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Surazul i er i PrAuba (OP El puente del fin de! mundo Nadie sabe bien cémo fue que los patos correntinos* de ese: valle comenzaron a hacer su carrera todos los afios. Quizas: alguno de ellos, mas aventurero, vio competit a los hu- manos; quizas se vieron a si mismos corriendo tras ‘una langosta. Lo cier- to es que cada primavera, cuando florece el pelu*, hacen su gran carre- ra desde el salto del rio Trueno hasta: el Puente del Fin del Mundo. Era este un antiguo puente fe- rroviario con un pilar central alto, al- simo, sobre el rio que en ese lugar corre prozundo y encajonado. Por ser Prliba ( oP 10 ese puente el limite del valle y por su negra silueta los animales le llama- bea asi. En la primavera &e nuestro rene el gran favorito para ganar la carrera era el pato Correcuac. of wereemae ganara, ‘claro que sil —aseguraba un choroy”. —Es que es el mas rapido de todos los tiempos —decia un pato _ juarjual™. —Ayer lo: vi pasar tan rapi- do-que ahora ya no sé si lo vi O no —comentaba un conejo. . En el punto de-partida, bajo el salto de agua y muy seguro de si, Correcuac esperaba entre los otros corredores la sefial de largada. Ob- servé a sus rivales, entre los cuales solo uno, el pato Estero, le habia parecido veloz. «Sera el cL, pens6. Digamos que Correcuac tenia | el defecto de comer demasiado. Esa. mafiana estuvo largo rato devorando langostas y lombrices cerca de la ribera. —-Con el buche lleno les da- | ré una demostracion de gran vuelo. . Ya he wolads tantas veces sobre el ‘Thene que nadie me podra ganar. ‘Se dio la sefiall E Entre gritos y. eraznidos comenz6 la gran carrera. Con el vigoroso empuje de | sus alas Correcuac arranco lejos adelante. En la primera curva del rio se inclind lo justo para pasa entre una roca y el barranco; mas alla pasé veloz bajo un gran tronco inclinado sobre el cauce. La carrera reci¢n comenzaba y sus rivales iban-ya muy atr4s. «Pueden verlo, soy el mejor, penso. | | : Pero fue entonces que sintio. dos dolorosas puntadas en el buche. 12 — Pelwal? 18 Eso le hizo perder altura bruscamente, lo que parecia peligroso, aunque algu- nos de los animales que observaban desde la orilla pensaron que era una muestra de calidad. — Correcuac debié hacer un gran estuerzo para no caer al agua. Sentia un-agudo dolor desde el cue- lo hasta la punta de las alas y por primera vez pensé que habia hecho mal en comer tanto. Tras él, notd que Estero ganaba terreno Ys de seguir asi, lo alcanzarfa en la primera vuelta de la isla Manzana que ya se veia a.lo lejos. Luego, solo bastaba rodearla y avanzar poco mas para lle- gar al puente. Viendo que iba a ser alcanza- do, Correcuac tomé una decisién muy arriesgada: «La Garganta del Diablo, ;por alli pasaré!», penso. La isla Manzana se forma al dividirse el rio Trueno en un cauce ancho y principal que da forma a la isla al hacer una vuelta en «u», y: otro cauce recto y muy estrecho, en el cual asoma de pronto una afilada roca entre las paredes de! barranco. Esa es la Garganta del Diablo. Los patos nunca tomaron esa ruta por lo peligrosa. Correcuac deberia hacer un giro casi imposible para pasarla. Pero ante.el asombro de Este- - ro y de los animales que miraban, Correcuac apunté alli, lanzado en el peor momento por un’camino que nunca habia volado. La roca fatal asomé dé pronto y él pato azoté con violencia un ala contra ella. Ese fue el final. Correcuac cay6 al agua como alcanzado por un disparo; aunque ni el golpe ni el dolor fueron tan grandes como su amargu- ta. Dejé que la corriente lo llevara hasta un. arenal bajo los arboles, © donde encallé como un barco viejo. —a pack fe Felusa ( Q- —Si no fui el primero, tam- poco seré el ultimo —sollozo. Entonces escucho los gritos de saludo al ganador. - La ,gran carrera tenia otro campeon. | Pasaron los dias, muchos dias. Correcuac siguid en aquel lu- gar echado a morir, sin querer ver ni hablar‘con nadie. Poco a poco, sin embargo, comenz6 a preocuparse de sanar su ala rota, ya que tal como estaba seria presa facil para el zorro. Con mucha paciencia, empleando hierbas para curar la herida y sopor- tando el dolor, fue sanando y después de alguin tiempo pudo volar otra vez un largo trecho. _ En ese momento que habria t i i powub OA sido de alecria para otro pato menos eobicked, Correcuac se sintid mas triste que nunca. Volaba, sf, pero no © como antes. No tenia la misma agilidad ni-se sentia tan fuerte. Pare- cia ser el golpe final para ese corren- tino que aun sofiaba con ser el mas veloz. ‘«Y ahora, spara qué sirvoly, se. preguntdé abatide. : Casi, como respuesta oyO cha- poteos: y un graznido de dolor. Un joven pato colorado* intentaba volar | con tal orpeza que habia chocado con. val rama. Al acercarse, Corre- cuac notd. que el recién llegado - movia ‘con dificultad un ala. «Me hirid un cazador», explicd. | —Podrds volar de nuevo —le dijo Correcuac después de examinar- lo largo rato—. Sé por qué lo digo. Pero antes sanaremos esa herida. _ Wasi, a la entrada del verano, —_ 16 Selusa 79 | u ese pato llamado Canelar ya volaba otra vez. Vinieron después otros animales heridos y a todos Correcuac les avudaba a recuperarse. En el valle se comentaba la destreza curativa de aquel pato que alguna vez pensaron ganaria la gran carrera. A veces, en las tardes, Corre- cuac nadaba rio abajo y estaba largo tato mirando e! puente que de pronto se estremecia al paso de un tren. Pero més le impresionaba ver- lo pasar de noche con su poderosa _ luz en la frente, con su energia y su ruido. Cuando en la carrera de la primavera siguiente los animales es- peraban la Ilegada en el puente, uno de ellos pregunté a Correcuac si no afioraba competir de nuevo. —No, amigo, no. He sufrido mucho con lo que me pasé y con dolor’ aprendi dos lecciones que + NE me MR NN AM IER: alot Nee ee ae % . A . he eatin: nr siempre tendré presente. La primera es esta: un pato debe llegar hasta el final. Ese dia, aun nadando y ulti- ‘mo, yo debi llegar hasta el puente; la otra es que un pato madura cuan- | do ya no se quiere engafar a si mismo. No soy el pato de antes y debo aceptar que no habra otra gran carrera para mi. | | No podfa saber !o equivocado © que estaba. Hasta ese momento ha- bia tomado de la mejor manera su.. accidente anterior, dedicandose a ayudar a los demas, sin pensar en lo que podria ocurrir en el futuro. Algunos dias después, un grupo’ de. escolares de un pueblo “cercane fueron con su: profesor al valle a recoger insectos y hojas. Los —— 18 PadyaTO | | i9 : nifios eran algo nuevo para los animales y muchos quisieron dejar- se ver. El céndor* Abanico se apare- cié ante ellos simulando verseguir al cuervo, de rio* Negrosoy, que se ocultaba de pronto en los lugares” mas insdlitos; Michai, el venado, asomaba entre los arbustos corrien- do iras el quique* Chapo. Para los nifios y los animales fue un dia no- vedoso y divertido. _ —Vamos ya, nifios —dijo el js profesor en la tarde—. El camino es largo y el tren no espera. E] grupo partid bullicioso y feliz, pero en ese momento comenzo a cambiar e! clima. Al soplo de un viento norte cada vez més intenso llegaron nubes grises de lluvia. A las pocas horas era un gran temporal que desarraigo arboles e hizo crecer y desbordarse esteros vy rios. : Ya oscurecia cuando los ee ee + g wade ch unitaalae se reunieron en una vieja v pequena casa abandonada, cerca- na al rio Trueno. La tormenta arre- cilaba y ellos seguian hablando de los nifios. | Me habria custado volar de dia para divertir a los nifos yo cambién —dijo Cuco, el gran buho rucliquere”. —Ahora ya deben ir.en el | tren de vuelta —dijo un viejo pato vapor” —. Quiza suefien. con noso- tros. Ha sido un buen dia y ojala... -Entonces. una brutal rafaga de » vant estremecié la casa. La puerta se abrié de golpe azotando la pared. Todos enmudecieron. Parado en el umbral estaba un pato, tan mojado como jamas se vio a ninguno, —,Correcuac!, ;qué pasa? Fy puente, Cuco, jel Puente del Fin del Mundo se vino abajo! Pronto vaa pasar un tren y por eso... — — jE] tren de los nifios! —ex- clamaron varios. El buho salto a la ventana | arrancando trozos de cristal y se per- did en la noche y el viento. _ ‘El puente habia caido con el estruendo de mil rocas hacia el abis- mo! El rio ya estaba en crecida y su cauce se desbordé con el temporal, arrastrando Arboles enteros que chocaron o se enredaron en el pilar hasta destruirlo. ee —Cuco quizas llegue —gimid — el venado Michai—, pero, ;cémo podra detener el tren? fo — Yo sé cémo! —egritd Co- rrecuac y alzé el vuelo otra vez. | ‘Si, él sabia cémo detener el tren! Tatitns veces lo vio pasar sobre el abismo; tantas otras lo sintid en noches de estrellas. Un rato antes pu- do volar por los senderos, entre los 4rboles. Pero ahora, en la oscuridad { sry He wma. a OL ihe ible ae ale . fo eee Ain eM sittin te AG ARAL COTE 1 * * * ; 8 gi i —_ _- Phsn 79 de la rerrible tormenta verdia el rum- ~ bo a cada golpe de viento. ‘Solo habia un camino por el que podia volar a oscuras! Uno que recormo tantas veces hasta que se destrozé6 el ala en aquella tarde amarga. _ Y¥ fue asi como en la peor de las noches el pato Correcuac llegé de nuevo al salto del Trueno. ‘Otra vez en la misma huella, de alli hasta el Puente del Fin del Mundo, en la carrera mas urgente que imaginara jamas. — | Llegé al primer recodo sin perder altura. El furioso vendaval lo llevaba de un lado a otro del rio; de pronto le hacia tocar el agua y lue- | go lo lanzaba al borde del barranco, pero con el ‘cuerpo traspasado de agua Correcuac seguia en vuelo. La astilla de un tronco riberefio le hi- rid el cuello y sintid.la tibieza de la bo th sangre; le volvié a doler el ala cuan- do esquivé apenas un Arbol flotante que apareciéd como un fantasma so- bre las aguas profundas. : Era el mismo rio y.el-mismo __ pato y era todo distinto: el remporal, la oscuridad y la desesperacién de llegar; era el mismo pato con otro_ corazon. No se entregaria esta vez. «Un pato die llegar hasta el final! No puedo fallar de nuevo». Arriba, Cuco ya habia llegado al tren y sacudia a picotazos la venita- na de la locomotora sin- conseguir que el maquinista le enténdiera. me = —jEste pajaro quiere matar- — le.dio mas . velocidad al tren en la ‘tinma curva me! —gemia el hombre, y antes del puente. Correcuac llegaba a la isla Manzana cuando vio la luz. ;Ya no — quedaba tiempo y apunt6 a la Gar- ganta del Diablo otra ver! AR lp eR A. tela «aes SMe the TTT ATR ARIS. : neni ae NONT:k- ee . ; ~ s 22 Apenas distinguia el camino a volar. La roca debia estar cerca. ‘Ahora! Y entonces se ilumin6 todo. Un rayo gigantesco surco sobre cielo-y tierra. Con un ruido colosal abrid en cien partes un roble -centenario v lo arrojé al fondo del abismo. Tronco y ramas volaron sobre Correcuac cuando con un giro prodigioso cruzé_apenas entre la temida roca y la pared. ‘Habia logrado pasar! Y entonces contra un viento que lo volted diez veces -sobre el vacio pudo llegar hasta la boca del puente. El pato batié las alas desesperado para volar al en- cuentro del tren. | | —La luz, Cuco, apdgale la luz! —alcanz6 a gritar. | Correcuac cayé al borde de la linea. Cuco dio dos, cuatro, diez fero- ces picotazos al cristal del foco sin poder destruirlo, ;pero la luz habia 24 PelisaTP 7 25 que apagarla! Cruzando sus alas’ ! delante de ella oscurecié el camino. © Enceguecido en la tormenta, el - maquinista aplicd los frenos. hasta que e! tren se detuvo, a cinco metros, del abismo. —jAhora si que me fregé es- te pajaro! Pero no pienso bajarme para que me... Santo Cielo, no hay puente! _exclaméd el. hombre qte- - trad. — Fl gran buho habia seiradc las alas y el foco iluminé el enorme vacio, pero ya todos estaban a salvo. t Al poco rato el. ren comenzo | a retroceder hasta el pueblo cercano. Cerca del sendero de hierro ilumi-. nado por la luz que se alejaba, Cuco logré encontrar al pato entre los — arbustos. | —;Estas bien, amigo pato, es- tas bien? ;Lo hicimos, ‘Correcuac!, sCorrecuac? ;;Correcuac!! — nt rein: ee NG! en: JOT a AE CN Wiis ey Pero el pato herido, cansado y sangrante, con la cabeza bajo el ala, dormfa ‘tan profundo que no desper- _ té sino hasta el dfa siguiente, cuando al amparo de un hermoso sol de amanecer fue despertado por el gru- po de animales para decirle que por siempre tendria el carifio y la grati- tud de todos por haber ganado la mds importante, audaz y solitaria de todas las carreras. aah ie RRR: ANA abbr e S lwsa ( ? Lh ia: A aT AT Rt ws te TES f " Hojas de pluma De pronto en el silencio verde. el carpintero toco Loc Pablo Neruda —Esta noche es Nochebuena y manana Navidad —dijo e} viejo Car- los, junto al escritorio, rerorlands una también vieja cancion. —Y no va a estar = don Carlos, viene su hija Clarita con los ninos, -gverdad? —dijo Julio, el car- pintero, desde la cocina, donde daba los ultimos ‘toques de pintura a un nuevo mueble. Sf, Clarita, su esposo y los nifios, Carmen y Daniel, llegaran mafiana muy temprano. Bersales : estar hoy aqui, pero ti sabes, vienen de tan lejos. Les tendré listo el arbol, . 28 como siempre, con sus adornos y las lucecitas, eso les gusta a los nifios. Después van a salir a corretear al pa- tlo, a ver si me rompen. un vidrio de un pelotazo otra vez —el viejo rid de Ese Danielito, el buena gana—. menor, es el mas rufidn, se sabe los cinco tomos del cateo de la laucha. —Entonces, en cuanto termine voy a entrar e! arbol, se lo dejo ac4 Vo ~—No, no. Déjeme que haga el trabajo completo. Me ; gusta eso. —Pero usted... —Julio muro a Carlos y su silla de ruedas, el tinico medio en que ellviejo podia moverse después de su enfermedad. —No —Carlos palmoted las ruedas—. Yo me entiendo bien con esta. Siempre voy al jardin, riego las plantas, podo los rosales. No es problema, Julio, que tan’ viejo no es- toy. Ya tengo pensado como voy a traerlo. Tengo todo el dia para eso. —- RI ReE cet: -eMampi |. LO A: A aie agian meee. ces. .0- ee 4 i s * t° r ig 4 , . ee . § ~9 Pehsa? 7 g i —;Y si llueve? | —Me mojo —y Carlos volvié — a reir. | Luego tecled otra frase en su maquina de escribir. Ayudado con una lupa, volvid a observar con — detencién una foto a color, de las tantas que tenia dispersas sobre el es- critorio, frente a la ventana que daba al jardin. —Usted si que sabe harto, jah? —dijo Julio mientras. revolvia. : la pintura—. Lo que esta escribien-. do ahora, jes sobre pdajaros tam- bién? oo —Si. Mira las fotos que en- vian mis amigos. Ellos son mis ojos ahora que apenas puedo salir. Mira esta, Mira, este es un canastero de co-- a larga*, en su nido de la cordillera. Ves la cola, ves la mancha amarilla -en el pecho? — Es cierto que usted habla ~ 305 Selwa tl 9 31 con los pajaros? Uno no lo cree, pero la gente en el pueblo dice eso. —WNo digas disparates. ;No te han dicho también que salgo a volar? Mira mejor esta otra foto. Este lo conoces: es un martin pescador*. Este es un macho, miralo, un lindo ejemplar. «Porque el pescador Mar-_ tin solo se nutre de arcoiris, de la luz que ondula en el agua», como dijo el gran poeta. _ — Don Pablo? | —Si. Don Pablo. Neruda... — Usted lo conocié? — fo | —Una vez estuve con él, fre un gran honor poder conversarle. —Era muy inteligente, muy - famoso, ;no? | —Mas que eso, Julio, mas que eso. Era un hombre bueno, y eso es lo mds grande que se puede decir de un hombre. a ) —¥ hablaron de los pdjaros? —- Rk ote. —;Desde luego! El sabia mu- cho de-eso... Julio sabia que Carlos podifa estar dias enteros hablando de los pa- jaros. Era su pasion. Desde que habia jubilado como profesor de ciencias, el viejo habia vuelto a su pueblo de! sur. Escribio alli dos o tres libros so- bre las aves y sus costumbres, y oca- sionalmente le visitaba gente de la universidad. Le llegaban muchas car- tas, y mas que nada fotos que sus amigos y antiguos.alumnos tomaban para él. Los del pueblo lo veian todos los dias perderse en los bosques o seguir el surco de los rios con su li- breta de apuntes y sus binoculares. Pocos afios antes habia quedado viu- do y el viejo sintié el golpe, pero no dejé -de recorrer, de preguntar, de mirar y escribir. «Solo tengo dos caminos —decia—, uno me lleva a] final lorando como un tonto; el otro a PSesaTO 38 me lleva'a los bosques. Los pdjaros no han muerto y yo tampoco», - Cuando al afio siguiente una antigua enfermedad lo Ilevé a una silla de ruedas, muchos pensaron que el viejo no podria soportar este. nuevo dolor. Pero no fue asi. «Sigo. teniendo dos manos y un cerebro —dijo—, as{ que no hay disculpa para dejar de trabajar. _ Julio se fue al mediodfa. Tras. . almorzar, Carlos dormité un rato en . su silla. Lo desperté la Iluvia que se ; habia iniciado como. suave rocio y luego fue un fuerte aguacero que sacudia el techo como miles de tam- _ bores. «Carlos, - viejo, manos a la’ obra!», pensd. | Se cubrié con la manta que la puerta que daba al jardin. Habfa alli un, corredor de pérticos y una —s levaba en su silla y salié al patio por igs 460 e ee oy EER ren rampa de suave pendiente por donde descendid. Con agilidad enfilé por uno de los senderos de piedrecilla, paso bajo el vieiq pino de Navidad, que ya era un fuerte v bello manio de unos cinco metros de altura, torcid y se detuvo a la derecha, apuntando a la caja de madera que acogia el nue- © vo arbol. «Vamos amigo, que hay que decorarte». La fuerza que ya no tenia en sus piernas si la poseia en sus _ brazos. Se agaché para tomar-la caja con ambas manos. Faltaba un poco, un poco mas adelante. Movié la silla hasta que las ruedas delanteras salie- ton del camino. La lluvia era més fuerte cada vez. te «Ahora si», se dijo. Tomé la caja con fuerza y la atrajo hasta po- nerla en el peldafio de la silla. En- tonces sintid el crujido; como si le hubieran quebrado un hueso. Una de las ruedas se habia enterrado en 34 | Pelipa79 Ce la tierra removida y con el esfuerzo habia quebrado el eje. Y alli estaba él, bajo el aguacero y sobre una silla inutil. Con gesto resignado devol- vid la caja-al terreno y luego, bajo el agua inclemente, ocultdé el rostro entre las manos. «;Cémo pude ser tan torpe, esta tierra se ablanda con la Huvial jQué me habria costado. traer una tabla o...? ;Esto no me pa-- s6 por invalido, sino por tonto!» Le- -vanté al cielo el rostro empapado por el agua y se dio diez golpes de pufo en las sienes. | Entonces sintié el otro repi- queteo, distinto al de la Iluvia. Lejos de él, un pdjaro. carpintero* estaba afanado en taladrar el tronco de un gran roble. A ratos el ave dejaba su labor y lo miraba con atencién. Lue- go volvia a’ atacar con mas fuerza. /«T_no tienes estos problemas, amigo —penso el viejo—, pantie eres un ne he an ? Ractaoan Canmpepbitns magetlant- cus*, que sabe hacer bien las cosas». Volvié a mirar el arbol de Navidad, imaginando mil soluciones. pero _va no habia nada que hacer: Si solo iograba volver a la casa, e50 va seria una hazafia. Y asi fue. Tras snclio ‘tempo de esfuerzo, cansancio y dolor, apo- yandose a duras penas sobre las vie- jas piernas y el respaldo de la silla, --Carlos logré al final entrar de nuevo ala casa. Con un ultimo. esfuerzo pudo secarse y avivar el fuego de la estufa. Preparo un café muy calien- te y mir6 al patio en la penumbra | del atardecer. Entonces vio otra vez al carpintero sobre la baranda del corredor, mirandolo curioso a través de los cristales. Luego, el viejo cerré 10S Ojos y se darmid protundo, tan profundo que repitio cien veces un mismo suefio. | 36 | ee = ° | En él se vefa tratando de poner bajo. el Arbol del patio los juguetes de los nifios. Lo intento tantas veces y no podia conseguir- 10. Cuando. ya parecia llegar con. los paquetes en su regazo, la lluvia se hacia un torrente que lo volvia a alejar, flotando sobre su silla, a los bosques mds distantes y extrafos.. a Son las ocho, cii-cu, son las wah. Feliz Pascua, abuelo dormilén —Clarita lo desperté con un beso y un suave tirén de cabello—. ;Como estas? ;Qué pasd, viejo? No te ves muy bien. Carlos responds 4ébilmente al abrazo, atin semidormido. Luego, entraron los ‘nifios arrastrando ma- letas y se lanzaron_ a abrazarlo. —— cet het sep om all le ERI Fie meta es wee ‘que parece un Cerro, Sucgro... ~ orc to Pascual —,Uuyyy, mura Carmen, el abuelo rompié su silla! —Llegamos con hambre. —_S{, en un tren inmeeeeen- ‘so. Te cuento que en el viaje.. —,Mira, papa, esta rota la “stlla del abuelo! | Mira la rueda como esta. Mas despinetn, el viejo saluds . a Felipe, su yerno. —Le waje un pan de Pascua joi, Sl, Daniel, vamos a comer ahora!, pero tu abuelo lo corta primeto. ;Qué pasd con la rueda?, :dénde tiene sus herra- mientas? Eso lo arreglamos rapido. Clarita, preocupada, orde- naba la mesa. Felipe arreglaba la silla. Tos nifes comenzaron a trajimar sus | maletas. Todo se hizo activo y alegre. *? Fdwag? - 7 —Abuelo, ;v el arbol de Pascua? —interrogaron los nifies con Paquetes de regalo en sus brazos. : —Ahhhh —suspiré Car- Esa es una triste historia, ninos —y les conté el accidente de! dia anterior—. Estoy muy apenado —concluyé6—., porque no tuve listo las—. el arbol y porque ustedes tienen un. abuelo muy. viejo y muy tonto. _ _ No puedes decir eso —le : reproché su hija—. Primero vamos a tomar un buen desayuno; después Felipe. y los nifios traerdn el Arboi. Lo Vamos a decorar entre todos y pa- saremos la més linda Navidad. ;No has visto el dia? Hay un sol. precioso. Mira’ —Clara abrio las cortinas hacia el patio—, es un dia ma-ra-vi-llo-so ‘Papa, mira! : Se volvié temblorosa, se quebré su voz. Todos.corrieron a la venrana.. | —jMiralos, allf estan! a | hen sg eel aes a... joi, alli estaban! El alto v antiguo arbol de Navidad era aho- ra.un arbol de Navidad viviente. En la perfecta simetria de sus colo- es, de sus trinos, de sus plumas. Con un coro de alas, con una sin- ronia de luces en sus ojos de es- crellas, alli estaban los pdiaros, alli parecian estar todos los pajaros del “mundo. Para el viejo Carlos no hubo g = -cansancio ‘ni mal dormir. «Vamos, vamos!» Volé en su silla hasta la puerta. Salieron todos al patio, an- siosos, acercandose al Arbol con la prisa y el sigilo de quien no quiere romper un regalo de cristal. — Mira, abuelo! —murmuré Carmen—, alli esta la loica* que vimos una vez en el cerro. Es ia mis- ma, vo la conozco! zorzal* que una Vez se llev6 mi xi panl, ste acuerdas? i _ men.. 4() | —aftadio Danielito—. “Alli al lado de la tarcaza. —Torcaza* —conrigis Car- —Si, si, miralo!: Frente al arboi, ot, ‘Si estaban todas! Los trica- hue “que venian de las grandes araucarias: los chucao* que ~hacfan su vida entre el laberinto de las qui-. las*; el run-run* de los rios del ~Llanquihue; las golondrinas* de los. | lagos perdidos en la niebla; los chin- coles* que despertaban becerros* en cada amanecer; el pidén* que cada : madrugada saludaba a los'nifios de _ la escuela de campo; el chercdn* que cada mediodia contaba-las nojas cai- das de su montafia. El carpintero saludé con un " toco toc. «Tt debes haber sido, tu 7a extasiados. ante un arcoiris hecho de-pluma y canto, sus ojos saltaban de un ave a PaO ae #1 i ee lt ee ae oe ee armaste todo esto», murmuro el vie- jo, agradecido. Ni siquiera nestafieaban. Querian dejar los ojos abiertos. hasta el alma por ese instante. Porque sa- - bian que esto no podia durar mucho; que !as aves tendrian que reventar en _vuelo de pronto; que los esperaban — sus pichones, sus nidos en el viento. Y nadie mas hablé. Solo- Clarita apoy6 su mejilla en la del vie-. jo y dijo en susurro.lo que todos bien pensaban: | | —)Viejo lindo!, este arbol. también lo decoraste tt. | N E] fantasma de lac casa a de | lata en aN nama 2A eT fete (er En un claro del bosque y muy cerca del rio estaba ia Casa de Lata. Fra una antigua casa de tres piezas, construida y abandonada quizas cuantos afios atras.porun colono que “nunca volvid. Alli se reunian los.- animales de ese valle en las tardes de lluvia. Alli conversaban de sus proble- mas. Aili los animales mas andariegos contaban esos cuentos de los hombres - que vivian muy lejos del valle. Una tarde la liebr liebre Saltacerros eché a correr desde la Casa de Lata” hasta el rio. Se le veia nerviosa v PRET v na-contesté 2 las pre- guntas de los otros animales. —Busco al pato Plumacho | " 8 7" eee “ap ibs eo Se: ” Par ea ROH ORR RD. 4 al SR RAR + Aa PE ta “Pia _ para contarle algo muy grave que es- ta pasando —se limité a decir. Esto hizo que muchos la siguieran para _ ver qué cosa era tan grave para la juiciosa liebre. . —— ~ Como Plumacho, el’ pato real”, era muy apreciado por su buen criterio, a él acudian los animales cuando tenfan alguna dificultad. La liebre lo hallé al borde del bartanco. —jPlumacho, algo terrible esta pasando en la Casa de. Lata! Escuché ruidos raros que me pusie- ron tiesas las orejas. Debes ir a ver. —._Y partieron alld seguidos por un grupo de animales cuyo numero aumentaba segtin se acercaban a la Casa de Lata. Ocultos tras el follaje observaron con.temor. En efecto. desde su interior se escuchaban pa- sos, golpes y de pronto un grito que comenzé como lamento y termind con fuerza aterradora: EAA . iR0: A aie Res AA = beta el ate. (OD a —Ayvyvoooooaaaaaaaaaaaaaa! Ya oscuro, una tenue luz ilu-. mino la ventana. A ratos una silueta enorme ensombrecia los viejos vidrios. Varias veces velvieron a escu- char el grito. | , | _—Es la sombra de la muerte —dijo Saltacerros, temblando. | —No. Es un monstruo —dijo el conejo Gaspar. . —No. Es un fantasma —Intervino-el biho Concén™. —jHay un fantasma en la Ca- sa de Lata!-—murmur6é Plumacho. Y aquella noche todos los-ani- mates del valle supieron del fantasma de la Casa de Lata, que era enorme, feroz y lanzaba gritos tan aterradores que hasta podian paralizar en vuelo a un ave nocturna y dejarla alli suspen- dida para siempre. — Toda la noche y a la mafiana si- | guiente varios animales se mantitvieron- atentos a lo que ocurria en la casa. Informaron luego a Plumacho. —jEs terrible! Los gritos son” de otra mundo y cuando cesan se es- ccucha un ruido extrafo, distinto a todo lo.que hemos oido —y trataban de explicarlo sin que nadie entendie- ta nada. jEra tan dificil repetir ese -ruido! | er Es algo asf como pin-pin- pin, clumba climba parai-pin-pin, - clom clém crie-pin, tira tura, tara-té - —dijo el grufién Patofiero, indigna- # ~ do porque el misterioso ser que habi- taba la casa no los dejaba reunirse ailj para conversar’de sus cosas y escu- ¥% = char buenos cuentos.. Esa noche, entre los golpes y_ | los gritos aterradores, los animales oyeron también ese otro sonido que Patofiero malamante habia re- - petido. . reat | — Eso es lo que los hombres a ih RR ded ei, Uc rig id: llaman musica —asegurdé el bttho Concon. ——Entonces es la musica de la muerte —agregd Saltacerros. —No. Es ta musica de !os monstruos —dijo el conejo Gaspar. —No. Es la musica de los ‘antasmas —continuo el buho. —ntonces, es la musica del _fantasma de la Casa de Lata —con-" cluy6 Plumacho. | -Y esa noche se dijo a todo lo largo y ancho del valle que el fantas- ma de la Casa de Lata tenia su musi- | ca propia de fantasmas. En parte por miedo y tam- bién para dedicarse a sus cosas, los animales comenzaron a alejarse de la casa y su habitante, pero el asunto ‘0s seguia preocupando. Solo el bu- ho hizo vigilia por varios dias hasta que logré ver de cerca al terrible ser. Liamé luego a los animales: 4 (Selysa TP | —Lo pude ver de cerca, Plu- macho, come de aqui adonde estas tu. Casi me muero de miedo cuando _gritd, pero, ;sabes?, no es un fantas- ma sino un-hombre enorme vy feroz. Su pelo es largo y le cubre también la cara. En cuanto a sus gritos estoy ‘Seguro que son de dolor, porque al mismo tiempo se cubre la panza con las manos. __No. Faas no son manos, son las patas de arriba —asegur6 Gaspar. —Y alli no esta la panza, sino el corazon, lo que hace tan- pun, tan-pun —agregé Saltacerros. _— Es la panza! —erité el buiho. | — Basta! —intervino Pluma- | . cho—, el buho Concén sabe mas de’ eso que nosotros y ni yo le voy a discutir. Quedamos en que son las manos y es la panza y se acaba e! Ifo. | Ahora, :qué hacemos? ~—Cyanda, me duele la panza | Mud OB, ce é : mastico hojas de laurel —dijo Plu- magris, el pato cuchara™. —No. Lo unico bueno para eso es la menta negra —aseguré Gaspan a . —Conejo doco, Esa ‘sitve para la cabeza y las quebrazones. Para la panza lo unico bueno es el laurel, como dijo Plumagris —gru- ho Patofiero. —Bien, basta ya. Esta noche le dejaremos —_ de laurel en la puerta. ! ~—Y que se mejore y se vaya pronto para que nos .devuelva -nuéstra casa —refuntufio de nuevo Patofiero. Ast lo hicieron. A la manana siguiente, al salir, el hombre encon- (ro un monton de hojas y ramas tecién cortadas frente a la puerta. Furioso’ buscé huellas humanas en las cercanias. rs Lj = —Esto debe ser una maldi- cién o la-broma de algun imbécil —murmur6d, y luego se volvio a gritos hacia el bosque—. me esta molestando? (Déjenme | tranquilo, quiero morir en paz, va- yanse! A puntapiés ¢ esparcio las ke. jas. Luego se encerré en la casa. -—Me da rabia haber perdido el tiempo en.el bosque anoche —se -lamenté Patofiero. —Me da pena por él —dijo -Plumacho—. ;Cémo decirle que eso le hara bien? Luego escucharon la musica, solo unas cuantas notas y otra vez los gritos. Los animales se alejaron en silencio. . Vinieron dias de lluvia y frio -en que el hombre salia de vez en cuando a buscar lefa. La enferme- _ dad le atacé con fuerza y al parecer :;Quién nee Pe ie a. I. ne i fe ee a ee —sintid mucho mejor. SelusaTO 51 le escaseaba la comida. Una tarde salié. caminando con dificultad, “ecogio agua en una olla v con gesto de rabia arrojé en vella unas cuafitas ramas. mo an 4 /—Por — esta basura le dara algvin gusto —murmuro. A la .mafiana siguiente se :Serfa por la bebida? No lo sabia, pero volviod a prepararla muchas veces hasta que las hojas, marchitas ya las ultimas, se acabaron. Luego pudo salir largo rato a recorrer el bosque para hallar el arbol cuyas hojas tan bien le ha- bian hecho. Pero en ese lugar los 5; laureles son tan hermosos camo es- casos y volvid con las manos vacias. Solo una hoja encontro frente a la casa _y se volvid al bosque, masti- -cindola: —jQuiero mas, mas! ;Me oven? Me hizo bien y quiero muchas 2 Pla 79 hojas mas. No pude encontrarlas, ‘pero ‘ustedes saben dénde hay mas —dijo con desconsuelo y mirando _ con ansiedad hacia el bosque. Repi- ti6 su pedido hasta quedar ronco. El pato Plumagrts lo vio. Las ‘aves llevaron el pedido a todo el valle. Esa noche juntaron tal canti- dad. de hojas ante la puerta que cuando el hombre la abriéd al amanecer, se le fueron encima ha- ciéndolo caer.. — Santo: Dios! Pude ser el primer hombre en morir aplastado por sus remedios. | Se rascaba la cabeza « con in- credulidad y alegria. Los animales escuchaton lue- go una musica distinta desde la casa, unas notas suaves y alegres que los mantuvieron cautivados largo rato. Luego el hombre salié a examinar las | huellas cercanas a la casa. oe eT al, pelaeeonder tele tes ASN Yo —Solo son de patos, conejos o liebres y qué sé yo —se decia—. -:Sera posible? Y los llamé a gritos, pero - nadie contesté. Los animales aun te-- nian miedo. | Dia tras dia siguid -epitiendo sus conciertos de guitarra, ya que ese | era su instrumento musical. Cada vez se le vefa mejor y desde tempra-- ~ no recorria el bosque y la ribera del tio a grandes zancadas. Su semblante. era mas sereno y risuefio. A veces se quedaba quieto muchas. horas fuera ‘de la casa, observando el bosque. Al ~ ver los ojos de algun animal, sonrefa sin decir nada. Una madrugada de sol le vie- Ton recoger una a una tedas las hojas de laurel que pudo meter en dos grandes bolsas. trajinar en el interfor de la casa. Los ~Comenzé luego a animales, que esperaban la musica, comenzaron a impacientarse. E| hombre:.se iba. Dejo atuera una vieja maleta café v hablo hacia el bosque: —__Me voy, amigos. Ya me re-. cuperé, :Querran ahora venir para que los vea y los conozca? Les haré un regalo, también. -Trajo ia guitarra vy en el claro del bosque tocé la melodfa mas hermosa que nadie hubiera ofdo. A ratos la musica tenia la fuerza de un torrente y el ritmo de las cascadas, para seguir luego con la certeza y suavidad de un vuelo de golondrina. Tenia en sus acordes al viento que inclinaba los grandes alerces*, la gra- cia de las bandadas y la nelodia de todos los arroyos del mundo a la vez. Nadie supo cuanto duré ese momen- to maravilloso, y cuando el hombre dejd de tocar, la musica siguid surcando entre los montes vy ica rfos como un regalo de eternidad. Ni QO ea NAY Plumacho y Gaspar fueron ‘OS primeros en asomar al claro Luego fue Plumagris, Saltacerros, Patofiero v muchos otros. Solo Concén permanecié en su, arbol porque de dia le era. muy diticil volar. El hombre mir6 a los anima- les con emocion y acaricié por largo rato la superficie v las cuerdas de ‘ia | guitarra. —Esta la dejaré aqui para us- tedes —dijo ante los animales que escuchaban con respetuosa aten- cion—, y no podra quedar en mejor lugar. Es todo cuanto puedo darles, No tengo nada mds que dos cosas en el mundo: esta guitarra en mis manos y este corazon nuevo en el pe- cho. La guitarra se las dejo y el cora- zOn se bs debo. Dio un largo suSpirG antes de CO ntinuar: —;Saben?, no creg que me . fuera demasiado 6 entiendan, pero he pensado muchas cosas en estos dias. Se preguntaran - por que llegué aqui. Yo vena huyen- do de lo que dije y lo que me dijeron, porque nosotros los humanos: tene- mos un lenguaje maravilloso que a _veces empleamos solo para decir cosas que nos hieren. Asi, por una tonta discusién dejé mi gente y mi _ pueblo. Luego, el rencor y la rabia -me hicieron enfermar. Pero Dios PAlwsa vO e ad ; quiso —aqui el hombre los miré con carifio— que en este lugar estuvieran.. 3 ustedes, que atin en el peligro de la noche buscaron una medicina para un hombre que nada les habia dado. - »Amigos, lo que vale.no es lo que decimos a los demas, sino lo que hacemos por ellos. Les doy gracias por haberlo comprendido antes que tarde. Ahora-vuelvo a los mifos. | Envolvio la guitarra con las ropas que le abrigaron y la deposité en un rincén de la Casa de Lara. Luego, tras despedirse de los animales, se marché rio abajo. —Nos de}j6,la chicharra —di- jo Gaspar, con emocién. —Chicharra no, conejo loco, chatarra —grufié Patofiero. —Chatarra no, jguitarra, guita-rra! —eritd el buho desde los Arboles. | | » —Nos dejé la guitarra —con- cluyé Plumacho—, y la guardaremos hasta que vuelva otro humano bueno como él, para mostrarnos la tierra y el cielo.en su musica. Y se quedaron allf hasta que el hombre asomé por tltima vez en el monte, agitando su mano en despedida. El bote de ciprés | El bote que Pedro recibio de su pade tenia e! mismo aroma de la casa en que vivian; el mismo de los pasillos de la escueia v de los mastiles del chalupén*. Porque era de ciprés de las Guaitecas*. Cuan- -do recibiéd como regalo ale tan _chilote como un bote de ciprés, Pe- ‘dro pensé que su mundo era bue- no, que su mundo tenia el aroma de esa madera. —Es un buen bote, Pedrito. Lo hizo el viejo Nancho, el mejor » botero de las islas. Fue el ultimo que hizo antes de dejar este mun- do. Lo queria pasa usarlo él, pero estaba m uy viejito y enfermo. Su bio me lo vendid. Mira, es puro ~ ree a CUERI ood oa 0 Pla?Q ciprés por todos lados, del mejor de los bosques. | El viejo Nancho, navegante de toda una vida y luego bextra, De él se decia que frente a su casa reca- laba el. Caleuche*, el barco fantas- ma, en las noches de pleamar*. Di- cen que en ese barco navega ahora. para siempre. ‘Y qué buen bote era mated En él, Pedrito podria ir desde su isla de Laitec a la del. frente, a Cailfn, o al ‘a -. Sobre el azul bamenso dél mar puerto de Quelldén. —Cuando yo no pueda ir lo 4 - llevards tu, papa, al tiro del chalu- pon, para que bajes'a la playa cuan- do ancles a medio. Para que nave- gues mas seguro. Y le fabricé un _sacho™, le ~ pinté la Leragda con la pintura __aguamarina que les sobro de la casa, aa afios atras, y con la seriedad y cali- ie gratia de sus nueve afios trazé a a eH me-« muraaaaaa!». ambos costados de la proa el nom- bre Lobo, por los viejos lobos de mar de Chiloé. Y Pedro y su hermanita, la Chalfa,-iban por !a costa recogiendo peces y mariscos para la mesa fami- liar. A veces” Un gran pez picaba el anzuelo, ;qué tesoro! Luego anun- ciaban de lejos el regreso: «;Mama, | Y las gaviotas exten- dian con su grito el de los nifios Al entrar el invierno los paseos se ‘hiteteror mas escasos. Veian al Lobo ~ salir y volver tras el chalupén. Su pa- dre y el tio Luis llamaban al Ilegar: . —Pedrito, descarga tu bote, chico, que ahi viene la harina y la verba. Algo tiene ese bote, no sé qué — Nano se rascaba la cabeza incrédu- lo—, no sé qué... _. Por qué? —preguntdé dona Rosa. | ‘ 4 i Puig (9 62 | —Miura. Luis no lo amarré bien-v se nos solté de! chalupén fren- te a Punta Lapas, poco mas alld o mas aca, no sé. Pero el bote no se fue. Nos seguia como un perro. Contra ef _ viento. —lIdeas tuyas, Nano. —No sé. Vino el. invierno. Con el rs mes s de junio llegd esa noche que no olvidarian. El temporal estre- mecia tierra y mar. Se sentia entre .los crujidos‘de la casa el golpe tre- mendo de las olas contra‘la gran roca de la playa, donde los nifios se enearamaban en las mareas mas ba- jas. Ante la lumbre estremecida por - el viento que se colaba bajo las puertas, los nifios no dejaban de | : : ON Qa _ pensar que su padre no volvia en el! chalupon. | — wal D a ~ —Por lo menos los patos se salvaron. Su padre lo miro, preocupa- do. oo —-No, Toho —dijo—,. no. \iafiana va de caceria con sus ami- cos. A mi también me invito. Tu sabes que no me gusta eso y no iré, pero tenia que decirtelo. Segtin él, los patos le van a comer las semillas. de sus siembras. Oo —;Pero eso no es asi! Son apenas unos pocos patos. | —Tti sabes como es él. | —tLos patos no pueden de- fenderse y los arboles tampoco, pa- pa —dijo con angustia y amargu- ra—. Don Froilan es un hombre muy poderoso. | El nifio no quiso comer y se levanto. | — lofi... Se volvio. og 74 ; Pubhia | —Sabes que pienso lo mis- mo que tu, pero tienes que darte cuenta que ese es su terreno. No peciomane hacer nada. . Antonio subio a su piers pe- ro no se acosto. Se senté en la ca- ma y allf estuvo por horas, con la luz apagada y la cabeza entre las manos. «Lo unico que no puedo hacer es quedarme de brazos cruza- dos hasta oir los disparos», pensé. Habia luna llena y era ya rade de medianoche. Por la ventana vefa parte del camino viejo y se -imagino a los patos durmiendo en su isla, ignorantes de un destino atin mds cruel que el-de los drboles. | Record6 ‘palabras de su madre: «la fe mueve montafias», decia ella siempre. ;Montafias, solo monta- fas, Antonio? Se levanté con prisa, tratan- ~ do de no hacer ruido. Bajé la escala Dae athe i ibe — (9 descalzo, cuidando no pisar los pel- dafios mas chillones. Las puerta de atras sonaba al cerrar, por lo que la de} id. entreabierta. La mocks era he- ada, Della y silenciosa. Su perro Radal asomé bajo la casa, despere- zandose, se sacudié y jo miré con curiosidad, torciendo el cuello, luego lo siguid cuando Antonio cruz6 hasta el galpdn y se puso al ‘hombro el lazo de los caballos. El nifio tomé rumbo a la laguna. La luna Ilena plateaba los. . senderos, los. cereos y las hojas. La noche era tan duefia del tiempo, de las cosas y de los hechos, que atin el _ tuido de sus pasas, la polvareda de _ las: patas de Radal o el lamento de un buey o un becerro, a la distan- cla, parecian formar parte de ella como si asi hubiera estado escrito vy __ designado desde siempre. En casa, . Tomas estaba : 6 Pfia?Q 7 ae | inquieto y noté su salida. Luego de un rato que no lo sintié regresar, fue a la ventana. A la luz de la lu- na, Antonio y Radal se perdian alla arriba donde. terminaba la cuesta. Se vistid y monté el caballo alazan* al pelo; lo lanz6 al galope hacia la laguna. | Encontré al nifio arrodilla- do, anudando la cuerda al tronco del coigue, tan concentrado en su labor como si en ello le fuera la vi- da. No volvid la mirada ni siquiera cuando su padre salté del caballo. | —;Qué vas a hacer, Tofio? ‘Dime! —Tomas lo sacudio de los hoeulsros casi con violencia y sintio el tumulto de sollozos. La voz del nifio soné ronca y dolida: —No hiciste nada, papa. ;Nada! Cuando botaron los arbo- les, ;dénde estabas tu: a + ae guna avanzoé hacia —j Esto no es nuestro, en- tiende, no es nuestro! —;Esta laguna es mia! —;No! | — Sil —iNo! — Si, papa! — No, Antonio! : —jSi, porque la quiero! | Peto... :Qué vas a hacer? — —Me la llevo, papa. ;La la- suna es miay mela llevo! © El nifio tirdé con todas sus fuerzas de la cuerda atada al tronco del viejo coigue. ;Entonces, la-lagu- na dio un enorme salto que hizo ondear las aguas quietas! Los patos graznaron asustados hacia la orilla de la isla. Antonio volvio a tirar de la cuerda y esta vez ya no fue un salto sino varios metros que la la- el camino viejo. Sin poder comprender si los —e fs Pei 7 Qo OO 7? milagros existen ni qué clase de mi- lagro era este, el padre asié el extre- mo de la cuerda y mont el alazan: } —;Ya, Tofio, tira, vamos, vamos! | | Y el coigue y la laguna, la isla de los patos quien sabe y las raices de los 4rboles muertos comenzaron a avanzar sin detenerse con un fra- A z ne gor sordo, profundo y subterr4neo, como una interminable catarata de piedras que anunciaba el paso de la. laguna que se queria ir. Era un bar- co de agua, era una nave al revés que navegaba sobre polvo y rocas dejan- do un surco ancho y profundo co- mo una cafiada,-en la cual de tramo en tramo ‘asomaba una nueva -veta de agua que ensanchaba el curso del estero.que perseguia a la laguna como: un perro. | Los patos iban desde su isla hasta la orilla graznando sin parar. te. ae ‘ Vengan - —parecian decir a los ani- males que dormian—, vengan a ver nuestro barco de agua!» Otros patos mas aventureros salieron para se- guir la. laguna desde la tlerra remo- vida, capris lama pices entre los terrones apenas alumbrados por el alba. Mientras, Radal persiguid a ladridos una culebra que finalmen- te hallé cobijo bajo un tronco sin explicarse qué estaba ocurriendo en una noche que parecia tan calmada. | Luego. seguia ladrando sin cesar a la -laguna, como si arriara un rebafio de agua y patos. La laguna habfa tomado ya la suave pendiente del camino viejo. El agua iba como loca de aqui para all palmoteando los bor- des donde los patos se sacudfan después de cada golpe de ola y lue- oO continuaban graznando hacia todos lados. - ~ 30 DPrlus (9D a af ¥ cuando ya estaban a la vis- ta de la casa aparecié dofia Marta. «Esto parece acabo de mundo», dijo, y comenzé a ayudar en el arrastre hasta que llegaron al bajo, mas alla del gaipén, entre la huerta y el monte, donde Antonio indicé- que la laguna debia quedar. _ Luego el nifio se abrazé con sus padres mientras miraban cémo el estero Ilegaba a la laguna para -alimentarla por siempre. ~ Radal estuvo seguro de que sus ladridos eran los que la habian empujado hasta llegar a su lugar. Donia Marta se persignd y dio gracias porque los milagros existen para la gente buena y de ellos no hay que rendirle cuentas a nadie. Tomas desaté la cuerda y mientras la enrollaba palmoteé el cuello del alazin y le murmuré ‘ae bam. el eetes | «jgracias, viejo!» ~Y Antonio se paso las manos adoloridas sobre el sudor y el polvo de su frente y se puso a refr pen- sando en la cara que pondrian sus amigos cuando vieran que la lagu- _ na de los quién sabe habia llegado a casa. ss | Anita Luz _ Anita Luz tenia siere afios. Er} duefia de un pato gritén llamade Manso y de un perrito de nombri Terrén, aunque a veces le decfa Topo: Tambor, Tontito o Tapon, siempré un nombre que empezara con T. Lé nifla vivia con sus padres en el valle - del'rfo Trueno, en un campo enire el - camino y la montafia del sur. - Su casa era baja, de madera -pintada con amarillo. destefiido y musgosas tejuelas de alerce. AJ trente, dos enormes avellanos pro- tegfan la casa cuando el trio viento norte volaba sobre el valle. ~. La escuela de Anita quedaba 84 a media hora de camino vy Terrén la acompafiaba todos los dias hasta su puerta. Ella le iba dando trocitos de pan mientras le contaba de sus | cosas de nina. Al mediodia Terrén estaba atento a la campana de la es- cuela para esperar su llegada. Anita era morena y alegre, delgada, de grandes ojos café oscu- ro. No podemos saber si era feliz alli, pero lo pasaba bien. Era buena la escuela, sus compafieros y el lugar; el matrimonio de profesores ~ que era el «senor» y la «senora» y los ~ largos domingos en casa, con torti- llas y pan de miel. En las tardes de bonanza, cuando el sol jugaba a aparecer entre las nubes, Anita y Terrén corrian hasta el cerro, a la vertiente. Alli esta- ba el roble, el arbol de Anita, que crecia enorme entre e! arroyo y las rocas. Piha 79 85 La nifia jugaba o estudiaba alli, y le hablaba al arbot lo mismo que a sus padres o a Terrén. En los dias secos de verano iba temoprano a _mojar su Arbol con agua de la ver- tiente; después de cada temporal de invierno corrfa a ver si a.su-roble le habia pasado algo. | | ——E] roble es mi amigo, pa- pa. Cuando le digo algo gracioso se _, te. jLo siento reirse! Tlance que ir - conmigh para escucharlo. A veces — ~ no hay’ viento, nada de viento, y- - cuando me ve liegar mueve sus }ramas ask ;pero fuerte! —y Anita “sacudia los brazos—. Es cierto. —Los.Arboles no se rien, hija; eso no puede ser porque Dios no les dio alma. Tu mam te lo puede decir —comentaba sonriendo su padre, _ mientras preparaba su mate. ——Papa, nunca vas a. cortar ese 7 tbo gverdad? a mo Phat 9 —No, hija, el roble es tuyo y nunca le haré nada. oe | —Si, porque no hay ninguno como ese. Los otros robles de! bos- que no tienen su olor tan rico nj. mueven sus ramas come él. jLo quie-. ro tanto! Asi, entre su casa, la escuela y el roble del cerro, Anita Luz vivia su vida. Pero también habia problemas; una a tarde sus padres la llamaron. | —Queremos conversar con- tigo —dijo su padre, preocupa- -do—. Te habrds dado- cuenta de ‘ que las cosas. no andan bien, el campo es pequefio y no nos da pa- ra vivir. Conseguf un trabajo en la ciudad para ayudarnos. Empiezo a trabajar el lunes pero vendré todos los fines de semana a verlas. Si me va bien quizds vendamos el campo a fin de afio para irnos a la ciudad los tres, ;te gustaria? i | ee ~ mente y ella lord. 37 La nifia no sabia si aquello le iba a gustar o no. En la ciudad hay luces, cosas nuevas v caramelos en las esquinas, pero. después si nOS vamos me llevo a Terrén y a mi pato, ;verdad: —Si. ~—-¥ mi arbol, mama, qué ~~ pasard con él? —Vendremos a pasear aca de vez en cuando. Entonces lo veras. Se fueron a la ciudad un do- -mingo. Anita Luz y Terrén fueron al toble por ultima vez antes de partir. Aunque ya era verano llovia suave- —Te vendremos a ver de nue- vo, no sé cuando, pero vendré. Todas 88 las noches rogaré por ti y por tus amigos los pajaros y... Nada mas pudo decir y se abrazo al tronco del roble un largo. rato hasta que sus padres !a llamaron- Anita Luz partié sin atreverse a mirar hacia atras. Sabia que una rama del roble se agitaba como una mano en despedida, y no habia viento. En la ciudad se acostumbré poco a poco a sus nuevos amigos, al barrio y al colegio, pero afioraba el bosque y el aroma de su antiguo ho- gar. En el patio de la casa, frente a su ventana, se erguia un hermoso 4rHol £€ joven, un canelo*, pero sus ramasy hojas nada le decian a la nifia. _En el campo, el nuevo duefio partiéd una mafiana hacha en mano hasta la vertiente. «Este roble dara buena madera y me io pagaran bien», pensd. Con energfa dio ur ha- chazo tras otro a la base del tronco. ~ | Oh 4 apitabaitiee eapenGraeat * ve 89 De pronto y mucho antes de lo que suponia, el enerme Arbol cayé len- tamente contra las rocas. «Qué raro —pens6 el hombre—, yo cref que me darfa trabajo para toda la mafia- na, pero cayé facil. Es como si hu- biera querido. caer. Con nuevos golpes separé del tronco las ramas bajas. «;Qué lindo color, qué linda vetal», murmuro. Luego arrastré el tronco con sus bueyes hasta el ca- | mino. Al mediodia el roble era he- | cho madera en el aserradero. Pasé un aio hasta diciembre. —E] proximo martes nuestra hija est4 de cumpleahfos —record6 una noche la madre de Anita Luz—. Creo que merece un regalo bonito. 90 — Pelisa Ella quiere una mufieca y en el cen- tro vi una. —Mi hija tendra su. regalo lindo y no sera una mufieca —diio el padre—. He trabajado mucho: para zomprarle algo bueno; va lo veras. ——~Pero tiene que ser una mu- fieca, ella me lo dijo. | —Ya lo verds, mujer, buenas ‘noches. el regalo, antes que Anita volviera del colegio. En verdad era algo muy hermoso y con gran cuidado lo pu- sieron en la pieza de la nifia. Terrén parecia ser el mas contento pore no -cesaba de saltar. —,Qué perro tan loco, tran- quilo! tedden’ el padre. — Ahi viene Anita Luz! —anunci6 la madre. a La abrazaron con carifio v la llevaron al dormitorio. EL martes llegé el padre con anew oor ti. pe si i ° Sp Mele et lee et = anal s qralrbaje: +0 = pean Bane a 91 —Tu regalo, hijita, :te gusta? En la pieza iluminada por el sol del atardecer lucfan un velador y un catre de roble finamente ela- borados, que reflejaban la luz en rojo y oro. | — Pero yo queria una mufie- ca, no esto! —dijo Anita furiosa, y le dio un puntapié al respaldo del catre. Entonces... La nifia quedé inmodvil y asombrada, con las manos: en sus mejillas, mirando los muebles como si. fueran fantasmas. . —Pero, hija, yo... —quiso de- cir rel padre. —Papa, jnunca me dijiste que habian botado mi arboll! Anita Luz se habia arrodillado apoyando su frente en el velador. —No sé, Anita, yo pienso que tu arbol debe estar eal Si quieres ire- | Mos a.. va La nifia nego lentamente y volvid el rostro a sus padres. Dos enormes lagrimas rodaron de sus OJOS, pero habfa e en su Cara una ale- | ore paz. mi roble tenia estos muebles, escon- didos en su tronco, para volver a mi. iEscuichalo, papd, que nunca me creiste! ;Ven, mama, oye como se rie! Y los muebles no solo se rie- - ron, sino que agitaron sus patas | como potrillos, al tiempo que los cajones del velador | se. abrian yo * cerraban. —Nadie podsd. creer esto —di- algo asustado pero— contento, mientras recogia su mate jo el padre, que se le habia caido con el asombro. —Pero falta una cosa —dijo Anita Luz y abrio la ventana. ae —jEste es mi ‘éebol, papa! Pedi a Dice por él muchas veces para _ que estuviéramos juntos de nuevo yo 93 En las ramas del canelo cien pajaros cantaban al mismo tiempo. Algunos volaron hasta la pieza y se posaron sobre el catre y el velador sin cesar de trinar. La nifia estaba tan contenta que esa noche tard6 mucho en dor- mirse. Conté un montén de cosas nuevas a.su roble y, ya dormida, 7 navego sobre el valle azul de su nifiez y some mil paisajes en las alas de los. pajaros. ¥ desde entonces, cada dia, cuando llega la hora de levantarse para el colegio, las patas del catre hacen ta-t4-ta sobre el piso, el vela- dor le sigué con su ruido de cajones — 'y los pdajaros picotean los vidrios hasta que Anita Luz. despierta. Pero a veces es tal el bullicio de sus amigos-que ella debe fingir que esta enojada y los hace cailar. Tres cielos y una oreja ~ Los animales de aque! bos- que entre la cordillera y el mar tenian un amigo humano llamado Pepe, un veterinario que a poco de terminar sus estudios decidié ejer- cer €n un .pequefio pueblo del sur, bajo montajfias y volcanes, sobre los torrentes cristalinos de nieve y luz de los rios australes. | . «Quizds ganaré menos dinero pero haré lo que me gusta: conocer y ayudar —si puedo— a nuestros ani- males silvestres», explicd a sus ami- gos de la Ciudad de los Tres Cielos, donde habia ‘estudiado. _ Yen los largos’y frios fines de 96 | Sela l 9 | ( { semana que dedicé a recorrer los. bosques, fue conociendo a los ani- males y los animales aprendieron a conocerlo a él. Alli Pepe supo de sus gustos, de sus. alegrias y penas; les ayudaba ante enfermedades -y accidentes. Conversaba con ellos en las playas y claros de los bos- ques, cuando habia bonanza, o cuando llovia, en una pequefia y muy rustica cabafia que construyo junto a renovales, al’ borde de un estero. 7 , @ Y decimos «conversaba» por- que poco a. poco los animales co- 3 menzaron a captar en forma de ideas lo que su amigo, humano. les decia. Asi pasd aquella mafana que Pepe habfa recorrido la playa del mar cer- cano en compafiia de Palomayor, la mas vieja de las gaviotas, la que cien- tos de veces surcd todos los mares acompafiando a los buques de carga. w= | 97 En la cabafia y ante la mirada atenta de todos, Pepe examinaba con esme- ro el resultado de su busqueda. Sobre la mesa tenia ocho o diez conchas de _almejas vacias, grandes, imtactas y con el encaje perfecto de un baul de — nacar. Después de un largo rato apar- té las que consider6 mejores. -—Estoy seguro de que jamas han visto lo que les voy a mostrar — ahora —dijo Pepe. _ Con gran cuidado extrajo-de - su bolsillo un reloj de oro que deste- llé con luz de primavera al colgar de su cadena dorada. —Esto es lo que nosotros Ila- mamos un reloj —les mostro—. Con él podemos saber qué hora es, es decir, en qué momento del dia nos encontramos; cuanto falta para dormir, 0 para que oscurezca, 0 para que aclare. Be Les contd luego que la hora © 98 Psa ( 9 | | 99 era la misma para todos los que vi- vian en el pueblo cercano aunque sus relojes fueran diferentes; les hablo de lo que signiticaba una hora en tlempo. “—Por ejemplo, yo demoro una hora en caminar desde aqui ala playa siguiendo el curso del estero. Pero es necesario saber contar, es -decir ocupar los nimeros, para que puedan saber la hora, y siento que es muy dificil que ustedes lo aprendan. . Aunque... , rando a un. conejo blanco de pintas aegras—. Pintado, sube a la mesa, por favor. yas - Antes que terminara de pedir- lo el conejo estaba junto a él. Pepe gird las manecillas del reloj y colocdé casi las doce. —Este reloj, muy antiguo y valioso,-le-traio mi abuelo desde muv lejos —continud Pepe—, cuando > si, puede ser —pens6, mi- _. ee RAORIeRERERaeiaiR. sevhmipn sans sin eerie llegd a este pais sobre la cubierta de un viejo barco de vapor, hace ya tan- tos anos. Pero, miren, lo adelanté has- ta solo un momento antes de! medio- dia, que es cuando e! soi esta justo sobre nosotros. Entonces el reloj hard sonar doce veces su campanilla, una por cada hora que ha pasado entre la medianoche y el mediodia. Los ha- Clan asi para que pudiera saberse la hora aun en la oscuridad. Pintado, quiza serds el primer animal del mun- _do en saber la hora. Cuando suene la primera campanilla moveras tu rabo que sera la una; luego, con la segunda campanilla, esta pata de atrds serd las dos; la otra, las tres; la cuarta sera esta pata delantera... ~Y Pepe siguid dando sus ins- rrucciones: el cuello, la buca, la nariz, lOS Ojos. | | —Y esta oreja de acd sera las once y esta otra las doce —concluyo, 100 Asi lo hicieron. Pepe progra- -m6 varias veces el reloj. para que el conejo ensayara, divertido. _«Miren —parecia decir Pin- tado, animal del. mundo que sabe qué ho- Ta es!» ; s Luego Pepe valvid al rela} ala hora y lo -encerré en una almeja. ‘Desplegé con cuidado un papel de regalo sobre la mesa. . —Dentro de un rato viajare al. norte —indicé—. exactamente al mediodia estaré en la. Ciudad de los Tres Cielos en- 4 tregando este reloj al alcalde (un alcalde es como el jefe allt), delan- te de mucha gente que habrd en el museo. Los museos son casas enormes donde los humanos guar- damos cosas interesantes para que todos puedan verlas. Este sera. el aporte de mi familia a ese lugar. He orgulloso—, soy el unico Mafiana, 3 Pisa Ca eee ees alain ee = oe an tea im 2 s a -paquete. 101: querido llevarlo en esta almeja para que algo de este valle esté presente alli —-concluyo, al tiempo que terminaba de hacer el pequefio — Los veré 2 la vuelta! —er- to alegre, desde ¢ el sendero, En ese momento eran las diez de la mafiana. Mas tarde, casi al mediodia, los animales volvieron a encontrarse en la cabafia. Estaban alli la gaviota - Palomayor, el céndor Vuela Veloz, el conejo ‘Pintado, el Chuncho Sabio y varios mds. Un encuentro mas de tantos en que hablaban de sus cosas. De praete, sobre-e! viento de afuera y el silencio de adentfo volvieron a oir ese ruido. Silenciado desde su 102 encierro, pero presente al fin, volvie- ron.a escuchar el ruido de campani- las del reloj. Palomayor volé sobre la mesa y sacudié a picotazos las almejas, - abriéndolas. mostr6 lo que temian. ;Pepe se habia equivocado al llevarse una almeja vacia, el reloj estaba ahi! _ El silencio tras ese triste des- cubrimiento no podfan medirlo en tiempo. Se miraban entre si y todos se asomaron a la mesa para con- vencerse. ' —Pepe tendra un grave problema mafiana —murmuré6 Palo- Rey angustiada. '—Grave es poco decir —-afia- did Chuncho Sabio—. terrible! Entre muchos humanos hard el mas espantoso de los ridicu-.. los, que asi le llaman ellos va nada le temen mas que a eso. La tercera o cuarta ‘Sera algo (S elusa (9 105 —jLe llevaremos el reloj! —aseguro Palomayor—, nuestro amigo no merece ese sufrimiento. Vuela Veloz, tti eres e! mds rapido en- _ tre nosotros. Deberas encontra:'o. -—Salgo ahora r:ismo, pero spara donde? ;Cual es la Ciudad de ios Tres Cielos? He volado tanto acd y alld de las grandes montafias nevadas y jamas la he conocido —Vuela Veloz miré a Palomayor y a los demas. Otros animales se acer- -caron al grupo pero ninguno: truvo respuesta. —Tendrds - que buscarla sin perder mds tiempo —afirmé Chuncho Sabio—. Solo sabemos que es hacia alld, de donde sopla el viento de lluvias. Hacia alld debes volar. -Anora! —Yo iré contigo ——atirmo - Pintado—. Soy el ‘unico que te pue- de decir la-hora. ~ a PelusaTO 3 Ais ~ ¥ eso te volvié mas loco que antes —grufié Colude, el pato cu- chara—; males irds a molestar. No. Esta bien —dijo Chun- cho Sabio—, Pintado debe ir. Por el motivo de su Viaje es importante que sepan cudnto tiempo les queda. _ Colgaron el reloj del cueilo _ de Pintado y enlazaron el conejo al cuerpo de Vuela Veloz. Poco des- - pues los viajeros partian rumbo al norte, tan alto que el conejo nose atrevia a mirar hacia abajo ry preferia apreciar la forma de las nubes mien- ‘tras Vuela Veloz batia las alas con ritmo certero. Abajo y lejos, los bor- des de las. montafias iban dejando a la vista enormes quebradas que aco- efan rios profundos y bosques de un verde cambiante. De pronto apare- cia una laguna; luego era el humo y las calles. de un pueblo; mas alla, al sobrepasar un enorme ‘nated de — sce nas snuan i estate emmnitceitiaipns 0 ante so -eppennctcaiten. AA. AARON cae eeiititite t cono blanco, aparecié una extension gigante de agua azul marino cuyas. costas se perdian a la distancia. «Llegamos al mar de! lado de acd», se atrevidé a.decir Pintado. Vola- ron largo.rato sobre el agua hasta que el céndor comenzé a descender a una playa de arena cercana a un-pue- blo del que nacia un rio torrentoso, Se posaron allf frente a dos enormes cisnes de cemento que parecian flo- tar sobre las olas. eg, . — Por que -no se muevens. —pregunté Pintado. — —Porque no son de verdad, estin hechos por los hombres, Baja- ‘te, allf hay un martin pescador que. - nos podra decir dénde esta la Ciudad : de Los Tres Cielos. El martin parecia dormitar sobre una roca pero los vio venir. E] céndor se bamboleaba a cada paso; el conejo avanzaba a pequefios: saltosr- 106 cuidando que el reloj no se arrastrara en la arena. «Es un par de animales bastante raro», pens6 el martin, pero no parecid asustarse. «;Que tlevas — _ ahi?», pregunto. —Es lo que los hombres Ila- man un reloj pari ver la hora. Mira, : podemos decir que mi cola es la primera hora y... ~—No hay tiempo para eso, Pintado. Dinos, amigo martin, ;don- ” de nos encontramos; qué mar es éste; ” es ésa la Ciudad de los Tres Cielos? —Iré por orden, amigo. Para. | pcan esta es la region de Lianqui- hue y ese no es un mar, es el gran lago Llanquihue, mt lago. + —)¥ el pueblo no es...? | —No. Es el pueblo de Llan- . quihue. —Tienen nombres muy ori- ginales —murmuro el conejo—. Th debes Ilamarte Llanquihue. PAysa TO Lo . ey : . i sonnets: -mintaeaineet ei §— MR | tapi quingver irineies AHI do y esta para alla —duo 107 —No, mi nombre es Pangue —dijo el martin—, y esa Ciudad de los Tres Cielos. Si. De oiria, la he oi- Pangue, indicando.hacia el norte—, pero mas no sé. ;Qué buscan? —Buscamos a Pepe, nuestro amigo humano, al que debemos entregarle este reloj que /levamos antes del mediodia de mafiana. jNo sabes lo urgente que es esto y aun no sabemos dénde queda la ciudad! —dijo el condor, con desconsuelo. -—A orillas de este lago solo hay ciudades lindas como ésta —ase- gurdé Pangue—. Donde terminan las olas del agua sus mujeres han hecho olas de flores, allé Puerto Varas y acd, Frutillar —el martin mostré el sur y el norte—, pero esa otra ciudad esta muy lejos aun, no sé cuanto. El martin observé con aten- ion como Pinrado subi6é al lomo 108 del céndor que se apresto a ele- varse. / — Conejo! —grito—, pre- sunten a los choroyes. Ellos saben. | Un rato después los viajeros -estaban. muy alto volando sobre campos de cultivo y de pastoreo. Co- menzaba a atardecer ya. Encontraron una bandada de choroyes y por ellos ~ tuvieron,,.;al fin!, una sefial mas clara. —Nosotros pasamos por la Ciudad de Los Tres Cielos ayer —les dijo Plumaverde, el choroy mayor—. Pero ustedes solo podran llegar alla ‘mafiana. Esta lejos. Sigan el camino de los hombres y la gran ciudad que -veran pronto es Osorno, a orillas del Rahue; mas alld La Unidén, la de la- plaza mas linda, pero atin les faltara mucho. Pregunten a los treiles*, esos lo saben todo, esos gritan mas que nosotros. -Adiés, amigos ~ Ya se habia ocultado el sol Psa JO 109 Ob oO ventric Apamannctneiigiater — aiilimy: §—saliniieate senetur. ata ene oo cue i + T cuando descendieron a un bosque frondoso a orillas de un rio ancho y manso. | a —Este es e! Rfo Bueno. Viene de lejos, del lago Rance, donde na- cen las rocas y e! murmullo de las aguas —escucharon decir. Miraron para todos lados. Bajo las ramas de un roble. un-pu- _ dui*los miraba con atencién y con cierto temor. _—3;Cdémo sabes. que no, somos de acd? | —Es. que te vi- cara de pre- eunta —dijo el pudi—.-Ademas, yo soy de aqui o era. No, no-sé. Con mucha pena deberé irme ahora. —37Te persiguen? ro pgann Vuela Veloz. —Si, sf. Un zorro malvado ——el pudu mird temeroso a todos 1 lados—. Me ha seguido: todo’: el dia. 1, | # 110 Pisa | | LL. —;No hay quien te ayude? ..—No, no. Estoy solo. Y él me_ busa por aqui cerca, ahora. . (El pudui repetia los si y los no ponue asi lo hacen los pudues). Vuela Veloz alzé el yuelo y _entdé en el bosque. Al poco rato Pintado y el pudu oyeron un ‘tuido colisal de gritos y ramas quebradas. Pronto volvié el céndor. —Listo. No volvera a moles- tart nunca mas. Le ‘falté cuero para _recbir la paliza que le di y ahora le : faltin patas para correr. —Ya debe ir por Llanquihue | _—16 Pintado. Entonces el reloj comenzé a_ som dando las diez. Durante el vue- lo los animales no podian escucharlo porel ruido del viento. Ahora, ante ese pudii llamado Lingue, que no podia creer lo que veia, Pintado en- say¢ su forma de ver la hora. rac aime relia ie RT TR es ’ eal B r . Ha’ e. beanie Hate rine er . ’ 4 Esa noche los tres animales conversaron de muchas cosas y luego durmieron alli. Para el condor v in conejo el dfa siguiente serfa el més importante de sus vidas. « Salieron en cuanto aclaré ¥ Vo- ‘aron al norte sobre montafas. que en “sus partes mds altas conservaban la niebla del amanecer. E! sol comenz6 a subir dando colores intensos a los bosques y los campos. No encontra- ron ningun ave en su camino y los viajeros estaban preocupados. EI tiempo pasaba.- De pronto, todo lo verde del paisaje. parecié bajar hasta un gran lago rodeado de } yuncos. Mu- chas parejas de cisnes de cuello negro* _ nadaban sin prisa por doquier. Vuela _Veloz descendiéd a una isla pequefia junto a la cual nadaban un gran cisne llamado Rey y su compafiera Niebla. Al bajar, Pintado se enrédé en la cade- na del reloj y rodé hasta_la orilla. «;En 112 : PAwsatO | | — «41S cada bajada se revolcar4 asi?. pensé el cisne,-;Qué viajeros mas raros!» Pero fue cortés y puso atencion cuando _ Vuela Veloz les conté quiénes eran y de donde venian. } —Esto es muy urgente, amigo cisne, dinos: ;dénde esta la Ciudad de los Tres Cielos? —Muy cerca, amigos —con- testo el cisne. . — ;Por qué se llama asi? —pregunt6 Pintado, sin poder - contener su curiosidad. ~ El cisne los miré con incredu- _ lidad. —;Cémo es posible que no lo sepan? Deben ser de muy lejos, en realidad. Yo les contaré. Se alisé las plumas y tomo — una actitud solemne que anticipaba lo importante de su explicacion: —Aquella que esta poco mas alla es la Ciudad de los Tres Cielos. i 7 eet allie 1 Re mere tenets needa is ule fee aime te * ‘ a a ‘ ft 2 aac erties eneROiLa— atree.. Heke mS + ‘ Fue creada por los hombres hace mucho tiempo, en un lugar en que | el cielo se veia también en !as aguas de sus grandes rios. Ast, siempre tuvieron dos. cielos. Y fue tan gran- de el carifio y el esfuerzo de su gente por hacer que su ciudad fue- ra tan hermosa como el paisaje que en su afan lograron vencer erandes penas y desgracias. Banonces a cada uno de ellos, Dios le regald otro cielo en-el corazén. Para que nunca perdieran el amor por su clu- dad, aun en la oscuridad de la llu- via, la noche o la tristeza; para que en si mismos la vieran y la llevaran siempre; para que donde estuvieran no la olvidaran nunca. Ellos tam- bién la llaman Valdivia y dicen que _ su ciudad tiene alma. Eso es cierto, amigos, porque ese Otro cielo es el alma de Valdivia. EI cisne los miré, pensativo. 114 Peluba Td | 115 —Ahora ya lo saben —con- cluyé. | _-Entonces el reloj dio la hora! Pinmado comenz6 una vez mds a moverse en cada campanuila: la cola, la pata de atrds, la otra. Los cisnes lo miraban pasmados sin entender’ nada. El hocico, esta oreja. ;Y no _ hubo més tafiidos! Conejo y ateedor _ se miraron, angustiados. —;Vuela Veloz, solo nos que- da el tiempo de una oreja!, ;Vamos, volemos ya! —Pintado volvié a en- _redarse en la cadena y rodé hasta la orilla. - - —jLleguen al viejo torreén* y ‘pregunten, a las palomas! —grité el cisne cuando los' viajeros empren- dian el vuelo—. Ellas deben saber cémo encontrar a su amigo. —Pintado, :qué es un to- rreén? —pregunto Vuela Veloz cuan- do ya iban en vuelo. ‘lomas. —WNo sé. Preguntale a las pa- —Tampoco sé cuales son las ~ palomas. | —Entonees, preguntale al to- rreon, pero, ;mira! | Un. treile volaba poco més alla, ee —jVamos donde él, Vuela Veloz!, recuerda lo que ‘nos dijo el choroy, que los treiles lo saben todo. Luego eran los tres que vola- ban veloces a Valdivia, de la que ya velan sus casas y calles. —jYa, amigos! Después que pasemos frente al gran puente Ile- garemos al torreén dela escuela. Conozco varias palomas ahi, ellas saben —aseguraba el treile llamado Fraile. — La gente de tas calles los mird con sorpresa cuando se ‘pesaron sO- breeltorredn, sk 116. | Pelusal P | 117 — Yo conozco a Pepe! —egri- .taron varias palomas, después de ~ escuchar a Vuela Veloz. —iY yo, a mi una vez me Sa- né una pata herida! —grit6 otra. ~— Yo he comido pan en su © - mano! —grité la de mas alla—. Se dénde vive, es cerca del otro to- rreén. ;Vamos, acompafiemos a los” amigos! 3 algo asi. «Era un ave enorme, papa —conté esa tarde un nifio de la< es- cuela vecina al torreon—, y encima Asi, condor, conejo y treile _ partieron rodeados por decenas de _ _ palomas, a las cuales se les unieron- otras aves en el viaje. Era una banda- » da de trinos y arrullos frente a la cual iba el ave mds grande que Valdivia — hubiera conocido. Todas las personas que aquel dia vieron ese grupo esta- ban seguras que jamés volverian a ver a le pate A Ms tee Mages eet ae a 2 . 4 . La ce -e llevaba algo que no sé que era, pe- TO tenia orejas largas!» Los animales ilegaron al otro torreén. Ellos no lo sabian. pero en ese momento faltaban veintidés mi- nutos para el mediod{a. —Esa es la casa, la que tiene flores rojas y amarillas a la entrada! —erité la paloma. - Entonces fa puerta de la casa se abrid. Pepe saliéd vestido de una forma que nunca lo habian visto los animales: terno y camisa blanca. Tan distinto- de las botas y la manta que siempre llevaba en el valle. ;Pero qué importaba, era él! Se detuvo un momento en la puerta para asegurar- se de llevar el paquete en que supo- nia iba el reloj: Caminé dos pasos, se ajustoO el pufio de la camisa y en- tonces levanté la vista a lo alto del torreon, desdé donde Vuela Veloz descendio hasta él. 118 | jEs dificil contar lo que pasé entonces! Fueron tantos los «como», los «DOr qué» V los «Dero» de Pepe cuando vio a sus amigos con el reloj. Se rascaba la cabeza, los abrazaba, reia y lloraba, | | —jLo que ustedes han hecho, amigos, lo que ustedes han hecho! | {Que el cielo me dé vida para agrade- ‘cerlo y contarlo siempre! ':Ah, esto sf es una hazaiia! a | | -Apenas podia hablar ya y re- - cordé que debia marcharse. | —jEspérenme a almorzar, amigos! —grité desde la esquina—. {Conozcan la ciudad! —agregd abriendo los brazos. : Vuela Veloz, Pintado y sus nuevos amigos pasaron luego bajo los enormes puentes, volaron sobre la ciudad universitaria v las gran- des industrias. Justo al mediod{fa veian desde la alrura toda Valdivia, Pisa 79 119 todos los rios y el mar cercano. Tan alto volaban. | | En ese momento y alla abajo, en el museo de la Ciudad de Los Tres Cielos, un viejo zeloj de doisillo -dio una vez mas las doce campanadas. PAwat 9 - - : 4 GLOSARIO> Aiazan: Cabailo de pelo rojizo. Alerce o lahuén: drbol de tipo conife- | ra (con tronco, ramas y trutos en for- ma de conos) que crece entre Valdivia y Chiloé continental, principalmente en los faldeos de la precordillera. Al- - canza hasta 40 metros de altura y mds _ de 2 de didmetro. Vive mas de mil -afios y su madera rojiza, liviana y de gran duracion es la mas valiosa de las chilenas. Se usa en revestimientos. fi- nos, tejuelas y embarcaciones. Esta especie estd protegida por ley. Araucaria 0 pehuén: Arboi de tipo conifera que crece en la cordillera, entre Nuble y Valdivia. Alcanza_ SeabeRRERi nliediats. emai eee. rarenetaifiee Hai . . hasta 50 mts. de altura y 2 de didme- tro. Tiene forma de paraguas. Vive entre 600 y 1.000 afios. Su madera de color blanco amarillento tiene multipies usos y es una de las mds valiosas del pais. Sus semillas, los pi- hones, son comestibles: Esta especie est4 protegida por ley. Avellano: Arbol nativo de hojas pe- -rennes (que no caen en otofio). Se le encuentra desde Colchagua hasta las islas -Guaitecas; crece en. terrenos _abiertos y quebradas cerca de las _ aguas. Posee hojas verdes y lustrosas, utiles para decoraciones; sus frutos, las avellanas, son de alto valor ali- menticio y su madera es muy hermo- sa para muebles, chapas y tallados. Becerro: Ternero que ha dejado de mamar. | a Calenche: Barco fantasma de la mi- tologia chilota. Campephilus magellanicus. nombre — cientifico del pajaro carpintero™. Canastero de cola larga: Ave peque- fia de color café en su parte superior yg cris en la inferior, con tonalidades - rojas y amarillas en la garganta y alas. Se alimenta de insectos y vive princi- _ palmente er laderas precordilleranas desde, Los Andes hasta pata Carlelo: Arbol. nativo de oles peren- nes y flores blancas en primavera. Se encuentra casi en. todo Chile, desde el rio Limarf hasta Cabo de Hornos, pero. es mas abundante y de mayor tamafio en el sur. Arbol sagrado de los mapuches. | Carpintero: Hermosa ave trepadora —~—— 122 PrAwaw 9 | | 123 de color negro con brillo azulado. La cabeza del macho es color escarlata. Vive en los bosques del sur v se alimenta de insectos v larvas que captura taladrando la madera con su pico en forma de cincel. Chalupén o lancha chilota: Embar- cacion grande de madera, con velas y | ss etcetean Puede llevar carga en a interior. -Chercan: Ave pequeiia de. plumaje en distintas tonalidades de color café. Se alimenta de insectos. Vive en todo Chile en bosques, campos, quebradas, plazas y jardines. Su can- to es tan fuerte que no parece prove- nir de un ave tan pequefia. Vuela a muy baja altura. Chincol: Ave pequefia de canto agra- dable. Posee colores poco vistosos —

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