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EL FORMALISMO MORAL DE

INMANUEL KANT

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LA ILUSTRACIÓN: CONTEXTO HISTÓRICO Y SOCIO-
CULTURAL.

La ilustración fue un amplio movimiento de ideas, no sólo de carácter


estrictamente filosófico, sino cultural en un sentido lato, que constituyó un “estado de
espíritu” y vino a impregnar todas las actividades literarias, artísticas, históricas y
religiosas.
Se extiende y desarrolla aproximadamente durante el siglo XVIII, en la época de
las revoluciones liberales-burguesas: desde la inglesa a la Revolución francesa de 1789
y viene a coadyuvar en el proceso contra el “ancien régime”, expresa la ideología crítica
de las clases medias y la concepción liberal y tolerante en todos los órdenes, y va a
significar lo que felizmente se dio en llamar “la crisis de la conciencia europea”.
Superada la crisis económica del siglo XVII se inicia un periodo de desarrollo
gracias a la mayor prosperidad de la agricultura y la industria debido, por un lado, a la
afluencia de metales preciosos y de plantas muy productivas procedentes de América y
de otro a que el campesinado cuenta con dinero excedente. Esto, junto a la mejora en la
higiene que provoca un desarrollo demográfico va a favorecer el desarrollo de la
industria textil y de hierro. Así, la burguesía se convertirá en la principal protagonista
de este siglo elaborando una ideología, la Ilustración, que acabará con la antigua
estructura socio-económica.
Los países en los que la Ilustración tuvo mayor fuerza y relieve fueron:
Inglaterra, donde propiamente se inició y en la que adquirió un carácter
preponderadamente empirista-epistemológico. Aquí se desarrolló de forma pacífica,
bajo el espíritu reformista de la Revolución Gloriosa (1668); Francia, donde la
violencia adquiere el mayor nivel de tensión pero donde adquirió mayor brillantez –
centrándose, debido a la tensión sociopolítica del país, en las cuestiones relativas al
orden moral, al derecho político y al progreso histórico- y desde donde irradió a otros
países; Alemania, a donde pasó desde Francia, y donde se caracterizó, no tanto por
nuevos temas, sino por el análisis de la “razón” en la idea de encontrar en ella y hacer
de ella el sistema de principios que rija fundadamente y desde sí misma el saber de la
naturaleza y la acción moral y política de la vida humana..Durante este periodo se
iniciará la transformación de Prusia (región incluida en el Sacro Imperio Romano) en
una nueva potencia europea.
Suele caracterizarse a la Ilustración por su optimismo en el poder de la razón y
en la posibilidad de reorganizar a fondo la sociedad a base de principios racionales.
Procedente del racionalismo del siglo XVII y del auge alcanzado por la ciencia de la
naturaleza, la época de la Ilustración ve en el conocimiento de la Naturaleza y en su
dominio efectivo la tarea fundamental del hombre.
Frente al mercantilismo, doctrina económica propia del siglo XVII, aparece en
Francia la fisiocracia (el origen de toda la riqueza está en la agricultura) que postula la
existencia de una ley natural que regula el funcionamiento económico. La función del
gobierno es dejar las cosas a su libre albedrío (laissez faire, laissez passer). En Inglaterra
en la segunda mitad del siglo, surge el liberalismo (Adam Smith) dando origen a la
“economía clásica”, o sea a la aparición o fundamentación de la economía como
ciencia. Smith acepta los presupuestos de los fisiócratas franceses pero difiere al
declarar que la riqueza de un país no se fundamenta en la agricultura sino en la industria
y en el comercio.
La Ilustración no niega la Historia como un hecho efectivo, pero la considera
desde un punto de vista crítico y estima el pasado como un conjunto de errores
explicables por el insuficiente poder de la razón.

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El optimismo ilustrado se basa únicamente en el advenimiento de la conciencia
que la humanidad puede tener de sí misma y de sus propios aciertos y torpezas.
Fundada en esta idea capital, la filosofía de la Ilustración persigue en todas
partes la posibilidad de esa intención o deseo: en la esfera social y política por el
“despotismo ilustrado”; en la esfera científica y filosófica, por el conocimiento de la
Naturaleza como medio para llegar a su dominio; en la esfera moral y religiosa, por la
“aclaración” o “ilustración” de los dogmas y de las leyes, único medio para llegar a una
“religión natural” igual en todos los hombres, a un deísmo que no niega a Dios pero que
lo relega a la función de creador o primer motor de la existencia.
Sin embargo, la confianza en el poder de la razón no equivale exactamente al
racionalismo entendido como en el siglo XVII; la Ilustración subraya, justamente, la
importancia de la sensación como modo de conocimiento frente a la especulación
racional, pero el empirismo de la sensación no es sino un acceso distinto hacia una
realidad que se supone, en el fondo, racional.
En el siglo XVIII, en cambio, la razón era algo humano; es una facultad que se
desarrolla con la experiencia: no es un principio, sino una fuerza para transformar lo
real.
La razón ilustrada, más que un principio es un camino que podían recorrer todos
los hombres.
En sentido general, la Ilustración es representada en Francia por los
enciclopedistas, en Inglaterra por los sucesores del sensualismo de Locke, los
antiinnatistas y los deístas; en Alemania por la llamada “filosofía mundana”.
La tendencia utilitaria de la Ilustración resalta particularmente su idea de la
filosofía como medio para llegar al dominio efectivo de la Naturaleza como
propedéutica indispensable para la reorganización de la sociedad.
La tendencia naturalista se refleja en el predominio dado al método de
conocimiento de las ciencias naturales.
La tendencia antropológica se deriva del interés superior despertado por el
hombre y sus problemas frente a las grandes cuestiones de orden cosmológico.
Sus preocupaciones fundamentales son: el deísmo, el optimismo, la idea de
progreso, su confianza en la educación y su insistencia en la igualdad jurídica de todos
los hombres.
La Ilustración, entendida en un sentido más general, como concepción del
mundo más bien que como filosofía o doctrina social o política, puede ser concebida
como una constante histórica, como una forma espiritual que se manifiesta en otros
periodos de la historia.

KANT: VIDA Y OBRAS.

Nació en Könisberg (Prusia oriental) el 22 de abril de 1724. Hijo de un


talabartero y educado en el pietismo tuvo una vida excepcionalmente desprovista de
acontecimientos y de incidentes dramáticos. No salió en toda su vida de la Prusia
oriental aunque le gustaba hablar con gente que viajaba y asombraba por el
conocimiento que tenía de otros lugares, conocimiento adquirido evidentemente en los
libros.
Lo único que hizo en su vida fue ser un excelente profesor de la universidad de
una ciudad provinciana. Sus conciudadanos lo conocían por la metódica regularidad de
su vida y por su puntualidad.
Fue discípulo de Kuntzen, discípulo a su vez del racionalista Wolff, quien
despertó en él interés por la ciencia natural y puso su biblioteca a su disposición.

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Empieza sus estudios universitarios en 1740. Al finalizar sus estudios tuvo que
aceptar una plaza de preceptor de una familia por motivos económicos hasta que en
1755 consiguió el grado de Privadozent, trabajo que compaginó durante los últimos
cuatro años, con una plaza de bibliotecario lo que le permitió mejorar su economía.
Durante estos quince años enseñaba materias muy diversas: lógica, metafísica, filosofía
moral, física, matemática, geografía, antropología, pedagogía y mineralogía. En 1770
consiguió la plaza de profesor “ordinario” de lógica y metafísica en Könisberg.
En sus cursos filosóficos aspiraba a estimular a sus oyentes a que pensaran por
su cuenta (“no se puede enseñar filosofía, se enseña a filosofar”) o, como él decía, a que
se sostuvieran sobre sus pies (que alcanzaran “la mayoría de edad”, su “atrévete a
pensar”).
Aunque racionalista en un primer momento, la influencia de los escritos de
Rousseau le estimuló un vivo interés por la educación y le ayudó a desarrollar sus
opiniones políticas en un sentido radical.
En política era republicano. Fue un gran admirador de la Revolución americana
y de la Revolución francesa, al menos en sus aspectos teóricos. Antimilitarista, sus ideas
políticas estaban íntimamente relacionadas con su concepción del valor de la libre
personalidad moral.
El conocimiento de la obra de Hume determinaría la línea a seguir en su propia
filosofía (“Hume me despertó del sueño dogmático de la razón.
Sólo una vez entró Kant en conflicto con la autoridad política a propósito de su
obra “Religión dentro de los límites de la mera razón” publicado en 1793. En 1794,
Guillermo II, sucesor en el trono de Prusia de Federico el Grande, expresó su disgusto
por la obra y acusó a Kant de deformar y desprestigiar varios principios fundamentales
de las Escrituras y del cristianismo. El rey amenazó a Kant con diversas penas si se
atrevía a repetir la ofensa. Kant se negó a retractarse de sus opiniones pero prometió
abstenerse de todo pronunciamiento público, en sus cursos o por escrito, acerca de la
religión natural o de la revelada. A la muerte del rey Kant consideró que quedaba
liberado de su promesa y en 1798 publicó “Conflicto de las facultades”, en la cual
discutía la relación entre la teología en el sentido de creencia bíblica y la filosofía o
razón crítica.
La evolución de su pensamiento permite dividir su filosofía en dos periodos. El
periodo precrítico (en el que se muestra su interés por la ciencia natural y la influencia
racionalista), y el periodo crítico. La línea divisoria la marca la fecha de publicación de
la Crítica de la Razón Pura, 1781. En 1783 publica los Prolegómenos a toda metafísica
futura, en 1785, la Fundamentación de la metafísica de las costumbre, en 1786 los
Primeros principios metafísicos de la ciencia natural, en 1787 la segunda edición de la
Crítica de la Razón Pura, en 1788 la Crítica de la Razón Práctica, en 1790 la Crítica
de la facultad de juzgar, en 1793 la Religión dentro de los límites de la pura razón, en
1795 La paz perpetua y en 1797 la Metafísica de las costumbres.
Murió el 12 de Febrero de 1804.

ANTECEDENTES: LAS MORALES RACIONALES

En general, podemos decir que un código moral es un conjunto de juicios a


través de los cuales se expresa la aprobación o desaprobación de ciertas conductas y
actitudes: así, aprobamos la generosidad y la benevolencia, reprobamos el crimen y la
opresión. La mayoría de los filósofos que se han ocupado de la moral se han preguntado
por el origen y el fundamento de estos juicios morales: ¿en qué se funda nuestra

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aprobación de la benevolencia, por ejemplo, y nuestra desaprobación y rechazo del
crimen y la opresión?
Una respuesta extendida, desde los griegos, a esta pregunta es que la distinción
entre lo bueno y lo malo moralmente, entre las conductas viciosas y virtuosas, es una
distinción basada en el entendimiento, en la razón: la razón puede conocer el orden
natural y a partir de ese entendimiento puede determinar qué conductas y actitudes son
acordes con el mismo; el conocimiento de la concordancia o discordancia de la
conducta humana con el orden natural es, pues, el fundamento de nuestros juicios
morales.
Las morales racionales buscan el fundamento de la moral, no en un hecho de
experiencia, sino en un principio racional. Este principio racional debe reducirse a la
afirmación de una realidad que sobrepasa al hombre y se impone a su espíritu; se trata,
pues, necesariamente de algo que sea, de una manera u otra, exterior al hombre.
Los racionalistas británicos aparecen, en ocasiones, como una más pobre
contrapartida de sus correligionarios continentales, típica y tópicamente contrapuestos a
los empiristas de las islas. Tras una honesta voluntad filosófica secularizadora, son
herederos de la tradición cristiana medieval, platónica o aristotélica. Defensores de un
concepto elevado de virtud de contornos platónicos, no encontraron a veces más
móviles en qué apoyarla que el poder sancionador divino. En cierto modo vinieron a
testimoniar la decadencia de un pensamiento que tenía bastantes puntos de desajustes
con la nueva concepción del sujeto moral moderno.

EL EMOTIVISMO ÉTICO: DAVID HUME

Las obras fundamentales de Hume a efectos de su consideración de la Ética son


“El tratado de la naturaleza humana” (1740) y “La investigación sobre los principios
de la moral” (1751)
El primer impacto realmente significativo lo tuvo la obra de Hume entre los
philosophes, quienes vieron en él al historiador que trasmitía la trayectoria de un país
que había realizado una revolución, y que desmitificaba las ideologías más
reaccionarias.
Acaso también, gracias a Kant, llegó a gozar de prestigio en el continente entre
los más acérrimos adversarios de todo empirismo.
La filosofía de Hume constituye un vasto plan para dar un nuevo enfoque en
todo el ámbito de las ciencias no naturales que requerían una puesta al día similar a la
que Newton había efectuado con las naturales.
En los aspectos que aquí más nos atañen hay que insistir en el esfuerzo que hace
por dar una base naturalista a la ética en conformidad con un trazado previo de la
naturaleza humana en sus vertientes epistemológica y psicológica. Éstos, por otra parte,
son los límites que Hume se ha impuesto, renunciando a profundizar en las bases
biológicas y antropológicas, en que aquellas se sustentan, por considerar que pertenecen
mayormente al ámbito de las ciencias naturales. Pero la conciencia de la unidad última
de la naturaleza está siempre presente, como muestran sus últimas referencias escépticas
respecto de las concepciones dualistas, y como confirma también su determinismo
moderado.
El primer tema a destacar de su ética es, inevitablemente el fundamento de la
moral. Otro tema fundamental es el de las virtudes naturales y artificiales, con especial
atención al problema de la justicia y la propiedad, y a ciertas consecuencias derivadas.

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Los fundamentos de la moral

Sus dos tesis fundamentales son:


I. Las distinciones morales no se derivan de la razón.
II. Las distinciones morales se derivan de un sentimiento moral.

I. Hume considera que la razón, el conocimiento intelectual, no es ni puede


ser el fundamento de nuestros juicios morales. Su principal argumento al respecto puede
ser expuesto del siguiente modo: la razón, el conocimiento intelectual, no puede
determinar nuestro comportamiento ni tampoco puede impedirlo; ahora bien, los juicios
morales determinan e impiden nuestro comportamiento; luego, los juicios morales no
provienen de nuestra razón. La premisa menor (los juicios morales determinan e
impiden nuestro comportamiento) es evidente: la aprobación moral de ciertas conductas
nos inclina a realizarlas, la reprobación moral de ciertas conductas nos impide
realizarlas. En cuanto a la premisa mayor (el conocimiento intelectual no puede
determinar nuestro comportamiento ni evitarlo), se sigue de la teoría humeana del
conocimiento.
En efecto, el conocimiento es o bien de relaciones entre ideas o bien de hechos.
El conocimiento de las relaciones entre ideas, las matemáticas, por ejemplo, es útil para
la vida, pero por sí misma no impulsa a su aplicación: las matemáticas se aplican a las
técnicas cuando se persigue un fin o un objetivo que no procede de las matemáticas
mismas; en cuanto al conocimiento fáctico, se limita a mostrarnos hechos y los hechos
no son juicios morales: “toma una acción cualquiera –escribe Hume- considerada como
viciosa, un asesinato voluntario, por ejemplo. Examínalo desde todos los puntos de vista
y mira a ver si puedes encontrar un hecho, una existencia real que corresponda a lo que
llamamos vicio. En cualquier modo que lo tomes encontrarás solamente ciertas
pasiones, motivos, voliciones y pensamientos: no hay ningún hecho más en este caso.
Mientras dirijas la at4ención al objeto, el vicio no aparecerá por ninguna parte. No lo
encontrarás nunca hasta que dirijas tu reflexión hacia tu propio corazón y encuentres un
sentimiento de reprobación, que brota en ti mismo, respecto a tal acción. He aquí un
hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón. Está en ti mismo, no
en el objeto.
El fundamento de los juicios morales no se halla en la razón (ni en el
conocimiento de las relaciones entre ideas, ni en el conocimiento de los hechos), sino
que se halla en el sentimiento. Si la razón es incapaz de determinar la conducta, los
sentimientos son las fuerzas que realmente nos determinan a obrar. El sentimiento
moral, por su parte es un sentimiento de aprobación o desaprobación que
experimentamos respecto de ciertas acciones y maneras de ser de los seres humanos. Es
natural y desinteresado. El principio moral que él asume es la utilidad (Hume será el
padre de las éticas utilitaristas, en las que el bien se identifica con lo útil (Stuat Mill)),
porque en ella coinciden todos los valores que hacen estimable a un individuo. Por
tanto, no suscribe el egoísmo de Hobbes e intenta superar el individualismo,
característico de su corriente (EL Empirismo) y de su epistemología cuando reconoce la
necesidad de aprobación comunitaria. Ésta es la consecuencia más rigurosa del principio
empirista, que rechaza todo sistema y se atiene a los hechos. Y los hechos, parecen
decirle a Hume que la razón no determina la vida, que la moral depende de un
sentimiento interno y que tal sentimiento es probablemente universal y ciertamente
relativo a la comunidad o grupo social que constituye el marco de nuestras
observaciones. Es, por tanto, universal y relativo a la cultura a la vez.

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La justicia y la propiedad.

Para Hume, el fundamento moral de las virtudes es natural, pero en algunas de


ellas se inserta un componente artificial o convencional. Las divide en dos grupos:
virtudes naturales y virtudes artificiales. De éstas, la más importante es la justicia que
conlleva el componente de la propiedad.
Hay dos aspectos a considerar: el origen de la justicia mediante un artificio, y la
atribución del carácter moral a sus normas.
El origen artificial de la justicia hay que buscarlo en la educación y en las
convenciones sociales. Pero ello no reduce, en modo alguno, su carácter de necesidad.
La explicación se centra entre el vivir humano aislado y el vivir social. Los hombres son
conscientes de las ventajas que conlleva el vivir en sociedad.
La razón no va a constituir esa justicia artificial en virtud. Va sencillamente a
encaminar el sentimiento moral hacia el enfoque adecuado. Dada la escasez de los
bienes, la disputa sobre la propiedad hará necesario el establecimiento de normas
ratifícales de reparto que proporcionen una armonía social y que haga que los hombres
entiendan y asuman la conveniencia para ellos mismos de la aceptación de esas normas
sociales. La razón puede descubrir que las normas de justicia resultan necesarias para la
vida social, pero si los individuos no estuvieran interesados en absoluto por esa
conveniencia la razón no podría moverlos. La escasez de medios se soluciona con la
sociedad que multiplica las potencialidades humanas, pero lo que mueve a los hombres
a esa unión y al acatamiento de las normas ha de ser necesariamente un sentimiento.
¿Cómo se une el sentimiento moral a la justicia? Para Hume esto se realiza
mediante el sentimiento de la simpatía.
En líneas generales, el mecanismo es el siguiente: conocemos las pasiones de los
demás únicamente por vía de idea, es decir por sus causas y sus efectos. Y al relacionar
dicha idea con nosotros mismos, damos origen a una impresión paralela a la original.
Dando lugar a un sentimiento de benevolencia ya que el individuo se identifica así con
el otro.

EL FORMALISMO MORAL: INMANUEL KANT.

Las obras de Kant que tienen por objeto de estudio la moral son
fundamentalmente tres: 1) La Fundamentación de la metafísica de las costumbres, 2) la
Crítica de la Razón Práctica y 3) La Metafísica de las costumbres.
La Fundamentación de la Metafísica de las costumbres (1785) fue publicada
cuatro años después de la publicación de la Crítica de la Razón Pura y tres años antes de
la Crítica de la Razón Práctica. En esta obra desarrolla el sistema de la moralidad, la
teoría de los deberes y la del derecho. Tiene por objeto descubrir y exponer el principio
fundamental de la moralidad y criticar su posibilidad. Trata, pues del mismo tema que la
Crítica de la Razón Práctica pero lo hace en un sentido más popular, a manera de los
ensayistas ingleses, mientras que en la Crítica lo hace utilizando todas las técnicas
filosóficas siguiendo un plan y unas divisiones similares a las que con anterioridad
utiliza en la Crítica de la Razón Pura, de ahí que sea en la Fundamentación donde su
pensamiento ético llegue a una mayor claridad de expresión.
La preocupación por el tema de la moral no es secundaria en Kant, sino todo lo
contrario. Se ha dicho que todas las preocupaciones teóricas de Kant eran una mera
preparación para su filosofía práctica
En 1788 Kant publica una obra “Crítica de la Razón Práctica”, en la que trata de
la razón en su aspecto práctico, es decir como fundamento de la acción humana. El

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camino y la tarea que va a seguir en ella es similar al llevado a cabo en la Crítica de la
Razón Pura con la diferencia de que en este caso no se trata de ocuparse de los objetos
de la facultad de conocer, sino de analizar cómo se puede determinar la voluntad para el
obrar. Esto entraña, para Kant, la cuestión de si esta determinación ha de ser a partir de
principios exteriores o interiores a la misma voluntad, o lo que es lo mismo, si hay
algún principio a priori de la razón práctica pura para que determine a la voluntad de
obrar.
Kant busca un principio autónomo de la acción humana, de la acción moral con
el fin de encontrar qué principios llevan a la voluntad a obrar según lo universal y no en
virtud de aspectos parciales o subjetivos, que por su propia característica no podrán ser
nunca objeto de ciencia.
El conocimiento de la filosofía de Hume y, a través de éste, el análisis empírico
del comportamiento humano le lleva a ver que la voluntad se rige por principios a los
que se ajusta su comportamiento. Según él, estos principios pueden ser subjetivos
(máximas) u objetivos (leyes prácticas). Son éstas últimas las que Kant busca dado que
serán las válidas para toda voluntad racional.
Esta búsqueda de lo universal le lleva a rechazar las éticas por él llamadas
materiales, es decir aquellas que justifican la acción moral en función de una idea previa
de lo que es el Bien. Los principios de las éticas materiales están basados en la
experiencia, son empíricos, a posteriori, y, por tanto no tienen carácter de universalidad.
Subordinan la acción moral a la consecución de un fin, son máximas subjetivas que
dirigen externamente la conducta individual y por tanto, van en contra de la autonomía
de la voluntad.
Para Kant, la base de la moral tiene que ser a priori, puramente formal, dado que
la forma es algo vacío de contenido y, por tanto, independiente de lo empírico y en esto
es lo que consiste el carácter de universalidad que este autor persigue en la ética.
Entendiendo que Hume tiene razón en la crítica que hace de las éticas racionales
y en su distinción entre el conocer lo bueno, establece que una “obligación” para ser
auténticamente moral sólo puede depender de la “autonomía de la voluntad”.
Por tanto, sólo si encontramos aquello que es capaz de determinar a la voluntad a
obrar a partir de sí misma y en virtud de sus propios principios, habremos dado con la
raíz de un auténtico principio moral. Sólo así se habrá encontrado la base de una moral
universal, que afecta a todos los hombres por igual, no en virtud de fines, sino por la
estructura misma de la facultad que lleva al hombre a la acción que es la voluntad. Esta
moral ha de ser una moral “formal”, desprovista de contenidos: sólo atiende a la forma
de los principios.

La determinación de la voluntad.

Según todo lo anterior, una acción para que pueda ser considerada como moral
debe proceder de una voluntad autónoma, es decir, sometida a su propia ley, y no
heterónoma, es decir, determinada por objetos o fines exteriores, por ejemplo si una
acción fuera buena no por sí misma sino por el placer o la utilidad que reporte.
Esta determinación de la voluntad se realiza a partir de la razón en su uso
práctico. Este uso de la razón es distinto del uso teórico ya que tiene carácter legislativo
y afecta no al proceso de conocimiento sino a la capacidad apetitiva del hombre. Este
carácter legislativo de la razón en su uso práctico se concreta en una ley moral que debe
dirigir la actuación de la voluntad.

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Éste es el núcleo de la moral kantiana que supone una inversión del esquema de
la moral tradicional ya que “no es el concepto de Bien como objeto el que la
determina y hace posible la ley moral, sino al revés, la ley moral es la que
determina y hace posible el concepto de Bien”.
Al igual que en el conocimiento era el objeto el que giraba en torno al sujeto,
renunciando al conocimiento de la cosa-en sí, aquí se renuncia a una moraL objetiva
exterior, basada en el concepto de Bien o de “lo bueno” como algo ya definido, para
proponer una moral que tiene su centro y origen en la determinación de la voluntad por
medio de la ley cuyo fundamento está en la razón. Por ello “lo esencial de todo valor
moral de las acciones está en que la ley moral determina inmediatamente la
voluntad”.
Sin embargo, no es suficiente la determinación de la voluntad por la ley. Para
que podamos hablar de actos realmente morales, la voluntad debe obrar conforme al
“deber”. Esto quiere decir que no basta con que un acto esté de acuerdo con el deber o
que nuestro deseo coincida con lo que manda la ley, sino que nuestra actuación ha de
regirse por el estricto respecto por la ley, por “reverencia a la ley”. Esto es lo que hace
que la voluntad sea “buena voluntad”, es decir, algo bueno en sí mismo. Sólo así se
supera un mandato como mera legalidad para adentrarse en el terreno de la moralidad.
El respeto a la ley, el amor por la ley, el sentido del deber por el deber, es el
tema nuclear de la moral Kantiana.

El imperativo categórico.
La presencia de la ley y del deber en la voluntad se manifiestan a través de la
experiencia de la “obligación” que se plasma en los “imperativos” o mandatos que
expresan lo que debe ser, el deber-ser. Estos imperativos son “constrictivos”, es decir,
impositivos para la voluntad de forma que hay que obrar ateniéndose a ellos.
Kant distingue entre dos tipos de imperativos:
a) Hipotéticos: aquellos que presentan lo que se debe hacer para alcanzar una
meta. Por ejemplo: si das limosna al pobre, irás al cielo.
b) Categóricos: aquellos mandatos que se refieren a la actuación en sí misma,
sin referencia a ningún fin. Ordenan la conformidad con la ley en general.
Por ejemplo: Sé sincero.
De estos dos tipos, sólo los categóricos tendrán valor moral en el sentido
kantiano, ya que tienen la universalidad que requiere la moralidad, mientras que los
primeros varían según el fin que se persiga y al que hacen referencia. Además, el
imperativo categórico “a parte de la ley no contiene más que la necesidad de la
máxima de conformarse con esa ley, y la ley, empero, no contiene ninguna
condición a la que esté limitada, no queda, pues, nada más que la universalidad de
una ley en general, a la que ha de conformarse la máxima de la acción, y esa
conformidad es lo único que el imperativo representa como propiamente
necesario”.
Por ello, al no tener ningún contenido, es sólo la forma de la ley y es único, aún
cuando, atendiendo a diversos aspectos, puede darse bajo varias formulaciones. Esta
diversidad de formulaciones se debe a las varias perspectivas que son posibles dentro
del sistema moral kantiano a partir de los principios mismos que lo sustentan. Kant
hablará de tres posibles fórmulas distintas del imperativo categórico atendiendo a si este
imperativo afecta a los deberes para consigo mismo, a los deberes para con los demás o
a la universalidad del imperativo mismo:
“Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se
torne en ley universalidad”.

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“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la
persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como medio”.
“Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de
los fines”.
La determinación de la voluntad, que viene de la razón práctica y se concreta en
los imperativos, no hace perder la autonomía a la voluntad ya que toda la determinación
que se produce es a partir de sí misma pues “la voluntad es, en todas las acciones, una
ley en sí misma, y, por tanto, no se encuentra sometida a nada exterior,
heterónomo, que la dirija.” La ley es ley de sí misma, y por lo tanto el imperativo
categórico es una proposición sintética a priori.

Postulados de la Razón Práctica.

Así como en la “Crítica de la Razón Pura” Kant afirmaba que la razón tiende a
unificar los conocimientos buscando el absoluto incondicionado y llegando a atribuir
existencia a las tres Ideas de la razón: alma, mundo y Dios, que son puros ideales, ahora
Kant, en la “Crítica de la Razón Práctica”, ve un proceso de unificación, cuya meta es el
Bien Supremo, como objeto absoluto de la razón práctica.
Para alcanzarlo y que de esta forma sea algo real, la razón práctica ha de
suponer, postular, tres principios que lo hagan posible: inmortalidad, libertad y Dios.
Kant les da el nombre de “postulados de la razón práctica”, es decir, proposiciones
teóricas, que en cuanto tales no son demostrables, que dependen inseparablemente de
una ley práctica que vale absolutamente, “a priori”. Con ello se retornan las tres Ideas
de la razón pura recobrando, a partir de la función práctica de la razón, una realidad que
habían perdido en el mundo teórico.
Ahora bien, el Bien Supremo, no es determinante de la voluntad aunque sea todo
el objeto de la razón práctica, es su culminación y no el determinante ya que en ese caso
habría heteronomía y no autonomía de la voluntad.
La exigencia de autonomía de la voluntad exige la existencia de la libertad. A
diferencia del mundo natural, mundo fenoménico regido por la necesidad, el mundo de
la razón práctica, mundo de lo inteligible, mundo nouménico, está regido por la libertad.
Pero esa libertad no podemos conocerla sino que hemos de admitirla como postulado de
la razón práctica cuya necesidad deriva de la existencia de la misma voluntad y ley
moral.
Por otra parte, el alcanzar el Bien Supremo es para Kant, “el objeto necesario
de una voluntad determinable por la ley moral”, pero el llegar a él supone el llegar a
la santidad, mediante un proceso al infinito, hasta la perfecta conformidad entre
voluntad y ley moral. Esto solo es posible suponiendo la inmortalidad del alma y en este
sentido la inmortalidad es también un postulado de la razón práctica pura.
Además de lo que acabamos de ver, el lograr el Bien Supremo supone también
llegar a la felicidad adecuada a la moralidad y para ello tenemos que suponer que hay
una causa adecuada a ese efecto que nos puede dar la felicidad, es decir, postular la
existencia de Dios como perteneciente a la posibilidad del Bien Supremo, pues ésta se
manifiesta como un bien derivado cuya realidad solo es posible si postulamos “la
realidad de un bien supremo originario, esto es, la existencia de Dios”.
Los tres postulados de la razón práctica que aquí aparecen son los que hacen
posible nuestro conocimiento. No nos hacen conocer, sin embargo, la naturaleza de
nuestra alma, ni el mundo inteligible, ni el ente supremo, pero son ideas que no pueden
desaparecer de nosotros. Dan a nuestro conocimiento una base por la cual las ideas de la
razón puras, a partir de la ley moral, sabemos que son realidades objetivas aunque no

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podamos mostrar cómo su concepto se refiere a un objeto. No se trata, pues, de una
ampliación del uso teórico de la razón sino que sirven para el pensar determinado de lo
suprasensible, aunque sólo en cuanto este suprasensible queda determinado meramente
por predicados que pertenecen necesariamente al propósito práctico puro, dado a priori,
y a la posibilidad del mismo”.

VALORACIÓN EN LA ACTUALIDAD.

El formalismo kantiano sigue plenamente de actualidad en muchos ámbitos. En


filosofía moral, autores como Kölhberg, Habermas o Apel han desarrollado en el ámbito
político una teoría moral continuadora de este formalismo insistiendo en el valor de la
comunicación humana y en la necesidad de consenso social. En el ámbito jurídico,
Rawls desarrolla el universalismo kantiano en su concepto de justicia. Para este autor
las normas o principios justos serán aquellos que elegiríamos si no supiéramos qué lugar
nos habría de corresponder en la sociedad.
Su concepto de persona inspira y está a la base del “personalismo filosófico” del
siglo XX. Mounier, Maritain, Buber, etc. sitúan la realidad personalidad como valor
supremo. Asimismo, el principio la exigencia kantiana de tratar a la humanidad como
un fin y nunca como un medio, puede considerarse patrimonio común de todas las
teorías éticas de la actualidad.
El concepto del Deber, central en la filosofía kantiana, está en la base de las
éticas deontológicas actuales, en los códigos profesionales (secreto profesional en
medicina, abogacía, psicoterapeutas, etc.). Este mismo concepto nos indica un concepto
de virtud como autodominio, como esfuerzo, como abnegación y desinterés, que aunque
no sean términos usuales en la actualidad, si se consideran valores morales dignos de ser
entronizados socialmente y, sobre todo, sobreviven en contextos dolorosos.
Sucesora del espíritu kantiano es la formulación actual de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos y el Acta fundacional de la O.N.U. y de otros
organismos internacionales. En la Paz perpetua anticipa estos ideales en tres artículos:
1) el establecimiento de una constitución democrática para todos los estados; 2) la
constitución de una unión de naciones; 3) la creación de un derecho universal, bajo el
cual cada ser humano llegue a ser un ciudadano del mundo.

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