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y fue entonces que, sentado a la orilla de aquel adamantino arroyo, el bosque todo
comenz a hablarme de ella.

El viento cantaba la infinita terneza de su ms tenue tacto, en tanto que la suave luz de
la fresca y serena maana, alegre retrato era de la inefable calidez de su siempre cariosa
sonrisa y la mirfica majestad del azul cielo, su lmpida y benvola mirada esbozaba.

Y as, rboles y animalitos, flores y hasta el arroyo mismo, de tan agraciado ser, los
dones en exorno, agradecidos revelaban, sumergindome por completo en una plcida y mlica
marea de fericas virtudes... all, los robustos rboles que a tantas pequeas existencias brindan
abrigo, me contaron sobre la cordialidad y amparo que, para quienes le rodean, invariable y
perennemente tiene; los armoniosos vuelos de las delicadas mariposas describan vivamente la
grcil naturalidad y sencillez de sus dulces maneras y gestos; y el sentir la lene caricia del viento
fue escuchar el apacible tintineo de sus afables palabras, a cuyo influjo los amaneceres se
suceden, henchidas de magia y profunda compasin, capaces de operar prodigios y conmover
hasta los ms duros corazones.

En fin, que el perfume de las flores y ellas mismas no eran sino la esencia pura de su
corazn viviente y radiantemente gozoso, a la vez que la luna se revesta del inmaculado albor
de su fulgente alma...

Repentinamente, un terrible y hondo temor hizo presa de m, al pensar en la


desesperante y aciaga imposibilidad de alguna vez hallarla... temor que devino insostenible a la
postre.

... ahora s que es una linda y pequea elfo de orejitas redondas.

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