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Vacaciones en Suecia

María Tenorio

Suecia no es otro país, es otro mundo. Eso pienso mientras leo las páginas de la trilogía
Millenium que Stieg Larsson (1954-2004), probablemente, ni soñó con ver traducida al español
o, en otras palabras, que no escribió para lectores como usted o como yo.

La idea sobre esa nación nórdica, sin embargo, no se la debo solo a Larsson: comencé a
forjármela a los doce años, cuando leí Vacaciones en Suecia (1967) de Edith Unnerstad, el
primer libro de mi vida. Una novela juvenil en la que un niño de Estocolmo, llamado Pelle,
disfruta el verano en una granja y se ve inmerso en una serie de aventuras, en medio del bosque,
rodeado de animales. Todo ahí es bueno y saludable, como la leche de las vacas de ubres
rosadas. La narración de Unnerstad y las que siguieron en mi adolescencia me hicieron creer que
la literatura trataba siempre sobre otras realidades distintas y distantes de la mía.

El recuerdo de aquellas vacaciones literarias, al cuidado de la abuelita de Pelle, ha sido corregido


y aumentado por mi inmersión reciente en la obra de Larsson. Al momento que escribo he
devorado por completo las casi 700 páginas de Los hombres que no amaban a las mujeres, y el
marcador se encuentra en la página 387 de La chica que soñaba con un cerillo y un galón de
gasolina. Si mantengo el ritmo de lectura, en pocos días conoceré a La princesa en el castillo de
las corrientes de aire.

Ese otro mundo que solo conozco por la literatura pertenece a una región privilegiada donde
bienestar y seguridad funcionan durante las cuatro estaciones del año. Quienes nacen allá tienen
una esperanza de vida de 80 años, 9 más que en este país desde donde escribo. El PIB per cápita
de allá es de 38 mil dólares anuales, mientras que el de aquí alcanza apenas los 5 mil. Y así
contrastan los indicadores que me explican, de forma esquemática, por qué el mundo del
pequeño Pelle, de Mikael Blomkvist y de Lisbeth Salander --estos dos, protagonistas de
Millenium-- es tan diferente del mío.

La imaginación de Suecia que propone Larsson tampoco es la de un mundo perfecto. Muchos


seres indeseables, violentos y corruptos habitan las páginas de sus novelas haciendo de las suyas
una y otra vez. Violadores, asesinos, traficantes de sexo, hackers, desquiciados, nazis y neonazis,
seres antisociales, empresarios corruptos y periodistas sin escrúpulos son parte de la fauna
humana que se mueve en aquel universo con altísimos niveles de bienestar. Pero el país
funciona, a pesar de las bajas pasiones y de las malas jugadas de los individuos.

Un ejemplo. Un periodista va a la cárcel de Rullaker, por el delito de difamación, y pasa ahí "dos
meses relativamente agradables, trabajando unas seis horas diarias en la crónica de la familia
Vanger" (p. 320). ¿Se imagina usted una temporada productiva y amena en alguna prisión
salvadoreña? Estoy segura de que los niveles de bienestar de nuestro país descienden todavía
más en los recintos penitenciarios, donde más bien imagino hacinados --o muertos de miedo-- a
los "malos" de la trilogía de Larsson.

Berne Ayalá, en su comentario sobre el volumen uno de Millenium, señala que la enorme
diferencia entre el mundo larssoniano y el nuestro reside en "el poder de registro de los eventos".
Mientras en Suecia sería posible rastrear a un asesino varias décadas después de su crimen, aquí
simple y llanamente no.

El no-paraíso que pinta Larsson en sus libros no se parece casi nada al purgatorio imaginado de
mi propio país, pero sus temporalidades son una y la misma: dos mundos que coexisten en el
tiempo. Así, no me sorprendería encontrarme un día a Lisbeth Salander con su Mac portátil en un
café de Multiplaza, pasando una entretenida temporada de investigaciones criminales. Falta nos
haría su ayuda por estos lares. Por mi parte, mientras no fuera en invierno, me encantaría vivir
unas cortas vacaciones en Suecia.

17 febrero 2010
Publicado en talpajocote.blogspot.com

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