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Advertencia de Luarna Ediciones

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Los hermanos de Mowgli animalitos indefensos y chillones. La Luna bri-
llaba en todo su esplendor nocturno fuera de la
Mang, ese ciego con alas, cueva.
suelta las bridas de la noche.
––¡Ahuugr! ––sentenció Padre Lobo––. Es hora
Rann es su amigo, en él cabalga.
de salir de caza ––y ya estaba a punto de lan-
Duermen las vacas sueños torpes.
zarse pendiente abajo, cuando se presentó a la
Los corderos tiemblan, balan,
entrada de la cueva una sombra menuda y fur-
y tras la puerta se esconden.
Somos dueños hasta el alba. tiva; era bien visible su cola esponjosa. Empezó
Queremos siempre ser libres, en tono lastimero:
fuerza, pasión desatada. ––Buena suerte, jefe de los lobos. Y que la mis-
Que abunde siempre la caza. ma buena suerte sea siempre con tus hijos. Que
Será así, si en la Ley vives. puedan estar eternamente orgullosos de sus
fuertes colmillos. Y que jamás les falte el apeti-
LAS COLINAS DE SEEONEE PARECÍAN UN to.
horno. Padre Lobo, que había pasado todo el Era el chacal ––Tabaqui el lameplatos–– el que
día durmiendo, se despertó. Se rascó, bostezó y así habló. En la India los lobos desprecian a
fue estirando una tras otra las patas. Quería Tabaqui por ser un chismoso. Siempre anda con
desprenderse de todo el sopor y la rigidez que cuentos e historias de un lado para otro. Tam-
se había acumulado en ellas. Madre Loba esta- bién lo desprecian por su dieta: despojos y todo
ba echada. Su cabeza gris reposaba, en señal de lo que haya mínimamente aprovechable en
cariño y protección, sobre los lobatos, cuatro cualquier basurero.
Despreciable, sí, pero temible. Mas que cual- Se dirigió sin dilación hacia el fondo de la cue-
quier otro animal, cuando a Tabaqui le entra la va. Encontró un hueso de gamo. Todavía tenía
locura, se olvida de su miedo y muerde todo lo algo de carne adherida. Empezó a triturarlo con
que le sale al paso: cosas y animales. Son los fruición.
momentos en los que hasta el tigre no se atreve
––Gracias por tan excelente comida ––dijo re-
a vagar libremente por la Selva. Les preocupa
lamiendose––. ¡Qué hijos tan hermosos tienes!
hasta el solo pensamiento de poder verse redu-
¡Cómo se adivina en ellos la nobleza! Tienen
cidos ellos mismos a una situación tan deplora-
unos ojos enormes. Y qué maravilla de juven-
ble. Porque, en la Selva, la locura es considera-
tud la suya. Aunque nada de esto me debería
da como una deshonra, la mayor de todas. No-
extrañar. Los hijos de los reyes son hombres
sotros sabemos que se trata de la hidrofobia*.
desde que nacen.
Pero ellos le dan simplemente el nombre de
locura. Tabaqui sabía de sobra que no ayuda a la buena
crianza alabar a los lobatos estando ellos pre-
––De acuerdo. Pasa y busca ––dijo Padre Lobo–
sentes. El descontento se reflejaba en la actitud
–, pero quiero que sepas de antemano que no
de Madre Loba y de su pareja.
hay comida.
Tabaqui guardó silencio un momento como
––A buen seguro que no la hay para un lobo ––
recreándose en el mal que había hecho. Luego,
contestó Tabaqui––, pero para un animal como
añadió escupiendo sus palabras:
yo, hasta un hueso mondo es un excelente ban-
quete. Nosotros, el Pueblo de los Chacales, no ––El Gran Shere Khan ha cambiado su territorio
tenemos elección a la hora de comer. de caza. Estas colinas serán su cazadero duran-
te las próximas semanas, hasta que cambie la intento de encontrarlo y de matarlo. Pero el se
Luna. marchará. Y nosotros tendremos que irnos lejos
con nuestros cachorros. Sabemos que estas fies-
Shere Khan era el tigre que ahora merodeaba
tas terminan siempre con el incendio de la ma-
cerca del río Waingunga, a pocos kilómetros de
leza. Eso se lo tendremos que agradecer a Shere
distancia.
Khan.
––¿Por qué lo ha hecho? No le asistía ningún
––Si queréis, como muestra de agradecimiento,
derecho ––dijo furioso Padre Lobo––. De acuer-
le puedo transmitir vuestros deseos ––dijo Ta-
do con la Ley de la Selva, nadie puede cambiar
baqui.
de territorio de caza sin previo aviso. Espantará
la caza en kilómetros a la redonda. Y entonces ––Largo de aquí, miserable ––gritó enfadado
tendré que trabajar el doble para encontrar el Padre Lobo––. Largo de aquí y vete a cazar a la
alimento de mi familia. sombra de tu amo. Ya has hecho tu mala acción
de la noche.
––No olvidemos que su madre siempre lo llamó
Lungri, el Cojo. Por algo sería ––dijo Madre ––Tranquilo, ya me voy ––dijo en tono insidioso
Loba quedamente––. Es cojo de nacimiento. Tabaqui––. Aunque realmente me podría haber
Jamás ha sido capaz de matar otra cosa que ahorrado traeros la noticia. Vosotros mismos
animales domésticos. Por eso, al sentirse perse- podéis oír desde aquí a Shere Khan rugiendo en
guido por los campesinos ribereños del Wain- la espesura.
gunga, se ha venido hasta aquí para causarnos
Padre Lobo escuchó atentamente. En el fondo
mil problemas. Por su culpa no dejarán de re-
del valle se oía esa especie de lamento seco,
volver hasta el último rincón de la Selva, en su
rabioso y chirriante que emite el tigre cuando de dientes––. ¡Qué asco! Habrá agotado ya los
está ayuno de presa. Y le tiene sin cuidado que escarabajos de nuestros campos y las ranas de
se entere de su fracaso toda la Selva. nuestros estanques para que, de repente, se le
haya ocurrido que le apetece carne humana. Y,
––¡Qué estúpido! Habrá pensado que aquí los
además, en nuestro propio territorio.
gamos son como los pesados bueyes en el
Waingunga. La Ley de la Selva prohíbe taxativamente* a
toda fiera comer carne humana. Hay una sola
––Cuidado. No es precisamente bueyes lo que
excepción: matar para enseñar a los cachorros a
está buscando. Busca al hombre. Le ha vuelto
hacerlo. Pero entonces es también preceptivo
rabioso el olor de hombre y lo busca ––dijo Ma-
que se haga fuera del territorio de caza de la
dre Loba.
manada. Y hay una razón muy poderosa para
El lamento se había convertido en un ronquido ello: matar a un hombre trae como consecuen-
que parecía surgir de las entrañas de la tierra cia segura que, tarde o temprano, hombres
llenando el universo entero. Era esa clase de blancos invadan la Selva armados de fusiles,
ruido infernal que asusta a los leñadores, obli- acompañados por hombres de color equipados
gados a dormir al raso, y a los vagabundos. En con todos los instrumentos capaces de producir
ocasiones les hace enloquecer de tal modo que, el mayor ruido. En la Selva todo es entonces
sin darse cuenta, se arrojan a las fauces mismas dolor y sufrimiento.
de la fiera.
Las fieras saben que el hombre es el animal más
––El hombre ––dijo Padre Lobo abriendo sus indefenso de la naturaleza. No es una presa
mandíbulas y enseñando las formidables filas digna de un cazador que se precie de serlo. Y
añaden ––y es cierto que los que se acostum- ––Hay algo que sube por la colina ––dijo Madre
bran a comer carne humana son atacados por la Loba orientando en aquella dirección los pabe-
sarna* y pierden pronto los dientes. llones de sus orejas––. Debemos estar prepara-
dos.
El feroz ronquido se fue haciendo de una gran
intensidad. Terminó con ese rugido inconfun- Muy cerca crujieron los matorrales. Padre Lobo
dible del tigre en el momento del ataque. se agachó y se apoyó en los cuartos traseros,
presto a saltar. Lo que sucedió a continuación
Casi enseguida Shere Khan aulló de una forma
fue algo extraordinario: el lobo saltó, lanzándo-
absolutamente impropia de un tigre.
se al ataque contra algo desconocido. Y cuando
––Ha fallado su golpe ––comentó Madre Loba– estaba en pleno salto, intentó detenerse. El im-
–. ¿Qué pasa? pulso lo levantó, pero vino a caer casi en el
Padre Lobo avanzó unos pasos fuera de la ca- mismo sitio.
verna. En la maleza estaba Shere Khan gruñen- ––Un hombre ––dijo disgustado––. Una cría
do furiosamente, mientras se revolcaba despe- humana. Mira.
chado.
Se encontró frente a él. Estaba apoyado ligera-
––¡No puede ser mas estúpido! Se le ha ocurri- mente en una rama baja. Era un niño moreno.
do la idea genial de saltar la barrera de fuego Apenas podía andar. Era precioso, apretado de
preparada por unos leñadores. Se ha quemado carnes, fino, desnudo, una criatura perfecta.
las patas ––dijo Padre Lobo malhumorado––. Y, Jamás se había presentado algo semejante ante
claro, allí esta Tabaqui con el. la cueva de un lobo. El niño lo miró y se rió
tranquilamente, sin miedo alguno.
––¿Es eso un chachorro de hombre? ––dijo Ma- –dijo Padre Lobo––. No tiene pelo. Y esta tan
dre Loba––. Es la primera vez que veo uno. indefenso que si lo golpeara ligeramente con
Tráemelo. una pata, lo mataría. Y, sin embargo, nos mira
sin miedo.
Un lobo esta acostumbrado a mover a sus pe-
queños. Los lleva de un lado a otro. Hasta pue- La luz de la Luna iluminaba débilmente el in-
de transportar un huevo en la boca sin romper- terior de la cueva. De repente todo quedó a os-
lo. Las dos mandíbulas se cerraron sobre la es- curas. Shere Khan metió su cabezota y parte de
palda del niño, que no sufrió el mínimo rasgu- su cuerpo en la entrada. Tabaqui le chillaba la
ño. Estaba perfectamente cuando fue colocado noticia por detrás:
entre los lobatos.
––Señor, estoy seguro, se ha metido aquí.
––Pequeño, desnudo y atrevido ––dijo con dul-
––Nos sentimos honrados con tu visita, Shere
zura Madre Loba. Mientras tanto, el niño em-
Khan ––dijo Padre Lobo, aunque sus ojos ex-
pujaba como un cachorro más para acercarse y
presaban a gritos lo contrario––. ¿Qué deseas,
sentir el calor de la piel de Madre Loba––. Mira,
Shere Khan?
se alimenta con los demás. Así que esta es una
cría de hombre. He aquí una loba que va a va- ––Mi presa, sólo eso. Perseguía yo a sus padres.
nagloriarse durante toda su vida de haber teni- Pero han huido abandonando a su cachorro. Te
do una cría humana entre sus hijos. lo exijo.
––Sé que en la historia ha habido casos seme- Todavía brillaba en los ojos de Shere Khan la
jantes. Pero nunca ha sucedido algo parecido en furia de su fracaso y de sus quemaduras al sal-
nuestra manada. Al menos, nadie lo recuerda – tar por encima de la hoguera de los leñadores.
Dentro de la cueva se estaba seguro. Padre Lo- El tigre rugió. Su malestar llenó los rincones
bo lo sabía muy bien. Nunca lograría Shere más oscuros de la cueva. Madre Loba se separó
Khan pasar su corpachón a través de la boca de de sus lobatos. Se acercó a Shere Khan. Sus ojos
entrada. También sabía que, si tenía que pelear, brillaban como dos enormes y amenazantes
no lo haría cómodamente. Tendría que hacerlo lunas verdes.
encogido. Sería lo mismo que si dos hombres
Ahora soy yo, Raksha, el demonio, quien te
intentaran pelear metidos en un mismo barril.
contesta. La cría humana es mía, Lungri, total-
––Te recuerdo que los lobos son un Pueblo Li- mente mía. Nadie la matará. Y tú la verás co-
bre ––le gritó Padre Lobo––. Sólo obedecen las rriendo con nuestra manada, entregada, como
órdenes del jefe de su manada. Nunca las de un los demás, al riesgo de la caza. Y tengo que ad-
payaso desfigurado a brochazos, un cazador, vertir a su señoría, fiero cazador de desnudos
como tú, de animales mansos. La cría de hom- cachorrillos, devorador de ranas, matador de
bre es nuestra. Y si queremos, la mataremos. Lo peces, que al final será esta cría humana quien
haremos nosotros, no tú. le cace a usted. Ahora, apártese o por el maravi-
lloso y rapidísimo gamo que maté ––yo no co-
––¡Si queremos! ¿Qué lenguaje es ése en el que
mo ganado hambriento como hacen otros––, le
alardeáis de vuestra capacidad de elección?
aseguro, señor fiero y chamuscado, que le voy a
¡Por el toro que maté!, estoy harto de seguir
hacer volver al regazo de su madre más cojo
oliendo vuestra asquerosa guarida. Reclamo la
aún de lo que vino al mundo. ¡Fuera de aquí!
justicia y mi derecho. ¿No os dais cuenta de que
os está hablando Shere Khan? Padre Lobo miró con aire de asombro. Recordó
de pronto algo que tenía casi olvidado: el día en
que ganó en una apuesta de caza a Madre Loba jado a la cara Shere Khan. La manada tiene que
y a otros cinco lobos. Cuando la llamó demonio, estar enterada de todo. Hay que enseñarle este
sabía lo que se decía. No lo hizo por galantería. cachorro humano. ¿Sigues con la firme decisión
El mismo Shere Khan se dio cuenta de que sería de quedarte con el?
capaz de luchar con Padre Lobo. Pero tenía to-
––¿Quedarme con él? ––contestó como en un
das las de perder si luchaba con Madre Loba.
suspiro––. Nos llegó desnudo y de noche,
Ella había escogido una posición maravillosa y
abandonado y hambriento. Y te diste cuenta de
Shere Khan sabía que pagaría con su vida una
que, a pesar de todo, no tenía miedo. Mira có-
lucha con Madre Loba. Ella estaba dispuesta a
mo manda en sus hermanos. Ha echado a un
llegar hasta el final. Se retiró con enorme dis-
lado a uno de mis hijos. Y ese miserable carni-
gusto de la boca de la caverna. Al verse libre
cero cojo quería matarlo y huir luego al Wain-
gritó:
gunga. Después, en justa venganza, vendrían
––¡Cada gallo canta en el palo más alto de su los campesinos a sacarnos de nuestros cubiles.
gallinero! Tengo curiosidad por ver lo que dice Por supuesto que me quedaré con el. Y tú, re-
la manada sobre este asunto. ¡Criar cachorros nacuajo, estate quieto. Llegará un tiempo,
humanos! Veréis cómo al final el cachorro será Mowgli ––ése será tu nombre en adelante, gran
mío, miserables ladrones. personaje––, en que no solamente no te dejarás
cazar por Shere Khan, sino que lo cazarás tú a
Jadeante, Madre Loba se tumbó entre sus loba-
él.
tos. Padre Lobo le dijo con aire preocupado:
La Ley de la Selva es clara: cualquier lobo,
––Aunque procedan de un enemigo, hay mu-
cuando se casa, puede dejar su manada. Pero en
cho de verdad en las palabras que nos ha arro-
cuanto nacen los cachorros y pueden sostenerse demostrado cazando en solitario un gamo, y los
en pie, el padre debe llevarlos al Consejo. Así, que sólo podían presumir de sus futuras haza-
los demás lobos podrán identificarlos. Después, ñas. El Lobo Solitario era el guía de todos ellos
los lobatos pueden corretear por donde quie- desde hacía un año. Ya era leyenda el que había
ran. Y no hay causa alguna que exima de cul- caído, siendo joven, por dos veces en una tram-
pabilidad al lobo que, antes de que los cacho- pa. Y que en otra ocasión había sido apaleado
rros hayan sido capaces de matar un gamo, de hasta ser dado por muerto. Así pues, tenía so-
muerte a alguno de ellos. Se le buscará hasta el brados motivos para conocer lo que eran los
fin del mundo y se le impondrá la pena capital. hombres. Poco se habló en aquella reunión. Los
Es evidentemente justo. lobatos armaban un jaleo enorme. De cuando
en cuando, uno de los lobos viejos se acercaba a
Padre Lobo esperó a que los cachorros fueran
un cachorro, lo miraba con la mayor atención y
capaces de corretear. Entonces, la noche en que
se volvía a su sitio. Y todo ello se hacía en per-
se reunía toda la manada, los cogió, junto con
fecto silencio. Luego, la madre acercaba su loba-
Mowgli y Madre Loba, y se los llevó a la Roca
to al círculo para que, a la luz de la Luna, todos
del Consejo. Era una cima rocosa, llena de gui-
los lobos pudieran ver perfectamente a su ca-
jarros. El espacio era tan amplio que se podían
chorro. Akela, desde su roca, gritaba:
reunir, bien guarecidos, hasta cien lobos. Allí
estaba Akela, el Lobo Gris, enorme y solitario, ––Ya sabéis lo que dice la Ley. Lobos, mirad
echado sobre su piedra de presidente. Su fuerza bien.
y su habilidad le habían llevado a jefe de la ma-
Y las madres, nerviosas y preocupadas, insistí-
nada. Debajo de el había hasta cuarenta lobos
an en lo que Akela había dicho:
de toda edad y pelaje: los fuertes, que lo habían
––Lobos, mirad bien, mirad bien. Se oyó claramente un coro de gruñidos. Un
lobo de unos cuatro años se hizo eco de la pre-
Al final ––momento en que Madre Loba sintió
gunta de Shere Khan y se dirigió a Akela:
un escalofrío––, Padre Lobo empujó hacia el
centro del claro a Mowgli, la Rana. El cachorro ––¿Qué tiene que ver el Pueblo Libre con una
humano se sentó y sonrió al mismo tiempo que cría humana?
jugaba despreocupado con algunos guijarros
Hay una Ley de la Selva que dice que cuando
que brillaban a la luz de la Luna.
aparezcan dudas sobre el ingreso de un lobo en
Akela, sin prestar demasiada atención ni levan- la manada, su derecho tiene que ser defendido
tar la cabeza, continuó su cantinela: Mirad bien. al menos por dos congéneres que no sean sus
Se oyó un rugido detrás de las rocas. Era Shere padres.
Khan que gritaba:
––¿Quién defiende los derechos de este cacho-
––El cachorro humano es mío. Dádmelo. Nada rro? ––preguntó Akela––. ¿Quién entre los
tiene que ver con el Pueblo Libre de los lobos. miembros del Pueblo Libre habla en su favor?
Akela no hizo un solo movimiento y continuó Hay un animal de otra especie, el único, que
gritando: puede tomar parte en el Consejo de la manada.
El oso, siempre soñoliento. Es el encargado de
––Mirad bien, lobos. ¿Tiene algo que ver el
enseñar a los lobatos la Ley de la Selva. Baloo,
Pueblo Libre con lo que venga de alguien ajeno
con muchos años a sus espaldas, puede ir por
a el? Miradlo bien.
todas partes. A nadie estorba. Sólo come nue-
ces, raíces y miel. Se levantó sobre sus patas Akela ––dijo como en un susurro––, y también
traseras y dijo: todos vosotros que pertenecéis al Pueblo Libre.
Se que no tengo ni voz ni voto en vuestras
––¿El cachorro humano? Quiero hablar en su
asambleas. Pero vengo a recordaros que hay
favor. ¿Qué mal puede hacernos? No soy un
una Ley en la Selva que otorga la posibilidad de
brillante orador, pero pienso que debe ser inte-
comprar un cachorro por un precio justo, salvo
grado totalmente en la manada. Yo me encarga-
en el caso de que el cachorro se haya hecho me-
ré de enseñarle.
recedor de la pena de muerte. Y nada dice la
––Es preciso que ahora hable otro ––dijo Akela– Ley sobre quién puede ofertar para que la com-
–. Ya ha hablado Baloo, el maestro de nuestros pra se haga efectiva. ¿Estoy o no en la verdad al
lobatos. ¿Quién sigue en el uso de la palabra? interpretar la Ley?
En aquellos momentos se deslizó hacia el centro ––Está bien ––dijeron los lobos jóvenes, siempre
del círculo una sombra. Era Bagheera, la pante- hambrientos––. Que hable Bagheera. Está claro
ra negra, de un negro de tinta desde la cabeza a que se puede poner un precio al cachorro. Es lo
la cola. La luz hacía aguas en su brillante piel. que dice la Ley.
Todo el mundo la conocía. Y era temida y res-
––Habla ––gritaron a la vez un montón de vo-
petada. Reunía en sí la astucia de Tabaqui, la
ces.
insolencia de un búfalo salvaje y la fiereza de
un elefante herido. Pero su voz era dulce como ––Pienso que es una vergüenza matar a un ca-
la miel y su piel más suave que el plumón. chorro desnudo. Creo que os puede ser muy
útil para la caza. Baloo ha hablado ya en su de-
fensa. A lo que el ha dicho, añado yo ahora la
oferta de un toro, un animal enorme que acabo solos Akela, Bagheera, Baloo y la familia de
de matar y que está cerca de aquí. El toro por la Mowgli.
cría de hombre, según la Ley. ¿Estáis de acuer-
La noche repetía los rugidos de Shere Khan.
do?
Estaba rabioso. Otra vez se le había negado la
Siguió un confuso clamor que decía: presa.
––No es un problema. De todos modos, se va a ––Amigo, ruge cuanto quieras ––le dijo insolen-
morir en cuanto lleguen las lluvias. Y si logra temente Bagheera––. Y acuérdese su señoría de
pasar el invierno, lo abrasarán los rayos del sol. lo que en estos momentos le digo: llegará un
Una Rana como ésta no puede perjudicar a la día en que esa cosa que tiene ahí delante des-
manada. Que sea uno más entre nosotros. Bag- nuda le hará rugir, pero de una manera bien
heera, ¿dónde está el toro? Aceptamos tu pro- distinta.
puesta.
––Hemos obrado sabiamente ––dijo Akela––.
Entonces volvió a oírse el ladrido penetrante de Con el tiempo los hombres se hacen muy pru-
Akela, que apremiaba: dentes. Nos puede ser de gran utilidad para la
caza.
––¡Miradlo bien! ¡Miradlo bien!, lobos de la
manada. Mowgli estaba tan entretenido en sus ––Sí ––ratificó Bagheera––. Puede sernos de
juegos que no prestó atención cuando uno a gran utilidad. Nadie es jefe de la manada para
uno se le fueron acercando los lobos. Se alejaron siempre.
todos en busca del toro muerto. Se quedaron
Akela pensó profundamente en un hecho que
con el tiempo debía producirse: le empezarían a
faltar las fuerzas. Sería considerado un elemen- do bajo la hierba, un soplo de aire en la tibieza
to inútil y le condenarían a muerte. Otro le su- de la noche, el ulular del búho sobre su cabeza,
cedería; y así se continuaría el ciclo indefinida- los distintos ruidos que hacen los murciélagos
mente. cuando se detienen en un tronco a descansar,
arañando fuertemente, el menudo chapoteo de
––Llévatelo ––le dijo a Padre Lobo––. Enséñale
un pez cuando salta en una balsa. Todo ence-
todo lo que debe saber uno de nuestra raza.
rraba para el un significado, como otras reali-
Y ésta es la historia de cómo Mowgli entró a dades tienen sentido para el hombre de nego-
formar parte de la manada de los lobos Seeo- cios sentado en su oficina. Dedicaba al descanso
nee. Su rescate fue un toro y su gran defensor, placentero al sol los momentos en que no tenía
Baloo. que aprender algo. Dormía, comía y volvía a
Ahora tenemos que saltar diez u once años. dormir. Si le molestaba el calor o su cuerpo le
Podéis adivinar lo feliz que sería la vida de pedía limpieza, se iba a nadar en las lagunas
Mowgli con los lobos. No tenemos posibilidad próximas. Si le apetecía comer miel ––había
de describirla. Ocuparía demasiados libros. aprendido de Baloo que lo más exquisito del
mundo, tanto como la carne cruda, son las nue-
Creció junto a los lobatos, aunque ciertamente ces con miel––, trepaba a los árboles para bus-
el ritmo del crecimiento fue muy distinto: los carla. Bagheera había sido su gran maestra en el
lobatos eran ya adultos cuando él todavía esta- aprendizaje de la trepa. La pantera, como ju-
ba en la primera infancia. Padre Lobo, con infi- gando, se tendía sobre una rama y le llamaba:
nita paciencia, le enseñó el significado de todo
lo que le rodeaba en la Selva: un mínimo cruji- ––Ven aquí, amiguito.
Mowgli se agarraba fuerte y torpemente a las con una especie de ventana que se hundía en
ramas, como los perezosos. Pero enseguida cuanto alguien se colocaba encima. Debajo
empezó a volar de una rama a otra, como los había un enorme agujero. Estaba tan bien disi-
monos grises. mulada en la maleza que estuvo a punto de
caer dentro alguna vez. Le encantaba ir con la
También ocupó su puesto en el Consejo de la
pantera al corazón del bosque. Dormía durante
Roca. En esas reuniones se dio cuenta del ex-
todo el día. Luego, por la noche, sentía un gran
traño poder de su mirada: si miraba fijamente a
placer viendo cómo cazaba la pantera. Mataba
un lobo, le obligaba a bajar la vista.
de acuerdo con su apetito. Mowgli asimiló esta
Al principio lo hacía a menudo porque le pare- enseñanza. Lo primero que le dijo Bagheera es
cía divertido. Otras veces se entretenía arran- que nunca debía matar animales mansos al ser-
cando de la piel de sus amigos largas espinas vicio de los hombres. Un animal de ésos había
que les causaban un dolor terrible. Es una de las sido su rescate. Por eso estaba obligado a res-
causas fundamentales del sufrimiento de los petarlos.
lobos. También les quitaba los cadillos* de la
––Todo lo que hay en la Selva es tuyo ––le dijo
pelambrera.
Bagheera––. Puedes matar todo lo que esté al
Por la noche descendía en loca carrera por la alcance de tus fuerzas y necesidad. Pero jamás
ladera de la colina y se acercaba a los campos toques una res mansa, ni siquiera para partici-
de cultivo. Siempre le producía enorme curio- par en el banquete que otros se estén dando.
sidad ver a los campesinos descansando en sus Eso es lo que manda la Ley de la Selva.
chozas, aunque no se fiaba demasiado de ellos.
Bagheera le había enseñado una caja cuadrada
Mowgli aprendió rápidamente, como lo hace ellos se dejaban guiar mansamente por un viejo
cualquier niño que no necesita ir a ningún aula decrépito y un cachorro humano.
para aprender lo más elemental, y cuya única
––Me han asegurado ––les decía taimadamente
preocupación es buscar qué comer.
Shere Khan–– que no sois capaces de aguantar
Madre Loba le advirtió muy seriamente que su mirada cuando os reunís en los Consejos.
debía tener mucho cuidado con Shere Khan.
Los lobos se sentían humillados, molestos. Res-
Así lo habría hecho de haber sido realmente un
pondían gruñendo, con el pelo erizado.
lobato. Aunque él tenía conciencia de serlo. Y
habría respondido afirmativamente si alguien Bagheera, que parecía enterarse de todo y estar
le hubiera preguntado si era un lobo. en todas partes al mismo tiempo, oyó eso y le
repitió a Mowgli con frecuencia que Shere Khan
Con demasiada frecuencia, Shere Khan se le
quería matarlo. Pero Mowgli respondía riéndo-
hacía el encontradizo. Akela envejecía, le aban-
se:
donaban las fuerzas. El tigre había hecho gran
amistad con los lobos más jóvenes, que le se- ––Estoy seguro contigo y con la manada. Inclu-
guían esperando para recoger sus sobras, siem- so Baloo despertaría de su pereza y golpearía
pre excelentes. Akela nunca lo hubiera tolerado, fieramente para salir en mi defensa. No tengo
pero no se atrevía a imponer su autoridad con motivo alguno de inquietud.
la fuerza con que lo hacía antes. Un día de enorme calor Bagheera tuvo una
Maliciosamente, Shere Khan se dedicaba a idea. Tal vez se la sugirió una noticia que le dio
halagar a sus jóvenes amigos. Les decía que no Ikki, el puerco espín.
comprendía cómo unos jóvenes fuertes como
Le dijo a Mowgli cuando estaban en lo más palmera. Y de paso le enseñé a ser más educa-
intrincado de la Selva, en el momento en que el do.
chico había tomado por almohada su piel:
––Hiciste una tontería. Es cierto que Tabaqui es
––¿Cuántas veces te he dicho, hermano, que un chismoso, todo el mundo lo sabe. Pero cono-
Shere Khan es tu enemigo personal? ce muchas cosas. Probablemente te hubiera di-
cho algo interesante. Shere Khan no se atreve a
––Yo creo que tantas como frutos cuelgan de
matarte en la Selva. Ves con toda claridad que
esa palmera ––Mowgli no sabía contar––. De
Akela se está haciendo muy viejo. Pronto será
todas formas, ¿qué pasa? Me estoy durmiendo.
incapaz de matar el solo a un gamo. En ese
A Shere Khan le sobran palabras y cola. Se pa-
momento dejará de ser jefe. Los lobos que te
rece a Mao, el pavo real.
admitieron en la manada son ya viejos. Y a los
––No busques el sueño como excusa. No es jóvenes Shere Khan les ha metido en la cabeza
hora de dormir. En la Selva lo sabe todo el que no tienes derecho a pertenecer a la manada.
mundo: Baloo, la manada, hasta los ciervos. Y Enseguida te vas a hacer un hombre.
tú mismo, puesto que te lo ha dicho Tabaqui.
––¿Pues qué tiene de especial el hombre para
––¡Ah, sí! ––respondió Mowgli––. El otro día que no pueda vivir con sus hermanos? ––dijo
me vino con que yo no era más que una desnu- Mowgli––. Nací en la Selva; he acatado sumi-
da cría de hombre y que no valía ni para desen- samente su Ley. A todos los lobos de la manada
terrar raíces. Pero se llevó su merecido: lo cogí les he arrancado alguna espina. ¿Por qué dudar
por la cola y le di un par de golpes contra una de que son mis hermanos?
Bagheera se tendió completamente y le dijo: –– ––Sí ––dijo Mowgli––. En la Selva todos te tie-
Toca aquí, bajo mi quijada*. nen miedo menos yo.
Mowgli acercó la mano y notó un paquete de ––¡Oh! Tú eres un cachorro de hombre ––dijo la
músculos y una zona sin pelo, como si hubiera pantera con enorme ternura––. Yo he vuelto a
estado despellejada durante algún tiempo. mi mundo, la Selva. Y tú tienes que volver al
tuyo, los hombres, tus hermanos. Y ojalá pue-
––La Selva desconoce que yo tengo esta marca.
das realizarlo. Quizá pidan tu muerte en el
Es la que deja el collar. Porque yo, amigo, nací
Consejo.
entre los hombres. Y entre los hombres murió
mi madre, cautiva en las jaulas del Palacio Real, ––Pero ¿por qué? ¿Quién va a tener interés en
en Oodeypore. Por eso pagué por ti el precio de mi muerte? ––dijo Mowgli.
tu rescate. ¡Te vi tan desnudo y desamparado!
––Mírame ––le contestó Bagheera. Mowgli la
Ya ves, también yo nací entre los hombres. Des-
miró a los ojos sin pestañear. La pantera volvió
conocía la Selva. Me alimentaban en grandes
la cabeza muy pronto––. Por eso ––dijo cam-
cuencos de hierro tras los barrotes de una jaula.
biando su posición y acomodándose mejor en
Un día se despertó en mí la conciencia de lo que
un lecho de hojas––. Ni siquiera yo puedo mi-
realmente era: Bagheera, la pantera. No era un
rarte a los ojos, y eso que conozco bien a los
juguete. Rompí de un zarpazo la cerradura y
humanos. Y, además, te quiero, hermano. Los
me escapé. Mi larga experiencia entre los hom-
demás tienen motivos para odiarte: no pueden
bres me hizo terrible en la Selva, mucho más
resistir tu mirada, eres sabio, has arrancado
que Shere Khan. ¿No es así?
espinas de sus patas y, en definitiva, eres un
hombre.
––Desconocía todo eso ––dijo Mowgli con el por su nombre. Tanto lo temen que no se atre-
ceño fruncido. ven ni a nombrarlo.
––¿Sabes una ley de la Selva? Primero se pega y ––¿La Flor Roja? ––dijo Mowgli––. ¿La que cul-
luego se avisa. Tienes tal confianza en ti mismo tivan los hombres fuera de sus chozas en el cre-
que andas absolutamente descuidado. Una púsculo? La cogeré.
prueba más de que perteneces a la raza huma-
––Así hablan las crías humanas ––dijo Bagheera
na. Tienes que ser prudente. Es seguro que en
con orgullo––. La cultivan en unas macetas pe-
cuanto a Akela se le escape un gamo ––cosa que
queñas. Roba una y guardala para cuando la
resultará más fácil cada día–– se enfrentará a él
necesites.
toda la manada. Y tú también caerás en desgra-
cia. Se convocará un Consejo de la Selva en la ––Voy a buscarla ––dijo Mowgli––. Pero, una
Roca. Y entonces... Tengo una idea ––dijo Bag- pregunta ––y mientras decía esto abrazaba el
heera levantándose como impulsada por un cuello de la pantera mirándola con ternura a los
resorte––. Vete a donde habitan los hombres. ojos––. ¿Estás segura, querida Bagheera, de que
Coge una parte de la Flor Roja que ellos culti- todo esto lo ha urdido Shere Khan?
van. Será para ti un apoyo mucho más firme ––¡Por el cerrojo que me dio la libertad! Te lo
que el mío. O que el de Baloo o el de tus fieles juro, hermano.
de la manada. Vete a buscar enseguida la Flor
Roja. ––Pues entonces, ¡por el toro que sirvió para mi
rescate!, voy a saldar mis cuentas con Shere
Lo que Bagheera quería decir al hablar de la Khan. Y quizá me tenga que dar más de lo que
Flor Roja era el fuego. En la Selva nadie lo llama me debe ––y salió disparado.
––Asi son los hombres ––musitó Bagheera voces venenosas e insultantes, las de los lobos
mientras se tendía tranquilamente––. ¡Ah! Shere más jóvenes, empezó a gritar:
Khan. Tu empeño por cazar a esta Rana desde
––¡Akela! ¡Akela! ¡Akela! Que el Lobo Solitario
hace diez años será funesto.
nos demuestre su fuerza ––se desgañitaban––.
Mowgli cruzó el bosque en loca carrera. Su co- Todos los honores para el jefe de la manada.
razón era un infierno de ira. Llegó a la cueva ¡Akela! ¡Salta y abate a la presa!
cuando ascendía la bruma vespertina, recobró
Akela debió de saltar, pero se equivocó y el
el aliento y contempló el valle. Madre Loba es-
gamo lo derribó.
taba sola. Por cómo respiraba Mowgli, notó
enseguida que algo le pasaba a su querida Ra- Mowgli sabía ya todo lo que tenía que saber.
na. Continuó su camino y le fueron persiguiendo
los gritos, cada vez más lejanos a medida que se
––¿Qué ocurre, hijo?
iba acercando a las tierras de labor. Allí vivían
––Ese miserable Shere Khan, que es más charla- los campesinos.
tán que un murciélago ––respondió Mowgli––.
––Bagheera tenía razón ––dijo, tratando de re-
Voy a cazar en campo abierto esta noche ––y se
cuperar su respiración normal. Se acomodó, al
fue hacia el fondo del valle. Se detuvo. La cace-
mismo tiempo que se ocultaba, en la hierba que
ría estaba en todo su apogeo y se escuchaban
encontró junto a una choza––. Mañana va a ser
los alaridos de la manada.
un día importante para Akela y para mí.
Estaban cazando. Se oían mugidos y el resoplar
Miró por la ventana y vio el fuego que ardía en
de un gamo acorralado. Entonces, un coro de
el suelo. Durante la noche, la esposa del campe-
sino se levantó y arrojó al fuego una especie de con Bagheera. Su piel estaba cuajada de perlas
piedras negras. Por la mañana, cuando la nebli- de rocío.
na parecía cubrir todo con su manto lechoso, un
––Akela falló el golpe ––dijo la pantera––. Lo
niño de la familia asomó por la puerta con un
hubieran matado ayer por la noche de no haber
cesto, recubierto interiormente de tierra. Lo
querido mataros a los dos a la vez. Fueron en tu
llenó de brasas, lo cubrió con una manta y salió
busca.
a cuidar los búfalos que se impacientaban en el
establo. ––Yo estaba entonces en las tierras de labor.
Estoy preparado. Aquí tienes lo que me indicas-
––¿Y es todo lo que hay que hacer? ––dijo
te.
Mowgli––. Si un pequeño como ése ha sido ca-
paz de hacerlo, no es tan peligroso ––dobló la Mowgli levantó la cesta llena de fuego.
esquina de la casa, se dirigió hacia el muchacho, ––Todo lo que has hecho está bien. Pero los
le arrebató la cesta y desapareció en la niebla. El hombres hacían algo más. Echaban una rama
muchacho se quedó alelado por la sorpresa y seca y brotaba la Flor. ¿Tienes miedo de hacer-
luego comenzó a gritar. lo?
––Son casi iguales a mí ––dijo Mowgli, soplan- ––No. ¿Por qué iba a tener miedo? Recuerdo
do. Imitaba lo que había visto que hacía la mu- que antes de ser lobo me acosté junto a la Flor
jer––. Tengo que alimentarlo. Si no, se me va a Roja. Era caliente y agradable.
morir ––añadió. Empezó a avivar el fuego con
ramas finas y cortezas de árbol. Cuando subía, Durante todo el día Mowgli estuvo alimentan-
en la mitad de la pendiente de la colina se topó do el fuego. Echaba ramas secas y se quedaba
expectante. Le interesaba ver el efecto que pro- rros. Verás cómo se refleja el terror en su cara.
ducían. Por fin encontró una a su gusto. Produ- Mowgli se puso en pie.
cía una llama viva y rápida. Fue justamente
––Pueblo Libre ––gritó––. ¿Desde cuándo Shere
antes de recibir la visita de Tabaqui. Éste le dijo
Khan dirige la manada? ¿Por qué tenemos que
sin miramientos que lo necesitaban en el Conse-
aceptar la jefatura de un tigre?
jo de la Roca. Mowgli se rió descaradamente del
chacal y se dirigió al Consejo sin perder la son- ––El puesto de jefe está vacante. Se me ha supli-
risa. cado que hablara ––dijo Shere Khan.
Akela, el Lobo Solitario, se encontraba postrado ––¿Quién te lo ha pedido? ¿Nos hemos vuelto
cerca del sitio que tenía siempre asignado en el todos unos míseros chacales para tener que
Consejo. Era la señal de que había dejado de ser rendir pleitesía* a este carnicero despreciable?
el jefe de la manada. Shere Khan se paseaba de La jefatura de la manada recae en sus propios
un lado a otro, ante la complacencia de los lo- miembros.
bos de su partido, lleno de orgullo. Bagheera Se oyeron feroces aullidos que decían:
estaba junto a Mowgli. Éste mantenía firme-
mente la cesta del fuego. Al completarse el nú- ––Cállate, cachorro humano.
mero de los asistentes, Shere Khan tomó la pa- ––Dejadle hablar. Lo que hace está dentro de la
labra. Jamás lo habría hecho si Akela hubiera Ley.
estado en plenas facultades.
Los ancianos de la manada se impusieron y
––No tiene derecho ––dijo por lo bajo Baghee- dijeron a gritos:
ra––. Dile que es de la misma raza que los pe-
––Que hable Lobo Muerto.
Cuando el jefe de la manada falla el golpe de Shere Khan dijo con un rugido:
prueba en la caza, recibe el nombre de Lobo
––Dejemos a ese carcamal. Se morirá pronto. El
Muerto. Así se le llamará hasta el final de sus
que ha vivido demasiado es ese cachorro de
días. No suelen ser demasiados.
hombre. ¡Pueblo Libre! Fue una presa mía des-
––Pueblo Libre ––dijo–– y vosotros también, de el principio. Dádmelo. Estoy harto de veros
chacales amigos de Shere Khan. A lo largo de intentar hacer de el un lobo. En diez años no ha
doce estaciones he sido vuestro jefe en la caza. hecho más que causar molestias a todos en la
Nadie ha caído en trampa alguna o ha sido Selva. Dadme a ese chachorro de hombre. Si no,
malherido. Sí, he errado el golpe. Vosotros sa- os juro que he de cazar siempre aquí y no os
béis muy bien por qué. Me habéis enfrentado a daré ni un mísero hueso. Ese cachorro es sim-
un gamo descansado. Me habéis tendido una plemente un hombre, un chiquillo de los que
trampa. Queríais que se viera claramente mi crían los hombres. Lo odio. Entonces se oyó un
debilidad. Tenéis derecho a matarme ahora aullido espantoso de más de la mitad de los
mismo, aquí, a la vista de todos los miembros lobos que estaban en el Consejo:
del Consejo. Sólo os pregunto: ¿quién de voso-
––¡Un hombre! ¡Un hombre! ¡Nada tiene que
tros ejecutará la sentencia? De acuerdo con la
ver con nosotros hombre alguno! ¡Que se vaya
Ley, tengo derecho a que os acerquéis uno a
con los suyos!
uno.
––Y alzará contra vosotros a la gente de las al-
Se hizo un silencio sepulcral. Todos compren-
deas. No. Dádmelo. Es un hombre. La prueba
dieron perfectamente que no sería agradable
es que ninguno de nosotros es capaz de aguan-
batirse a muerte con Akela, aunque fuera viejo.
tar su mirada.
Akela levantó la cabeza: ––Es nuestro hermano en todo menos en la
sangre ––dijo Akela––. Y estáis decididos a ma-
––Ha comido con nosotros, ha dormido con
tarlo. He vivido demasiado. Algunos de voso-
nosotros, nos ha ayudado a cazar, nada ha
tros tienen el deshonor de alimentarse del ga-
hecho que vaya contra la Ley de la Selva.
nado de los campesinos. Incluso me he entera-
Acordaos de que yo pagué un toro por su resca- do de que hay otros que por la noche, y dirigi-
te. No es demasiado. Pero está mi honor por dos por Shere Khan, se dedican a robar niños a
encima de esta consideración. Y por mi honor sí las puertas mismas de las chozas de los aldea-
que estoy dispuesta a pelear ––dijo Bagheera nos. Los que hacen eso son unos cobardes. Por
suavizando cuanto pudo el tono. tanto, estoy hablando a unos cobardes. Se que
––¿Quién se acuerda de un toro de hace diez voy a morir y que mi vida no tiene valor algu-
años? ¿Dónde estarán aquellos huesos? –– no. Si lo tuviera, la ofrecería gustosamente por
dijeron entre dientes algunos miembros de la la del chachorro de hombre. Pero por el honor
manada. de la manada ––si es que eso todavía os dice
algo, pues os habéis relajado totalmente desde
––Decid más bien que nada os importa una que estáis sin jefe–– os aseguro que si dejáis al
promesa ––dijo Bagheera dejando ver sus blan- cachorro de hombre ir con los suyos, mis dien-
cos dientes––. Por eso se dice de vosotros que tes callarán a la hora de morir. Moriré sin lu-
sois el Pueblo Libre. char. Así se salvarán, al menos, tres vidas. Es
––Un cachorro humano jamás podrá vivir con todo lo que puedo ofreceros. Si seguís mi conse-
el Pueblo de la Selva. Entregádmelo. jo, salvaréis una vida inocente. No recaerá sobre
vosotros la vergüenza de matar a un hermano
que ningún delito ha cometido. Y, además, un yo hubiera preferido seguir siendo un lobo toda
hermano por el que se pagó un rescate de mi vida. Para mí ya no seréis nunca más mis
acuerdo con la Ley de la Selva. Así es como hermanos. Por eso os llamaré perros. Así es
llegó a ser uno de los nuestros. como os llaman los hombres. No tendreis poder
de decisión de ahora en adelante. Seré yo quien
––¡Es un hombre! ¡Un hombre! ¡Un hombre! ––
os de órdenes. Y para que os enteréis perfecta-
se oyó gruñir a los lobos. Todos se unieron a
mente, yo, que desde ahora seré un hombre
Shere Khan. Éste se azotaba furiosamente los
para vosotros, os he traído una parte de la Flor
costados con la cola.
Roja. Sí, esa Flor que tanto terror os causa. Al
––Lo dejo todo en tus manos, Mowgli ––dijo Ba- fin y al cabo sois perros.
gheera––. Creo que vamos a tener que luchar.
Mowgli arrojó al suelo la cesta con las brasas.
Mowgli se levantó. Llevaba entre sus manos la Alguna de ellas prendió en la hierba seca. Ésta
cesta del fuego. Bostezó para disimular la ira ardió inmediatamente. Todo el Consejo retro-
que ardía en su corazón. Los lobos habían de- cedió asustado al ver las llamas.
mostrado de qué raza eran. Lo habían odiado
Mowgli lanzó sobre el fuego la rama que tenía
siempre y lo habían disimulado. En el fondo,
preparada. Cuando prendió, la cogió agitándo-
sintió una enorme pena.
la por encima de la aterrorizada manada.
––¡Escuchadme todos! ––gritó––. No hagáis
––Te has hecho el amo ––dijo Bagheera por lo
comentarios inútiles como si fuerais perros. Me
bajo––. Salva la vida de Akela. Siempre ha sido
habéis gritado esta noche y repetidamente que
un padre para ti.
soy un hombre. Me habéis convencido, aunque
Akela, aquel enorme lobo, siempre tan serio, ––Nunca habrá guerra entre nosotros ––
que jamás había pedido a nadie misericordia, continuó––. Pero tengo que ajustar cuentas con
miró tristemente hacia donde estaba Mowgli. alguien, antes de dejaros ––se fue a grandes
Éste mostraba toda su impresionante desnudez. zancadas hacia donde se sentaba Shere Khan
La cabellera le caía hasta los hombros. La rama que, atónito, contemplaba las llamas. Lo cogió
que había encendido lo iluminaba y hacía ex- por debajo de la mandíbula inferior. Bagheera
trañas figuras con las sombras. estaba allí por lo que pudiera ocurrir.
––Bien ––dijo Mowgli mirando tranquilamente ––Perro, levántate ––gritó Mowgli sin contem-
a todos––. Está claro que sois unos perros. Me placiones––. Soy un hombre y debes levantarte
voy con los míos. Dejo la manada. Siento que cuando te habla uno de mi raza. Si no lo haces,
tengo vedado hasta el último rincón de la Selva, aquí mismo te abraso la piel.
como el último rincón de vuestro corazón. Pero
Shere Khan hundió las orejas entre los pliegues
creo que voy a ser mejor que vosotros. Tenien-
de la piel de su cabeza. Cerró los ojos. Vio de-
do en cuenta que, salvo de sangre, he sido un
masiado cerca la terrible Flor Roja.
hermano para vosotros, os juro que cuando esté
entre los hombres como uno más de ellos, jamás ––Este cazador de animales mansos juró que
os traicionaré. Nunca haré lo que vosotros me me mataría, y que lo haría delante de todo el
habéis hecho a mí. Consejo. No pudo matarme cuando yo no era
más que un cachorro. Éste es el trato que damos
Dio un tremendo puntapié al fuego. Innumera-
a los perros cuando tenemos la fuerza de los
bles chispas llenaron el aire.
hombres. Shere Khan, mueve un solo pelo de
tus bigotes, Lundri maldito, y te hundiré la Flor ba su piel. Sólo se quedaron en el mismo sitio
Roja hasta el gaznate. Akela, Bagheera y unos diez lobos, que siempre
habían estado del lado de Mowgli. Sintió un
Blandió la rama y pegó a Shere Khan en la ca-
terrible aguijón de pena en el alma. Lloró de
beza. Éste, aterrorizado, lanzó un grito de do-
forma desconsolada y las lágrimas corrieron
lor.
por sus mejillas.
––¡Bah! ¡Marcha!, gato de la selva. Pero no olvi-
––¿Qué me pasa...? ¿Qué me pasa?... ––dijo––.
des lo que te voy a decir: cuando vuelva al
No quiero abandonar la Selva. No sé qué me
Consejo de la Roca, y te juro por mi condición
pasa. Bagheera, parece que me estoy muriendo.
de hombre que volveré, lle varé mi cabeza cu-
bierta con tu piel. Akela debe seguir viviendo ––No, hermano. Se trata sólo de lágrimas, como
cómo y donde le guste hacerlo. Mi voluntad es las que derraman los hombres ––dijo Bagheera–
que viva y ninguno de vosotros lo matará. Es- –. Ahora eres realmente un hombre. Ya has de-
toy harto ya de veros aquí, con vuestras lenguas jado de ser un cachorro humano. Ya no hay
fuera. No sois más que unos perros a los que sitio para ti en la Selva. Deja que corran las lá-
arrojo de este lugar. ¡Largo de aquí! grimas, Mowgli.
La rama ardía con toda su fuerza en esos mo- Mowgli, sentado, empezó a llorar. Parecía que
mentos. su corazón iba a saltar en pedazos. Era la pri-
mera vez que lloraba.
Mowgli empezó a vapulear con ella a los lobos
que miraban atónitos desde el círculo. Huyeron ––Me voy con los hombres ––dijo––. Pero antes
todos aterrorizados al ver que el fuego quema- tengo que despedirme de mi Madre.
Se fue a la cueva donde estaba Madre Loba. ––Claro que lo haré ––dijo Mowgli––. Pero
cuando vuelva, será para tender en la Roca del
Siguió llorando sobre su piel. Mientras tanto,
Consejo la piel de Shere Khan. Acordaos de mí.
los cachorros aullaban lastimeramente.
Y decid a todos mis hermanos de la Selva que
––¿Me olvidaréis? ––preguntó Mowgli. no me olviden.
––Nunca, mientras seamos capaces de seguir Era ya casi el alba cuando Mowgli dejaba la
una pista ––respondieron los cachorros––. colina, solo y en busca de unos seres misterio-
Cuando seas un hombre, no te olvides de venir sos: los hombres.
al pie de la colina a hablar con nosotros. Cuan-
do caiga el sol y venga la noche, iremos hasta
las tierras de cultivo. Allí jugaremos como lo CANCIÓN DE CAZA DE LA MANADA DE
hemos hecho siempre. SEEONEE
––Vuelve pronto ––dijo Padre Lobo––. Rana La aurora está cerca y rompe la quietud el bali-
sabia, esperamos que vuelvas pronto. Ten en do de la presa.
cuenta que Madre Loba y yo nos estamos Una, dos y tres.
haciendo viejos.
El lago, tranquilo, el ciervo a beber.
––Vuelve pronto ––dijo Madre Loba––, desnu-
El gamo no espera.
do hijo mío. Y escucha algo que he querido de-
Tenso, pendiente, al acecho, lo he podido ver.
cirte más de una vez: aunque eres una cría de
Una, dos y tres.
hombre, siempre te he querido más que a mis
propios hijos.
La aurora está cerca y rompe la quietud el bali- Kaa sale de caza
do de la presa.
Una, dos y tres.
Leopardo, haces de tus manchas gala.
El lobo está atento, su hambre también. Búfalo, enamorado de tus cuernos;
Corre la noticia; volvamos a ver. como el agua que corre en la cañada,
Mira, fresca está la pista. mantén limpia tu piel y tus recuerdos.
Una, dos y tres. Nada importa si un toro te voltea,
si el furor hunde su saña en tu cuerpo.
La aurora está cerca y rompe la quietud un Sigue siempre el camino de tu empeño.
fuerte rugido. Una batalla nunca fue una guerra.
Una, dos y tres. Ten piedad de los cachorros ajenos.
Tu padre los convidará a su mesa.
Son torpes, despreciables por pequeños.
Los pies van pisando, no se dejan ver.
Hijos son de la osa y su fiereza.
La noche se ha hecho ojos, van adivinando.
Orgulloso está el cachorro de su presa,
Hay gritos, sollozos.
primera hazaña de un bravo montero.
Una, dos y tres.
Viviendo la grandeza de la Selva,
imitará la humildad del romero.
(Máximas
de Baloo)
un árbol y ronroneaba mientras escuchaba gus-
tosamente cómo Mowgli recitaba su lección a
TODO LO QUE VAMOS A CONTAR AHORA
Baloo.
sucedió no mucho tiempo antes de que Mowgli
fuera arrojado de la manada y de su venganza Trepaba a los árboles ágilmente. Era para él un
contra Shere Khan. Baloo le enseñaba la Ley de ejercicio tan normal como andar. Nadar y correr
la Selva. El oso pardo, adusto, viejo, inmenso, no tenían secretos para él. Por eso Baloo le en-
se sentía orgulloso de tener un discípulo tan señó la Ley del Bosque y la del Agua; la ciencia
inteligente. Normalmente, los lobatos aprenden de distinguir una rama sana de una carcomida;
sólo lo que hace referencia a las necesidades de la de hablar suavemente a las abejas salvajes
su manada. Es lo único que les interesa de la cuando tuviera que pasar por debajo de una de
Ley de la Selva. De la mítica Canción de Caza sus colmenas, suspendida unos metros por en-
sólo memorizan: Pies silenciosos, ojos que traspa- cima de su cabeza; lo que tenía que decir a
san la noche, orejas capaces de distinguir los distin- Mang, el murciélago, cuando éste se empeñara
tos ruidos y a distancia, los dientes listos, esto es lo en no dejarlo descansar durante el día, y el len-
que caracteriza a nuestros hermanos. Todos somos guaje que tenía que emplear con las serpientes
así, menos Tabaqui, el chacal, y la hiena, a la que de agua antes de lanzarse a una laguna entre
odiamos con toda el alma. ellas.
Mowgli ya era un hombrecito, necesitaba Fue muy sabia para Mowgli la consigna del
aprender mucho más. Bagheera sentía una gran Cazador extraño. Hay que repetirla en voz alta
curiosidad por ver los progresos del cachorro hasta que alguien conteste: Dadme permiso para
humano al que tanto quería. Descansaba contra cazar en este territorio. Tengo hambre. La respues-
ta tiene que ser: Caza, pero solamente para comer. por eso le pego alguna vez. Pero siempre con
No busques en la caza tu diversión. amor, si es que, distraído, olvida algo.
Ya veis la cantidad de cosas que tuvo que ––Hablas de suavidad y tienes las patas de hie-
aprender Mowgli, y aprenderlas de memoria. rro ––gruñó Bagheera––. Hoy le has dejado to-
Se cansaba, pues había cosas que tenía que re- da la cara marcada. Y hablas de suavidad.
petir hasta cien veces. Hasta hubo un día en que
––Prefiero marcarle yo, llenarle la cara de car-
Baloo le pegó. Cuando Mowgli se fue mal-
denales, yo que lo quiero, que no verlo sufrien-
humorado, Baloo le dijo a Bagheera:
do por desconocer algo ––contestó Baloo muy
––Una cría humana es una cría humana. Debo seriamente––. En estos momentos le enseño las
enseñarle toda la Ley de la Selva. Debe apren- Palabras Mágicas de la Selva. Éstas lo protege-
der más que nadie. rán contra los pájaros enemigos, contra las ser-
––Pero ten en cuenta que es todavía un cacho- pientes, contra todo cazador, excepto contra los
rro ––dijo Bagheera enternecida. Hubiera llena- de su propia manada. Basta con que de ahora
do de mimos a Mowgli de haber estado encar- en adelante recuerde estas palabras y estará
gada de su educación––. Su cabeza es todavía seguro en todas partes. Y ahora dime si no vale
pequeña y tus enseñanzas demasiado largas. la pena que reciba algunos golpes.
No le pueden entrar en ella. ––Pero ten cuidado, porque tú eres capaz de
––Tú sabes que en la Selva pueden ser una pre- matar al cachorro de hombre. No lo confundas
con un tronco de árbol y afiles en él tus garras.
sa hasta las criaturas más pequeñas. Eso es lo
Explícame qué Palabras Mágicas son ésas.
que trato de que Mowgli vaya aprendiendo. Y
Normalmente seré yo quien preste ayuda en
vez de pedirla ––y mientras hablaba, dejaba ver ¿Qué lenguaje debo hablar? Sabes que hay mu-
sus terribles garras––. De todos modos me gus- chos, y los sé todos.
taría conocerlas.
––Sabes algo. Menos de lo que crees. Está claro,
––Que sea el mismo Mowgli quien te las aclare, Bagheera. No hay un solo lobato que se muestre
suponiendo que esté de humor para hacerlo. agradecido con quien le enseña. Nadie da las
Ven aquí, pequeño. gracias a Baloo. Habla de las palabras que se
refieren al Pueblo Cazador.
––Me zumba la cabeza como si tuviera en ella
un enjambre ––dijo una voz fina y malhumora- ––Los dos llevamos la misma sangre ––dijo
da. Era Mowgli, que se deslizaba por el' tronco Mowgli imitando el acento de oso de todos los
de un árbol y bajaba a tierra. que cazan en ese territorio.
––Y que conste que si vengo es por Bagheera y ––Continúa con las de los Pájaros.
no por ti, Baloo, saco de grasa.
Mowgli las repitió. Y al final silbó como lo hace
––No doy importancia a lo que dices ––dijo el buitre.
Baloo, que realmente se sintió herido por las
––Ahora quiero que me digas las de las Ser-
palabras de Mowgli––. Repítele a Bagheera las
pientes ––dijo Bagheera.
Palabras Mágicas de la Selva que has aprendido
hoy conmigo. Mowgli contestó con un silbido imposible de
describir. Hizo luego una pirueta salvaje, él
––Las Palabras Mágicas forman un conjunto de
mismo aplaudió su propia habilidad y se colocó
lenguajes, hablados por diferentes pueblos.
de un salto a lomos de Bagheera. Se quedó de
medio lado, golpeó con los talones el flanco de ––A nadie, salvo a los miembros de su propia
la pantera e hizo unas muecas horrorosas a Ba- manada ––dijo Bagheera en voz baja. Luego se
loo. dirigió en voz más fuerte a Mowgli–– ¿Qué
haces con mis costillas, amigo? ¿Se puede saber
––Veo que te has ganado limpiamente los car-
por qué bailas de ese modo?
denales ––dijo lleno de ternura el oso––. Ya te
sentirás agradecido algún día. Mowgli intentaba hacerse oír por Bagheera y
para conseguirlo le estiraba la piel y bailaba
Le explicó a Bagheera, volviéndose hacia ella,
furiosamente sobre ella.
cómo había pedido a Hathi, el más sabio de
todos los elefantes, el que lo sabe todo, que lle- Cuando lo logró, gritó:
vara a Mowgli a una laguna. Una serpiente de
––Me van a dar una tribu. Y la dirigiré por entre
agua había explicado a Mowgli su lenguaje.
las ramas de los árboles.
Baloo era incapaz de pronunciar las palabras de
las Serpientes. ––Ya estamos con una de tus locuras. No sue-
ñes ––dijo Bagheera.
Mowgli estaba a salvo de todo lo que de malo
se le pudiera presentar en la Selva. Ningún ––Podré tirar ramas y toda clase de objetos su-
animal le haría daño alguno, ni las serpientes, cios a Baloo ––dijo Mowgli––. Es la promesa
ni los pájaros, ni las fieras. que me han hecho.
––Ya a nadie tiene que temer ––dijo Baloo, gol- ––¡Wufffl ––la pata peluda y enorme de Baloo
peando suavemente su vientre gordo y peludo. arrojó a Mowgli del lomo de Bagheera donde
estaba tan contento. Quedó tendido ante las
patas delanteras de la pantera y se dio cuenta ––Hablas de la compasión de los monos ––dijo
del mal humor que había despertado en Baloo. molesto Baloo––. Es como hablarme de la paz
de las aguas que se despeñan torrencialmente
––Mowgli ––le dijo Baloo––, has hablado con el
desde la cumbre del monte. O como si me
Pueblo de los Monos, los Bandar-log.
hablaras de la frescura del sol en verano. Ahora
Mowgli fijó sus ojos en Bagheera. Quería saber dinos qué ocurrió luego.
si la pantera se había enfadado también. La
––Después me dieron nueces y otras cosas de
expresión de sus pupilas era de enorme dureza.
un sabor exquisito. Me llevaron en brazos a lo
Brillaban como piedras de jade.
más alto de los árboles. Me aseguraron que eran
––Has estado con el Pueblo de los Monos; los mis hermanos. Había una pequeña diferencia
despreciables monos grises, los sin Ley; los que entre nosotros: que yo no tenía cola como ellos.
comen todas las porquerías que encuentran. Es Hablaron seriamente de que algún día yo sería
una vergüenza. su jefe.
––Baloo me pegó en la cabeza ––dijo Mowgli. ––Mienten en esta ocasión como siempre. Jamás
Seguía aún tendido de espaldas––. Me marché han tenido jefe ––dijo Bagheera en el colmo de
y los monos grises bajaron rápidamente de los la indignación.
árboles, se acercaron y tuvieron compasión de
––Fueron maravillosamente amables conmigo.
mí. Fueron los únicos que mostraron tales sen-
Me insistieron que querían que volviera a ver-
timientos ––al decir esto se veía que estaba pro-
los. ¿Por qué siempre me habéis tenido aparta-
fundamente dolido.
do del Pueblo de los Monos? Es cierto que se
parecen a mí. Andan sobre dos pies como yo.
No me pegan ni tienen las patas duras. Su día lugares de caza, ni vamos adonde ellos suelen
es una pura diversión. Quiro subir adonde es- ir, ni morimos donde ellos mueren. ¿Me has
tán ellos. Baloo, no seas malo. Quiero volver a oído hablar alguna vez de los Bandar-log?
jugar con ellos.
––No ––dijo Mowgli hablando muy bajo. Y es
––Cachorro humano, quiero que me oigas bien que el bosque se quedó completamente callado
––le dijo Baloo. Su voz era como un trueno––. en cuanto calló Baloo.
Todo lo que sabes de la Ley de la Selva lo sabes
––Todos los animales, el Pueblo de la Selva en-
por mí. Y la Ley te servirá para tratar con todos
tero, los ha desterrado de sus conversaciones y
los animales de la Selva menos con los monos.
de sus pensamientos. Son muy numerosos, su-
Son los únicos que no tienen Ley. Todo el mun-
cios, maliciosos, desalmados. Lo único que les
do los rechaza. Ni siquiera tienen lenguaje pro-
interesa es que nosotros nos fijemos en ellos.
pio. El suyo es una mezcla del lenguaje de to-
Pero nada cuentan para nosotros en ningún
dos los demás animales. Están siempre a la es-
momento, incluso cuando nos bombardean con
cucha desde las altas ramas. Sus caminos son
inmundicias.
totalmente diferentes de los nuestros. Nunca
han llegado a tener jefes. Tampoco tienen me- Apenas acabó de hablar, cayó desde lo alto de
moria. Son unos charlatanes y unos presumi- los árboles una lluvia de frutos y ramas, y se
dos. Se creen serios y preocupados por proble- oyó en las alturas una sinfonía de toses, aulli-
mas importantes. Pero que caiga una nuez de- dos y saltos locos de rama en rama.
lante de ellos, y todo se les convertirá en risa. Se ––El Pueblo de la Selva no puede tener trato
les olvida todo. No tienen los mismos bebede- alguno con los monos. Tenlo siempre presente.
ros que nosotros. Tampoco tenemos los mismos
––Totalmente prohibido ––confirmó Bagheera– ellos. Ellos mismos andaban siempre enzarza-
–. Y lo extraño es que Baloo no te lo haya adver- dos en terribles luchas por cualquier nadería.
tido.
Y eran desagradables hasta por el hecho de de-
––¿Yo? Jamás podría haber adivinado que jar sus muertos bien visibles. En muchas oca-
Mowgli iba a jugar alguna vez con semejante siones habrían podido tener una organización
ralea. ¡Los monos! Me dan asco. con jefe, leyes y costumbres propias. Pero jamás
lo lograban definitivamente. Peleaban, se olvi-
Se repitió el chaparrón. Baloo y Bagheera se
daban de todo y los consolaba esta frase: Toda
fueron corriendo hacia otro sitio arrastrando
la Selva llegará a pensar como nosotros pensa-
consigo a Mowgli.
mos ahora.
Baloo estaba en lo cierto con respecto a los mo-
Ningún animal del bosque podía llegar hasta
nos. Vivían en las copas de los árboles. Las fie-
las alturas en las que ellos estaban. Por eso se
ras no suelen mirar hacia lo alto. Por eso los
emocionaron cuando Mowgli quiso compartir
caminos de los monos y los de los demás ani-
sus juegos. Y fue divertido, sobre todo porque
males de la Selva jamás se cruzaban. Pero era
vieron cómo todo eso molestaba a Baloo.
doloroso que en cuanto veían a un animal de la
Selva enfermo o herido, los monos se ensañasen Así quedó todo. Normalmente los monos no
con él. Arrojaban toda clase de cosas sobre tienen iniciativa alguna. Pero uno de ellos pen-
cualquier fiera. Y lo hacían sencillamente para só algo que a todos los demás les pareció mag-
llamar la atención. Aullaban, cantaban cancio- nífico. Era conveniente conservar en su tribu a
nes estúpidas invitando a los demás animales a Mowgli. Sabia entrelazar ramas. Y ese entra-
que se subieran a los árboles para pelear con mado era una magnífica protección contra el
viento. Mowgli lo hacía casi sin darse cuenta. Por eso gritaron triunfantes:
Al ser su padre leñador, solía construir chozas
––Bagheera se ha fijado en nosotros. Se ha fija-
con ramas caídas. Mowgli había heredado esa
do en nosotros. Ya somos objeto de admiración
habilidad. No pasó inadvertido a los monos ese
para todo el Pueblo de la Selva.
hecho. Se vieron con un gran jefe y como el
pueblo más sabio de la tierra. Seguramente to- Empezó la huida de los monos, una huida re-
dos los demás los admirarían. Por eso, sin hacer vestida de caracteres indescriptibles. Tienen
ruido alguno, siguieron a Mowgli, Bagheera y caminos en las copas de los árboles, atajos, su-
Baloo por toda la Selva. Mowgli se echó a dor- bidas y bajadas, a una altura excesiva sobre el
mir entre el oso y la pantera. Juró que jamás nivel del suelo: quince, veinte y hasta treinta
trataría con los monos. metros. Son capaces de viajar de noche en ese
laberinto. Dos de los monos más fuertes habían
Su siguiente recuerdo fue verse atrapado por
cogido a Mowgli por las axilas y le llevaban en
unas manos fuertes y pequeñas, sentirse inmo-
volandas hasta la cima de los árboles, con unos
vilizado de brazos y piernas, el choque de unas
saltos de siete metros. El peso del chico los las-
hojas y luego mirar hacia abajo desde la altura
traba. Mowgli, casi mareado, sentía el cosqui-
de los árboles.
lleo de la emoción. Aunque, de cuando en
Baloo despertó a toda la Selva con sus rugidos y cuando, ver la tierra allá abajo le producía sen-
Bagheera iba de árbol en árbol enseñando fu- sación de vértigo. Era horrible pararse, balan-
riosa sus dientes terribles. Los monos treparon cearse, tomar impulso y saltar a otra rama. A
hasta las ramas más altas. Ni siquiera Bagheera veces estaba en las ramas más altas, temblando
se atrevió a seguirlos hasta allí. de miedo ante la posibilidad de que se rompie-
ran. A los pocos segundos ya se encontraba en buitre. Como siempre, vigilaba la muerte de
las ramas bajas del árbol siguiente. algún ser de la Selva. Vio que los monos lleva-
ban algo y descendió unos cientos de metros en
Llegó en algunos momentos a tener la impre-
picado para ver el género de presa. En ese ins-
sión de hallarse encaramado a un mástil, via-
tante, llevaban a Mowgli en volandas hasta lo
jando en un mar verde. Sólo cuando el ramaje le
más alto de un árbol. El buitre le oyó gritar, se
sacudía la cara, se daba cuenta de dónde se en-
sorprendió y contestó con un silbido: Llevamos
contraba. Así, entre resoplidos, saltos, ruidos y
la misma sangre. La espesura se cerró de nuevo
chillidos siguieron aquel camino loco. Mowgli
y Rann desvió su vuelo hasta el siguiente árbol,
iba conducido como un prisionero.
desde donde vio de nuevo a Mowgli.
Hasta llegó a temer que lo soltaran dejándolo
––No dejes mi pista ––gritó el chico––. Pasa el
caer desde lo alto. Sintió una furia creciente.
aviso a Baloo, de la manada de Seeonee, y a
Pero al ver cuál era su situación real, la de un
Bagheera, del Consejo de la Roca.
preso, no quiso dar signos de rebeldía. Sí que
vio claramente enseguida que tenía que avisar a ––Dime en nombre de quién, amigo ––dijo
sus amigos, Bagheera y Baloo. Dada la ve- Rann. Nunca había visto a Mowgli, aunque
locidad con que los monos huían, se daba cuen- había oído hablar de él en muchas ocasiones.
ta de que sus amigos se iban a quedar atrás.
––Soy Mowgli, la Rana. Me llaman cachorro
Nada conseguía mirando hacia abajo. Sólo veía
humano. Sigue mi pista.
las puntas de las ramas.
Apenas se oyeron las últimas palabras. Se sintió
Por un momento dirigió su mirada al cielo in-
balancear en el aire, listo para el próximo salto.
menso y azul, y vio en todo lo alto a Rann, el
Rann hizo unas señales de asentimiento. Se solía llevar las garras llenas de corteza. Tenía
elevó hasta quedar reducido a un puntito insig- que aminorar el golpe de la caída agarrándose a
nificante. Pero nada de cuanto ocurría debajo las ramas y al tronco.
de el escapaba a sus ojos penetrantes. Pudo
––¿Por qué no pusiste al cachorro humano so-
seguir perfectamente el camino de los monos y
bre aviso? ––decía en un tremendo rugido a
su prisionero Mowgli.
Baloo, que con su trote pesado esperaba adelan-
––Poco va a durar su huida ––dijo riéndose so- tarse a la loca carrera de los monos––. Fue una
focadamente––. Estos monos son unos incons- estupidez matarlo casi a golpes y, en cambio,
cientes en todo cuanto emprenden. Los Bandar- no ponerle en guardia contra este peligro.
log empiezan siempre mil cosas nuevas. Pero
––Date prisa. Es posible que los alcancemos ––
tengo la impresión de que esta vez han ido de-
decía Baloo extenuado.
masiado lejos. Se van a arrepentir. Porque Baloo
y Bagheera no son precisamente seres indecisos ––Creo que llevamos un paso que podría seguir
y miedosos. Bagheera es capaz de matar algo cómodamente hasta una vaca. Gran Maestro de
más que cabras ––se meció en el aire, recogió la Ley de la Selva, azotacachorros. Bastaría una
las patas, desplegó las alas y esperó. corta distancia para hacerte reventar. Descansa
y piensa. Piensa un plan. Sería peligroso hasta
Por su parte, Baloo y Bagheera se sentían con-
que los alcanzáramos. Asustados, lo podrían
sumir de furor. Bagheera subió hasta los árboles
dejar caer.
más altos. En más de una ocasión se rompieron
las ramas. Lo que hacía era una temeridad que ––¡Brrr! Es posible incluso que ya lo hayan
jamás había cometido. Cuando caía al suelo hecho, cansados de llevarlo. ¿Quién se puede
fiar de los monos? Corona mi cabeza con mur- como Ikki, el puerco espín, y me dedicara a
ciélagos muertos. Aliméntame solamente a base lamentarme.
de huesos viejos. Hazme caer de cabeza en una
––Nada me importa lo que piense la Selva de
colmena de abejas furiosas que me piquen hasta
mí. Es posible que a estas horas Mowgli ya
matarme. Y, luego, entiérrame cerca de la ma-
haya muerto. ––Sólo por pereza o por juego lo
driguera de una hiena. Soy el oso más desgra-
dejarían caer. Pero no hay que temer demasiado
ciado que haya nacido. ¡Brrr! ¡Ah! ¡Mowgli!
por el cachorro humano. Es listo, está bien for-
¡Mowgli! ¿Por qué fui tan estúpido y, en vez de
mado y nadie es capaz de aguantar su mirada.
golpearte, no te previne contra los monos? Es
Pero hay que reconocer que la situación es gra-
posible incluso que mis golpes le hayan sacado
ve. Está en poder de los monos. Nadie puede
de la cabeza mis lecciones y en estos momentos
llegar hasta donde ellos viven. A nadie temen –
se encuentre en la Selva desamparado, al no
–Bagheera mordisqueaba nerviosamente una de
acordarse de las Palabras Mágicas.
sus patas delanteras.
Baloo metió la cabeza entre las patas delanteras
––¡Tonto y necio de mí! No soy más que un
y se convirtió en un puro sollozo.
desenterrador de raíces ––dijo Baloo endere-
––Ten en cuenta que a mí me las dijo correcta- zándose de un salto––. Es una verdad evidente
mente hace muy poco tiempo todavía ––dijo lo que afirma el sabio Hathi, el elefante, cuando
Bagheera impaciente––. Baloo ––continuó––, dice: Cada uno tiene su propio miedo. El miedo
has perdido completamente la cabeza y el res- de los monos es Kaa, la serpiente de la Roca.
peto a ti mismo. Ponte en mi lugar y juzga lo Sube a los árboles tan bien como ellos; les roba
que pensaría la Selva si me hiciera una bola sus crías por la noche. Cuando oyen su nombre
les castañetean los dientes. Vamos a hacer una juntos se fueron en busca de Kaa, la pitón que
visita a Kaa. vive en la Roca.
––¿Para qué? No es de nuestro pueblo, porque La encontraron tendida al sol en el saliente de
no tiene patas. Y está claro que es un saco de un peñasco. Contemplaba con admiración su
maldad. Lo lleva escrito en los ojos ––dijo Bag- propia piel, hermosa y brillante, nueva. Le
heera. había costado diez días cambiarla. Lo había
hecho en el retiro más absoluto. Parecía una
––Tan vieja como astuta. Y siempre hambrienta.
enorme joya, con su cabeza roma y su cuerpo
Prométele un rebaño entero de cabras ––dijo
de nueve metros enroscado en fantásticos ani-
Baloo lleno de esperanza.
llos. Soñaba con su próxima presa.
––Sabes como yo que en cuanto come una se
––Estamos de suerte ––dijo Baloo precavida-
pasa durmiendo un mes entero. Es posible in-
mente y con satisfacción en cuanto vio su her-
cluso que en estos momentos se encuentre
mosa piel nueva––. Hay que tener cuidado.
durmiendo. Y es posible también que prefiera
Cuando muda de piel se queda medio ciega.
cazar ella misma las cabras ––Bagheera, que
Ataca por puro instinto a todo lo que se le pon-
desconocía casi por completo a Kaa, desconfia-
ga por delante.
ba de todo lo que concernía a la serpiente.
Kaa tenía a gala no ser venenosa. Despreciaba a
––Entre nosotros dos, viejo amigo, somos capa-
las que lo eran. Su fuerza estaba en su capaci-
ces de convencerla ––Baloo frotó amistosamen-
dad de presión. Cuando se enroscaba alrededor
te con su paletilla la piel de la pantera. Y los dos
del cuerpo de su presa, ésta se podía dar por
perdida.
––¡Buena caza! ––gritó Baloo sentado sólo sobre por la noche para sorprender a algún mono
sus cuartos traseros. poco avispado. ¡Ssshs! Hay que tener cuidado
además con las ramas. Están todas podridas,
Kaa era sorda, como lo son normalmente las
especialmente las mayores, o secas.
pitones. Se preparó para el ataque enrollándose
en forma de espiral, con la cabeza baja. ––Es posible que sea por tu peso ––le dijo Baloo.
––Que la caza sea buena para todos ––contestó– ––Realmente no me falta longitud ––contestó
–. ¡Ah! ¿Eres tú, Baloo? ¿Qué haces aquí? ¡Bue- Kaa con aire de orgullo––. Pero sigo pensando
na caza, Bagheera! Necesito comer. ¿Habéis que la culpa no es mía, sino del ramaje nuevo.
visto algo cerca? Me conformo con un gamo, En mi última cacería estuve a punto de caerme
aunque sea joven. Me siento tan vacía como un al suelo. Y al no tener fija mi cola al tronco del
pozo seco. árbol, produje tal ruido que los monos se des-
pertaron y comenzaron a insultarme.
––Vamos de caza ––dijo Baloo sin dar impor-
tancia a sus palabras. No es una buena táctica ––Lombriz de tierra, miserable y sin patas ––
meter prisa a las serpientes pitones. Son dema- dijo como sin quererlo Bagheera.
siado grandes para ser rápidas.
––¡Ssshss! ¿Me han insultado así alguna vez? ––
––Dejadme que vaya con vosotros ––les rogó preguntó Kaa airada.
Kaa––. A Baloo y a Bagheera no les importa dar
Así nos insultaron a nosotros los Bandar-log en
un zarpazo más o menos. Yo, en cambio, me
la Luna nueva pasada. No les hicimos caso.
veo obligada a esperar días enteros en alguna
Dicen cualquier cosa. Hasta que te has quedado
senda perdida del bosque. O subir a los árboles
sin dientes, que tienes miedo a todo lo que sea
mayor que un cabrito ––los monos son unos Selva y entre los vuestros, estáis siguiendo el
deslenguados ––y que tienes miedo a los cuer- rastro de los Bandar––log ––respondió con fina
nos ––siguió insidiosamente Bagheera. cortesía Kaa, al mismo tiempo muerta de curio-
sidad.
Las serpientes pitones disimulan sus sentimien-
tos. jamás dan muestras de haberse encoleriza- ––Realmente ––dijo Baloo––, yo soy un viejo
do. Kaa quiso mostrarse así. Pero Baloo y Bag- maestro de la Ley, no demasiado inteligente,
heera vieron cómo se le hinchaban los enormes encargado de enseñársela a los lobatos de la
músculos del cuello. manada de Seeonee, y amigo de Bagheera, que
me acompaña.
––Los monos han abandonado su territorio ––
dijo con aparente tranquilidad––. Oí sus gritos Bagheera cerró con ruido sus mandíbulas. Ella
justamente cuando salía a tomar el sol. Se oían no era partidaria de falsas modestias.
en las copas de los árboles.
––El asunto que traemos entre manos es éste ––
––Pues precisamente vamos siguiendo su rastro dijo Bagheera dirigiéndose a Kaa––; esos mise-
––dijo Baloo. rables y despreciables ladrones de nueces nos
han robado a nuestro amigo, el cachorro huma-
No le salieron las palabras como él hubiera que-
no. Seguramente habrás oído hablar de él.
rido. Recordó de pronto que el era el primer
animal de la Selva que había mostrado cierto ––Sí, me dijo algo Ikki ––ciertamente, está cada
interés por la vida de los monos. día más infatuado de sus púas–– acerca de una
cría de hombre admitida en una manada. Pero
––Evidentemente, el asunto debe de ser muy
serio cuando vosotros, tan importantes en la
no lo tomé en serio. Ikki es un relator de noti- go, sin saber por qué, la parten y la tiran. No
cias mal oídas y peor contadas. quisiera estar yo en la piel del hombrecito. ¿Os
acordáis si cuando me insultaron me llamaron
––En esta ocasión estaba en lo cierto. Y se trata
pez amarillo?
de un hombrecito maravilloso. Nadie hubo se-
mejante a él ––dijo Baloo––. Es inteligente, ele- ––Sólo lombriz, lombriz de tierra ––dijo Bag-
gante, el mejor. Hará famoso mi nombre en heeray algunas otras cosas que me avergonza-
toda la Selva, Kaa. Lo queremos locamente. ría repetir ahora.
––¡Bueno! ¡Bueno!, que no sólo vosotros sabéis ––Creo que será conveniente recordarles que
lo que es querer. Si yo hablara, os enteraríais de deben tener más respeto a su maestro. Sí, hay
muchas cosas. ––Nos las tienes que contar una que refrescarles la memoria. Pero ¿tenéis idea
noche de Luna y con el estómago lleno ––dijo de adónde se han llevado al hombrecito?
Bagheera––. Los monos tienen en su poder a
––No. La Selva lo sabrá. Creemos que se lo lle-
nuestro hombrecito. Y sabemos, Kaa, que eres
varon hacia poniente. Pensábamos que tú lo
tú el único animal de la Selva al que temen.
sabrías.
––A nadie más. Y no les faltan motivos para
––¿Yo? Los suelo atrapar, si se me ponen al pa-
pensar así ––dijo Kaa––. Los monos son unos
so, en los caminos. Pero nunca en las ramas ni
charlatanes necios y vanidosos. Si tienen a un
en las lagunas.
hombre entre ellos, está claro que corre peligro.
Cogen una nuez, les cansa enseguida y la tiran. ––¡Eh! ¡Baloo, de la manada de lobos de Seeo-
Cogen una rama, la llevan toda una mañana, nee! ¡Mira hacia arriba!
dicen que van a hacer maravillas con ella y lue-
Baloo vio a Rann, el buitre, que caía en picado la cabeza de lo que mate y te la ofreceré a cam-
desde el cielo. El sol alumbraba el borde levan- bio de tus servicios, a ti, el mejor de los buitres.
tado de sus alas. A esas horas, Rann tenía que
––Lo que he hecho no es nada. El chico se lo
estar ya durmiendo. Había sobrevolado la Selva
merecía. Se acordó de las Palabras Mágicas. Me
en busca del oso, pero el follaje le había impe-
sentí obligado a cumplir su encargo ––después
dido verlo.
de decir esto se elevó en círculos, volando luego
––¿Traes noticias? ––dijo Baloo. en busca de refugio.
––Sí. He visto a Mowgli entre los monos. Me ––Felizmente, no ha perdido la lengua ––dijo
encargó insistentemente que te lo dijera. Los he Baloo con orgullo––. Tan joven y ha sido capaz
seguido. Se lo han llevado al otro lado del río, a de acordarse de las Palabras Mágicas justamen-
la ciudad de los monos, a las Moradas Frías. te cuando se lo llevaban a través de la Selva.
Como son tan imprevisibles, es posible que se
––Se las metiste en la cabeza a fuerza de golpes
queden allí un breve o largo tiempo. De todos
––comentó Bagheera––. Pero me siento orgullo-
modos, he encargado a mis amigos, los murcié-
sa de él. Vamos a las Moradas Frías.
lagos, que los vigilen durante la noche. Es todo.
Buena suerte. En la Selva todo el mundo conoce dónde están
las Moradas Frías, pero nadie se acerca a aquel
––Buena suerte también para ti. Felices sueños
lugar. Se trata de una ciudad antigua y aban-
después de haber llenado bien el buche, Rann –
donada, medio enterrada en la Selva. Las fieras
–gritó Bagheera alborozada––. Te tendré en
no suelen hacer sus guaridas donde antes habi-
cuenta cuando cace la próxima vez. Reservaré
taron los hombres. La puede hacer el jabalí,
pero nunca los animales cazadores. Ni siquiera ranza de que, aunque más despacio, los segui-
los monos viven regularmente allí. Todos los ría. Bagheera se adelantó con ese trote caracte-
habitantes de la Selva suelen dejar un enorme rístico de los animales de su especie. Kaa no
espacio entre su camino y las Moradas Frías. hizo comentario alguno, pero precedía siempre
Acuden a aquel lugar solamente en momentos a la pantera, aunque ésta acelerara su carrera.
de sequía pertinaz. Entonces, las cisternas y Ganó terreno Bagheera cuando, al llegar a un
estanques de la ciudad abandonada suelen con- arroyo, lo pasó de un salto. Kaa tuvo que va-
servar alguna reserva de agua. dearlo, dejando asomar solamente su cabeza y
una pequeña parte del cuerpo. Pero en cuanto
––Si vamos a toda velocidad, es posible que
tocó tierra de nuevo alcanzó con toda facilidad
lleguemos allí hacia medianoche ––comentó
a la pantera.
Bagheera. Baloo se quedó serio, como asustado.
––¡Por la cerradura que me permitió ser libre! –
––Iré a mi máxima velocidad ––dijo Baloo pre-
–dijo Bagheera––. Eres una andariega invenci-
ocupado.
ble.
––No podemos esperarte. Síguenos, Baloo. Kaa
––Tengo hambre ––dijo Kaa––. Y, además, ten
y yo somos siempre veloces.
en cuenta que me han llamado rana manchada.
––Sabes que aun sin pies puedo alcanzar la
––Lombriz de tierra y amarilla, para mayor
misma velocidad que tú que tienes cuatro patas
exactitud.
––dijo Kaa. Baloo se esforzó por ir lo más rápi-
damente posible. Pero pronto se rindió a la rea- ––Es lo mismo. Continuemos ––parecía que Kaa
lidad. Se sentó agotado. Lo dejaron con la espe- se confundía con la tierra. Encontraba con toda
seguridad el camino más corto y lo seguía sin donde habitaban los elefantes del rey. Pero las
equivocarse. losas del suelo estaban separadas por las hier-
bas y los árboles que crecían a discreción. Era
En las Moradas Frías los Bandar-log pensaban
posible ver desde el palacio grandes hileras de
en todo menos en los amigos de Mowgli.
casas sin techo. Eran las casas de la antigua ciu-
Cuando llegaron con el muchacho a la ciudad
dad. Parecidas a colmenas sin tapadera, sólo
perdida, se quedaron satisfechos. Mowgli no
estaban habitadas por las sombras más oscuras.
había visto jamás una ciudad india y, aunque
Había un enorme ídolo derribado en la con-
ésta no era ya más que un montón de ruinas, le
fluencia de cuatro avenidas. Lo que antigua-
pareció deslumbrante y soberbia. Fue edificada
mente habían sido fuentes y pozos, ahora eran
por un rey, hacía muchos años, en lo alto de
solamente unos hoyos secos casi todo el año.
una colina. Todavía se adivinaban las calzadas
Las preciosas cúpulas antiguas estaban hundi-
que conducían a las puertas. De éstas sólo que-
das y flanqueadas por higueras silvestres.
daba el recuerdo de algunas tablas adheridas
todavía a los goznes herrumbrosos y práctica- Los monos se la habían atribuido como su ciu-
mente destruidos. Los árboles crecían por todas dad. Despreciaban a todos los animales por
partes. De los muros, que habían perdido sus vivir en el bosque. Pero nunca llegaron a com-
fortificaciones suplementarias, colgaban en prender por qué se habían levantado todos
grandes matas las enredaderas. La colina estaba aquellos edificios, y menos aún el uso que se
coronada por un gran palacio sin techumbre. El había hecho de ellos. Se sentaban en círculos en
precioso mármol de patios y fuentes estaba es- la antecámara de la sala del Consejo, se quita-
tropeado, lleno de manchas, roto. Se veía cla- ban las pulgas y bravuconeaban como hombres.
ramente todavía cuáles habían sido las salas Salían o entraban en las casas sin techo, trans-
portaban yeso o ladrillos hasta un sitio, y luego De nuevo volvían a rebrotar los antiguos pro-
se olvidaban por qué y dónde lo habían escon- blemas hasta que, cansados de todo, se iban de
dido. la ciudad a las copas de los árboles con la estú-
pida esperanza de que los animales de la Selva
Peleaban por creerse robados por los demás. Y
se fijaran en ellos.
cuando más enfadados parecían estar, empeza-
ban a jugar, bajando y subiendo como locos las A Mowgli, perfectamente educado en la Ley de
terrazas del jardín real, sacudiendo fuertemente la Selva, le pareció una vida sin sentido. Llega-
los rosales y los naranjos, por el simple placer ron a las Moradas Frías, llevando a Mowgli, al
de ver cómo caían las flores o los frutos. Cono- caer la tarde. Normalmente deberían haberse
cían todos los pasadizos subterráneos del pala- ido a dormir, teniendo en cuenta el largo viaje.
cio. Pero enseguida se olvidaban de lo que aca- Pero los monos se pusieron en círculo y empe-
baban de ver. Se consideraban tan importantes zaron a cantar absurdas canciones. Incluso
como los hombres cuando paseaban solos o en hubo uno, que, sintiéndose orador, les dijo a
pequeños grupos por aquel laberinto. Bebían en todos que la captura de Mowgli representaba la
las cisternas, pero sin cuidado alguno. Por eso fecha del inicio de una nueva era para los Ban-
ensuciaban el agua y discutían por ello. dar––log. Les iba a enseñar, uniendo ramas y
cañas, a construir refugios contra la lluvia.
Pero, pasando inmediatamente del enfado a la
Mowgli, como demostración de su capacidad,
alegría desmedida, gritaban todos juntos:
cogió algunas enredaderas y empezó a entrete-
––Somos los más sabios de la Selva, los mejores, jerlas. Los monos trataron de imitarlo. Pero el
los más inteligentes, los más fuertes y los más juego sólo les duró unos minutos. Faltos de
prudentes.
interés, empezaron a tirarse de las colas y a sal- sin sentido. Sus manos son como las de los pe-
tar sobre sus cuatro patas. queños ladrones. Seré el único culpable si me
matan de hambre. Tengo que hacer todo lo po-
––Quiero comer ––dijo Mowgli––. Soy un foras-
sible y lo imposible por volver a la Selva. Segu-
tero en esta parte de la Selva. Dadme algo de
ro que Baloo me va a dar una paliza. Pero lo
comer o permiso para cazar.
prefiero a estar aquí con los monos perdiendo
Faltó tiempo para que veinte o treinta monos se el tiempo.
lanzaran fuera de la ciudad en busca de nueces
En cuanto llegó a las murallas, los monos le
silvestres. Pero, como de ordinario, se enzarza-
hicieron retroceder. Le aseguraron que no sabía
ron, cuando volvían, en una pelea y echaron a
apreciar la suerte que había tenido al estar con
perder lo que traían. Pensaron que no valía la
ellos en aquella ciudad. Le pellizcaron para que
pena ofrecer a su huésped aquellas frutas es-
aprendiera a ser más agradecido. Rechinó los
tropeadas.
dientes y se calló. Se dirigió a una terraza si-
Mowgli sentía dolores por todo el cuerpo; esta- tuada sobre los depósitos de piedra roja desti-
ba magullado, malhumorado y hambriento. nados a recoger agua. Se dio cuenta de que los
Erró por la ciudad abandonada, lanzó de cuan- depósitos estaban medio llenos. En mitad de la
do en cuando el grito de caza de los extraños. terraza había un cenador* destinado a las reinas
Nadie le contestó. Se convenció de que había que habían vivido en aquel palacio hacía unos
ido a parar a un sitio indeseable. cien años.
––Qué razón tenía Baloo ––pensó––. No tienen El techo, construido en forma de cúpula, estaba
jefes, ley, ni grito de caza. Sólo palabras inútiles, medio hundido. Eso había hecho que la comu-
nicación entre el cenador y el pasadizo, usado de ahora en adelante se fijarán en nosotros. Te
antiguamente por las reinas, estuviera imprac- darás cuenta de que somos importantísimos.
ticable. Pero las paredes, perfectamente en pie,
Nada pudo oponer Mowgli a esa idea peregri-
parecían unos biombos de mármol afiligranado,
na. Los monos se reunieron a cientos en la te-
blanquísimo, con incrustaciones de ágata*, cor-
rraza para escuchar a sus oradores. Éstos canta-
nalina* y jaspe*. Cuando la Luna se asomó por
ban las excelencias de los Bandar-log. A veces se
detrás de la colina, filtró su luz a través de
callaban para tomar aliento. Y entonces, todos a
aquellos calados, y dibujó en el suelo una espe-
la vez gritaban:
cie de manto negro hermosísimo.
––Es cierto. Es lo que todos pensamos.
Mowgli, derrengado, con sueño y hambre, no
pudo menos de reírse cuando unos veinte mo- Mowgli asentía con la cabeza, parpadeaba, res-
nos a la vez empezaron a predicarle lo grandes, pondía con un sí cuando le preguntaban algo, y
sabios, fuertes y discretos que eran. Y que era sentía al mismo tiempo un enorme mareo ante
un loco por intentar separarse de ellos. todo aquel alboroto.
––Somos inmensos, libres, extraordinarios y ––Parece que Tabaqui los ha mordido a todos y
dignos de admiración por parte del resto de los comunicado su locura. Porque están todos lo-
animales de la Selva. Como nosotros estamos cos. Pero ¿cuándo duermen? Veo que está for-
convencidos de ello, tiene que ser verdad –– mándose una nube en el firmamento. A ver si
gritaban––. Pero tienes que enterarte de quiénes cubre la Luna y, aprovechando la oscuridad,
somos. Tú vas a tener ocasión de repetírselo logro escabullirme. Aunque estoy muy cansa-
después a todos los animales de la Selva. Así, do.
Dos amigos de Mowgli contemplaban la misma ––¡Buena caza! ––dijo Kaa con aire feroz, mien-
nube desde los fosos que rodeaban las murallas tras se deslizaba sin hacer ruido alguno hacia la
de la ciudad abandonada. Sabían que era peli- zona occidental del muro. La gran pitón tardó
groso luchar con los monos. Siempre se junta- en encontrar un camino practicable.
ban en número enorme, y Bagheera y Kaa co-
Al instante la nube interceptó la visión de la
nocían perfectamente el peligro que eso supo-
Luna. Mowgli se quedó expectante después de
nía. Los monos presentan batalla sólo cuando se
oír los pasos rapidísimos de Bagheera, que ya
encuentran en la proporción de uno a cien. Pero
estaba en la terraza en medio de los monos.
no hay animal de la Selva que se atreva a luchar
Había subido la pendiente sin hacer ruido y
contra ellos con esa enorme desventaja.
empezó a repartir golpes a diestro y siniestro.
Yo me dirigiré hacia el lado oeste de la muralla No valía la pena morder. Los monos estaban
––dijo Kaa como en un susurro––. El terreno sentados alrededor de Mowgli en círculos de
está en declive y me permitirá lanzarme desde cincuenta o más. Se oyó un enorme aullido de
allí contra los monos. Seguro que no se me rabia y sorpresa. Bagheera tropezó con los
vendrán encima a centenares. cuerpos de los monos que habían rodado por el
suelo al ritmo de sus golpes. Uno de ellos gritó:
––Por mi parte sé lo que hay que hacer. Pero es
una lástima que Baloo no esté con nosotros. ––¡Es uno solo! ¡Matadlo! ¡Matadlo!
Voy a esperar a que la nube cubra la Luna y
Los monos se lanzaron en masa desordenada a
entonces aprovecharé para subir a la terraza.
morder, arañar, romper y arrancar cuanto pu-
Veo que están celebrando una especie de Con-
diesen. Se precipitaron ciegamente sobre Bag-
sejo. Seguramente para deliberar sobre Mowgli.
heera. Media docena se apoderó de Mowgli, lo
arrastró fuera del cenador y lo arrojó al agujero Toda ruina en la India se convierte, con el tiem-
que había visto él antes. Cayó hasta el fondo. po, en un refugio ideal para las serpientes. Por
Cualquier chico se hubiera lastimado seriamen- eso el antiguo cenador era un hervidero de co-
te. Había caído desde unos cuatro metros de bras.
altura. Pero a Mowgli le había enseñado Baloo a
Amigo, estate quieto, no te muevas. Nos harías
caer: siempre de pie. ––No te muevas de ahí ––
daño con tus pies. Mowgli siguió fielmente la
le gritaron los monos hasta que hayamos mata-
indicación. A través de los calados escuchó el
do a tus amigos. Luego, vendremos a jugar con-
ruido tremendo de la lucha de Bagheera contra
tigo. Esperamos que el Pueblo Venenoso respe-
los monos. Era fácil oír los aullidos, el chasqui-
te tu vida.
do de las mandíbulas, el resoplar de Bagheera
––Vosotros y yo tenemos la misma sangre –– mientras avanzaba y retrocedía, buscando po-
dijo Mowgli con mucha prisa por pronunciar siciones defensivas contra el enorme montón de
las Palabras Mágicas salvadoras: las que sirven sus enemigos. Sólo trataba de salvar su pellejo.
para las serpientes. Distinguía con claridad sus Le sucedía eso por primera vez en su vida.
roces y sus silbidos entre los escombros que lo
«Seguro que Baloo anda cerca. Bagheera jamás
rodeaban. Para estar más seguro, volvió a gritar
habría venido sola a esta misión», pensó Mow-
de nuevo:
gli. Entonces gritó con todas sus fuerzas:
A que es verdad, ssss.
––Bagheera, a las cisternas*. Zambúllete com-
––Vosotras, protegeos ––dijeron seis serpientes pletamente.
en tono muy bajo.
Bagheera oyó repetir la indicación. Al ver que hizo ver que Bagheera había alcanzado las cis-
Mowgli estaba a salvo, sintió que sus fuerzas ternas. Allí los monos no podían perseguirla.
renacían. En un esfuerzo desesperado, despa-
La pantera estaba metida en el agua hasta el
cio, se fue abriendo camino hacia las cisternas.
cuello. El cansancio hacía difícil su respiración.
Golpeaba en el más absoluto silencio. Fue en-
Los monos vigilaban desde las orillas. Se les
tonces cuando oyó una voz, que llegaba desde
notaba una enorme agresividad. Estaban cla-
las ruinas del muro próximo a la Selva. Era un
ramente dispuestos a echarse sobre Bagheera en
grito salvaje, el de Baloo. Aunque había hecho
cuanto hiciera el menor intento de salir del
todo lo posible, no había podido llegar antes.
agua. La pantera levantó la cabeza desesperada,
––Bagheera, estoy contigo ––gritó––. Subo. Voy buscando protección, y lanzó un grito que en-
a ayudarte. ¡Brrr! Todo resbala bajo mis pies. tienden muy bien las serpientes: Tú y yo tene-
Espérame. Malditos monos. mos la misma sangre.
Casi sin aliento llegó a la terraza. Quedó prácti- Temió que Kaa se hubiera echado atrás en el
camente enterrado por un enorme montón de último momento. Baloo no pudo evitar la risa
monos. Se afianzó sobre las patas traseras. Con cuando vio que hasta Bagheera pedía auxilio.
las delanteras iba cogiendo monos, golpeándo- Tampoco el se encontraba demasiado bien, me-
los unos contra otros. Se oía el iplafl, iplafl, algo dio aplastado por los monos y empujado hasta
parecido al chapoteo de las palas de la rueda de el borde de la terraza.
un barco de vapor. Se sintió satisfecho cuando
En ese momento, Kaa salvaba el muro del oeste.
el ruido de un cuerpo que caía en el agua le
Al coronarlo, su enorme cuerpo desprendió una
piedra que fue a caer al foso. El terreno le era
muy favorable. Se alegró. Hizo ejercicio for- de su enorme cuerpo. Es como una lanza, un
mando una serie de anillos y desenroscándose ariete* o un martillo de media tonelada. Y ese
luego. Notó que estaba en perfecta forma para enorme peso está movido por una inteligencia
la lucha. fría, metódica, calculadora, asesina, que se ba-
lancea en lo alto de un larguísimo palo. Aun
Así se preparó, mientras Baloo seguía protago-
midiendo solamente un metro, una serpiente
nizando la batalla. Los monos aullaban alrede-
pitón puede derribar a un hombre hecho y de-
dor de la cisterna donde se encontraba en apu-
recho si lo golpea de lleno en el pecho. Imagi-
ros Bagheera.
naos lo que serían atacando los nueve metros
Mang, el murciélago, volando en todas direc- de Kaa. Embistió, para empezar, hacia el centro
ciones, llevó la noticia de la gran batalla a toda de la enorme masa de monos que aplastaba a
la Selva. Hathi, el elefante salvaje, comenzó a Baloo. Lo hizo en un silencio perfecto. No nece-
barritar*. Los monos acudieron desde todas sitó repetir el ataque. Los monos huyeron des-
partes, aun desde los sitios más lejanos, para pavoridos gritando:
ayudar a sus hermanos en la batalla de las Mo-
––¡Es Kaa. Corred. Poneos a salvo!
radas Frías. Cundieron la alarma y la alerta
entre todas las aves diurnas. Kaa había sido el terror de generaciones enteras
de Bandar-log. Todos se portaban bien con sólo
Kaa, sintiendo el ciego instinto de matar, atacó
nombrarla. Kaa era capaz de deslizarse por las
sin titubeos, con enorme rapidez. Una serpiente
ramas con el silencio de la más tenue brisa, el
pitón es temible en un primer ataque por el
silencio del musgo mientras crece. Y al mismo
poder destructor que tiene su cabeza. Parece
tiempo envolvía en sus anillos, en un abrazo
como si comunicara a esa zona toda la fuerza
mortal, al mono más fuerte. La vieja Kaa adop- Se oyó de nuevo el griterío anterior. Los monos
taba todos los disfraces: una rama muerta, un buscaron mayor altura en los muros. Se agarra-
árbol carcomido. Caían en la trampa hasta los ban al cuello de las estatuas y subían a lo más
más hábiles. La rama los rodeaba con sus ani- alto de las defensas de la muralla. Mowgli, que
llos y se los llevaba. Por eso Kaa era para los bailaba de alegría en el cenador, miraba todo a
monos lo más temible de la Selva. Nadie cono- través de los calados. Incluso imitaba al búho
cía los límites de su poder. Nadie se atrevía a como para burlarse del terror de los monos, y
mirarla cara a cara. Ningún mono había esca- manifestar su alegría.
pado con vida de sus anillos. Por eso huyeron
––Kaa, saca a nuestro amigo de la trampa. Me
como locos a refugiarse donde pudieron: en los
siento sin fuerzas ––dijo Bagheera––. Vámonos
muros, los techos, las casas. Baloo empezó a
cuanto antes. Nos podrían atacar de nuevo.
respirar. Aunque tenía la piel más resistente
que su amiga Bagheera, había sufrido en la lu- ––Sólo se moverán cuando yo se lo mande.
cha. Entonces, Kaa lanzó un silbido largo y pe- ¡Quietos todos! ¡Psshs! ––silbó Kaa, y la ciudad
netrante, como suelen hablar los pitones. Los recobró su silencio. Kaa se dirigió de nuevo a
monos que acudían en ayuda de sus amigos se Bagheera:
quedaron en los árboles, petrificados por el ––No me fue posible llegar antes, hermana. De
miedo. Cesó el griterío de todos los que se todos modos, creo que oí tu llamada.
habían refugiado por allí. En el silencio que
reinó entonces en la ciudad abandonada, Mow- ––Es posible que gritara en medio de la lucha ––
gli oyó cómo Bagheera salía de la cisterna y se contestó Bagheera––. ¿Cómo te encuentras, Ba-
sacudía el agua. loo? ¿Te han hecho daño?
––Me han zarandeado de tal modo que creo que Tras un detenido examen, Kaa descubrió una
en estos momentos en vez de ser uno soy un grieta en la pared de mármol. Era el punto dé-
centenar de oseznos ––contestó con mucha se- bil. Calculó la distancia, se levantó a una altura
riedad Baloo estirando las patas––. ¡Wuaaa! de unos dos metros y propinó al muro unos
Siento dolores por todo el cuerpo. Kaa, Baghee- cuantos testarazos. Su nariz fue lo primero que
ra y yo te debemos la vida. chocó contra el mármol. Cayó el cenador entre
ruido y polvo, Mowgli salió por el boquete que
––No tiene importancia. ¿Dónde está el hom-
se había abierto y fue a colocarse entre Baloo y
brecito?
Bagheera, echando un brazo al cuello de cada
––Aquí, en la trampa. No puedo encaramarme uno.
y salir de ella ––les gritó Mowgli dándose cuen-
––¿Te han echo daño? ––preguntó Baloo emo-
ta de que tenía sobre su cabeza la cúpula rota.
cionado, abrazándolo.
––Sacadlo cuanto antes de aquí. Está bailando
––Tengo dolores por todas partes, estoy ham-
locamente al estilo de Mao, el pavo real. Si con-
briento y mi cuerpo es un puro cardenal; pero
tinúa así, aplastará a alguna de nuestras crías ––
¡cómo os han puesto a vosotros! ¡Estáis cubier-
dijeron las cobras.
tos de sangre!
––¡Ja! ¡ja! ¡Qué gracia! ––exclamó Kaa riendo––.
––Otros han pagado también el tributo de la
El cachorro humano tiene amigos en todas par-
sangre ––y, mientras lo decía, Bagheera miraba
tes. Mowgli, retírate. Y lo mismo vosotras, Pue-
el montón de monos muertos que había en la
blo Venenoso. Voy a derribar la pared.
terraza y cerca de la cisterna.
––Pero lo nuestro no tiene importancia. Lo im- momentos. En agradecimiento, cuando tengas
portante es que estás a salvo, vida mía, mi or- hambre y yo haya cazado, será todo para ti,
gullo ––dijo Baloo hipando emocionado. amiga Kaa.
––De todo habrá tiempo de hablar luego ––dijo ––Mil gracias, hermano ––dijo Kaa al mismo
Bagheera sembrando la inquietud, por su tono tiempo que sus ojos brillantes despedían deste-
seco, en el corazón de Mowgli––. Pero ahí está llos de malicia––. Me gustaría saber lo que mi
Kaa, a la que debemos tú, tu vida, y nosotros hermano, este fiero cazador,
haber ganado la batalla.
es capaz de matar. Te pido permiso para seguir-
Cuando Mowgli se volvió, vio a escasa distan- te cuando vayas de cacería.
cia de su cara la cabeza de Kaa balanceándose.
––En realidad, de momento no soy capaz de
––¡Bueno! Así que éste es el hombrecito ––dijo matar presa alguna. Soy todavía demasiado
Kaa mirándole fijamente––. Tienes la piel muy pequeño. Pero asusto a las cabras y las envío
fina y te pareces mucho a los monos, los Bandar- astutamente hacia el lugar donde están quienes
log. Ten cuidado, hermano. Es posible que al- pueden matarlas. Si algún día tienes el vientre
gún día, hacia la hora del crepúsculo, después vacío, te vienes conmigo y te convencerás de
de haber cambiado mi piel, en los días en que que no te estoy engañando. Manejo con destre-
me encuentro más baja de vista, me equivoque za estas manos que ves ––y entonces se las mos-
y te confunda con un mono. tró––. Y es más, si algún día caes en una tram-
pa, te pagaré la deuda que he contraído contigo
––Tú y yo tenemos la misma sangre ––dijo
hoy. Y lo mismo haré con Baloo y Bagheera.
Mowgli––. Me has salvado la vida hace unos
Sois realmente mis maestros. ¡Buena suerte!
––Ha hablado maravillosamente ––dijo Baloo ––Se nos ha escondido la Luna. De todos mo-
admirando la habilidad con que Mowgli se dos, ¿hay luz suficiente para que me veáis? ––
había expresado para dar las gracias. Kaa dejó dijo Kaa.
caer blandamente la cabeza sobre el hombro del
––Kaa, te vemos perfectamente ––fue la res-
muchacho, mientras le decía:
puesta unánime y aterrada.
––Tu corazón es grande y tu lengua hábil. Entre
––Perfecto. Empieza la Danza. Conocéis mi
las dos cosas llegarás muy lejos en la Selva. Pe-
Danza del Hambre. Quietos todos y mirad.
ro ahora márchate con tus amigos. Vete a dor-
mir. La luna va a desaparecer y no quiero que Se enroscó un par de veces en forma de anillos
veas lo que va a suceder aquí. enormes. Balanceaba la cabeza de derecha a
izquierda. A continuación, empezó una Danza
La Luna se hundía silenciosamente tras las coli-
de óvalos y extraños ochos, triángulos sin vérti-
nas. Los monos parecían una guirnalda en los
ce, cuadrados, toda clase de figuras. Siempre al
muros y salientes del escenario de la lucha. Ba-
mismo ritmo, sin descanso pero tranquila-
loo se fue a la cisterna a beber un largo trago de
mente, acompañando todos los movimientos
agua. Bagheera empezó a acicalar su piel con
con un raro zumbido.
todo cuidado. Entonces Kaa, con un extraño
chasquido de mandíbulas, se dirigió hacia el Al mismo tiempo fue oscureciendo. Al final ya
centro de la terraza. Los monos prestaron la no se veían los movimientos de Kaa, pero se-
máxima atención. guía imperturbable el ruido de sus escamas.
Baloo y Bagheera se quedaron petrificados,
quietos, lanzando aullidos lastimeros. Mowgli
no acababa de entender aquello, sobre todo la ––Por ningún motivo separes tu mano de mi
actitud de sus amigos. lomo ––murmuró Bagheera––. Si te separas de
mí, iré ciegamente hacia Kaa.
––Bandar-log ––dijo Kaa––, ¿sois capaces de mo-
ver cualquier parte de vuestro cuerpo sin que ––¿Pero no os dais cuenta de que lo único que
yo os lo mande? Hablad, espero vuestra res- hace es trazar círculos en el suelo? ––dijo Mow-
puesta. gli––. Vámonos ––y los tres se fueron a todo
correr a través de las murallas hacia la Selva.
––No, Kaa. No podemos movernos si tú no nos
lo indicas. ––¡Uff! ––exclamó Baloo al encontrarse sano y
salvo bajo los árboles––. Jamás buscaré otra vez
––Entonces, dad un paso. Acercaos.
la ayuda de Kaa.
Los monos, sin fuerzas, se fueron hacia adelan-
––Es más sabia que nosotros ––y se notaba cla-
te, como, inconscientemente, también Baloo y
ramente el temblor de Bagheera––. Si me hubie-
Bagheera.
ra quedado un rato más en la terraza, habría
––Más cerca todavía ––les silbó Kaa. De nuevo ido a parar a su inmensa boca.
se movieron.
––¿Cuántos serán los que vayan a parar a ella
Mowgli se apoyó sobre sus amigos para apar- antes de que salga la Luna de nuevo? ––dijo
tarlos de allí. Los animales echaron a correr. Baloo––. Va a tener una caza maravillosa, pero
Parecía que salían de una horrible pesadilla. a su estilo.
––Bueno, ¿queréis explicarme lo que significaba
todo aquello? ––dijo Mowgli––. Lo único que vi
fue a la enorme pitón trazando estúpidos círcu- la Danza del Hambre. Y todo porque se le ocu-
los. Tenía la nariz tremendamente hinchada. rrió ir a jugar con los monos.
Era hasta gracioso ––el niño desconocía el po-
––Tenéis razón ––afirmó con tristeza Mowgli––.
der de fascinación de Kaa.
He sido muy malo. Algo me lo dice en el alma.
––Mowgli, si estaba hinchada su nariz, tú eres
––¿Qué establece la Ley de la Selva, amigo Ba-
el culpable. Como eres también el culpable de
loo?
que no haya parte alguna de mi cuerpo que esté
libre de mordiscos: mi cuello, mis orejas, mis Éste no quería disgustar más a Mowgli, pero
patas... Ni Baloo ni yo podremos salir de caza tampoco podía, permitir que se conculcara la
en varios días. Ley. Por eso dijo:
––No tiene importancia ––dijo Baloo––. De to- ––Me acuerdo. Ha cometido una falta y tiene
dos modos, hemos recobrado a nuestro amigo. que ser castigado físicamente. ¿Qué dices a eso,
Mowgli? ––Nada. Está claro que hice mal y,
––Tienes razón, pero hemos empleado un tiem-
además, por mi culpa vosotros estáis heridos.
po precioso. Hubiéramos estado muy bien ca-
zando. Hemos sufrido heridas, hemos perdido Bagheera le propinó entonces media docena de
el pelo ––parece que han arado en mi espalda–– golpes. Lo hizo cariñosa y suavemente. Nada
y hemos puesto en juego nuestra honra. Ten en habría supuesto si hubiera pegado a sus cacho-
cuenta, Mowgli, que yo, la pantera negra, tuve rros, pero para un muchacho aquello resultó
que pedir auxilio a Kaa. Y tú viste cómo Baloo y una monumental paliza. Cuando terminó,
yo quedamos hipnotizados como pajarillos ante Mowgli se enderezó sin decir palabra.
Ahora, siéntate en mi lomo ––dijo Bagheera–– y Alégrate como un niño pequeño;
vamos a casa. en tu cuerpo ya el rabo se adivina.
La maravilla de la Ley de la Selva es que el cas-
Colgados de una rama, hechos silencio,
tigo salda todas las cuentas pendientes. El asun-
nos seduce la hondura de la vida.
to queda absolutamente zanjado.
Soñamos en batallas y conquistas
Mowgli se tendió sobre el lomo de Bagheera, cantadas por poetas en sus versos.
apoyó la cabeza y se quedó profundamente Pensamos en algo que ha de ser tan bello
dormido. No despertó ni cuando lo depositaron que exige como lo hace una caricia.
junto a Madre Loba en la cueva donde tenía su Hermano, aunque no pongas empeño,
hogar. ya en tu cuerpo el rabo se adivina.
Escucháis mil voces de animales,
LA CANCIÓN DE Los BANDAR––LOG pájaros, murciélagos que chillan.
La vida transformada en mil mensajes
que llegan a nosotros cada día.
Guirnalda de alegría cara al cielo, Graciosa jerigonza de verdades.
entre gestos de Luna en pura envidia Portentoso regalo, maravilla.
caminamos. Hazte uno de los nuestros. ¡Qué pobre es el humano lenguaje!
¡Tener sólo dos manos! ¡Qué desdicha! ¿Somos algo más, amigos caminantes?
Nuestra cola es un arco de embeleso Sí, en tu cuerpo el rabo se adivina.
y tenerla yo se que os gustarla. Monos, éste es el ser de nuestra vida.
La muerte de Shere Khan
Venid, haced más apretadas nuestras filas,
que entre pinos enloquecen
buscando uvas silvestres. Cazador, saliste a cazar hoy el primero.
Ruido de mañana enfebrecida. Horas largas de tedio y frío intenso.
Qué grande va a ser nuestra jornada. Enseña la pieza en que tanto soñaste.
Se fue por la selva, mundo impenetrable.
¿Qué fue de tu orgullo, qué fue de tu fuerza?
Volaron muy lejos, por la herida abierta.
Tu vergüenza arrastras con aire de muerte.
Me voy a mi casa. Conozco mi suerte.
TENEMOS QUE VOLVER A LA ÉPOCA EN
QUE hemos situado nuestro primer cuento.
Mowgli abandonó la manada. Recordamos su
lucha en el Consejo de la Roca. Se dirigió direc-
tamente a las tierras de labor donde vivían los
agricultores, pero pensó que estaba demasiado
cerca de la Selva y decidió no quedarse allí.
Sabía que tenía en Shere Khan un enemigo irre-
conciliable. Marchó a buen paso por un camino
que lo dejó en el valle. Luego, aceleró el paso y
recorrió unos veinte kilómetros hasta llegar a ––¡Vaya! ––dijo. Con mucha frecuencia se había
una región que le era completamente des- encontrado ese mismo tipo de barreras cuando
conocida. El valle se abría a una gran llanura, en otras ocasiones, hambriento, había ido a al-
sembrada de rocas y cortada por torrenteras*. guna aldea––. Se ve que aquí también los hom-
En un extremo había una pequeña aldea. Ce- bres temen a los habitantes de la Selva.
rraba el otro la selva mas tupida. Llegaba hasta
Se sentó tranquilamente junto a la entrada. Vio
la zona de pastos. Era como si hubieran hecho
venir a un hombre y se levantó. Le hizo saber
un corte para diferenciar la Selva de los cam-
con signos muy claros, señalando su boca abier-
pos. La llanura estaba salpicada de animales
ta, que tenía hambre y que necesitaba comida.
pastando: búfalos y toda clase de ganado. Los
pastores eran muchachos. Cuando vieron a El hombre lo miró. Salió corriendo por la calle
Mowgli, salieron a todo correr gritando. Se en- de la aldea, la única que había. A gritos llamó al
cargaron de aumentar el ruido de estas voces sacerdote, que apareció enseguida. Era un
los ladridos de los perros vagabundos que ron- hombre muy alto y gordo. Vestido de blanco,
dan siempre las aldeas indias. llamaba la atención porque llevaba pintada en
la frente una señal roja y amarilla. El hombre
Mowgli no hizo caso alguno de todos aquellos
acudió hacia donde estaba Mowgli. Con él se
signos de hostilidad. Tenía demasiada hambre.
llegaron a juntar hasta unas cien personas. To-
Siguió adelante y encontró abierta la entrada
das gritaban y todas señalaban al niño.
del pueblo. El arbusto espinoso que normal-
mente cerraba el paso durante la noche estaba ––El Pueblo de los Hombres no tiene educación
abierto en aquellos momentos. ––se dijo Mowgli––. Se comportan como los
monos grises ––y apartó hacia atrás su melena. con pesados brazaletes de cobre. Lo estudió,
Se quedó mirándolos con aire de pocos amigos. con curiosidad. Con la mano hacía pantalla co-
ntra el sol––. Es cierto que se le parece ––
––¿Se puede saber qué teméis? ––dijo el sacer-
continuó––. Se parece mucho a mi niño, aunque
dote––. Daos cuenta de todas las cicatrices que
es más flaco.
lleva en las piernas y en los brazos. Son las se-
ñales de los mordiscos que le han dado los lo- El sacerdote sabia mucho de la psicología de los
bos. Es un niño lobo que se ha escapado de la aldeanos. Messua era la esposa del más rico del
Selva. lugar. Por eso, después de mirar el cielo, dijo
con toda solemnidad:
Cuando jugaba con sus hermanos, éstos le
habían hincado los dientes más de lo que ––La Selva te devuelve lo que te quitó. Lleva al
hubieran querido. Pero de ahí a que eso fueran muchacho contigo a casa. Reverencia la sabidu-
mordiscos había una gran diferencia. Él sí que ría del sacerdote que cala tan hondo en el cora-
sabia lo que era morder. zón de los hombres.
––¡Qué horror! ––dijeron a coro varias mujeres– ––¡Por el toro que sirvió para mi rescate! ––dijo
–. ¡Le han mordido los lobos! ¡Pobre! ¡Es un Mowgli––. Esto se parece enteramente al exa-
muchacho tan hermoso! Sus ojos parecen as- men que me hicieron para admitirme en la ma-
cuas. Yo diría, Messua, que es exacto al que te nada. Pero bueno, si soy un hombre, he de em-
robó el tigre. pezar a actuar como tal.
––Voy a mirarlo detenidamente ––dijo una mu- El grupo se disolvió. La mujer le indicó a Mow-
jer que se adornaba las muñecas y los tobillos gli que la siguiera hasta su choza. En ella había
algunos muebles: una cama, un arcón de tierra ––De nada me sirve ser hombre ––se dijo a sí
cocida para guardar el grano, adornado con mismo–– si no entiendo el lenguaje que usan
relieves curiosos, una docena de calderos de los hombres––. Estoy sordo, ciego y mudo. Es lo
cobre, la imagen de un dios indio en un peque- que le pasaría a cualquier hombre que en la
ño dormitorio... Y, maravilla, sobre la pared un Selva se quisiera comunicar con nosotros. Debo
auténtico espejo, de esos que se venden en las aprender el lenguaje humano.
ferias.
En la Selva había tenido que aprender a repetir
––¡Nathoo! ¡Nathoo! ––le dijo. A Mowgli ese el grito de alerta del gamo cuando se siente en
nombre le resultaba completamente desconoci- peligro, el gruñido del jabato y muchos sonidos
do––. Recuerda cuando te regalé un par de za- diferentes, así que le fue fácil imitar a Messua
patos nuevos ––al tocar los pies del muchacho cuando ésta pronunciaba una palabra. Antes de
notó la fortísima callosidad de sus plantas. Pa- la noche había aprendido el nombre de muchas
recían pezuñas––. Está claro ––dijo tristemente– cosas que había en la choza.
–. Estos pies jamás han llevado zapatos. Pero
Sin embargo, tuvo sus problemas a la hora de
eres tan parecido a mi hijo Nathoo, que de to-
acostarse. Mowgli no quería dormir bajo cubier-
dos modos te voy a adoptar.
to. Aquello se parecía enteramente a una tram-
Mowgli se sentía violento. Era la primera vez pa de las que se usan para cazar panteras. Así
que estaba bajo techo. La paja del tejado era que, cuando cerraron la puerta, el salió por la
espesa. No podría perforarla en caso de querer ventana. Mowgli se tendió cuan largo era en la
huir. Y la ventana cerrada tampoco era practi- hierba que rodeaba la choza. Pero apenas había
cable.
cerrado los ojos, sintió bajo su barbilla el roce bueno recibir noticias. Me siento muy cansado.
de un hocico suave. Todo es nuevo para mí esta noche. Pero estoy
deseoso de recibir noticias. ––Espero que jamás
––¡Ufffl ––dijo Hermano Gris, el mayor de los
olvides que eres un lobo, que los hombres no
cachorros de Madre Loba––. Buen regalo me
logren borrártelo de la memoria ––dijo Her-
das después de haberte seguido durante tantos
mano Gris con aire de gran preocupación.
kilómetros. Hueles que apestas, a humo de leña
y a ganado. Igual que un hombre. Despierta, te ––Nunca ––dijo Mowgli––. Me acordaré de to-
traigo noticias. dos, especialmente de vosotros los de la cueva.
Pero jamás podré olvidar que me han arrojado
––¿Están todos bien en la Selva? ––preguntó
de la manada.
Mowgli mientras lo abrazaba.
––Pues ahora has de tener cuidado de que no te
––Todos bien. Aunque hay unos cuantos lobos
arrojen de esta otra. Recuerda que los hombres
que se están curando de las quemaduras que les
siempre serán hombres. Su charla vale tanto
produjo la Flor Roja. Y lo más interesante es
como la de las ranas en la charca. Volveré por
que Shere Khan se ha ido a otro cazadero. Está
aquí, pero te esperaré junto a los bambúes.
muy lejos, y dice que sólo volverá cuando le
haya crecido el pelo; el pobre lo tiene todo Después de aquella noche, durante tres inter-
chamuscado. Y que entonces volverá para ente- minables meses, Mowgli apenas salió de la al-
rrar tus huesos a orillas del Waingunga. dea. Estaba ocupado en aprender las costum-
bres de los hombres. No le fue fácil la primera
––Es un asunto que concierne a dos. Recuerda
lección: llevar el cuerpo cubierto por una tela.
que yo también he jurado algo. Pero siempre es
Le resultaba muy molesto. También tuvo que
aprender el valor de las monedas. Le resultó y ayudaba al hombre a poner en su sitio todas
muy difícil. Y algo que jamás encontró útil: las vasijas y cazuelas. Eso era motivo de escán-
arar. dalo para la gente. El alfarero era un intocable y
todavía más el borrico.
Le molestaban los niños. Y menos mal que la
Ley de la Selva le había enseñado a dominarse. Cuando el sacerdote le reprendió con aspereza
En la Selva la vida y la alimentación dependen por haber hecho eso, Mowgli le amenazó con
totalmente de esa facultad. Pero cuando se bur- que si continuaba así lo montaría a horcajadas
laban de él, por no saber hacer volar una come- en el borrico. El sa cerdote aconsejó al marido
ta o por pronunciar mal una palabra, tenía que de Messua que pusiera a trabajar cuanto antes
echar mano del código de honor de la Selva: Es al chico. El jefe de la aldea le mandó al día si-
indigno matar a un cachorro desnudo. De no guiente a apacentar los búfalos. Era el mejor
haberse acordado, los hubiera partido por la trabajo que le habrían podido dar a Mowgli. Y
mitad. como ya era el encargado de algo, tenía derecho
a asistir a las reuniones. Y aquella misma noche
Ni siquiera se daba cuenta de la enorme fuerza
se celebró una. Se hacían diariamente en una
que poseía. Se sabía débil con respecto a otros
especie de plataforma, a la sombra de una gran
animales, pero en la aldea todos le decían que
higuera. Era algo así como el salón de la aldea.
tenía la fuerza de un toro.
Allí estaban todos: el jefe, el vigilante, el barbe-
A Mowgli le tenían sin cuidado todas esas his- ro ––que sabía todos los chismes–– y el viejo
torias de diferencias de casta que los hombres Buldeo, que poseía un arma de fuego. Todos
se habían inventado. Si el borrico del alfarero fumaban.
caía por casualidad en un lodazal*, él lo sacaba
De alguna manera, también los monos partici- reírse. Buldeo seguía hilvanando historias y
paban en las reuniones. Se sentaban en las ra- Mowgli sentía auténticas sacudidas en los
mas altas de la higuera y se dedicaban a parlo- hombros a fuerza de aguantar la risa.
tear. Debajo de la plata forma tenía su guarida
Explicaba muy seriamente Buldeo, por ejemplo,
una cobra. Todas las noche le daban su cuenco
que el tigre que se había llevado al hijo de Mes-
de leche, pues era un animal sagrado.
sua era un tigre duende. En su cuerpo habitaba
Alrededor del árbol tomaban asiento los viejos, el alma de un pérfido usurero que había muerto
que fumaban en pipa. La reunión duraba siem- hacía algunos años. Se llamaba Purun Dass, y
pre hasta muy entrada la noche. Se contaban era cojo. Le habían dado un golpe en un tumul-
maravillosas historias relativas a dioses, hom- to en el que le quemaron todos los libros de
bres y duendes. Pero las más portentosas eran cuentas. Y el tigre también cojeaba. Era eviden-
las que contaba Buldeo sobre las costumbres de te, porque dejaba huellas desiguales cuando
las fieras de la Selva. Los ojos se les salían de las andaba.
órbitas a los maravillados oyentes, que escu-
––¡Es cierto! ¡Es verdad! ––confirmaban los vie-
chaban con enorme interés esas historias debi-
jos lugareños.
do a la cercanía de la Selva. Sus cosechas eran
castigadas por los ciervos y los jabalíes, y no era ––¿Son así todos vuestros cuentos, una sarta de
infrecuente que un tigre se llevara a un hombre embustes y mentiras? ––dijo Mowgli––. El tigre
a la vista de todos los vecinos de la aldea. cojea desde su nacimiento. No me vengáis con
la burda historia de que el alma del avaro se ha
Mowgli estaba más que enterado de todo aque-
refugiado en él. La fiera tiene menos valor que
llo. Se tapaba la cara para que nadie lo viera
un chacal y vuestra historia es completamente Hay una curiosa costumbre en las aldeas indias:
infantil. son los chicos los encargados de la custodia de
los búfalos, de llevarlos a los pastos. Y lo hacen
Buldeo se quedó mudo por la sorpresa. Se re-
desde las primeras horas del día hasta la puesta
puso, miró fijamente al muchacho y luego dijo:
del sol. Esos animales serían capaces de aplas-
––¿Tú eres el chico que ha venido de la Selva? tar a un hombre blanco. Pero se dejan gobernar
Si tanto sabes, te ruego que lleves la piel de ese mansamente, incluso golpear, por unos mucha-
tigre a Khanhiwara. El gobierno ha ofrecido chos que ni siquiera les llegan a la altura del
cien rupias* por ella. Pero es mejor que te calles hocico. Y mientras los muchachos se manten-
y muestres más respeto a las personas mayores. gan junto al ganado, están a salvo de todo peli-
Mowgli se puso de pie dispuesto a marcharse. – gro. Ni los tigres se atreven a atacar la manada
–Llevo mucho tiempo escuchando ––dijo mi- de búfalos. Los chicos corren peligro en cuanto
rando desdeñosamente––. Y en todo este tiem- se desvían para coger flores o perseguir lagar-
po, salvo en dos detalles, Buldeo no ha dicho tos. Pueden desaparecer para siempre.
una sola palabra que sea verdad. No puedo Mowgli pasó por la única calle de la aldea ca-
creer esos cuentos de duendes, dioses y espíri- balgando sobre Rama, el toro guía del rebaño.
tus que él asegura haber visto. Los búfalos, del color de la pizarra, con sus
––Ese muchacho tiene que ir ya a pastorear el cuernos casi paralelos al lomo, de ojos feroces,
ganado ––afirmó el jefe con tono de enfado. se levantaron de sus establos y lo siguieron.
Mowgli, a sus ojos, era un impertinente. Mowgli, sin palabras, hizo saber a todos los chi-
cos del pueblo que él mandaba entre los niños
pastores. Golpeó a los búfalos con un bambú.
Encargó que lo sustituyera momentáneamente de nuevo. Pero ha dicho que volverá y te mata-
Kamya, uno de los chicos, y recalcó que por rá.
nada del mundo se alejara del rebaño.
––Está bien ––dijo Mowgli––. Mientras Shere
En la India las praderas tienen unas caracterís- Khan no haga acto de presencia, quedaos sobre
ticas especiales. Son un terreno rocoso, lleno de esta roca, tú o uno de los hermanos. Así, yo,
monte bajo y quebradas*. Los rebaños se espar- cuando salga de la aldea, podré veros. Pero en
cen por allí y desaparecen de la vista. Los búfa- cuanto llegue Shere Khan, me esperarás en el
los se detienen en lagunas pantanosas, donde se barranco, junto al árbol que se ve allí, en el cen-
revuelcan por el cieno horas enteras. Mowgli se tro de la llanura. No tenemos por qué dar a
los llevó hasta el extremo de la llanura, justo Shere Khan el gusto de meternos espontánea-
donde el Waingunga desemboca al salir de la mente en sus fauces.
Selva. Se apeó de Rama y se fue hacia un haz de
A continuación Mowgli se tumbó y se durmió.
bambúes. Allí estaba Hermano Gris.
Los búfalos pastaban tranquilamente a su alre-
¡Ah! ––gritó el lobo––. Hace ya muchos días que dedor. Si hay algún oficio perezoso en el mun-
te espero aquí. ¿Qué haces con el ganado? do, es el de pastor de búfalos en la India. El
ganado cambia de sitio, rumia, se echa, se le-
––Es la orden que me han dado. De momento
vanta y no se oye ni el más leve mugido. Emite
soy pastor. ¿Tienes alguna noticia nueva sobre
una especie de gemido sordo. Y normalmente
Shere Khan?
los búfalos se van a un lodazal y se meten en el
––Ha vuelto. Te ha buscado durante mucho fango hasta que sólo se les ven los ojos azules,
tiempo. Al ver que aquí no había caza, se ha ido fijos. Así se quedan como troncos sin vida.
El sol es tan fuerte que parece hacer vibrar las tiempo sólo corre para las personas, pues a su
rocas recalentadas. Los niños que pastorean alrededor todo se queda estancado, inmutable o
oyen de cuando en cuando a un buitre –– eterno. También se entretienen haciendo con
solamente uno–– que, si en ese momento mu- barro figurillas de hombres, búfalos, caballos.
riera alguna vaca, se lanzaría en picado sobre Los hombres llevan cañas. Parecen guerreros
ella. Y el buitre más próximo, a unos kilómetros rodeados de sus fieles ejércitos. Incluso recuer-
de distancia, vería su descenso. Al mismo tiem- dan a dioses que reclaman la adoración de sus
po que el, otros se enterarían del hecho. Y casi devotos.
apenas muerta la vaca, ya estarían sobre ella
Cuando llega la noche, los gritos de los niños
veinte buitres hambrientos. Mientras tanto los
azuzan a los búfalos que se levantan pesada-
chiquillos duermen, se despiertan y siguen
mente de los lodazales. Despegarse del barro es
durmiendo tranquilamente. Se dedican por
tan sonoro como el ruido de los fusiles. En fila,
gusto a tejer cestas con hierba seca, que les sir-
estatuas de barro se dirigen hacia donde ya
ven como jaulas para saltamontes. De vez en
brillan en plena llanura las luces de la aldea.
vez provocan peleas entre mantis religiosas*.
Fabrican collares con nueces de la Selva, alter- Todos los días Mowgli llevaba los búfalos a
nando las rojas y las negras. Les encanta obser- pastar. Y siempre veía a Hermano Gris a la
var a los lagartos al sol y cómo las serpientes misma distancia en la chata llanura. Eso le bas-
cazan ranas en la laguna. Suelen cantar cancio- taba para saber que Shere Khan no había vuelto
nes interminables que adornan con unos arpe- todavía. Y todos los días se acostaba en la hier-
gios* finales típicos del país. Cuando uno oye ba, escuchaba los ruidos y soñaba con su vida
estas canciones, tiene la impresión de que el pasada en la Selva. Mowgli habría notado la
presencia de Shere Khan al más mínimo movi- biera a los cielos a compartir su sabiduría con
miento del tigre. La quietud y el silencio eran los buitres, me lo contó todo. Después le partí el
absolutos a lo largo de aquellas tranquilas ma- espinazo. El plan de Shere Khan es esperarte a
ñanas. la entrada de la aldea esta noche. Quiere en-
frentarse a solas contigo. Ahora está echado en
Pero un día vio a Hermano Gris en el sitio que
el barranco seco del Waingunga.
habían convenido, un árbol de dhák. Con un
gesto satisfecho llevó a los búfalos por el ba- ––¿Sabes si ha comido hoy? ¿O no ha logrado
rranco donde estaba el árbol, cubierto de flores cazar una sola pieza hasta ahora? ––preguntó
rojas y doradas. Hermano Gris estaba allí, con Mowgli muy interesado. Su vida dependía de
todos los pelos del lomo erizados. una u otra respuesta.
––Sabes que decidió esconderse durante un mes Al amanecer cogió una presa; es posible que
para tenerte despistado. Pues lo vi anoche cru- haya sido un jabalí. Y ha bebido. Shere Khan es
zando los campos, con Tabaqui a sus talones –– incapaz de ayunar, ni siquiera cuando sería de
dijo Hermano Gris todo sofocado. prudencia elemental para cumplir su venganza.
Mowgli se mostró preocupado. ––Es un imbécil. Es absolutamente infantil. Está
bien comido, bien bebido y cree que le voy a
––No hay por qué tener miedo a Shere Khan ––
dejar hacer la digestión tranquilamente. ¿Dónde
dijo––, pero temo la astucia de Tabaqui.
dices que está echado? Entre diez seríamos ca-
––No lo temas ––dijo relamiéndose de satisfac- paces de arrastrarlo hasta aquí. Los búfalos no
ción Hermano Gris––. Encontré a Tabaqui querrán embestirlo mientras no olfateen su ras-
cuando estaba amaneciendo. Antes de que su-
tro. Pero siempre podríamos colocarnos detrás Hermano Gris desapareció en un agujero. Por él
de el. Así lo olfatearían y seguirían su rastro. asomó inmediatamente una cabeza gris, que
Mowgli conocía a la perfección. Resonó en la
––Fue astuto. Nadó a lo largo de la corriente del
quietud del ambiente el grito de guerra más
Waingunga para evitar que hiciéramos eso.
aterrador que se puede oír en la Selva: el terri-
––Eso fue un consejo de Tabaqui. Nunca se le ble aullido de un lobo en pleno día. ––¡Akela!
hubiera ocurrido a el algo tan inteligente. ¡Amigo Akela! ––dijo Mowgli aplaudiendo en-
Mowgli, con un dedo en la boca, seguía pro- tusiasmado––. Si estaba claro que no podías
fundamente pensativo. olvidarte de mí. Tenemos un trabajo importante
que hacer entre los dos. Debes ayudarme a di-
––Hay un dato a tener en cuenta: el barranco vidir el rebaño. Ponme a un lado las vacas y los
seco del Waingunga desemboca en la llanura, terneros, y a otro los toros y los búfalos de la-
muy cerca de donde nos encontramos. Si con- bor.
duzco el rebaño hasta la parte alta de la Selva,
luego lo podría lanzar cuesta abajo contra el. Los dos lobos se metieron entre el rebaño. Pare-
Pero le dejaría una escapatoria por la parte infe- cían niños jugando a algo divertido. Entraban y
rior. Debo cerrar esa salida, Hermano Gris. salían levantando a los animales que bufaban y
¿Puedes ayudarme a dividir el rebaño? trataban de cornear a los rapidísimos intrusos.
El rebaño quedó separado en dos grupos: en
––Es posible que yo no sea capaz. Pero segura- uno estaban las hembras que protegían fiera-
mente lo podré hacer con la ayuda de alguien mente a sus crías, colocadas en el centro. Patea-
que he traído conmigo. ban furiosas mirando con ojos asesinos. Estaban
dispuestas a embestir al menor descuido, aplas- paz de saltar ––le dijo Mowgli a gritos––. Y haz
tando a los lobos sin remedio. que se estén allí hasta que bajemos nosotros.
El otro grupo estaba formado por los toros y Los toros salieron cuando Àkela empezó a la-
novillos. También resoplaban y pateaban. Su drar, y Hermano Gris se quedó con el resto del
aspecto era imponente, pero en el fondo eran rebaño. Las vacas embestían. El lobo corrió de-
menos peligrosos. No tenían crías que proteger. lante de ellas hasta que las hizo llegar al pie del
Media docena de hombres no habría dividido el barranco. Akela hacía avanzar a los toros hacia
rebaño tan bien como los lobos. la izquierda.
––¿Hay algo más que hacer? ––esperó Akela ––Perfecto. Con una nueva embestida estarán a
jadeante––, Porque si te das cuenta, intentan punto. Pero ten cuidado, Akela. Si muerdes, te
reunirse. embestirán. Este trabajo es más complicado que
acorralar gamos negros. ¿Sabías que estos ani-
Mowgli montó sobre Rama y le explicó a Akela:
males podían alcanzar semejante velocidad? ––
––Conduce los toros hacia la izquierda. Tú, dijo Mowgli.
Hermano Gris, cuando hayamos salido, mantén
––En mis buenos tiempos los he cazado ––dijo
unidas a las vacas. Llévalas al pie del barranco.
Akela cubierto de polvo––. ¿Los lanzo ahora
––¿Hasta dónde? ––preguntó el lobo. hacia la Selva?
––Hasta que veas que los lados tienen la altura ––Sí, inmediatamente. Veo que Rama está fu-
suficiente como para que Shere Khan sea inca- rioso. No logro comunicarle por qué lo necesito
hoy.
Los toros penetraron por la derecha en la espe- te era rápida, estaba tapizada de hierba y ter-
sura. Lo destruían todo a su paso. Los que pas- minaba en el precipicio. Era un magnífico ob-
toreaban cerca huyeron hacia la aldea con la servatorio de la llanura. Pero lo que satisfizo
noticia de que los búfalos, enloquecidos, se realmente a Mowgli fue descubrir que los late-
habían escapado. rales del barranco estaban cortados a pico. Las
plantas que crecían allí jamás podrían aguantar
Pero Mowgli había concebido un plan sencillí-
el peso de un tigre, si es que Shere Khan se
simo: trazaría un gran círculo mientras subía.
aventuraba a huir por ese camino.
Al llegar al barranco, haría descender a los to-
ros y cogería a Shere Khan entre dos fuegos, ––Déjalos un momento tranquilos ––dijo mo-
entre aquéllos y las vacas. El tigre, bien comido viendo una mano––. Tienen que captar el ras-
y bebido, no lucharía, y sería incapaz de saltar tro. Voy a anunciarle a mi amigo Shere Khan el
el barranco por los lados. Intentaba en esos ciclón que se le viene encima. Lo tenemos en la
momentos tranquilizar a los animales con la trampa.
voz. Akela se había quedado rezagado. No la-
Hizo con sus manos una especie de bocina, gri-
draba más que muy de cuando en cuando para
tó hacia el barranco y produjo el mismo efecto
avivar el paso de la retaguardia.
que en la boca de un túnel. El eco rebotó de
Estaban trazando un círculo enorme. Todavía roca en roca.
querían mantenerse alejados del barranco. De
No tardó mucho en oírse el gruñido de un tigre,
ese modo, Shere Khan nunca advertiría la pre-
perezoso y soñoliento. Era la reacción de al-
sencia de sus atacantes. Mowgli reunió al asus-
guien que, bien comido y bien bebido, harto ya,
tado rebaño en lo alto del barranco. La pendien-
se despierta de un sueño profundo.
––¿Quién me molesta? ––preguntó Shere Khan. furia de la crecida de las aguas. Al pasar, des-
Del fondo del barranco salió chillando y pedían hacia los lados a los más débiles. Todos
huyendo en un vuelo precioso un pavo real. fueron conscientes de lo que se esperaba de
ellos. Era la embestida del terrible ejército de los
––Soy yo, Mowgli. ¡Tú! ¡Ladrón de animales
búfalos. Contra ese ataque ni el tigre más fiero
domésticos! Debes venir conmigo al Consejo de
tenía posibilidad alguna de salir victorioso.
la Roca. ¡Ya! ¡Lánzalos! ¡Akela! Rama, vamos
abajo. Shere Khan oyó el ruido tormentoso de las pe-
zuñas. Se levantó y trató de caminar torrentera
El rebaño se quedó un momento indeciso al
abajo. Vio claramente que los laterales del cauce
borde mismo de la pendiente. Àkela lanzó su
estaban cortados a pico. Estaba abotargado por
tremendo grito de guerra y todos se precipita-
la comida y la bebida, y se dio cuenta de que se
ron hacia abajo. Parecían barcos a la deriva en
encontraba en pésimas condiciones para pre-
una corriente loca. La arena y las piedras salta-
sentar batalla.
ban a su alrededor. Comenzaba la carrera, ya
no había posibilidad de pararla. Rama captó El furioso rebaño pasó chapoteando por la la-
enseguida el rastro de Shere Khan y mugió. guna que Shere Khan acababa de abandonar.
Los mugidos hacían retumbar violentamente el
––Ya es hora ––dijo Mowgli––. Al fin te has en-
estrecho paso. Se oyó otro mugido desde la
terado.
parte inferior del barranco y a Shere Khan re-
La avalancha de cuernos, hocicos humeantes, trocediendo. Entonces comprendió que era me-
ojos dilatados por la ira, cruzó la torrentera. jor luchar contra los toros que contra las hem-
Parecían rocas arrastradas ciegamente por la bras y sus crías.
En ese momento Rama echó por tierra algo. Siguiendo su ejemplo, los demás búfalos se
Tropezó y siguió adelante. Notó que pasaba por encaminaron hacia los pantanos.
encima de una masa blanda. Los demás toros lo
––¡Hermanos! Ha muerto como un perro ––dijo
seguían, casi lo pisaban, y cayeron sobre el que
Mowgli desenfundando el cuchillo que llevaba
venía de la parte inferior del barranco. Fue tal la
colgando al cuello desde su incorporación al
furia del encuentro que los búfalos más débiles
Pueblo de los Hombres––. Aunque es cierto que
volaron por el aire.
jamás se hubiera batido cara a cara. Su piel,
Ambos rebaños, por la tremenda fuerza de la tendida en la Roca del Consejo, causará un efec-
embestida, se vieron lanzados hacia la llanura. to tremendo. Vamos a trabajar enseguida.
Cuando llegó el momento oportuno, Mowgli se
Entonces cayó una mano sobre el hombro de
apeó de Rama y empezó a repartir golpes con el
Mowgli. Levantando los ojos vio a Buldeo con
palo que llevaba.
su mosquetón*. Se había enterado por el relato
––¡Akela! ¡Enseguida! ¡Divídelos! Si no los se- de los chicos de la huida de los búfalos y había
paras, seremos testigos de una enorme refriega. llegado dispuesto a recriminar a Mowgli por no
Akela, haz que te sigan. Rama, tranquilos, todo haber sabido cuidar de los animales.
ha terminado.
Los lobos, en cuanto notaron la presencia del
Akela y Hermano Gris, a base de mordiscos en hombre, pusieron tierra de por medio.
las patas, consiguieron que los búfalos se para-
––¿Qué locura intentas? ––dijo Buldeo de mal
ran. Se dieron la vuelta dispuestos a embestir,
humor––. No pensarás desollar tú solo un tigre.
barranco arriba. Mowgli logró dominar a Rama.
¿Dónde lo mataron los búfalos? Y es el tigre
cojo. Han ofrecido por su piel cien rupias. Bue- así, en estos momentos estaría a una buena dis-
no, voy a hacer la vista gorda sobre la huida del tancia de aquí. No eres capaz de desollarlo co-
rebaño. Y además te daré una rupia como pre- rrectamente y, sin embargo, tú, un advenedizo*,
mio cuando lleve la piel a Khanhiwara ––pal- te atreves a decirme a mí, Buldeo, que deje de
pándose la ropa sacó un pedazo de acero y un quemarle los bigotes. Mira, Mowgli, te vas a
pedernal. Se agachó y quemó los bigotes de quedar sin un céntimo de la recompensa, y en-
Shere Khan, como todos los cazadores indíge- cima te daré una buena paliza. Suelta al tigre.
nas. Así, dicen ellos, se verán libres de la perse-
––¡Por el toro que me sirvió de rescate! ––
cución del espíritu encarnado en los tigres.
exclamó Mowgli, esforzándose por alcanzar ya
––Tiene gracia la cosa ––dijo Mowgli entre la piel de la paletilla––. ¿Crees que voy a perder
dientes mientras desollaba ya una pata––. O toda la tarde charlando con un mono viejo co-
sea, que vas a llevar la piel a Khanhiwara para mo tú? ¡Akela! ¡Ven acá! Espabila de aquí a este
que te den las cien rupias de la recompensa. Y hombre que me está molestando.
luego, magnánimamente, me darás quizá una
Buldeo se encontró de pronto tendido en la
rupia. Pues, mira por dónde, yo necesito esta
hierba. Tenía encima en actitud poco amistosa a
piel para mí solito. Bueno, viejo, aparta ese fue-
un enorme lobo gris. Mientras tanto Mowgli
go.
seguía desollando al tigre tan tranquilo, como si
––¿Te atreves a hablar así al jefe de los cazado- se hallase solo en la India.
res de la aldea? Todo lo que has hecho se lo
––Sí ––decía Mowgli entre dientes––, tienes
debes a la estupidez de los búfalos. Además, el
toda la razón cuando dices que no me vas a dar
tigre estaba harto de comida. De no haber sido
un céntimo como recompensa. Este tigre y yo
teníamos un viejo duelo pendiente y yo he ven- sentir que me haga pedazos este servidor al que
cido. tienes completamente sometido?
Siendo imparcial, hay que reconocer que diez ––Vete en paz. Pero ten cuidado y no te metas
años antes Buldeo se habría enfrentado en ple- de nuevo con mi caza. ¡Akela! ¡Suéltalo!
no bosque con la fuerza de Mowgli. Pero tenía
Buldeo se fue hacia la aldea cojeando visible-
encima a un lobo que obedecía las órdenes del
mente y mirando hacia atrás a la espera de que
muchacho y, por tanto, no podía ser un animal
Mowgli se convirtiera en algo espantoso. Al
como los demás. Allí había magia y encanta-
llegar, contó una historia de magia, encanta-
miento de los malos, pensó Buldeo. Incluso
mientos y brujerías. El sacerdote se puso muy
llegó a dudar que su amuleto le sirviese de al-
serio.
go. Se quedó quieto, tendido, paralizado por el
terror, temiendo que de un momento a otro Mowgli continuó afanosamente su labor. Era
Mowgli se convirtiera en tigre. casi de noche cuando, con la ayuda de los lobos,
acabó de despellejar al trigre. Le dejaron sin su
––¡Gran Rey! ––dijo con voz ronca y como en
enorme piel, de una vistosidad inigualable.
un susurro.
Ahora ––dijo–– tenemos que esconder esta piel.
––¿Qué? ––dijo Mowgli sin volver siquiera la
Y llevemos los búfalos a casa. Vamos a reunir-
cabeza, pero sonriendo satisfecho por el triunfo.
los, Akela. El rebaño se agrupó aunque la luz
––Ya ves que soy un anciano. Jamas pensé que era ya bien escasa. Se fue hacia la aldea. Al
fueses algo más que un pastor de búfalos. ¿Me acercarse, Mowgli se dio cuenta de que había
vas a permitir levantarme e irme, o vas a con- más luces que de ordinario. En el templo se
oían los instrumentos religiosos y el sonido de ––Éstos se parecen totalmente a los de la mana-
las caracolas marinas. La mitad de la población da ––dijo seriamente Akela––. Creo que la única
parecía esperarle a la entrada del pueblo. explicación de las balas es que los hombres te
quieren arrojar del lugar.
––Seguramente ––pensó Mowgli–– es porque
he matado a Shere Khan. Pero una lluvia de ––¡Lobo! ¡Márchate! ––dijo el sacerdote histéri-
piedras silbó muy cerca de su cabeza, y sus oí- camente, agitando al mismo tiempo una rama
dos se llenaron de frases como éstas: sagrada.
––¡Hechicero! ¡Eres hijo de una loba! ¡Eres el ––O sea, que me veo de nuevo en la misma si-
diablo de la Selva! ¡Largo de aquí! De lo contra- tuación. Antes me echaron porque era un hom-
rio, el sacerdote hará que te conviertas de nue- bre y, ahora, porque soy un lobo. Akela, vámo-
vo en lobo. Buldeo, dispara. nos.
El viejo mosquetón hizo fuego. El estruendo fue Pero una mujer, Messua, corrió hacia el rebaño
enorme. Un búfalo joven lanzó un mugido de gritando:
dolor.
––¡Hijo mío! Dicen que eres un hechicero y que,
Ahí tenéis un nuevo hechizo ––dijeron todos a si te lo propones, puedes convertirte en una
la vez––. Buldeo, has herido a tu búfalo. Mow- fiera. Yo no lo creo. Pero márchate. No quiero
gli ha desviado la bala. que te maten. Buldeo afirma que eres un brujo.
Pero realmente sólo has vengado la muerte de
––¿Qué significa todo esto? ––preguntó Mowgli
Nathoo.
sin entender nada. La lluvia de piedras arrecia-
ba.
––Messua, vuelve atrás. De lo contrario te ape- sea con vosotros, hijos de los hombres. Y dad
drearemos ––rugió la multitud detrás de la mu- gracias a Messua; si no fuera por ella, me lanza-
jer. ría con mis lobos a cazaros en vuestras calles.
Mowgli se sonrió, aunque la sonrisa le duró Les volvió la espalda. Echó a andar lentamente
poco, pues una piedra le dio en pleno rostro. acompañado de Akela. Miró las estrellas y se
sintió enormemente feliz.
––Messua, vuélvete ––dijo––. Esto es como uno
de esos cuentos sin sentido que se inventan al ––Akela, se ha terminado para mí dormir de-
anochecer a la sombra de la higuera. Por lo me- ntro de una trampa. Vamos a recoger la piel de
nos he vengado la muerte de tu hijo. Adiós. Shere Khan y alejémonos de aquí. No hagamos
Corre. Voy a lanzar los búfalos contra ellos. mal alguno a la aldea en honor a lo bien que
Serán más rápidos que las piedras que me arro- Messua se ha portado conmigo.
jan.
La Luna se elevó sobre la llanura y lo coloreó
Los búfalos estaban deseosos de volver a la todo de un tinte blanco lechoso. Los aldeanos
aldea. Apenas fue necesario que Akela los em- vieron aterrorizados cómo Mowgli, en compa-
pujara con sus aullidos. Entraron todos como ñía de dos lobos y con un fardo sobre la cabeza,
un torbellino a través de las puertas. Iban derri- corría por el campo. Su trote era como el de los
bando todo y a todos a derecha e izquierda. lobos, ese que les permite devorar las mayores
distancias.
––Contadlos ––les gritó Mowgli con desdén––.
Es posible que os haya robado alguno. Es la Entonces sonaron todos los instrumentos musi-
última vez que los voy a apacentar. Que Dios cales y las caracolas marinas con una enorme
fuerza. Messua lloró. Buldeo empezó a ribetear tendida víctima. ¡Hijo mío! Has hecho lo que
de fantasía las historias de sus aventuras en la debías.
Selva. Llegó a decir que Akela se había erguido
––Muy bien, hermano ––dijo una voz profunda
sobre dos pies hablando como un hombre.
procedente de la espesura––. Te echábamos de
Ya empezaba a descender la Luna cuando menos en la Selva ––y Bagheera llegó corriendo
Mowgli y sus amigos llegaron a la Roca del a lamer los desnudos pies de Mowgli.
Consejo. Se pararon ante la cueva de Madre
Todos juntos subieron a la Roca del Consejo.
Loba.
Sobre aquella roca plana en la que solía colocar-
––Madre ––dijo Mowgli––, me han arrojado de se Akela, Mowgli tendió la piel de Shere Khan.
la manada de los hombres, pero he cumplido Luego, la sujetó con cuatro cañas de bambú.
mi palabra. Vengo con la piel de Shere Khan. Akela se echó sobre ella y pronunció el antiguo
grito del Consejo:
Madre Loba salió de la caverna. Tenía cierta
dificultad al andar. Los lobatos la seguían. Sus ––Mirad, lobos, mirad bien ––el mismo grito
ojos parecían ascuas de fuego cuando vio la que resonó cuando le llevaron allí a Mowgli.
piel.
Desde la destitución de Akela, la manada an-
––Se lo profeticé el día que metió la cabeza en daba sin jefe. Cazaba y luchaba como mejor
nuestra cueva. Quería matarte, ranita mía. Le podía. Pero todavía contestaba a aquel famoso
dije que el que entonces se sentía cazador, un grito por la fuerza de la costumbre.
día, tarde o temprano, sería cazado por su pre-
Los lobos empezaron a acercarse. Unos estaban
cojos porque habían caído en alguna trampa.
Otros arrastraban una pata, destrozada por un ––Sí, has cumplido ––y uno de ellos, cuya piel
balazo. Había algunos sarnosos por comer co- era un desgarrón completo y estaba lleno de
sas infectas. Todos los que quedaban acudieron cicatrices, aulló:
al Consejo. Vieron la rayada piel de Shere Khan
––¡Akela! ¡Vuelve a guiarnos! ¡Cachorro huma-
sobre la Roca y sus enormes garras colgando en
no! ¡Vuelve a guiarnos! No podemos vivir sin
el vacío.
Ley. Queremos ser el Pueblo Libre de otros
Entonces fue cuando Mowgli, sintiéndose poe- tiempos.
ta, compuso una famosa canción. Le nació es-
––No ––dijo Bagheera––. Os podéis equivocar.
pontáneamente del corazón y le llegó hasta los
Os puede pasar como la otra vez. Hartos de
labios. Comenzó a cantarla a grandes voces
todo, podéis caer en la antigua locura. Por algo
arrojándose sobre la piel. Llevaba el compás
os llaman el Pueblo Libre. Luchasteis por vues-
con los talones. Al fin se quedó sin aliento. En-
tra libertad. Ahí la tenéis. La podéis devorar
tre las estrofas, Hermano Gris y Akela aullaban,
incluso.
como coreando.
––Me arrojaron de la manada de los hombres y
––Mirad bien, lobos, mirad ––dijo Mowgli
de los lobos ––dijo Mowgli––. En adelante caza-
cuando terminaba––. ¿Quién duda de que he
ré solo en la Selva.
cumplido mi palabra? ––y los lobos, lanzando
aullidos lastimeros como perros apaleados, di- ––Y nosotros contigo ––dijeron los cuatro loba-
jeron: tos.
Como había dicho, Mowgli se fue a cazar en la
Selva acompañado por los cuatro lobatos. Aun-
que no estuvo siempre solo. Con el tiempo, al Comió y bebió. Bebed cuanto queráis, Shere
hacerse mayor, se casó. Pero ésa es otra historia. Khan. ¿Volveréis alguna vez a tener sed? Que
os sintáis feliz soñando con vuestra caza.
La soledad me rodea en los prados. Hazme
LA CANCIÓN DE MOWGLI compañía, Hermano Gris. Ven aquí, Lobo Soli-
tario, que te vas a divertir.
Pastorea los enormes búfalos, los toros de lo-
QUE CANTÓ MOWGLI ANTE EL CONSEJO mos azulados y ojos coléricos. Yo te indicaré su
DE LA ROCA, MIENTRAS BAILABA SOBRE marcha errática.
LA PIEL Su Señoría, Shere Khan, está sumido en el silen-
DE SHERE KHAN cio del profundo sueño. Vamos, despertad,
despertad. Aquí estoy yo, y detrás de mí, los
Ésta es la canción de Mowgli. Y yo soy, el mis- búfalos.
mo Mowgli, quien la canta. Que conozca la Sel- Rama, su rey, escarba impaciente con sus pezu-
va todo lo que he hecho. ñas el suelo. Aguas del Waingunga, ¿sabéis
Aseguró Shere Khan que me mataría. ¡Que me dónde se esconde Shere Khan?
mataría! Él no es Ikki, capaz de perforar la tierra. Tam-
Y que lo haría a las puertas de la aldea entre poco es Mao, el pavo real, para alzar orgulloso
dos luces. el vuelo. Nada tiene de Mang, el murciélago,
Que mataría a Mowgli, esa pobre Rana. funambulista en las ramas. Bambúes, el viento
os hace hablar moviendo suavemente vuestras
cañas. Decidme, ¿adónde ha huido Shere Khan?
¡Ahuuu! Allí está, allí está. Vergüenza. Un tigre Aguas del Waingunga, os pongo por testigos
cojo bajo las patas de Rama. ¡Arriba, Shere del amor que Shere Khan siempre me ha teni-
Khan! Dad un salto y matad. Ahí tenéis los to- do. Hasta me ha dado su piel. ¡Tira, Hermano
ros. Rompedles la columna vertebral. Gris! ¡Tira, Akela! ¡Qué pesada es la piel de
¡Psss! Cuidado al despertarlo. Conocéis su in- Shere Khan!
mensa fuerza. Descendieron los buitres en pi- ¿Por qué se habrá enfurecido la manada de los
cado; las hormigas ascendieron de sus negros hombres? Me tiran piedras y chillan como ni-
agujeros. Todos quieren contemplarlo. Una ños. Mi boca está sangrando. Huyamos.
gloriosa corte lo rodea. Hermanos, pongamos alas en los pies y huya-
¡Ah! No tengo una sola prenda para cubrir mis mos a través de la noche, de esta noche cálida.
vergüenzas. Buitres, no os fijéis en ello. Desnu- Que se queden atrás las luces de la aldea. La
do. Qué mal me siento así delante de la impo- Luna nos alumbra.
nente asamblea. Préstame tu abrigo, Shere Kan. Aguas del Waingunga, soy un proscrito de los
Préstame tu precioso abrigo de rayas, para que hombres. Yo nada malo les hice. ¿Por qué me
yo pueda presentarme en el Consejo de la Roca. tendrán miedo? ¡Manada de los lobos! También
Por mi segundo padre, el Toro, hice una peque- por vosotros me siento desterrado. Todos han
ña promesa, muy pequeña. Pero es preciso que cerrado para mí sus puertas: la selva, la aldea.
me prestéis vuestra piel para cumplirla. ¿Por qué?
¿Veis este cuchillo? Es de cazador, con ese filo Tendré que imitar a Mang y su vuelo en zigzag
de odio con que matan los hombres. Ahora me entre la Selva y las fieras. ¿Por qué?
inclino a la tierra a recoger vuestro regalo. Mientras bailo sobre la piel de Shere Khan, mi
corazón es un pozo de tristeza. Sangra mi boca,
destrozada por las piedras lanzadas contra mí La foca blanca
desde la aldea. Pero siento mi corazón aliviado.
Por fin volví de nuevo a la Selva. ¿Por qué?
Viste una vez dos serpientes luchando en el Duérmete, niño, que la tarde cae,
ardor de primavera. Así luchan en mí dos sen- y ya es negra el agua que antes fue verde.
timientos. La Luna, curiosa, de las olas sale.
Lloro, y mientras fluye el río de mis ojos, canto Silencio, mi amor, que la noche crece.
jubiloso. ¿Por qué? La ola que rompe es un suave manto.
Soy dos personas, dos Mowglis. Pero es mara- Retoza, mi vida, en esa blancura.
villoso pensar que la piel de Shere Khan está Duerme tranquilo, y que no haya llanto,
bajo mis pies. ni sueños que llenen el mar de amargura.
Ya toda la Selva conoce mi victoria. He dado
muerte a Shere Khan. Mirad, mirad bien, todos (Canción de cuna de las focas)
los lobos.
Pero mi corazón sigue oprimido. Hay mil con-
TODO LO QUE OS VOY A CONTAR SUCE-
tradicciones que aún no entiendo.
DIÓ, hace muchos años, en Novastosna, un
lugar al que se llama también cabo del Noreste,
en la isla de San Pablo*, muy lejos, en el mar de
Bering. Me contó esta historia Limmershin, el
gracioso pajarillo de las cuevas, una vez que el
viento le arrojó contra la arboladura* de un bar-
co que navegaba hacia Japón. Me lo llevé al
camarote, donde se calentó, le di de comer du- amenazadores. Cuando se levantaba sobre sus
rante dos días y luego le solté, cuando pensé extremidades delanteras, conseguía elevarse a
que ya estaba suficientemente repuesto como más de un metro del suelo. Y eso que pesaba
para volver a San Pablo. más de trescientos kilos. Lo podía comprobar
cualquiera, de atreverse a pesarle en una báscu-
Nadie se acerca a Novastosna más que por ne-
la. Tenía todo el cuerpo surcado por cicatrices,
gocios, y normalmente, las únicas que los tienen
las marcas de los salvajes combates que había
por allí son las focas. Llegan en los meses de
librado. Pero siempre estaba dispuesto a una
verano a cientos y cientos de miles, abando-
nueva pelea. Antes de empezar el combate la-
nando el mar frío y gris. Las playas de Novas-
deaba la cabeza, como si le asustara el enemigo
tosna les ofrecen unas condiciones inmejora-
y no se atreviera a mirarle cara a cara. Luego,
bles.
lanzaba su cabeza contra él con la velocidad del
Garra del Mar lo sabía muy bien, y todas las rayo, y cuando sus enormes caninos hacían
primaveras, estuviera donde estuviese, nadaba presa en el cuello de la otra foca macho, ésta se
como un barco torpedero, en perfecta línea re- escapaba si tenía ocasión, pero nunca con la
cta hasta Novastosria, y se pasaba un mes ente- ayuda de Garra del Mar.
ro en continua pelea con sus compañeros para
Lo que jamás hizo Garra del Mar es atacar a
hacerse con un buen sitio en las rocas, lo más
focas previamente heridas por otras, porque eso
cercano posible al agua. Garra del Mar tenía
atentaba contra todas las reglas de la bahía. Él
quince años. Era una enorme foca macho, de
sólo quería un criadero cerca del mar. Pero co-
pelaje gris, con una gran melena en el arranque
mo había cuarenta o cincuenta mil focas más
de la espalda, y unos dientes caninos largos,
buscando lo mismo todas las primaveras, los
silbidos, bramidos, rugidos, los tremendos re- en grupos pequeños o a millares, destrozando
soplidos que se oían en la playa eran espanto- todas las plantas cercanas. Se les conocía con el
sos. nombre de holluschickie, los solteros, y solamen-
te en Novastosna podía haber hasta trescientos
Desde la colina Hutchinson se podía ver una
mil.
extensión de costa de tres millas y media, to-
talmente cubierta de focas, enzarzadas entre sí Un día de primavera, Garra del Mar había ter-
en unas luchas feroces. Y la zona cercana a la minado su combate número cuarenta y cinco
playa estaba llena de cabezas de focas que se cuando Matka, su dulce y complaciente esposa,
apresuraban a ir a tierra para unirse a los fieros de lánguida mirada, salió del mar. Inmediata-
combates. Luchaban sobre las rompientes, en la mente la cogió el por el pescuezo, y casi en vo-
arena y hasta en las pulidas rocas de basalto* de landas, la acomodó en el terreno que había es-
los criaderos. Eran tan estúpidas e intransigen- cogido.
tes como los hombres. Las hembras, sus parejas,
––Como siempre, llegas tarde ––fue su saludo
nunca llegaban a la isla hasta finales de mayo o
de gruñón malhumorado––. ¿Dónde has esta-
principios de junio, porque no querían pasar
do?
por el duro trance, siempre posible, de que les
hicieran pedazos. Las crías de dos, tres o cuatro Garra del Mar tenía la costumbre de no comer
años, que todavía no tenían la obligación de nada durante los cuatro meses que pasaba de
fundar una familia, se limitaban a irse hacia el vigilancia en la playa. Por eso, normalmente,
interior de la isla, a una distancia de una media estaba de un humor pési mo. Matka se guardó
milla, atravesando las apretadas filas de guerre- muy bien de responderle. Miró a su alrededor y
ros en plena batalla. Jugaban sobre las dunas, le dijo con dulzura:
––¡Qué previsor eres! ¿O sea, que has consegui- ––He pensado muchas veces que estaríamos
do volver a establecerte en nuestro sitio de mucho mejor si bajáramos hasta la isla de Lou-
siempre? ––Parece que sí ––le respondió Garra tres, en vez de venir a este sitio, en el que no se
del Mar––. Mírame un poco. puede dar un paso ––comentó Matka.
Se le veían rasguños por todas partes. Sangraba ––¡Bah! Sólo los holluschickíe van a la isla de
por veinte heridas diferentes. Estaba medio Loutres. Si vamos allí, los demás dirán que te-
ciego, y en los costados la piel le colgaba a jiro- nemos miedo. Querida, es preciso cuidar las
nes. apariencias.
––¡Vaya, hombres al fin y al cabo! ––gritó Mat- Garra del Mar hundió su orgullosa cabeza entre
ka, mientras se abanicaba con una de las aletas los hombros, redondeados por una capa de
posteriores––. ¿No podéis entrar en razón algún grasa, y pareció dormir durante unos minutos.
día y repartiros los sitios en paz? Se diría, por Pero siempre con un ojo avizor, y preparado,
tu aspecto, que has tenido que luchar contra por si tenía que volver a pelearse con alguien.
una orca. Ahora ya estaban en tierra las focas machos con
sus respectivas hembras. De aquella masa de
––No he hecho otra cosa que combatir desde
focas brotaba un clamor que podía oírse a le-
mediados de mayo. La playa está terriblemente
guas mar adentro. Dominaban el horrísono
superpoblada este año. Me he encontrado con
sonido de cualquier vendaval. Había en las pla-
más de un centenar de focas de la playa de Lu-
yas, contando muy por lo bajo, al menos un
kannon, que buscaban un sitio donde acomo-
millón de focas, algunas viejas, otras madres,
darse. ¿Por qué no se queda cada uno en su
crías recientes, y holluschickíe, que se peleaban,
sitio?
retozaban, bramaban, se arrastraban, empeza- ––¡Conchas vacías y algas secas! ––exclamó Ga-
ban a jugar a la vez, a zambullirse en el agua y rra del Mar––. ¿Una foca blanca? ¡Algo nunca
a salir de ella, por compañías y batallones, cu- visto!
briendo hasta la última pulgada* de terreno,
––De momento no puedo hacer nada. Veremos
divirtiéndose entregadas a juegos de escaramu-
más adelante ––respondió Matka.
zas a través de la niebla. En Novastosna, la nie-
bla se hace presente casi siempre, hasta que el Y se puso a cantar la dulce y grave canción que
sol logra vencerla, y durante unos instantes da cantan todas las madres focas a sus crías recién
a todas las cosas el reflejo del nácar y los colores nacidas.
del arco iris.
Kotick, la cría de Matka, nació en medio de esta Si para nadar no esperas seis semanas,
barahúnda. No tenía más que cabeza y hom- te hundirás porque tienes la nariz pesada.
bros, y unos ojos claros, de un azul aguamarina, La orca y los golpes de viento del verano
como lo son siempre los de las crías de focas son enemigos de nuestro débil rebaño.
recién nacidas. Pero había algo en la piel de No lo olvides, mi ratita, son enemigos.
aquella cría que obligó a su madre a fijarse Cuídate de sus salvajes colmillos.
atentamente. Hijo mío, báñate en los anchos mares,
––¡Garra del Mar! ––comentó al fin––. ¡Nuestro y te harás fuerte y feliz como tu padre.
hijo va a ser blanco!
Evidentemente, el animalito era todavía inca-
paz de comprender aquellas palabras. Jugaba
en el agua, chapoteando, o se arrastraba junto a llamaba a su cría como una oveja reclama la
su madre. Aprendió a hacer sus escapadas presencia de su cordero y esperaba hasta que el
cuando su padre peleaba con otra foca, y los balido de Kotick se dejaba oír. Entonces se diri-
dos enemigos, con tremendos rugidos, rodaban gía hacia el en una línea absolutamente recta,
sobre las resbaladizas rocas. Mientras tanto, soltando golpes con sus aletas caudales, y apar-
Matka salía a la mar para buscar algo que tando a las demás crías. Siempre había madres
echarse a la boca. La cría era alimentada una a la búsqueda de sus crías en los terrenos de
vez cada dos días. Pero entonces comía hasta juego, unas crías que se divertían allí a sus an-
hartarse, y eso, además de serle más que sufi- chas. Pero ya Matka le había dicho a Kotick:
ciente, le sentaba muy bien.
––Mientras no se te ocurra bañarte en el agua
Entre las primeras cosas que hizo fue internarse fangosa y cojas así la sarna, o te arrastres en la
con movimientos torpes en la isla. Allí se juntó arena dura y te cortes la piel, y mientras no te
con decenas de miles de crías de su edad, que pongas a nadar cuando la mar esté picada, aquí
jugaban juntas como cachorrillos, dormían so- no corres peligro alguno.
bre la arena limpia y volvían de nuevo al juego.
Como los niños, las focas pequeñas no saben
Los padres, en los criaderos, no les hacían caso
nadar. Pero tampoco sienten una prisa loca por
alguno y los holluschickie permanecían imperté-
aprender. La primera vez que Kotick se echó al
rritos en su propio territorio, lo que permitía a
agua, una ola la arrastró a un lugar profundo,
los pequeños campar a sus anchas.
se le hundió la cabezota, y sus aletas caudales
Cuando Matka volvía de la pesca en alta mar, se elevaron en el aire, como su madre había
se dirigía inmediatamente al terreno de juego,
descrito en la canción. Y si la ola siguiente no la la ola remontaba la playa como un torbellino.
hubiera lanzado a tierra, se habría ahogado. También se alzaba sobre la cola y se rascaba la
cabeza, como los mayores, o jugaba al rey del
Después de eso aprendió a permanecer tendida
castillo, subido en todo lo alto de las resbaladi-
en un charco de la playa, donde el agua apenas
zas rocas cubiertas de musgo, que asomaban
llegaba a cubrirla, y se dejaba mecer por las
apenas de las aguas. A veces veía una aleta del-
olas, mientras chapoteaba. Pero siempre estaba
gada, parecida a la de un gran tiburón, que na-
atenta a las olas grandes, que podían hacerle
daba lentamente cerca de la costa. Sabía que se
daño. Necesitó dos semanas para aprender a
trataba de la orca, la asesina, que se come a las
servirse de sus aletas natatorias. Durante esas
focas pequeñas cuando puede atraparlas. En-
dos semanas, se arrojaba al agua como loca,
tonces Kotick se dirigía a la playa como una
salía de ella, tosía, gruñía, remontaba la peque-
flecha, y la aleta se alejaba lentamente haciendo
ña pendiente de la playa y luego se echaba una
pases de baile, como si hubiera ido por allí por
siesta sobre la arena. Después volvía al agua,
pura casualidad.
hasta que un día se dio cuenta de que ella era
su auténtico elemento. A finales de octubre, las focas empezaron a
abandonar la isla de San Pablo, dirigiéndose a
Podéis imaginaros los estupendos ratos que
alta mar por familias y tribus. Ya no se luchaba
pasó con sus compañeros, dándose chapuzones
por la posesión de los criaderos, y los holluschic-
para pasar por debajo de las olas, o cabalgando
kie jugaban donde querían.
sobre su cresta, para ate rrizar en medio de un
crepitar de agua y espuma. Resoplaba para re-
cuperar la respiración y no ahogarse, mientras
––El año próximo ––le dijo Matka a Kotick–– Kotick lo siguió, nadando tan deprisa como
seras un holluschickie. Pero este año tienes que podía.
aprender a pescar.
––¿Cómo sabéis hacia dónde tenéis que ir? ––
Se lanzaron juntos a través del Pacífico y Matka preguntó, respirando entrecortadamente.
le enseñó cómo dormir de espaldas, con las
El jefe de las marsopas miró hacia todas partes
aletas replegadas en los costados, asomando la
con sus blancos ojos y se zambulló.
nariz a ras del agua. No hay cuna alguna tan
cómoda como el continuo balanceo de las olas ––Pequeño, siento en mi cola cierto hormigueo
del Pacífico. Cuando Kotick notó por el cuerpo ––le respondió––. Eso significa que tengo la
un hormigueo y algunos pinchazos, su madre le tempestad a mis espaldas. ¡Ven conmigo a toda
explicó que empezaba a sentir el agua, que esas prisa! Cuando se está al sur del mar de Aguas
sensaciones anunciaban mal tiempo, y que de- Viscosas (quería decir el Ecuador) y se sienten
bía nadar con toda energía para escapar de la pinchazos en la cola, eso significa que la tem-
tormenta. pestad está frente a ti y que debes escapar hacia
el norte. ¡Ven conmigo enseguida! Estas aguas
––Dentro de poco sabrás hacia dónde dirigirte.
no son seguras.
Pero ahora nos limitaremos a seguir a Cerdo
Marino, la marsopa, que sobre la mar lo sabe Ésa fue sólo una de las muchas cosas que
todo. aprendió Kotick, que captaba constantemente
realidades y sensaciones nuevas. Matka le en-
Justamente pasaba por allí un pequeño banco
señó a perseguir al bacalao y al fletán en los
de marsopas que se daba chapuzones en el
bancos submarinos; a arrancar a algunos peces
agua, cortándola a toda velocidad, y el pequeño
de sus agujeros disimulados entre las algas; a todo ese tiempo nunca descansaron sus aletas
bordear los barcos hundidos a cien brazas de en tierra seca.
profundidad, entrando por un ojo de buey y
Pero un día, mientras se balanceaba en el agua
saliendo por otro, nadando con la rapidez de
tibia de una zona de la isla de Juan Fernández,
una bala de cañón en persecución de los peces.
se sintió mareado, y que una enorme pereza se
A bailar sobre las crestas de las olas cuando los
adueñaba de él, como les pasa a las personas
rayos se cruzan en la inmensa bóveda del fir-
cuando llega la primavera. Se acordó de la dul-
mamento; a saludar al albatros, de cola corta y
zura de las playas de Novastosna, tan seguras
ancha, moviendo graciosamente las aletas, y al
siempre, lo que había jugado en ellas con sus
Hombre de la Guerra, el Halcón, cuando vuela
compañeros, los bramidos de las focas y sus
a vela, dejándose llevar por el viento; y a saltar
terribles luchas. Inmediatamente empezó a na-
limpiamente fuera del agua más de un metro,
dar tranquilo y seguro, rumbo al norte. Pronto
como los delfines, con las aletas pegadas al
se encontró con otros compañeros que hacían el
cuerpo y la cola curvada; a despreciar a los pe-
mismo viaje que el.
ces voladores, porque no hay en ellos más que
espinas; a arrancar un trozo del lomo de un ––Hola, Kotick, este año todos somos holluschic-
bacalao, y eso nadando a toda velocidad y a kie, y podemos bailar la danza del fuego en las
diez brazas* de profundidad; y a no detenerse rompientes de Lukannon, y hartarnos de jugar
para mirar un barco, y menos todavía una barca sobre la hierba. Pero ¿cómo has conseguido esa
de remos. Al acabar los seis meses, lo que Ko- piel?
tick no supiera sobre la pesca en aguas profun-
das no tenía ninguna importancia. Y durante
La piel de Kotick era ya casi completamente Hablaron del Pacífico como los niños que han
blanca, y aunque se sentía muy orgulloso de estado en el bosque recogiendo frutos silves-
ella, se limitó a responder: tres. Y si alguien les hubiera escuchado, habría
podido trazar un mapa tan perfecto de ese
––¡Nadad a toda prisa! Me duelen los huesos de
océano como jamás nadie lo haya hecho. Los
tanto añorar la tierra firme.
holluschickie de tres o cuatro años descendieron
Todos llegaron a las antiguas playas en las que en frenética carrera desde la colina de Hut-
habían nacido, y oyeron a sus padres, las focas chinson, gritando:
viejas, en plena pelea entre la niebla.
––¡Fuera de aquí, chiquillos! No habléis así has-
Por la noche, Kotick bailó la danza del fuego ta que hayáis doblado el Cabo de Hornos*. Pero
con las focas que tenían, como él, un año. Las ¡mira qué gracia! Oye tú, añojo, ¿dónde has
noches de verano, el mar se llena de fuego entre encontrado esa piel?
Novastosna y Lukannon, y cada foca deja tras sí
––No la he encontrado ––les respondió Kotick–
una estela como de aceite quemándose, y un
–. Ha venido ella sola.
fogonazo cuando salta del agua. Las olas rom-
pen contra la arena de la playa, convirtiéndose Y cuando se preparaba para dar un revolcón al
en grandes franjas y remolinos fosforescentes. que acababa de hablar, tras una duna se dejaron
Luego, Kotick y sus compañeras llegaron hasta ver dos hombres de pelo negro y caras rojas y
el territorio de los holluschickie, en el interior de chatas. Kotick, que aún no había divisado a
la isla. Se revolcaron con una alegría loca en el ningún hombre, tosió y bajó la cabeza. Los
trigo silvestre que acababa de nacer, y contaron holluschickie se retiraron unos cuantos metros y
qué habían hecho durante su estancia en la mar. se quedaron inmóviles, limitándose a mirar con
ojos estúpidos a los dos aparecidos. Se trataba viejo Zaharrof reencarnado en ella? Le debo dos
nada menos que de Kerick Booterin, jefe de los huevos de gaviota.
cazadores de focas de la isla, y de Patalamon,
––No la mires ––le ordenó Kerick––. Ahí tienes
su hijo. Venían de la aldea, situada a una milla
ese rebaño de focas de cuatro años. Llévatelo.
del criadero de focas, y discutían sobre cuáles
Los hombres deberían desollar hoy doscientas.
se llevarían al matadero ––porque las focas se
Pero estamos al principio de la estación y, ade-
dejan llevar como borregos––, para luego con-
mas, son unos novatos. De momento bastará
vertirlas en abrigos de piel.
con cien. ¡Rápido!
––¡Mira! ––exclamó Patalamon––. ¡Una foca
Patalamon golpeó dos omoplatos de foca frente
blanca! Kerick Booterin palideció bajo la capa
a la manada de holluschickies, y éstas se queda-
de aceite y tizne que le cubría la piel, porque
ron inmóviles, como muertas, resoplando fuer-
era aleutiano, y los aleutianos no son demasia-
temente. Se adelantó unos pasos y las focas
do limpios. Luego empezó a rezar como en un
empezaron a moverse, y Kerick les hizo dirigir-
murmullo.
se hacia el interior de la isla. Ni por un instante
––No la toques, Patalamon. Jamas se ha visto se le ocurrió a ninguna volverse para reinte-
una foca blanca desde que... desde que yo nací. grarse al grupo de sus compañeras. Cientos y
Quizá sea el fantasma del viejo Zaharrof. Des- cientos de miles de focas vieron cómo las con-
apareció el año pasado en una horrible tempes- ducían, pero continuaron jugando como si
tad. aquello no las afectara. Únicamente Kotick hizo
algunas preguntas, que sus compañeras no pu-
––No me acercaré a ella ––le dijo Patalamon––.
dieron responderen absoluto. Bueno, sí, le dije-
Trae malos augurios. ¿De veras crees que es el
ron que los hombres se llevaban siempre a las de Webster, hasta llegar al almacén de salazón,
focas de esta manera, durante seis semanas o ya fuera de la vista de las focas de la playa. Ko-
dos meses al año. tick seguía al rebaño respirando de forma en-
trecortada, y admirado ante lo que veía. Creía
––Quiero ir tras ellas ––dijo Kotick.
estar en el fin del mundo, pero le llegaba, desde
Empezó a seguir la pista del rebaño, mientras los criaderos de las focas, un ruido tan tremen-
los ojos casi se le salían de las órbitas. do como el de un tren que atraviesa un túnel.
––Nos sigue la foca blanca ––gritó asustado Kerick se sentó en el musgo, sacó un gran reloj
Patalamon––. Es la primera vez que una foca de bolsillo, y esperó una media hora para que
viene al matadero por sí misma. los cuerpos de las focas se enfriaran. Kotick
podía oír hasta las gotas de lluvia, condensadas
––¡Calla! No mires atrás ––le ordenó Kerick––. por la niebla, que le caían de las alas del gorro.
¡Seguro que es el fantasma de Zaharrofl Tengo Luego, llegaron diez o doce hombres, armados
que hablar con el sacerdote. cada uno con una gruesa barra de hierro de
El matadero estaba a una milla de distancia, alrededor de un metro, y Kerick les señaló una
pero necesitaron una hora para recorrerla. Ke- o dos focas, mordidas por sus compañeras, o
rick sabía que si las focas iban demasiado de- demasiado sofocadas. Los hombres, calzados
prisa, se sofocarían, y, al desollarlas, su piel con pesadas botas de piel de morsa, las aparta-
saldría a trozos. ron del rebaño a puntapiés. Entonces Kerick
dijo:
Por eso fueron muy despacio, cruzando la Gar-
ganta del León Marino, dejando atrás la Casa ––¡Ya!
Los hombres empezaron a dar golpes en la ca- ¡Scoochnie! ; Ochen scoochnie! (¡Estoy solo! ¡Muy
beza a las focas, con una enorme rapidez. Al solo!) ––respondió Kotick––. Están a punto de
cabo de diez minutos, el pequeño Kotick fue matar a todos los holluschickie, a todos sin ex-
incapaz de reconocer a sus amigas, porque sus cepción y en todas las playas.
pieles, desolladas desde el hocico hasta las ale-
El león marino volvió la cabeza hacia la tierra.
tas posteriores, y arrancadas luego de un tirón
seco, se amontonaban en el suelo. ––¡Qué disparate! ––comentó––. Tus amigos
siguen alborotando como siempre. Seguro que
Kotick había visto ya bastante. Dio media vuel-
has visto al viejo Kerick despachando a un re-
ta y se dirigió a todo correr ––una foca puede
baño. Lleva haciendo lo mismo desde hace
hacerlo a galope tendido durante un tiempo
treinta años.
muy corto–– hacia el mar, erizado el bigote por
el horror que había contemplado. En la Gargan- ––Es horrible ––le respondió Kotick.
ta del León Marino, donde los animales descan- En ese momento, notando que una ola iba a
san hasta donde llega la resaca, se lanzó al agua sumergirle, empezó a nadar hacia atrás y se
fresca, protegiéndose la cabeza con las aletas, y afianzó con un movimiento de aletas, que, gi-
se abandonó al suave balanceo de la mar, suspi- rando como una hélice, le hicieron ponerse ver-
rando tristemente. tical a escasos centímetros de los afilados bor-
––¿Qué pasa, quién anda por ahí? ––gruñó un des de una roca.
león marino. En general sólo les gusta la com- ––¡No está nada mal! ¡Está muy bien para tu
pañía de sus congéneres. edad! ––le dijo el león marino, que sabía reco-
nocer los méritos de un buen nadador––. Me
imagino que, efectivamente, desde tu punto de Morsas, una plataforma rocosa, de muy poca
vista, es bastante atroz. Pero ya que vosotras, altura y extensión, casi exactamente al noreste
las focas, os empeñáis en venir aquí año tras de Novastosna, llena de cornisas y nidos de
año, los hombres, naturalmente, acaban por gaviotas, donde las morsas hacen vida aparte.
enterarse y, a menos que encontréis una isla a la
Salió a tierra muy cerca de Sea––Vitch, la morsa
que ninguno de ellos vaya, seguirán tratándoos
del Pacífico Norte, gorda, fea, de enorme cuello,
de la misma manera.
dotada de grandes colmillos. Sólo tenía moda-
––¿Existe una isla así? ––le replicó Kotick. les durmiendo, que era lo que hacía, con las
aletas posteriores medio hundidas en el agua.
––Sigo al halibut desde hace veinte años y tengo
que confesarte que todavía no lo he encontrado. ––¡Despierta! ––rugió Kotick, porque las gavio-
Pero escuchame... Tengo la impresión de que te tas graznaban con un ruido insoportable.
gusta hablar con tus superiores. ¿Por qué no
––¡Ah, oh, hummm! ¿Qué pasa? ––exclamó Sea-
vas al islote de las Morsas y hablas con Sea––
Vitch, que con un golpe de sus colmillos des-
Vitch? Quizá ella sepa algo. No te embales. Es
pertó al vecino, que hizo lo mismo con el que
una travesía de nueve kilómetros y, en tu lugar,
tenía al lado, continuando así el juego, hasta
yo iría primero a tierra y dormiría un rato.
que se despertaron todas las morsas. Empeza-
Kotick dio por bueno el consejo. Llegó hasta la ron a mirar en todas las direcciones, salvo en la
playa, cruzando una zona de mar, y luego a que debían.
tierra. Durmió una media hora, entre convul-
siones, como les sucede siempre a las focas.
Luego, se dirigió en linea recta al islote de las
––¡Eh, soy yo! ––les gritó Kotick, que se balan- Aunque se las tenía por un personaje temible, la
ceaba con la corriente y parecía una babosa foca sabía muy bien que Sea––Vitch jamás había
blanca. pescado un pez, pues se limitaba a revolver los
fondos marinos en busca de ostras y algas. Evi-
––¡Pero, bueno, que me desuellen! ––exclamó
dentemente, los chickies, los gooverooskies y los
SeaVitch.
epatkas, las gaviotas de todo tipo y los mergos*,
Y todas las morsas miraron a Kotick como mi- siempre preparados para cometer cualquier
rarían a un niño los soñolientos miembros de grosería, se hicieron eco de su grito y, según me
un club. A Kotick no le hacía ninguna gracia ha contado Limmershin, durante casi cinco mi-
que le hablaran de ser desollado. Ya había visto nutos no habría podido escucharse ni siquiera
bastante. Por eso empezó a gritar: un cañonazo en el islote de las Morsas. Todos
––¿Hay algún sitio al que puedan ir las focas, y sus habitantes gritaban a pleno pulmón: «¡Tra-
al que los hombres les resulte imposible el acce- gaostras! ¡Stareek! (viejo)», mientras Sea––Vitch
so? se movía alternativamente sobre sus costados,
bufando furioso.
––Descúbrelo tú ––le contestó Sea––Vitch ce-
rrando los ojos––. Vete. Aquí tenemos mucho ––Y bien, ¿me lo vas a decir ahora? ––preguntó
trabajo. Kotick, exhausto.
Kotick dio un salto de delfín, y siguió chillando: ––Pregúntaselo a Vaca––Marina ––le respondió
SeaVitch––. Si todavía vive, podrá decírtelo.
––¡Zampaostras! ¡Zampaostras!
––¿Y cómo la reconoceré? ––preguntó Kotick,
preparado ya para salir nadando.
––Es la única criatura del mar más fea que Sea– es crecer, hacerte una gran foca, lo mismo que
–Vitch ––gritó una gaviota, que volaba justo por tu padre, y conseguir y defender un criadero en
encima de la nariz de la morsa––. ¡El más feo y la playa. Entonces te dejarán tranquilo. Dentro
el mas grosero! ¡Stareek! de cinco años tendras que pelear tú solito...
Kotick regresó a Novastosna, dejando a las ga- Hasta su madre, la dulce Matka, le dijo:
viotas entregadas a sus gritos. Y, una vez allí, se
––Jamás podrás detener esa carnicería, Kotick.
dio cuenta de que todas las molestias que se
Vete a jugar a la mar.
había tomado por encontrar un sitio seguro
para las focas no le servían para granjearse Así lo hizo. Se fue y bailó la danza del fuego,
simpatía alguna. pero con el corazón apesadumbrado.
Le dijeron que los hombres siempre se habían Cuando llegó el otoño, abandonó la playa y se
llevado a los holluschickie, que eso formaba par- fue solo, porque tenía una idea en la cabeza.
te de la rutina diaria, y que si no le gustaba ser Estaba decidido a encontrar a Vaca––Marina, si
testigo de un espectáculo tan horrible, no debía es que tal personaje habitaba los mares, y des-
haber ido adonde sacrifican a las focas. Pero cubrir una isla tranquila, con buenas playas de
ninguna había asistido a aquella carnicería, y arena dura, donde las focas vivieran sin que los
eso marcaba una enorme diferencia entre ella y hombres las inquietasen. Exploró el Pacífico de
sus amigas. Además, Kotick era una foca blan- norte a sur, nadando hasta trescientas millas*
ca. en un día y una noche. Corrió más aventuras de
las que se puedan contar, escapó por los pelos
––Lo que necesitas ––le dijo Garra del Mar
de los dientes de los tiburones y del pez marti-
cuando se enteró de las aventuras de su hijo––,
llo. Tropezó con todos los malhechores que contra los negruzcos y terribles acantilados,
rondan los mares, con grandes peces tranquilos, debido a una furiosa tormenta de aguanieve,
y con las vieiras de manchas rojas, que se que- relámpagos y truenos. Sin embargo, al abando-
dan inmóviles, aferradas al mismo sitio durante nar el lugar, cara a la tormenta, observó que
cientos de años, de lo que están muy orgullosas. hasta en aquel sitio hubo en otro tiempo un
Pero nunca encontró a VacaMarina, ni una isla criadero de focas. Y sucedió lo mismo en todas
que le gustase. las islas que visitó.
Si la playa era buena y dura, y se prolongaba en Limmershin me dio una lista muy larga, porque
un talud* donde las focas pudieran jugar, siem- me dijo que Kotick había consagrado cinco es-
pre se veía en el horizonte el humo de un balle- taciones a sus exploraciones, descansando cada
nero, que fabricaba acei te de ballena, y Kotick año cuatro meses en Novastosna, donde los
sabía muy bien qué significaba eso. O bien holluschickie se burlaban de el y de sus islas
constataba que las focas habían frecuentado ya imaginarias. Se fue hasta las Galápagos*, un
la isla, y que habían sido exterminadas. Kotick sitio árido y pavoroso, bajo la línea del ecuador,
sabía de sobra que los hombres vuelven siem- donde estuvo a punto de morir, asado por el
pre a las zonas que conocen. sol; a Georgia del Sur, a las Orcadas del Sur, a
la isla Esmeralda, a Gough, al Pequeño Ruise-
Se topó también con un viejo albatros de cola
ñor, a las islas Crozet, y hasta abordó un islote
corta, que le dijo que las islas Kerguelen eran el
al sur del Cabo de Buena Esperanza*. Pero en
sitio ideal para quien buscara paz y tranquili-
todas partes los habitantes de la mar le decían
dad. Pero cuando Kotick llegó hasta aquellos
lo mismo. Las focas habían llegado en otro
parajes tan apartados, estuvo a punto de chocar
tiempo a esas islas, pero los hombres las habían ––Inténtalo una vez más ––le dijo la vieja foca––
aniquilado. . Yo soy el único superviviente de la colonia
desaparecida de Masafuera y, en la época en la
Incluso cuando recorrió miles de millas fuera
que los hombres nos mataban por cientos de
del Pacífico, y alcanzó Cabo Corrientes* ––de
miles, se contaba en la playa que una foca blan-
regreso de la isla de Gough––, encontró algunos
ca vendría para conducirnos a un lugar tranqui-
centenares de focas, con la piel sarnosa, descan-
lo. Soy vieja y jamás llegaré a ver ese día, pero
sando en una roca. Le aseguraron que los hom-
otros lo verán. Inténtalo otra vez.
bres también llegaban hasta allí.
Kotick se retorció el bigote ––lo tenía magnífico.
Aquello estuvo a punto de partirle el corazón, y
en ese estado de ánimo franqueó el cabo de ––Soy la única foca blanca que ha visto la luz
Hornos para volver a su hogar. De camino del día ––dijo––, y la única foca, blanca o negra,
hacia el norte, descubrió una isla cubierta de que ha soñado con nuevas islas.
árboles de un verdor maravilloso, donde resis-
Aquel encuentro le animó muchísimo. Cuando
tía una foca vieja y moribunda. Kotick pescó
volvió a Novastosna durante el verano, su ma-
algunos peces para ella y le confió todas sus
dre le pidió que se casara y que se estableciera,
penas.
porque ya no era un holluschickie, sino un Garra
––Ahora ––dijo Kotick––, me vuelvo a Novas- del Mar adulto, de melena blanca y ondulada,
tosna, y si me llevan con los holluschickie a los tan fuerte, tan grande y tan imponente como su
campos de la muerte, me trae sin cuidado. padre.
––Dame una temporada más ––le respondió––. abrió los ojos perezosamente y se estiró. Luego,
Recuerda, madre, que la séptima ola es la que dio un salto felino. Una enorme sombra olisca-
más lame la playa. ba sobre las aguas poco profundas y tragaba
gran cantidad de algas.
Curiosamente, una foca hembra pensaba tam-
bién posponer su boda para el año siguiente. ––¡Por las olas de Magallanes! ––se dijo––. ¿De
Kotick y ella bailaron la danza del fuego a lo qué criaturas se trata?
largo de la playa de Lu kannon, la noche que
Aquellos seres no se parecían a las morsas, ni a
precedió a su salida, rumbo al último viaje de
los leones, y tampoco a los osos de mar. Tam-
exploración.
poco a las focas, a las ballenas o a los tiburones,
Entonces se encaminó hacia el oeste, porque ni a los peces ni a las vieiras, a ninguno de los
acababa de descubrir un inmenso banco de fle- animales con los que Kotick estaba familiariza-
tán, y necesitaba, al menos, cincuenta kilos de do. Eran largos, de hasta seis a ocho metros, y
pescado diariamente para estar en plena forma. no tenían aletas posteriores. Le llamó la aten-
Siguió a los peces hasta que se cansó y se hizo ción su cola en forma de pala, que parecía un
un ovillo en los hoyos que deja la resaca cuando trozo de cuero mojado. Su cabeza daba la im-
las olas se dirigen hacia la isla del Cobre. Co- presión de pertenecer a un ser absolutamente
nocía la costa a la perfección. Por eso, hacia las estúpido. Cuando no se dedicaban a comer,
doce, cuando notó que su cuerpo caía sobre un balanceaban el cuerpo en el agua, ayudándose
lecho de plantas marinas, como sobre un blan- del extremo de la cola. Se saludaban unos a
do colchón, se dijo: «Vaya, la marea es muy otros con mucha solemnidad, agitando las ale-
fuerte esta noche». Después, giró bajo el agua,
tas, como hombres muy gordos que movieran rencias resultan graciosas, pero me gustaría
los brazos. saber cómo os llamáis.
––Hola ––intervino Kotick––, ¿qué tal la pesca, Los labios hendidos se separaron y los ojos ver-
señores? de vidrioso se redondearon, pero no contesta-
ron a Kotick.
Las enormes criaturas respondieron haciendo
una reverencia y sacudiendo las aletas natato- ––¡Vaya, hombre! ––subió el tono––, es la pri-
rias como FrogFootman*. mera vez que tropiezo con gente más fea que
Sea––Vitch... y peor educada.
Cuando empezaron a comer de nuevo, Kotick
advirtió que tenían el labio superior partido en Le vino a la memoria, con la rapidez del rayo,
dos lóbulos que podían separarse bruscamente lo que le había dicho su amiga la gaviota en la
casi medio metro, y cerrarse sobre toda una isla de las Morsas cuando, al cumplir un año, se
brazada de algas. Las metían en la boca y las lanzó al agua de espaldas. Comprendió que por
masticaban con cierta seriedad. fin había encontrado a Vaca-Marina.
––¡Vaya forma grosera de comer! ––murmuró Las vacas marinas continuaron buscando y
Kotick. Aquellas criaturas hicieron de nuevo masticando grandes brazadas de algas, y Kotick
una reverencia y Kotick empezó a impacientar- les hizo montones de preguntas en todas las
se––. Muy bien ––dijo––. Si, como parece, tenéis lenguas que había aprendido en sus viajes. Por-
en las aletas delanteras un articulación más que que los animales marinos hablan tantas lenguas
los demás, no es necesario que hagáis las ex- como los hombres. Pero las vacas marinas no
hibiciones a las que os entregáis. Vuestras reve- respondían, porque no pueden hablar. En lugar
de siete, tienen seis huesos en el cuello, y se miendo, y siempre se movía muy cerca de las
dice en los mares que eso les impide hablar, playas. Kotick nadaba a su alrededor, por en-
incluso con sus semejantes. Pero como sabéis, cima, por debajo, pero no conseguía que acele-
tienen una articulación suplementaria en la rase el ritmo ni siquiera media milla. A medida
aleta natatoria anterior, y moviéndola de arriba que avanzaba hacia el norte, se reunía, siempre
abajo y de derecha a izquierda, se sirven de ella con los mismos intervalos, para celebrar sus
como de una señal telegráfica elemental. extraños conciliábulos. Kotick estaba a punto de
arrancarse los bigotes a mordiscos, tal era su
Al alba, la melena de Kotick estaba totalmente
impaciencia. Pero terminó por darse cuenta de
erizada, y su paciencia había ido a parar adon-
que seguían una corriente cálida, y entonces
de lo hacen los cangrejos muertos. Las vacas
empezó a tener algo más de respeto por ellas.
marinas se pusieron en camino hacia el norte,
deteniéndose de cuando en cuando para cele- Una noche, las vacas marinas se dejaron caer
brar absurdos conciliábulos. Kotick las siguió, hasta el fondo del agua brillante, como si fueran
diciéndose: «Gente tan estúpida como ésta piedras, y por primera vez desde que las cono-
habría muerto hace ya mucho tiempo de no cía, vio que comenzaban a nadar a toda veloci-
haber encontrado una isla segura. Y lo que es dad. Las siguió y se quedó asombrado de su
bueno para Vaca––Marina, lo es para Garra del rapidez, porque jamás había imaginado que
Mar. Pero me gustaría que se dieran prisa». Vaca––Marina tuviera el menor talento para la
natación. Se dirigieron en línea recta hacia un
Kotick estaba medio desesperado. El rebaño
acantilado cercano a la costa, un farallón que se
hacía sólo cuarenta o cincuenta millas diarias,
hundía en las aguas profundas, y se metieron
se paraba de noche para reponer fuerzas co-
por un agujero, oscuro en su base, a unas veinte
brazas de calado. Nadaron durante largo tiem- Lo primero que hizo fue asegurarse de que las
po, y Kotick echó mucho de menos el aire fresco aguas eran abundantes en peces. Luego, bordeó
antes de salir de aquel túnel negro. las playas y reconoció las islas, encantadoras,
bajas y de arena perfec ta, disimuladas por la
––¡Por todos los demonios! ––dijo, cuando sofo-
niebla, que desprendía infinitas tonalidades.
cado y resoplando, emergió a la superficie, en el
Hacia el norte, lejos, se veía claramente una
otro extremo––. El buceo ha sido largo, pero ha
franja de arena, escollos y rocas. Eso impediría
valido la pena.
que un barco se acercase a la playa a menos de
Las vacas marinas se habían separado y comían seis millas. Entre las islas y la zona de tierra
perezosamente cerca de las playas más hermo- más extensa había un canal profundo, que co-
sas que Kotick había visto jamás. Había largas rría casi paralelo y muy cercano a los acantila-
extensiones de rocas per fectamente lisas, ma- dos de la costa. Bajo éstos se abría el túnel de
ravillosamente dispuestas para la instalación de acceso.
criaderos. Detrás había terrenos, aptos para
«Es otro Novastosna, pero diez veces mejor», se
jugar, de arena dura, que se remontaban sua-
dijo Kotick. Vaca Marina debe ser más inteli-
vemente hacia el interior. Y rompientes magní-
gente de lo que yo pensaba. Los hombres no
ficos para el baile. Y una hierba blanda sobre la
podrían descender por estos acantilados, eso en
que podrían revolcarse. Y dunas que subir y
el caso de que hubiera hombres por aquí. Y los
bajar. Y lo mejor de todo, algo que Kotick supo
bajíos costeros harían pedazos cualquier barco.
en cuanto tocó el agua, que jamás ha engañado
Si hay algún lugar seguro en la superficie de los
a un auténtico garra del mar: que el hombre
mares, sin duda éste es el mejor.»
jamás había puesto el pie allí.
Empezó a pensar en la foca que había dejado en ––Todo eso es muy hermoso, Kotick, pero no
su tierra natal, que le estaría esperando. Pero, puedes llegar dando órdenes sin más, espe-
aunque tenía prisa por volver a Novastosna, cialmente cuando no has luchado por nuestros
exploró a fondo el lugar para poder responder a criaderos.
todas las preguntas que estaba seguro iban a
Los demás estallaron en una risa incontenible y
hacerle. Luego se zambulló y, después de haber
empezaron a menear la cabeza. El joven se
grabado bien en su memoria la entrada del tú-
había casado aquel mismo año y se creía muy
nel, lo enfiló hacia el sur. Nadie, salvo una vaca
importante.
marina o una foca, habría sospechado jamás su
existencia, y cuando miró hacia atrás, le costó ––Yo no tengo que defender un criadero ––
hacerse a la idea de que había pasado por deba- exclamó rabioso Kotick––. Sólo quiero enseña-
jo de aquellos enormes acantilados. Tardó seis ros un lugar donde podréis vivir absolutamente
días en volver a su casa, sin retrasarse lo más seguros. ¿Para qué luchar entre nosotros?
mínimo en el camino. Y cuando tocó tierra, jus- ––Bueno, si te bates en retirada tan fácilmente y,
to encima de la garganta del León Marino, la en el fondo, buscas una excusa, no tengo nada
primera foca que encontró fue la que le espera- que añadir ––terminó la foca con una risa sar-
ba, que leyó en su mirada la buena noticia. Pero cástica.
los holluschickie, su padre y las demás focas se
burlaron de él cuando les contó su des- ––¿Te vendrás conmigo si te venzo? ––le pre-
cubrimiento. Y una foca joven, que tenía más o guntó Kotick.
menos su edad, le dijo: Sus ojos se iluminaron con destellos verdes de
rabia ante el posible combate.
––Muy bien ––respondió su contrincante con rayo los criaderos. Se lanzó sobre el garra del
un tono despreocupado––. Si me vences, iré mar más corpulento, lo agarró por la garganta y
contigo. lo ahogó, cubriéndolo al mismo tiempo de gol-
pes, hasta que el otro lanzó un gruñido para
No pudo cambiar de opinión, porque la cabeza
pedir clemencia. Luego lo lanzó de costado y
de Kotick salió disparada como una flecha, y
atacó al siguiente. Tened en cuenta que Kotick
sus dientes se hundieron en el grueso cuello de
no había ayunado como las grandes focas. Sus
su adversario. Después Kotick se apoyó en la
viajes en alta mar le mantenían en una forma
parte trasera de su cuerpo, arrastró a su enemi-
perfecta y, sobre todo, jamás se había batido
go por la playa, le sacudió y terminó ponién-
hasta entonces. La cólera erizaba su melena
dole de espaldas. Luego se dirigió a las focas
blanca, llena de bucles, y sus grandes caninos
con palabras como rugidos:
brillaban: era un espectáculo digno de admirar.
––He hecho todo lo que he podido a lo largo de
El viejo Garra del Mar, su padre, le vio pasar
cinco estaciones. He encontrado una isla en la
como una tromba, arrastrar a los viejos machos
que estaréis totalmente seguros, pero parece
de pelo gris, como si fueran simples fletanes, y
que no me creeréis hasta que no os arranque
derribar a los jóvenes por docenas. Garra del
esas estúpidas cabezas vuestras. Pues bien, aho-
Mar, lanzando un rugido, gritó:
ra voy a datos una lección. ¡En guardia!
––Quizá sea un idiota, pero nadie lucha como
Limmershin me dijo que en toda su vida ––y
él. Hijo, no pelees conmigo. Yo estoy contigo.
Limmershin ve batirse a diez mil focas todos los
años––, en toda su corta vida no había visto Kotick se limitó a lanzar un rugido, y el viejo
nada semejante a Kotick, enfilando como un Garra del Mar, moviéndose torpemente, se
acercó hasta unirse a su hijo, que resoplaba co- ––¡Y bien, gordos cerdos marinos! ¿Quién me
mo una locomotora, mientras Matka y la futura acompaña al túnel de la Vaca-Marina? Respon-
esposa de Kotick parecían haberse hecho muy dedme, y si no os daré otra lección ––rugió Ko-
pequeñas, llenas de admiración por sus parejas. tick.
Fue un combate magnífico, porque los dos se
Se oyó un murmullo, semejante a una suave
batieron mientras hubo una sola cabeza levan-
sacudida de la marea, sobre las playas.
tada en son de desafío. Luego los dos desfilaron
por la playa, muy juntos, emitiendo unos berri- ––Sí, iremos contigo ––dijeron miles de voces
dos tremendos. exhaustas––. Sí, seguiremos a Kotick, la foca
blanca.
Por la noche, cuando la aurora boreal* difundía
sus luminarias intermitentes a través de la nie- Entonces Kotick hundió la cabeza, y cerró los
bla, Kotick subió a una roca desnuda y contem- ojos lleno de orgullo. Ya no era la foca blanca,
pló el gran criadero, hecho un inmenso revolti- sino una foca roja de la cabeza a la cola. Y, sin
jo, y a las focas heridas y sangrantes. embargo, le habría parecido un gesto vergon-
zante echar siquiera una mirada o tocar una
––Bien, os he dado una buena lección.
sola de sus heridas.
––¡Por todos los diablos! ––dijo el viejo Garra
Pasados ocho días, el y su ejército ––casi diez
del Mar, en un esfuerzo penoso por enderezar
mil focas entre los holluschickie y las ya madu-
su cuerpo magullado––, ni la orca misma les
ras–– se echaron al agua y empezaron a nadar
habría dado semejante lección. Hijo, me siento
en dirección norte, hacia el túnel de Vaca––
orgulloso de ti. Y lo que es más, yo mismo te
Marina, al mando de Kotick. Las que se queda-
acompañaré a tu isla, si es que existe.
ron en Novastosna los trataron de locos. Pero HE AQUÍ LA CANCIÓN SOLEMNE QUE EN-
en la primavera siguiente, cuando se reencon- TONAN EN ALTA MAR TODAS LAS FOCAS
traron junto a los bancos de peces del Pacífico, DE SAN PABLO, CUANDO, LLEGADO EL
las seguidoras de Kotick hicieron tales descrip- VERANO, VUELVEN A SUS PLAYAS. ES
ciones de las nuevas playas, que un número UNA ESPECIE DE HIMNO NACIONAL EM-
creciente de focas abandonó Novastosna. PAPADO DE TRISTEZA
Naturalmente, eso no sucedió en un breve es-
pacio de tiempo, porque las focas son un poco
Al alba vi amigas cargadas de años,
cabezotas. Pero al cabo de un año, muchas más
nací a la mañana de olas y espacios.
abandonaron Novastosna, Lukannon y los otros
Quedo es el rumor del mar en resaca.
criaderos, emigrando a esas playas tranquilas y
Playas de Lukannon, la vida que canta.
bien abrigadas, en las que Kotick pasa ahora el
Feliz es la estancia, se fue la amargura de ma-
verano. Crece, engorda y se pone más fuerte
res,
cada día, mientras los holluschickie juegan a su
peligros de mil singladuras.
alrededor en aquel mar que no visita ni un solo
La noche se llena de bailes y luces.
hombre.
Playas de Lukannon, de recuerdos dulces.
Eran mis hermanos. No volveré a verlos.
Vivían la vida como un puro juego.
LUKANNON
El grito de guerra era algo olvidado.
Ya todo eran risas, carreras y cantos.
Playas de Lukannon, cubiertas de hierba, líque- Rikki-Tikki-Tavi
nes
profundos, escarchas y niebla.
Espacios abiertos, terrazas pulidas. Ojo-Rojo, desde el hueco redondo,
Playas de Lukannon, mi tierra querida. a Piel Arrugada le lanzó el cohombro.
¿Por qué hoy mis hermanos están abatidos? Escuchad el gran reto de animal sin miedo:
El hombre, la bala, el brazo asesino. Nag, ven, la muerte va a ser el fin de tus sueños.
Nos lleva a la muerte en triste rebaño. Ojo a ojo, dos cabezas, odio puro.
Felices sin hombres, playas de Lukannon. Nag, guarda la distancia, el mejor conjuro.
Cuenta tu historia al rey de los mares. No olvides, Nag, cobra, la lucha es a muerte,
Si no lo hace él, ya no hay quien te ampare. y el triunfo, regalo de astucia y de suerte.
Tu raza estará para siempre perdida, Dieron mil vueltas en el duro suelo.
Lukannon, serás sólo un recuerdo de vida. Nag, corre a esconder tu piel sucia muy lejos.
Quisiste mi muerte y fue toda tuya.
Te dejó sin vida la diosa Fortuna.
HE AQUÍ LA HISTORIA DE LA GRAN BA-
TALLA que Rikki-Tikki-Tavi libró, totalmente
solo, en un cuarto de aseo del gran bungaló, en
el cuartel de Segowlee. Contó con la ayuda de
Darzee, el pájaro-sastre, y de Chuchundra, la
rata almizclera, que jamás anda por el centro de
las habitaciones, pues se desliza bien pegado a en medio de un sendero de un jardín, por cier-
las paredes, que le dio buenos consejos. Pero to, muy descuidado, y un niño, a su lado, decía:
Rikki-Tikki-Tavi sostuvo la auténtica lucha. Era
––Mira, una mangosta muerta. Vamos a cele-
una mangosta*, y se parecía a un gato por la
brar un funeral por ella.
piel y la cola. Sus ojos y la punta del hocico,
siempre nervioso, eran de color rosa. Podía ras- ––No ––le contestó su madre––, vamos a coger-
carse cualquier parte del cuerpo con cualquiera la y a secarla. Quizá no esté realmente muerta.
de sus patas delanteras o traseras, la que esco- La cogieron y la llevaron a casa. Allí, un hom-
giera. Su cola podía hincharse hasta imitar una bre grueso la mantuvo un momento en el aire y
brocha. Y su grito de guerra, mientras, desli- aseguró que no estaba muerta, sino medio aho-
zándose, parecía reptar sobre la hierba, era: gada. La envolvieron entre algodones, la calen-
«¡Rikk-tikk-tikki-tikki-tchk!». taron, y el pequeño animal abrió los ojos y es-
Un día, una de esas impresionantes inundacio- tornudó.
nes de verano la arrancó de la madriguera en la Ahora ––dijo el hombre, un inglés que acababa
que vivía con sus padres. Pateando, asustada, de trasladarse al bungaló––, no la asustéis, y
cloqueando como una gallina, llegó al fin a una veremos qué hace.
zanja que estaba al borde de un camino. Tuvo la
suerte de encontrar allí un menudo haz de Es casi imposible asustar a una mangosta, por-
hierbas, y se aferró a él. No se enteró de lo que que está devorada por la curiosidad de la punta
pasó después, porque perdió el conocimiento. de la nariz a la cola. La consigna de la familia
Cuando lo recobró, estaba tumbada a pleno sol de las mangostas es: «Corre y entérate». Y Rik-
ki-Tikki era una auténtica mangosta. Se fijó en
el algodón y se dio cuenta de que no era comes- entrará en la casa sin parar. Vamos a darle algo
tible. Correteó con curiosidad a lo largo y ancho de comer.
de la mesa, se sentó, se alisó la piel, se rascó y,
Le dieron un pequeño pedazo de carne cruda.
dando un salto, se subió al hombro del niño.
A Rikki-Tikki le gustó muchísimo, y cuando lo
––No te asustes, Teddy ––le dijo su padre––. Es terminó, salió a la galería, se sentó al sol y es-
su manera de hacer amigos. ponjó su piel para que se le secara por comple-
to. Luego empezó a sentirse mejor. ––Todavía
––Me hace cosquillas en la barbilla ––se sonrió
hay muchas cosas que ver en esta casa ––se di-
Teddy.
jo––. Más que las que toda mi familia junta po-
Rikki-Tikki miró hacia abajo, al hueco que se dría encontrar en toda su vida. Yo me quedaré
abría entre la camisa del niño y su cuello, curio- aquí y las encontraré.
seó, jugueteando, en su oído, y saltó al suelo,
Pasó todo el día dando vueltas por la casa. Casi
donde se rascó la nariz.
se ahogó en el cuarto de baño, metió su nariz en
––¡Vaya! ––exclamó la madre de Teddy––, ty el tintero que había en el escritorio, y se la
eso es un animal salvaje? Supongo que se ha quemó oliscando el extremo del puro del hom-
familiarizado con nosotros porque hemos sido bre grande, porque se subió a su regazo para
buenos con ella. enterarse de cómo escribía. Cuando cayó la tar-
––Todas las mangostas se comportan así ––le de, se fue a la habitación de Teddy para ver
aclaró su marido––. Si Teddy no la tira de la cómo se encendían las lámparas de queroseno*,
cola o intenta meterla en una jaula, saldrá y y cuando el niño subió a la cama, Rikki-Tikki
hizo lo mismo. El matrimonio entró ––como
siempre–– para ver a su hijo, y Rikki-Tikki esta- actuar si algún día se encontraba con hombres
ba despierta, sentada sobre la almohada. blancos.
––No me gusta eso ––dijo la madre de Teddy––. Luego, Rikki-Tikki salió al jardín para inspec-
Puede morder al niño. cionarlo. Era un jardín enorme, cuidado a me-
dias, con rosales tan grandes como cenadores,
––No lo hará ––le contestó el padre––. Teddy
de los llamados Marshal Niel. También había
está más seguro con este pequeño animal que
naranjos y limas, bambúes y una gran extensión
con un perro de presa. Si ahora entrara una
de hierba alta. Rikki-Tikki se relamió:
serpiente...
«Esto es un magnífico cazadero», pensó, y su
Pero la madre de Teddy no quería ni pensar en
cola se esponjó.
algo tan horrible.
Luego, corriendo locamente de un lado para
Por la mañana, Rikki-Tikki se fue a desayunar a
otro, lo exploró todo. De repente oyó unas vo-
la galería, sentada en un hombro de Teddy, y le
ces lastimeras que salían de un espino.
dieron un plátano y huevo duro. Se sentó por
turno en el regazo de los tres, porque toda Eran Darzee, el pájaro-sastre, y su esposa. Su
mangosta bien educada aspira a convertirse nido era precioso. Habían cosido dos grandes
algún día en un animal doméstico, y disponer hojas y habían llenado el hueco de algodón y
de habitaciones por las que corretear. La madre pelusa. El nido se balanceaba, mientras ellos,
de RikkiTikki, que había vivido en la casa del sentados en los bordes, lloraban.
general en Segowlee, le había enseñado cómo
––¿Qué pasa? ––les preguntó Rikki-Tikki.
––Nos ha golpeado la desgracia ––le respondió dió su capucha para que el sol no le molestara
Darzee––. Una de nuestras crías se cayó del mientras dormía. Y ahora, ¡mírame y échate a
nido ayer, y Nag se la comió. temblar!
––Hummm, sí, eso es muy triste ––dijo Rikki- Ensanchó su cuello más que nunca, y Rikki-
Tikki––. Pero yo soy aquí un extraño. ¿Quién es Tikki vio una marca como de gafas en la parte
Nag? Darzee y su mujer, en vez de contestar, se de atrás. Parecía un cierre en forma de corchete.
refugiaron en el nido. De la espesa hierba que Durante un instante, el miedo hizo presa en él.
crecía al pie del arbusto, salió un sonido sordo... Pero a una mangosta el miedo no le dura más
un horrible sonido frío, que hizo que Rikki- que un instante, y aunque Rikki-Tikki no se
Tikki retrocediera. Luego, lentamente, fueron había encontrado aún con una cobra viva, su
emergiendo de la hierba la cabeza y el capu- madre lo había alimentado con cobras muertas,
chón de Nag, la gran cobra negra, que medía un y sabía muy bien que una mangosta adulta tie-
metro y medio, desde la lengua hasta la cola. ne como misión en la vida combatir y matar a
Cuando ya estaba casi completamente visible, las serpientes. Nag lo sabía también, y en el
empezó a balancearse, como los dientes de león fondo de su corazón de hielo sintió miedo.
agitados por el aire, y miró a RikkiTikki con sus
––¡Vaya! ––dijo Rikki-Tikki, cuya cola había
malignos ojos de serpiente, que nunca cambian
adquirido el máximo volumen––, con marca o
de expresión, piensen lo que piensen.
sin ella, ¿te parece bien comer, pajarillos caídos
––¿Quién es Nag? ––exclamó en tono triunfal––. del nido?
Yo soy Nag. El gran dios Brahma nos puso el
Nag disimulaba sus pensamientos y observaba
signo distintivo cuando la primera cobra exten-
los movimientos de la hierba tras Rikki-Tikki.
Sabía bien que la presencia de mangostas en el tuvo miedo del terrible latigazo que la cobra le
jardín significaba, tarde o temprano, su muerte lanzó con la cola.
y la de su familia, pero quiso burlar la vigilan-
Le dio un mordisco, pero no con demasiada
cia de Rikki-Tikki. Bajó un poco la cabeza y la
fuerza, y de un salto se vio libre de la amenaza
ladeó.
que representaba aquella cola sangrante, dejan-
––Dialoguemos un momento ––le dijo––. Tú do a Nagaina herida y rabiosa.
comes huevos tan a gusto. ¿Por qué no puedo
––¡Darzee, eres malvado! ––dijo Nag, azotando
yo comer pájaros?
el aire en torno al nido, que se asentaba firme-
––¡Detrás! ¡Mira detrás de ti! ––le cantó Darzee. mente en el espino. Darzee lo había construido
Rikki-Tikki no perdió ni un segundo. Dio en el fuera del alcance de las serpientes, y el nido se
aire el mayor salto que pudo, y justo debajo de limitó a oscilar de izquierda a derecha.
él, la cabeza de Nagaina, la pérfida esposa de
Rikki-Tikki sintió que sus ojos se habían vuelto
Nag, pasó como una flecha. Se le había acerca-
rojos y brillantes, y cuando los ojos de una
do por detrás mientras hablaba, para ajustarle
mangosta adquieren esa coloración, es que está
las cuentas. Falló por los pelos. Se oyó un feroz
rabiosa. Se sentó sobre la cola y las patas tras-
silbido de contrariedad. Rikki-Tikki cayó casi
eras, como si fuera un pequeño canguro. Mira-
encima del lomo de Nagaina. Una vieja man-
ba a su alrededor y los dientes le rechinaban de
gosta habría sabido que ése era el momento
rabia. Pero Nag y Nagaina habían desaparecido
justo de romper la columna vertebral de su
en la hierba. Cuando una serpiente falla un
enemiga de un solo bocado. Pero Rikki-Tikki
golpe, se calla y no deja traslucir lo que hará
luego. Rikki-Tikki ni siquiera intentó seguirlas.
No estaba preparada para luchar contra dos Rikki-Tikki estaba preparado para dejarse aca-
serpientes a la vez. Se fue trotando hasta el ca- riciar.
mino enarenado, cerca de la casa, y se sentó
Pero en el momento en que Teddy se inclinaba,
para pensar tranquilamente. Se encontraba ante
el polvo se removió y se oyó una voz tenue:
un problema muy serio. Si leéis libros antiguos
de historia natural, descubriréis que cuando ––¡Cuidado! ¡Soy la muerte!
una mangosta entra en fiero combate con una Se trataba de Karait, la minúscula serpiente
serpiente y es mordida por ella, se va a comer color tierra, a la que le encanta dormir entre el
una hierba que la cura. Pero ésa no es una ver- polvo. Su mordedura es tan peligrosa como la
dad científica. La victoria sólo es cuestión de de una cobra, pero es tan pequeña que nadie
rapidez de mirada y agilidad de patas. A cada piensa en ella, y por eso hace estragos entre las
intento de la serpiente, un salto de la mangosta. personas.
Y como ninguna mirada es capaz de seguir el
movimiento de la cabeza de una serpiente Los ojos de Rikki-Tikki se inyectaron de nuevo
cuando ataca, la realidad de los hechos es toda- en sangre, y se acercó a Karait con ese paso úni-
vía mas extraordinaria que la hierba mas mági- co, entre el balanceo y la ondulación, heredado
ca. Rikki-Tikki sabía que él era una joven man- de su familia. Parece extraño y hasta cómico,
gosta macho, y estaba mas que satisfecho de pero está tan perfectamente equilibrado que el
haber podido esquivar un ataque por la espal- animal puede salir disparado en cualquier di-
da. Eso le dio una gran confianza en sí mismo, y rección. Y cuando se trata de serpientes, ese
cuando Teddy llegó corriendo por el caminillo, movimiento representa una gran ventaja. Lo
que no sabía Rikki-Tikki es que haría algo mu-
cho mas peligroso que luchar contra Nag. Por- lanzado un ataque alocado que le permitió a
que Karait era tan pequeña y podía darse la Rikki-Tikki, de un salto, caer sobre la espalda
vuelta a tal velocidad, que si no le mordía exac- de la serpiente. Recogió cuanto pudo la cabeza
tamente detrás de la cabeza, recibiría la picadu- entre las patas delanteras y mordió la columna
ra de Karait en un ojo o en el labio. Pero Rikki vertebral de la serpiente. La mordedura parali-
no lo sabia. Tenia los ojos completamente rojos, zó a Karait, y Rikki-Tikki se preparaba para
y se balanceaba hacia atrás y hacia delante, bus- comérsela entera, empezando por la cola, según
cando un objetivo. Karait atacó. Rikki dio un la costumbre de su familia, cuando pensó que,
salto de costado e intentó llegar al cuerpo a si quería conservar su fuerza y su viveza, no
cuerpo, pero la perversa serpiente del polvo dio debería engordar.
un latigazo en el aire, a la distancia de un cabe-
Se fue a tomar un baño de polvo bajo los rici-
llo de su espalda. Rikki-Tikki se vio obligada a
nos*, mientras el padre de Teddy golpeaba el
saltar por encima del cuerpo de la serpiente,
cadáver de Karait. «¿Para qué, reflexionó Rikki-
mientras la cabeza de ésta estuvo a punto de
Tikki, si yo he hecho todo lo que había que
apresar sus patas.
hacer?» Entonces la madre de Teddy la cogió, la
Teddy gritó a las personas que había en la casa: abrazó estrechamente y le dijo con voz cariñosa
pero fuerte que había salvado de la muerte a su
––¡Venid a ver esto! Nuestra mangosta está a
hijo. Y el padre declaró en tono solemne que la
punto de matar una serpiente.
había enviado la Providencia, mientras Teddy
Rikki-Tikki oyó chillar a la madre de Teddy. Su miraba todo con ojos llenos de espanto. A Rik-
padre salió a toda prisa, con un palo en la ma- ki-Tikki le divertía mucho el alboroto que se
no. Pero antes de que llegaran, Karait había traían, aunque, evidentemente, no entendía
nada. La madre de Teddy podría haber aca- alta toda la noche, pero no se atreve a correr
riciado al niño exactamente igual por haber por el centro de las habitaciones.
jugado en el polvo. Rikki se divirtió muchísimo.
––No me mates ––le suplicó Chuchundra, a
Por la tarde, a la hora de la cena, moviéndose punto de llorar––. Rikki-Tikki, no me mates.
tranquilamente entre los vasos de vino, podría
––¿Piensas que quien mata serpientes se va a
haberse atiborrado, pero se acordó de Nag y de
rebajar a matar ratas como tú? ––le contestó
Nagaina y, aunque le gustaba dejarse alabar y
Rikki-Tikki con desdén.
acariciar por la madre de Teddy, y auparse al
hombro de éste, sus ojos se inyectaban en san- ––Los que matan serpientes al final mueren en
gre de cuando en cuando y lanzaba su pro- sus fauces ––dijo Chuchundra, más quejumbro-
longado grito de guerra: «¡Rikk––tikk––tikki–– sa que nunca––. ¿Y cómo sabré yo con seguri-
tikki––tchk!». dad que Nag no me atacará, confundiéndome
contigo, una noche bien oscura?
Teddy se la llevó a la cama, y se empeñó en que
durmiera pegado a su barbilla. Rikki-Tikki es- ––No hay el menor peligro ––respondió Rikki-
taba demasiado bien educado como para mor- Tikki––. Además, sé que Nag está en el jardín y
der o arañar, pero en cuanto Teddy se durmió, tú no te dejas ver en el.
se fue a hacer la ronda nocturna alrededor de la ––Mi primo Chua, la rata, me ha dicho... ––
casa, y en la oscuridad cayó sobre Chuchundra, empezó Chuchundra, y luego se calló.
la rata almizclera, que se arrastraba junto a una
pared. Chuchundra es un animal pequeño que ––¿Qué te ha dicho?
vive siempre lleno de miedo. Se lamenta en voz
––¡Chitón! Nag está en todas partes, Rikki- ducto de salida del cuarto de baño. Tienes ra-
Tikki. Tendrías que haber hablado con Chua en zón, Chuchundra, debería haber hablado con
el jardín. Chua.
––No lo he hecho. Así que tienes que decírmelo. Se llegó sigilosamente hasta el cuarto de baño
Rápido, Chuchundra, o te muerdo. de Teddy. No encontró nada allí. Luego, al de
la madre de Teddy. En la parte baja del muro
Chuchundra se sentó y se puso a llorar con tan-
encalado habían retirado un ladrillo para des-
ta fuerza que las lágrimas resbalaban por sus
aguar el cuarto de baño y, en el momento en
bigotes. ––Soy un pobre infeliz ––dijo entre so-
que Rikki-Tikki se deslizaba dentro de la habi-
llozos––. Jamás he tenido el valor de lanzarme
tación, cuando se acercaba a la bañera, escuchó
hasta el centro de una habitación. ¡Chitón! No
a Nag y a Nagaina cuchicheando fuera, al claro
debo decir nada. ¿No te das cuenta, Rikki-
de luna. ––Cuando no haya ni un solo ser
Tikki?
humano en la casa ––le decía Nagaina a su ma-
La mangosta se puso a la escucha. La casa esta- rido––, ella tendrá que irse. Y entonces el jardín
ba envuelta en un silencio total, pero se oía un volverá a ser nuestro. Entra sin ruido, que el
débil crisscriss, un ruido tan leve como el que hombre que ha matado a Karait es el primero al
produce una avispa acariciando el cristal de que hay que morder. Después vienes y me lo
una ventana. Era el roce tenue y seco de las es- cuentas. Y luego nos iremos las dos juntas al
camas de una serpiente sobre los ladrillos. encuentro de Rikki-Tikki.
––Se trata de Nag o Nagaina ––murmuró como ––Pero ¿estás segura de que saldremos ganando
para sí mismo–– a punto de entrar por el con- matando a los humanos? ––preguntó Nag.
––Del todo. Cuando nadie habitaba el bungaló, el cuarto de baño, que estaba en la más absoluta
¿teníamos una mangosta en el jardín? En cuan- oscuridad. Rikki-Tikki advertía el brillo de sus
to se quede vacío, seremos los reyes. Y acuérda- ojos.
te de que en cuanto los huevos que hemos
––Veamos, si la mato aquí, Nagaina lo sabrá. Y
puesto en el melonar se abran ––y eso puede
si la ataco en tierra, en campo abierto, todas las
ocurrir mañana mismo––, nuestros hijos ne-
ventajas serán para ella. ¿Qué hacer? ––se dijo
cesitarán mucho espacio y mucha tranquilidad.
Rikki-Tikki.
––No había pensado en eso ––dijo Nag––. Voy
Nag se balanceaba en todas direcciones. Luego,
ahora mismo. Pero será inútil que nos ponga-
Rikki-Tikki escuchó cómo bebía en el jarro que
mos a buscar inmediatamente a Rikki-Tikki. Yo
se empleaba para llenar la bañera.
mataré al hombre y a su mujer, y luego al niño
si me da tiempo, y dejaré la casa sin hacer ruido ––Está bien ––dijo la serpiente––. Cuando Ka-
alguno. Entonces el bungaló se quedará vacío y rait murió, el hombre gordo llevaba un bastón.
Rikki-Tikki tendrá que irse. Quizá lo tenga todavía. Pero cuando mañana
por la mañana venga a bañarse, seguro que no
Un estremecimiento de rabia y odio recorrió a
lo tendrá. Le voy a esperàr aquí. Nagaina... ¿me
la mangosta. A continuación, la cabeza de Nag
oyes? Voy a esperar aquí, bien fresquito, hasta
apareció por el conducto, seguida por el metro
que se haga de día.
y medio de su cuerpo frío. Aunque Rikki-Tikki
estaba totalmente dominado por la cólera, se No se oyó respuesta alguna fuera. Rikki-Tikki
asustó mucho al comprobar su longitud. Nag se comprendió que Nagaina se había ido. Nag se
hizo un ovillo, levantó la cabeza, e inspeccionó ovilló en torno al fondo del jarro, y Rikki-Tikki
se quedó como muerto, totalmente quieto don- sacó de su posición toda la ventaja posible.
de se encontraba. Al cabo de una hora se puso Después se vio zarandeado de un lado a otro,
en movimiento, músculo tras músculo, y avan- en todas las direcciones, en el suelo, de arriba
zó hacia el jarro. Nag estaba dormido, y Rikki- abajo y en grandes círculos. Pero tenía los ojos
Tikki tuvo tiempo de mirar su espalda podero- rojos y aprisionaba con firmeza a su presa,
sa, y de buscar el mejor sitio para hacer presa mientras ésta pegaba latigazos en el suelo. Tiró
en el. «Si no le rompo los riñones con el primer un bote de hojalata, la jabonera y un cepillo. Y
ataque ––pensó Rikki––, mantendrá la capaci- golpeó terriblemente a Rikki-Tikki contra el
dad de lucha. Y si lucha... adiós, Rikki.» Consi- metal esmaltado de la bañera. Manteniendo
deró el grosor del cuello bajo la capucha. Era siempre la presa, cerraba sus mandíbulas cada
demasiado para el. Y una mordedura cerca de vez mas, pues estaba seguro de morir a fuerza
la cola no conseguiría mas que enfurecer a Nag de golpes, y por el honor de su familia, prefería
hasta el paroxismo. «Es preciso atacarle en la que le encontraran así, con los dientes apreta-
cabeza», se dijo al fin. «La cabeza, por encima dos, hundidos en el cuerpo de la cobra. Le daba
del capuchón. Y una vez que haya hecho presa vueltas la cabeza, y tenía la impresión de que
ahí, no soltarla por nada del mundo.» estaba hecho añicos, cuando, de repente, se oyó
tras el como un enorme trueno. Un aire abrasa-
Entonces atacó. La cabeza de Nag estaba a unos
dor le hizo perder el conocimiento, y sintió que
dedos del jarro, bajo su curva. Cuando sus
una llama roja le quemaba la piel. El hombre,
dientes se clavaron, Rikki se arqueó contra la
despertado por el ruido, había hecho fuego con
arcilla roja, para atenazar contra el suelo la ca-
una escopeta de caza, alcanzando a Nag justo
beza de la serpiente. No pudo guardar este
detrás de la capucha.
punto de apoyo más que un segundo, aunque
Rikki seguía manteniendo su presa. Tenía los Sin esperar al desayuno, corrió hacia el espino
ojos cerrados, porque ahora estaba completa- en el que Darzee, triunfal, cantaba a voz en gri-
mente seguro de que la cabeza ya no se movía. to. La noticia de la muerte de Nag había reco-
El hombre lo cogió diciendo: rrido todo el jardín, porque el barrendero había
arrojado su cuerpo a la basura.
Alicia, de nuevo la mangosta. Esta vez es ella la
que nos ha salvado la vida. ––¡Oye, estúpido montón de plumas! ––gritó
Rikki-Tikki encolerizado––. ¿Es el mejor mo-
Entonces, la madre de Teddy entró en la habita-
mento para cantar?
ción, pálida, vio lo que quedaba de Nag, y Rik-
ki-Tikki se fue sigilosamente a la habitación de ––¡Nag está muerto... muerto... y bien muerto! –
Teddy, donde pasó la mitad de la noche sacu- –cantaba Darzee––. El valiente Rikki-Tikki lo ha
diéndose suavemente para comprobar si estaba cogido por la cabeza y ha tenido el valor de no
o no hecha trocitos. soltar la presa. Ha llegado el hombre con el bas-
tón que hace «buuum» ¡y Nag ha caído, partido
Cuando llegó la mañana, tenía agujetas en todo
en dos! Jamás volverá a comerse a mis crías.
el cuerpo, pero estaba satisfecho del trabajo
realizado. «Y ahora le ha llegado el turno a Na- ––Muy bien, pero ¿dónde está Nagaina ––
gaina, que será peor que cinco Nag juntos. Y no preguntó.
se puede saber cuándo nacerán sus crías. ¡Santo
––Nagaina ha llegado hasta el conducto de la
cielo! Tengo que ir a hablar con Darzee», se
sala de baño, y ha llamado a Nag ––respondió
dijo.
Darzee––. Pero Nag ha salido en el extremo de
un palo. El barrendero ha enroscado ahí su
cuerpo y lo ha tirado al basurero. Cantemos en ––En el melonar, junto al muro, donde el sol da
honor del gran Rikki-Tikki, Rikki-Tikki, el de con fuerza casi todo el día. Hace semanas que
los ojos rojos ––y después, Darzee hinchó el los oculta allí.
cuello y siguió cantando.
––¿Y no se te ha ocurrido decírmelo? ¿En el
––Si pudiera alcanzar tu nido, lo destruiría y lado más próximo al muro?
lanzaría al suelo a tus crías. Darzee, no haces las
––Rikki-Tikki, no te comerás esos huevos, ¿ver-
cosas cuando y como debes. Tú estás ahí arriba,
dad? ––¿Comérmelos? No exactamente. Darzee,
seguro en tu nido. Pero yo, aquí abajo, vivo en
si no has perdido el juicio por completo, vete
plena guerra. Deja de cantar un momento, Dar-
enseguida hacia los establos, simula que se te
zee.
ha roto un ala, y haz que Nagaina te persiga
––Por amor al grande, al hermoso Rikki-Tikki, hasta este espino. Tengo que ir al melonar, y si
me paro ––dijo Darzee––. ¿Qué te pasa? fuera ahora, ella me vería.
––Por tercera vez, ¿dónde se encuentra Nagai- Darzee era un poco tonto, incapaz de retener
na? ––Sobre el montón de basura, cerca de las más de una idea en la cabeza. Y porque sabía
caballerizas. Llora la muerte de Nag. ¡Qué que las crías de Nagaina nacían de huevos se-
grande es Rikki-Tikki, el de los dientes blancos! mejantes a los suyos, opinaba que no había que
destruirlos. Pero su mujer razonaba muy bien, y
––¡Olvídate de mis dientes! ¿Sabes dónde guar-
sabía que los huevos de cobra acaban por pro-
da sus huevos?
ducir cobras jóvenes. Echó a volar desde el ni-
do, y dejó a Darzee la misión de mantener ca-
lientes a las crías y continuar cantando la muer-
te de Nag. Darzee se parecía mucho a los hom- de la casa reposará en una inmovilidad absolu-
bres en ciertos aspectos. ta. ¿Por qué tratas de huir? No te escaparás de
mí. Pequeña idiota, mírame.
Voló hasta donde estaba Nagaina, cerca del
montón de basura, y empezó a lamentarse: La esposa de Darzee se guardó muy bien de
hacerlo, porque un pájaro que mira a una ser-
––¡Ay, se me ha roto un ala! El niño de la casa
piente a los ojos se asusta de tal manera que ya
me ha lanzado una piedra y me la ha partido.
es incapaz de hacer un solo movimiento. La
Luego empezó a aletear, absolutamente deses- esposa de Darzee continuó aleteando, sin levan-
perada. tar nunca el vuelo, y Nagaina empezó a arras-
Nagaina levantó la cabeza y silbó: trarse más aprisa hacia ella.
––Tú avisaste a Rikki-Tikki cuando yo estaba a Rikki-Tikki las oyó alejarse de las caballerizas y
punto de matarle. No has escogido el mejor subir por el camino. Entonces echó a correr a
sitio para cojear ––y se fue acercando a ella, toda velocidad hacia el melonar que se encon-
arrastrándose por el polvo. traba cerca del muro. Allí, en la paja tibia ex-
tendida alrededor de los melones, muy hábil-
––¡El niño me la ha roto con una piedra! ––gritó mente ocultos, descubrió veinticinco huevos,
de nuevo la esposa de Darzee. del mismo grosor más o menos que los de la
––Bien, quizá te consuele, después de tu muer- gallina Bantam, pero recubiertos de una piel
te, pensar que yo le ajustaré las cuentas al niño. blanquecina en vez de cáscara.
Mi marido yace esta mañana sobre un montón ––No me he adelantado ni un solo día ––dijo,
de basura, pero antes de la noche, el pequeño porque se había dado cuenta de que las crías
estaban ovilladas en el interior, y sabía que, en enroscado sobre la estera, muy cerca de la silla
cuanto naciesen, cada una de ellas podría matar de Teddy; tenía a su alcance la pierna del niño y
a un hombre o a una mangosta. Con un mor- se balanceaba de derecha a izquierda, cantando
disco arrancó la piel de los huevos y, poniendo triunfalmente:
toda su alma en la tarea, aplastó a las jóvenes
––Hijo del hombre que ha matado a Nag ––
cobras. Luego revolvió la paja varias veces para
silbaba––, no te muevas. Todavía no estoy pre-
asegurarse de que no había olvidado ninguno.
parada. Esperad un poco. Quedaos absoluta-
Al final no quedaban más que tres huevos. Se
mente inmóviles los tres. Si os movéis, os ataca-
echó a reír, pero entonces oyó la aguda voz de
ré, y si no, también. ¡Insensatos, os habéis atre-
la esposa de Darzee:
vido a matar a mi Nag!
––Rikki-Tikki, he llevado a Nagaina hacia la
Los ojos de Teddy estaban clavados en los de su
casa y ha alcanzado la galería y, ¡ven inmedia-
padre, que sólo murmuraba:
tamente... quiere matar!
––Tranquilo, Teddy. No hay que moverse. Ted-
Rikki-Tikki aplastó dos huevos, se llevó el ter-
dy, tranquilo.
cero en la boca, se retiró del melonar dando un
salto hacia atrás, y se precipitó hacia la galería Entonces llegó Rikki-Tikki y gritó:
con la mayor rapidez que le permitieron sus ––¡Date la vuelta, Nagaina, date la vuelta! Ven a
patas. Teddy, su padre y su madre se encontra- luchar.
ban allí, ante su desayuno, pero Rikki-Tikki vio
que no comían. Estaban petrificados en sus ––Cada cosa a su tiempo ––dijo ella, sin volver
asientos, con la cara lívida. Nagaina se había los ojos––. A ti te ajustaré las cuentas más tarde.
Mira a tus amigos, Rikki-Tikki. Están pálidos e padre de Teddy tendía bruscamente una mano,
inmóviles, tienen miedo. No se atreven a mo- atrapaba a Teddy por un hombro y lo retiraba
verse, y si das un solo paso hacia delante, los al lado opuesto de la mesita, donde se encon-
atacaré. traban las tazas de té, sano y salvo, fuera del
alcance de Nagaina.
––Vete a ver tus huevos ––exclamó Rikki-Tikki–
–, en el melonar, cerca del muro. Vete a verlos, ––¡Engañada! ¡Engañada! ¡Engañada! ¡Rikk––
Nagaina. tikki––tck-tck! ––se burló Rikki-Tikki––. El niño
está sano y salvo y fui yo quien cogió a Nag por
La gran serpiente dio media vuelta y vio el
el capuchón ayer por la noche, en el cuarto de
huevo en el suelo de la galería.
baño ––luego se puso a saltar como loco, con las
––¡Ay! ¡Dámelo! ––gritó. cuatro patas a la vez, y con la cabeza casi a ras
Rikki-Tikki puso el huevo entre sus patas. Tenía del suelo––. Me sacudió en todos los sentidos,
los ojos inyectados en sangre. pero no consiguió que lo soltara. Estaba muerto
antes de que el hombre lo partiera en dos tro-
––¿Qué precio estás dispuesta a pagar por un zos. Soy yo el que lo hizo. ¡Rikki-Tikki––tck––
huevo de serpiente? ¿Por una joven cobra? ¿Por tck! Ven, pues, Nagaina, ven a luchar conmigo.
una joven cobra real? ¿Por el último, el último Tu viudedad se va a terminar enseguida.
de la nidada? Las hormigas están a punto de
comerse los restantes allí, cerca del melonar. Nagaina comprobó que había perdido la oca-
sión de matar a Teddy, y el huevo continuaba
Nagaina giró en redondo, olvidando todo por entre las garras de Rikki-Tikki.
aquel único huevo. Y Rikki-Tikki vio que el
––Dame al último de mis huevos y me iré para cando a él, mientras Rikki-Tikki descansaba un
no volver jamás ––dijo ella, mientras se desin- poco, y acabó por cogerlo con la boca. Entonces
flaba su capuchón. se dirigió a las escaleras y escapó como una
flecha hacia el camino, perseguida por Rikki-
––Sí, te irás para no volver. Porque te vas con
Tikki. Cuando una cobra huye de la muerte,
Nag al basurero. ¡Lucha, pobre viuda! ¡El hom-
adquiere la rapidez de una tralla* sobre el cue-
bre ha ido a buscar su escopeta! ¡Lucha!
llo de un caballo.
Rikki-Tikki saltaba alrededor de Nagaina, cer-
Rikki-Tikki debía atrapar a Nagaina o sus pro-
ca, pero siempre fuera de su alcance. Sus ojillos
blemas comenzarían de nuevo. Ella escapaba en
brillaban como dos carbones encendidos. Na-
línea recta hacia el arbusto espinoso, y Rikki-
gaina se replegó sobre sí misma y se lanzó co-
Tikki, al correr, oía que Dar zee seguía cantan-
ntra el. Rikki-Tikki saltó hacia atrás. La cobra
do su estúpido himno triunfal. Pero su esposa
atacó unas cuantas veces más. Cada vez que lo
era más inteligente. Voló desde su nido al en-
hacía, su cabeza golpeaba contra la estera del
cuentro de Nagaina, y empezó a batir sus alas
suelo de la galería. Luego se replegaba como si
sobre la cabeza de la cobra. Ésta se contentó con
fuese la cuerda de un reloj. Entonces, Rikki-
desinflar su capuchón y continuó su camino.
Tikki empezó a dar vueltas alrededor de Na-
Pero esos segundos perdidos permitieron que
gaina, que lo seguía con la vista, girando la ca-
Rikki-Tikki la alcanzase, y cuando Nagaina se
beza. Su cola hacía un ruido parecido al de las
lanzó de cabeza al agujero, parecido al de las
hojas secas arrastradas por el viento.
ratas, en el que había vivido con Nag, los pe-
Rikki-Tikki se había olvidado del huevo que queños dientes blancos de la mangosta hicieron
permanecia en el suelo. Nagaina se fue acer- presa en su cola, y se lanzó al interior de la ma-
driguera detrás de ella. Muy pocas mangostas, los bigotes. Darzee se paró, lanzando un grito.
aunque sean muy viejas y muy listas, se atreven Rikki-Tikki, de una sacudida, se quitó de enci-
a seguir a una cobra cuando se mete en un agu- ma parte del polvo y estornudó.
jero. En ése, la oscuridad era total. Y Rikki-Tikki
––Se acabó ––dijo––, la viuda no volverá a salir.
no sabía si aquel túnel podría ensancharse, y
ofrecer a Nagaina el espacio suficiente para Rikki-Tikki se ovilló sobre la hierba y se durmió
revolverse y atacar. Siguió ferozmente engan- al instante. Durmió y durmió hasta bien entra-
chada, con las patas separadas para que le sir- da la tarde, porque el día había resultado muy
vieran de freno en la pendiente de tierra calien- fatigoso.
te y húmeda. Ahora ––dijo cuando se despertó––, me vuelvo
Entonces, la hierba que crecía a la entrada del a la casa. Cuenta todo al barbudo de frente roja,
agujero dejó de moverse y Darzee gritó: Darzee, y él hará saber a todos los habitantes de
jardín que Nagaina ha muerto.
––Rikki-Tikki ha muerto. Cantemos un himno a
su muerte. Ha muerto el valiente Rikki-Tikki, El barbudo de frente roja es un pájaro que hace
porque seguramente Nagaina lo matará bajo un ruido muy parecido al de un martillo sobre
tierra. un recipiente de cobre. Y si hace siempre ese
ruido, se debe a que, en la India, es el pregone-
Improvisó una lúgubre canción, pero cuando
ro en todos los jardines, y lanza las noticias a
cantaba la parte más sombría y dolorida, la
los cuatro vientos a quien quiera escucharle. Al
hierba empezó a moverse y Rikki-Tikki, com-
avanzar sobre el camino, Rikki-Tikki le oyó
pletamente sucio, salió tranquilamente del agu-
decir:
jero, como si nada hubiera pasado, limpiándose
––¡Atención! ¡Atención! ––y luego, como si fue- Ah, bueno, sois vosotros. ¿Qué os preocupa?
se un gong de mesa, en forma de notas sosteni- Todas las cobras están muertas, y si no lo estu-
das––: ¡Dingdong––tock! ¡Nag ha muerto... viesen, aquí estoy yo.
dong! ¡Nagaina ha muerto! ¡Ding––dong––tock!
Rikki-Tikki tenía derecho a sentirse orgulloso
Cuando Rikki llegó a la casa, Teddy, su madre, de sí mismo. Pero no se vanaglorió demasiado,
que seguía todavía muy pálida, porque se había y siguió protegiendo el jardín como debe hacer-
desmayado, y su padre salieron y estuvieron a lo una mangosta, con sus dientes, con sus sal-
punto de llorar sobre él. Y aquella tarde comió tos, con sus mordiscos. Nunca una cobra más se
hasta hartarse, todo lo que le ofrecieron. Luego, atrevió a asomar la cabeza por el jardín.
absolutamente lleno, se fue a la cama sobre un
hombro de Teddy. Allí seguía cuando su ma-
dre, bastante más tarde, entró para echar una MELOPEA DE DARZEE
ojeada.
––La mangosta nos ha salvado la vida, lo mis- (CANTADA EN HONOR DE RIKKI-TIKKI)
mo que a Teddy ––le dijo a su marido––. ¿Te
das cuenta? ¡Nos ha salvado la vida a los tres!
Rikki-Tikki se despertó sobresaltado. Todas las Yo, que soy sastre y cantor,
mangostas tienen el sueño ligero. me siento feliz como nadie.
Lanzo mi orgullo al espacio,
satisfecho del nido que hago.
El compás de mi canto sube y baja,
como el suave balanceo de mi casa.
(En este punto, Rikki-Tikki interrumpió a Dar-
Arrullar puedo a tus pequeños, zee
madre. Sube tu canto hasta el cielo. y se ha perdido el resto de la canción.)
Ya no hay mal que nos azote.
La muerte y su capirote
se fueron de nuestro jardín.
El terror que se escondía en las rosas,
ya no es más que una cosa
muerta y arrojada al estiércol.
Pero, ¿quién nos libró de él?
Dime su nombre y su nido.
Rikki-Tikki, siempre presta,
Rikki, con sus ojos encendidos,
Rikki-Tikki, la de los blancos colmillos,
Rikki-Tikki, la de ojos encendidos.
Que los pájaros la agasajen,
con sus colas bien extendidas.
Las notas del ruiseñor
se harán homenaje y preces.
Rikki-Tikki, la de ojos encendidos
y cola siempre henchida.
Toomai el de los Elefantes mas en las que un elefante puede hacerlo. Y
como había cumplido los veinte cuando le cap-
turaron, tenía ya cerca de setenta años. Una
Quiero recordar lo que fui en otro tiempo. buena edad para un elefante. Se acordaba, por
Estoy enfermo de cadena y cuerda. ejemplo, de haber tirado, con un grueso cojín de
Recordaré mi antigua fuerza, y en el bosque mis cuero que le protegía la frente, de un cañón
grandes peleas. profundamente atascado. Y eso antes de la gue-
Jamás venderé al hombre mi espalda por un puñado rra de Afganistán, en 1842, n, cuando todavía no
de azúcar de caña. había alcanzado la plenitud de su fuerza. Su
Huiré, y volveré con mis amigos, a las más altas madre, Radha Pyari, Radha la Bien Amada, que
montañas. había sido capturada con él, le había dicho, an-
Caminaré toda la noche, hasta las luces del alba, tes de que su hijo perdiera sus defensas de le-
acariciado por el beso inmaculado del viento y de las che, que los elefantes miedosos siempre están
aguas.
expuestos al daño. Kala Nag sabía que se trata-
Olvidaré cadenas y grilletes, romperé mis crueles
ba de un buen consejo, porque la primera vez
amarres,
que vio estallar un obús*, retrocedió con un
volveré a visitar a mis amigos, ellos, libres como
enorme bramido y cayó sobre unos fusiles, con
gavilanes.
la bayoneta* calada, que formaban una especie
de cono. Le pincharon en lo más delicado del
DESDE HACÍA CUARENTA Y SIETE ANOS, cuerpo. Por eso, antes de cumplir los veinticin-
Kala Nag, que quiere decir Serpiente Negra, co años, no tenía miedo a nada, de manera que
servía al gobierno de la India de todas las for- se había convertido en el preferido y mejor cui-
dado de todos los elefantes al servicio del go- entrenados para esa tarea, en la captura de ele-
bierno de la India. Había transportado tiendas fantes salvajes en los montes Gato. En la India,
de más de seiscientos kilos, en una marcha em- los elefantes gozan de una protección del go-
prendida por el norte de la India. Le habían bierno, que ha dictado unas leyes muy severas
izado a un navío con una grúa, y después de para conseguirlo. Hay todo un servicio ministe-
dos días de travesía, le habían hecho llevar so- rial que se ocupa exclusivamente de perseguir-
bre lomos un mortero, en un país extraño y ro- los, capturarlos, domarlos y enviarlos a los cua-
coso, muy lejos del suyo. Había visto al empe- tro puntos cardinales del país, allí donde se
rador Teodoro, tendido sin vida en Magdala. necesite su trabajo.
Luego había vuelto, siempre a bordo del navío,
Kala Nag medía algo más de tres metros de
merecedor, como dicen los soldados, de la me-
altura. Le habían cortado las colmillos, deján-
dalla al mérito en la guerra de Abisinia. Diez
doselos de un metro y medio de largo. Y habían
años más tarde vio morir a sus hermanos de
rodeado el extremo de los mismos con unos
frío, de epilepsia, de hambre y de insolación en
anillos de cobre, para evitar que se le astillaran.
un lugar llamado Aki Musjid. Después, le en-
Pero podía hacer lo mismo, con esa especie de
viaron a miles de kilómetros al sur para trans-
muñones, que cualquier otro elefante salvaje
portar y almacenar enormes vigas de madera
con sus colmillos enteros y afilados como pun-
de teca en los inmensos almacenes de Moul-
tas de acero.
mein. Estuvo a punto de morir por el ataque de
un joven elefante que se insubordinó. Más tar- Pasaba interminables semanas obligando a su-
de, le retiraron de los almacenes para que ayu- bir montañas a elefantes dispersos, orientándo-
dara, junto con algunas docenas de congéneres, los con grandes precauciones, hasta que los
cuarenta o cincuenta monstruos salvajes eran tado él mismo. Lo arrojaba por tierra y se arro-
engañados, penetraban en la última corraliza*, dillaba sobre él con todo el peso de sus enormes
y la enorme puerta, formada por gruesos tron- rodillas, hasta la muerte del peligroso animal,
cos, caía con estrépito detrás del último, impi- momento que acompañaba con un suspiro y un
diéndoles toda posibilidad de huida. A una rugido. Allí quedaba sobre la tierra, abando-
señal dada, Kala Nag entraba en aquella especie nada, una masa casi viscosa, peluda y rayada,
de pandemonium* inquieto y bramador, nor- que Kala Nag se limitaba luego a arrastrar por
malmente de noche, cuando la luz vacilante de la cola.
las antorchas dificulta el cálculo de las distan-
––Sí ––decía Toomai padre, su cornac, hijo de
cias, escogía al adulto mayor y más agresivo, y
Toomai el Negro, que lo había llevado a Abisi-
le reducía al silencio a fuerza de golpes y tope-
nia, y nieto de Toomai el de los Elefantes, que
tazos, mientras los hombres, montados en otros
había asistido a su captura––, a nada teme Ser-
elefantes, inmovilizaban con cuerdas a los más
piente Negra, salvo a mí. Tres de nuestras gene-
pequeños.
raciones lo han alimentado y cuidado, y verá
No había nada en el arte de combatir que no una cuarta.
supiera Kala Nag, el viejo y astuto Serpiente
––También me teme a mí ––dijo Toomai, el pe-
Negra, pues en más de una ocasión había hecho
queño, estirándose para mostrar su altura, que
frente a tigres heridos. Enroscaba cuidadosa-
sobrepasaría escasamente un metro veinte; lle-
mente la trompa, para ponerla al abrigo de todo
vaba por toda ropa un trapo liado al cuerpo.
peligro, y lanzaba al aire, tirándolo de costado,
al temible felino, con un rápido movimiento de Tenía diez años. Era el hijo mayor de Toomai, y,
cabeza, un golpe como de hoz que había inven- según la costumbre, reemplazaría a su padre
sobre el cuello de Kala Nag cuando se hiciera Aunque el gobierno pague los elefantes, en rea-
mayor y fuera capaz de manejar el ankus, la lidad son nuestros, de los cornacs. Cuando seas
pesada aguijada* para elefantes, hierro que viejo, Kala Nag, vendrá un rajá rico, te compra-
habían pulido, gracias al uso, su padre, su rá por tu talla y tus buenas maneras, y entonces
abuelo y su bisabuelo. Sabía lo que decía. Había sólo tendrás que llevar aros de oro en las orejas,
nacido a la sombra de Kala Nag, había jugado una gran silla dorada sobre el lomo, una gual-
con su trompa antes de aprender a andar, le drapa* en los flancos, y abrir la marcha en los
había llevado al abrevadero en cuanto unió dos desfiles reales. Yo iré sentado sobre tu cuello,
pasos, y Kala Nag jamás habría soñado en des- amigo Kala Nag, sujetando un ankus de plata, y
obedecer las órdenes de su débil voz aguda, los hombres nos precederán con bastones de
como tampoco soñó en matarlo cuando Too- oro gritando: «¡Abrid paso al elefante del rey!».
mai, el padre, acercó al moreno recién nacido Será maravilloso, Kala Nag, pero no tan agra-
hasta sus defensas y le ordenó saludar a su fu- dable como cazar en la jungla, como lo hacemos
turo dueño. ahora.
––Sí ––dijo el pequeño Toomai––, me teme –– ––¡Bueno! ––dijo Toomai, el padre––. Eres toda-
luego se aproximó a Kala Nag a grandes zanca- vía un niño, y tan salvaje como un búfalo joven.
das, le insultó llamándole cerdo grasiento, y le Correr por parajes desolados no es el mejor
hizo levantar las patas una tras otra––. Bueno – empleo al servicio del gobierno. Me hago viejo
–continuó––, tú eres un gran elefante ––movió y no me gustan los elefantes salvajes. Que me
su cabeza greñuda, y repitió lo que había escu- construyan unas cuadras de ladrillo, con un
chado de su padre: compartimento para cada elefante, unas gran-
des estacas para amarrarlos bien, y caminos
anchos y largos para hacer ejercicio en vez de las pisadas de Kala Nag; las lluvias tibias y ce-
ese perpetuo ir y venir de un campamento a gadoras que hacían humear las montañas y los
otro. Los cuarteles de Cawnpore eran muy valles; las mañanas de niebla, cuando nadie
agradables. Muy cerca de las cuadras había un sabía dónde montarían el campamento por la
bazar y sólo teníamos que trabajar tres horas al noche; las batidas incansables, llenas de precau-
día. ciones, y la última tarde, la carrera loca, el ruido
salvaje y la barahúnda desenfrenada, cuando
El pequeño Toomai recordó la zona de Cawn-
los elefantes, asustados, se precipitan a la empa-
pore, y calló. Prefería con mucho la vida en el
lizada* como piedras desprendidas al azar por
campamento, y detestaba esos caminos anchos
una avalancha, y al descubrir que no pueden
y largos, así como los grandes fardos de forraje
salir, se lanzan enloquecidos contra los enormes
que había que recoger en los sitios señalados, y
troncos, de los que se los aleja a fuerza de gri-
las horas interminables en las que no había na-
tos, de antorchas llameantes que se blanden
da que hacer excepto mirar a Kala Nag, que se
ante ellos, y de cartuchos de pólvora, descarga-
movía impaciente entre las estacas que lo tenían
dos sobre sus enormes cuerpos.
casi inmovilizado.
Allí, hasta un niño podía ser útil, y Toomai va-
Lo que le gustaba al pequeño Toomai era subir
lía por tres. Cogía su tea encendida, la agitaba y
por pistas que sólo un elefante se atreve a as-
chillaba con los más valientes. Pero el mejor
cender, y los descensos casi vertiginosos hasta
momento era cuando comenzaban a salir los
el fondo de los valles; la visión fugaz de los
elefantes, y la keddah, es decir, el corral formado
elefantes salvajes al pastar; el sálvese quien
por la empalizada, parecía el retrato del fin del
pueda del jabalí y del pavo real, asustados por
mundo. Los hombres tenían que comunicarse
por señas, porque era imposible hacerse oír. Pero no se contentaba con bailar. Una noche se
Entonces, el pequeño Toomai ––cubierta la es- deslizó desde su tronco, se coló en el terreno de
palda con el cabello desteñido por el sol–– tre- los elefantes, y arrojó a un cornac el cabo de una
paba a lo alto de un poste sacudido por las vi- cuerda, que había recogido. Kala Nag lo vio, lo
braciones, desde donde, iluminado por las an- rescató con su trompa y se lo entregó a Toomai,
torchas, parecía un duende. Cuando el tumulto el padre, que le dio un pescozón y lo devolvió a
remitía por un momento, se oían los agudos su sitio.
gritos de ánimo que le lanzaba a Kala Nag, do-
A la mañana siguiente le riñó.
minando el barritar, el ruido, el chasquear de
las cuerdas y los bufidos de los elefantes atados. ––¿No te bastan unos establos estupendos,
construidos con ladrillos, o transportar tiendas,
––¡Mail, mail, Kala Nag! ¡Dant do! ¡Somalo! ¡Ma-
que pareces necesitar ir a robar los elefantes de
ro! ¡Mar! ¡Cuidado con el poste! ¡Arré! ¡Arré!
tu propio jefe, como si fueras un furtivo? Y para
¡Hai! i Ya¡! ¡Hiaa––ah! ––gritaba, mientras el
que te vayas enterando, los imbéciles de los
combate, que parecía a muerte, en el que esta-
cazadores, que cobran menos que yo, han ido
ban enzarzados Kala Nag y el elefante salvaje,
con el cuento a Petersen Sahib.
se desarrollaba por toda la extensión de la gran
corraliza; y los cazadores veteranos se secaban Al pequeño Toomai le entró miedo. No sabía
el sudor que les caía a los ojos con el tiempo demasiado sobre los blancos, pero Petersen
justo para hacer una señal con la cabeza al pe- Sahib, a sus ojos, era el blanco más importante
queño Toomai, que bailaba de alegría en lo alto del mundo entero. Era el jefe de todas las ope-
del tronco. raciones de la keddah: el hombre que capturaba
a todos los elefantes para el gobierno de la In-
dia, y que sabía, sobre sus costumbres, más que como corresponde a un cornac. No como un
nadie en este mundo. simple cazador, sino, lo has oído bien, como un
cornac, un hombre al que se le da una pensión
––¿Qué... qué va a suceder? ––preguntó el pe-
cuando termina sus servicios. ¿Va a resultar
queño Toomai.
que la familia de Toomai el de los Elefantes sólo
––Lo peor que puedas imaginarte. Petersen sirve para ser pisoteada en el fango de la ked-
Sahib es un insensato. Y si no, ¿por qué se iba a dah? ¡Fuera de aquí, perdido, desastrado, dege-
dedicar a la caza de esos demonios furiosos? nerado! Anda y asea a Kala Nag, mírale bien las
Quizá exija que empieces a cazar elefantes, que orejas, y cuida de que no tenga espinas en los
duermas en cualquier sitio, en junglas infesta- pies. De lo contrario, Petersen te prenderá, y
das de fiebres, para terminar pisoteado hasta hará de ti un cazador, un mero ojeador de ele-
morir en la keddah. Ha sido una suerte que esta fantes, de esos que siguen sus huellas, un oso
historia absurda haya terminado sin incidente de la jungla. ¡Puafffl ¡Vete de aquí ahora mis-
alguno. La semana próxima finalizarán las cap- mo!
turas y nosotros seremos enviados a nuestros
El pequeño Toomai se fue sin decir palabra,
respectivos hogares. Pero, hijo, estoy muy enfa-
pero le contó todas sus penas a Kala Nag mien-
dado al comprobar que te inmiscuyes en el tra-
tras examinaba sus plantas.
bajo de los Assamais, esa gentuza de la jungla.
Kala Nag me obedece a mí solamente. Por eso ––¿Qué me importa? ––dijo el pequeño Toomai,
entro yo con él en la keddah. Pero sus labores se levantando el borde de la enorme oreja derecha
reducen al combate, no ayuda a inmovilizar a de Kala Nag––. Me han acusado ante Petersen
los otros. Así, yo me siento a gusto, sentado,
Sahib y quizá... quizá... quizá... ¿quién sabe? formaban parte de los efectivos regulares de
Oye, mira qué espina acabo de arrancarte. Petersen Sahib. O se apoyaban contra los árbo-
les, descansando el fusil al brazo, se burlaban
Siguieron a éste unos cuantos días empleados
de los cornacs que se iban, y se reían cuando los
en reunir a los elefantes; en obligarlos a caminar
animales recién capturados rompían las filas y
para que no se comportaran locamente en la
echaban a correr.
bajada hacia los llanos, y en hacer inventario de
las mantas, cuerdas y otros objetos estropeados Toomai, el padre, se acercó al contable, seguido
o perdidos en el bosque. del pequeño Toomai, y Machua Appa, el jefe de
los ojeadores, dijo en voz baja a uno de sus
Petersen Sahib llegó sobre su montura, Pudmi-
amigos:
ni, una elefanta de gran inteligencia. Había pa-
gado a los empleados de otros dos campamen- Ahí va uno que está hecho de la pasta de los
tos, situados en las montañas, porque la esta- buenos cazadores. Es una pena que a ese gallito
ción tocaba a su fin, y, ahora, un encargado de la jungla lo releguen ahora a mudar el plu-
indígena, sentado a una mesa colocada bajo un maje en los llanos.
árbol, entregaba el salario a los cazadores. Cada
Petersen Sahib estaba muy atento a todo lo que
hombre, una vez conforme, regresaba junto a su
pasaba y se decía, como debe ser cuando se
elefante, y se colocaba en la fila que estaba a
acecha al animal más silencioso que existe, el
punto de emprender la marcha. Los ojeadores y
elefante salvaje. Se vol vió sobre el lomo de
domadores, los hombres que tenían un puesto
Pudmini, donde estaba echado cuan largo era.
fijo en la keddah, que pasaban todo el año en la
jungla, estaban montados en los elefantes que
––¿Qué? No sabía que entre los cornacs de los sen Sahib. Entonces Toomai se cubrió el rostro
llanos hubiera alguien capaz de enlazar a un con las manos, porque no era más que un niño,
elefante, ni siquiera después de muerto. y salvo en lo tocante a los elefantes, era tan tí-
mido como un muchacho.
––No se trata de un hombre, sino de un chico.
Entró en la keddah, en la última cacería, y le lan- ––¡Oh! ––dijo Petersen Sahib, sonriendo bajo su
zó la cuerda a Barmao, que intentaba separar de bigote––. ¿Y cómo le has enseñado a un elefante
su madre al joven macho que tiene una mancha a hacer eso? ¿Para robar el trigo verde, que se
en la paletilla. seca sobre el tejado de las casas?
Machua Appa señaló con el dedo al pequeño ––Trigo verde no, protector del pobre..., pero sí
Toomai, Petersen Sahib lo miró y Toomai hizo melones ––contestó Toomai.
una profunda reverencia, a modo de saludo,
Cuando lo oyeron, todos los hombres que esta-
tocando casi el suelo con la cabeza.
ban sentados por allí cerca rompieron a reír. La
––¿Él? ¿Lanzar una cuerda? ¡Pero si es más pe- mayor parte de ellos, cuando tenía su edad,
queño que una estaca! Niño, ¿cómo te llamas? – había enseñado el mismo truco a los elefantes.
–le preguntó Petersen Sahib. Toomai estaba suspendido a más de dos metros
del suelo, pero en aquel momento le habría gus-
Toomai estaba demasiado asustado para hablar,
tado estar a dos metros bajo tierra.
pero Kala Nag se hallaba detrás de él. Toomai
le hizo una señal con la mano, el elefante lo ––Sahib, es Toomai, mi hijo ––dijo Toomai, el
levantó con la trompa y lo mantuvo a la altura padre, frunciendo el ceño––. Este chico es una
de la frente de Pudmini, de cara al gran Peter- cosa mala, y acabará en prisión, Sahib.
––Permíteme dudarlo ––respondió Petersen significa nunca. En lo más profundo de los bos-
Sahib––. Un niño capaz de enfrentarse a toda ques hay grandes claros lla mados salas de baile
una keddah a su edad, no acaba en la cárcel. Mi- de los elefantes, pero eso es lo único que se sabe
ra, muchacho, aquí tienes cuatro annas para que sobre sus danzas. Y aún más, esos lugares se
te compres dulces, porque tienes un cerebro han descubierto por pura casualidad, y todavía
pequeño, pero excelente, bajo esa melena. Lle- nadie ha visto bailar a los elefantes. Cuando un
gado el momento, es posible que te conviertas cornac se vanagloria de su habilidad y de su
en un gran cazador. valor, los otros le preguntan: «¿Cuándo has
visto tú bailar a los elefantes?».
Toomai, el padre, frunció el entrecejo más que
nunca. Kala Nag depositó en tierra a Toomai, quien de
nuevo saludó hasta rozar el suelo con la frente,
––Sin embargo ––prosiguió Petersen Sahib––,
salió con su padre, y entregó a su madre la mo-
no quiero que olvides nunca que las keddah no
neda de cuatro annas. Su madre amamantaba al
se hacen para jugar.
hermano pequeño de Toomai. Todos se acomo-
––¿No podré entrar nunca, Sahib? ––preguntó daron sobre el lomo de Kala Nag, y la columna
Toomai, lanzando un suspiro. ondulante de elefantes descendió, entre brami-
––Ven a buscarme cuando hayas visto bailar a dos y gritos agudos, por el sendero que condu-
los elefantes ––Petersen Sahib sonrió de nuevo– ce a los llanos. Fue un viaje muy movido gra-
–, y te dejaré entrar en todas las keddah. cias a los nuevos, que, en cada vado, causaban
problemas, y a quienes continuamente había
Estalló la risa, porque lo de «ver bailar a los que animar o golpear.
elefantes» es un dicho cómico muy antiguo que
Toomai, el padre, aguijoneaba duramente a ––Trae aquí a Kala Nag, y que de unos cuantos
Kala Nag porque estaba consumido por la ra- golpes a este joven que llevo, para enseñarle a
bia. Pero el pequeño Toomai se sentía demasia- comportarse como es debido. ¿Por qué ha teni-
do feliz para hablar. Había llamado la atención do que escogerme a mí Petersen Sahib, a mí,
de Petersen Sahib, éste le había dado dinero, y para bajar con vosotros, burros de los arrozales?
se imaginaba como un soldado raso, entresa- Pon en línea tu elefante con el mío, Toomai, y
cado de las filas para recibir los elogios de su que le meta sus colmillos en la piel. Por todos
comandante en jefe. los dioses de las montañas, estos nuevos elefan-
tes están poseídos por el maligno, o bien es que
––¿Qué quería decir Petersen Sahib cuando se
olfatean a sus compañeros que siguen en la
refirió al baile de los elefantes? ––terminó por
selva.
preguntar a su madre con un tono lleno de dul-
zura. Kala Nag golpeó en las costillas a aquel elefante
salvaje, y le dejó sin respiración, mientras decía
Toomai, el mayor, le oyó y lanzó un gruñido. ––
Toomai, el padre:
Que tú jamás debes convertirte en uno de esos
bufalos de montaña que son los rastreadores. ––Con la última captura hemos barrido de estas
Eso quería decir. ¡Vamos! ¡Adelante! ¿Por qué montañas a los elefantes. La culpa la tienes tú,
nos detenemos? que no sabes guiarlo. ¿Es que tengo yo la obli-
gación de mantener el orden en toda la colum-
Un cornac se volvió furioso, dos o tres elefantes
na?
por delante, gritando:
––Escuchad ––dijo el otro cornac––. ¡Hemos
barrido las montañas! ¡Vaya! ¡Vaya! ¡Sabéis
mucho vosotros, hombres de la llanura! Todo el noche, y verás lo que pasa. En cuanto a su dan-
mundo, salvo un negado que jamás ha visto la za, he visto el sitio en el que... ¡Bapree-Bap! Pero
jungla, sabría que los elefantes han intuido que ¿cuántos meandros hace este endiablado Di-
se han acabado las batidas de esta estación. En hang? He aquí otro vado, que los elefantillos
consecuencia, esta noche, todos los elefantes deberán cruzar a nado. Alto, vosotros, atrás.
salvajes... Pero ¿para qué malgastar mi sabidu-
Y así, charlando, discutiendo y chapoteando en
ría con una tortuga de agua dulce?
los ríos que tenían que vadear, cubrieron la
––¿Qué van a hacer? ––gritó el joven Toomai. primera etapa, que desembocaba en una especie
de campamento de acogida para los elefantes
––¡Pequeño! ¿Estás ahí? Te lo voy a decir por-
nuevos, que habían perdido la paciencia mucho
que tienes la cabeza fría. Van a bailar, y tu pa-
antes de llegar. Allí los encadenaron a todos
dre, que ha barrido la montaña de elefantes,
por las patas traseras a unos postes gruesos y
hará muy bien en poner una cadena doble a las
cortos (a los nuevos, con unas cuerdas suple-
patas de los animales esta noche.
mentarias), y les pusieron el forraje a su alcan-
––¿Qué cuento es ése? Hace cuarenta años que, ce. A las doce del día siguiente, los cornacs de
de padres a hijos, nos ocupamos de los elefan- montaña se volvieron adonde estaba Petersen
tes, y jamás hemos escuchado historias sobre Sahib, después de haber recomendado a los
esos bailes. cornacs de las llanuras que redoblasen su aten-
––Sí, pero es que un hombre de las llanuras que ción esa noche, y se echaran a reír cuando les
vive en una cabaña, no conoce más que sus cua- preguntaron por qué.
tro muros. Bien, destraba a tus elefantes esta
El joven Toomai se encargó de dar de comer a Los elefantes nuevos tiraban de las cuerdas,
Kala Nag y, a la caída de la tarde, recorrió el lanzaban de cuando en cuando fuertes barritos,
campamento. Con una felicidad que no le cabía que parecían más bien lamentos, y escuchó que
en el cuerpo se fue en busca de un tamtan. su madre, en la barraca central del campamen-
Cuando un niño indio tiene el corazón henchi- to, intentaba dormir a su hermano pequeño
do, no se pone a correr como un loco, ni a ar- entonando una canción muy antigua, muy anti-
mar alboroto. Se sienta y se regala algo pareci- gua, sobre el gran dios Siva, que en otro tiempo
do a una fiesta para él solo. ¡Al pequeño Too- prescribió a los animales lo que tienen que co-
mai le había dirigido la palabra Petersen Sahib! mer. Es una canción de cuna relajante, y he aquí
Si no hubiera encontrado lo que buscaba, habría su primera estrofa:
estallado. Pero el comerciante que vendía dul-
ces en el campamento le prestó un tamtan ––
esos tamborcillos que se golpean con la palma Siva, sembrador de cosechas y dueño de los vientos,
de la mano––, se sentó con las piernas cruzadas sentado al iniciarse un nuevo día, hará mucho tiem-
delante de Kala Nag, cuando las estrellas salie- po,
ron a saludar brilantes a la noche, con el tamtan dio a cada uno su parte, comida, trabajo y destino,
sobre las rodillas, y empezó a tocar sin descan- desde el rey omnipotente hasta el más pobre mendi-
so. Y cuanto más pensaba en el gran honor que go.
se le había hecho, más tocaba, él solo, sentado Todo nos lo ha dado el más alto dios, Siva.
en uno de los montones de forraje destinados a ¡Mahadeo! ¡Mahadeo! Lo hizo todo.
los elefantes. Todo era silencio a su alrededor, y Al camello, la joroba, para los bueyes la hierba,
y para ti, mi niño, mi pecho de madre tierna.
tocar le hacía feliz.
Toomai la acompañaba con un alegre tonc-tonc del elefante, que le ocultaba la mitad de las es-
al final de cada verso, hasta que, sin poder trellas. Entonces oyó algo, como si el espesor
aguantar el sueño, se acostó sobre la hierba jun- del silencio fuera atravesado por un alfiler. Era
to a Kala Nag. Finalmente, los elefantes se acos- como el sonido de un cuerno de caza, pero emi-
taron, uno tras otro, según su costumbre, de- tido por un elefante salvaje.
jando a Kala Nag, el último de su fila por la
Todos los elefantes, bien alineados, se levanta-
derecha, de pie, balanceándose con suavidad
ron de un salto, como alcanzados por un tiro.
con las orejas hacia delante, atentas al viento
Sus barritos acabaron por despertar a los cor-
nocturno que soplaba dulcemente desde las
nacs, que salieron, hundieron las piquetas con
montañas. El aire mecía los sonidos de la noche,
la ayuda de grandes martillos, tendieron aquí
que, juntos, creaban un gran silencio: el entre-
una cuerda y anudaron allá otra. Todo recobró
chocar de las cañas de bambú, el fru-fru que
la tranquilidad. Uno de los elefantes nuevos
produce el correr de algo entre los matorrales,
casi había arrancado su poste. Toomai, el padre,
el arañar y el grito ronco de un pájaro medio
liberó a Kala Nag, para trabar a otro animal,
dormido ––los pájaros velan durante la noche
contentándose con deslizar una simple cuerda
más a menudo de lo que nos imaginamos––,
de fibra alrededor de la pata de su elefante y
una caída de agua prodigiosamente lejana... El
recordándole después que continuaba atado. Su
pequeño Toomai durmió un rato, y cuando se
padre y su abuelo habían hecho lo mismo cien-
despertó, la luz de luna resplandecía y Kala
tos de veces antes que el. Kala Nag no respon-
Nag seguía de pie, con sus orejas alerta. El mu-
dió la orden con su gargarismo habitual. Se
chacho se dio la vuelta, haciendo crujir la hier-
quedó inmóvil, mirando a lo lejos, a un lugar
ba, y contempló la enorme curva del espinazo
iluminado por la Luna, con la cabeza ligera-
mente levantada y las orejas desplegadas como Se produjo entonces, en las filas de los elefantes,
gigantes abanicos hacia las enormes ondulacio- un barritar furioso. Luego, el silencio se cerró y
nes de los montes Gato. Kala Nag se puso en marcha. A veces, un haz
de hierba alta le barría los flancos como una ola
––Ocúpate de el si se agita durante la noche ––
azota los costados de un barco; otras notaba que
dijo Toomai, el padre, a Toomai, su hijo.
una rama colgante de pimienta silvestre le ara-
Después volvió al cobertizo y se durmió. El ñaba el lomo, o bien una caña de bambú se
pequeño Toomai también iba a dormirse, cuan- rompía por donde él había metido antes sus
do oyó que la cuerda de coco se rompía con un hombros. Pero se desplazaba sigilosamente,
ruido seco. Y Kala Nag se separó lenta, silencio- avanzando por el espeso bosque de Gato como
samente de su poste, como se desliza una nube a través de una humareda. Subía, pero aunque
hacia la desembocadura de un valle. El peque- el pequeño Toomai se había fijado en las estre-
ño Toomai se puso a correr detrás de él, a la luz llas, que se veían entre los claros, no podía adi-
de la Luna, llamándole en voz baja: vinar en qué dirección iban.
––¡Kala Nag! ¡Kala Nag! ¡Llévame, Kala Nag! Después, Kala Nag llegó a la cima de una lade-
El elefante se volvió sin hacer ruido alguno, dio ra y se paró un momento. Toomai distinguía las
tres pasos hacia atrás para encontrarse con el puntas de los árboles, una enorme piel extendi-
niño, bajó su trompa, lo levantó rápidamente, lo da a lo largo de kilómetros y kilómetros a la
depositó sobre su lomo, y sin apenas darle claridad de la Luna, y la bruma de un blanco
tiempo de aferrarse a sus costados con las rodi- azulado sobre el río, al fondo, muy lejos. Se
llas, se internó en el bosque. inclinó hacia delante y miró. Y se dio cuenta de
que el bosque se había despertado y bullía de
vida y ruidos. Un gran murciélago marrón, de das de lianas se enredaban en sus defensas.
los que comen fruta, pasó rozándole una oreja. Entonces, el pequeño Toomai se aplastó sobre
Un puerco espín entrechocó sus púas, que re- la enorme nuca, por miedo de que una rama, en
sonaron en la espesura. Y en la oscuridad, entre su balanceo, lo arrojara al suelo. En ese mo-
los árboles, escuchó cómo un jabalí hocicaba y mento le habría gustado mucho encontrarse en
resoplaba con tremenda impaciencia entre la el campamento.
tierra húmeda y caliente.
La hierba se hacía esponjosa por el agua. Los
Después las ramas se cerraron por encima de el. pies de Kala Nag, al afirmarse en el suelo, hací-
Kala Nag partió lentamente. Luego descendió an un ruido, primero de chapoteo, y luego de
al valle, ya no con un paso tranquilo, sino como ventosa. La bruma noc turna, en el fondo del
un cañón loco sobre un talud abrupto. Sus valle, casi entumecía de frío al pequeño Too-
enormes miembros se movían con la regulari- mai. Se notó un chapuzón y un pisoteo, y una
dad de los pistones de un motor, cubriendo corriente de agua. Kala Nag entró en el río a
más de dos metros de una sola zancada, y la grandes zancadas, tanteando con mucho cuida-
piel de su espalda crujía al formar enormes do el camino que tenía que seguir.
arrugas en las articulaciones. La maleza se abría
Por encima del rumor del agua, que hacía re-
violentamente ante el avance del elefante, con
molinos en las patas del elefante, Toomai escu-
un ruido de tela rasgada. Los árboles jóvenes,
chó más chapuzones y barritos, que le llegaban
que apartaba con sus hombros, a derecha e iz-
de los dos extremos del río. La neblina, a su
quierda, se enderezaban de golpe y le azotaban
alrededor, parecía llena de sombras ondulantes
los costados. Como lanzaba la cabeza a un lado
y sinuosas.
y a otro para abrirse paso, larguísimas guirnal-
––¡Ah! ––se le escapó a media voz, castañetean- irregular de alre dedor de dos hectáreas, y, en
do los dientes––. El pueblo elefante está en vela toda aquella explanada, como constató el pe-
esta noche. Seguro que habrá baile. queño Toomai, el suelo, de tan apisonado, esta-
ba tan duro como un ladrillo. Algunos árboles
Kala Nag salió del agua haciendo mucho ruido,
habían crecido en el centro del claro, pero su
vació la trompa y continuó la ascensión. Pero
corteza había desaparecido, y la madera blanca
ahora ya no estaba solo, ni tenía que abrirse
de debajo aparecía completamente pulida y
camino. Ya estaba hecho. En una extensión bas-
brillante bajo las manchas de la luz de la luna.
tante grande, justo delante de él, la hierba de la
Algunas lianas se descolgaban desde las ramas
jungla, tumbada, parecía intentar recobrar su
más altas, y sus flores blancas, enceradas, y
fuerza y levantarse de nuevo. Muchos elefantes
semejantes a clemátides, descendían como em-
debían haber pasado por allí hacía escasos mi-
bebidas en un profundo sueño. Pero en el claro
nutos. El pequeño Toomai se volvió: detrás de
no había la más mínima brizna de hierba, sólo
él un enorme adulto salvaje, con unos ojos de
tierra apisonada.
cerdo que brillaban como carbones encendidos,
salía de las aguas del río cubiertas por la niebla. La luz de la luna daba a todo un tono gris ace-
Después los árboles se cerraron a su alrededor y rado, salvo a los sitios donde había elefantes,
continuaron la ascensión, en medio de barritos cuyas sombras eran oscuras como tinta. El pe-
y ruidos de ramas rotas. queño Toomai miraba, conteniendo el aliento,
con los ojos saliéndosele de las órbitas. Y mien-
Al final, Kala Nag se paró entre dos troncos en
tras miraba, los elefantes, cada vez más nume-
lo más alto de la montaña. Formaban parte de
rosos, avanzaban con paso rítmico hacia el cla-
un círculo de árboles que delimitaba un espacio
ro, emergiendo de entre los troncos de los árbo-
les. El pequeño Toomai no sabía contar más que rastro de viejas peleas, que afeaban sus cuerpos,
hasta diez. Contó y recontó con los dedos, pero y les caían de las espaldas grandes plastones de
acabó por perder la cuenta de las decenas, y se lodo, recuerdo de los solitarios baños de barro.
hizo un lío. Desde el otro lado le llegaba el rui- Uno de ellos, con una defensa rota, tenía en el
do de los elefantes, que aplastaban la maleza, costado la señal de un gran golpe: el hueco te-
subiendo con dificultad la pendiente. Pero en rrible que dejan, al retirarse, las garras de un
cuanto llegaban al interior del círculo se movían tigre.
como fantasmas.
Allí estaban de pie, cabeza con cabeza, o pa-
Había machos salvajes con blancas defensas, seando arriba y abajo por el campo en parejas, o
con frutos, ramas y hojas entre los pliegues de haciendo extraños y suaves movimientos o me-
la piel del cuello y en las orejas. Había gruesas ciéndose en soledad, y había docenas.
hembras, solemnes en su caminar, acompaña-
Toomai sabía que mientras se quedara inmóvil
das por elefantillos, unas crías vocingleras con
sobre el lomo de Kala Nag, no le pasaría nada.
la piel de un negro rosado y una altura de algo
Porque ni siquiera en la barahúnda tremenda
más de un metro, que corrían bajo sus vientres.
de una keddah, jamás un elefante salvaje levanta
Y jóvenes cuyos colmillos, de los que se sentían
la trompa para descabalgar a un hombre del
muy orgullosos, empezaban a apuntar. Tam-
cuello de un elefante domesticado. Y esos ele-
bién había viejas damas descarnadas, con caras
fantes pensaban entonces en cualquier cosa,
angulosas e inquietas trompas rugosas, como
menos en los hombres. Durante un momento se
de corcho. Viejos machos orgullosos y fieros,
pusieron tensos, con las orejas dirigidas hacia
con unas cicatrices que cubrían sus paletillas y
delante, al oír unos ruidos metálicos en el bos-
costados, con ronchas de heridas mal curadas,
que. Pero se trataba de Pudmini, la elefanta inquietos. Escuchó el ruido del entrechocar de
favorita de Petersen Sahib, que había partido los colmillos, el susurro de sus trompas al en-
limpiamente la cadena, y subía la cuesta gru- trelazarse, el roce de los costados y de los hom-
ñendo y resoplando. Debía de haber roto los bros enormes de aquella multitud, mientras las
postes y llegado directamente de su campamen- colas golpeaban y cortaban el aire, produciendo
to. El pequeño Toomai vio a otro elefante, al un silbido seco. Luego, una nube cubrió la luna
que no conocía, cuyo lomo y pecho tenían pro- y se hizo noche cerrada. Pero los elefantes no
fundas desolladuras, producidas por las cuer- dejaron por eso de empujarse, de apretarse los
das. Él también parecía haberse escapado de unos contra los otros, de emitir aquellos ruidos
alguno de los campamentos de los alrededores. guturales, con el mismo ritmo tranquilo y regu-
Finalmente no se escuchó a elefante alguno lar. Kala Nag estaba totalmente rodeado y
avanzar por el bosque. Entonces, con su paso Toomai no tenía posibilidad alguna de salir de
ondulante, Kala Nag abandonó el lugar en el aquella reunión descolgándose del cuello del
que se encontraba, entre los árboles, para mez- elefante. Cerró los dientes y sintió un escalofrío.
clarse con la multitud, entre cloqueos y ásperos En una keddah tenía, al menos, las luces de las
susurros guturales. A continuación, todos los antorchas, y los gritos. Pero aquí estaba solo en
elefantes empezaron a moverse y a charlar en medio de las tinieblas y, además, una trompa le
su lengua. había tocado la rodilla.
Siempre recostado, el pequeño Toomai descu- Un elefante lanzó un barrito que todos los de-
brió, al bajar la mirada, docenas y docenas de más secundaron durante cinco o diez segundos
lomos enormes, de orejas que se batían nervio- terribles. El rocío caía desde los árboles sobre
sas, de trompas en movimiento, y de ojillos los lomos invisibles, en forma de gruesas gotas
de lluvia, y se elevó un ruido sordo, suave al Kala Nag avanzó, siempre golpeando con las
principio, que el pequeño Toomai no pudo re- patas. Ya no sabía en qué claro del bosque se
conocer. Pero el ruido creció, y Kala Nag levan- encontraba. Ya no le llegaba ningún sonido.
tó una de sus patas delanteras, luego la otra, y Sólo una vez uno o dos elefantillos lanzaron un
después las afirmó en el suelo, uno, dos, uno, vagido. Entonces escuchó un ruido sordo, un
dos, con la regularidad de un martillo pilón. frotar de pies y el clamor continuó. Duró dos
Ahora, los elefantes golpeaban el suelo todos a horas enteras, y al pequeño Toomai le dolía
la vez, y aquello sonaba como un conjunto de todo el cuerpo. Pero por el olor del aire sabía
tambores guerreros a la entrada de una caver- que la aurora estaba cerca.
na. El rocío cayó de los árboles hasta la última
Nació el día, un manto rojo pálido detrás de las
gota, y el ruido continuó. La tierra parecía re-
montañas, y el ruido cesó con el primer rayo,
temblar hasta sus entrañas. Toomai se tapó los
como si la luz hubiera sido una orden. El es-
oídos, pero entonces una trepidación única y
truendo seguía aún reso nando en su cabeza, y
gigantesca le atravesó de parte a parte. Era el
el pequeño Toomai todavía no había cambiado
martilleo de centenares de pies sobre la tierra
de posición, cuando ya no se veía a elefante
desnuda. Una o dos veces notó que Kala Nag y
alguno, salvo a Kala Nag, Pudmini y al que
los demás se adelantaban unos cuantos pasos.
llevaba las señales de las cuerdas. Ninguna
Los golpes sordos se convertían en un rumor de
marca, ni roce, ni murmullo sobre las pendien-
vegetación llena de savia, pisoteada. Al cabo de
tes, indicaba dónde estaban los demás.
un par de minutos, el estruendo se reanudaba.
Un árbol pareció rajarse o lamentarse cerca del El pequeño Toomai siguió mirando fijamente,
niño. Extendió los brazos y tocó la corteza, pero con unos ojos desorbitados. El claro del bosque
se había agrandado. Los árboles eran más nu- Dos horas más tarde, mientras Petersen Sahib
merosos en el centro, pero, a los lados, toda la desayunaba, los elefantes, cuyas cadenas habí-
maleza, y hasta la hierba, había desaparecido. an sido duplicadas aquella noche, empezaron a
El pequeño Toomai miró una vez más. Ahora barritar. Pudmini, embarrada hasta lo alto del
comprendía el porqué del golpeteo con los pies. lomo, y Kala Nag, con las patas doloridas, en-
Los elefantes habían ensanchado el espacio pa- traron, medio arrastrándose, en el campamento.
teado. Habían convertido los juncos y las cañas El pequeño Toomai apareció con una cara de
de yute en una masa, ésta en pequeños frag- color gris y el cabello lleno de hojas y empapa-
mentos, estos fragmentos en fibras menudas, y do de rocío, pero intentó saludar a Petersen
éstas en tierra compacta. Sahib y exclamó con una voz desfallecida:
––¡Auch! ––exclamó el pequeño Toomai, cuan- ––El baile... ¡El baile de los elefantes! ¡Lo he vis-
do sintió que se le cerraban los ojos––. Mi señor to...! ¡Me muero!
Kala Nag, sigamos a Pudmini y vayamos al
Cuando Kala Nag se echó, resbaló desde su
campamento de Petersen Sahib. Si no, me caeré
cuello, desmayado. Pero como parece que los
de tu cuello.
niños indígenas no tienen nervios, al cabo de
El tercer elefante miró cómo se iban los otros dos horas se despertó muy contento, en la
dos, lanzó un resoplido, dio media vuelta y se hamaca de Petersen Sahib, con el traje de caza
fue por su propio camino. Quizá formara parte del mismo capataz como almohada, y con un
de la casa de algún reyezuelo indígena, a cin- vaso de leche con brandy y un poco de quinina*
cuenta, sesenta o cien millas de allí. en el estómago. Mientras los veteranos e hirsu-
tos cazadores de la jungla, con barba de muchos
días, le miraban como si fuera un aparecido, baile de elefantes. Machua Appa no tuvo que
sentados en tres filas delante de él, contó su mirar dos veces el claro del bosque para com-
aventura en términos concisos, como lo haría prender lo que había ocurrido allí la noche an-
un niño, y concluyó diciendo: terior, y sólo necesitó arañar con un dedo del
pie la tierra apisonada, laminada por los elefan-
––Y ahora, si una sola de mis palabras es menti-
tes.
ra, que me muera aquí mismo. Enviad unos
hombres allí. Verán que los elefantes, pateando ––¡Ese chico dice la verdad! ––exclamó––. Todo
el terreno, han agran dado su salón de baile. esto es de la noche pasada y he descubierto
Verán las huellas que conducen hasta allí por hasta setenta pistas que franqueaban el río. Mi-
decenas y decenas. Han aumentado su espacio ra, Sahib, dónde los hierros de las trabas de
con los pies. Lo he visto todo. Kala Nag me ha Pudmini han arrancado la corteza de este árbol.
llevado y lo he visto. Además, a Kala Nag casi Sí, también ella ha venido hasta aquí.
no le sostienen las piernas.
Se miraron, y luego miraron el suelo y el cielo
El pequeño Toomai se acostó y durmió toda la con ojos asombrados, porque las costumbres de
tarde, hasta casi el comienzo del crepúsculo. Y los elefantes sobrepasan lo que el espíritu de los
mientras él dormía, Petersen Sahib y Machua hombres, negros o blancos, pueden penetrar.
Appa siguieron la huella de los dos elefantes en
––Señor, durante cuarenta años he seguido a los
las montañas, hasta una distancia de quince
elefantes, pero, si la memoria no me falla, jamás
millas. Petersen Sahib había pasado dieciocho
un niño ha visto lo que éste. Por todos los dio-
años de su vida como cazador, pero, hasta el
ses de las montañas, es... No sé qué pensar.
momento, no había descubierto un salón de
Cuando volvieron al campamento, se había te, para asegurar a todos que era un hombre de
hecho la hora de la cena. Petersen Sahib cenó los bosques, un iniciado, con derecho de ciuda-
solo en su tienda. Pero mandó distribuir entre danía en todas las junglas. Al fin, cuando las
sus hombres dos corderos y algunas aves, y llamas se extinguieron, y la luz roja de las as-
ración doble de harina, de arroz y de sal, por- cuas teñía también de sangre a los elefantes,
que estaba seguro de que se celebraría una fies- Machua Appa, jefe de todas las keddah, álter ego
ta. de Petersen Sahib, que en cuarenta años no
había visto un camino empedrado, Machua
Toomai, el padre, había llegado rápidamente
Appa, tan grande que no se le conocía más que
desde el campamento de los llanos, en busca de
por Machua Appa, dio un salto, y alzando al
su hijo y de su elefante. Pero ahora que ya los
pequeño Toomai por encima de su cabeza, gri-
había encontrado, los miraba como si los dos le
tó:
atemorizasen. Hubo fiesta alrededor del fuego,
que lanzaba al aire sus alegres llamas ante los ––¡Escuchad, hermanos! ¡Escuchad también
elefantes, atados a sus postes correspondientes. vosotros, los que estáis en esas filas, porque es
El pequeño Toomai fue el héroe de aquella ce- Machua Appa el que habla! En adelante este
lebración. Los cazadores de elefantes, grandes, pequeño no se llamará el pequeño Toomai, sino
con la piel tostada por el sol, los rastreadores, Toomai el de los Elefantes, como su antepasa-
los cornacs y los laceros, y los que conocían do. Lo que ningún hombre ha visto, él lo ha
todos los secretos del arte de domar a los ele- visto durante toda una noche. Le acompañan el
fantes más peligrosos, se lo pasaron de uno a favor del pueblo de los elefantes y de los dioses
otro y le hicieron una señal en la frente con la de la jungla. Se convertirá en un gran rastrea-
sangre de un gallo salvaje muerto recientemen- dor de huellas. ¡Será más grande que yo, Ma-
chua Appa! ¡Seguirá la pista todavía fresca, la sus barritos, que sólo el virrey de las Indias
pista antigua y la que hay entre las dos, con una puede escuchar, el Salaam de la keddah.
vista absolutamente segura! Jamás sufrirá daño
¡Pero esa vez era en honor de Toomai, que
alguno en ninguna keddah cuando se deslice
había visto lo que no había conseguido ver
bajo el vientre de los adultos salvajes para atar-
hombre alguno, el baile de los elefantes, por la
les las patas, y si resbala delante de un macho a
noche, él solo, en los montes Garo!
punto de atacar, ese macho le reconocerá y no
le atacará. ¡Ahiai! ¡Señores que estáis aherroja-
dos ––pasó corriendo ante los postes––, he aquí SIVA Y EL SALTAMONTES
al pequeño que os ha visto bailar, en vuestros
lugares secretos, espectáculo que jamás ha con-
templado hombre alguno! ¡Señores, rendidle (CANCIÓN DE CUNA DE LA MADRE DE
honores! ¡Saludad a Toomai el de los Elefantes! TODMAI)
¡Salaam karo, hijos míos! ¡Gunga Pershad, aha!
¡Hira Guj, Bírchi Guj, Kuttar Guj, aha! ¡Pudmini,
tú que le has visto durante la danza, y tú tam- Siva, sembrador de cosechas y dueño de los
bién, Kala Nag, perla de mis elefantes! ¡Aha! vientos,
¡Todos a coro! ¡A Toomai el de los Elefantes, sentado al iniciarse un nuevo día, hará mucho
Barrao! tiempo,
dio a cada uno su parte, comida, trabajo y des-
A ese grito salvaje, todos los elefantes de la fila tino,
elevaron sus trompas hasta la frente, y rompie-
ron en un saludo, el sonido ensordecedor de
desde el rey omnipotente hasta el mas pobre ¡Mahadeo! ¡Mahadeo! Mira despacio. ¿Qué
mendigo. sientes?
Todo nos lo ha dado el más alto dios, Siva. Gigantesco es el camello, enorme el buey en el
¡Mahadeo! ¡Mahadeo! Lo hizo todo. prado.
Al camello, la joroba, para los bueyes la hierba, Pero este animal es pequeño, oh mi hijo bien
y para ti, mi niño, mi pecho de madre tierna. amado.
Al rico le dio su trigo, y al pobre, su pobre mijo, Cuando se acabó el reparto, ella le dijo riendo:
migajas al hombre santo, de puerta en puerta «Señor, alimentaste a millares, y tu olvido en-
mendigo. tiendo».
Al tigre buenos rebaños, sucia carroña al buitre, Rió Siva y contestó: di a cada uno su parte,
huesos y trapos al lobo, noches de luna ron- también a eso pequeño, con que quisiste enga-
dando. ñarme.
Nada muy noble a sus ojos, nada tan feo y tan Lo sacó de su pecho, Parbati, una engañada
malo. ladrona,
Parbati los vio venir y marchar, estando siem- y vio que el pequeño insecto se fue derecho a
pre a su lado, una hoja.
pensó a su marido engañar, hacerle objeto de Lo vio, se desmayó temblorosa, haciendo ora-
mofa. ción a Siva,
Robó un saltamontes, y le hizo en su pecho al- que de nadie se olvidó, a todos dio su comida.
coba. Siva lo ha dado todo, el providente,
Logró engañar así a Siva, el providente, ¡Mahadeo! ¡Mahadeo! como un regalo...
al camello, la joroba, para los bueyes la hierba, Los servidores de Su Majestad
y para ti, mi niño, mi pecho de madre tierna.
Resolvedlo por fracciones,
o bien por regla de tres.
Pero el estilo de Tweedle-dum
no es el de Tweedle-dee.
Dale al problema mil vueltas,
hasta morir de cansancio.
El estilo Laridon
no es estilo Larida.
HABÍA LLOVIDO TORRENCIALMENTE DU-
RANTE un mes entero. Llovía sobre un cam-
pamento de treinta mil hombres, y de miles de
camellos y elefantes, caballos, bueyes y mulos,
casi amontonados todos en un lugar llamado
Rawalpindi, para que los pasara en revista el
virrey de la India. El virrey recibía la visita del
emir de Afganistán, un rey, pero un rey salvaje
de un país más salvaje todavía. El emir iba
acompañado por una guardia de corps de
ochocientos hombres con sus caballos, que ja-
más habían visto un campamento, ni locomoto- por el otro. Luego oí gruñidos, bramidos, soni-
ras: hombres salvajes y caballos salvajes, naci- dos guturales, como si se tratara de una olla
dos en algún rincón del Asia central. Todas las burbujeante, y vi cómo desaparecía mi tienda,
noches, sin fallar una sola, una manada de estos roto limpiamente su mástil, y cómo se ponía a
animales soltaba sus trabas y se precipitaba bailar cual fantasma loco. Un camello se había
dando saltos por todo el campamento, en me- empotrado en ella, y aunque me sentía furioso
dio del barro y de la oscuridad. O bien los ca- porque me estaba calando, no pude evitar la
mellos rompían sus ataduras, corrían por todas risa. Luego eché a correr, porque ignoraba
partes, y tropezaban con las cuerdas de las cuántos camellos se habían escapado, y me vi
tiendas. Podéis imaginaros lo encantados que enseguida lejos del campamento, avanzando
estaban quienes intentaban dormir. Mi tienda penosamente por el barro.
estaba lejos del lugar reservado a los camellos y
Acabé por tropezar con la cureña* de un cañón
yo la creía libre de todo problema. Pero una
y me di cuenta de que estaba en el acantona-
noche, un hombre asomó de repente la cabeza y
miento de la artillería, donde se guardaban los
gritó:
cañones durante la noche. No quise continuar
––¡Salid inmediatamente! ¡Que vienen! ¡Mi andando sin ton ni son en medio de la oscuri-
tienda está ya por tierra! dad y bajo la lluvia, puse mi impermeable sobre
la boca de uno de los cañones, me hice una es-
Yo sabía muy bien a quién se refería. Me puse
pecie de vivac improvisado con la ayuda de dos
las botas y el impermeable, me precipité fuera
o tres atacadores que había encontrado por allí,
de la tienda, y salí corriendo por uno de los
y me eché cuan largo era en la cureña de otro
lados. La pequeña Vixen, mi fox––terrier, salió
cañón, preguntándome dónde estaba yo y qué sino el de los acostumbrados a vivir en campa-
le habría ocurrido a Vixen. mentos. Me lo habían enseñado los indígenas,
para poder enterarme así de lo que contaban.
Me disponía a dormir cuando oí el sonido in-
confundible de un arnés*, algo parecido a un Debía de tratarse del mismo que se había estre-
gruñido de disgusto, y un mulo pasó delante de llado contra mi tienda, porque le decía al mulo:
mí sacudiéndoselas orejas mojadas. Estaba
––¿Qué voy a hacer? ¿Adónde ir? Acabo de
asignado a una batería de cañones desmonta-
pelear con una cosa blanca que se agitaba; y ha
bles. Me lo certificaba el ruido de correas, ani-
cogido un palo y me ha golpeado en el cuello ––
llos, cadenas y otros objetos que llevaba sobre el
se trataba del mástil de mi tienda, partido, y me
lomo. Los cañones desmontables son piezas
gustó saberlo––. Me voy lo mas lejos posible.
muy bonitas, formadas por dos cuerpos que se
unen cuando hay que servirse de ellas. Se ––¡Ah!, ¿eres tú? ––respondió el mulo––, ¿tú y
transportan a la montaña hasta el último rincón tus amigos los que habéis sembrado el desor-
adonde sea capaz de llegar un mulo, y prestan den en el campamento? Muy bien. Eso te va a
grandes servicios en terrenos rocosos. costar unos buenos golpes mañana por la ma-
ñana. Pero yo te voy a adelantar unos cuantos.
Detrás del mulo llegaba un camello ––cuyas
patas blancas, al hundirse, hacían en el barro un Por el ruido de su arnés, noté que el mulo retro-
ruido de ventosa–– que balanceaba el cuello cedía. Estampó en el costado del camello una
hacia adelante y hacia atrás, como una gallina lluvia de coces, que resonaron como sobre un
perdida. Felizmente, yo conocía bastante bien el tambor.
lenguaje de los animales, no el de los salvajes,
––La próxima vez no te arrojes sobre una bate- ––El número 15, 5.° escuadrón, 9.° de lanceros.
ría por la noche, gritando: «¡Al ladrón! ¡A las El caballo de Dick Cunliffe. Por favor, hazme
armas!». Agáchate y no muevas tu estúpido un poco de sitio.
cuello.
––Perdóname ––dijo el mulo––. Es una noche
El camello se dobló como lo hacen ellos, en es- tan oscura que no se ve absolutamente nada.
cuadra, y se sentó lanzando un suspiro. Se oyó He salido de mi campamento para buscar un
en la oscuridad el rítmico golpear de los cascos poco de paz y calma aquí.
de un gran caballo, que galopaba muy tranqui-
––Señores ––dijo humildemente el camello––,
lo, como en los desfiles. Saltó por encima de la
hemos tenido pesadillas esta noche y nos ha
cureña de un cañón y se acercó al mulo.
entrado miedo. Yo no soy más que un camello
––Es una vergüenza ––dijo con unos resoplidos de carga del 39.° regimiento de la infantería
con los que descargaba toda su furia––. De indígena, y no tengo vuestro valor, señores.
nuevo esos despreciables camellos han armado
––Entonces, por las barbas de Satanás, ¿por qué
lío en nuestra zona. Y es la tercera vez en una
no te has quedado para llevar el bagaje de la
semana. ¿Cómo puede un caballo estar en plena
infantería indígena, en vez de correr por todo el
forma si no le dejan dormir? ¿Quién está ahí?
campamento? ––preguntó el mulo.
––Soy un mulo que se dedica a transportar cu-
––Eran unas pesadillas espantosas ––respondió
reñas, y me han asignado la del número 2, pri-
el camello––. Os pido perdón. ¡Escuchad! ¿Qué
mera batería desmontable ––respondió el mu-
es eso? ¿Hay que echar a correr de nuevo?
lo––, y el otro es uno de vuestros amigos. ¿Y tú
quién eres?
––Siéntate ––le ordenó el mulo––, o te romperás gritas de esa manera? La oscuridad jamás ha
esas largas patas con los cañones ––puso las hecho mal a nadie.
orejas tiesas, prestando la mayor atención––.
Los bueyes de batería se pusieron costado co-
Los bueyes ––dijo––, los bueyes empleados en
ntra costado y empezaron a rumiar. Pero el mu-
la batería. ¡Por todos los demonios! Tú y tus
lo novato se precipitó hacia Billy.
amigos habéis despertado al campamento al
completo. Se necesita molestar de veras a un ––¡Qué cosas! ––exclamó––. Billy, cosas espan-
buey de batería para que se ponga de pie. tosas y horribles. Llegaron hasta nuestras filas
mientras dormíamos. ¿Crees que nos matarán?
Me pareció oír una cadena que se arrastraba
por el suelo. Llegó una pareja de esos bueyes ––Tengo ganas de propinarte unas coces que
blancos que acercan los cañones a los sitios a los me dejen a gusto ––le respondió Billy––. ¡Que
que no se atreven a llegar los elefantes, al notar un mulo enorme como tú, formado como estás,
cerca el fuego del enemigo. Iban lentos, apo- deshonre a la batería delante de este señor!
yándose, empujándose con los hombros, casi ––Tranquilo, tranquilo ––suplicó el caballo––.
pisando la cadena. Venia detrás de ellos un mu- Recuerda que son todos igual al principio. La
lo de los de batería, que llamó a gritos como primera vez que vi a un hombre (fue en Austra-
loco: lia y tenía yo entonces tres años), eché a correr y
––¡Billy! no paré en medio día, y si hubiera visto a un
camello, todavía seguiría corriendo. Casi todos
––Uno de nuestros reclutas ––le presentó el
los caballos de nuestra fuerza de caballería, en
mulo veterano al caballo de las fuerzas de caba-
llería––. Me llama. Vamos, jovenzuelo, ¿por qué
la India, son importados de Australia, y los tiene que estar seriamente tocado de la cabeza.
doman los mismos jinetes. ¿Quiénes sois vosotros, vosotros, los que estáis
tumbados?
––Es cierto lo que dices ––cedió Billy––. Deja de
temblar, jovencito. La primera vez que me pu- Los bueyes dieron la vuelta al bolo alimenticio
sieron el arnés completo, con todas sus cadenas, en la boca, y respondieron a la vez:
sobre la espalda, me levanté sobre las patas
––7.a pareja, 1.a pieza de artillería de grueso
delanteras, empecé a dar coces y tiré todo por
calibre. Estábamos durmiendo cuando llegaron
tierra. No sabía prácticamente nada sobre el
los camellos. Cuando nos dimos cuenta de que
arte de cocear, pero los de la batería dijeron que
no respetaban nada y a nadie y estaban a punto
jamás habían visto algo parecido.
de pisotearnos, nos levantamos y nos fuimos.
––Pero no era un arnés, ni cosa que haga ruido. Es mejor descansar tranquilos en el barro, que
Sabes, Billy, que eso me trae ya sin cuidado. mal sobre una buena cama de paja. Le hemos
Eran cosas como árboles, y caían por todo el dicho a vuestro amigo aquí presente que no
campamento, burbu jeando. Se me rompió la tenía nada que temer, pero es tan sabio que le
cabezada y no pude encontrar a mi encargado, ha parecido mejor seguir su propia opinión.
Billy. Entonces huí con... estos señores. ¡Qué le vamos a hacer!
––¡Hummm! ––rezongó Billy––, en cuanto vi Y siguieron rumiando.
que los camellos se habían escapado, me fui por
––Fíjate lo que pasa cuando se tiene miedo ––
propia iniciativa, pero con mucha tranquilidad.
dijo Billy––. Uno se convierte en objeto de mofa
Para que un mulo de batería... o, más bien, de
cañón desmontable llame señores a los bueyes,
hasta para bueyes de batería. Espero que eso te estado uno o dos días sin salir. Pero ¿qué hacéis
guste, pequeño. cuando estáis en servicio activo?
El mulo joven apretó los dientes, y le oí decir ––Bueno, eso es otro asunto. Cuando me en-
algo así como que el no tenía miedo de ningún cuentro en esa circunstancia, mi jinete es Dick
viejo y asqueroso buey de batería. Pero los bue- Cunliffe, que me hunde las rodillas en los cos-
yes se limitaron a entrechocar sus cuernos y tados. Sólo tengo que vigilar dónde pongo los
continuaron rumiando. cascos, mantener las patas traseras debajo del
cuerpo y obedecer la brida.
––Bueno, no te enfades. Esa sí que es la peor de
las cobardías ––trató de apaciguar los ánimos el ––¿Qué quiere decir obedecer la brida? ––
caballo––. A cualquiera se le puede perdonar preguntó el mulo joven.
por tener miedo ante lo que no se comprende.
––¡Esto sí que es bueno, por lo más sagrado que
Nosotros nos hemos escapado en muchas oca-
haya en el mundo! ––le contestó el caballo con
siones, y una vez nada menos que cuatrocientos
aire desdeñoso––. ¿Quieres decir que no os en-
de entre nosotros, porque un recluta empezó a
señan a obedecer la brida? ¿Cómo podéis ser
contarnos historias de serpientes––látigo, que
buenos en nada si no sabéis dar la vuelta en
hay en nuestra tierra, Australia, y que son muy
redondo, cuando sentís que una de las riendas
peligrosas. Nos moríamos de miedo con sólo
os aprieta en una parte del cuello? Es una cues-
ver el cabo suelto de nuestras cabezadas.
tión de vida o muerte para vuestro hombre y,
––Todo eso está muy bien en el campamento –– naturalmente, también para vosotros. Cuando
dijo Billy––. No me resisto al inmenso placer sientas la rienda en tu cuello tienes que girar en
que produce una desbandada después de haber redondo con las patas traseras bajo la horizon-
tal del cuerpo. Si no tienes sitio suficiente, le- No me gustaría ser el hombre o el caballo que
vántate sobre las patas traseras, y entonces da la quiera detenernos, a Dick y a mí, cuando nos
vuelta apoyándote en ellas. Eso es saber obede- encontremos en aprietos.
cer la brida.
––Pero los cuchillos deben haceros mucho mal –
––Eso no es lo que nos enseñan ––le replicó –dijo el mulo joven.
Billy con mucha frialdad––. Se nos enseña a
––Bueno, en una ocasión me rajaron el pecho,
obedecer a nuestro guía. A pararnos a una or-
pero Dick no tuvo la culpa...
den suya, y a avanzar cuando nos lo mande.
Supongo que en el fondo es lo mismo. Pero ¿a ––Yo habría dejado de preocuparme de quién
qué vienen esas bellas maniobras y figuras de era la falta, en cuanto hubiera sentido la herida
carrusel, que deben ser malísimas para vuestros ––dijo el joven mulo.
jarretes*? De verdad, ¿para qué os sirven? ––Un grave error ––contestó el caballo––. Si no
––Eso depende ––respondió el caballo––. A tienes confianza en tu hombre, es mejor que te
menudo tengo que hacer cargas contra multi- retires inmediatamente, y a toda velocidad. Así
tudes furiosas, vociferantes, masas de hombres se comportan algunos de mis colegas, y no se lo
hirsutos, armados con cuchillos largos, brillan- reprocho. Como he dicho, no era culpa de Dick.
tes, peores que las herramientas del herrador, y Nos topamos con un hombre tendido en el sue-
tengo que estar atento para que la bota de Dick lo, y me estiré cuanto pude para no pisotearlo.
llegue a tocar la del hombre que va a su lado, Pero me hizo un tajo con su cuchillo. La próxi-
pero sin apretarla. Veo la lanza de Dick a la ma vez que vea un hombre en tierra le pondré
derecha de mi ojo derecho, y me siento seguro. los cascos encima, y bien fuerte.
––¡Hummm! ––gruñó Billy––, eso me parece ––Se dice que cuando una mula de batería res-
totalmente absurdo. Los cuchillos son unos ins- bale y se despeñe, hay que celebrarlo partiendo
trumentos asquerosos, míreselos por donde se la oreja de una gallina ––contestó Billy––. De
los mire. Lo más interesante es subir montañas, cuando en cuando quizá una albarda mal car-
llevando la silla perfectamente sujeta y equili- gada haga perder el equilibrio a un mulo, pero
brada, aferrarse al suelo con las cuatro patas, y es muy raro. Me gustaría enseñarte lo que
hasta con las orejas, avanzar paso a paso hacemos. Es magnífico. He tardado tres años en
haciéndose bien pequeño, para llegar al fin, comprender lo que querían los hombres. La
dominando todo el mundo desde centenares de sabiduría del oficio consiste en no ponerse nun-
metros de altura, a una cornisa donde existe el ca de perfil a cielo abierto, porque entonces
sitio justo para apoyar los cascos. Entonces te puedes muy bien convertirte en blanco de los
quedas totalmente quieto y en silencio ––ni si- fusiles enemigos. Permanece a cubierto siempre
quiera sueñes que un hombre te sujete la ca- que sea posible, incluso si eso significa desviar-
beza, chico––, en silencio mientras montan los te una milla. A mí me toca guiar la batería
cañones, después de lo cual se ve cómo los di- cuando se escala así.
minutos obuses caen por encima de las copas
––¡Servir de blanco sin poder lanzarte sobre los
de los árboles haciendo «buuum», lejos, muy
que te están tiroteando! ––dijo el caballo, re-
lejos, muy abajo.
flexionando profundamente––. Yo no lo sopor-
––¿Y nunca habéis dado un paso en falso? ––le taría. Me volverla loco por atacar con Dick co-
preguntó el caballo. mo jinete.
––Las cosas no son así. En cuanto están en posi- ––¡Vaya, por mi grupera* y mi pretal*! ––
ción, las piezas de cañón se ocupan de cargar. rezongó el caballo en voz baja––. ¡Echarse al
Es científico y limpio. Pero los cuchillos, ¡qué suelo!
porquería!
––Nos echamos cien en el suelo, formando un
El camello balanceaba la cabeza impaciente, gran cuadrado ––continuó el camello––. Los
intentando intervenir en la conversación. Lue- hombres apilaron los fardos y las sillas que lle-
go, le oí, después de haberse aclarado la gar- vábamos en los lados del cuadrado, y dispara-
ganta, y con un tono en el que se adivinaba la ban por encima de nuestros lomos. Y lo hacían
timidez, inseguro: desde los cuatro lados del cuadrado.
Yo he... yo he... hecho un poco la guerra, pero ––¿Y quiénes eran esos hombres? ¿Los primeros
no escalando y corriendo como vosotros. que se presentaron como reclutas? ––preguntó
el caballo––. También a nosotros, en la escuela
––Eso es evidente y lo sabemos todos. Y, puesto
de equitación, nos enseñan a echarnos, y a per-
que te has decidido a hablar, te digo que no
mitir que nuestros jinetes disparen por encima
tienes aire ni de escalador ni de corredor. Eres
de nosotros. Pero yo sólo me fío de Dick Cunlif-
poca cosa. ¿Qué pasó, viejo fardo de heno?
fe. Me hace cosquillas junto a la cincha para que
––Pues que hicimos las cosas como hay que me tumbe y, además, con la cabeza en tierra no
hacerlas ––respondió el camello––. Nos echa- puedo ver.
mos todos...
––Pero ¿qué importa quién dispare por encima
de tu cuerpo? ––dijo el camello––. Hay monto-
nes de hombres y de camellos cerca de uno, y
enormes nubes de humo. Entonces no me asus- ––Sí, sólo hay una forma ––dijeron los dos a la
to. Me limito a sentarme y esperar. vez. Deberían haber sido gemelos––. Y es ésta:
uncirnos las veinte yuntas* que somos al cañón
––Y, sin embargo ––dijo Billy––, tienes pesadi-
grande en cuanto Dos Colas barrita.
llas por la noche y conviertes el campamento en
un pandemonium. ¡Bien! ¡Bien! Antes de Dos Colas es el mote que se emplea en el cam-
echarme al suelo, tanto más de sentarme, y de pamento para referirse al elefante.
permitir que un hombre dispare por encima de
––¿Y por qué barrita?
mí, mis patas y su cabeza tendrían algo que
decirse. ¿Habéis oído en vuestra vida algo tan ––Para decirnos que no dará un paso más hacia
espantoso, tan ridículo y tan sin sentido como la humareda que tiene enfrente. Dos Colas es
esto? un cobarde total. Nosotros somos los que, todos
a una, empujamos el gran cañón. ¡Heeya,
Se hizo un gran silencio, y luego uno de los
¡Hullah!, ¡Heeya! , ¡Hullah! Ni escalamos como
bueyes levantó su impresionante cabeza.
gatos, ni corremos como terneros. Las veinte
––Lo que decís no tiene ni pies ni cabeza –– yuntas de mi grupo avanzamos por la llanura,
dijo––. Hay una sola manera de combatir. tan plana como la palma de la mano, hasta que
nos desuncen de nuevo, y pastamos cuando el
––Vaya, adelante ––comentó Billy––. Que no te
gran cañón le habla a través de la llanura a al-
preocupe mi presencia. Supongo que vosotros,
guna ciudad de paredes de adobe, y los muros
amigos, combatís de pie, y apoyados sobre
saltan por los aires, y sube una enorme pol-
vuestra cola.
vareda como si muchas vacadas volvieran al
establo.
––¿Y entonces es cuando más os gusta pastar? – ––Casi la misma alegría que sentimos cuando
–preguntó el mulo joven. tenemos que echarnos por tierra, y dejar que los
hombres se tumben sobre nosotros, o cuando
––Entonces o luego. Comer siempre está bien.
nos lanzamos contra multitudes armadas de
Comemos hasta que nos uncen de nuevo al
cuchillos. Nunca había oído tonterías semejan-
yugo y desplazamos el cañón hasta donde lo
tes a las que he escuchado esta noche. Una cor-
espera Dos Colas. A veces, en las ciudades hay
nisa junto a un precipicio en la montaña, una
grandes cañones que responden al fuego del
carga bien equilibrada, un mulero que me deje
nuestro y matan a algunos de nosotros. Se trata
seguir mi camino, y seré yo el primero que se
del destino, únicamente de eso. Pero, de todas
ofrezca para todo. Pero del resto de lo dicho, ¡ni
formas, Dos Colas es un grandísimo cobarde.
hablar! ––casi gritó Billy golpeando la tierra con
La nuestra es la manera más adecuada de pe-
uno de sus cascos.
lear. Nosotros somos hermanos, hijos de Hapur.
Nuestro padre fue un buey sagrado de Siva. ––Naturalmente ––quiso aclarar el caballo––, no
Hemos dicho lo que teníamos que decir. estamos todos hechos de la misma madera, y
veo que a los de vuestra familia, por línea pa-
––Bien, ciertamente he aprendido algo esta no-
terna, les costaría entender muchas cosas.
che ––dijo el caballo––. Vosotros, los señores de
la batería de los cañones desmontables, ¿tenéis ––No admito que os metáis con la línea paterna
el humor suficiente como para comer cuando de nuestra familia ––respondió Billy encoleri-
estáis bajo el fuego, mientras os espera Dos Co- zado––, porque a ningún mulo le gusta que le
las, que se ha quedado atrás? recuerden que su padre fue un asno. Mi padre
era un caballero del sur, capaz de derribar, de
morder y dejar para el arrastre a cualquier caba- Los dos adoptaron la misma postura, estaban
llo que se le cruzara en el camino. No lo olvides cara a cara, y yo esperaba un combate a muerte,
nunca, tú, gran brumby marrón. cuando en la oscuridad, hacia la parte derecha,
se oyó una voz gutural y profunda.
La palabra brumby se emplea para calificar a un
caballo salvaje, sin modales. Y os podéis imagi- ––Chicos ––dijo––, ¿por qué os peleáis? Tran-
nar lo que el insulto significó para el caballo de quilos.
Australia. Vi cómo brillaba en la oscuridad el
Los dos animales bajaron las patas a la vez, bu-
blanco de sus ojos.
fando de disgusto, porque ni el caballo ni el
––Dime, hijo de un garañón importado de Má- mulo pueden soportar la voz de un elefante.
laga ––la frase le salió de entre unos dientes
––¡Es Dos Colas! ––dijo el caballo––. No puedo
apretados de rabia––. Quiero que sepas que
aguantarlo. Tener una cola a cada extremo del
estoy emparentado, por línea materna, con
cuerpo no es justo.
Carbine, ganadora de la copa de Melbourne. Y
en mi tierra no solemos dejarnos pisotear por ––Lo mismo pienso yo ––dijo Billy, apretándose
un mulo que habla como los loros; pero sus contra el caballo para no sentirse solo––. Noso-
palabras salen de su cabeza de cerdo, y no les tros nos parecemos mucho en ciertos rasgos.
queda más remedio que pertenecer a una bate- ––Supongo que los habremos heredado de
ría de cerbatanas*, esos juguetes que entretie- nuestras madres ––respondió él caballo––. ¿Por
nen a los niños. ¿Estás preparado? qué vamos a pelearnos? Oye, Dos Colas, ¿estás
––¡De pie, sobre las patas traseras! ––gritó Billy atado?
con voz estridente.
––Sí ––respondió el riéndose con toda la trom- otro día, el capitán de mi batería me llamó pa-
pa––. Me han atado a los postes para pasar la quidermo anacrónico.
noche. He escuchado lo que decíais. No tengáis
––Supongo que se refería a la manera tan parti-
miedo. Me quedo donde estoy.
cular que tienes de combatir ––dijo Billy, que
Los bueyes y los camellos exclamaron casi en había recuperado su–– valor.
voz alta:
––Naturalmente, tú no tienes ni idea de lo que
––¿Miedo de Dos Colas? ¡Qué absurdo! eso significa, pero yo sí. Eso significa, más o
menos, que ni una cosa ni otra, y eso es exacta-
––Sentimos que nos hayas oído ––añadió el
mente lo que yo soy. Puedo ver con toda clari-
buey––, pero es verdad. Dos Colas, ¿por qué
dad lo que sucederá si estalla un obús. En cam-
tenéis miedo de los cañones cuando disparan?
bio, vosotros, los bueyes, no poseéis esa capaci-
––Bueno ––dijo Dos Colas frotándose las patas dad.
traseras, como el niño que recita una poesía––.
––Yo sí ––dijo el caballo––. Al menos, algo. Y
No sé si llegaréis a comprender lo que os voy a
procuro no pensar en ello.
contar.
––Yo soy capaz de ver más que tú, y no puedo
––Nosotros no comprendemos, pero debemos
evitar pensarlo. Sé, que en mi caso, tengo que
arrastrar los cañones ––respondieron los bue-
vigilar una masa de un volumen enorme, y que
yes.
nadie me cuidará si caigo enfermo. No pagarían
––Lo se. Y sé que sois más valientes de lo que a mi cornac hasta mi recuperación, pero no
pensáis. Pero es que yo soy muy diferente. El puedo fiarme de el.
––Pues yo sí ––le respondió el caballo––. Ahora ––Pero aquí no hay sangre por ninguna parte ––
está todo claro. Yo puedo fiarme completamen- dijeron el camello y los bueyes––. ¡Qué tonto
te de Dick. ––Podéis ponerme encima del lomo eres!
un regimiento de Dicks sin que por eso consi-
––Es algo sucio ––dijo Billy––. Yo no siento la
guiera sentirme mejor. Sé más que de sobra
necesidad de echar a correr, pero tampoco quie-
para sentirme incómodo, y no lo suficiente co-
ro hablar de ello.
mo para seguir adelante como si no lo supiera.
––¡Eso es, aquí está! ––dijo Dos Colas menean-
––No comprendemos ––dijeron los bueyes.
do el rabo a manera de explicación.
––Lo sé. No os hablo a vosotros. No tenéis ni
––Pues claro que estamos aquí ––dijeron al uní-
idea de lo que es la sangre.
sono los bueyes––. Llevamos toda la noche.
––Te equivocas ––respondieron ellos––. Sí que
Dos Colas golpeó la tierra con una fuerza tal
lo sabemos. Es una cosa roja que empapa el
que la anilla de hierro que llevaba empezó a
suelo y que huele.
tintinear.
El caballo resopló, dio un brinco, y finalmente
––¡Pareja de necios! No hablaba de vosotros.
hizo un corcovo*.
Sois incapaces de ver lo que hay dentro de
––No habléis de la sangre. Sólo con oír esa pa- vuestras cabezas.
labra puedo olerla. Y ese olor me produce un
––Es verdad. Vemos con nuestros cuatro ojos lo
deseo incontenible de salir huyendo cuando
que hay fuera de nosotros ––dijeron los bueyes–
Dick no me monta.
–. Vemos lo que hay frente a nosotros.
––Si yo pudiera hacer lo mismo, únicamente Se puso a barritar furiosamente, con la máxima
eso, no os necesitarían para arrastrar los caño- potencia de que era capaz.
nes. Si yo fuera como mi capitán... el ve las co-
––¡Para! ––dijeron a la vez Billy y el caballo.
sas en su cabeza antes de disparar. Tiembla de
los pies a la cabeza, pero es demasiado inteli- Sentí que golpeaban el suelo y que se estreme-
gente para huir. Si yo fuera como él, sería capaz cían. El barrito del elefante es siempre desagra-
de arrastrar los cañones. Pero si yo supiera tan- dable, sobre todo en una noche oscura.
to, jamás me habría metido en este embrollo. ––¿No? ––respondió Dos Colas––. ¿No me lo
Sería un rey en el bosque, como lo era antes. vais a explicar? ¡Hhhrrmph! ¡Rrrt! ¡Rrrmph!
Pasaría la mitad del día durmiendo y me baña- ¡Rrrhha!
ría cuando me apeteciera. Hace ya un mes que
no me he dado un buen baño. Luego se paró de repente. Oí un pequeño vagi-
do en la oscuridad y me di cuenta inmediata-
––Todo eso es muy bonito ––dijo Billy––, pero mente de que Vixen me había encontrado. Ella
poner a una cosa un nombre interminable, co- sabía tan bien como yo que si hay algo en el
mo paquidermo anacrónico, no la remedia. mundo que asuste más al elefante, es el ladrido
––Calla ––le contestó con aspereza el caballo––. de un perro pequeño. Vixen se detuvo para
Me parece que empiezo a entender lo que dice molestar a Dos Colas y se puso a corretear alre-
Dos Colas. dedor de sus enormes patas. Él las movía,
mientras lanzaba unos gritos agudos.
––Lo comprenderás mejor dentro de un minuto
––contestó el hecho una furia––. Vamos, ¿quie- ––¡Vete de aquí, perro asqueroso! ––le chilló
res explicarme por qué no te gusta esto? Dos Colas––. Si sigues oliéndome los tobillos, te
soltaré una patada. Perrito valiente... perrito ––¡Es extraordinario! ¡Sencillamente extraordi-
simpático. ¡Venga, venga! Túmbate, pequeña nario! Es algo genético, de familia. Pero ¿dónde
bestia sucia. ¿Por qué no la retiráis de aquí? está ahora esa bestia pequeña y maligna? ––oí
¡Fijaos, me va a morder! que palpaba la oscuridad con la trompa.
––Me parece ––dijo Billy al caballo–– que nues- ––Se diría que todos tenemos nuestras debili-
tro amigo Dos Colas tiene miedo de casi todo. dades, cada uno la suya ––continuó, mientras se
Si me hubieran dado una buena comida por sonaba la trompa––. Vosotros, caballeros, os
cada perro que, de una coz, he hecho atravesar, alarmasteis cuando me puse a barritar.
dando volteretas, el campo de maniobras, a
––No nos hemos alarmado exactamente ––
estas horas estaría tan gordo como Dos Colas.
respondió el caballo––, pero pensé que tenía en
Silbé, y Vixen se me acercó, totalmente emba- el lomo un avispero en vez de una silla. No
rrada, me lamió la nariz, y me contó cómo empieces otra vez.
había recorrido todo el campamento buscán-
––Yo tengo miedo de un perro faldero, y al ca-
dome. Nunca le había revelado que yo com-
mello le asustan las pesadillas.
prendía el lenguaje de los animales, pues se
habría tomado todas las libertades del mundo. ––Tenemos la suerte de no vernos obligados a
La levanté con mis brazos y la apreté contra mi luchar todos de la misma manera ––dijo el caba-
pecho, abotonándome el abrigo por encima de llo.
ella, mientras Dos Colas se agitaba, golpeaba el ––Lo que a mí me gustaría saber ––señaló el
suelo y gruñía para sus adentros. joven mulo, que estaba callado desde hacía mu-
cho tiempo–– es, sencillamente, por qué tene- que te tundan a patadas. Sólo debes obedecer al
mos que luchar. hombre que te tiene a su cargo, sin hacer pre-
guntas.
––Porque nos lo mandan ––explicó el caballo,
indignado. ––Perfecto ––aseveró Dos Colas––, yo no puedo
obedecer porque no veo claro nada, pero Billy
––Las órdenes ––añadió Billy el mulo, rechi-
tiene razón. Desobedece las órdenes y deten-
nando los dientes.
drás toda la batería, con lo que te ganarás una
¡Hukm ha¡! (es una orden) ––dijo el camello, con buena tunda.
un gargarismo.
Los bueyes se levantaron para salir.
¡Hukm hai! ––repitieron Dos Colas y los bueyes.
––Está a punto de amanecer ––dijeron––. Va-
––Sí, pero ¿quién da las órdenes? ––preguntó el mos a llegarnos a nuestro campamento. Es cier-
mulo joven, que era un recluta reciente. to que nosotros solamente vemos con nuestros
––El hombre que se encarga de ti. O el que lle- ojos, y que no somos demasiado inteligentes,
vas sobre tu lomo. O el que te guía. O el que pero eso no importa, porque somos los únicos
puede retorcerte la cola ––le explicaron Billy, el que esta noche no hemos tenido miedo. Buenas
caballo, el camello y los bueyes, cada uno por noches, valientes.
turno. Nadie respondió, y el caballo preguntó para
––Pero ¿quién les da a ellos las órdenes? cambiar de conversación:
––Bueno, quieres saber demasiado, jovenzuelo ––¿Dónde está el perrillo? Donde hay un perro,
––le contestó Billy––, una excelente forma de siempre hay un hombre cerca.
––Estoy aquí ––ladró Vixen, bajo la cureña––, y Los bueyes empezaron a lanzar esos bufidos
con mi amo. Oye, camello estúpido y patudo, tú prolongados, sibilantes, característicos del ga-
nos echaste abajo la tienda, y mi amo está furio- nado vacuno de la India. Empujaban, se apreta-
so. ban el uno contra el otro, golpeaban el suelo, se
resbalaban, casi se cayeron al suelo, embarrado,
––¡Uau! ––exclamaron los bueyes––. Debe ser
gruñendo con furia.
un blanco.
––Os vais a romper el cuello en cualquier mo-
––Por supuesto ––replicó Vixen––. ¿Pensabais
mento ––aseguró muy serio el caballo––. ¿Pues
que me cuidaba un boyero negro?
qué tienen los blancos? Yo vivo bien con ellos.
¡Huah! ¡Ouack! ¡Ugh! ––exclamaron de nuevo
––Comen... ¡Nos comen! ¡Tira! ––exclamó el
los bueyes––. Vámonos inmediatamente.
buey de la izquierda. El yugo se rompió con un
Empezaron a andar a toda prisa sobre el barro, ruido seco, y se alejaron los dos con una marcha
y no sé cómo se las arreglaron para que su yugo pesada.
se quedara enganchado en la vara de una carre-
Hasta entonces, nunca había comprendido por
ta de municiones.
qué el ganado vacuno en la India tiene tanto
––Lo habéis conseguido ––Billy no pudo conte- miedo a los ingleses. Nosotros comemos carne
ner su sorna––. Es inútil que lo intentéis. Os de buey, cosa que no hace ningún boyero, y,
vais a quedar así, bloqueados, hasta al amane- naturalmente, eso no les sienta bien a las bes-
cer. ¡Santo Cielo! ¿Quién la ha tomado con vo- tias.
sotros?
––¡Que me azoten con las cadenas de mi arzón! Billy, el mulo, se fue con los andares caracterís-
¿Quién se habría imaginado que dos gordinflo- ticos de los veteranos, entre derrengado y des-
nes como ellos perderían la cabeza? ––le salió a enfadado. Mientras tanto, el caballo apoyó su
Billy. morro contra mi pecho. Le di unas cuantas ga-
lletas, y Vixen, que es la perrilla más vanidosa
––¿Y eso qué importa? Yo voy a echar un vista-
del mundo, aprovechó la ocasión para contarle
zo a ese hombre blanco. La mayoría lleva cosas
mentirijillas sobre las docenas y docenas de
en los bolsillos ––se oyó al caballo.
caballos que ella y yo teníamos a nuestro cargo.
––Después de lo que has dicho, te dejo solo.
––Mañana iré a la revista en mi coche de dos
Tampoco yo puedo decir que les quiera dema-
ruedas ––quiso impresionarle––. ¿Dónde esta-
siado. Además, los blancos que no tienen un
rás tú?
lugar donde dormir son casi siempre ladrones,
y llevo cantidad de cosas sobre el lomo que son ––En el flanco izquierdo del 2.° escuadrón. Yo
propiedad del Estado. Vente conmigo, jo- marco la cadencia a todo mi pelotón, señorita –
venzuelo, que vamos a llegarnos juntos hasta –respondió él muy cortésmente––. Ahora me
nuestro rincón. ¡Buenas noches, Australia! Su- voy, porque debo encontrar a Dick. Tengo la
pongo que volveremos a vernos mañana duran- cola llena de barro y necesitará dos horas de
te la revista. ¡Buenas noches, viejo fardo de pa- duro trabajo para prepararme para la revista.
ja! A ver si intentas controlar tus miedos, ¿eh?
La gran revista de treinta mil hombres, con to-
Buenas noches, Dos Colas. Si pasas junto a no-
do su equipamiento, se celebró por la tarde.
sotros mañana, durante la revista, no te pongas
Vixen y yo ocupamos un buen sitio, muy cerca
a barritar. Eso desordenaría nuestras líneas.
del virrey y del emir de Afganistán, cubierta su
cabeza con un alto y fuerte gorro de astracán, y filaron los cañones desmontables. Billy el mulo
en medio de él, la gran estrella de diamantes. tenía un aire orgulloso, como si fuera el coman-
La primera parte de la revista transcurrió a ple- dante en jefe. Su arnés estaba perfectamente
no sol. Desfilaron los regimientos, oleadas suce- engrasado y cepillado. Brillaba. Yo lancé un
sivas de piernas, en perfecto acompasamiento y ¡hurra!, que nadie coreó, por Billy el mulo, pero
con los fusiles alineados sin un solo fallo. Una no miró ni una sola vez ni a derecha ni a iz-
visión que casi producía vértigo. Luego llegó la quierda.
caballería a medio galope, acompañada por una
Empezó a caer la lluvia, y durante un rato una
bella tonada, Bonnie Dundee. Vixen, orgullosa en
cortina de niebla impidió ver los movimientos
su carruaje, levantó las orejas para oírla mejor.
de las tropas. Habían descrito un gran semicír-
El 2.° escuadrón de lanceros pasó a toda veloci-
culo en la llanura y se des plegaban en un solo
dad, y entre ellos, el caballo de la noche ante-
frente. La línea fue creciendo, creciendo, cre-
rior, con su cabeza casi apoyada en el pecho,
ciendo, hasta cubrir un kilómetro de un ex-
con una oreja hacia delante y la otra hacia atrás,
tremo a otro, una muralla compacta de hom-
marcando el paso al resto del escuadrón, mo-
bres, caballos y cañones. Entonces, la muralla
viendo las patas a ritmo de vals. Vinieron a
empezó a avanzar directamente hacia donde se
continuación los cañones, y vi a Dos Colas, y a
encontraban el virrey y el emir y, a medida que
otros elefantes, arrastrando un cañón de asedio,
se aproximaba, el suelo echó a temblar, como el
de los que disparan obuses de veinte kilos, se-
puente de un barco con los motores a toda po-
guidos por veinte parejas de bueyes. La séptima
tencia.
llevaba un yugo nuevo y parecía avanzar con
más pereza de la normal, fatigada. Al final des-
Si no se ha asistido a una revista parecida, uno ¡Hurra!
no puede imaginarse la impresión aterradora Avanzaban los animales de dos en dos.
que este avance de las tropas causa a los espec- El elefante y el mulo de batería,
tadores. Yo miraba al emir. Hasta entonces no y entraron todos en el Arca,
había cruzado su rostro la más mínima sombra buscando protección del agua fría.
de sorpresa, ni de ningún otro sentimiento. Pe-
ro, de repente, sus ojos empezaron a abrirse, Después oí a uno de los jefes asiáticos, de cabe-
cogió con fuerza las riendas de su caballo, y llos grises, que había venido con el emir desde
miró a su espalda. Por un instante se pudo has- el norte del país, preguntar a un oficial indíge-
ta pensar que iba a desenvainar su espada y na:
abrirse paso entre la multitud inglesa, hombres
y mujeres que se encontraban en sus carruajes, ––Dime, ¿cómo se ha conseguido este prodigio?
detrás de él. Luego, la muralla se paró de golpe, ––Se ha dado una orden y luego se ha acatado.
el suelo dejó de temblar, el frente entero de las
––¿Pero es que los animales son tan inteligentes
tropas saludó, y treinta bandas de música em-
como los hombres? ––preguntó de nuevo el jefe.
pezaron a tocar a la vez. La revista había termi-
nado, y los regimientos volvieron a sus cam- ––Obedecen, como los hombres. El mulo, el
pamentos bajo la lluvia, mientras una banda de caballo, el elefante, el buey, todos obedecen a
infantería atacaba el himno siguiente: sus encargados, éste a su sargento, éste a su
teniente, éste a su capitán, éste a su comandan-
te, éste a su coronel, éste a su brigadier con sus
Avanzaban los animales de dos en dos. tres regimientos, el brigadier a su general, que
obedece al virrey, que está al servicio de la em- jamás gozaron de libertad o beneficio.
peratriz. Las cosas hay que hacerlas así. Paso a los altos elefantes y a sus inmensos
arreos,
––¡Si hubiera algo parecido en Afganistán! ––
arrastrando cañones, sembradores de muerte y
exclamó el jefe––. Allí nadie obedece más que
de miedo.
su propia voluntad.
––Y por eso ––comentó el oficial indígena retor-
LOS BUEYES DE LA ARTILLERIA
ciéndose el bigote––, vuestro emir, a quien no
obedecéis, debe presentarse aquí para obedecer
las órdenes de nuestro virrey.
Héroes de arneses que esquivan las balas,
la pólvora se os cuela en las entrañas.
Entramos en acción y nos siguen los cañones.
CANCIÓN DE LOS ANIMALES DEL CAM-
Apartaos, que llegan veinte parejas.
PAMENTO DURANTE LA REVISTA
Arrastran atalajes, ya no viven de emociones.
LOS ELEFANTES DE LOS CAÑONES CABALLOS DE LA FUERZA DE CABALLE-
RÍA
Prestamos a Alejandro nuestra fuerza, Nos marcó el hierro para ser mejores,
la ciencia en nuestros cuerpos y cabeza. y gozan de nosotros, húsares, lanceros.
Nuestros cuellos, dispuestos siempre al servi- Mejor que establos o abrevaderos,
cio,
la canción de Bonnie Dundee, nuestro supremo para encontrar el camino, mala a los malos car-
consuelo. gadores.
Dadnos luego de comer, mucha doma y mil Sabemos manejarnos en lugares y terrenos im-
cuidados, posibles,
inteligentes jinetes, tierra abierta a los espacios. Nos encantan las alturas y dicen que nos sobran
Formemos escuadrones en columna bien per- patas.
fecta,
¡y veréis galopes locos con las notas de Bonnie LOS CAMELLOS DE INTENDENCIA
Dundee!
No hay un himno que a los camellos
LOS MULOS DE LA ARTILLERÍA DE MON- nos ayude a avanzar.
TAÑA Nuestros cuellos, auténticos trombones,
tralala, tralala, sonoridad de trombones.
Trepábamos monte arriba mis compañeros y Y nuestra canción de marcha
yo. es ¡ni puedo, ni quiero, ni haré, no!
No había sendero ante nosotros, pero seguimos, Que lo oiga la línea entera.
corazón y cascos y a hacer nuestro cualquier ¿Quién ha perdido la carga?
sitio. ¿Por qué no ha sido la mía?
Y en la cima, las grandes ilusiones del honor. Cayó la carga al camino.
Nos encantan las alturas y dicen que nos sobran Viva el alto y la algarada.
patas. ¡Urr! ¡Yarth! ¡Grr! ¡Arch!
Buena suerte al sargento que nos deja libertad A palos le parten a uno el alma.
GLOSARIO
TODOS LOS ANIMALES A CORO
*A*
Nacimos, vivimos en campamentos,
y hay para todos un rango. ADVENEDIZO: Persona que se introduce en un
Hijos del yugo, aguijada, grupo social o llega a ocupar una posición que,
arneses, miles de petos y cargas. en opinión de los que ya estaban allí, no le co-
Destensada está la cuerda; rresponde por su condición o por sus méritos.
nuestras filas, una marea ondulante,
con prisas de ir a la guerra. ÁGATA: Variedad del cuarzo, dura, translúcida
Siempre los hombres a nuestro lado, y con franjas o capas de varios colores.
polvorientos, ojos de sueño y vigilias, AGUIJADA: Vara larga con una punta de hie-
ignoran como nosotros, por qué rro en uno de los extremos que se usa para pi-
seguir con frío y con sed, es una ley. car a los bueyes y otros animales.
Nacimos, vivimos en campamentos,
y hay para todos un rango. ARBOLADURA: Conjunto de palos que sostie-
Hijos del yugo, aguijada, nen las velas en una embarcación.
arneses, miles de petos y carga. ARIETE: Antigua máquina militar que se utili-
zaba para derribar puertas y murallas y que
estaba formada por una viga Larga y pesada
reforzada en uno de sus extremos por una pieza
de hierro o bronce, generalmente en forma de *B*
cabeza de carnero.
BARRITAR: Referido a los elefantes o al rinoce-
ARNÉS: Conjunto de armas de acero defensivas ronte: dar barritos o emitir su voz característica.
que se ajustaban al cuerpo asegurándolas con
BASALTO: Roca volcánica de color negro o
hebillas y correajes. También se refiere a las
verdoso, muy dura, que procede de la fusión de
guarniciones o conjunto de correas y otros obje-
materiales de las capas profundas del manto
tos que se ponen a las caballerías para que tiren
superior de la corteza terrestre.
de un carruaje, para montarlas o para cargarlas.
BAYONETA: Arma blanca de doble filo con
ARPEGIOS: Sucesión más o menos acelerada
forma de cuchillo, que se ajusta al cañón de un
de los sonidos que, cuando se tocan simultá-
fusil y sobresale de su boca.
neamente, forman un acorde.
BRAZA: En el sistema anglosajón, unidad de
AURORA BOREAL: En las tierras del lejano
longitud que equivale aproximadamente a 1,8
norte, la aurora boreal, también conocida como
metros.
luces del norte, es un fenómeno siempre sor-
prendente, fantasmagórico, de pura magia. Se
cree que aparece por unas misteriosas fuerzas *C*
magnéticas. Sus formas son impresionantes, de
intensos colores, pero sólo durante breves mo-
mentos. CABO DE BUENA ESPERANZA: Situado en la
punta del continente africano, al lado de Ciu-
dad del Cabo.
CABO CORRIENTES: Cabo mexicano, situado CORCOVO: Salto que dan algunos animales
entre Guadalajara y Colima. encorvando el lomo.
CABO DE HORNOS: Cabo situado en la punta CORNALINA: Ágata de color de sangre o roji-
de Suramérica. za.
CADILLOS: Planta umbelífera, muy común en CORRALIZA: Corral, o pocilga.
los campos cultivados, que crece hasta unos 30
CUREÑA: Armazón con ruedas sobre el que se
centímetros de altura; hojas anchas y flores de
monta el cañón de artillería.
color rojo o purpúreo.
CENADOR: En un jardín, espacio, generalmen-
te redondo, cercado y revestido de plantas tre- *E*
padoras, y que suele estar destinado a activida-
des de esparcimiento.
EMPALIZADA: Valla hecha de palos o de esta-
CERBATANAS: Canuto o tubo estrechos y hue- cas clavadas en el suelo.
cos, en los que se introducen flechas u otros
proyectiles para dispararlos soplando por uno
de sus extremos. *F*
CISTERNAS: Dépositos de agua, bien sea para
un retrete, o para transportar líquidos.
FROG_FOOTMAN: En el cuento de Lewis Ca-
rroll, Alicia en el país de las maravillas, la joven
heroína conoce a Frog_Footman, una gran rana por un virus, que padecen algunos animales y
que nunca deja de hacer gestos con la cabeza. que se transmite al hombre o a otros animales
Con este personaje, bien conocido por los lecto- por mordedura; rabia.
res ingleses, compara Kipling el movimiento de
*I*
las atetas natatorias de las vacas marinas.
GALÁPAGOS: Islas pertenecientes a Ecuador.
Están situadas en el océano Pacífico, y reciben ISLA DE SAN PABLO: Isla situada al oeste de
también el nombre de Archipiélago Colón. Alaska, forma parte de las islas Pribitof. Son el
lugar ideal para la especie de leones marinos, y
GRUPERA: Almohadilla que se pone detrás del
es el único territorio conocido donde se repro-
borrén trasero en las sillas de montar sobre los
ducen. Durante el período migratorio, el más
lomos de la caballería, para colocar encima la
largo del año, estos leones marinos de Pribitof
maleta u otros efectos.
se reparten por el Pacífico, llegando algunos
GUALDRAPA: Cobertura larga que cubre y hasta aguas japonesas.
adorna las ancas de las caballerías.
*J*
*H*
JARRETES: El jarrete es la parte alta y carnosa
HIDROFOBIA: Temor enfermizo al agua. Tam- de la pantorrilla.
bién es una enfermedad infecciosa, producida
JASPE: Variedad de cuarzo, opaca, de grano hembra suele devorar al macho después de la
fino y color generalmente amarillo, rojo o par- cópula.
do, que se usa como ornamentación.
MERGOS: Cuervos marinos.
MILLAS: En el sistema anglosajón, unidad de
*L* longitud que equivale aproximadamente a
1.609 metros.
MOSQUETÓN: Arma de fuego más corta y
LODAZAL: Terreno lleno de lodo.
ligera que el fusil.
*M*
*O*
MANGOSTA: Mamífero carnívoro de pequeño
OBÚS: Pieza de artillería de mayor alcance que
tamaño, pelaje rojizo o gris, cuerpo alargado,
un mortero y menor que un cañón. También se
patas cortas, cola muy desarrollada y hocico
emplea el término para designar a un proyectil
apuntado.
disparado por cualquier pieza de artillería.
MANTIS RELIGIOSAS: Insecto masticador, de
cuerpo verdoso, patas anteriores erguidas y
juntas cuando permanecen en reposo, cuya *P*
PANDEMONIUM: Lugar en el que hay mucho QUIJADA: Cada una de las dos mandíbulas de
ruido y confusión. un vertebrado que tiene dientes.
PLEITESÍA: Manifestación o muestra reverente QUININA: Sustancia vegetal, amarga y de co-
de cortesía o de obediencia. lor blanco, que se extrae de la corteza del quino
y que tiene la propiedad de disminuir la fiebre.
PRETAL: Petral. Correa o faja que ciñe y rodea
el pecho de una cabalgadura.
PULGADA: En el sistema anglosajón, unidad *R*
de longitud que equivale aproximadamente a
2,5 centímetros.
RICINOS: Planta de origen africano que tiene el
tronco verde rojizo, las hojas muy grandes y
*Q* partidas, las flores en racimo y el fruto esférico
y espinoso, y de cuyas semillas se extrae una
sustancia purgante.
QUEBRADAS: Terreno tortuoso, desigual, o
RUPIA: Unidad monetaria hindú.
con muchos desniveles.
QUEROSENO: Mezcla de hidrocarburos líqui-
dos, obtenida por refinado y destilación del *S*
petróleo natural, que se utiliza como combusti-
SARNA: Enfermedad cutánea contagiosa, pro-
ble y en la fabricación de pesticidas.
ducida por un parásito que se alimenta de las
células superficiales de la piel o que excava tú-
neles debajo de ella.
*T*
TALUD: Inclinación de un terreno o un muro.
TAXATIVAMENTE: Que no admite discusión.
TORRENTERAS: Cauce de un torrente, o lugar
por donde corren sus aguas.
TRALLA: Látigo provisto de una trencilla en su
extremo para que haga ruido al sacudirlo.
*Y*
YUNTAS: Conjunto de dos animales de tiro o
de labor.

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