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palabras Mil
“En algún momento me pregunté cuál
era el objeto de almacenar tantas fotografías que
nadie nunca vería, pero también me dí cuenta que
no sólo deseaba mostrarlas sino también contar
porque fueron tomadas o las impresiones que me
provocan. Fue en ese instante que nació el blog
Una Imagen Palabras Mil.”
Devoción
Hace algunos días recibí un mail invitándome a participar en un concurso fotográfico patrimonial organi-
zado por la Municipalidad de Valparaíso. Busqué entre mi archivos digitales y encontré está foto que titulé
Devoción y la envié para participar en la categoría “Patrimonio humano, inmaterial e intangible”.
Fue tomada con ocasión de la Festividad de San Pedro, patrono de los pescadores, que se celebra cada 29 de
Junio siendo la principal fiesta costumbrista y religiosa de la ciudad. Pero a pesar del colorido de la celebra-
ción en esta ocasión no me quedé con la imagen de San Pedro llevada en procesión por cientos de pequeños
botes finamente adornados recorriendo la bahía porteña, tampoco me quedé con las compañías danzantes
que llenan de gritos, música y saltos las calles de la ciudad, tampoco me quedé con los mimos, malabaristas
y batucadas congregados en los recintos portuarios.
Me quedé con esta humilde mujer que a duras penas se abrió paso en la multitud tan solo para acercarse por
unos minutos a contemplar con devoción la imagen de su santo, quizás agradeciéndole los favores recibidos
quizás rogándole que prontamente le abra las puertas del cielo. Me quedé con sus andrajosos ropajes, me
quedé con sus intensos ojos cafés, me quedé con su pelo enmarañado bajo su gorro de paño, me quedé con
su cara curtida por el sol, me quedé con las profundas arrugas que cruzan su piel, me quedé con la enigmá-
tica mueca de su boca, me quedé con su serenidad, me quedé con su dejo de tristeza.
No sé si la fotografía logrará algún reconocimiento, tampoco es lo que me motiva al tomarlas, yo simple-
mente me quedo con su rostro tan callado pero que a la vez me cuenta tantas historias.
Un Minuto de Magia
Hace algunos meses presenté en este sitio una foto titulada “Devoción” la que pensaba presentar a un concurso de fotografía pa-
trimonial organizado por la Municipalidad de Valparaíso. Algunas semanas atrás recibí un llamado de la secretaria de la oficina de
Arte y Cultura del referido municipio en la que me informaba que mi trabajo había sido seleccionado entre aquellos que pasarían
a formar parte de la colección permanente del Patrimonio Fotográfico de la ciudad.
Y días después allí estaba yo, al interior de esos salones consistoriales usualmente vedados al común de los mortales sintiendo
una mezcla de orgullo, satisfacción, miedo y ansiedad por ver mi trabajo ampliado a 60 x 80 cm., cuidadosamente enmarcado y
exhibido en las paredes de un museo junto a otras cuarenta fotografías de gran factura, algunas obras de prestigiados profesiona-
les de las artes visuales y otras de tipos tan anónimos como yo.
Como era de suponer la ceremonia donde se inauguró la exposición fue dirigida por un rimbombante locutor que saludo a todos
los presentes haciendo especial mención a las autoridades comunales, a los representantes de las escuelas de arte de ciertas uni-
versidades y al agregado cultural de México que nunca entendí bien que hacía allí; luego vino el discurso del alcalde: “Gracias
por su participación, bla, bla, bla… nos enorgullece su trabajo, bla, bla, bla… fueron seleccionados entre más de mil participan-
tes, bla, bla, bla… buenos deseos para todos, etc, etc, etc”; acto seguido vino la presentación del jurado seleccionador en el que
se contaba un respetado fotógrafo que por su edad debió iniciarse en los años de la fotografía en blanco y negro, un reconocido
artista plástico nacional que por su vestimenta parecía venir llegando del concierto de Woodstock, el director de cultura del mu-
nicipio y un trío de profesores universitarios.
Luego de brindar un reconocimiento a cada obra en particular se dio inicio al usual “pan y circo” de estos eventos. El pan era un
abundante coctel de camarones apanados, petit buches y vino, y el circo era un músico caracterizado como un bufón medieval
que con su acordeón intentaba amenizar la velada.
Junto con el coctel buena parte de los fotógrafos participantes, seguramente más avezados que yo, aprovecharon de acercarse al
director de la oficina de Arte y Cultura de la municipalidad intentando encontrar su auspicio para exponer en solitario sus obras;
otros buscaban la omnisapiente critica y consejos del mencionado artista plástico estilo años setentas; y otros sencillamente se
dedicaban a coquetear con la agraciada secretaria del alcalde; en tanto yo,… bueno yo tan solo me dedicaba a disfrutar de mi
minuto de magia sintiendo el orgullo (en términos más de satisfacción que de simple egolatría) de que una de mis fotos estuviera
colgada en la sala de un museo mientras un simpático bufón entonaba con su acordeón buena parte de la banda sonora que Yann
Tiersen compuso para la película Amelie.
Nuevo Plumaje
Entre las cientos de fotografías que me quedan por tomar están la de un cóndor en majestuoso vuelo entre las cumbres andinas,
la de un carpintero de cabeza roja horadando el tronco de un añoso roble o la de un colibrí succionando el polen de alguna flor.
Entres mis obsesiones ornitológicas los pelicanos ocupaban un lugar menos que secundario, quizás porque para quienes vivimos
cerca del litoral estas aves al igual que las gaviotas resultan tan habituales que llegan a pasar inadvertidas. Por lo mismo me llamó
muchísimo la atención la imagen de esta pareja de hermoso plumaje que pareciera estar posando orgullosa para la ocasión.
Hacia el comienzo de la primavera, luego de los vuelos migratorios invernales, los pelicanos, así como la mayoría de las aves,
renuevan sus plumajes de cara a un nuevo ciclo de apareamiento y el posterior periodo de nidificación. En la necesidad de que los
machos más aptos capten la atención de las hembras más fértiles, y viceversa, cada ejemplar se “viste” con sus mejor traje para
iniciar la fascinante estación de cortejo.
¿Somos distintos los seres humanos? De mi experiencia y de la de más de algún cercano puedo decir con mediana certeza que
después de una ruptura sentimental de relativa importancia solemos cambiar o ampliar nuestro círculo social, nos iniciamos en
la práctica de algún deporte hasta entonces ajeno a nosotros o nos interesamos en alguna nueva actividad intelectual. En primera
instancia esta es una medida de autoprotección que busca reasignar los espacios de tiempo antes dedicado a la vida en pareja,
también en alguna forma buscamos levantar nuestra autoestima que sin importar las civilizadas condiciones en las que se haya
dado un quiebre sentimental siempre resulta dañada. Pero también en esto buscamos cambiar nuestro plumaje, volver a sentirnos
atractivos, no se trata de impostar una nueva personalidad sino de seguir siendo los mismos de siempre pero ojalá absolutamente
renovados. Este renuevo (social, físico, intelectual o cultural) nos da la posibilidad de encontrar un nuevo ser querido o de vol-
vernos notorios e interesantes para esas viejas amistades para las que siempre habíamos pasado inadvertidos.
Después de un largo invierno sentimental un necesario cambio de plumas es indispensable para entrar de lleno en la fértil y florida
primavera (reconozco que lo anterior suena bastante cursi y rebuscado pero ustedes entienden la idea).
Sin embargo, y siguiendo la analogía, existen aves que son radicalmente monógamas teniendo una sola pareja de por vida, la
más célebres de estas especies es el pingüino. Estos también cambian y renuevan su plumaje en la necesidad de continuar siendo
un objeto de deseo (no sé realmente si a un nivel emocional o tan sólo instintivo) para la pareja que los ha acompañado toda una
vida.
La necesidad de conquistar y ser conquistado, la de cambiar el plumaje y ver un plumaje nuevo, también se mantiene en aquellas
parejas que han permanecido juntas por años, tal vez lograrlo sea la clave para el éxito en una empresa que en los tiempos actuales
se vuelve cada vez más difícil.
Trazos al Carbón
Permítanme contarles sobre Lota, ciudad sin presente que avanza paso firme rumbo al pasado para salvar su futuro.
Los yacimientos carboníferos en el subsuelo lotino la hicieron el motor de la Revolución Industrial en Chile. De la mano de la ex-
tracción minera llegó la tecnología: en Lota se instaló la segunda central hidroeléctrica de América latina, fue una de las primeras
urbes chilenas en contar con alumbrado público, telégrafo, luego teléfono y sala de cine. La familia Cousiño Goyenechea, dueña
del mineral, construyó magnñificas mansiones y el parque botánico más completo del hemisferio sur. Pero las duras condiciones
laborales tambiñen hicieron que surgieran los primeros conflictos sociales, los movimientos obreros y el sindicalismo.
Tras un siglo de explotación del carbón los lotinos no notaron que el mundo había cambiado, por permanecer sus hombres tantas
horas bajo tierra y sus mujeres en la iglesia rezando recibieron como una inesperada y nefasta sorpresa la noticia del cierre de la
mina a mediados de los noventas. Conceptos como “altos costos de extracción”, “energía no contaminante” y “riesgo laboral” les
resultaban incomprensibles, solo entendían que aún quedaban miles de toneladas de carbón que podía seguir siendo extraído.
Poco sirvieron la reconversión laboral y el dinero de las indemnizaciones pronto escaseó; jóvenes y viejos comenzaron a aban-
donar la ciudad en busca de nuevos horizontes y Lota pareció condenada a una lenta agonía rumboa convertirse en un pueblo
fantasma igual que las abandonadas oficinas salitreras de Atacama o los campamentos mineros del oeste norteamericano .
Algo cambio este sino trágico, quizás algún turista interesado en vivir la experiencia de internarse en las profundidades del Chi-
flón de Diablo, quizás algún botánico interesado en recuperar la belleza del parque de la ciudad; quizás algún sociólogo interesa-
do en explorar la vida en el Chile del siglo XIX.. Fue así que en algún momento se abrieron los piques, se pintaron los antiguos
galpones, se restauraron sus mansiones y se decidió rescatar el pasado carbonífero.
Los mineros retomaron sus trajes y regresaron a las entrañas de la tierra como guías turísticos mostrando a los visitantes las duras
condiciones en que trabajaron ellos, sus padres y abuelos. Los jóvenes vistieron trajes victorianos con los que muestran la be-
lleza de mansiones y jardines señoriales. De paso se reabrieron los restaurantes con menús olvidados hace un siglo y los hoteles
adornados cual belle epoque.
Visitar Lota es regresar al pasado, contemplarlo como en un gigantesco museo viviente, aprender de él, de nuestros aciertos y
abusos, de cómo se explotó sin piedad no solo los yacimientos sino también a los hombres que trabajaban en ellos, de cómo mu-
chos vivieron la más completa miseria mientras unos pocos llevaban una vida de reyes, pero también aprender de los sueños de
hombres que solo buscaban un futuro distinto para sus hijos y mujeres que solo añoraban ver llegar a sus hombres al atardecer.
Lota parece pintada en trazos de carboncillo, llena de imperfecciones, pero allí radica su belleza, y de seguro seguirá explotando
su pasado por los siguientes diez mil años hasta que el carbón bajo ella termine de convertirse en diamantes.
Al abuelo que no conocí porque un día trastabilló con noventa kilos de carbón en su espalda; a la tía que no conocí porque la vida
se le fue en un insalubre galpón consumida por una tuberculosis mal diagnosticada; a la abuela que no conocí porque tanto dolor
terminó por llevarse su cordura y su vida; al padre que si conocí y amé, el que a los diez años se internó en las profundidades
de la tierra, el que emigró en busca de otro destino, el que logró cambiar su suerte y el que por alguna razón misteriosa hasta el
último instante de vida soñó con regresar algún día a Lota.
Gracias porque hay quien cuenta, desmenuza el correr de los años, las variaciones
y ve lo que podemos hacer al lugar que nos cobijó utopías; volverlo una urbe llena
de miedos.
SÁBADO 5 DE SEPTIEMBRE DE 2009
Horcón Eterno
Horcón es un pequeño poblado atrapado en el abrazo entre los cerros costeros y el Océano Pacífico, nunca
mencionado en los folletos de las agencia de viajes, ignorado por el turismo masivo, congelado en el tiempo
de la revolución de las flores, uno de aquellos lugares mágicos a los que siempre se desea volver y quizás
esto último sea su mayor desgracia.
Hacia mediados del siglo pasado Horcón era una humilde caleta de pescadores artesanales sumidos en la
cruda pobreza y prácticamente aislados debido a las dificultades de acceso; y hubiera seguido así de no ser
descubierto a mediados de los sesenta por la versión chilena de los poetas beatnik que encontraron allí un
lugar de retiro e inspiración, estos mismos años después convertidos en su mayoría en profesores univer-
sitarios trajeron a sus alumnos transformando al lugar en la capital del hipismo en Chile. Los pescadores
miraron con simpatía que su caserío se llenará con la música de Joplin y Hendrick, las casas se vistieron
de colores psicodélicos y las playas ocultas se convirtieron en el lugar ideal para la práctica del amor libre,
así a mediados de los setenta en Horcón se entremezclaba la venta de los productos del mar con la comer-
cialización de artesanía hippie. Entre los nuevos y antiguos habitantes de la caleta se creó una productiva
simbiosis, los artesanos atraían a los visitantes que buscaban paz y amor y los pescadores se encargaban de
alimentarlos en sus restaurantes, trato solemnemente sellado con el habitual trueque de pescados por pitillos
de marihuana.
En los años ochenta Horcón fue el único sitio en Chile olvidado por los servicios de inteligencia del régi-
men militar quizás por considerar a sus habitantes unos pacifistas poco peligrosos. Fue en esta época que lo
conocí. Solamente allí podía entonarse a viva voz al calor de una fogata canciones de los prohibidos Víctor
Jara, Silvio Rodríguez o Jean Manuel Serrat sin que un piquete policial llevara detenidos a los concurren-
tes. Para visitarlo bastaban solo las ganas y una tienda de campaña pues siempre habría un vecino amable
dispuesto a prestar su patio y compartir de su agua e incluso su comida. A pesar de que el olor a marihuana
llenaba el ambiente y de que la venta de alcohol era la principal actividad económica puedo decir con cer-
teza que la caleta era uno de los lugares más tranquilos y seguros en el cual se pudiera estar.
Llegaron los noventas y ya en democracia el lugar evolucionó en un refugio de hiphoperos y cultores del
grunge que buscaban un sitio donde aislarse de la avasalladora invasión del pop.
Pero como es lógico suponer muchos de los hippies de los setenta, los contestatarios ochenteros y los alter-
nativos de finales de siglo crecieron, abandonaron sus jeans gastados y sus camisas leñadoras y se convir-
tieron en médicos, abogados e ingenieros, pero nunca se olvidaron de Horcón y desearon volver, ahora con
mayor poder adquisitivo y acostumbrados a otras comodidades, así las playas solitarias y las cimas de los
requeríos se llenaron de edificios de altura y condominios privados.
Irónicamente en la playa Los Pelicanos ahora abundan los letreros de “Se prohíbe hacer fogatas” puestos
allí por orden de los mismos que años atrás se amanecieron cantando al calor del fuego; los mismos que se
aventuraron a descubrir playas inexploradas ahora niegan el acceso a las mismas; los mismo que un par de
décadas atrás pidieron permiso a algún campesino para acampar en su terreno ahora llenan sus propiedades
con rejas, alarmas y circuitos de vigilancia.
Quizás han querido en alguna medida proteger a la caleta del turismo invasivo pero al hacerlo han alterado
su esencia, quizás la han querido salvaguardar de la delincuencia pero al hacerlo solo la han atraído porque
para los amigos de lo ajeno si alguien convierte su casa en una fortaleza es porque algo de valor hay en ella,
quizás han querido reservar el recuerdo de sus días de juventud idealista sólo para ellos y no están dispues-
tos a compartirlo con otros, quizás pueden haber muchos.
A la vuelta de los años lo único que ha permanecido inalterable en Horcón han sido sus habitantes origi-
nales: los pescadores, iguales en sus faenas, iguales en su miseria, iguales en su humildad, iguales en su
cordialidad.
Cuestión de Fe
Siempre he encontrado los motivos religiosos “fotográficamente” interesantes, en especial esos antiguos
vitrales y relieves que suelen adornar las paredes, cornisas y ventanales de las catedrales. No es necesaria-
mente por una cuestión de fe y es que no sólo los creyentes devotos pueden admirar y conmoverse con las
pinturas de la Capilla Sixtina, los escritos de Santo Tomas, el Ave María de Mozart o el Aleluya de Haendel.
Pero no es menos cierto que el mundo eclesiástico en alguna época me fue especialmente cercano.
Me crié al interior de una conservadora familia protestante. De niño cada noche encomendaba mi alma al
creador de rodillas a los pies de mi cama y asentía con un amén cada vehemente frase de nuestro pastor en
los imperdibles cultos del día domingo. Alcanzada la adolescencia mis héroes eran Guillermo Carey, pri-
mer predicador bautista en viajar a la India y padre de las misiones modernas, y Natanael Saint, misionero
asesinado en el Amazonas ecuatoriano por los mismos indios Aucas a los que pretendía evangelizar. Luego
aprendí a tocar piano motivado únicamente por poder interpretar los sentidos acordes de la música Gospel
norteamericana e incluso pensé seriamente en estudiar teología.
No recuerdo porqué razón ni en qué momento ya perdido en el paso de los años vividos, para bien o para
mal, para salvación o condenación, sencillamente dejé de creer.
Lugares Comunes
Esta fotografía es un verdadero recuento de los lugares comunes propios del romanticismo en imágenes,
están los hermosos botones de rosa en primer plano y la pareja de enamorados desenfocados en el fondo,
tan sólo falta la puesta de sol en el mar para juntar todos los estereotipos propios de tarjeta del día de San
Valentín.
Hace años estudié por algunos años piano además de formar parte de una banda musical, pero aunque suene
contradictorio en algún momento junto a mis compañeros dejamos de disfrutar de la música. Cada vez que
asistíamos a una tocata prestábamos más atención a las desafinaciones, los descuadres y las desarmoni-
zaciones en lugar de sencillamente escuchar y divertirnos. La cuestión al parecer no ha cambiado mucho
con las nuevas generaciones, algunos días atrás una compañera de trabajo excelente cantante y fanática de
la “buena música” me contó la forma increíble en la que se había aburrido al acompañar a unas amigas a
una noche de karaoke: “¡Todas las canciones eran de melodías tan predecibles y letras tan rebuscadas!” De
seguro tenía razón, pero cantar junto a los amigos al compás de un karaoke tiene más que ver con simple
diversión que con análisis de armonías y letras.
Volviendo al punto de la fotografía es cierto que está llena de lugares comunes, que puede ser cursi, que
es absolutamente predecible, que no es en nada original, pero nadie puede negar que es simplemente una
imagen hermosa.
Ausencia de Ángeles
En cierta ocasión alguien comentó que el presente blog utilizaba las fotografías como un pretexto literario y hoy aquello es más
cierto que nunca porque la imagen de la Iglesia San Marcos de la ciudad de Arica y que como dato general les contaré fue cons-
truida por el mismísimo Gustavo Eiffel, es solo un pretexto para profundizar en otra reflexión.
Los últimos días de Agosto del 2009 en esta iglesia se oficio una misa por el descanso de nueve adolescentes alumnas del Colegio
Cumbres fallecidas en un accidente de tránsito en la pre cordillera durante un viaje de estudios un año antes.
El “Cumbres” es uno de los más exclusivos colegios de la ciudad de Santiago, de fuerte orientación católica y ligado a los Le-
gionarios de Cristo. Sus alumnos pertenecen a familias de alto nivel socio económico entre las que se cuentan la de poderosos
empresarios, renombrados políticos, y algunos de los más destacados profesionales del país, todos ellos usualmente ligados a la
derecha conservadora y pertenecientes a influyentes grupos religiosos como los mencionados Legionarios o el Opus Dei.
Como parte de su labor misionera cada año los jóvenes que cursan el segundo año de secundaria realizan un viaje de estudios en
donde llevan a cabo labores sociales en localidades rurales sumidas en la extrema pobreza. Con esta idea un grupo de jovencitas
visitó las comunidades indígenas que habitan la Cordillera de la región de Arica. Ya una vez de regreso el autobús que las trans-
portaba desde las alturas andinas al aeropuerto ariqueño se desbarrancó en una curva del zigzagueante camino dejando un reguero
de nueve adolescentes muertas y medio centenar gravemente heridas.
El accidente conmovió por completo a la nación, resultaba estremecedor enterarse de la muerte de unas muchachas con todo el
futuro por delante. Inmediatamente los periódicos y la televisión se hicieron cargo de la noticia y el gobierno dispuso de un avión
militar que transportara a los familiares al norte del país y que luego retornara los cuerpos de las fallecidas a Santiago.
La atención mediática dada a la tragedia despertó también algunas voces opositoras que argumentaban, creo que con justa razón,
que si el accidente lo hubieran protagonizado humildes hijos de trabajadores obreros de seguro no se le hubiera dado tanta co-
bertura por parte de la prensa.
Más allá de las consideraciones de muchos me llamó la atención la forma en que estas familias, como ya señalé profundamente
católicas, asumieron la noticia. Más de alguno la consideró una penitencia, una suerte de incuestionable voluntad divina contra
la cual no cabían los reclamos, un dolor que debía ser manejado con un estoicismo propio de los santos. El mayor consuelo para
ellos era saber que ahora sus familias contaban con una hermosa ángel que los cuidaría de ahí en adelante.
Respeto profundamente sus creencias y también la forma de llevar su dolor, pero creo que en ocasiones es necesario, prudente
y entendible quebrarse por completo, derrumbarse, enloquecer, llorar hasta que no queden lágrimas, mostrarse débil, renegar,
maldecir, cuestionar y de alguna forma liberar aquel tremendo dolor sin lugar a dudas indescriptible. Supongo que esa explosión
de humanidad es la que nos permite sobrellevar el luto y hacer un necesario y sanador duelo.
Si es que existen los ángeles el cielo está lleno de ellos, por eso mismo estas celestiales criaturas son más necesarias en la tierra
junto a nosotros cambiando nuestro mundo. Algunos podrán encontrar consuelo con la existencia de nuevos ángeles en las altu-
ras, otros en cambio preferimos lamentar la ausencia de estos ángeles acá en la tierra.
Learning to Fly
Indudablemente “Learning To Fly” es una de mis canciones favoritas de Pink Floyd, en especial de su últi-
ma etapa y quizás una de las pocas en donde David Gilmour logra que no se extrañe la presencia de Roger
Watter.
Desde sus primeros acordes el tema es una invitación a saltar al vacío y echarse a volar. Hace un año atrás
tuve la ocasión de ver esta canción hacerse carne con ocasión de la visita de una delegación de Veracruz a
los Carnavales Culturales de Valparaíso, fue allí donde pude contemplar en vivo y en directo a los Volado-
res de Papantla, estos indígenas mexicanos que luego de danzar sobre un poste de más de treinta metros de
altura y no más de cincuenta centímetros de diámetro se lanzan al vacío atados de los pies por una delgada
soga que se va desenrollando lentamente por la acción de la gravedad en un espectáculo milenario y quizás
tan solo igualado por las contemporáneas acrobacias del Circus Solei.
Los indios totonacas están profundamente convencidos que este temerario acto de fe realizado con la lle-
gada de cada primavera es la única forma de garantizar la necesaria fertilidad de la tierra. Honestamente,
por mi escéptica forma de ver el mundo, dudo que dicha ceremonia realmente tenga algún efecto sobre la
productividad de los suelos pero es innegable que tanto coraje, denuedo y respeto por sus tradiciones ances-
trales resulta por decir lo menos admirable.
Algunos lo verán como una interesante ceremonial religioso, otros como un número circense, para mi es
ver como uno de los más arraigados sueño del ser humano: volar como un pájaro, se vuelve realidad por
algunos minutos, así que solo me queda agradecer a estos arriesgados mexicanos por demostrarme que nada
es del todo imposible y que las letras de Gilmour no son tan bizarras y oníricas.
Jaque Mate
Nadie discute las noblezas del ajedrez como un juego basado por sobre todo en la inteligencia y paciencia
aplicada, pero también tiene algo de perverso en sí mismo. Quiero decir que si uno hace un análisis dete-
nido el juego consiste en mediante una elaborada estrategia, el estudio de los movimientos del rival y el
calculado sacrificio de las propias piezas, debilitar paulatinamente al oponente hasta el punto que este se
vea obligado a rendirse. Expuesto así, y si no supiera que el juego lo crearon los hindúes y adquirió su ac-
tual forma en la Europa medieval, pensaría que fue ideado por el dueño de una corredora de bolsa o por el
profesor de alguna escuela de negocios.
Pero más allá de su objetivo también hay algo de clasista y de discriminatorio en la conformación de sus
piezas que de alguna forma refleja muy bien nuestras sociedades modernas: en primer lugar de importancia
están el rey y la reina, que de forma directa pueden representar a nuestras clases políticas gobernantes en
donde todo al final gira en torno a proteger sus intereses; luego están los alfiles, con formas de obispos y que
así como en el Medievo también en la actualidad simbolizan el poderío de la iglesia y su conservadurismo;
en tercer lugar están los caballos, símbolo de la caballería la que en la antigüedad estaba conformada tan
solo por los miembros de la nobleza y que podría representar nuestra nobleza aristocrática contemporánea
o sea los representantes del estrato socioeconómico más acomodado; posteriormente aparecen las torres,
que dada su forma podrían ser un símil de nuestra infraestructura industrial; y finalmente están los peones,
cuyo único fin es ser sacrificados o a lo sumo ayudar a recuperar alguna de las piezas mayores pérdidas,
indudablemente representan al pueblo llano, a la clase trabajadora, cuya única utilidad es la de favorecer los
intereses y mantener el estatus de quienes están sobre ellos.
¿Qué pasaría si un día los peones se rebelaran y pusieran en jaque a su propio rey?
De seguro han vistos en las noticias internacionales las gigantescas turbas saqueando supermercados, far-
macias, bencineras y toda clase de comercio después del terremoto ocurrido en Chile a finales de Febrero.
Es cierto que entre este mar humano abundaban descarados delincuentes que no tuvieron ningún empacho
en huir con televisores LCD, lavadoras, ropa exclusiva, cajas de licores y todo aquello que les fuera fácil
de vender a buen precio, pero en su mayoría esta avalancha humana estaba compuesta por dueñas de casa,
por obreros, por estudiantes, por gentes comunes y corrientes usualmente honestas como aquellas con quien
uno a diario cruza su andar pero ahora desesperadas por conseguir algo de leche, pan, pañales, agua embo-
tellada y cualquier clase de alimentos.
También es cierto que esas imágenes me indignaron y que quizás fui uno de los primeros en pensar que
el gobierno debía sacar al ejército a las calles a restablecer el orden a punta de culatazos y balas, pero al
paso de los días y con la sangre más fría comencé a reflexionar en qué momento realmente se iniciaron los
saqueos.
Los saqueos no se iniciaron en las poblaciones marginales ni en las periferias, no se originaron inicialmente
en la desesperación de los damnificados pasado un día del sismo. Los saqueos se iniciaron a las pocas horas
de ocurrido el terremoto al interior de los hogares más acomodados del país en las zonas que no se vieron
en nada afectadas cuando extensas filas de camionetas todo terreno y automóviles caros acaparaban todo el
combustible disponible en las pocas bencineras que se mantenían en servicio. Continuó cuando, y de ello
soy testigo presencial, los supermercados de los barrios acomodados se abarrotaban de hombres y mujeres
histéricos que colmaban las cajas con dos y hasta tres carros repletos de varios kilos de pan, docenas de latas
de conservas, litros y litros de leche y agua embotellada, en resumen de lo suficiente como para que una fa-
milia promedio pudiera subsistir por los siguientes tres o cuatro meses. Insisto en que esto tuvo lugar en zo-
nas que no fueron gravemente afectadas y en donde el abastecimiento estaba absolutamente garantizado.
Este insensible acaparamiento, esta sensación de que quienes tienen dinero se estaban llevando todos los
bienes disponibles, provocó la desesperada idea de que era necesario abastecerse a como diera lugar y en
algunos lugares ello tuvo mediana razón.
Un ejemplo claro de esto es que días después y cuando el orden público se restableció, mientras en los ho-
gares del barrio alto las despensas se encontraban repletas de alimentos que en muchos casos terminaran
por superar sus fechas de vencimientos, en los supermercados de las barriadas fuertemente custodiados por
los militares no se venden más de dos bolsas de mercadería por persona.
El devastador terremoto de 1960 nos obligó como sociedad a replantearnos nuestras normas de edificación
y el de qué manera estábamos levantando nuestros edificios; el terremoto del 27 de Febrero recién pasado
nos obliga a replantearnos sobre qué clase de sociedad es la que estamos construyendo.
Cielo o Subsuelo
Hace casi una década la Catedral Metropolitana de Santiago, presente en la fotografía, fue sometida a un completo trabajo de res-
tauración estructural. Era sabido que durante la colonia más de algún clérigo de relativa importancia fue sepultado en su interior,
lo que nadie esperaba era descubrir en su subsuelo el cadáver de don Diego Portales, ministro de estado de la primera mitad del
siglo XIX considerado uno de los padres de nuestra República y quien fuera asesinado durante una revuelta ya que de acuerdo a
la información histórica hasta entonces existente su cuerpo había sido arrojado a una fosa común por sus ejecutores.
Para el objeto de esta entrada lo anterior es sólo un dato anecdótico pero para complementarlo les contaré que posteriormente a
los restos de Portales se les dio un funeral de estado y fueron trasladados a un mausoleo en el Cementerio General.
De acuerdo a una serie de informaciones aparecidas tanto en la prensa nacional como internacional al parecer el cadáver de uno
de nuestros próceres no es lo único oculto y en descomposición que se mantiene en el subsuelo de la iglesia. La palabra pedofilia
ha venido a ser una inquietante y constante problemática para las autoridades católicas en los más variados lugares del planeta.
Está de más decir que las desviaciones de uno cuantos sacerdotes no implican que la iglesia en su conjunto sea participe de tan
repudiable acto, sin embargo la actitud pasiva del clero frente al preocupante tema es lo que los hace al menos “pecar por omi-
sión”.
Me queda la sensación de que la iglesia desde sus más altas esferas ha tratado de remitir las investigaciones a los sacerdotes acu-
sados de abusar de menores al ámbito del derecho canónico, como si sus sanciones fueran suficientes como medio de castigo del
victimario y de reparación de la víctima, deseando ignorar que aunque los integrantes del clero son miembros del estado Vaticano
también están sometidos a la justicia penal de los países donde se desempeñan.
Otro elemento molesto es que la iglesia ha participado de los procesos, ya en el ámbito penal, como un mero observador sin
hacerse parte del asunto y como si esto fuera una demanda entre particulares. En ese sentido por ejemplo si una enfermera es
violada en un hospital por un médico no es sólo la afectada la que denuncia el hecho e interpone una demanda sino que también la
dirección del hospital e incluso el Ministerio de Salud participan como patrocinantes de las acciones legales que haya que llevar
a cabo. Siguiendo esta línea les comentó que en la actualidad tan sólo en los tribunales chilenos existen al menos una veintena
de investigaciones abiertas por abuso y violación de menores y de ninguna de ellas la iglesia como institución se ha hecho parte,
incluso por el contrario en ocasiones parecieran querer obstaculizar el accionar de las fiscalías.
Se puede perdonar y dar segundas oportunidades al cura párroco que robó dinero de las limosnas, pero frente a denuncias serias
de pedofilia debería ser la iglesia antes que nadie la que alejé al susodicho de su cargo y ponga toda la información a disposición
de las policías. Y es que hechos tan graves como el abuso de menores, en especial cuando se ejerce desde una posición de auto-
ridad, es un delito para el que en mi opinión no hay ni perdón ni olvido.
Hace un par de semanas consultado sobre el caso el Cardenal y Arzobispo de Santiago Monseñor Francisco Javier Errázuriz,
el mismo que canta misa cada domingo en la iglesia de la fotografía, señaló textual: “Es cierto que han habido algunos casos
de pedofilia, pero son poquitos gracias a Dios”….. ¿Gracias a Dios? Creó que ningún dios desee recibir esa clase de acción de
gracias.
Forzosa Desesperanza
Medio día en Santiago de Chile, en las calles alrededor de la Iglesia San Ignacio, sector conocido como la
pequeña Lima por la gran cantidad de inmigrantes peruanos que allí se congregan, se vocea a voz en cuello
la compra de divisas, las llamadas al Perú a precios ultra convenientes, así como ofertas de alojamiento y
opciones de colocación laboral, más en silencio también los ofrecimientos contemplan el cómo obtener de
forma “milagrosa” una visa de residencia permanente. En el interior de la parroquia los fieles, en su mayoría
personas de la tercera edad que alguna vez pertenecieron a la aristocracia santiaguina y que no quisieron
trasladarse a los exclusivos suburbios, escuchan la misa de doce cantada por un anciano sacerdote. En el
portal del templo, a medio camino entre los gritos callejeros y los rezos litúrgicos, esta mujer, también in-
migrante, se aferra con una forzosa desesperanza a su hijo mientras un vaso de refresco oficia de reciclado
plato de limosnas. Quizás espera que alguno de sus compatriotas le comparta algo de la fortuna que le ha
sido tan esquiva, quizás espera que alguno de los fieles recuerde que la caridad se demuestra con hechos
concretos y no solamente con diez padrenuestros, quizás espera sencillamente ser notada por algún mal
humorado policía de inmigración que creyendo hacerle un bien al país la deporte de regreso a la tierra de
donde cierta vez quiso escapar y a la que ahora tanto añora, en donde a pesar de la dura pobreza nadie se
referirá a ella como “chola mugrienta” (negra sucia).
Espero que en algún momento dejemos de ser indolentes ante nuestra propia indolencia.
Rapaz
El protagonista de la fotografía es un joven Aguilucho posado en lo alto de una de las miles de Araucarias
de la Cordillera de Nahuelbuta. Excúsenme que no les dé los correspondientes nombres científicos pero
desde niño que aquellas denominaciones en latín me recuerdan algunos jocosos capítulos del Coyote y el
Correcaminos.
Algo tienen las aves rapaces que a lo largo de la historia se han convertido en un símbolo tan representativo
del poder como lo son las cruces o las medias lunas en el contexto religioso. Fue siguiendo el emblema de
un águila que las legiones romanas conquistaron las Galias, Hispania, el norte de África y Oriente Medio;
reyes, duques y barones del Medievo solían incluir halcones en sus escudos de armas usualmente acom-
pañados de leones o dragones, sus símiles entre los mamíferos y las criaturas mitológicas. El asunto no se
limita a Europa porque también en América el águila fue un animal totémico para los aztecas y las tribus de
las grandes praderas así como el cóndor para el mundo andino; estas aves también estuvieron presentes en
la iconografía de emperadores orientales, emires árabes y reyes tribales africanos. Hacia la edad moderna
fueron insignias de batalla de los ejércitos al servicio de los Imperios Coloniales y luego de las naciones que
lograron su independencia de estos.
Su analogía con el poder continúa hasta nuestros días, no en vano fue delante de la imagen de un águila
calva que se anunciaron las invasiones de Afganistán e Irak, y han pasado a formar parte de los emblemas
corporativos de bancos y farmacéuticas transnacionales que en una época globalizada han heredado de im-
perios, reinos y naciones el control del orbe.
El porqué de esta devoción por las aves rapaces quizás sea por su vuelo majestuoso, por lo imponente de
su estampa o por su aguda visión, pero no debemos olvidar que estos nobles pájaros fueron dotados por la
naturaleza de tales condiciones con el único fin de mantenerse en el tope de la cadena alimenticia dejándose
caer inmisericordes con sus letales garras sobre sus presas. Consecuentemente los siglos de historia nos
han demostrado que quienes han usado halcones y águilas como emblema también han tomado de estos su
implacable letalidad ante todo lo que se cruce en su camino.
Al parecer poder y rapacidad van de la mano.
En Camino
Recuerdo con especial cariño a Oscar Otárola, mi profesor de filosofía en mis años de secundaria, recuerdo sus debates en los
que buscaba adentrar en las profundidades del pensamiento a un grupo de desordenados estudiantes cuya idea más elaborada
hasta ese entonces había sido como conseguir pedir permiso a sus padres para asistir a la fiesta del fin de semana. Recuerdo en
particular dos interesantes discusiones sobre qué cosas en nuestra vida cotidiana constituían una “causa y/o un efecto” y cuales
podían ser determinadas como “un fin o un medio”.
En buena parte de mi vida consideré a los caminos, sean estos literales o simbólicos, tan sólo un medio para alcanzar un fin, una
vía conducente a un lugar, una forma de obtener un resultado, un recorrido que alcanzaba su valor tan sólo una vez completado.
Hace casi exactamente una década atrás me encontraba atravesando una época particularmente difícil, desempleado, sin dinero
y con un matrimonio hecho trizas hacía poco. En aquellas poco gratas noches en las que el insomnio era una constante mis más
leales compañeros eran el café y el tabaco, por lo mismo no era extraño que a altas horas de la madrugada me encontrara con que
acababa de fumar el último cigarrillo de la cajetilla, en dichas circunstancias mi única alternativa era realizar una caminata de más
de media hora hasta una estación de venta de combustible donde podía comprar mis ansiados Marlboro o Lucky Strike. A poco
andar me di cuenta que no eran unos pocos más o menos miligramos de nicotina los que me calmaban, los que me hacían ver las
cosas con mayor claridad y finalmente conciliar el sueño, sino que era en sí la caminata en compañía tan sólo de mis pensamien-
tos escuchando a lo sumo el ladrido de un par de perros lo que resultaba terapéutico.
Supongo que desde aquellos años que he aprendido a disfrutar los caminos sin siquiera importarme a donde conducen, deleitán-
dome sencillamente en el hecho de recorrerlos, aprovechando cada instante de caminata para depurar pensamientos. Es intere-
sante cuantas ideas se pueden obtener usando el supuesto “tiempo perdido” en nuestros desplazamientos de la casa al trabajo o
cuantos detalles pueden observarse en el camino que se recorre yendo al mercado.
De igual forma he aprendido a valorar aquellos caminos simbólicos, esos procesos que nos permiten obtener un resultado, a veces
incluso sin lograr alcanzar las metas propuestas pero encontrando un alto grado de crecimiento personal en la senda recorrida. A
fin de cuentas nos encontramos permanente “en camino” y cuando llegamos a algún lugar únicamente es para iniciar un nuevo
viaje.
Tan sólo como dato informativo les contaré que el camino de la fotografía atraviesa entre campos y barrancas el extremo norte
de la Isla del Sol en medio del Titicaca boliviano y finaliza en un conjunto de ruinas prehispánicas conocidas como el laberinto
de Chikana, pero si algún día lo recorren no esperen llegar hasta el final para disfrutarlo.
Raíces
Hace unos años un fuerte temporal de viento derribó un añoso ciprés que coronaba el centro de la Plaza de Armas de la ciudad de
Quillota. En lugar de ser convertido en leña un tallador local lo transformó en una interesante escultura alegórica a la agricultura
en donde la figura central está construida con las mismas raíces del gigante caído.
Observando esta fotografía no pude dejar de pensar en mis propias raíces y en ese ir y venir mental propio de las mentes desor-
denadas recordé un proyecto de ley que se discute en nuestro congreso que busca el que cada ciudadano pueda elegir cuál de sus
apellidos, paterno o materno, sea el prioritario y por consiguiente el usado para todo fin de identificación. Sé que a muchos esta
discusión puede parecer irrelevante y hasta anacrónica pero permítanme contextualizar el hecho de que hace tan sólo una década
en Chile todavía existía una marcada diferencia de derechos entre los hijos nacidos dentro de un matrimonio, legítimos, los naci-
dos fuera del matrimonio, ilegítimos, y los no reconocidos por el padre, naturales. Como algo hemos avanzado, desde el gobierno
de Ricardo Lagos y reformas constitucionales mediante en nuestro país actualmente se garantiza la igualdad de derechos de cuna
y obra y gracia de las pruebas de ADN todo menor debe llevar el apellido de su padre quiéralo este o no.
Volviendo al punto central la mencionada iniciativa parlamentaria despertó mucho más polvareda de la que se podría suponer.
Los sectores conservadores se opusieron tenazmente alegando que el uso en primer término del apellido paterno es parte de
nuestra tradición republicana la que se basa y condice con los usos de los colonizadores españoles y las costumbres de nuestros
pueblos originarios, cuestión que es cierta. Por contraparte los más progresistas señalaron que cada individuo tiene el derecho a
elegir libremente aquellos elementos que constituyen su identidad y que priorizar el apellido paterno por sobre el materno es una
discriminación por género, cuestión que también es cierta. Como es lógico suponer no ha habido acuerdo y el proyecto de ley
permanecerá en discusión eternamente como siempre ocurre.
Más allá de los enunciados de nuestros “honorables” diputados, en mi opinión si el nombre define la identidad el apellido define
la procedencia, la raíz de la cual somos originarios. En mi caso llevo orgulloso el apellido de mi padre que sin ser de alta alcurnia
es el de un hombre honesto, trabajador y esforzado que hasta sus últimos días siempre estuvo manifiestamente preocupado por
mí. En él están mis raíces, de él heredé buena parte de mis virtudes y también mis defectos; lo que soy, mucho o poco, se lo debo
a él, aunque no puedo dejar de aclarar que no por lo anterior menosprecio el aporte de mi querida madre.
Pero esa es mi experiencia, lo que a mí me tocó vivir, porque igualmente conozco decenas de casos de personas que nunca tuvie-
ron una imagen paterna sino que fueron sus madres las que debieron asumir el rol de ambos padre y madre a la vez, o esa imagen
fue encontrada en la figura de un padrastro, un tío o un abuelo. Porque entonces estás personas deben verse obligadas a rendir
honra con su apellido a alguien al que en muchos casos ni siquiera conocen y a quien poco o nada le deben.
Los apellidos más que un origen genético o biológico deberían implicar pertenencia, fundación, cimiento, por consiguiente no
necesariamente deben estar con quien nos procreó sino más bien deberían estar con nuestras verdaderas raíces, las de afecto,
educación y esa hermosa y compleja palabra llamada crianza.
Luis Santibáñez Miranda.
Cambio de Enfoque
Un paseo a mediados de primavera parecía ser la perfecta ocasión para probar mi cámara reflex recién ad-
quirida, y así avanzando por calle Prat me encuentro con la perfecta ocasión de fotografiar la típica postal
de un trolebus avanzando por las calles porteñas. Bastaría sólo un par de horas para que sentado frente a mi
PC me diera cuenta que el mal manejo del cilindro de enfoque había transformado mi estupenda postal en
la foto de una señora portando una bolsa anaranjada con un trolebus de fondo.
Muchas cosas requieren ser adecuadamente digeridas o revisadas y es así como al tiempo descubrí cierta
frescura en esta imagen. La señora en cuestión en lugar de estropear la toma le dió una frescura y calidez
que hubiera sido imposible lograr manteniendo el enfoque proyectado.
En tiempos de crisis como los actuales me he visto cotidianamente obligado a cambiar el enfoque de mu-
chos de mis planes y si bien me he privado de ciertas cosas he recibido a cambio la satisfacción de vivir
situaciones que nunca estuvieron proyectadas.
Las anheladas vacaciones en el extranjero debieron ser cambiadas por la visita a la casa de esa tía sureña
que me hizo revivir los regaloneos recibidos en mi infancia; las onerosas salidas a comer en algún restaurant
se reemplazaron por económicas pero infinitamente cálidas tertulias con amigos de años; la actitud ante
mi hijo de todopoderoso proveedor de cuanta cosa se le ocurriera se reenfoco en la explicación de que hay
tiempos para ser austeros y ahorrativos.
El cambio de enfoque me ha enseñado que puedo continuar usando el mismo celular aunque su pantalla no
sea táctil, que mi pc es lo suficientemente rápido para lo que yo lo ocupo, que no se justifica tener cincuenta
canales de televisión contratados si solamente veo los noticiarios y un sin fin de pequeños reenfoques que
han hecho mi vida más sencilla y me han ahorrado unos cuantos pesos en la pasada.
Desde hace algún tiempo esta es la hermosa foto de una porteña caminando por calle Prat una tarde de pri-
mavera, como dato anecdótico se ve un trolebus detrás de ella.
PD: Esta entrada la publique en el contexto de la crisis económica mundial del 2008/2009, y aunque la
situación general ha cambiado muchas cosas aprendí de esos meses difíciles y espero recordar en la actua-
lidad y a futuro las lecciones recibidas.
Nostalgia
“La juventud se lleva por dentro” y “el espíritu no envejece” son dos frases bastante esperanzadoras y en
algunos casos muy ciertas pero que se transforman en simples eufemismos cuando las fuerzas comienzan a
flaquear, cuando el corazón y los pulmones ya no son tan resistentes, cuando el botiquín empieza a llenarse
de prescripciones médicas y por sobre todo cuando aquellos a quienes hemos amado y con quienes hemos
compartido una vida comienzan a partir.
Hace algunos días Doris, una jovial señora de algo más de setenta años, me contrató para que convirtiera
a medios digitales su colección de fotografías tomadas a lo largo de toda su vida. Cuando acepté el trabajo
no imaginé que de un armario saldrían cajas y cajas con varios centenares de diapositivas y en un momento
pensé si realmente había sido una buena idea acceder a dicho requerimiento, pero mucho más que el trabajo
la experiencia ha valido de sobra la labor.
Es sencillamente increíble poder revisar en detalle más de cincuenta años de vida de una persona y en espe-
cial si esa persona es Doris. Cuando tenía poco más de veinte años viajó por un par de meses a Suiza, pero
de allá tardó treinta años en regresar, allí conoció a Osvaldo, un italiano que junto con llevársela consigo a
Turín capturó su corazón y le entregó por completo el suyo.
Una a una vamos proyectando las diapositivas sobre un telón desde donde las fotografío con una cámara
digital para después retocarlas y ordenarlas en el computador. Una a una se suceden las imágenes de las
costas de Portugal, del carnaval de Venecia, de los Alpes suizos, de sus viajes en bote por las islas griegas,
de sus travesías en camello por el Sahara, de las ruinas mayas en México, de las aguas turquesas de Bora
Bora, siempre acompañada de Osvaldo, siempre abrazados y me parece que siempre mirándose con ternura
y pasión.
Mientras ajusto la nitidez y encuadro los diaporamas Doris suele dar prolongados suspiros o largar inmen-
sas carcajadas, de seguro recordando alguna cena romántica o cierta travesura juvenil. Recuerda a perfec-
ción donde y en qué circunstancias fue tomada cada foto y no duda en contarme cada detalle al respecto, así
supe porque se tomó una foto desnuda en una playa desierta en Costa de Marfil, los nombres de cada uno
de los castillos del Loira o porque se le ve buceando junto a un tiburón en los corales tahitianos. Y de esta
forma hasta el momento en varias jornadas hemos digitalizado más de dos mil fotografías y he escuchado
más de dos mil historias al punto que ya me siento en condiciones de escribir sus memorias pero aún no he
llegado ni siquiera a la mitad del trabajo encomendado y es que es imposible avanzar rápido cuando existe
tanto por escuchar, tantos lugares que conocer de primera fuente, tantas recetas que compartir y un largo
sin fin de etcéteras.
Osvaldo, su gran amor, falleció hace ya algún tiempo. Paradojal y tristemente sus últimos años los convivió
con el mal Alzhéimer lo que hizo que para él toda esta inmensa colección de diapositivas no fuera más que
una serie de imágenes sin sentido. Tampoco tuvieron hijos, no sé realmente porqué razón pero me parece
que disfrutaban tanto estando juntos que no necesitaban nada más, así que ahora estás fotos son su principal
compañía.
Sé que en este punto el relato puede parecer triste, pero Doris no es una mujer embargada por la tristeza sino
más bien una mujer cautivada por la nostalgia, no una nostalgia de deudas pendientes sino una nostalgia de
momentos y amores vividos y disfrutados al máximo. Una nostalgia que envidio, admiro y respeto.
Ayer me agradeció por ayudarla a rescatar estos recuerdos que tan solo eran importantes para ellas y que de
seguro muy pronto cuando ya no esté, certeza que la da su diagnóstico de cáncer, no le interesaran a nadie.
En eso se equivoca porque sin proponérselo me ha impregnado de sus memorias, me ha enseñado en sus
historias el devenir de buena parte del siglo pasado y de lo que va del presente, me ha compartido un tesoro
de imágenes que de seguro, cuando ella se encuentre nuevamente en brazos de su amado Osvaldo paseando
por los campos de la Toscana, seguiré visitando desde mis disco duro.
Mal de Altura
No sé si alguno de ustedes ha estado por sobre los 3.000 metros sobre el nivel del mar, si es así habrán sentido los efectos del
temido mal de altura y sino habrán escuchado de él. La concentración de oxígeno en el aire es la misma que en menores alturas
pero con una menor presión atmosférica lo que obliga a nuestros pulmones a trabajar mucho más para llevar el vital elemento
al torrente sanguíneo. Lo interesante de este mal, tambiñen conocido como soroche o puna, es que presenta síntomas distintos
en cada personas, alteraciones que además de la obvia falta de aire se manifiestan como alzas de presión, taquicardias, dineas,
fatigas, cefaleas y un amplio abanico de malestares ninguno de ellos gratos por cierto.
Las comunidades originarias del altiplano de Los Andes o de la meseta del Tibet se han aclimatado a la perfección a tan duras
condiciones de vida, como lo demuestra el comunero peruano de la fotografía que sobre los 4.000 msnm se desplazaba con una
agilidad felina mientras quienes le observabamos no podiamos dar más de diez pasos sin detenernos a resoplar profusamente.
Los efectos de la altura no pueden evitarse pero si minimizarse siguiendo un par de coonsejos. El primero es ascender en forma lo
más gradual posible, lo ideal es una vez superada la barrera de los 3.000 metros dar al organismo un tiempo de adaptación de dos
días por cada quinientos metros ascendidos. Si no se dispone de los días adecuados la segunda opción es evitar los esfuerzos físi-
cos y caminar lo más lentamente posible, en resumen o nos tomamos el tiempo necesario o nos tomamos las cosas con calma.
Hace algunos años mi estatus laboral y económico vario bruscamente al alza, fue como ascender de golpe desde el nivel del mar
a los 4.000 metros. Como no seguí los consejos antes mencionado el resultado fue que sencillamente la altura me afectó profun-
damente y me mareé por completo. Renové el mobiliario de mi hogar, cambia las marcas del guardarropa, concedí a mi hijo sus
caprichos, reemplacé la cerveza por el whisky y una serie de muestras de que no estaba en mi juicio. Arribismo, estupidez, inma-
durez, ustedes elijan el adjetivo y estará en lo cierto. Como era lógico que ocurriera al poco tiempo mi tarjeta de crédito se vió
sobrepasada, los cheques comenzaron a ser protestado, mi ejecutivo del banco se convirtió en mi constante pesadilla, y lo que es
peor algunos de mis amistades se deterioraron porque nadie está dispuesto a soportar al pedante en el que me había convertido.
Después de algunos días en la altura son necesario varios meses para que el cuerpo vuelva a la normalidad y de la misma forma
después que finalmente volví a reencontrarme con el sentido común debió pasar bastante tiempo antes de que pudiera colocar mi
vida en el orden necesario. Gracias a Dios, o a lo mucho que algunos me quieren, recuperé buena parte de las amistades dejaas
de lado, también pude enseñar a mi hijo con mi ejemplo lo que la falta de prudencia puede provocar. De las cosas materiales les
contaré que me robaron los anteojos de sol de diseñador, se me extravió la sofisticada agenda electrónica, regalé alguna de la ropa
de marca y la que no a la vuelta de los años no me queda en talla, cerré mis tarjetas y cuentas, aunque seguiré pagando mis peca-
dos en comodas cuotas mensuales por un buen tiempo, pero ¿saben la verdad? todo lo anterior ya no me importa porque aunque
afortunadamente mantengo el mismo trabajo mi encuentro de golpe con la realidad me hizo desarrollar un profundo desapego por
las cosas materiales y la certeza de que como todo en la vida está en constante cambio, por sobre todo en lo laboral, algún día el
dinero podrá ser más o podrá ser menos pero me siento lo suficientemente maduro para enfrentarlo.
Por cierto no me enorgullece en nada mi ataque de arrogancia tampoco quiero pontificar mi actual actitud desprendida ni menos
quiero dar lecciones de vida,… sólo necesitaba contarlo.
Detener el Tiempo
Hace algunas semanas junto a un par de amigos al igual que yo aficionados a la fotografía nos encarama-
mos a la azotea del edificio de departamentos donde vive uno de ellos a capturar imágenes de la ciudad de
Viña del Mar de noche. Para mí, que siempre he vivido a ras del suelo, resultaba particularmente interesante
contemplar la urbe desde sesenta metros de altura.
Buena parte del tiempo lo dedicamos a intentar atrapar el desplazamiento del flujo vehicular en la intersec-
ción de calles que se encontraban a nuestros pies. Fotográficamente hablando la idea consistía en “congelar”
el punto de vista del observador mientras los objetos fotografiados parecieran conservar su movimiento.
Como dato les comento que se logra manteniendo abierto el obturador durante algunos segundos y siempre
y cuando la luz ambiente sea baja y en lo posible los objetivos a capturar posean luz propia ojala contras-
tante, como los focos de los automóviles, que ayudan a crear estas estelas lumínicas.
Durante los días siguientes me quedé pensando en esta idea pero transportada al diario vivir, en otras pa-
labras congelarme por unos instantes mientras al mundo continuaba su alocada marcha. Aunque parezca
exagerado hice varias pruebas para lograr esa sensación: visité un antiguo claustro religioso convertido en
museo en el corazón de Santiago, en su patio interior observando una fuente de agua y escuchando suaves
cantos gregorianos me relajé como hacía mucho tiempo no lo lograba, incluso redescubrí el hermoso sonido
que producen las hojas otoñales al caer al suelo, pero aunque grato no era lo que estaba buscando; visité la
iglesia contigua y me di maña de notar como un cirio encendido por uno de los fieles se derretía milímetro
a milímetro, también relajante y una excelente forma de ejercitar la paciencia pero no era lo que buscaba
porque aún despojado de mi reloj notaba como el tiempo transcurría sin lograr desatenderme de él; luego
opté por un camino contrario me dirigí al Paseo Ahumada, el lugar más transitado y estresante en todo
Chile, y allí me quedé inmóvil en medio de la acera mientras un cuarto de millón de personas caminaban
presurosas a mi alrededor y la verdad lo único que obtuve fue unos cuantos empujones y un desesperante
deseo de huir de allí.
Debieron pasar unos cuantos días hasta que encontrara la respuesta a mi búsqueda y esta era mucho más
simple de lo que esperaba. Encontré una instancia en la que todo parecía congelarse mientras tan sólo sentía
el latido de mi corazón pero a la vez en la que yo parecía estar petrificado en un segundo eterno mientras el
mundo alrededor indiferente continuaba su acelerado ritmo. Esa instancia fue un tierno y dulce beso.
Nicolino
La poca habitual coincidencia de una soleada mañana de invierno y uno de mis días de descanso laboral fue una ocasión perfecta
para dedicarla a mi pasión por fotografiar Valparaíso. Estando en lo alto de un mirador con magnífica vista al Pacífico se me
acercó un anciano, después supe sumaba más de ochenta años, que me preguntó si era turista y si me gustaba contemplar el mar,
a lo primero dije no y a lo segundo si. Inmediatamente y sin pedir ningún permiso previo comenzó a entonar una bella y simple
canción acerca de la belleza de las costas. Lo poco inusual de su presentación me convenció de que se trataba o de un viejo loco o
de un anciano sabio, cualquiera fuera la respuesta estaba más que justificado detenerme a conocer más del amistoso personaje.
Nicolino nación en Nápoles, cuando tenía trece años sus padres decidieron abandonar Sicilia y cambiar las vistas del Vesubio por
las del Pacífico Sur, quizás buscando una nueva vida en las costas americanas quizás huyendo de alguna vendetta, sea como fuere
arribaron a Valparaíso a finales de 1939.
Las cosas no comenzaron bien, a los pocos meses de llegado murió su padre. Nicolino se vio obligado a convertirse en Nicolás
y asumir como el sostén familiar. Extranjero, con problemas con el idioma, sin educación, todo parecía estar en contra. Debió
comenzar por recoger los desechos de telas en las manufactureras textiles los que después vendía como “guaipe” o paños de
limpieza, en algún momento descubrió que estas sobras de género podían volver a hilarse y se inició en la venta de carretelas de
hilo a las costureras y sastres de Valparaíso.
Previo a cada giro en su relato el hombre decía con tono solemne “La necesidad es la que crea al órgano” y su historia parecía
darle la razón. Luego de algunos años vendiendo y trabando amistad con los sastres porteños se adelantó a su época iniciándose
en el outsourcing y contratando servicios externos terminó instalando la tienda más fina y exclusiva de corte y confección del
Valparaíso de los años cincuenta. En las décadas siguientes incursionó en la venta de automóviles, la gastronomía y el negocio
inmobiliario.
Comentando mi encuentro con otras personas supe que Nicolino llegó a ser dueño de una hacienda de varias miles de hectáreas
y de un par de edificios en la zona más exclusiva de la Viña del Mar de la época. Incluso hasta el día de hoy uno de los más pres-
tigiados restaurantes de comida italiana lleva su nombre.
Solo regresó a Sicilia en una ocasión a finales de los cincuenta a dejar flores en la tumba de su abuelo. La no despreciable fortuna
que logró reunir es ahora administrada por sus nietos. Actualmente a sus ochenta y algo espera los días soleados para poder ob-
servar el mar sentado en lo alto de un mirador y ocasionalmente contar su historia de vida a algún desconocido.
Al momento de despedirnos comenzó a entonar quietamente el “O Sole mío” y finalizado agregó “es que los napolitanos somos
así le cantamos al mar, al sol, a las flores, porque solo nos interesan las cosas simples”.
Nicolino ¿viejo loco o anciano sabio? Creo yo que una mezcla de ambos, pero decidan ustedes.
La Ciudad
Calle Nueva York en el mismísimo centro de la ciudad de Santiago capital de Chile. Sobre ella más de un millón de partículas
contaminantes forman una capa de smog que convierte a la urbe en una de las más contaminadas del continente; a su costado en
el edificio de la Bolsa de Valores se mueven diariamente millones de dólares en acciones; y a pocos metros, en el Paseo Ahumada,
a diario más de dos millones de personas transitan entre empujones rumbo a sus trabajos.
Además de su mal humor, su ritmo acelerado y su estrés constante, una de las cosas que más me llama la atención de los habi-
tantes de Santiago es su aparente falta de pertenencia hacia su ciudad. La gran mayoría rehúsa considerarse “santiaguino”, se
observan a sí mismos como una especie de inmigrantes internos oriundos de otras ciudades y obligados a permanecer en la capital
por razones laborales, de estudio o económicas, esperando cada ocasión posible para huir por algunos días al litoral próximo
y soñando con poder algún día, ya finalizada su vida laboral, cambiar su departamento en los suburbios por una casa en algún
pueblo de provincia.
Quizás no se han dado cuenta que ellos mismos son la ciudad y que la llevan bajo su piel de la misma forma que Santiago lleva
el tren subterráneo bajo sus calles. Es donde han crecido, es donde han construidos sus vidas y es a lo que pertenecen, huir de ella
es imposible como bien lo expresó el poeta griego Constantino Cavafis en sus versos destinados a Alejandría y que bien aplica
para cualquier gran metrópolis contemporánea.
“Dices: Iré a otra tierra, y hacia otro mar y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo las oscuras ruinas de mi vida
Y los muchos años que aquí pasé o destruí.
Duna
Una de las cosas que me encanta de la primavera es poder planificar alguna salida al aire libre para los días de descanso laboral y
no destinarlos exclusivamente a ver algunos cuantos discos de películas como suelo hacerlo en invierno, cuestión que de seguro
no debe ser del gusto del casero de mi video club habitual. Hace sólo un par de semanas, en vísperas de un fin de semana libre, le
consulté a un colega que pensaba hacer en los siguientes días y me contestó que esperaba ir a elevar volantines (nombre que en
Chile damos a los cometas) a lo que “quedaba de las dunas de Con Con”.
El campo de dunas de Con Con es una seguidilla de médanos que se extienden entre esta localidad y el balneario de Reñaca en
el litoral central de Chile. Recuerdo haberlo conocido cuando era un niño de pocos años acompañando a mis padres, inmediata-
mente me impresionó ver tanta arena junta y los extraños dibujos que el viento hacía en ella. En mi óptica infantil imaginaba estar
en medio del desierto del Sahara porque internándose solo un poco entre las dunas se perdía todo punto de orientación y daba la
sensación de estar en el centro de un mar de arena. Lo más entretenido era arrojarse rodando desde los montículos más altos, en
especial de aquellos que finalizaban en las playas cercanas.
En algún momento alguien decidió que ahorrar veinte minutos de viaje entre Reñaca y Con Con era razón más que valedera para
instalar una carretera en medio de las dunas. Como era de suponer, junto con el asfalto y el tráfico automovilístico, los envases
de botellas vacías, las bolsas plásticas y los papeles también lograron abrirse camino hasta las mismas entrañas del campo dunar,
pero al menos tan solo ocupaban unos pocos centímetros a la vera del camino peores cosas estaban por ocurrir.
Recuerdan la parábola bíblica del hombre necio que construyó su casa en la arena y que cuando vinieron las lluvias esta se de-
rrumbo en contraparte al hombre sabio que construyó su casa en la roca y esta resistió todas las inclemencias climáticas. Pues
bien supongo que la parábola en cuestión no consideró una tercera opción: la del hombre igualmente necio pero que dotado de
una retroexcavadora y estudios de geología decidió remover toneladas de arena hasta alcanzar la roca viva y sobre ella construir
un edificio de varios pisos de altura que luego vendió a un elevado precio (quizás después de todo no era tan necio).
En Chile siempre reaccionamos tarde, le dimos el premio nacional de literatura a Neruda cuando este ya había ganado el Nobel,
reconocimos el talento de Claudio Arrau o Isabel Allende cuando estos ya se habían nacionalizado estadounidenses, y declaramos
como Santuario de la Naturaleza al Campo Dunar de Con Con cuando ya era bastante poco lo que quedaba por preservar.
Actualmente el referido santuario natural son solo unas cuantas dunas atrapadas en el medio de lujosos condominios, casi como
si fueran el patio trasero de estos. Irónicamente hablando ya es imposible perderse entre los médanos porque siempre estará a la
vista alguna torre de treinta pisos de altura para orientarnos.
Cuantas dunas más removeremos considerándolas tan sólo arena, cuantos humedales secaremos viéndolos como inútiles panta-
nos, cuantos glaciares trasladaremos por ser únicamente hielo, lamentablemente la respuesta aún está en espera.
PD: Algunas citas han sido dadas tan sólo como ejemplo porque en realidad no tengo la menor idea si el Real Madrid ganó la
Liga de Campeones el 2001.
Ave María
Quien no ha escuchado el Ave María de Franz Schubert, omnipresente en bautizos, matrimonios, funerales
y ceremonias varias. Bien interpretado resulta por decir lo menos emocionante incluso para un no creyente
como yo.
Haciendo memoria y como no soy mucho de ir a ceremonias eclesiásticas creo que lo he escuchado en vivo
y en directo sólo en dos ocasiones. La primera fue hace bastantes años atrás en un estación del tren subte-
rráneo de Santiago, allí se encontraba una improvisada orquesta de cámara con violín, violoncelo, flauta
traversa y guitarra acústica acompañando a una delicada chica de no más de veinte años dotada de una voz
espectacular, imagino que eran estudiantes de alguna academia de música y que presentándose en dicha es-
tación buscaban ganar algún dinero para sus estudios. La segunda vez fue hace muy poco durante un picnic
familiar en el Jardín Botánico de Viña del mar, una especie de pequeño Central Park con jardines, lugares
de juego, una laguna y muchas actividades al aire libre. Mientras estábamos sentados en el pasto notamos
que en una tarima a pocos metros de nosotros un ensemble compuesto por violín, celo y flauta traversa co-
menzaban a entonar el referido tema seguido de un amplio repertorio de lo mejor de la música selecta.
Estaciones del metro y parques públicos, esos son los lugares donde el arte debe estar presente y no exclusi-
vamente recluido en museos, bibliotecas y ostentosos teatros. Nunca he entendido esa actitud de los supues-
tos defensores de la cultura que parecieran hacer todo lo posible para que las manifestaciones artísticas sean
elitistas, excluyentes, reservadas a unos pocos y critican todo aquello que sea público o masivo tratándolo
de vulgar y chabacano. Quizás supongo está sea la única forma de sentirse culturalmente superiores y mirar
por sobre el hombro al obrero y a la dueña de casa, pero estos últimos son tal vez los que más aprecian y
más se emocionan cuando el arte está a su alcance.
Torrente
Mientras publico esta entrada me encuentro en un terminal de buses esperando iniciar viaje al extremo sur de Chile, a las puertas
de la Patagonia, a aquellas tierras en donde volcanes cubiertos de nieves eternas, ríos caudalosos, lagos escondidos entre bosques
impenetrables, islas deshabitadas y extensas llanuras se funden en un solo paisaje sorprendente y complejo.
Aquellos lares son atravesados por el Yelcho, el Futaleufú, el Palena, el Cisnes y el Baker, algunos de los ríos más caudalosos
del mundo, una delicia para los fanáticos de la pesca con mosca, el rafting, el kayaking y en general para todos aquellos que dis-
frutan del contacto con la naturaleza en su estado más puro y salvaje. Lamentablemente sus torrentosas cuencas también se han
convertido en un apetecido tesoro para los dueños de las empresas generadoras de electricidad que en cada salto de agua ven la
posibilidad de instalar una monumental represa que abastezca de miles de mega watts hora a nuestro país y al sur de Argentina.
Es innegable la necesidad de energía para mantener el desarrollo económico de dichas regiones, también es cierto que de todas
las formas de generar electricidad la producción hidroeléctrica es una de las menos contaminantes, pero también es cierto que esta
es una de las que más afecta los ecosistemas circundantes. El avance productivo puede justificar entonces alterar el curso de los
ríos, inundar miles de hectáreas y llenar de torres de alta tensión un paisaje hasta entonces en estado virgen. No es más racional
continuar potenciando las actividades económicas ligadas al turismo, mal que mal cada año son miles quienes están dispuestos
a cruzar medio mundo para conocer estas tierras dejando una importante cantidad de divisas a su paso (estamos hablando de un
promedio de U$ 500 diarios por visitante).He escuchado a ciertos líderes de opinión declarar que “es preferible que estas aguas
se destinen a la producción energética antes que se pierdan en el mar”, es que acaso las aguas ¿se pierden en el mar? Me parece
que dichas declaraciones son un absoluto desconocimiento del ciclo del vital elemento (cuestión conocida por cualquier niño de
primaria). Además puede el estado de Chile vender los derechos de uso de un agua que no le pertenece a ningún gobierno de turno
en particular sino que es patrimonio no de todos los chilenos sino de toda la humanidad.
Gracias a Dios en algunos casos ha primado la cordura y una visión a largo plazo y es así como Comisión de Protección del Medio
Ambiente ha declarado innegociables los derechos de agua sobre los cursos del Palena y el Cisnes, es de esperar que igual situa-
ción ocurra con los demás ríos patagónicos. Por otro lado en España la casa matriz del BBVA, hasta hace poco principal financista
del proyecto HydroAysén, señaló que ha optado por retirar su apoyo a dicho proyecto debido a que su ejecución contradice la
visión ambiental del banco hispano. Honestamente creo que esta decisión tiene más que ver con un estudiado plan de relaciones
públicas que con un verdadero compromiso con la ecología, pero sea como sea ya es un avance.
De mi paso por este rincón austral de seguro les contaré más adelante, por el momento sólo permítanme tener un lapsus de eco-
logista furioso y gritar a viva voz: PATAGONIA SIN REPRESAS!
Hojas Interiores
El individuo de la fotografía es un noble Nogal Negro, aunque de negro bastante poco. Durante los mese
de primavera sus hojas se pintan de un rojo intenso, hacia el verano adquieren su perfecto verdor y ya en el
otoño adquieren un delicado dorado opaco justo antes de que el viento las arrastre dejando el oscuro tronco
desnudo durante el invierno.
Esta cambiante condición estacional es una constante en todos los seres vivos, no siempre en la forma del
color de hojas o cambios de pelaje, pero sí al menos en cuento a comportamiento. Es un hecho comprobado
que los distintos niveles de luminosidad y temperatura, en especial en los extremos australes y boreales,
afectan el comportamiento de todo organismo viviente y los seres humanos no somos la excepción.
No sé si en mi vida anterior habré sido alguna clase de osezno pero el invierno me sumerge en un potente
letargo, las sabanas me resultan mucho más seductoras que de costumbre y sólo deseo estar conveniente-
mente abrigado al interior del calor de mi hogar, todo lo anterior no es en ningún caso malo pues es la época
donde me doy más tiempo de leer, revisar ciertos clásicos del cine en dvd y escuchar muchísima buena mú-
sica, en cierta medida los meses invernales me refinan intelectualmente hablando. Sin embargo la llegada de
la primavera me despierta una verdadera sed de contacto con la naturaleza, de aprovechar el día al máximo,
vuelvo a recordar con más fuerza que nunca que mi pasión es la fotografía. Este estado llega a su pick en el
verano donde prácticamente me sacio de amaneceres y atardeceres.
Pero el otoño acaba de llegar, no solo porque lo diga el calendario, pude comprobarlo hace algunos días
cuando visite el parque donde se encuentra el nogal de la fotografía y me entretuve caminando entre las ho-
jas secas desperdigadas por todos lados, escuchando el crujiente crush que producen cuando se resquebrajan
debajo de mis pies.
El otoño me resulta un tiempo para bajar las revoluciones aceleradas por las actividades veraniegas, la
ocasión de nuevamente empezar a meditar, a leer, a descansar. Hay días soleados donde se puede disfrutar
de una caminata al aire libre pero sin esa premura del verano y sin que las playas estén llenas de equipos
publicitarios regalando cremas, protectores solares y suscripciones a compañías telefónicas. Pero también
hay días fríos donde se redescubre lo sabroso que es quedarse en casa bien abrigado no solo por ropa más
gruesa sino también por el calor de quienes uno ama.
Reinventado
En 1997 luego de un siglo y medio de faena llegó a su fin la explotación de las minas de carbón en la ciudad de Lota. Al cabo de
algunos años piques mineros como el famoso Chiflón del Diablo se convirtieron en destacados atractivos turísticos y los mismos
mineros que trabajaron allí toda su vida continuaron internándose en las profundidades de la tierra ahora como guías de visitantes
ávidos de conocer la vida Subterra. Pocos meses atrás el protagonista de esta fotografía me guió por los intrincados laberintos
subterráneos del novelístico Chiflón del Diablo. La interesante experiencia allí vivida sería bastante larga de relatar pero me remi-
tiré a los comentarios de este ex minero respecto a las interminables jornadas de trabajo de más de doce horas, la imposibilidad de
calentar alimentos o líquidos pese al frío imperante por temor a provocar una explosión de gas, el cómo niños de ocho años eran
iniciados en las faenas mineras, los constantes accidentes fatales y el como buena parte de los mineros desarrollaba enfermedades
crónicas como artritis o silicosis. Todo lo visto y oído en aquel lugar me pareció más cercano a una forma moderna de esclavitud
que a una actividad productiva, pero este hombre parecía añorar con melancolía sus años horadando la tierra prefiriendo mil veces
esa dura forma de vida antes que vivir dependiendo del caprichoso flujo de turistas y curiosos. La reconversión laboral ha sido
difícil para estos rudos hombres, pero para bien o para mal la reconversión o más aún la propia reinvención es una constante y
casi una necesidad en los tiempos modernos. Cuantos de nosotros hemos estudiado una carrera por vocación y hemos terminado
haciendo algo completamente distinto, cuantas veces los cambio de trabajo han implicado también un cambio radical en nuestra
forma de mi vida. Entre mis colegas directos cuento un ex estudiante de arquitectura, un ex estudiante de psicología, un ex miem-
bro de las fuerzas armadas y un contador, todos ellos ahora dedicado a la atención de público. La reinvención marca la posibi-
lidad de adaptarnos al siempre caprichoso y cambiante mercado laboral, pero también marca la posibilidad de irnos superando,
de continuar creciendo, de no rendirnos ante las circunstancias, de ser capaces de seguir adelante más allá de las vicisitudes de
tal o cual crisis personal, laboral o económica. La reinvención es lo que nos permite no anclarnos al pasado ni conformarnos con
nuestro presente sino continuar mirando al futuro y aunque encuentro de pésimo gusto vivir citando frases ajenas en esta ocasión
se justifica parafrasear las palabras del poeta Nicanor Parra : “...Yo levanto mi copa por el día que vendrá,... que es lo único de
lo que realmente disponemos”.
Actualización: Después del violento terremoto y siguiente tsunami que estremeció el centro sur Chile, y en donde Lota fue una
de las zonas más afectadas, la necesidad de reinventarse se ha hecho más patente y potente que nunca, ya no reinventarse de una
actividad laboral a otra sino reinventarse por completo desde donde vivir y en qué trabajar hasta que futuro esperar y que sueños
perseguir.
El Patito Feo
De niño solía siempre discutir el cuento del “Patito Feo”, en mi óptica infantil era absurdo que nadie, y en
especial mamá pata, se diera cuenta que la criatura en realidad era un cisne. Tan sólo con los años pude
entender que en ocasiones una moraleja puede estar por sobre la exactitud y lógica de un cuento.
Hace algunos días, frente a la laguna del Jardín Botánico nacional observé una versión un tanto más cohe-
rente de este clásico infantil. Se trataba de una bandada de patos que buscaban su alimento entre las aguas,
todos de un blanco resplandeciente menos uno, el de la fotografía, a mi gusto el más hermoso de todos pero
también el único distinto. De ahí en más mientras continué mi paseo entre los árboles otoñales no pude dejar
de reflexionar sobre el tema de la discriminación y como está nos afecta.
Debo señalar que durante años me sentí un individuo no discriminable, quiero decir que no soy gay, no
pertenezco a una minoría étnica ni provengo de un estrato marginal de la sociedad. Aclaro en este punto
que NO pretendo insinuar que dichos sujetos deban ni menos merezcan ser discriminados, pero la realidad
es que en nuestras sociedades lamentablemente siempre habrá quienes hagan de estos objetos de diferen-
ciación.
Aclarado el punto no pretendo adentrarme en los absurdos de la homofobia o xenofobia que daría para lar-
go, sino que quiero centrarme en aquel ámbito de la discriminación sutil, vedada, silenciosa, esa que se da
a quienes sencillamente no viven de acuerdo a como nosotros pensamos que deben vivir.
Nuestras familias, amigos y cercanos suelen esperar que vivamos nuestras vidas en forma predecible y de
acuerdo a un patrón predefinido. En mis años de soltería mis padres solían preguntarme cuando iba a tener
una pareja estable, cuando lo hice bastó que llevara a mi novia a unos cuantos almuerzos para que la pre-
gunta fuera ¿Cuándo van a casarse?; acabábamos de regresar de la luna de miel y el tema era ¿Cuándo van
a tener un hijo?; y aún no terminaba de pagar los gastos de la maternidad cuando el cuestionamiento pasó a
ser ¿Cuándo van a tener el segundo?. La verdad es que en ese punto nos detuvimos, decidimos dejar el naci-
miento de un segundo hijo para más adelante pero lo que en realidad trajo el futuro fue nuestra separación,
cuestión que también se puede clasificar como esperable y de acuerdo al molde preestablecido.
Supongo que el machismo latente en la sociedad hace mucho más difícil el divorcio para las mujeres que
para los hombres. Usualmente una divorciada debe soportar el alejamiento de sus amigas que comienzan a
verla como un rival, no vaya a ser cosa que les robe a sus maridos, y también el de sus amigos que temen
que la nueva liberada se convierta en una influencia peligrosa que aleone a sus sumisas cónyuges.
Para los hombres es esperable que vivan algún tiempo de duelo, cuestión que hice, que luego entren a la fase
de “Living la Vida Loca”, cuestión que también hice, y que luego “rehagan” sus vidas estableciéndose junto
a una nueva mujer y entrando de nuevo al círculo predefinido de pareja, matrimonio, hijo, segundo hijo, etc.
En este punto fue donde decidí detenerme y empezar a actuar distinto.
Realmente he perdido la cuenta de las veces que cuando alguien sabe que me divorcié hace años me pre-
gunta ¿Y rehiciste tu vida?, la respuesta es “si la rehíce, en la actualidad vivo sólo junto a mi hijo”, acto
seguido me replican “me refería a si tenías una nueva pareja”, y es que acaso ¿solo viviendo en pareja de
acuerdo a lo que todos esperan se puede rehacer una vida?, quiero decir: no tengo cuentas con mi pasado,
me encuentro concentrado en mi trabajo, mis aficiones y la educación de mi hijo lo que me hace bastante
feliz y una vez que mis obligaciones concluyan sueño con retirarme y viajar a la infinidad de lugares que
me maravillan (a la hora de viajar y fotografiar prefiero hacerlo en solitario) en otra palabras tengo mi vida
completamente rehecha..
Sé que para las esposas de algunos amigos soy algo así como la encarnación del demonio, un tipo que hace
lo que quiere sin rendirle cuentas a nadie, si supieran que usualmente soy yo el que ando frenando las ansias
de desorden de sus mariditos. Otros al verme medianamente maduro y soltero me preguntan si acaso soy
gay, la verdad es que no lo soy y no tendría problemas en reconocerlo si lo fuera, tampoco soy célibe pero he
decidido construir mi vida en base a relaciones ocasionales en las que de vez en cuando sexo y amor logran
coincidir pero con personas que se han planteado de igual forma que yo ante la vida. Existen también los
que se compadecen, “debe ser triste no tener alguien que te acompañe”, sería difícil explicarles que tengo la
compañía que necesito y que aprender a vivir con uno mismo es un proceso tan complejo y desafiante que
en ocasiones no da tregua para compartirlo con otros.
Bien, es cierto que aún es complicado cuando llego a alguna reunión social y más de alguno se queda mi-
rando hacia la puerta preguntándose dónde está mi acompañante, es cierto también que en las noches de
invierno a veces es preferible el calor humano a la calefacción central, es cierto también que con las parejas
ocasionales no necesariamente se coincide en tiempo y ansias, pero es la vida que quiero vivir, no sé si en la
mejor o peor forma pero es en la manera que decidí vivirla. No critico a aquellos que esperan morir rodea-
dos de nietos mientras su pareja sostiene devotamente su mano, pero espero que estos tampoco me critiquen
si yo espero morir descubriendo algún rincón lejano y enviándole correos electrónicos a mis nietos.
Navegantes de Mareas
Según los ancianos indios huilliches hace muchos miles de años la isla de Chiloé, en la puerta noroeste de
la Patagonia, estaba unida al continente hasta que apareció Caicaivilú, la serpiente del mar enemiga de toda
vida y señora de todo lo que es maligno, quien deseo incorporar dichas tierras a sus territorios inundándolas
por completo. Entonces surgió Tentenvilú, la serpiente de la tierra señora del bien y la fecundidad, quien
elevó los cerros hasta convertirlos en islas donde se refugiaran los hombres y a aquellos que no alcanzaron
a escapar los convirtió en lobos marinos o en aves como las gaviotas y los cormoranes.
Pero aunque han pasado los milenios la malvada serpiente marina no cesa en sus intentos de inundarlo todo
y es por eso que junto con la llegada del atardecer comienza a subir el nivel de las mareas hasta que pasada
la medianoche la situación es notada por Tentenvilú quien combate con su enemiga hasta hacerla retroce-
der a la llegada del amanecer para que así los chilotes puedan adentrarse en las riberas y extraer de allí los
peces y mariscos atrapados en los pozones. Sin embargo en ese mismo instante Caicaivilú se aprovecha del
cansancio de la benefactora de los hombres y comienza nuevamente su inundación.
Los chilotes que con los años se han convertido en hábiles navegantes y están acostumbrados a esta lucha
cósmica aprovechan el oleaje enviado por la serpiente señora del mar para desamarrar sus embarcaciones
y “hacerse a la mar”.
Hacia el mediodía Tentenvilú ha recuperado sus fuerzas por lo que vuelve a forzar a dar pie atrás a su adver-
saria, cuestión que le toma hasta el atardecer hora en la que el mar se ha retirado tanto que los botes quedan
varados en las proximidades de las costas obligando a los hombres a regresar a sus hogares al igual como
lo hace su protectora, pero en cuanto cierran sus puertas Caicaivilú ayudada por la Luna reinicia el circulo
eterno.
El muy gradual declive del fondo marino presente en el mar interior de Chiloé sumado a que la isla en sí
misma actúa como un gigantesco obstáculo que retarda el avance de las corrientes marinas, es la explica-
ción del porqué la diferencia entre la línea de alta y baja marea en algunos lugares supere el kilometro ge-
nerando frente a las caletas de pescadores a primera y última hora del día este surrealista cuadro de decenas
de botes varados en la arena a la espera de que el mar nuevamente los libere….. Pero yo prefiero quedarme
con la explicación de los abuelos huilliches.
Dueño de su Inmensidad
Miguel sabe que hay un mundo enorme más allá de lo que le muestra el horizonte, lo sabe porque a diario estrecha
cordialmente decenas de manos venidas de los más diversos rincones del orbe interesados en conocer como su etnia
aún vive sobre islas flotantes hechas de totora, para estos mismos visitantes es que sus niños han aprendido a cantar
en varios idiomas y también para ellos es que cada tarde sale a navegar en su canoa de juncos como espectáculo final
de despedida. Pero aunque sabe que muchos de quienes los visitan han cruzado en avión el Atlántico o el Pacífico, y
aunque lo ha visto en los libros, en fotografías y en la televisión, se niega a creer que pueda existir otra extensión de
agua más grande que su amado Titicaca sagrado.
Hace varios años pasé algunos días en un concurrido balneario del litoral central. En medio de unos roqueríos los
lugareños construyeron un mirador que simula la proa de un barco, mi hijo que en ese entonces no tenía más de siete
años se subió a los barandales de este y con la brisa marina en el rostro y los brazos extendidos gritó, al más puro es-
tilo de Di Caprio, “I’m the king of the world”. Sé que tan sólo fue una humorada infantil, ni siquiera sé si había visto
Titanic a esas alturas, pero algo hay en esa frase que por sobre la dudosa calidad del guión de la película hizo que
quedará grabada como un ícono de nuestra cultura pop y quizás sea porque en alguna u otra medida todos deseamos
en algún momento sentirnos los reyes del mundo y poder gritarlo a los cuatro vientos.
Mientras escribo esto me encuentro iniciando una licencia médica de dos semanas por diagnóstico de estrés laboral
que ya está empezando a arrojar algunas crisis de angustia y de pánico (síntomas créanme bastante físicos para una
problema psíquico). El punto es que estoy en esa etapa de reflexión pensando en que quizás la constante lucha por ser
“the King of my world” me está pasando la cuenta.
Estando en la consulta de la agraciada psiquiatra que me atendió le escuché decir “estos trastornos suelen ocurrir en
personas muy autoexigentes, altamente competitivas, que suelen mantener las situaciones bajo control y actúan de
forma muy estructurada”. ¿Perdón, escuché bien? Pero autoexigencia, competitividad, y demases no son las “cualida-
des” con las que se inicia todo buen curriculum, ¿quiere decir que lo que me dijo más de algún profesor, los cursos de
perfeccionamientos y las frases típicas de las charlas motivacionales solo fueron pavimentando el camino para que en
estos instantes tenga este casi irrefrenable deseo de mandar a mis adorados clientes al carajo? Pues al parecer así es.
Ahora envidio a Miguel y entiendo porque se niega a creer en la existencia de los inmensos océanos, mientras no lo
acepte continuará siendo dueño de su majestuosa inmensidad y seguirá viendo a su lago como el curso de agua más
hermoso y enorme de todo el mundo.
Trascendencia
La foto corresponde al frontis de la Universidad de Chile y la estatua es la de su fundador: el diplomático y académico venezolano
avencindado en nuestro país Andrés Bello.
¿Porqué nuestras calles y plazas se encuentran llenas de estatuas de hombres ilustres? Sencillamente por su trascendencia. Las
pirámides de Egipto, el Taj Mahal y buena parte de las grandes obras arquitectónicas de la humanidad son mausoleos levantados
en busca de trascendencia. El sueño americano original se definía como “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro” tres
cosas que deberían perdurar más allá de nuestra muerte y marcar que nuestro paso por esta vida tuvo alguna trascendencia.
En nuestra sociedad globalizada pareciera que la trascendencia es un objetivo inalcanzable, quizás porque ya todo ha sido inven-
tado, descubierto o construido, pero quizás sea también porque casi todo lo que conocemos es desechable, descartable y de uso a
corto plazo, y a ello no han escapado las personas.
Hace algunas semanas en la empresa donde trabajo fue despedida una persona bastante cercana a mí. Bastaron sólo unos pocos
minutos de notificada la medida para que su cuenta de correo electrónico, sesión y claves de usuario fueran borradas del sistema
informático. En ese mismo momento se borraron de golpe los más de seis años que mi ahora ex colega dedicó a su trabajo. Me
parece increíble que a pocos días ya casi lo hayamos olvidado, pero vivimos en una maquina productiva que no se puede detener
y no hay tiempo para un minuto de recuerdo, en esas circunstancias ¿Es posible lograr algún grado de trascendencia?
En fin, me quedo tarareando una vieja canción de Serrat que resume mis interrogantes.
“Si la muerte pisa mi huerto ¿Quién firmará que he muerto de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo? ¿Quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?
¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así?
¿Quién mentirá un padrenuestro y a rey muerto rey puesto… pensará para sí?
¿Quién cuidará de mi perro? ¿Quién pagará mi entierro y una cruz de metal?
¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral?
¿Quién vaciará mis bolsillos? ¿Quién liquidara mis deudas? A saber…
¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?
¿Quién me hablará entre sollozos? ¿Quién besara mis ojos para darles luz?
¿Quién rezará a mi memoria, Dios lo tenga en su gloria, y brindará a mi salud?
¿Y quién hará pan de mi trigo? ¿Quién se pondrá mi abrigo el próximo diciembre?
¿Y quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre?
¿Quién me abrirá los cajones? ¿Quién leerá mis canciones con morboso placer?
¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y mantendrá a mi mujer,
Y me traerá un crisantemo el primero de noviembre? A saber…
¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?”
Profundidad Rural
Fue parado frente a esta carretela tirada por bueyes que algo me indicó que acababa de abandonar, al menos por algunos días, la
vorágine de la vida citadina para sumergirme por completo en la inquietante quietud de la naturaleza profunda y el mundo rural.
Ese algo no fue lo autóctono del cuadro presenciado, no fueron los silbidos de las aves en la cercana floresta, no fue tampoco
el encontrarme a unas seis horas de marcha del poblado más cercano, fue sencillamente la sonora alarma de mi teléfono móvil
indicándome la total y completa ausencia de señal.
Hace algunos años en una reunión social conversando con uno de esos conocidos ocasionales con los que se puede entablar una
entretenida charla pero que horas después ni siquiera se recuerda su nombre, este me comentó acerca de sus magníficas vaca-
ciones en las profundidades de la Patagonia. Como es lógico pensar de inmediato me imaginé una tienda de campaña sacudida
por el viento junto a una fogata humeante a los pies de un glaciar milenario. A los pocos minutos de conversación me di cuenta
que en lugar de la sacrificada carpa se trató de una suerte de yurt mongol de treinta metros cuadrados dotado de piso alfombrado
con calefacción centralizada, cama king size y televisión y teléfono satelital. No critico a quienes optan por el contacto con la
naturaleza con las comodidades de un hotel cinco estrellas pero no me interesa llevar mi sala de estar o el escritorio de mi oficina
al lugar donde supuestamente viajo a desconectarme del cotidiano vivir, pero aún así sin proponérmelo me he terminado contra-
diciendo.
De cara a las vacaciones estivales de este año opté por contratar el servicio de navegación por internet para mi teléfono móvil,
la idea era poder revisar algunos correos electrónicos y consultar alguna información en la web que me fuera útil en mi plan de
viaje. Sin darme cuenta me encontré revisando mis estados de cuenta bancarios, examinando la actualidad noticiosa y al visitar
mi página de facebook enterándome del diario acontecer en mi trabajo. No fue hasta que parado frente a esa carretela de bueyes
y tras darme cuenta que no contaba con señal de telefonía móvil finalmente me “desconecté” por completo.
El comienzo fue casi traumático, por sobre todo porque me vi obligado a esperar. Mi conjugación habitual del verbo esperar
consiste en aguardar el paso del autobús número 307 que me lleva a mi lugar de trabajo y que sagradamente pasa cada quince
minutos; en aguardar el fin de mi jornada laboral que siempre ocurre a las 21 horas; en aguardar la llegada de mi pedido de comida
a domicilio que de acuerdo a lo publicitado debe ser antes de treinta minutos o sino es gratuita. En resumen todas mis cotidianas
esperas no son más que parte de una adecuada programación que suele cumplirse al pie de la letra.
Inmerso en medio de la profundidad de la campiña me vi obligado a esperar llegar al final de un intricado camino sin poder
consultar las vistas satelitales provistas por Google Maps; a esperar el fin de la lluvia sin poder consultar ningún informe me-
teorológico; a esperar el hervor del agua calentada por el fuego sin poder apurarlo con la programación de un micro hondas; a
esperar el paso de un bus rural que cumple con su recorrido a “alguna” hora del día. Esas esperas son las que ayudan a calmar
las pulsaciones, aquietadas por el murmullo de los árboles, y a clarificar la mente, libre de las programaciones cotidianas, por lo
mismo esas esperas nos permiten alcanzar un renovado rendimiento físico y una sorprendente profundidad de pensamiento.
Espero haber aprendido la lección y para la próxima vez no sólo mantendré apagado mi móvil sino que en una de esas quizás
incluso me despojo de mi amado y fiel reloj de pulsera.
Cuestión de Compañía
A pesar de vivir a pocos minutos del litoral mi concepto de sol, arena y mar nunca ha sido la de cientos de cuerpos bronceándose
cual pollo al espiedo o jugando paleta entre toallas multicolores. Más bien prefiero aquellas playas alejadas y solitarias donde
es posible caminar junto al reventar de las olas al igual como lo hace la mujer de la fotografía jugando distraídamente con su
mascota, una imagen que se ha vuelto cada vez más cotidiana y que ha reemplazado la clásica postal de una pareja tomada de la
mano observando el atardecer.
Recuerdo que mis padres eran los terceros o cuartos de siete hermanos, originarios de familias que habitaban amplias casas
que los días domingos se llenaban con la multitud conformada por el clan familiar. Mis contemporáneos frecuentemente son el
primogénito o segundo de no más de tres hermanos viviendo en casas de tres dormitorios con jardín y patio donde cada fin de
semana se celebraba asando carnes. En tanto mi hijo y los hijos de mis amigos usualmente son el único hijo o a lo sumo el mayor
de dos hermanos, que viven lunes a viernes con uno de sus padres y los fines de semana junto al otro en pequeños apartamentos
de un par de ambientes.
El concepto de familia ha ido cambiando, lo que no es una crítica sino la constatación de un hecho concreto quizás incluso nece-
sario para ajustarse a los requerimientos de la vida moderna, así que mejor digamos que ha ido evolucionando. Creo que el ma-
trimonio hasta que la muerte nos separe fue medianamente sencillo en el Medievo cuando las expectativas de vida no superaban
los cuarenta años y cuando las mujeres aceptaban los maltratos y las infidelidades como condición propia de su género.
A matrimonios de corto plazo y la hoy legítima opción de criar los hijos desde la soltería debemos agregar la realidad de mucha-
chos que maduran mucho antes y que por lo tanto cada vez más jóvenes dejan el nido paterno en busca de sus propios horizontes,
a lo anterior se contraponen padres cada día más longevos y activos incluso avanzada la tercera edad lo que contribuye a que los
años en que la soledad es la principal compañía sean paulatinamente los más.
El explosivo crecimiento de la industria de alimentos para perros y gatos, así como el surgimiento de peluquerías, clínicas e
incluso spas para mascotas dan cuenta de que en los tiempos que corren un can juguetón o un tierno felino han pasado para mu-
chos a entregar la compañía perdida desde que aquel hijo mayor se marchó a estudiar al extranjero, la fidelidad que no pudo ser
conservada por la antigua pareja o las caricias que el menor de los niños una vez llegada la adolescencia dejó de dar y recibir.
Las playas, antiguo refugio de jóvenes enamorados, y los parques, lugar del paseo familiar dominguero, han pasado a ser ocupa-
dos por hombres y mujeres acompañados de sus fieles canes con quienes comparten los atardeceres estivales, la caída de las hojas
en otoño o las sonrientes mañanas de septiembre. Y es que a pesar de nuestro creciente individualismo, a pesar de que creamos en
algún momento no necesitar a nadie más en el mundo, a pesar de que incluso en determinadas épocas añoremos nuestra soledad,
en realidad no estamos hechos ni capacitados para estar solos y nadie en el fondo es tan lobo estepario como cree serlo.
Anhelo enormemente que mi hijo, que ya suma quince años, algún día previo estudio, trabajo y esfuerzo alcance su independen-
cia, corte el cordón umbilical y encuentre su propio camino. Pero como sé que ese día llegará mucho más pronto de lo que espero
tal vez sea buena idea ponerme a pensar que será mejor: un labrador retriever, un dogo alemán, un fox terrier o un simple pero
fiel perro callejero, ¿Con cuál se quedarían ustedes?
Londres 38
Tan solo la puerta de una casa antigua con un número en su costado, Londres 38 no pasa de ser una direc-
ción más en medio del antiguo barrio Paris-Londres a pasos de la Iglesia San Francisco en pleno centro de
Santiago, pero hay mucho detrás de esta simple trozo de madera.
Luego del golpe militar de 1973 la antigua casa de Londres 38 fue usada durante un año como centro de
detención por la Dina (Dirección Nacional de Inteligencia). En este lugar eran “interrogadas” aquellas
personas supuestamente participes de planes subversivos en contra del recientemente instalado gobierno
militar. Estos interrogatorios consistían en torturar a los detenidos, usualmente aplicándoles electricidad,
hasta que entregaran la información buscada por la Dina, muchos de ellos no sobrevivieron la “experiencia”
y aún persiste un centenar de personas que entraron forzados por esa puerta y hasta el día de hoy, más de
veinticinco años después, no se sabe dónde o de qué forma fueron ocultados sus cuerpos.
Pero mi reflexión no gira en torno a las atrocidades cometidas allí, con los años ya de sobra denunciadas,
sino que tratar de entender cuál es la lógica detrás del torturador, detrás de quien da la orden de que esta sea
ejecutada. Esa lógica no es otra que la que el supuesto bienestar de la patria estaba por sobre las vidas y los
derechos de algunos pocos, en otras palabras la maquiavélica doctrina de que “el fin justifica los medios”.
La pregunta es cuanta veces justificamos lo injustificable en nuestra vida diaria utilizando eufemismos
como mentira piadosa, mal necesario o el sofisticado daño colateral?. Cuando el fin es proteger a nuestros
hijos es justificable violar su privacidad? para afianzar nuestra posición en la empresa donde trabajamos se
justifica exagerar más allá de lo prudente nuestros meritos y hacer notar los defectos de nuestros colegas?
mentir a nuestra pareja para que “no sufra” es necesario? y así incluso en las situaciones más insignificantes
solemos caer en la misma lógica de quienes establecieron los protocolos de la Dina.
Lugares como Londres 38 en el pasado o Guantánamo en la actualidad nos deben recordar que no importa
cuál sea la situación o su contexto “el fin no puede justificar los medios”.
El Altar de Navidad
Por fin se fue Navidad, frase un poco hereje para los fanáticos de estas fechas, pero para mí el paso del 25 de Diciembre es sinó-
nimo de recuperar mi vida, volver a tener tiempo para pensar y para escribir en esta columna que tenía bastante abandonada desde
hace algunas semanas. De paso gracias por la preocupación de algunos y los buenos deseos de otros,
Entre mi infancia y mi adolescencia la navidad se celebraba en algún lugar como el de la fotografía. Una hermosa iglesia per-
fectamente adornada con la presencia de un magnífico coro que interpretaba canciones de gozo, amor y esperanza. En la iglesia
donde asistía para el culto navideño una a una las familias pasaban al altar y unidas daban gracias por las bendiciones recibidas
durante el año. Los regalos no importaban por su valor y su objetivo único era compartir alegría y buenos deseos.
Conforme llegué a la adultez y fuí dejando la fé de lado, la celebración navideña se trasladó al ambito familiar. La vispera del
25 era la ocasión para que todos nos reunieramos y cenaramos alegres de volver a encontrarnos. Recuerdo incluso que en alguna
época en la que trabajaba en cierta distante ciudad debía soportar casi desde el mediodía los atochamientos en las vías, la difi-
cultad para encontrar pasajes y un largo viaje para llegar a casa, cuestión que se veía de sobra recompensada con el abrazo de mi
hijo y mis padres.
Desde hace ya algunos años trabajo en una importante tienda de uno de los principales centros comerciales del país y desde en-
tonces mi percepción de la fecha ha cambiado radicalmente. Como balance de este año puedo contar casi veinte días trabajando
continúo, permaneciendo doce horas diarias en la tienda, dos alzas de presión, unas cien tazas de café, una docena de bebidas
energizantes, más de cinco mil clientes atendidos, unos cincuenta reclamos por no ser atendidos a tiempo, un ciento cicuenta por
ciento de cumplimiento de los presupuestos y una docena de palmoteos en la espalda por el trabajo bien hecho.
También ví a gente humilde endeudarse por los siguientes tres años con tasas de interes que rozan la usura con tal de llegar a casa
con el regalo prometido, a madres desesperarze porque el sueño de sus hijos se encontraba ya agotado, a otros despóticamente
gastando cifras millonarias solo con el objetivo de quedar bien con su circulo social.
En cuanto a mí tanta, vorágine consumista me ha llevado de un tiempo a esta fecha a entregar obsequios solo a las personas más
cercanas y que estos no superen los U$ 20.-, alguno lo consieraran egoismo pero para mi es la forma de abtraerme de la corriente
imperante, en la contraparte mis amigos y familia saben bien que no aceptó regalos caros y que valoró sobre todo los hechos
manualmente. En lo que respecta a la celebración decidí mandar a mi hijo a pasar la navidad a casa de su madre y que mi madre
la pasara junto a unos familiares, yo me serví dos copas de vino junto a un pavo recalentado, luego me tomé un valium (pres-
cripción médica pues sufro de insomnio) al día siguiente realizé las visitas de rigor, fui con mi hijo al cine, me repetí la dosis de
valium y desperté hace pocas horas por fin descansado, con la tranquilidad de saber que la navidad había pasado y firmemente
convencido que el verdadero altar en estas fechas no se encuentra en un humilde pesebre sino que dentro de las atestada paredes
de los centros comerciales.
Carrusel
Cuando niño tenía una verdadera obsesión por los carruseles, incluso la única rabieta infantil de importancia
que recuerdo fue porque mis padres no quisieron llevarme en cierta ocasión a una feria vecina en donde
estaba el carrusel de mis sueños.
Me encantaba esa sensación de dar vueltas y vueltas sobre esos caballitos de madera pintados de vivos
colores acompañado por la inigualable sensación de seguridad que me otorgaban los brazos de mi madre
alrededor de mi cintura. En la medida que fui creciendo tomé conciencia que los caballos, camellos y del-
fines no eran reales; y que no importa cuántas vueltas diera el carrusel, cuánto tiempo permaneciera en él y
cuantos kilómetros imaginarios recorriera montado en mi estático corcel, en realidad no había avanzado ni
siquiera un metro.
En estos primeros días de un nuevo año tengo una sensación parecida: avanzar y avanzar sobre una briosa
montura para finalmente encontrarme de nuevo en el punto de partida. Nuevamente los meses de verano
giraran en torno a las vacaciones, con los gastos que ello implica; luego en marzo afrontaré el regreso a
clases de mi hijo, con los gastos que ello implica; de ahí entre junio y noviembre se suceden mi cumpleaños,
el cumpleaños de mi madre, el de mi hijo y el de varios familiares y amigos queridos; llegando a diciembre
nuevamente me haré de ánimo para enfrentar la locura de las ventas navideñas.
Ya sé que todo lo anterior no clasifica necesariamente como rutina sino que es casi la ley de la vida y mu-
chos acontecimientos, así como los meses, se sucederán eternamente, pero realmente deseo y me ilusiona el
que algo positivamente nuevo ocurra este año, y no me refiero al mundial de futbol, cosa de no encontrarme
en una año más con esta sensación de haber dado una vuelta en el carrusel de la supervivencia para regresar
al punto de partida.
Quizás sea la ocasión de buscar un nuevo trabajo o de cambiarme de casa, tal vez retomar algún estudio
inconcluso (tengo varios), quizás embarcarme en algún viaje sea físico o interior, pero creo que comenzaré
con un objetivo más práctico: dejar de fumar, y como la fuerza de voluntad me ha jugado varias malas pa-
sadas al respecto acabo de agendar una consulta con una médico especialista.
….. Saben qué? Ahora que lo recuerdo lo exquisito de los carruseles no consistía en llegar a algún lugar sino
en disfrutar el viaje, así que más allá de lo que ocurra espero que cuando nos leamos nuevamente en un año
más todos hayamos disfrutado de la travesía por un feliz 2010.
Simplemente Ostiones
Me fascinan los productos del mar, entre ellos en especial los mariscos, y entre estos en especial las ostras.
Muchas cosas se pueden decir de estas sorprendentes criaturas, durante horas se podría reflexionar y hacer
profundas analogías acerca de lo resistente de sus caparazones y del asombroso proceso mediante el cual
pueden transformar al más insignificante grano de arena en la más perfecta de la perlas. Sin embargo creo
que lo mejor que se puede decir de las ostras es que son realmente deliciosas marinadas en limón y vino
blanco o gratinadas con abundante queso parmesano.
En ocasiones lo mejor que se puede decir de algo es simplemente lo más elemental.
El Cuarto Poder
Basta un mínimo de conocimientos cívicos para tener claro que son los tres poderes del estado que en toda democracia son la
representación de la soberanía y voluntad ciudadana. El ejecutivo administrando los recursos del pueblo, el legislativo estable-
ciendo las leyes del pueblo y el judicial ejecutando la justicia del pueblo, aunque ministros, parlamentarios y jueces son cercanos
a este pueblo ta sólo en la época de elecciones y de ahí en más persiguen sus propios objetivos partidistas.
Esta suerte de voto sin voz originó a mediados del siglo XX el surgimiento de un tácito cuarto poder, el de la información, repre-
sentado por la prensa que vino a ser la voz del pueblo.
Pero los hechos nos demuestran que lo informado por la prensa también puede ser censurado y manipulado de acuerdo a los
deseos del dictadorcillo de turno. En otras ocasiones son los mismos medios los que se autocensuran o privilegian cierta informa-
ción sobre otra conforme a las líneas editoriales establecidas por sus directorios o los intereses de sus patrocinantes.
Actualmente y por primera vez en la historia el poder de la información se ha vuelto absolutamente democrático. La voz ciudada-
na ha tomado cuerpo en redes sociales como facebook, twitter o los miles de blogs publicados, cambiando radicalmente la forma
de hacer política, de comunicarnos y de hacer negocios.
Ejemplos sobran: Las oficinas de atención al cliente de muchas empresas no eran más que un adorno encargado de tramitar in-
terminablemente cualquier reclamo, sin embargo hoy los grupos de facebook pueden transformarse en la peor pesadilla para los
encargados de relaciones públicas de cualquier compañía.
Otro ejemplo tuvo lugar en el reciente terremoto de Chile donde, con carreteras cortadas y líneas telefónicas saturadas, fue a
través de twitter que la prensa y las autoridades se enteraron que un maremoto había arrasado buena parte de la costa centro sur
del país. De igual forma ha sido mediante blogs (quizás como los que solemos leer) que conocimos los horrores de la guerra en
Georgia o hemos podido escuchar los puntos de vista de la disidencia en Cuba o China.
Pero toda cuota de poder también exige una cuota de responsabilidad ya que de la misma forma por primera vez la capacidad de
calumniar y echar a correr información errónea está al alcance de nuestro teclado. Muestra de ello es la cantidad de inexactitudes
científicas presentes en los artículos de sitios como Wikipedia o las completas barbaridades que en más de una ocasión hemos re-
cibido por twitter y que muchas personas aceptan como verdades absolutas sin contrastar con otras fuentes dicha información.
Una semana tras el terremoto un esquizofrénco entró a un supermercado de Valparaíso gritando que un tsunami se acercaba a las
costas porteñas. Alguien que creyó los gritos a pie juntillas subió la alarma a twitter y a los pocos minutos varios miles de persona
huían despavoridos a los cerros arrancando de un maremoto inexistente y de un mar en perfecta calma.
Resultan increíbles las posibilidades y beneficios que el democrático manejo de la información puede traer a la sociedad, pero
también es increíble la responsabilidad que ello implica para cada uno de sus integrantes.
PD: ¿Qué tiene que ver la fotografía con lo escrito? Pues se trata de un detalle del frontis del diario “El Mercurio de Valparaíso”
uno de los más antiguos periódicos de habla hispana y el de más larga data en Latinoamérica.
Un Instante en Taquile
Hay fotos que no se planifican, ni siquiera se piensan, tan sólo se levanta la cámara y se toman.
Esta es una de esas, sencillamente alcé la cámara y disparé el obturador. El resultado: un instante cotidiano,
simple y complejo a la vez en un día común y corriente en la isla de Taquile en el costado peruano del Lago
Titicaca. En ella se aprecian sus escalinatas pavimentadas en piedra, sus angostas callejuelas, hombres con
atuendos típicos, niños traviesos y los siempre infaltables turistas.
La vida es como esta fotografía, un instante detenido en el tiempo seguido por otro y otro en forma infinita,
al igual como cuando vemos una película en el cine donde nos parece ver una imagen continua cuando en
realidad se trata de 24 fotogramas por minuto.
El poder darse le tiempo de congelar estos instantes, más allá de en una fotografía en nuestras mentes, nos
permite degustar, meditar, redescubrir y por sobre todo disfrutar estos momentos. Pero ello requiere tiempo
un bien cada vez más escaso en nuestra alocada vida moderna en donde el “no tengo tiempo” o el “estoy
apurado” se ha vuelto una constante. No hacerse de un momento es la verdadera pandemia de la sociedad
contemporánea, nos impide disfrutar de nuestros hijos, de nuestros logros, de nuestras pequeñas cosas apa-
rentemente insignificantes como también no nos posibilita aprender de nuestros errores y fracasos.
Aquel que nunca tiene tiempo y que siempre vive ocupado no se da cuenta como la vida se le escurre entre
las manos, como sus hijos se vuelven hombres, como sus amigos se convierten en extraños, ni siquiera es
capaz de darse cuenta que tal vez ya haya cumplido us metas trazadas años atrás.
Que sano sería diariamente al final de la jornada darnos el tiempo de congelar un instante del día vivido para
disfrutarlo, para aprender de él, pero sobre todo para atesorarlo.
Coexistencia
Esta fotografía tiene dos actores: En primer plano un imponente lobo marino y al fondo las instalaciones del dique naval que flota
en la bahía de Valparaíso y cuyo logo puede verse a la izquierda del animal. Por lo mismo la imagen podría ser usada por alguna
ONG dedicada a la conservación del medio ambiente como por la oficina de relaciones públicas de la citada compañía.
El compromiso con la ecología es una de las cuestiones que se ha vuelto de primera importancia en mi forma de enfocar la vida,
quienes me conocen saben que en forma a veces incluso majadera privilegio el reciclaje, al ahorro de energía y todo aquello que
ayude a salvaguardar los recursos naturales. Sin embargo me preocupan también otros asuntos como la superación de la pobreza,
la disminución del desempleo, el mejoramiento del acceso a la salud y educación, todas ellas cuestiones en donde se debe llegar
a un delicado punto de equilibrio entre no intervenir el medio ambiente y permitir el desarrollo sustentable.
He apoyado el accionar de iniciativas que se oponen a la construcción de represas en la Patagonia o al traslado de glaciares de
en Los Andes para facilitar la extracción minera no porque no valoré el crecimiento económico que las empresas involucradas
puedan aportar o porque no sea consciente de la necesidad de producción de energía, sino porque creo que hay otros medios de
generarla menos invasivos con el ecosistema y los minerales bajo los campos de hielo pueden perfectamente esperar hasta que
nuestra tecnología permita acceder a ellos sin tener que hipotecar nuestras futuras reservas de agua.
Sin embargo existen otras propuestas de grupos ecologistas radicales que encuentro inviables y que creo que en lugar de ayudar
a la causa tan solo hacen que sean vistos como unos locos que poco menos pretenden regresemos a la Edad de Piedra.
Absurdo sería pensar en que el inicialmente referido dique flotante cierre sus operaciones para que las colonias de lobos marinos
cercanas no se vean amenazadas por las hélices de los barcos y la contaminación por petróleo, aún si se hiciera el único resultado
sería que se construya un nuevo dique en otro lugar afectando a otro ecosistema y tan solo multiplicaríamos el problema por dos.
Igualmente no tiene sentido marchar por las calles pidiendo eliminar los bosques artificiales de pino radiata levantados por las
empresas forestales en la Araucanía para luego reforestarlo con árboles nativos, este simple hecho no va a disminuir el consumo
de papel y lo único que se lograría es trasladar el problema a la Patagonia, el Amazonas o a algún lugar de África.
La causa ecológica debe ser tomada con seriedad y no tan sólo con idealismo, con propuestas concretas y no únicamente con sue-
ños utópicos. El trabajo de las instituciones verdes no puede consistir sólo en convocar a protestas frente a las plantas de celulosa,
aunque en ocasiones es necesario hacerlo, sino también en promover iniciativas que solucionen el problema de raíz como que
legalicen la firma digital y promuevan la facturación electrónica a fin de disminuir el consumo de papel; desincentivar el uso del
automóvil mediante una adecuada red de transporte público; subsidiar la adquisición de paneles solares para disminuir los uso do-
miciliarios de energía y así un sinfín de ideas prácticas, concretas, viables y ejecutables que pueden marcar una gran diferencia.
Industrialización y Medio Ambiente están ya condenados, para bien o para mal, a la coexistencia.
Hombres de Mar
Supongo que todos los puertos del mundo son en alguna medida iguales o al menos parecidos, intrínsecamente bohe-
mios por decirlo de alguna forma, perfecta mezcla de decadencia y romanticismo. Quizás porque así son los hombres
de mar, sin importar el tiempo pasado o los avances de la modernidad los largos meses alejados de tierra firme los
convierten parte en una horda de vikingos ansiosos de cerveza y desenfreno y parte reencarnación de antiguos héroes
griegos con alguna Penélope esperando su regreso.
Durante más de veinte años mi padre navegó por los mares del mundo, era un trabajo duro pero mucho mejor que
horadar las entrañas de la tierra al interior de las minas de carbón como había sido el destino de su familia. Por lo
mismo hasta la adolescencia tuve la compañía de mi viejo cuando sumo dos meses al año pero al mirar atrás no re-
cuerdo su ausencia ya que mi madre cada noche dejaba un juguete o una golosina junto a mi cama haciéndome creer
que mi papá poseía poderes mágicos aprendidos de algún chamán africano mediante los cuales me visitaba durante
mis sueños. En nuestro hogar mi padre era Ulises, por consiguiente nosotros Penélope y Telémaco, pero como la vida
tiene su balance en otros lares debió haber sido Erick el Rojo.
Una vez estando él ya retirado y cuando yo ya superaba la veintena tuvimos esa conversación inevitable, esa donde
los padres se muestran ya no como héroes intachables sino como humanos imperfectos. Fue allí cuando me contó de
las interminables noches de juerga en Tokio, Buenos Aires o Río, de la vez que cuchillo en mano debió defender su
hombría en Manila, de la adinerada mujer de San Francisco por la cual estuvo a punto de dejarnos y de la hija perdida
en algún puerto del sur de Chile que un día no quiso reconocer. No sentía culpa al respecto, supongo que consideraba
todo como circunstancias propias de la vida del hombre de mar y creo que el objetivo de la conversación fue desani-
marme en mis deseos de seguir sus pasos.
No lo juzgo, no lo condeno, tampoco lo justifico, sencillamente comprendo que la vida que llevo lejos de nosotros
fue un constante “Farewell”.
“Desde el fondo de ti, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira,
Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas,
Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías,
Por sus ojos abiertos en la tierra veré en los tuyos lágrimas un día.
Yo no lo quiero, Amada,
Para que nada nos amarre que no nos una nada,
Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras,
Ni la fiesta de amor que no tuvimos, ni tus sollozos junto a la ventana.
(Amo el amor de los marineros que besan y se van,
Dejan una promesa, no vuelven nunca más,
En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van,
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar).
PD: Sin lugar a dudas Farewell de Pablo Neruda es un verso duro, incluso a ratos chocante, pero indudablemente
hermoso. No comparto la “elegante” forma en la que el poeta intenta huir de sus responsabilidades pero no me deja
de conmover su genio creativo. De igual forma, a pesar de todo, nunca dejaré de recordar a mi viejo como un hombre
de mar amante de los suyos por encima de cualquier cosa.