueron expul sados, bien porque se redujeron sus raciones (por ejemplo, Tito Li vio, 4, 12; Dion Casio, 55, 27). No es dificil imaginar las condiciones de superpoblacién y sucie- dad causadas por este répido crecimiento a través de la analogia con lo que ocurrié en periodos mas recientes en ciudades como Londres y Paris. Se ha escrito mucho sobre las habitaciones alquila das, casi cuchitriles (cenacula), de Roma, y los mal construidos blo- ques de apartamentos (insulae) en los que se hallaban; 0 sobre las callejuelas estrechas por las pequefias tiendas de artesanos (Mar- cial, 7, 61), repugnantes por el barro, inmundicias y excrementos humanos; sobre el omnipresente temor a los incendios causados particularmente por las balconadas de madera (maeniana) de los pi- sos superiores, desde las que se podia darla mano al vecino del otro lado de Ia calle (Marcial, 1, 86); y sobre las tabernae humeantes, donde las reyertas y la prostitucién eran sucesos frecuentes. Ningiin lector del Satiicén de Petronio olvidara los lechos de la taberna, negros de cucarachas, a la puerta de la cual ineluso los espectado- res casuales se unian a la pelea con palmatorias, asadores y ganchos de carnicero (95). No hay que maravillarse de que el erimen fuera floreciente y de que incluso los soldados tuvieran miedo de aden- trarse en el dédalo de callejas (Hdn.,7, 12, 5), cuya longitud sumada calculé Plinio el Viejo en 90 kilometros (Nar. Hist, 3, 66) «Vivimos cn una ciudad, dice Juvenal, «apuntalada con vigas y tirantes de baratillo... el edificio esta permanentemente en equilibrio como un castillo de naipes... incendios y pinicos nocturnos son sucesos co- rrientes» (3, 190). Durante la Repiblica tardia y Alto Imperio hay datos sobre cinco incendios en veinte afos y sobre nueve desborda- mientos del Tiber en cuarenta aos. Lo sorprendente acerca de las condiciones de vida en Roma es, sin embargo, qué clevada proporcién de las incomodidades de la calle —el ruido, el hedor y la suciedad— era compartida por los ‘moderadamente ricos o incluso por algunos de los muy opulentos. Seneca nos cuenta que, con toda su riqueza, tenia un apartamento sobre unos bafios publicos, donde, al igual que los pobres, estaba sujeto a toda la locura de ruidos producirlos abajo por battistas y ‘vendedores, eso sin mencionar el traquetreo de los carros, los miis 0s y los afiladores de la calle y los ruidos del carpintero que vivia sobre él en la misma insula (GP, 56). Sabemos mas sobre la disposi- cién de una insula por Ostia que por Roma, donde sélo permanece tun buen ejemplo en la ladera del Campidoglio, ahora parcialmente debajo de las escaleras que llevan a Santa Mari 332/C. R. Whittaker {a capitolina (0 Casa di via Giuliano Romano) contiene un piano no- bile en el sceundo piso sobre las tiendas y tabernae, en el que los sos o domus de varias habitaciones eran bastante espaciosos,alber. gando unas 12 personas. Esto contrasta marcadamente con los pe- quefios cenaculae o celdas de los tres pisos superiores que alberya. bban hasta 48 personas por piso, y que se hacen progresivamente me. nores segiin se asciende. Hay una relacién de aproximadamente 1:20 entre el espacio ocupado por el rico propietario de una domus yel mas pobre en su «celda», Pero ademds los inquilinos pobres a menudo debian compartir sus cubiculos de diez metros cuadrados Con tres o ms personas para poder pagar los altos alquileres exigi dos en Roma por una habitacion pequefa, rentas equivalenteshasta tres y cuatro veces el salario de un trabajador modesto. Por tanto, comenzamos a apreciat la gradacién de niveles de pobreza inclusy entre los pobres cuando leemos sobre la convivencia de 16 perso. znas en una habitacién (Val. Max., 4, 4, 8). La diferencia entre un se nador y un carpintero se encuentra més en la «estratificacién verti cal» de sus casas que en la existencia de barrios 0 suburbios ais dos, como en las ciudades modernas. De acucrdo con los Regiona. ries, que son boletines de la ciudad fechados en el siglo wd.C. exis, ‘ian en Roma 1.790 domus frente a 46,000 insulae. Aunque las cifras Probablemente no son fiables, puesto que arrojarian una proper, ‘iow en exceso baja de habitantes para cada insula, en cambio debe ser cierto que las domus ocupaban aproximadamente un tercio del espacio residencial disponible en Roma, Por supuesto, habia muchos senadores que vivian en lo que tam: bign se denominan domus, que en realidad eran palacios ovillas ru. rales en medio de enormes jardines. Su nimero y esplendor crecie. ron répidamente durante el Imperio (Plinio, Nat. Hist, 36, 109), También existian algunas zonas de Roma topogrificamente bajas, consideradas insalubres y, por tanto, evitadas por los mis ticos, ba, rios como la Subura, cl Argiletum, el Velabrum y el Transtiberim (Trastevere), Con todo, es importante recordar que muchos de los verdaderamente pobres no podian ni siquiera permitirse vivir en lo alto de una insula o en una taberna —casa de huéspedes barata, So. brevivian, como sabemos por autores como Marcial, buscando co. bijo bajo los puentes, en los porticas o bajo las esealeras y en los s6. tanos de las énsulae; incluso en los mausoleos de las afueras de la {iudad, que también servian como prostibulos y retretes (UIp. Dig. 47, 12, 3, 11). Cuando Técito describia —o imaginaba— alos Fenni de Ultima Germania, dice que vivian en foeda paupertas —Ia peor pobreza que podia describir. No tenian armas, ni caballos o cases dormian sobre el suelo, comian hierbas y vestian con picles, Ne Puede, sin embargo, evitar afadir: «Se consideran afortunados por El pobre/333, no emir trabajando los campos, afanarse construyendo casas © someter su suerte ola de otras gentes a temores y esperanzase Foro habla ade roméatico ears los realmente mineablc que vivian en esas condiciones bajo la misma nariz de Técito. Si te- tfan suére, podian construlrse tgiria, chamlzos que formaben Una suerte de «Bidonville o ciudad de chabolas, qui en las afue ras de la ciudad, a veces sobre talleres 0 adosadas a edificios put Cos, Las autoridades las consideraban un riesgo de incendio y po- dian demolerlas (Cody. Thead., 16, 39), pero sc las dejaba estar sino obstruian el paso e incluso se leshacia pagar rents (Up, Dig, 43,8, 2, 17). Los mendigos del Clivus Aricinus junto a la Via Apia eran fa- masos por congregarse en el punto en que los carruajes de os ricos debian disminuir su velocidad cerca de Aricia, causando temor con sus agresivas peticiones, Dentro dela ciudad eran probablemente similares a los que Gregorio de Nyssa describié en la Constantino- pla del siglo rv: «La mano extendida para mendigar se ve en todas partes. Elaire libre es u alojamiento, sus moradas son los pérticos, Jas esquinas y las partes menos frencuentadas del mercado» (PG, 46, 457), Agustin eitieaba als rcos que despreciaban al pobre ye- cente en su umbral (Serr, 345, 1). De este modo vemos reflejado en los alojamientos de Roma la gama de riqueza y pobreza que hizo’ posible a los poderosos dividirlos y gobernarlos. Los mismos extre- thos pueden hallarse en otros aspectos de as condiciones de vidas en salud, diet, vestimenta, vida familiar y formas de muerte. La sanidad € higiene en una cludad vasta y sin planificar eran, ‘como podria suponerse, rudimentarias y toscas, pese al mito de que el aprovisionamiento de agua mantenia a la poblacién saludable. Los bafos que usaban tanto pobres como ricos deben haber rans- mld enfermedad eben sin tener en cuenta vas ora ronal Por supuesio que esto no se perebia asi en aquel momen- {o. Los ricos podian a veces tener sus propios bafios privados yfil- tar el agua (Séneca, Ep., 86, 11). Los menos pobres podian segre- garse de los mas pobres, llenos de enfermedades, y de las prostitu- fas, utlizando horarios de bano distintos (Marcil, 3, 93); y una en trada barata debe haber impedido el paso alos mas miseros. Los: 0s podian tomar agua privadamente de los acuedactos, mientras gue el habitante pobre de la insula habla de traerse su agua desde Jos lacus al aire libre, las fuentes puiblicas que podian contaminarse con facilidad. Una domus rica podia tener sus propias letrinas, mientras que los pobres habian de pagar por el uso de las publicas, aunque también podian utilizar los orinales y bacinas colocados en las esquinas por los bataneros y que estaban disponibles para todos. Los muy pobres sin duda excretaban donde podian, dado que gran 334/6, R, Whittaker parte de las heces de todos acababan en Ia calle y que los orinales a vyeces se rompian (Marcial, 6,93). No hay evideneia de que ninguna casa, incluso de los ricos, stuviera enlazada con las principales al eantaillas 0 cloacae. Por tanto, los ricos eran de muchas maneras tan susceptibles de infeccién como los pobres. Pero cuando las epi dlemias 0 pandemias azotaban, y lo hacian con frecuencia, los vices tenian dos ventajas prineipales: en primer lugar, tenfan una mejor alimentacién, y por tanto, mayor resistencia a las enfermedades asociadas con la desnutricién; en segundo lugar, podian huir de la enfermedad marchando a sus villas rurales. Mientras en el aio 189 4.C. morian diariamente en Roma 2.000 personas se creia que yectadas por criminales con aguas envenenadas (malaria?) -, el emperador y su corte residian fuera de la ciudad en la Villa Quint wa (Herodrano, 1, 12, 2; elr. Dion Casio, 72, 14, 4). __En un andlisis inal, sin embargo, y como muestra el timo ejemplo, los ricos no disfrutaban de una enorme ventaja sobre los pobres en lo referente al cuidado de la salud, porque se sabia poco sobre enfermedades infeeciosas o nutricién. El hambre como causa liniea de muerte se documenta rara vez en los eseritores romanos,& pesar de las numerosas crisis alimentarias, Esto es probablemente tun reflejo de la falta de interés por los miseros mas que tn signo de ‘buena mutricién general. Una de las excepciones se rlacumenta du rante las guerras civiles del 40 a.C, cuando Sexto Pompeyo corto el suministro de grano a Roma y cats «muchas muertesr (Dion Car sio, 48, 18, 1). No se ofrecen detalles, pero podemos suponer que esto significa muerte entre los mas pobres. Livio nos da un indicio de Ia desesperacion de los pobres cuando sefiala que en 440 a.C. ‘muchos de la plebe se suicidaron ahogindose antes que seguir s0- ortando cl hambre Tito tivo, 4, 12,11) También se nos informa ic que, en un momento anterior de ese mismo siglo, los pobres, scuando estaban corts de dinero, sobrevivianallsnentandoce ae hierbay ralces» (Dion. Hal, 7, 8, 3), Aunque siempre sospechamos de la autenticidad de las fuentes romanas antiguas, estos detalles eran considerados al menos plausibles en la propia experiencia del autor. El hambre puede no haber sido a menudo la causa directa de muerte, salvo entre los invsibles miserables, pero como sabia Gale. no, el médico de Pergamo, tenia un efecto debilitador sobrela capa, cidad de resistencia a la enfermedad. Es claro que en este sentido Jos ricos estaban en gran ventaja por sus tierras, que producian all. mentos localmente, y por su rigueza, que les permitia acaparar el ‘mercado o pagar precios elevados, También fue en la manipulacion del sumministro de grano donde las clases alts y (y més adelante el emperador) tuvieron alo largo de la historia de Roma su arma mis poderosa de control politico BI pobre/335 De nuevo, sin embargo, y como ocurria con el saneamiento, las ‘ventajas disfrutadas por los ricos sobre los pobres pueden no haber sido necesariamente tan grandes como ellos mismos pueden haber creido. Los ricos, que podian permitirse beber vino, eran menos propensos a infecciones debidas al agua que los pobres que bebian ‘mds agua. Una de las consecuencias de la distribucién por el Estado de grano barato en la Repiblica tardia e Imperio fue incrementar en gran medica la cosnpra de vino por la plebe pobre. Pero el vino, que se bebia tibio, o hervido hasta llegar a un mosto (defrutum) con- centrado, se calentaba y endulzaba en ealderos forrados de plomo (Plinio, Nar. Hist, 14, 136), yse bebia en copas de peltre, con efectos potenciales desastrosos a largo plazo para la salud. Los ricos podian también permitirse mas grasas, carne roja y pan blanco que los po bres, cuya dicta bisica era a base de pan basto (pans sordidus) y aceite de oliva. Los pobres ingerian, por tanto, pocas proteinas, pero su tasa de ~olesterol era mas baja. Un estudio reciente en la Vi- lis dei Dordiani junto a la Via Praenestina, cerca de Roma, donde se halla el mausoleo de un rico junto a las sepulturas de una basilica cristiana del siglo 1v dC, muestra una tasa més elevada de zine y plomo en los huesos de los ricos. No debemos exagerar, sin embar- 0, porque los cuerpos hallados en Herculano muestran que sus ha bitantes eran mae altos que los napolitanos modernes, y que su ni- vel general de salud derivado de dieta y ejercicio era bastante bue no, aunque cl de los pobres era obviamente menor. Los altos alqui- leres en Roma reducian su capacidad de compra de comida y pro- vocaban malnutricién crénica. Por tanto, la distribucién de grano por el Estado, gratis o a bajo precio, mejoraba la salud de la plebe buena, pero no hizo v .da por aquellos que estaban ya bajo los um- brales de subsistencia, que no entraban dentro del grupo de los be- neficiarios. Como vio Taeito, la pobreza se definfa no sélo por el consumo, sino también por la vestimenta. Ir vestido con harapos era, segin ‘Amiano, la norma fuera de Aquitania (15, 12, 2). Los restos de vesti- dos que han sobrevivido estén frecuentemente Ilenos de remien- dos, lo que no resulta sorprendente si la concesién de una tunica y ‘un manto por afio —como propone Catén para un esclavo— era también normal para un asalariado modesto. Y sin embargo, pese al hecho de que los ricos se burlaban de las ropas baratas de los pobres (Guv., 3, 14,7,),a los miseros les parecicron sbellas» en los distur- bios del 40 aC. En estas condiciones, la muerte era un especticulo cotidiano, y con él llegaba un endurecimiento de la sensibilidad, Los cadaveres eran arrojados a la calle, los enfermos eran depositados al aire libre para morir, se abandonaba a los nifios sobre montones de estiéreol. 336/C. R. Whittaker Los perros y las aves buscaban entre los cadkveres para alimentarse de carton, y arrancaban sus miembros. Suetonio narra la historia de cémo en una ocasién un perro vagabundo Hlegé al comedor del futuro emperador Vespasiano Hevando una mano humana (Vit. Vesp., 5,4); pero no la narra para impresionar, sino sélo para contar el presagio. ‘Con todo, incluso en la muerte podemos notar eémo se clasifica- bba a los pobres. La vivida deseripeién por Lanciani del descubri- miento de la necropolis republicana del Esquilino recoge una serie de pozos llenos indiscriminadamente con esqueletos ce animales, excrementos, basura y huesos humanos (a menudo roides por ani- ‘males). En las cercanias se encontraron los famosos mojones d ‘itadores con la orden pretoriana: «Se prohibe arrojar exeremen- tos 0 cadveres», en uno de los cuales alguien afadio en forma de rafito: «Llévate lejos tu mierda o la cagaras» (C/L,, 6,31614-5). En el mismo yacimiento al otro lado de la muralla serviana se hall una «ran fosa comin en la que se estima habia unos 24,000 cadsveres, —auiz vietimas de una epidemia, Estas eran las tumbas de los mi- seri, los miserables, de quienes Horacio nos cuenta que sus cuerpos eran recogidos de las calles por esclavos piblicos cuando eran arro- jados fuera de sus cubiculos (Sat, 1, 8, 8-16). Pero éstos no fueron los tinicos enterramientos que Lanciani ha U6 en el Esquilino. Separados del desagradable hedor de las criptas de los miseros estaban los ordenados columbarios y urnas cinera- Flas de los menos pobres. Pertenecian al tipo de personas que se tunian a las asociaciones o hermandades funcrarias (colegia), sobre las gue tenemos mucha informacién gracias a las inscripeiones. Se trataba de personas que se agrupaban a veces por profesiones, como herreros 0 mercaderes en telas, etc., y otras por Ia adoracién comuin a un dios. Construian sus propias eamaras funerarias y to- ‘maban parte en diversas actividades, como banguetes fiinebres 0 procesiones en honor de sus hermanos de cofradia. En los jardines, de la familia de los Estatilios, no lejos de la Porta Maggiore, el co- Jtumbarinm familiar contenia 427 inscripciones, de las que 370 per- tenecian a esclavos ylibertos de Estatilio Tauro, cénsulen 11 d.,0 de sus hijos. Docenas de este tipo de columbaria han sido descubier tos en Roma, aunque la mayoria han sido cubiertos de nuevo por la ciudad. Resultan de interés varios aspectos referidos a estas asociaci nes de trabajadores, que son de importancia para el tema de la dif renciacién social. No eran para los muy pobres, porque se requeria tuna cuota de entrada (que podia llegar a ser de 100 sestercios mas tun dnfora de vino) y una suseripcién mensual de unos pocos ases Por otro lado, a menudo incluian esclavos, mostrando de nuevo que BL pobre/337 Ja pobreza no se clasificaba por el estatus. Por iltimo, recalquemos el modo en que los collegia eran controlados por los ricos: no s6lo se admitia en las lista de las asociaciones a patronos opulentos, ca- paces de ejercer su influencia mediante donaciones (una asocia cién de Lanuvio recibié una dotacién de 15,000 sestercios), sino que estas hermandades estaban estrechamente reguladas por la ley, al menos en teoria, aunque no siempre en la préctiea. Cualquier ro- ‘mano educado podia recordar, a través de su lectura de Cicerén, lo peligrosamente cerca que Roma estuvo de una revolucién proleta- ria en ta itima década de la Repiiblica, cuando Publio Clodio orga nizé en collegia las bandas eallejeras, incluyendo a esclavos y liber- tos que tenfan escaso 0 nulo derecho de voto, pero que podian em- pufiar armas, a quienes dio solidaridad utilizando sus organizacio- nes para distribuir grano gratuito. Estos eran los pobres a quienes ron Tlamé shombres alquilados, bribones y miserables» (de domo 89), sana chusma ruin y hambrienta», «la escoria inmunda de la ciudads (ad Art. 1, 16, 11). A través del terror de las clases propietarias podemos vislumbrar el poder colectivo de los pobres, antes de que volvieran a sumirse en un olvido controlado. Los emperadores se aseguraron de tomar directamente a su cargo la distribucién de grano, y trataron de regu lar Ia asociacién a los collegia (Dig, 47, 22, 1). Cuaudo se neyabaa reconocer una asociacién de bomberos en Bitinia, Trajano decta «Son sociedades como éstas las que han sido responsables de distur: bios pablicos» (Plinio, Ep., 10, 34). A pesar de esta vigilancia, conti- nuaron produciéndose estallidos de violencia en los que los collegia estaban implicados, como ocurrié en el circo de Pompeya en el 64.dc. En la muerte pues, como en la vida, habia pobres buenos y ma los. No debe extraiiarnos que las condiciones en Roma condujeran una esperanza de vida en general baja, en torno a los veinticinco afios al nacimiento y sobre los treinta y cinco para quienes sobrevi- vieran a la infancia. Las mujeres deben haber tenido un promedio inferior al de los hombres, puesto que muchas morian al dar a luz, No debemos, sin embargo, exagerar los peligros de la ciudad y fascinarnos con el ‘campo, puesto que estas cifras no difieren significativamente de las del pueblo altomedieval de Frénowille, en Francia. Lo que parece claro segiin las conclusiones anteriores sobre esclavos y libertos cs que la poblacién de Roma no se autorreproducia, y tenia que ser constantemente renovada desde el exterior. En otras palabras, Ia mayoria de pobres no podia permitirse mantener los cinco o seis hi- jos necesarios para llezar a un equilibrio. Aunque no tenemos datos reales sobre ingresos anuales en Roma, en el Paris medieval o en el 38/C. R. Whittaker Milan del siglo xv1 incluso los artesanos especializados trabajaban sélo unos doscientos cincuenta dias al ao, incluso menos cuando el tiempo era malo 0 se interponian festivales religiosos, En Roma el ealendario del Alto Imperio scfialaba como festivos ciento cin- cuenta y nueve dias, y esta cifra crecié en siglos posteriores. El trabajador se mantenia en una «economia de lo provisional», ‘con muy escasos activos de capital. En Lyon, inventarios autentifi- cados del siglo xvi muestran que las posesiones familiares, como utensilios o mobiliario, suponian en torno a los ingresos de seis se- ‘manas incluso para artesanos especializados, y a menudo estaban en garantia sobre el alquiler. Dada esta precaria existencia, sabe- mos ahora que Malthus estaba por completo equivocado al creer que la pobreza engendra hijos —un estereotipo frecuente en la per- ‘cepeién que los ricos tienen de los pobres. Los métodos por los que los pobres limitaban los nacimientos y el tamafto de la familia son bastante bien conocidos. Aparte de la prostitucién y la contracepcién, muchos hijos eran abandonados al nacer sobre montones de estiércol (stercus), de donde a veces po: dian ser rescatados y criados como esclavos con nombres como Stercorius, Stercorosus, etc. La certeza de que algunos de sus hijos perdidos se habian convertido en esclavos fue quiza tna de las razo- nes por las que pobrec y esclavos vivian juntos en simpatia. Ot si tema era el matrimonio tardio de los hombres, no de las mujeres, que ¢s ampliamente adoptado en sociedades pobres. El efecto es crear una amplia brecha generacional entre los hombres y muchas viudas con nios pequerios. El historiador de la Iglesia Eusebio nos recuerda que a mediados del siglo mi la pequeia Iglesia Cristiana de Roma mantenia ya a 1.500 viudas y personas en la miseria (HE, 6, 43, 11). El examen de los esqueletos de las mujeres mayores de cua- renta afios de Herculano sugiere que habian tenido muy pocos hi- ‘Jos, pero la precisién de dicha informacién basada en la evidencia de los huesos es muy discutida, Este examen della forma de vida y de muerte de los pobres mues- ta de nuevo que la pobreza no era una condicién homogénea, sino que incorporaba una gama completa de niveles de riqueza. BI inte- rs mayor para nosotros es la aguca miseria de los mas pobres, lo ‘que nos hace olvidar la escasez relativa de la mayoria. Para los ro ‘manos era justo al revés; a Séneca no le agrababan las negativas pa labras del fildsofo griego Antipater, quien decia de la pobreza que eno se define por la propiedad, sino por su ausencia... no significa posesién de un poco, sino carencia de mucho» (Ep., 87, 39-40). La diferencia entre el nivel de vida en un vasto palacio del Aventino y tuna choza de la Subura adosada a un edificio, agobiante y caliente, era abismal, y los romanos ricos no querian pensar en ella. Lo que Bl pobre/339 hacia esta brecha tolerable para ellos, ademas de politicamente ma- nejable, era la plebe ebuena» intermedia. Por qué y como esta tilti- sma aceptaba su relativa eseasez es algo que debemos considerar ahora, Las discusiones cientificas modernas sobre la pobreza se dividen entre el extremo de aquellos que consideran a los pobres de clase baja como incurables y patologicamente autogeneradores, con una subcultura definida —un punto de vista popularizado en los afios sesenta por el libro de Oscar Lewis Los hijos de Sanchez—, yl de quienes favorecen una visién marxista, estructural-funcionalista de Ja pobreza como una parte integral de la sociedad, necesaria para —Y por tanto mantenida por— los ricos. En otras palabras, el desa- rrollo de trabajo libre, que tuvo sus origenes hist6ricos en el declive del feudalismo y las sociedades de patrocinio de la Europa pre~ industrial, cra para Marx «pauperismo latentes, separado estructu- ralmente pero compartiendo los valores del conjunto del sistema Entre estos dos extremos hay una posicién de compromiso que mantiene que, aunque los pobres suscriben las normas y valores del conjunto del sistema y son controlados por ellos, sin embargo desa- rrollan modelos subculturales distintos, una «economia moral» que es una suerte de cédigo no escrito, diferente de las leyes generales, pero no por ello menos sensible a lajusticia natural cuando eo entra en temas como el precio del pan, el hurto y el derecho a la manifes- tacién, Esta visién intermedia —que la pobreza no es ni cultural ni por completo estructural— es compatible con el concepto de We- ber de «honor de estatuss y cestilo de vidas que se concentra. sim- bolos y rituales. Las restricciones sobre el trato social basadas en el status desarrollan un sestigmar de pobreza y enfatizan el pobre adeshonroso», que a menudo es conceptualizado étnicamente (jue dios, orientales, etc.). Pero lo que es importante desde el punto de vista hist6rico es que los simbolos de estatus se refuerzan cuando la ovilidad social aumenta y la pobreza se combina con esperanza. Los socialmente méviles compartiran entonces los valores de los cos —en realidad fracturando la apariencia de una sola cultura de pobreza y de hecho reforzando los controles sociales de lo pode- Loatractivo de esta teoria es lo bien que encaja con la evidencia estructural y coyuntural de la historia de Roma. Es bien conocido cémo los primeros emperadores reforzaron las cualificaciones de los ordenes senatorial y ecuestre mediante regulaciones y simbolos de estatus en el mismo momento en que la usurpacién de estatus se estaba haciendo més descarada. El humor malévolo del Satiricén de Petronio se escribié a costa de un liberto rico, Trimalchio, que trataba de comportarse como un terrateniente de clase alta. Pero 340/6. R. Whittaker las expectativas de Trimalchio no eran vanas por completo; un de- bate senatorial en el 56 d.C. reconocié eon franqueza que «muchos caballeros y algunos senadores proceden de esta fuentes (Tée., Ann., 37-21). Las desventajas de los pobres ante la ley fueron dota das de expresién formal en el siglo m d.C. con las categorias de esta- tus de honestiores para los ricos y humiliores para los pobres, con ferentes tipos de penas para cada uno. El problema de las clases pudientes radicaba en el acelerado crecimiento de Roma durante el iltimo siglo de la Repablica, cuan- do los terratenientes perdieron su control directo de patrocinio so- bre sus trabajadores rurales segtin éstos emigraban a la ciudad. La nueva plebe urbana podia ser manipulada y cortejada por cualquier politico ambicioso. La expansién imperial y la gran opulencia le- vvant6 las esperanzas de los romanos de a pie y atrajo con ella una ayalancha de extranjeros que venian a unirse a la por su parte cre- ciente poblacién de esclavos y libertos urbanos. Fue en estas condi- cciones que Juvenal acuné el estereotipo de la plebe urbana como Orontes fluyendo en el Tiber, pero incluso él reconocié que era el ‘stigma del estatus social lo que importaba més: «Nada hay en la in- feliz miseria mas duro de soportar que el hacer a los hombres blan- co del ridiculo» (Sat, 3, 153-4), En el Alto Imperio Roma llegd a ob- sesionarse con los simbolos de estanis, ftilos inventados por los ri- ‘cos para poner en su lugara los érdenes inferiores. Podia haber sido Juvenal, pero es un sociélogo reciente quien ha dicho: «Las barre- ras sociales las inhibiciones de una sociedad desigual distorsionan Jas personalidades de aquellos con ingresos elevados no menos que las de quienes son pobres. Diferencias triviales de pronunciacién, Tenguaje, vestimenta, ete, adquieren una importancia absurda y en: gendran desprecio hacia aquellos carentes de gracias sociales.» sRara ¢s la casa», escribe un escritor romano anénimo, «que no desprecia a un amigo de clase inferior, o que no pisotea desderiosa- ‘mente a un cliente humildes (Laus Pisonis., 113 ss. Esta referencia ala cientela es una indicacion de cémo los ricos s¢ ajustaron a las nuevas condiciones de la metrpoli. romana, Du- rante los desordenes sociales y politicos del iltimo siglo de la Rep blica, la colonizacién era una solucién posible. Cicerén describe un caso en su estilo populista: «El tribuno dijo que la plebe urbana go- zaba de un poder excesivo en el Estado, y que deberia ser *drenada” —esta es la palabra que utiliz6, como si estuviera hablando de aguas de desecho y no de una clase de verdaderos ciudadanos» (Leg. Agr. 2, 70). Julio César y Augusto hicieron uso liberal de este medio para. evar orden a la ciudad, En Cartago y otras colonias norteafricanas muchas de las inscripciones antiguas de colonos resultan ser de bertos. Pero las colonias necesitaban sobre todo granjeros curtid El pobre/341 los campesinos que servian en el ejército ylo solicitaban eran prefe ribles a los artesanos y exesclavos. Un arma mucho mas potente era el patrocinio, los cos de dependencia que fueron aflojados por los cambi de la Replica tardia. Pero los ricos y poderosos disponian de otros medios aparte de los los lazos rurales para forzar la dependen- cia social. El patron romano podia todavia demandar servicios ¥, aunque habia muchas quejas de que los derechos de los patrones eran descuidades (como en el ano 56 d.C., Tacito, A, 13, 26), los ca sos de falta flagrante de respeto eran todavia considerados social- ‘mente escandalosos y se reduefan probablemente a los libertos mas ricos. Podemos, por tanto, suponer que los patrones demandaban con regularidad servicios formales (operae) como parte del acuerdo de manumisién (Modestinus, Dig., 38, 1, 31), aparte de la regla no escrita de que un liberto debia lealtad a su antiguo amo. Pero el patrocinio iba mucho mas alla que esto, y los poemas de Marcial y Juvenal estén Ilenos de descripciones sobre las riendas in- formales mediante las cuales un patrén podia forzar a su cliente a obedecer. Los patronos no distribuian regalos y comida por cari- dad; es evidente —aungue no pueda ser probado— que muchos, st no la totalidad, de los clientes que se amontonaban a las puertas de los ricos eran los pobres «respetablesr. El hecho de que muchos realizaran su salutatio matutina antes del alba sugiere ques trataba de artesanos que tenian por delante un dia de trabajo. Muchos ricos alquilaban partes de sus domus como tabernae (Suetonio, Nero, 37); incluso prostitutas y gladiadores vivian en «celdas» que formaban parte fisica de la easa del poderoso y que se abrian directamente ala calle. Familiares, personas dependientes, libertos, clientes y escla- vos podian ocupar los cenacula sin alquiler (Ulp., Dig, 9, 3, 5, 1). Puesto que la ley favorecia a los propietarios de insulae frente alos inguilinos, este hecho aseguraba por si mismo que los pobres si- guieran doblegandose al propictario. Como vimos antes, el patroci- nio ejereido sobre los collegia proporcionaba oportunidades a los poderosos para el evergetismo, el control social y, ocasionalmente, para la agitacién politica. Inevitablemente, tales contactos eran empleados por los ricos y poderosos y por el emperador con propésitos politicos. En 193, cuando Didio Juliano trato de llegar a convertirse en emperador, se nos dice que fue apoyado «por una gran multitud de clientes» (Hdn., 2, 6, 10). En la misma ocasion, Herodiano nos habla de pobres que corrian por las calles para informar a sus ricos y nobles protectores del asesinato del emperador Commodo y de los peligros de quc ha. bian escapado (Hdn., 2, 2, 3-5), Entre los afios 180 y 238 4.C. se pue~ de identificar una treintena de acontecimientos en los que intervi- 34/0. R. Whittaker no la agitacién popular. Muchos de ellos, como la espectacular cai- da del favorito del emperador, Cleandro, comenzaron como distur- bios alimenticios. A pesar de la sareéstica denigracién de Ia plebe romana por parte de Juvenal, cuando afirmé que no se interesaba sino en panent et circenses, parece claro que tras los disturbios cau: sados por la distribucién de grano subyacen causas complejas, Al igual que en el siglo xvi, los disturbios alimenticios en Gran Breta fa durante un periodo de crecimiento urbano acelerado fueron ac- ciones populares, consideradas como protestas legitimas que po- dian convertirse en estampidas en contra de oponentes impopul res, En el 353 dC, eljoven César Galo utilizé las revueltas alimenti- cias de Antioquia para librarse del gobernador de Siria, a quien en- treg6 al populacho para ser linchado (Amianio Marc., 14, 7, 5 ss.); pero la historia se narra como parte del forcejeo por el poder entre los sucesores de Constantino, El problema radica en determinar hasta qué punto estas agita- clones populares eran, como creen algunos historiadores, manifes- taciones «prepoliticas» de una lucha de clases por parte de «rebel des primitivos», o simplemente evidencia del éxito con que los ricos controlaban a los pobres. Ciertamente que en los numerosos distur bios por el grano a lo largo de Ia historia ce Roma, o en la protesta contra los impuestos durante el reinado de Caligula (Josefo, AZ, 19, 24-26), 0 en la exigencia para que finalizara la guerra civil en el 49 .C. Dion Casio, 75, 4, 2-5), tenemos una evidencia potencial de ac- cién directa de la masa, considerada como parte legitima de su «economfa moral», analoga a Ia «taxation poptilaire» de Francia en el siglo xvi. Pero también en el siglo xvut se produjo en Gran Bre- tafia un uso extenso de chusmas alquiladas en los disturbios llama dos «Iglesia y rey», que fueron organizados por las autoridades con- tra los disidentes radicales. Estas ambigtiedades son comunes en Roma. Por ejemplo, quién puede creer que la «voz popular» (vulgi sermones) que loraba a Germanico en 19'4.C. porque habia prometido «restaurar las liber tades del pueblo romano con derechos iguales para todos» (Tacito, A, 2, 82), era la voz auténtica de los pobres que jamés habian disfru. tado de libertad? Herodiano sugiere explicitamente que la famosa rrevuelta del 235 contra el emperador Maximino habia sido «induci da por los amigos y miembros de la casa de Gordiano» (7, 10, 5). Pero por otro lado, no debe olvidarse el resentimiento de fa gente que en esta ocasidn se revolvié contra los soldados pretorianos. Aunque estos disturbios terminaron con parte de la ciudad en Ila- ‘mas y con la pérdida de las propiedades de muchos ricos, el comen- tario de Herodiano sobre este incidente es: elos desastres que acae- cen a aquellos aparentemente afortunados y ricos no preocupan a El pobre/343 Ja gente sencilla (ochloi)y a veces incluso alegran a algunos indivi- duos maliciosos y despreciables, porque envidian a los présperos y poderosos» (7, 3,5). Por tanto, las naturales divisiones entre los pobres, junto con las rivalidades politicas entre las facciones de los patronos ricos, hacen virtualmente imposible distinguir las causas genuinamente popula- res de los disturbios estimulados desde fuera. Asi, en el 69 4.C., tras la muerte de Nerén, Técito distingue «la parte responsable de la gente comin (pars popult integra), que se hallaba conectada con las, grandes familiares, asi como los clientes y libertos de personajes condenados y desterrados» del epopulacho degradado (plebs sordi- da), que frecuenta el circo y el teatro, los mas despreciables de en- tre los esclavos y los que dilapidaron sus propiedades» (H, 1, 4). Pero no hay raz6n para creer que esta sea una definicion precisa, dado que muchos de los sucesos en que hubo manipulacién politica ‘comenzaron en el circo 0 en el teatro. Es cierto que Cicerén argu- ‘mentaba que la vox populi auténtica se escuchaba en los juegos y ‘combates gladiatorios (pro Sest., 106) y que las manifestaciones en cl circo se consideraban como uno de los derechos naturales de la gente —«donde no se apiadaban ni del emperador ni de los ciudada- nos» (Tert., De Spect., 16)—; pero las «aclamaciones» populares po- dian ser orquestadas —y lo fueron a menudo— para propositos po: liticos por las facciones aristocréticas. Presumiblemente, si tentan éxito, entonces eran consideradas «responsables», como en el 190, cuando los gritos contra Cleandro fueron dirigidos por una mujer y un grupo de nifios contratados en las carreras de caballos (Dion Ca- sio, 72, 13, 3), levando a revueltas ya la caida del personaje detesta- do por la nobleza. Esta ambigtiedad subyace en el fondo de la percepcion de los po- bres por los ricos y en sus respuestas a la pobreza. En la mentalidad romana se hallaba inserta una vision romdntica de las virtudes de la pobreza, especialmente de la pobreza rural, que estimulaba alaban- as regulares y rituales de los moralistas a héroes antiguos como Fa: bricio, Cincinato y Ennio (Cicerén, Tusc., 3,57). Estobco, un lexic zgrafo bizantino, recogié una lista de estas méximas moralizantes: «Nadie es mas afortunado que un hombre pobre»; «El pobre siem- pre cree en los dioses»; «El hambre nunca da aluz el adulterio, nila escasex de dinero la extravagancia>. Para los ricos aburridos era una diversion, segiin Séneca, jugar a vivir como los pobres en pe- quefas celdas, alimentndose de comidas simples y durmiendo so- bre colchonetas (Ep., 18, 7). Pero también dice que estas extrava- gancias ocasionales no les daban idea de la forma en que miles de pobres y esclavos soportaban estas privaciones diariamente, ¢ in- cluso el experimento del propio Séneca de vivir en el campo duran- 344/C. R. Whittaker te dos dias como un pobre no nos impresiona demasiado cuando nos dice que llev6 consigo muy pocos esclavos —;s6lo un earroma- tol—y que su comida era tan simple que sélo se tardaba una hora prepararla (Ep., 87). Los opulentos de todas las épocas han afecta- do, como Maria Antonieta, vivir como campesinos mediante el ex- pediente de escapar a sus confortables granjas privadas. Los romanos ricos no eran diferentes; pero los méritos romanti- ‘cos de este mito rural modificaron en un aspecto importante los sentimientos de desagrado y temor que tenian ante las realidades de la suciedad y miscria de los indigentes que habia ante sus pucrtas, Igual que en el periodo de explosion urbana de Europa entre lo si- los xv1 y xv, los nobles romanos desarrollaron principios de asis- tencia selectiva e institucionalizada para separar a los pobres «me- recedores» de los «indignos». El hombre rico «ayudara con su ri queza a hombres buenos, oa aquellos a los que sea capaces de con- vertir en hombres dignos», dice Séneca. «Pero a otros no les ayuda: ré, aunque estén necesitados, porque incluso sles diera, todavia es- tarian necesitados» (De beat. vit, 23, 5-24, 1). Los pobres eran segre- gados cuidadosamente y la caridad (benignitas) se consideraba como un medio de maniener los lazos de patrocinio, con la inten: ign de inculcar los valores tradicionales de sumisién respetuosa y diferente entre aquellos susceptibles de ser wiles. Debia dirigirse s6lo a los «pobres apropiadose, dice Cicerén usando un lenguaje si- milar al que aplicaba a quienes aprobaba politicamente (De off, 2, 54). El peligro radicaba en la corrupcidn del pobre y en el fomento de las chusmas ociosas y desordenadas que, segtin el testimonio de muchos escritores a lo largo de Ia historia de Roma, se formaron cuando se distribuia grano gratis 0 muy barato (App., BC, 2, 120). «Darlea un mendigo es hacerle un flaco servicio» (Plaut. Trin, 339) era una maxima conveniente para los ricos euyo interés estaba no en la pobreza general, que se miraba con indiferencia, sino en mar- ginar la pobreza extrema como una forma de degeneracién moral. El evergetismo, la donacién ostentosa de dinero y servicios a co- munidades 0 grupos de individuos, no se dirigia a beneficiar prefe rentemente a los pobres, sino a los menos ricos. Eso estaba claro ppara los patronos romanos que «son generosos en sus regalos no tanto por inclinacién natural, sino por el reclamo del honor; sim plemente, quieren parecer caritativoss (Cic., De off, 1,48). Los po- bres selectos, o incluso los relativamente ricos, eran ayudados en tanto que el estatus social del patrén se subrayaba. «La ostentacion de sus buenas obras se considera el motivo y no la consecuencia», dice Plinio el Joven (Ep., 1, 8, 15), él mismo un notable benefactor cen su ciudad de Como, Era raro, aunque no totalmente insolito en Bl pobre/345 algunas ciudades griegas, que esclavos o inmigrantes extranjeros se beneficiaran de estos planes de ayuda. Era improbable que los muy pobres se molestaran siquiera en acudir a las distribuciones piibli- ‘eas de comida o dinero. Una de estas distribuciones en Sillyon (Pisi- dia) repartié dinero a todo el mundo, desde los ricos magistrados turbanos alos mas modestos libertos o metecos, pero en proporcio nes regresivas, lo que nos choca hoy en dia, con una razdin de 50:1 a favor de los ricos (ILRP, 80, 1). Dada esta mentalidad de bono benefactio (en palabras de Caton el Viejo), podemos hacer algunas observaciones sobre los planes alimenticios estatales que se desarrollaron en Roma durante el si- glow dC. para ayudar a los nifios; y sobre las frumendationes estata- les, un sistema desarrollado en el iltimo siglo de la Repiiblica para procurar grano barato o gratis a los ciudadanos, Ambos han sido muy estudiados y los comentarios que hagamos aqui se refieren tan sélo al problema de los pobres. En primer lugar, no hay evidencia de que los mas miseros pudieran beneficiarse de estos planes, salvo en ocasiones anormales. Segtin sabemos con certeza en lo que se reficre alas frumentationes estatales, ysegiin podemos inferir pla. siblemente sobre los alimenta de planes privados, incluso los muy ricos podian ser beneficiarios, aunque una anécdota sobre el sena- dor Lucio Pisén haciendo cola en 123 a.C. para recibir su parte im- que era socialmente degradante que los ricos recibieran pa- trocinio estatal (Cicer6n, Tuse., 3, 48). El plan publico de distribu: ‘cin de grano en Oxirrinco (Egipto) requeria, sin embargo, asus bene- ficiarios que probaran sus credenciales como miembros de la clase alta de ciudadanos por nacimiento o fortuna. Elalivio de la necesidad era, por tanto, solo incidental y no el ob- jetivo de estos repartos. La idea, como muestra el proyecto de Traja ‘no para alimentar a 5.000 nifios romanos libres de nacimiento, era enriquecer la fuente de soldados ciudadanos romanos, un gesto ‘bueno pero vano de propaganda republicana, diseftado para, segin se decia, reducir eventualmente el tamario de las listas de beneficia- rios (Plinio, Pan., 28, 4-5). Esto encaja con el deseo expresado por ‘Augusto de acabar con las distribuciones de grano gratis porque in- citaban la migracién rural y la ociosidad (Suetonio, Aug., 42) —el punto de vista estereotipado de los ricos aristocratas. El y Julio Cé- sar redujeron los receptores desde 350.000 a 150.000, aunque hasta 250.000 personas eran ayudadas a intervalos irregulares por mues- tras de la largueza del emperador. Como sabemos, las élites siempre prefieren que si se proporciona patrocinio, sean ellos los patrones. Pero en ningiin caso se entregaba dinero 0 comida a todos los po- bres. La espantosa existencia de los miseros, creados como conse- cuencia de la economia esclavista practicada por los terratenientes . 346/C, R. Whitaker poderosos, y cuyos servicios eran también requeridos por los ricos fen la ciudad, no fue nunca motivo de preocupacién o interés, La tinica intencién del emperador fue marginar los extremos «inmora- les» de pobreza. Lo que los pobres pensaban de los ricos es algo mucho mas difi- cil de saber por nuestras fuentes, Pero en lo que se refiere a la anon- zna tenemos algunas indicaciones claras: Augusto no abolié la lista de la plebs frumrentaria porque sabia que la presién popular acaba- ria restaurindola. ¥ ningdn emperador se atrevi6 a deseuidar cl su ministro de grano y el control de los precios cuando se produ: fluctuaciones. La revuelta ptiblica del 51 d.C. contra Claudio, quien hubo de ser rescatado por su guardia en el Foro de manos de la tur- ‘ba cuando se rumored que habia escasez de grano (Tacito, A, 12,43; ‘Suetonio, Claud., 18-2), no es sino uno de los muchos incidentes que muestran los «derechos morales» ejercidos por los pobres. Los ‘emperadores, que pretendian ser los superpatronos de la plebe, es- taban dispuestos, como ya hemos visto, a sacrificar a gobernadores © favoritos cuando se alegaba que los precios estaban siendo mani- pulados. En el 364 d.C. las masas incendiaron la casa de Simmaco ene Trastevere porque se rumoreaba que estaba rchusando vender su vino al precio aceptado (Amiano Marcelino 27, 3, 4). Los incen- dios de casas, como los cénticos insultantes y las manifestaciones ruidosas en el citco u otros sitios, eran considerados demostracio- nes rituales de la voluntad popular, precisamente como los chariva- rien la Europa tardomedieval, con un reconocimiento cuasi legal, y fueron utilizados a fines de la Repiblica por Publio Clodio con nota ble eficacia, ‘Tampoco era la comida el tinico tema de la moral popular. La justicia popular no entendia la ley con tanta rigidez como lo hacfan los ricos. A pesar de las precauciones que estos tiltimos tomaban protegiendo sus casas con rejas de hierro, sélidas puertas y porteros que a veces eran encadenados en la entrada, se sabia bien que los esclavos no defenderian la propiedad de sus amos si corrian riesgo personal (Apul., Met. 4,9). La manifestacién en el teatro en favor de Androcles, el esclavo fugitivo, le salvé (Aulo Gelio, 5, 14,29). Yenel 61 A.C. se produjo un espectacular —aunque vano— disturbio en contra dela ejecucién masiva de esclavos tas el asesinato de su pro- pictario, Pedanio Secundo. La protesta no se dirigia contra la ley, sino que pedia una mitigacién de la pena porque Pedanio habia sido tun amo especialmente cruel (Téc., A, 14, 42-3). Quiénes eran los ciudadanos amotinados no lo sabemos, posiblemente libertos de la ‘misma casa, Pero probablemente los muy pobres simpatizaban con los esclavos, puesto que ellos mismos a veces vendian como escla- vos a sus hijos ¢ incluso a si mismos. «Los poderosos», decia Anaxt El pobre/347 menes, «no muestran piedad por los desdichados como lo hacen los pobres. El temor por ellos mismos ahoga su lastima por losinfortu- nios de otros». Es significativo que la nica inscripeién conocida que conmemora a un hombre por ser un eamante de los pobres» es la de un extranjero gricgo (ILLRP). Cuando se producia un baito de sangre politico, como en el 70 d.C., no es sorprendente que los pobres y los esclavos se revolvieran contra sus sefiores (Tée., H., 4, 1) La solidaridad entre los pobres estaba institucionalizada, como seha visto en los collegia, por organizaciones de caracter religiosoy social. Titulos como «amigos entre los constructoress (amici subae- diani} 0 ehermandad de los carpinteros» (fabri fratres) revelan sus estrechos lazos. Los que trabajaban en los horrea Galhana, losalma- cenes imperiales junto al Tiber, formaron un sodalicium (ILS, 3445). Las asociaciones profesionales adoraban dioses patronos, por ejemplo, los taberneros a Baco. Esto ocurria sobre todo entre Jos muchos extranjeros asentados en varios barrios de Roma, como los egipcios del Campo de Marte, que adoraban a Isis y Setapis.s bbemos de enormes guetos de judios en distintas partes de la ciudad, el mayor localizado en el barrio del Trastevere, donde habitaban 30,000 0 mis judios. Las oficinas (stationes) de mercaderes extranje- ros mantenian a estos grupos en contacto con sus ciudades natales y favorecian Ia vida corporativa de los grupos étnicos. Con ello se ‘ered, hasta cierto punto, una cultura de los pobres separada. No obstante, fueron precisamente los collegia y sodalicia, que comprendian quizé hasta un tercio de la poblacién masculina de la ciudad, los que fueron regulados, formalmente por la ley e infor malmente por sus expectativas sociales y sus lazos con patronos ri 0s. Se les dio con toda intencién un lugar en ceremonias de Estado, como festivales y funerales (por ejemplo, en 193 d.C., Dion Casio, 75, 4, 5-6), y se les permitia elevar peticiones al emperador. De esta ‘misma clase de personas, muchas de las cuales deben haber tenido en tanto que libertos obligaciones personales de servicio hacia sus patronos, formé el emperador Augusto los Augustales, que atendian simbélicamente el culto al genius imperial. El culto se integré con los antiguos de las encrueijadas (compitales) en los recientemente organizados viei (parroquias), y ser elegido vicomagister era un alto honor muy deseado, Estas eran las personas consideradas como la pars populi integra, «vinculadas» (como dice Tacito) a las casas de los ricos. En resumen, toda la evidencia muestra que, pese a una cierta subcultura moral de los pobres, los ricos impusieron con éxi to su propio sistema de valores sobre el sector socialmente més am- bicioso de la plebe, lo que fragment la solidaridad entre los po: bres 348/C. R. Whitaker ‘Aunque Augusto fue también el creador de la primera fuerza de policfa en Roma, las cohortes urbanas y (hasta cierto punto) los bomberos, no podrian haber actuado con efectividad sin esta forma de control social. De hecho, como podemos ver en las revueltas del 235 dC, los soldados (en este caso guardias pretorianos) tenian miedo de adentrarse en las callejas, donde eran vulnerables. En el Bajo Imperio las cohortes urbanas parecen haber desaparecido por completo, dejando la lucha contra el fuego en manos de los collegia, ylla ley y cl orden en las del magistrado con sus apparitores. Pese a {ue conocemos algunas revueltas en el siglo w d.C., incluyendo ca- sos en que la casa del prefecto urbano fue incendiada, tienen un aire testimonial y son limitados en su alcance, algo parecido a los charivari de la Repiiblica tardia. Obtenemos en los sucesos del 365 una clave sobre la forma en que operaba esta limitacién de dafios ‘cuando se nos cuenta que el prefecto de la ciudad era odiado por la plebs infima, pero que fue protegido fisicamente por sus «amigos y vecinos (Amiano Marcelino, 27, 3, 8) Este es un buen ejemplo con el que terminar, porque demuestra claramente cémo los pobres respetables dieron su apoyo a un orden social del que se beneficia- bam a través de actos de patrocinio estatales y privados. Los «misera: bles de la tierra», los realmente pobres, no recibian tal ayuda No hemos dicho nada sobre el Cristianismo: deliberadamente, porque durante el periodo principal de la historia romana fue slo tuna fuerza marginal en la ciudad de Roma, aunque la informacion sobre la extensidn de las actividades caritativas de la Iglesia para ‘con las viudas a mediados del siglo m 4.C. provocan sorpresa y ¢s- cepticismo. La Iglesia primitiva contrastaba explicitamente su a dad con el lenguaje normal del evergetismo romano, Era «compa: sion» (eleemosyne) y no ereputacién> (philodoxia) lo que motivaba las limosnas;la Iglesia declar6 que era su objetivo «predicar el evan- gelio a los miserables (ptochoi)» (Lucas, 4, 18) y no a los pobres en general, Viudas, huérfanos, emigrantes y enfermos, a quienes la Iglesia cuidaba, cran precisamente aquellos casi ignorados por el evergetismo romano; no eran los epobres merecedores». Este tipo de caridad ejercié una poderosa atraccién en las ciudades del Bajo Imperio, y ¢s una explicacién del éxito del Cristianismo, a medida que las comunidades civicas se desintegral no Juliano nos ofrece testimonio de la efecti tua proporcionada por las comunidades judias y cristianas cuando escribe al sumo sacerdote de Galatia: «Es una desgracia que ningin judio sea mendigo, y que los impios alimenten a nuestra gente ade- ‘més de a los suyos, mientras que los nuestros claramente carecen de nuestra ayudar (Ep, 49) Bsta emoral de los socialmente vulnerables», como ha sido Ila: El pobre/349 mada, era también un reflejo de la cultura de pobreza de la clase baja discutida en paginas anteriores. El movimiento mondstico san- tificaba simbélicamente a quienes trabajaban con sus manos 0 a quienes mendigaban para vivir. En suma, durante un corto espacio de tiempo el Cristianismo consiguié lo que Gramsci hubiera llama: do una visién del mundo «antihegeménica» que entroncaba las tituciones de la Iglesia y del Estado éon la ideologia popular. Pero ccon qué grado de éxito o efecto final sobre la situaciém de los mi rables es otra historia. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS ‘Teorias y posturas referentes ala pobreza cn la historia europea reciente _y menos reciente son reseriadas en obras como: The Making of the English Working Class, Londres, 1968; P. Townsend, Poverty inthe U. Ka Survey of Household Resources and Standards of Living, Londres, 1979; C. 1. Wax- man, The Stiga of Poverty a Crtigue of Poverty Theories and Policies, Nuc vva York, 1987; S. Woolf, The Poor in Western Europe in the Eighteenth and Nineteenth Century, Londres, 1986. No existen estudios especificos sobre la pobreza en la Roma antigua; sin ‘embargo, para una vision general dela vida social en Roma véase: el ensayo ‘de P, Veyne on Ph. Aries y G. Duby, Histoire da Ja vie privée, val. 1, Pats, 1985 [ed. cast: Historia de la vida privada, vol 1, Madrid, 1989]; R. MacMu- len, Roman Social Relations, Yale, 1974; J. Cacopino, La vita quotidiana a Roma all' apogeo del!’ Imperio, Bari, 1941; L. Friedlander, Darstellung aus der Sitengeschichte Roms, Leipzig, 1922. Estudios sobre temas relacionados con la pobreza son: A. R. Hands, Chas ‘ities and Social Aid in Greece and Rome, Londres, 1968; A. Scobie, «Slums, Sanitation and Mortality in the Roman Worlds, en Xlio, 68, 1986, pp. 399: 443; K, Hopkins, Death and Renewal, Cambridge, 1983; P. Garnsey, Famine and Food Supply inthe Greco-Roman World, Cambridge, 1988; B. W. Frier, Landlords and Tenants in Imperial Rome, Princeton, 1980; F. Kolb, «Zur Statussymbolik in autiken Roms, en Chiron, 7, 1977, pp. 239-60. Las aspectos politicos de Ia pobreza y del control de los pobres son estu diados por P. Brunt, «The Roman Mobs, en M. 1. Finley, Studies in Ancient Society, Londres, 1974, pp. 74-102 fed. cast: Estudios sobre historia antigua, ‘Madrid, 1981); C. R. Whittaker, «The Revolt of Papyrius Dionysius», en His- toria, 13, 1964, pp. 348-69; M. Mazza, «Sul proletariato urbano in epoca im- perialer, en Siculorum Gymnasium, 27, 1974, pp. 237-78; W. Nippel, «Die plebs urbana und die Rolle der Gewal in der spiten rmischen Republike, fen H. Mommsen-W. Schulze, Von lend der Handarbeit, 1981, pp. 70-92. Capitulo undécimo EL BANDIDO Brent D. Shaw Dos ladrones intentan spartar al avaro Carino del area donde guarda su tesoro, barbara, y la afirmacion de la propia independencia personal. Este tipo de bandido, inerus taco en la sociedad romana, el bandolero «aislado», es el modelo de proscrito con cl que se identifica la mayoria de los bandidos en la mentalidad popular moderna. El jefe solitario y su pequeno grupo de seguidores componen nuestra imagen mental de lo que es un bandido: um Robin Hood, un Louis Mandrin, un Jesse James, un Sal- vatore Giuliano. Podemos comparar este retrato del individuo solitario en busca de un empleo violento con la narracién que nos proporciona Plu tarco sobre los mucho mas graves problemas que afligian al Impe rio romano en los afios 80-50 a.C.: «El poder de los piratas procedia inicialmente de Cilicia y, al principio, era casual y errético. Pero su poder se convirtié en deliberado y audaz en época de la guerra de Mitridates (88-85 a.C.) porque resultaba itil a los designios del rey. 353 354/Brent D. Shaw En esa época, cuando los romanos se debatian entre guerras civiles a las puertas mismas de Roma, no habia guardianes en el mar. Por Jo tanto, los piratas se vieron tentados ¢ incitados poco a poco, hasta que ya no se conformaron con atacar barcos, sino que saquearon is- Jas completas y ciudades costeras. Pronto hombres ricos e influyen- tes, personas de familias distinguidas, e incluso aquellos considera- dos valiosos por su inteligencia, comenzaron a participar en este ‘bandidaje, sintiendo que tal ocupacién conllevaba cierto honor y reputacién, En muchos lugares se erigieron puertos fortificados y cstaciones de sefiales para sus barcos. Estos fondeaban en dichos atracaderos, que estaban repletos no sélo de marinos entrenados y pilotos expertos, sino también de embarcaciones rapidas y ligeras, bien preparadas para este tipo de trabajo... La forma en que secues traban a personajes con puestos imnportantes y el modo en que exi- tian rescates de ciudades enteras era una vergtienza para la hege- monfa romana... Este poder piritico extendié sus operaciones por todo el Mediterrinco, impidiendo la navegacion y destruyendo el comercio y el trafico>. (Plutarco, Vit. Pomp., 24, 1-3, 4 25, 1), En este caso el bandidaje se ha habia convertido en algo muy diferente. Se habia desarrollado hasta convertirse en una seria amenaza para el Estado, en una forma de violencia permanente y colectiva provo- cada por una combinacion inusual de poderes estatales en el Medi terréneo que permitieron y alentaron su existencia. Finalmente, podemos contrastar esta pirateria maritima con la siguiente noticia sobre los bandidos de Esauria en el Bajo Imperio, que nos proporciona el historiador Amiano Marcelino: «Normal- mente los isaurios estn adormecidos, pero a veces llevan el caos con sus inesperados ataques. Sin embargo, en esta ocasién sus fe- chorias fueron creciendo en audacia, hasta que finalmente se lanza- ron a una guerra abierta, Durante mucho tiempo su espiritu rebelde habia provocado episodios violentos aislados, pero ahora los isau- ios declararon que su honor habia sido insultado porque algunos de sus hermanos capturados habian sido arrojados a las fieras para entretenimiento piblico en el anfiteatro de Iconio —una ofensa ‘contraria al trato que se acostumbraba en el pasado. Por tanto, to- dos se lanzaron como un tornado desde sus impenetrables y escar- ppadas laderas montafiosas hacia las localidades costeras. Se escon- dieron en pasos sombrios y sin caminos cuando Hegaban las oscu- ras noches, porque la luna todavia estaba creciente y, por tanto, no iluminaba todavia con todo su brillo... Mas tarde, abandonando la costa, retrocedieron a la parte de Lycaonia adyacente a Isauria. ‘Aqui bloquearon las vias con fortines y vivieron a costa de los habi- tantes locales y de los viajeros... Nuestras tropas hicieron todo lo que pudieron para rechazar a los saqueadores, que golpeaban tan El bandido/355 pronto aqui como alla, en grupos concentrados o en bandas aisla- das; pero fueron desbordados por la superioridad numérica y el po- der de los bandoleros, que habian nacido y crecido en las remotas y tortuosas sendas de las montafas isdurieas. Los bandidos se movian con agilidad por las montafias, como si caminaran sobre Hanuras suaves y horizontals, amenazando con jabalinas y flechas a cual- ‘quier enemigo que se interpusiera en su camino, y aterrorizandolo con sus salvajes gritos» (Amiano Marcelino, 14, 2, 1-2, 4). ‘Cuando Amiano contintia narrando los estallidos de bandidaje a gran escala en Isauria en las décadas de los 350 y 360 4.C., queda claro que esta describiendo un fenémeno histérico muy prolonga- do, una especie de autonomia regional que denomina bandoleris- ‘mo 0 latrocinium. En este caso la autonomia regional se caracteri zaba por un bandidaje a gran escala en las zonas montafiosas de Isaurla y Cilicia (sureste de Anatolia), Esta fuente de violencia ende- mica fue una plaga para los imperios Romano y Bizantino durante toda st existencia. Amiano nos proporciona, por tanto, un buen ejemplo de un tipo de bandidaje que esté al otro extremo de los ban: didos solitarios e individuales de la imagineria popular: la existen cia de regiones y pueblos completos que fueron considerados «ban. doleros» desde el punto de vista del Estado romano. Los sefiores montafieses y los dinastas de Tsauria fueron ciertamente bandides, pero a una escala que empequefiecia al bandido «inserto» como Hemo el Tracio, que es nuestro estereotipo de salteador. Sin embar- g0, dada la serie de posibilidades abiertas por los tres ejemplos de bandidaje tomados de Apuleyo, Plutarco y Amiano, surge un proble- ma de definicién; en resumen, ¢qué o quién es un bandido? En primer lugar, el bandolerismo es una forma de poder perso- nal. En raras ocasiones los bandoleros transforman su liderato en formas mas institucionalizadas de poder, como el Estado; pero en tanto que permanecen siendo bandidos, representan una afirms- cién de la persona, un tipo de «protesta individual» segtin lo ha ex- presado un historiador moderno, Este poder individual basado en el carisma personal, en la apariencia, en la fuerza bruta y en los la- zos de caracter personal (familia, amistad o clientela), esta proba bblemente enire las primeras formas de poder conocidas por los hu- ‘manos; como tal, es lgica e hist6ricamente anterior al Estado. Si examinaramos sociedades preestatales, como, porejemplo, las refle- jadas en la épica homérica, encontrariamos que el poder «le bandi- do» seria normal y aceptado por todos los miembros de esa socie- dad como la tinica manera de llevar a cabo las relaciones. En reali- dad, no habria forma de que este tipo de poder pudiera ser definido por otras formas competidoras de poder como algo edistinto» de lo ue era. Para que el bandidaje fuera considerado sinaceptable» te- 356/Brent D. Shaw nia que ser previamente superado por formas de poder instituciona- lizado, tales como la estatal, que se le oponian y que trataban de su: bordinarto, domesticarlo y Finalmente eliminarlo. En la nueva si- tuacién creada por el Estado, las formas competidoras de poder personal fueron desaprobadas e incluso acusadas de poder provo: car una regresiOn a la anarquia precstatal. Por tanto, y desde esta perspectiva, se percibia que el bandolerismo estaba en el extremo final de toda una gama de formas posibles de poder separadas tanto por escala como por moralidad. Como lo expresé S. Agustin: «Eli mina la justicia, y qué son entonces los Estados sino bandas de sal- teadores a gran escala?, zy qué son las bandas de salteadores sino reinos en miniatura?» (Agustin, Civ, Dei., 4, 4). Pero dicho ereino», el Estado, debe aparecer antes de que pueda reconocerse un tipo aberrante de poder llamado bandidaje y un papel social proscrito, el del bandido. Observada desde otra perspectiva, sin embargo, lafigu ra del bandolero puede proporcionar al historiador moderno un buen criterio para estimar el papel relativo del Estado en el conjun- to de la sociedad. Asf pues, al estudiar los bandidos en el mundo ro- mano, no s6lo entenderemos més sobre esas ereservas arcaicas» de formas de poder personal en el mundo romano, sino también sobre la naturaleza del propio Estado romano. En terminologia latina formal, Ins handoleros eran normalmen. te denominados lairones (singular, lairo), y el bandidaie, latroci- rion, En esa mitad del mundo romano en la que las élites politicas y sociales usaban el griego como una koiné, se usaban, para desig: nar bandidos y bandidaje, los términos griegos comparables lesiai (singular, festes) y lesteia. Como acabamos de demostrar, el punto de referencia més primitivo para dicho términos era un modo de poder preestatal, la anarquia existente antes del nacimiento del Es- tado. Esto se simboliza en historias miticas referidas a la fundacién de las grandes comunidades politicas de Atenas y Roma. En el pri- mer caso, Teseo, el legendario fundador del Atica, derrot a los les- tai antes de supervisar la gran unificacién (sinecismo) mitica del Atica que fue la fundacién del Estado ateniense (Plutarco, Teseo, 4, 4; 10, 2). En el caso de Roma, fueron Rémulo y Remo quienes aban: donaron su papel de bandidos-pastores en el proceso de fundacién de la nueva ciudad (Livio, 1, 4, 9; 1, 5,3; Eutropio, 1, 1-3). Por tanto, cl problema para los pensadores romanos era entender mediante ‘qué proceso, o cualidades, podrian distinguirse las sociedades pri- mitivas de las civilizadas. Cuando Cicerén sefialé la justicia como el valor moral nuclear que permitia funcionar a las sociedades huma- nas, acept6 que incluso las partidas de bandoleros obedecian sus «leyes generales». E incluso asi traz6 una clara distineién cuantitati- va entre bandidaje y Estado: «Puesto que el poder de la justicia es El bandide/357 tan grande que fortalece y aumenta incluso el poder de los bandi- dos, Zcuuin grande puedes imaginar que sea en un Estado, con sus leyes y tribunales?» (Cicer6n, De Oficis, 2, 11, 40). Pero no era sim- plemente una «mayor justicia» lo que distinguia al Estado del band do; a su modo de ver, la distancia entre ambos era absoluta desde un unto de vista cualitativo, como cuando retéricamente preguntaba ‘asu cnemigo —personal y politico— Clodio: «Porque, qué es el Es: tado?, ccualquier conjunto de salvajes incivilizados?, cualquier grupo de proscritos y forajidos reunidos en algiin lugar? Desde lue- go que no, contestaras con seguridad» (Cicer6n, De Paradoxa Stoi corum, 27), De nuevo, y aunque la justieia podia forzar un trata- ‘miento justo, habja una distineién absoluta entre este comporta- miento simple y la formacién de un Estado. El caos del poder perso- nal, que dependia s6lo de una ética de «juego limpio» para producir cohesién social, es considerado por Cicerén como caracteristico de la ausencia de un Estado; dicho de otro modo, las normas simple. ‘mente aceptadas por un grupo de hombres «no merecen ser llama- das leyes mas que las reglas que pudiera aceptar una partida de ban- didos en sus reunionese (De Legibus, 2, 5, 13). De hecho, podria ad- ‘mitirse a modo de ejemplo sobre la artificialidad de la cultura y de los valores morales aceptados, que todavia podian hallarse algunos pueblos «barbaross que consideraban el bandidaje como una ocu- pacién honorable. Pero la moral dominante mantenia que quienes se dedicaban al bandolerismo lo hacian en contra de sus propias convicciones morales internas; esto es, que el bandido era alguien ‘que, si pudiera elegir, conseguiria bienes «por medios honorables» antes que mediante robo, Las normas universales de moral del Esta- do mantenian que incluso aquellos cuya profesién vitalicia era el bandolerismo no vivian en un espacio moral disociado del de otros seres humanos que eran subditos estatales. Mas coneretamente, se- nadores moralizantes —como Séneca, por ejemplo— insistian en que el conocimiento moral de lo que era sincorrecto» (y el bandida- je es especificado como uno de esos males) epenetra en las mentes de todos los hombres; incluso quienes no siguen la verdad la ven ese a todo» (Séneca, De Beneficis, 4, 17, 4). Una madre trastorna- dae indignada de la novela de Apuleyo, al reprender a su hijo, man- tiene los mismos supuestos en su exclamacién: «el peor tipo de hombres, los criminales, son asi: por mucho que les remuerda la conciencia, esperan no ser capturados nunca» (Met, 7, 27). Puede percibirse la mezcla de pretension de una moral univer- sal y de legitimidad politica en la definicién de bandido y bandidaje dada por el Estado romano. El Digesto, en su lista de definiciones (De verborum significatione, «latrones»: Dig., 50, 16, 118) declara: , y continua diciendo que también da los piratas informacion sobre las entradas y salidas de barcos (Heliodoro, Aet., 5, 20, 47). Del mis- mo modo, los bandidos de la novela de Apuleyo llegan finalmente a tuna pequefia aldea rural tras haber recorrido una gran distancia por parajes abruptos después de una de sus incursiones, y alli hay algu- nos ancianos «conocidoss y «familiares». Les saludan con besos y abrazos ceremoniosos y reciben informacién vital y alojamiento. A ‘cambio, los bandoleros comparten algo de su botin con los aldea- nos (Apuleyo, Met., 4, 1). Estas observaciones refuerzan las noticias de los cédigos legales romanos sobre los vitales lazos entre los ban- didos y sus familias y otros intermediarios, como «peristas Las historias noveladas de bandidos tienen por otro lado un sig. nificado muy distinto, aparte de los detalles plausibles que nos pro- porcionan sobre su vida diaria. Ofrecen también un comentario co- herente sobre la naturaleza del poder, sobre el contraste entre los ‘opuestos de justicia y la legitimidad en el ejereicio del poder. Ast, un jefe de bandidos, como el Tiamo de Heliodoro, es descrito como «de apariencia regia», ademés de justo, sincero e imparcial en el tra: to con otros miembros de su banda. En cierto modo, por tanto, las narraciones de bandidos ofrecen el modelo de una sociedad justa donde el rey justo es un modelo de honradez, y no mucho mas que un primus inter pares dentro de un poder democritico. No es sor- prendente, por tanto, que modelos reducidos de estas historias apa- rezcan insertos dentro de las narraciones més formales de los histo- riadores. Estos podian utilizar episodios hist6ricos de bandolerismo para lustrar simbélicamente la confrontacién entre las formas legi- timas ilegitimas de poder. Tomemos, por ejemplo, el easo del em- perador usurpador Septimio Severo en el golpe de Estado del 193 LC. Para validar sus aspiraciones al poder se presenta a si mismo como senemigo de-tos bandidos en todo el mundo» (SHA, Vida de Severo, 18, 6). Cuando todavia no era emperador, sino gobernador ‘388/Brent D. Shave de Siria, ocurrié sin embargo un suceso que presagiaba su ascen- sin posterior al poder imperial: «Un bandido llamado Claudio que estaba saqueando Judea y Siria, y que era perseguido con vigor por el gobernador, se presents un dia ante Severo disfrazado de tribuno military acompafiado por una escolta de caballeria. Saludé y bes6 a ‘Severo, y el truco no fue descubierto entonces ni se capturé a Clau- dio més adelante» (Dion Casio, 75, 2, 4). Escenas como ésta podian ser empleadas por los historiadores no sélo para indicar la naturale- za dudosa de los contactos, sino también para seialar su normaliza- ‘cidn. Asi, el mismo Dion Casio nos cuenta que, durante el reinado de Augusto, habia un bandido llamado Caracotta que actuaba en Hispania y con el que Augusto estaba tan furioso que al principio ofrecié un millén de sestercios al hombre que le capturara vivo. Pero mas adelante, cuando el bandido acudié a Augusto por su pro- pia cuenta, el emperador no s6lo no le hizo dao, sino que en reali- dad le hizo més rico por la cantidad de la recompensa» (Dion Casio, 56, 43, 3). Todo esto significa que, mejor que mantener una situa- cién de constante hostilidad, Ia relacion simplemente se invertia por el expediente de conceder al antiguo bandido un estatus como ‘el de un senador, por un emperador que dio al bandolero la cual ‘cacién minima requerida en el censo para entrar en el rango social superior. ‘Un material mas sorprendente en este sentido nos lo ofrecen las historias de bandidos imbricadas en las historias de Herodiano y de Dion Casio que narran, respectivamente, las vidas de Julio Materno yde Bulla Felix. Julio Materno comenz6 como un soldado de carre- ra que sirvid en el ejército de las Galias durante la segunda mitad del siglo 1 4.C. y desert6 en algun momento a principios de la déca- da de los 180. Los éxitos de sus primeras incursiones atrajeron a muchos hombres que se enrolaron en su banda (Herodiano, 1, 10 §$s.). Materno pudo entonces reclutar atin més hombres prometién- doles «una parte» equitativa del botin. Sus raids alcanzaron todos Jos rincones de las provincias galas; en una accién tipica abria las prisiones locales, liberando a los convictos —«sin tener en cuenta sus culpas», censura Herodiano. La dlocura» comenz6 afectando la Galia, para extenderse luego a Hispania. La narracién se preocupa no tanto del simple relato de las actividades de Materno como de la reaccién del emperador Commodo, Herodiano nos informa de que, al ser informado de los éxitos de Materno, cstall6 en furia incontro- lable y envié cartas amenazadoras a los gobernadores provinciales exigiéndoles accién. Los tres gobernadores en cuestién eran nada ‘menos que los hombres que en el futuro, y tras el asesinato de Com- modo, lucharian entre si por el trono imperial: Pescenio Niger, Clo- dio Albino y Septimio Severo, Que el punto esencial de una digre- 1 bandido/389 sin en este lugar sobre los bandidos es precisamente contrastar los ‘modos de poder legitimo ilegitimo queda claro porque es justo en este punto de la narraccién cuando el historiador hace que Julio Materno y sus hombres abandonen de repente su base en la Galia y ataquen el corazén del Imperio, para entrar en la mismfsima ciudad de Roma, Maferno, nos cuenta Herodiano, planeaba subir él mismo al trono del Imperio. En el sltimo momento, sin embargo, yen un Ieitmotiftipico de las historias de bandidos, Materno fue traicionado por sus propios hombres porque, como nos dice Herodiano, «prefi rieron un emperador legitimo a un tirano ladrone. Materno y todos sus seguidores fueron capturados y ejecutados; el verdadero empe- rador estaba por el momento a salvo, pero la precaria naturaleza de su gobierno habia quedado al descubierto, y se hace la sugerenci no demasiado encubierta, de que el emperador no era mucho me- jor que un tirano ladrén, Noes un accidente historiogréfico que Dion Casio, en su historia de Septimio Severo, sucesor de Commodo, utilice para un fin simi- Jar una narracién de bandidos. S. Severo se las arregl6 para ocupar el trono en 193 dC. tras una guerra civil prolongada y amarga que armuiné al Estado romano. Su toma del poder era ala ver discutible ynecesitada de validacién. El bandido al que Septimio Severo debe enfrentarse fue Bulla Felix («el afortunado»), de quien se nos dice {que Ilegé a mandar una partida de més de 600 hombres, saqueando Talia durante mas de dos afios bajo las mismas narices del empera- dor, que por entonces estaba en la primera década de gobierno (c. 205 d,C.). Aunque hostigado por numerosas tropas enviadas por el rmuevo emperador, Bulla «nunca fue visto cuando se dijo que se le habia visto; nunca fue hallado cuando se dijo que se le habia halla- do; nunca fue capturado cuando se dijo que habia sido capturado» (Dion Casio, 77, 10ss.). Esta capacidad para cludir la perseeucién se atribuye a la gran destreza del bandido, a su superior inteligencia {que le permitia, como en la clasica imagen del embaucador, enga- jar a una fuerza superior. La historia se caracteriza por pequefias jietas sobre la habilidad de Bulla para engafiar y superar en el movi- ‘miento a la torpe y pesada maquina del Estado, por ejemplo, por su habil uso del disfraz al fingirse un oficial del ejército que requisa para trabajar a algunos de sus propios bandidos que habfan sido ‘capturados y encarcelados, una limpia estratagema que le permitié rescatarlos, Por el mismo sistema de engaito capturé al oficial en- ‘viado por el emperador para apresarle, procediendo a desarrollar tuna farsa de juicio, una pieza fascinante de inversién teatral en la {que Bulla viste las togas oficiales de un magistrado romano y se sienta en un tribunal para juzgar al centurién que aparece, con la cabeza rapada al modo de un criminal comin, para afrontar su sen 390/Brent D. Shaw tencia. <¥ cuall fue ésta?: «Lleva este mensaje a tus sefiores», dice Bulla, «diles que alimenten a sus esclavos de modo que no tengan que recurrir al bandolerismos. Septimio Severo finalmente se las arreglé para capturar a Bulla mediante el expediente de hallar a un hombre capaz de usar el viejo sistema de buscar a una mujer que traicione al bandido. Bulla fue finalmente capturado no en un com- bate limpio, sino subrepticiamente mientras dormia en su cueva- refugio. La muerte de Bulla y su banda cierra logicamente la historia del bandido. Su utilidad para el historiador moderno es que nos pro- porciona un medio de cuestionarnos la distribucién de poder en el Imperio, y el papel del emperador en esa jerarquia como adminis- trador de justicia. Bulla fue arrojado a las fieras en el anfiteatro, para sufrir alli uno de los eastigos supremos reservados por el Esta- do para los peores forajidos. Su banda de 600 hombres se dispers6 y desintegr6 en seguida, dependiente como de su autoridad personal para mantenerse unida. La historia tiene, sin embargo, una escena final de gran importancia para nuestra comprensién del papel del bandidaje. En ella Bulla el bandolero es llevado a presencia del bra- zo derecho de emperador, el prefecto del pretorio Papiniano. Se nos dice que en dicho encuentro se produjo el siguiente didlogo: Pa: piniano se vuelve hacia Bulla y le pregunta: «Por qué te conve en un bandido?», alo que Bulla replica mirandole: «¢Por qué te con- vertiste en prefecto del pretorio?» La respuesta obvia que se agazapaba bajo la superficie de estas preguntas retoricas era que el mismo poder basico habia em: pujado a ambos hombres. En el juego de «Sumacero» (Zerosum) so- bre el que se edificaba el orden social romano, las ganancias del vencedor eran las pérdidas del vencido. En esta situacién muy pola- rizada, la figura del bandolero era itil a las clases sociales oponen tes, Para la élite, el bandido podia ser explotado como una figura a oponer a la del emperador. El bandido podia ser utilizado como simbolo de un extremo de poder ilegitimo. Se imponia entonees tuna carga ideol6gica al emperador que debia demostrar que era un buen gobernante (bonus imperator) y no un dictador violento y arbi trario (tyrannus). El bandolero era el reflejo opuesto del empera- dor, Ia imagen de lo que no debia ser. Por ello, en las historias de bandidos utilizadas por los historiadores, el bandolero —ya fuera un Claudio, un Caracotta, un Bulla Felix o un Julio Materno— po- dia ser colocado en confrontacién directa con el emperador. Cuan: do el bandido se las arrcglaba para cludir con éxito al emperador, lo hacia mediante Ia inteligencia y la astucia, siendo més listo que el emperador y sus agentes, y demostrando con ello la debilidad del poder «ilegitimo». El bandolero encarnaba una fuerza I bandido/391 potencia sexual y una simple honestidad en la justicia que, aunque silegitima», era un esténdar contra el que debian compararse estas facetas del poder personal (que se suponia que el emperador ejem- plificaba especialmente). En las narraciones orales populares, que presumimos relacionadas con las historias escritas de los historia- dores y novelistas de clase alta, podia utilizarse la figura del bandido para contar una historia diferente sobre la distribucion de poder en cl Imperio. Asi, la confrontacién entre Bulla Felix y Papiniano po- dia serleida de dos formas diferentes y opuestas. La nueva ideologia de masas del Cristianismo podia también apropiarse de las historias de bandidos y explotarlas dentro de su propio marco de referen: Comenzé a hacerlo en sus propias historias fundacionales, con su anti-rey 0 Mesias, clavado a la cruz por el poder romano, y enmarca- do a izquierda y derecha por dos bandidos crucificados, uno arre- pentido y el otro contumazmente beligerante (Lucas, 29, 33-43 y pa- ralelos). La produccién literaria de «vidas» de santos se esforz6 en perpetuar la misma dicotomia, como muestran ampliamente las historias de San Conon, Santa Tecla y San Martin. Este inexorable desequilibrio de poder, yel grave conflicto entre sus manifestaciones «personales» e «institucionales», estaban inser- tos en la estructura misma del Imperio romano. En periodos de cri- sis, marcados por condiciones caéticas del poder ejercido por el Es- tado central (a menudo durante la generacién siguiente a su pene- tracién en la sociedad local), hombres marginales como el hispano Viriato durante los 140-130 a.C. fueron capaces de escalar los pelds- ios del poder local hasta convertirse en amenazas menores para cl poder romano, momento en que fueron clasificados como bandi dos y brutalmente reprimidos. Pero el Estado romano era partieu- larmente débil y proclive a periodos de repentinas escisiones (por ejemplo, «guerras civiles») en los que el procedimiento de «etique- tar» y la represion ya no funcionaban. El eslabén del aparato repre- sivo del Estado que en teoria debia ser més fuerte, sus fuerzas arma- das, a menudo resulté irénicamente ser el mas débil. Los «Consejos ‘de Mecenas al emperador Augusto (en realidad un texto compues- to a principios del siglo m por el historiador Dion Casio, 57, 27, 4) nos dan una vivida descripcién del tipo de hombres que pensaba de- berian ser reclutados por el ejéreito —los de mayor fuerza fisica y necesitados de un medio para ganarse la vida— que eran, en otras palabras, los candidatos ideales para convertirse en bandidos. El mismo historiador deja tambien clara la estrecha linea que separa- baa los dos tipos de hombres. Cuando Septimio Severo decidié for- ‘mar su Guardia Pretoriana con legionarios provinciales en lugar de con itilicos, Dion sefala que ese vio claramente que con dicha ac- cién arruiné a la juventud italiana, que ahora se volvié hacia el ban- 392/Brent D. Shaw didajey el combate de gladiadores en lugar de servir en el eiército» Los nuevos pretorianos que aparecieron ahora en la ciudad no pare- ian, sin embargo, muy diferentes de bandoleros: «el [S. S.]Ilené la ciudad con una muchedumbre abigarrada de hombres armados, de apariencia salvaje, aterradores en su habla y rudos en su lenguaje» (Dion Casio, 75, 5-6). Pero gran parte del reclutamiento del ejército roiano en este periodo, especialmente en sus unidades auxiliares, parece haber sido determinado por una politica deliberada en este sentido: incorporar reclutas rudos y violentos como los Mauri de las montafas del Atlas y los Itureos del Libano, que en otro caso forma: rian nicleos de bandolerismo dentro del Imperio. En ocasiones se decia que los emperadores, como Marco Aurelio, habian reclutado irectamente bandidos para el ejército (en este caso los de Dardania y Dalmacia) (SHA, Vida de Marco, 21, 2, 7) En periodos de fragmentacién grave del poder central y dela au. toridad del Estado habia poco que pudiera evitar que individuos lo- calmente poderosos, alos que el Estado en alguna ocasién habia ca- lificado como bandidos, ascendiesen por las grietas de la estructura del Estado. El patrén queda ejemplificado al principio de la llamada «crisis del siglo mi», a fines de la década del 230 4.C., por la carrera de Maximino el Tracio. «En su juventud fue un pastor, un joven de aspecto noble e impresionante. Mas adelante se unié a incursiones de bandidos y protegi¢ a los habitantes locales de ataques armados. Luego se unio al ejército y sirvi6 en caballeria, Llamaba la atencién por su fortaleza fisica, sobrepasaba a todos los soldados en bravura, cra clegante en su virilidad, rudo, arrogante, despreciativo, pero, con todo, un hombre justo» (SHA, Vida de Maximino, 2, 1). Un hom bre que en otros tiempos hubiera sido reprimido por el Estado 0 ab- sorbido de por vida dentro de los limites de sus fuerzas armada, Ile- g6 ahoraa emperador de Roma. Este no es desde luego el modo en gue se creaban los antiguos, constitucionales y longevos emperado- res romanos. Pero, por muy breve y efimero que fuera el modelo de «bandolero venido a mas» del tipo de Maximino, era tan tipico de la estructura politica del Imperio romano como pudiera serlo un Au- gusto o un Constantino. Ejemplos de bandoleros politicos que fue- ron capaces de legitimar su poder se dan una y otra vez, especial- mente en el periodo de colapso del Imperio en el siglo v avanzado, cuando bandoleros isaurios como Zenén fueron capaces de llegar a generales, cénsules ¢ incluso emperadores de Roma, En cuanto a aquellos bandicos que nunca «ascendieron>, y que representan la inmensa mayoria de los bandoleros conocidos du- rante el Imperio, no nos han dejado documentacién de sus pensa- mientos y esperanzas, de sus exigencias, de sus perspectivas en las redes de poder que constituian el Imperio de sus tiempos. No puede El bandido/393 dudarse de que la imagen que proyectaron en la mentalidad del co- min de las gentes lleg6 a ser una parte de las creencias populares, de la emitologia popular» si se quiere, tanto como lo fue cualquier deidad o demonio local. San Martin puede haber triunfado al libe- rara los campesinos de la zona de Tours de una efalsa creencia» al adorar como santo a un bandido local. Pero esta vineta atestigua la presencia abrumadora de unas creencias populares, de eopiniones comunes» y de «supersticiones locales», firmemente enraizadas en el comportamiento del campesinado de la regién, ademas de en el de sus lideres religiosos locales, tanto sacerdotes como otros cleri £405, unas creencias que requirieron la intervencién nada menos ‘que de Nuestro Seftor y de su santo agente para ser erradicadas. Por lo que se refiere a las duras realidades de la vida del bandolero, ya Jasactuaciones y esfuerzos reales de los bandiddos que subyacen tras, dicho culto, se hallan, sin embargo, oscurecidas permanentemente por las distorsiones y silencios intencionados de la produccién lite raria de la Antigtiedad. Lo que realmente fueron esos hombres y mujeres seguira siendo un mito para siempre. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS ‘Yo mismo he ofrecido una interpretacién general titulada «Bandits in the Roman Empires, Past & Present, 10S (1984), 3-52, sabre el que este ar- ticulo ofrece alguna claboracién, Sobre las conexiones generales entre ban didaje y piraterfa, ver M. Clavel Lévéque, «Brigandage et pirateric: repré= sentations idéologiques et pratiques impérialistes au dernicr siécle de repu- bliques, DHA, 4 (1978), 1731, y especialmente ¥. Garlan, «Signification his torique dela piraterie grecque», en el mismo nlimero, pp. I-16; sobre el pro: ‘ceso de clasificacion de los enemigos politicos como bandidos, ver R. Mac- Mallen, «The Roman Concept Robber Pretenders, RIDA (ser. 3), 10(1963), 221-25; sobre la conexion entre bandolerismo y rebeliones serves; ver M. Capozza, «ll brigantaggio nelle fonti della prima rivolta servile siciliana Att del Istituto Venmeto di Scienze, Lettere ed Arti, 133 (1974-75), 27-40; para algunos estudios regionales en Oriente, ver R.A. Horsley, «Josephus and the Bandits», Journal for the Study of Judaism, 10 (1979), 37-63, y An- cient Jewish Banditry and the Revolt against Romes, CBO, 43 (1981), 409+ 432; y Ben Isaac, «Bandits in Judaea and Arabia», HSCPh, 88 (1984), 171- 203; sobre la vigilancia y administracion de Talia y el Imperio, ver F. Millar ‘ltaly and the Roman Empire: Augustus to Constantin», Phoenix, 40 (1986), 295-318; mas particularmente sobre la labor de policia en Roma e Italia, ‘contames ahora con un trabajo que abre nuevas vias de investigacién, de W. Nippel, Aufruhr sand «Polizei» in der rémischen Republik, Sttigart, 1988; so: bre los intentos estatales de controlar el bandolerismo, ver las dos comuni- caciones de F. M. de Robertis, «Prosperita e banditismo nella Pugliaenell'I- talia meridionale durante il basso imperos, en M. Paone & I, Galatina (eds.), 394/Brent D. Shaw ‘Studi di storia pugliese is onove di Giuseppe Chiarelli, (1972), 197-232, € “Interdizione dell "Usus Equorum’ e lotta al bandidismo in alcuni cost Zioni del basso Imperox, SDHI, 40 (1974), 67-98; sobre bandoleros y pasto res, ver A. Russi, « pastorie'esposizione degli infanti nella tarda legislazio- ne imperiale e nei documenti epigrafici», Mélanges de I'Ecole francaise de Rome: Anriquité, 8, 2 (1986), 855-872; sobre la identificacion entre bandi- dos y fuerzas demoniacas en la Antigticdad tardia, ver G. J. M. Bartelink, ‘Les démons comme brigands», Vigliae Christianae, 21 (1967), 1224, y A. Giardina, «Banditi e santi: un aspetto del folklore gallico tra tarda antichita ce mediocvon, Athenaeum, 61 (1983), 374-389; sobre los estereotipos litera ros del bandido, ver J. Winkler, «Lollianos and the Desperadoese, Journal of Hellenic Studies, 100 (1980), 155-181; y para estudios relacionados a la ‘yer con Oriente y con el Bajo Imperio, ver JH. W. G. Liebeschuetz, «Secu- rity and Justices, eap. 4,1 de Asioch: City and Imperial Administration in the Later Roman Empire, Oxford (1972), 119-126, y mi trabajo «Bandit High: lands and Lowland Peace: the Mountains of Isauria-Cilicias, Journal of the Economie and Social History of the Orient, en prensa. Capitulo duodécimo «

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