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Pero en el Perú la lucha libre es una disciplina olvidada. ¿Por qué? Muy
simple: vive solamente en el recuerdo de nuestros abuelos. Ellos gozaron a
plenitud los días de Sandokan, El Enfermero, El Vikingo, La Bestia, Robin
Hood, Mustafá, Cruz Diablo, Aquaman, El Hermoso, El Dandy, El Oso Griego,
Loco Cardenal, el Mamut y demás gladiadores cholos que elevaron hasta el
Olimpo de la esquina de la televisión la afición por las contralonas durante
la dictadura militar del general Velasco.
Según cuenta Sandokan, sobreviviente de las gestas de los 70, Don Max
era un hombre que no jugaba con su negocio: no aguantaba indisciplinas y
mucho menos el relajo de sus luchadores. Esperaba siempre lo mejor de sus
muchachos, y los reñía (o castigaba) si no rendían durante una velada de
catchascán. “Ese moreno era de armas tomar”, recuerda el viejo
catchascanista.
Quizá la figura más sobresaliente del catch setentero fue ‘El Vikingo’. Este
recio coloso de orígenes andinos salía vestido a la usanza nórdica para
recibir toda clase de improperios debido a su calidad de rudo. Haciendo gala
de su corpulencia, no medía su furia en el cuadrilátero y acababa con
cuanto rival se le pusiera en el camino, incluyendo luchadores extranjeros y
comediantes de la época. Entre sus logros figura rociar con limón los ojos
del enmascarado ‘Súper Demon’ (una versión local del famoso mexicano
enmascarado Blue Demon), y propinar tremenda paliza al famoso humorista
Moncherí.
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La siguiente parada en esta historia es el coliseo Niño Héroe Manuel Bonilla
de Miraflores. Se ubica en la cuadra 15 de la avenida Del Ejército, frente al
cuartel Granaderos de San Martín, en Miraflores. Parecía el lugar indicado
para convertirse en el nuevo santuario del catch limeño debido a su posición
céntrica, entre las zonas exclusivas de la ciudad, y las que no lo son. Llevar
la lucha libre a este lugar corresponde a una persona: Helton Delgado. Este
fanático, empresario de Polvos Azules, decidió realizar proyecciones de
lucha americana en la calle de las pizzas y al tener tanta acogida decidió
reunir a los chicos de la escuela de Pacasmayo para que muestren e talento
local a gente acostumbrada a una velada de lucha americana.
Dentro del grupo de jóvenes que dejaban su sudor bajo el techo del coliseo
Bonilla los más destacados eran Cobra, Espectro y Heavy Metal. Pero fue el
recién llegado Apocalipsis, quien se comenzó a ganar el desprecio de los
niños y grandes que asistían a los shows de catchascán renovado. ¿Por qué?
Bueno, ese tipo estaba hecho para ser odiado. Una máscara negra con
adornos blancos inspirados en las bestias del infierno ocultaba el rostro de
este hombre de 1.75 de estatura. ¿Crees que es chato? Su falta de estatura
la complementa su musculatura y experiencia. Para dejar en claro que
estaba dispuesto a intimidar a cualquiera, no dudaba en mostrar los
tatuajes de sus brazos. Este luchador había sido campeón en Bolivia, sin
mencionar su background de lucha olímpica. Dividía su vida entre el
catchascán y su familia, pues la máscara le daba otra identidad. Había
tenido como maestro en catch al japonés Makoto Morimitsu (a quien conoció
en la tierra de Evo Morales) y la leyenda Sandokan. Sin duda un rival difícil
para cualquier oponente.
Al verlos a ambos frente a frente parecía que Apocalipsis, emisario del fin
del mundo, tenía la ventaja clara sobre Heavy Metal. Pero las apariencias
engañan. Bastaba que sonara la campana para que el pequeño luchador se
moviera raudamente al compás del grito generalizado de los niños que lo
consideraban su héroe.
He aquí que debo detener un rato la emoción del combate para recurrir al
ensayista mexicano Carlos Monsiváis y explicar que la lucha libre es un
ritual del caos que refleja el enfrentamiento entre el bien y el mal.
¿Reglas extremas? ¿Qué es eso? ¿Algún tipo de lucha que exige al luchador
entregarse hasta el extremo de su capacidad? En realidad es algo como
eso, pero además incluye el uso de objetos que pueden causar un daño
contundente en el rival: sillas, mesas, escaleras, llaves de tuercas, martillos,
clavos, chinches y demás elementos punzo cortantes. Mientras usted se
asombra, aquí vienen los contrincantes.
Cobra y Espectro eran quizás los mejores amigos que este show de golpes
premeditados y calculados pudo haber creado. Juntos gozaban atacando
rivales a su antojo, sin importar la desventaja numérica. Pero como dijo el
buen Héctor Lavoe, todo tiene su final. Este equipo no pudo lidiar con su
ego y decidieron poner fin a su amistad con una lucha violenta en la que
todo podía suceder.
Desde su silla de plástico un niño pregunta a su papá: ¿se van a golpear con
esas cosas de metal que trajeron en los bolsillos? Ni bien termina de decir
estas palabras, Espectro se agacha para recoger un alicate y estrellárselo
en la frente a Cobra que sale fuera del cuadrilátero, a los pies de los
concurrentes que no pueden creer lo que ven. Sangre, sangre y más sangre
empieza a brotar de la magullada cabeza de Cobra, y los pequeños que
querían acercarse a ver eran detenidos por sus padres, pues Espectro se
preparaba para caer con la rodilla en la garganta de su rival.
Hay espectadores que se quedan con la boca abierta cuando ven que Cobra
regresa de backstage cargando una escalera de madera. ¿Qué va a hacer?
preguntan los fanáticos. El luchador responde dejando caer el objeto sobre
el cuerpo de su rival. Cubre, la cuenta del árbitro llega a dos. La
desesperación se apodera del favorito del público y mira la escalera, la
acomoda, sube peldaño a peldaño y se prepara para arrojarse, pero es tarde
porque Espectro ya está de pie y también sube. Ambos forcejean, se
estampan duros golpes en el rostro y Cobra cede ante su enemigo de turno,
parece que va a caer pero es sostenido por el de cabellos largos quien lo
sujeta del cuello. ¿Se ha compadecido Espectro de su antiguo compañero de
equipo? No, se lanza con él desde lo alto de la escalera de dos metros y
caen como si fueran muñecos de trapo sobre el ring. No se mueven, parece
que el final es trágico para ambos luchadores, y que ninguno se llevará la
victoria, pero de a pocos se comienzan a poner de pie. Dos cuerpos abatidos
que han padecido cual Cristo en la cruz, uno frente al otro, ante cientos de
espectadores que viven su primera lucha extrema. El que da el primer golpe
gana la lucha, parece que se van a desmayar y cuando la respiración se
empieza a hacer difícil Espectro clava la suela de su zapato en la quijada de
Cobra para ganar la lucha.
Llueven las botellas sobre el cuadrilátero mientras el réferi pide a los demás
luchadores que vengan a asistir a sus compañeros que a las justas pueden
moverse. De fondo, la voz del anunciador dice a todo pulmón que las
veladas de catchascán se mudarán al coliseo Dibos en San Borja, y que las
entradas ya están a la venta en Teleticket. Parece que nadie detiene el furor
del catch, y que soplan buenos tiempos. Era mayo del 2008.
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Parecía que la lucha libre había tenido sus cinco minutos de fama y nada
más. Si bien se tenía un acuerdo por parte de Rubén Cavallini y los
encargados de las instalaciones del coliseo Eduardo Dibos, la aparición de
un mejor contrato por parte de un grupo evangélico dejó sin techo a la lucha
libre. Eso no sería todo. Las semanas siguientes se les dio el local a los
Fercos Brothers, un par de magos estadounidenses, y la empresa Teleticket
entabló una demanda a la empresa de Cavallini por incumplimiento de
contrato.
Cuando por fin se pudo realizar un evento ya habían pasado tres meses
desde la última presentación, y los luchadores no se mostraron animados
con la noticia. Quizá ellos sabían lo que se venía, pues al evento de
despedida del catchascán solo fueron unas 15 personas. Los dedos
acusadores señalaban a Rubén Cavallini por no firmar un contrato serio con
la federación encargada del coliseo, pues de haberse dado esto no hubieran
sido desplazados por espectáculos que generaban mayor rentabilidad.
Había un manejo precario del negocio y, si bien abundaban las buenas
intenciones, faltaba una visión clara sobre el porvenir de la lucha libre.
¿Cómo se pretendía llenar un coliseo como el Dibos si ni siquiera se contaba
con un local adecuado para entrenar?
El evento estelar de aquella velada para el olvido fue quizá la mejor lucha
de parejas que haya podido presenciar. ‘Cobra’ hizo equipo con ‘Heavy
Metal’ para hacer frente a ‘Apocalipsis’ y ‘Espectro’. Los chicos dejaron todo
en el ring y demostraron que a pesar de las dificultades y malas decisiones
administrativas se daban íntegros por el espectáculo, por su pasión.
Aprovechando que había cuatro gatos en el recinto, no dudaron en llevar la
lucha al piso y golpearse con cuanta silla encontraron a su paso. Se llevaron
la victoria ‘Heavy’ y ‘Cobra’, luego de aprovechar una descoordinación en el
equipo rival que hizo impactar a ‘Apocalipsis’ y ‘Espectro’ de manera
frontal.
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Ante tan oscuro panorama Rubén Cavallini pensó que la mejor idea era
reactivar el Sindicato Único de Luchadores Profesionales del Perú. Para
revivir esta vieja sociedad había que sacar del retiro a las viejas glorias del
catch, traer de vuelta a los sobrevivientes de las noches de tortura corporal
en el coliseo Amauta. Fue así que desfilaron uno a uno ante mis ojos estos
venerables ancianos.
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El título, cuyo diseño era alusivo al dios Inti incaico, se pondría en juego en
el coliseo Mariscal Cáceres de Chorrillos. De por sí la ubicación desalentaba
pues no era un lugar considerado céntrico, incluso los mismos luchadores
mostraban su descontento. El lugar era grande, como para tamaño torneo,
pero difícil de llenar debido a la falta de difusión. Una vez más se iban
notando las falencias en cuanto a organización, representada en la falta de
publicidad adecuada para las fechas de presentación. Según ‘Espectro’, en
la mente de Cavallini existía el mito de creer que al escuchar la palabra
catchascán la gente correría a llenar los coliseos como antaño. Pero esto no
sucedería así.
El que sigue es un nombre para recordar: ‘El Último Chingón’, el mero mero.
Este luchador enmascarado de origen mexicano había hecho su carrera
fuera de su país, en la península ibérica. En España había librado combates
feroces contra ‘El Hijo del Santo’, pero no podía luchar en su país por
haberse ido en malos términos con promotores locales, además que su
nombre era considerado ofensivo en tierras aztecas.
Los siguientes días las cosas pintaban mal. Ni siquiera los miembros de la
organización la tenían fácil para ingresar al recinto. Fue así que en la
segunda velada los grillos sonaban con más fuerza que los aplausos. Vacio
total en el Mariscal Cáceres. Fueron pocos los que vieron el debut de ‘El
Último Chingón’. Se perdieron ver a un luchador de otro nivel.
- ¿Crees que algún peruano de los que has visto luchar podría ser digno
oponente?
La lucha más resaltante de la fase clasificatoria fue entre ‘Heavy Metal’ y ‘El
Último Chingón’. Al pequeño catchascanista de corazón grande ya lo
conocemos, sabemos que no se amilana ante cualquier rival; pero el rudo
mexicano vino con una serie de artimañas bajo la máscara y poco a poco
fue apagando las fuerzas del peruano. Esta vez no habían niños que arrojen
botellas al malo y griten el nombre su héroe para darle ánimo. Heavy Metal
estaba solo contra el mundo, pero no podía defraudarse a sí mismo.
Por más que estaba tendido en la lona, ‘El Último Chingón’ humillaba a su
contrincante aplicándole más castigo para demostrar su superioridad ante
las veinte personas que miraban la lucha. Pero el querer jugar con el cuerpo
abatido de Heavy le pudo haber costado la lucha, pues el peruano no dudó
en levantarse de a pocos para aplicar un par de patadas voladoras que
dejaron tendido fuera del cuadrilátero al rudo extranjero. Fue este hecho el
que marcó el rumbo de la lucha, pues el enmascarado peruano quiso
aprovechar que tenía servido a su rival para caer sobre él desde lo alto del
ring, pero la experiencia del mexicano hizo que Heavy Metal se estrellara
contra el piso del coliseo. El Chingón se incorporó para cargar cual costal de
papas al vencido luchador nacional, lo llevó hacía la mesa de comentaristas
y no dudó en arrojarlo de espaldas contra esta. El sonido hizo eco en todo el
recinto: el cuerpo de Heavy Metal atravesó la madera para estrellarse
contra el suelo, con la espalda incrustada de astillas. El árbitro hizo sonar la
campana y declaró triunfador al mexicano.
Cuando llegó la fecha de cierre del torneo, una tarde de Diciembre del 2008,
los gladiadores locales no querían luchar, pues aducían un mal
funcionamiento del sistema de pagos. Heavy Metal prefirió irse a trabajar y
no asistir, por lo que tuvieron que armar una cartelera improvisada. Como
previa a la final se enfrentaron Cobra, el joven catchascanista de El
Agustino, contra el ecuatoriano ‘Johnny Kid’. Esta lucha se merece unas
cuantas líneas, pues demostró el buen manejo de llaves de lucha greco-
romana que tenían ambos luchadores, quienes no cedían ni un solo espacio
a su rival. La lucha no tuvo ganador, pues ambos se entramparon en una
movida de rendición ante la cual los dos hicieron sonar la campana.
Perú vs México frente a frente. El país que lucha por revivir la disciplina de
las patadas voladoras y torniquetes, contra el país que inventó lo que
conocemos como lucha libre.
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El Último Chingón mantiene una racha invicta desde que se coronó
campeón en Perú. Ha luchado en Kuwait, Puerto Rico y España en los
últimos meses. No deja de hablar de lo bien que le fue en nuestro país y
espera regresar con el cinturón en brazos para demostrar que los peruanos
aún no igualan su nivel. Sin embargo, aún no hay una fecha para su retorno.
A pesar del panorama adverso, hay personas que aún sueñan con ver
nuevamente lucha libre con sello de fábrica nacional.