El de La Brea y Pariñas es uno de los escándalos mayores de
la historia política del Perú. Se refiere a un “laudo arbitral” que no fue tal laudo y cuyos términos pactó el dictador Augusto B. Leguía con la empresa International Petroleum Company (IPC), filial de la Standard Oil de Nueva Jersey. El “laudo” cohonestó la defraudación que durante décadas venía cometiendo la IPC al pagar un canon por 10 pertenencias cuando en realidad tenía en su poder 41,614. El escándalo se acentúo porque en virtud de ese acuerdo el Estado peruano exoneraba a la IPC del pago de canon durante 50 años. A ese acuerdo bipartito dieron el nombre de laudo arbitral. Jorge Basadre, en su Historia de la República del Perú, tomo IX, precisa que el supuesto laudo fue firmado el 27 de agosto de 1921 por el ministro de Relaciones Exteriores peruano Alberto Salomón Osorio y el diplomático inglés A.C. Grant Duff. Recuerda Basadre que esa solución transaccional directa no había sido autorizada por la ley 3016. El Ejecutivo carecía de facultad otorgada por el Poder Legislativo para poder iniciarla, discutir o aprobar. Sólo podía pactar un arbitraje.” Durante años se discutió el laudo. Pero a menudo había sólo una protesta ritual y espaciada. Me correspondió reavivar el debate a partir de enero de 1959, a través de una tenaz campaña con base en la historia, en la economía petrolera y la exploración de actas parlamentarias, libros en varios idiomas y textos olvidados. Lo hice en los semanarios “Pueblo”, “Ya está” y “Aquí está”, dirigidos por Enrique Yi Carrillo. Viví meses de trabajo solitario, intenso, calculadora en mano. En ese tiempo gozaba de una de mis expulsiones del PC, de modo que todo el tiempo que no empleaba en mi trabajo periodístico profesional lo dedicaba a esa batalla antiimperialista y patriótica. El 8 de marzo de 1960, en un ciclo organizado por los estudiantes de Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, dicté una conferencia titulada “Por la nacionalización del petróleo”, que la revista Tareas del Pensamiento Peruano, dirigida por el poeta Alejandro Romualdo Valle, publicó íntegra en sus edición de mayo-junio de 1960. Luego la imprimió en separata. Recuerdo que en una de mis exposiciones en San Marcos señalé que ya había pasado el tiempo de luchar contra el alza de los combustibles. Había llegado el momento de expulsar a la IPC. El periódico social progresista “Libertad”, convertido en diario, colocó al día siguiente, en titular de primera página, esa consigna. El debate se encendió enseguida ese mismo día, en el Congreso de la República, en la palabra documentada y enérgica de Alfonso Benavides Correa, secundado por congresistas ilustres como Alfonso Montesinos. El diario El Comercio se convirtió en vocero de esa lucha. El Ejército también elevó su voz de patria y soberanía. Hay que recordar el papel decisivo del general César Pando Egúsquiza, quien sería enseguida presidente fundador del Frente Nacional de Defensa del Petróleo. Hubo un sacudón de la conciencia peruana. Pero no faltaron los defensores de la empresa estafadora. Escribí en mi conferencia mencionada: “luego del histórico debate parlamentario que se produjo a raíz de las alzas de los combustibles, los órganos de la demagogia derechista calificaron el “laudo” de poco menos que sagrado, aunque lo adobaron con unos cuantos adjetivos de compromiso, tales como ‘malhadado y funesto’.” En esos meses, el Apra, partido que se decía antiimperialista, se desenmascaró como abogada de la IPC. Sus huestes actuaron como fuerza de choque del entreguismo. Esa postura frente al “laudo” se parece a la actitud que los gobernantes apristas, así como los “analistas” de Canal N, sostenían hasta hace poco respecto a los contratos de Camisea. Eran, sostenían, compromisos solemnes que un país serio no podía desconocer o alterar. Lo cierto es que la batalla contra la IPC la culminó el gobierno de la Fuerza Armada, bajo la conducción del general Juan Velasco Alvarado. Podemos preciarnos de haber contribuido desde abajo, sin alharacas y sin premio, a esa victoria histórica. Los combatientes del progreso social y de la soberanía patria supimos de victorias aleccionadoras en el siglo XX.