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2007 (149-169)
YANACONA
Rodolfo Cerrón-Palomino
Academia Peruana de la Lengua
1
Ambas formas alternan desde muy temprano en las fuentes coloniales; así, por
ejemplo, en Betanzos ([1551] 2004), donde encontramos <yanaconas> (cf. op. cit,
I, XI, 89) al lado de <anaconas> (op. cit., I, XVIII, 123), con pluralización
castellana. Fenómenos de aféresis como el ilustrado por la segunda variante no
han sido infrecuentes en la acomodación de los indigenismos dentro del castellano,
pues en los documentos encontramos, entre otros casos seguramente, el del
antropónimo <Opangui> por <Yopangui>, el del nombre étnico de los
<Amparaes> en lugar de <Yamparaes> (Chuquisaca), y el del topónimo
<Chuquiapo> en vez de <Chuquiyapu>, el antiguo nombre de La Paz. La
forma que muestra aféresis ha dado lugar, en más de un caso, a una interpretación
errática del significado. Es lo que ocurrirá con <anacona> que, según Mafla
Bilbao (2003: 144), habría adquirido en el Ecuador «un cambio total en su sentido
semántico (sic)», pues tendría el significado de ‘ponerse la saya’. Nada de eso:
ocurre que en el quechua ecuatoriano anaku-na es un verbo derivado de anaku
‘saya’, que nada tiene que ver con yanakuna.
[...] y ansi los tales seruidores que no estan sugetos á visita sino
que tienen a cargo el ministerio de las haciendas de sus señores
son llamados Yanacuna, y de este nombre usamos el día de oy los
Españoles, con aquellos que nos sirven en casa sin ser Jornaleros ni
Mytayos (resaltado nuestro; cf. Cabello [1586] 1951: cap. 19, 347-
348).
2
Alonso de Ercilla, en nota al Canto III de su obra, a propósito de los yanaconas,
dice que son «indios mozos amigos que sirven a los españoles, andan en su traje,
i algunos mui bien tratados, que se precian mucho de policia en su vestido [...]»,
citado por Lenz ([1905] 1977: 777).
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Justamente, la amplia documentación colonial del vocablo, con precisiones
importantes que permiten comprender su significado, le hace decir a Araníbar
(1989: 874) que conocemos más del [yanacona colonial que del prehispánico.
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Véase también Palma ([1895] 1953: 1406). Para un estudio detallado del sistema
del yanaconaje en el Perú, siguiendo su evolución y transformación a través de
la historia, ver el ensayo de Matos Mar (1976: cap. 1), en el que ofrece, además,
un estudio de caso muy ilustrativo referido al valle de Chancay.
5
En relación con la notación de –kuna como <cona>, y en general integrando el
vocablo <yanacona>, hay que señalar que ella obedece a la distinta percepción
de la vocal u por parte de los españoles. En realidad, esta vocal tiene, en
quechua, un timbre intermedio entre la u y la o castellanas, es decir [υ], que el
hispanohablante interpreta preferentemente como o. Ello explica por qué palabras
como <yanacuna> o <mamacuna> pasaron al castellano como <yanacona> y
<mamacona>, respectivamente. Nótese, a este respecto, que los codificadores
del III Concilio Limense y sus seguidores, entre ellos el Inca Garcilaso, canonizan
<cuna> a la par que rechazan <cona>, la forma registrada por el primer
gramático, suscribiéndola sin embargo cuando se trata de su uso en los préstamos
tomados del quechua.
que sólo pluraliza los nombres animados, mas no los inanimados. Pero, de
manera más interesante, observa que
6
Pruebas de tal uso los da en varios pasajes de su obra, como cuando observa, por
ejemplo, que «para dezir hijos en plural o en singular, dize el padre churi y la
madre uaua» (op. cit., IV, XII, 201-202).
Pues bien, si comparamos el uso actual del sufijo –kuna con el que
tenía en el siglo XVI no hay duda de que ha sufrido una evolución muy
importante, de tal manera que hoy día, completamente gramaticalizado,
sólo indica pluralidad, libre de la restricción señalada por el gramático
sevillano. Es más, los ejemplos de pluralización por reduplicación ofrecidos
por el jesuita anconense resultan sencillamente inusitados en la actualidad7.
En tal sentido, no es aventurado sostener que el proceso de gramaticalización
que afectó al sufijo mencionado, todavía en sus inicios en tiempos
prehispánicos, fue acentuándose gracias a la labor codificadora de los
gramáticos de la colonia, consolidándose por influencia del castellano.
7
Lo que no significa que el procedimiento haya desaparecido de la lengua, ya que,
como lo advertía el propio gramático en su momento, se lo sigue empleando, sobre
todo con los «nombres collectiuos, que significan muchedumbre de vn genero»
(op. cit., ibidem).
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Lo dicho por el cacereño es, en verdad, un eco de lo que encontramos en el
Vocabvlario del Anónimo, del cual se sirve, como de una plantilla, para elaborar
el suyo. Dice el jesuita anónimo, a propósito de <yanacuna> «los criados, tomase
en singular, por el criado, como mamacuna», es decir, «las mamaconas matronas,
y en singular por cada vna dellas» (cf. Anónimo 1586).
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El quechua registraba, sin embargo, un verbo <yana-> ‘probar’ (cf. Torres Rubio
[1619] 1754: 106), que obviamente constituía una raíz diferente, y que, actualmente,
no parece tener uso.
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Dicho sea, de paso, que mientras que el sufijo quechua sigue siendo productivo,
el correspondiente aimara parece haberse tornado obsoleto ya.
11
Arriaga, el célebre extirpador de idolatrías, lo consigna, sin embargo, como
<pachacac> (es decir pacha kaq), con el significado más restringido de «mayordomo
de las chácaras de las huacas» (cf. Arriaga [1621] 1999: XV, 131).
12
El cronista Murúa nos precisa: «delante de Vilcas» (p. 98). Paz Soldán (1877)
registra una localidad, concretamente una hacienda, <Yanayacu>, en
Socosvinchos, Huamanga. Sin duda estamos ante el mismo referente aproximado.
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Lamentablemente la autora no explica el cambio del nombre de la autoría en
referencia, pero todo indica que la fuente de la explicación mencionada proviene,
en efecto, del mismo Torero, pues una información gramatical como la manejada
difícilmente pudo provenir de un quechuista aficionado. Por lo demás, descartamos
que estemos aquí ante un posible pseudónimo que podría haber empleado el
lingüista peruano.
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Adviértase, además, que la derivación postulada por Torero resulta agramatical
por doble partida, ya que la forma derivada, para ser empleada como un nombre,
habría requerido precisamente de un nominalizador, que en este caso tendría
que haber sido el agentivo –q, de manera de tenerse algo como *yana-ya-ku-q.
Admitamos, sin embargo, que en derivaciones semejantes, como en el caso de
<haravicu>, tal parece que la marca agentiva podía caer, especialmente en
labios de los españoles.
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Recordemos que tanto en quechua como en aimara el pase de un topónimo a
gentilicio se hace de manera automática, sin la intervención de sufijos, a diferencia
de lo que ocurre en castellano. De manera que qusqu runa o punu haqi se traducen
al castellano como ‘gente cuzqueña’ y ‘gente puneña’, respectivamente.
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De hecho, no han faltado historiadores que hayan relacionado semánticamente
la voz yana ‘criado’ con su ahora homófona yana ‘negro’, en vista de que los
esclavos traídos por españoles eran negros. Dicha asociación es tal vez la
responsable de que la institución misma del yanakuna haya sido interpretada, por
algunos historiadores, como equivalente de esclavitud.
Cerrón-Palomino y Ballón Aguirre 2007)17. Sin embargo, tal parece que ello
no ocurrió necesariamente en las otras lenguas con las que el quechua entró
en contacto.
17
Aparte de las lenguas andinas, la voz también ingresó en el amuesha, como lo
señala Adelaar (2007: 295), bajo la forma de yenp.
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La forma en que de la Carrera la introduce en su tratado sugiere que la voz
<yanà> portaba vocal larga final, es decir habría sido [yana:], como ya lo advertía
Rowe. Desgraciadamente, los conocimientos que se tienen de la fonología de la
lengua son tan limitados que no es posible entrar en detalles como los necesarios
para explicar los procesos de adaptación de los préstamos.
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Para complicar el panorama, ocurre sin embargo que el jacaru consigna igualmente
<yanha> para ‘negro’. Que en este caso también el modelo quechua pudo haber
sido *yanaq lo estaría probando el hecho de que no faltan topónimos que tienen
esa forma, es decir <Yanaq>, tal como lo hemos estudiado en Cerrón-Palomino
(2005: § 1). De esta manera, yanaq ‘negro’ se opondría perfectamente a yuraq
‘blanco’.
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