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Sandra M. Del Río Siutti

EL MOLINO
LA VERDADERA HISTORIA DE ALIZIA
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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Sandra M. Del Río Siutti

EL MOLINO
LA VERDADERA HISTORIA DE ALIZIA

El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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Diseño y edición gráfica - Raúl Valenti Brun


Ilustraciones - Carlos Gamarra y Sandra Del Río

Derechos de autor l/p 8756 - 9 de abril de 2008

El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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Dedicado a mi mamá,
Mirta Alicia Siutti Colombo

…quien nació y creció en el barrio El Molino.


Mi mamá siempre recordaba su niñez
como el período más feliz de su vida,
y todos narraban con gran fervor y
deleite la mágica expectación con que detenían
el tiempo de sus actividades para
aplaudir las hazañas de la pequeña,
aquellas tardes de finales de los años 50,
en que caminar sobre una superficie cilíndrica
en movimiento era, más que una
habilidad, un acto de valentía,
un desafío superado en cada rodar y
hasta casi un evento divino.

El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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Prólogo

LA FÁBULA DE LA NIÑA,
EL MONSTRUO Y EL MURO DE LETRAS

Esta historia no tiene brujas ni ogros, tampoco hadas o


duendes. Cuenta la leyenda que en algún lugar y en algún pa-
sado remoto o cercano, o algún futuro próximo o lejanía
incierta, había una niña que coleccionaba fantasías, pero eran
ya tantas acumuladas, que no le quedaba espacio en su pe-
queña cabecita. Un día aprendió a escribir y comenzó a arro-
jarlas a la suerte del papel para sentirse más aliviada, pero le
costó mucho alcanzar la velocidad de producción de sus sue-
ños. Entonces, aprendió a leer y las fantasías continuaban
multiplicándose y multiplicándose inspirada en fantasías aje-
nas.
Entonces, descubrió una máquina a la que sólo hacía fal-
ta apretar sus teclas y sin mayor esfuerzo para que produje-
ra letras con gran rapidez y prolija textura. Estuvo muy
contenta durante largo tiempo, hasta que se dio cuenta de la
insuficiencia de este buen método.
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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Como dije antes, no hay brujas en esta historia, ni ogros.
Sin embargo, había una especie de monstruo aterrador que
se generaba y alimentaba del conjunto de ciertas creencias
de las personas. Lo peor de este monstruo, es que era im-
predecible. Cambiaba su forma y su carácter permanente-
mente, también sus poderes. Y aún peor que esto, la mayor
parte de las veces, el monstruo era invisible y se burlaba de la
niña. Le mostraba sus horribles lenguas y hasta le propiciaba
golpes que atentaban contra su más frágil condición.
“¿Para qué escribes tanto? Esas palabras quedarán en-
cerradas para siempre en esas hojas de papel y hasta tú te
vas a olvidar de ellas. Podrías hacer rollitos y meterlos dentro
de botellas y arrojarlas al mar, aún así irían a dar a la orilla de
alguna isla desierta. Podrías hacer avioncitos con ellas y qui-
zás, serían atrapados por el pico de algún ave migratoria en
pleno vuelo. Inútil, ¿verdad? No deberías continuar gastando
con tus dedos el dibujo impreso sobre esos cuadraditos plás-
ticos”. “Ja ja ja” - se reía el monstruo sin nombre.

Entonces, la niña enojada, decidió convertirse en una hábil


digitadora, y una ambiciosa conocedora de términos, nocio-
nes y sentidos, con el propósito de construir las murallas de
relatos más fuertes de todos los tiempos. En un principio ha-
bría faltas de ortografía, palabras en desacuerdo con otros
términos, palabras desacreditadas por las buenas costumbres,
y palabras no aprobadas por la Real Academia. Estas palabras
de deshecho servirían para vencer al malvado con su bom-
bardeo y no escucharlo por el explosivo sonido de cada in-
tervención en el teclado. Igualmente, la niña creía que un
monstruo sin nombre no existía realmente. Restaba solamente
entonces, eliminar su fantaseado merodeo. Ella misma con-
taba con un nombre propio desde el mismo día de su naci-
miento, sólo que estaba esperando a que se lo reconocieran.
Hasta ahora nadie había comprendido quién era ella realmen-
te, y por tanto, no acertaban a llamarla con la debida propie-
dad por su apelativo.
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Parecía que nunca se iba a poder detener la niña escrito-
ra. Muchos habían acudido con la excusa de entorpecer su
autismo, de conocer al monstruo sin querer realmente co-
nocerlo, pero nadie se atrevía a quitar la máquina de sus ma-
nos, parecía poseída por algún endemoniado ser y todos
pensaban que si le retiraban el teclado, ella misma se conver-
tiría en monstruo y atacaría sin piedad al osado valiente.

Ya el muro tenía una altura donde se perdía la vista, cuan-


do alguien se atrevió, por primera vez, a intentar algo dife-
rente para salvar a la niña de su situación, leer. Entonces, vieron
que la niña había estado escribiendo historias que se dirigían
a otras personas, que eran buenas y que, aquello que la había
tomado en su poder, eran ideas fortalecedoras. Entonces, un
lector le mostró a otro, y a otro y a otro y todos creyeron
que merecían aprecio.
La muralla más fuerte de todos los tiempos empezó
entonces a desarmarse, porque las letras que formaban pa-
labras, las palabras que conformaban oraciones y las oracio-
nes que formaban párrafos y así capítulos y tramas comple-
tas; los artículos, los sustantivos, los adjetivos, los verbos, los
pronombres y demás componentes gramaticales, comen-
zaron a traducirse según nuevos interpretes para crear nue-
vos significados particulares. Las palabras huyeron de su en-
cierro en la alta pared sin destino, acudieron en nuevas
direcciones y viajaron por toda la Tierra.

La niña, así, se sintió más aliviada de poder seguir conci-


biendo fantasías para comunicarlas y no tener que amonto-
narlas, tarea peligrosa si uno se encuentra debajo de
semejante pila, podría desmoronarse cualquier día.

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El Molino:
La verdadera historia de Alizia

DE LOS SUEÑOS Y EL MITO TRÁGICO DEL MOLINO

En una época no muy lejana y un lugar aún mucho más


cercano, vivió una joven de cabellos tan oscuros y brillantes
como el grafito y la piel tan blanca como las hojas del papel
en el que, párrafo a párrafo, se escribía su propia historia. Fue
la suya una existencia tan alegre y tan triste, como todas aque-
llas vidas que llenas de contrastes motivan la acción, el apren-
dizaje y la esperanza y que, por todo eso, merecen ser
contadas.
Su nombre era Letizia, que significa alegría, y era esa su
misión en la vida. Cuando la joven Letizia estaba próxima a
dar a luz, una noche en que el viento soplaba muy fuerte, una
pequeña hada se introdujo por una rendija entre sus párpa-
dos y mientras se suspendía en la atmósfera de sus sueños le
dijo:
“Tengo muy poco tiempo, sólo puedo decirte que será
una niña, dedicada a buscar la verdad, Alizia”.
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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Entonces, antes de que terminara de contarle, la venta-
na se abrió a causa del fuerte viento, que arrastró a la peque-
ñísima emisaria haciéndola desaparecer. Letizia se despertó
muy triste por lo que le había sucedido al hada, desde aquel
momento, ya no se sentía capaz de cumplir su misión. Días
después, nació la pequeña Alizia, en el poblado donde habían
crecido su mamá y su abuela, un lugar llamado El Molino.

Alizia creció escuchando la historia del viejo molino que


daba nombre al pueblo donde vivía, y el que para ese enton-
ces había perdido sus aspas. Como recordatorio de la trage-
dia, una canción entonaba los eventos desafortunados que
habían dejado muy marcadas huellas en la memoria de su
pequeña protagonista.

Las aspas del molino


El viento las movió.

La pobre molinera
Con su trigo llegó.

Vio al molino a sus alas


Entonces se acercó.

El viento apresurado
Las aspas sacudió.

De manos de la niña
El trigo se voló.

A la bella molinera
Entonces la atrapó.

A la bella molinera
Entonces la atrapó.
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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La chiquilla gustaba de asistir con frecuencia a los es-
pectáculos ambulantes que por entonces se instalaban en
enormes carpas y por algunas semanas en un terreno baldío
a pocas cuadras de su casa. Por los escenarios de estos es-
pacios de entretenimiento, denominados circos, pasaban toda
clase de artistas y fieras, payasos, domadores, equilibristas,
malabaristas, lanzadores de cuchillo y hombres que enfren-
taban de diversas maneras el peligro y la naturaleza salvaje,
despertando la ilusión y la fantasía del auditorio. También ha-
bía monos, elefantes, focas, osos y hasta tigres de bengala,
animales feroces y exóticos de los que poco se acostumbra-
ba a ver, a menos que se paseara por un zoológico. La pe-
queña observaba con pasión, admiraba aquel mundo y
anhelaba ser acróbata. Pasaba días enteros practicando pi-
ruetas sobre una cuerda que colgaba de un viejo árbol de
lapacho rosado en el fondo de su casa. Alizia también tenía
otras habilidades circenses y sobre todo, le gustaba que el
público la aplaudiera.
En el pueblo El Molino, todos disfrutaban mucho y reían
con los chistes que Alizia les contaba. También dedicaba sus
palabras a divertir a aquellos adultos que por un motivo u otro
habían olvidado la alegría, como le había acontecido a su
mamá.
Sin embargo, había otra proeza que los vecinos disfru-
taban aún más y que hacía sentir a Alizia muy importante y
audaz. Todos los días, a cierta hora de la tarde, los poblado-
res de El Molino, esperaban en sus puertas de calle con las
serpentinas y los chifles en sus manos a que la niña los hiciera
sonreír con sus hazañas, se sentían orgullosos de tal maravi-
llosa habilidad. Este parecía ser el único espacio de recreo
para los tristes síntomas de las rutinas que padecía aquel pue-
blo y sobre todo, que se denotaba en los trabajadores, pues
allí estaban también hasta el verdulero, el lechero, el carnice-
ro y el almacenero.
Alizia se vestía con su malla de baño color rosa a la que
había pegado algunas lentejuelas y se calzaba sus zapatillas
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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del mismo color. Luego abría las puertas del guardarropa de


su mamá y se introducía en el mueble. Como un ratoncito
entre la ropa se abría paso hasta encontrar el baúl donde su
mamá guardaba el inmaculado vestido de boda para robar el
tul que usaba a modo de tutú. La niña creía que, gracias a ese
atuendo, parecía un hada. Por último, recogía su largo cabe-
llo castaño, se observaba en un gran espejo de pie de forma
ovalada que usaba la abuela para lucir los modelos de sus clien-
tas de costura y con mucha decisión, emprendía la acción.
La pequeña se paraba con dificultad sobre un tanque
que luego dominaba hábilmente y hacía rodar a lo largo de la
calle para deleite de todos sus amigos. Controlando el equili-
brio diestramente hacía rodar su tanque hasta el viejo molino
harinero que se encontraba ubicado en la esquina de su casa
y volvía desfilando por la pasarela que la hacía sentir una glo-
riosa figura del espectáculo. Recibía como obsequio muchos
aplausos, saludos y la felicidad de todos aquellos por quienes
sentía afecto.
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Cada vez que visitaba los dominios del “gigante”, una
parte de Alizia era cautivada y se quedaba presa en ese preci-
so lugar, mientras ella regresaba a su casa.

ILUSIONES E INESPERADAS APARICIONES

Alizia creía haber descubierto una gran verdad; estaba


convencida de que el molino encerraban todos los fantas-
mas de su pueblo. Lo supieran o no las personas, y aún sin su
voluntad o consentimiento, los fantasmas estaban allí y se
ocupaban de borrar la sonrisa de todos los habitantes.

¿Por qué Alizia creía esto? Contaba la


leyenda, que hacía mucho tiempo, un se-
ñor llamado Joaquín Bosch, llegó des-
de mundos lejanos, abandonando su
Cataluña natal, cruzando el océano
para imitar gloriosas construccio-
nes que servían de industria en su
madre tierra y que en el nuevo
mundo facilitarían alimento a los
habitantes y le harían emprender
a él un negocio de gran fortuna.
En aquel barco que cruzó los ma-
res durante meses, desde Europa
hasta América del Sur, vinieron ma-
rinos, herramientas, constructores,
ideas, ilusiones, familias enteras; pero
encerrados en las mazmorras, vinieron
también, sin sospecharlo y sin invitación,
los fantasmas de los últimos piratas que ha-
bían intentado apoderarse de cuanto castillo y te-
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soro se les había presentado al otro lado del mapa. Finalmen-
te, habían sido confinados al barco. Siglos habían pasado, sin
que se dieran ellos cuenta y contentos con los materiales con
los que compartían habitación, se aferraron a la ilusión de
apoderarse de una nueva fortaleza.
El molino, fue finalmente construido para moler granos
de cereal, pero en las noches los fantasmas, apoderados de
su nuevo fuerte de piedra, partieron a explorar. Notaron que
ellos mismos no tenían consistencia ¡Qué pirata! ¡Sin jarra con
vino para brindar aquí y allá, sin ton ni son! Que por ser fan-
tasma ya no podían beber para poder festejar el anuncio de
su nueva morada. ¿Y la pata de palo? Eran las primeras pre-
guntas que rondaban en la mente de un pirata. Si hubiera ha-
bido psicoanalistas en el siglo XIX, el manual básico de
preguntas al pirata hubiera sido respecto a estos elementos.
¿Cómo se respondieron? Fácil… ¿De qué estaba atiborrado
el molino? Justamente, de harina. Cuando los fantasmas des-
cubrieron la harina, se dieron cuenta de que cubiertos de ella
se podían ver y se convirtieron en una especie de milanesa
de fantasmas, pero notaron que su pérdida de cuerpo había
hecho que perdieran también el parche, la pata de palo, el
loro que solían llevar anclado al hombro y la vestimenta que,
tradicionalmente, podemos decir, distingue a un pirata, inclui-
da la chaqueta de mangas anchas y los pantalones desprolija-
mente recortados al antojo de su pata más dura. Por el
contrario, su actual apariencia espectral lucía un atuendo de
quién sabe qué diseñador, pero que encajaba perfecto en
cada etérea imagen según un estilo particular de túnica con
algunos toques puntiagudos en los indefinidos confines en-
tre la imprecisión y el trasluz.
Cuando lograron adaptarse a su nuevo aspecto, deci-
dieron quedarse al resguardo de aquel pequeño castillo, don-
de gustaban jugar; se tiraban harina y se revolcaban en los
sacos de trigo molido porque, de ese modo, se podían ver
entre ellos. Jugaban tanto, que se quedaban dormidos y en-
cerrados en el interior de aquel rígido cuerpo cónico que
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contenía como órganos vitales los engranajes que servían al
propósito de triturar. Cuando las aspas eran movidas con el
viento los atrapaba y los arrojaba hasta la luna, debido a ello, a
la gente que tenía muchos fantasmas adentro y no sonreía,
se les llamaba lunáticos.
Un día, en que los fantasmas se habían cansado de te-
ner que abandonar la Tierra en esa forma, crearon un plan
para engañar al molino. Resistieron despiertos, se juntaron
todos los espectros y soplaron muy fuerte para que los bra-
zos giratorios del grandulón se movieran. Era una tarde so-
leada, en que la más joven de las cuatro hijas del molinero
paseaba frente a él, las aspas la atraparon y la arrojaron al
cielo.

El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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El molino se puso tan triste por lo ocurrido que nunca
más quiso funcionar y su dueño enojado le cortó las aspas e
hizo, frente a sus ojos, una gran fogata con ellas. Desde en-
tonces, el corpulento monigote de piedra había permaneci-
do cerrado y era mantenido en la evitabilidad y el olvido, como
una casa embrujada, mientras los fantasmas permanecían
encerrados, jugando.

EL MARAVILLOSO DESTINO DE ALIZIA

Una noche, a la edad de ocho años, Alizia se fue a acos-


tar, su mamá le dio el beso usual a la hora de dormir y cuando
cerró los ojos un hada se apareció en el mundo mágico y
profundo de su inconsciente. Era la misma etérea presencia
que había sido arrastrada por el viento hacía mucho tiempo
en el sueño de Letizia. La criatura fantástica venía a comple-
tar el mensaje que no había podido terminar entonces.
“Alizia” - le dijo - “Mi nombre es Sofía, que significa sa-
biduría. Procedo de un lugar encantado y vengo a entregarte
lo que necesitas para andar en la búsqueda de aquello que
debes encontrar, saber y sabor. No sólo eres tú la encargada
de descubrir la verdad, sino también de revelarla a todos los
habitantes del pueblo”.
Alizia despertó esa mañana recordando las palabras del
hada y de pronto se dio cuenta de que sólo una niña podía
nuevamente luchar contra los fantasmas y vencerlos. Pensó
que, la única forma sería haciendo funcionar otra vez el moli-
no y sentía que era su misión ganarle a las fuerzas oscuras
que se ocultaban en la torre. Tenía que mandar a todos los
fantasmas nuevamente a donde pertenecían, a la Luna.
Luego de la revelación, se propuso construir el único
artefacto que ella conocía, capaz de movilizar el viento. Tiem-
po atrás, durante una tarde de lluvia, luego de tomar la me-
rienda, su mamá le había enseñado con mucha ternura a armar
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El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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molinetes de viento que, en aquel entonces, sólo se vendían
en las ferias, quermeses y desfiles de carnaval. Con la misma
dedicación que conformaba sus reminiscencias, recortó la
cartulina del mismo color de su traje y unió las piezas con
cola sostenidas por una fina rama del lapacho, de modo tal
que, el diminuto molino estuvo preparado para cumplir con
su función.
Esa tarde, Alizia tomó la construcción con su mano de-
recha y se subió en el tanque con gran seguridad. Rodó con-
centrada en el funcionamiento de las aspas, orgullosa de su
éxito y una vez terminado el recorrido, notó que había hecho
reír más que nunca a las personas que la observaban. Se sin-
tió muy fuerte, bajó de su tanque y decidió enfrentar al gran
molino con el suyo propio.

Cuando Alizia se paró frente a la puerta, el pestillo he-


rrumbroso sorpresivamente se movió acompañado de un
débil pero aterrador chirrido. De pronto y para su asombro,
la puerta se abrió sola y la niña pensó que había sido uno de
los fantasmas encerrados que entraba en acción para darle
una espeluznante bienvenida. Sin embargo, ella no le temía.
Una vez que estuvo en el interior de la torre, comenzó a subir
las viejas escaleras de piedra, eran empinadas y los escalones
estrechos y difícilmente visibles a esas horas. Incluso algunos
adoquines se habían aflojado por el transcurso del tiempo y
hacían temblar los pies de la niña, desestabilizando por mo-
mentos el ascenso.
Ya estaba cayendo la noche, y las sombras se proyecta-
ban en la pared creando formas que hubieran podido asus-
tarla, las fuerzas perversas desafiaban siniestramente su
determinación. De todos modos, la niña siguió lentamente y
con cautela su camino.
Aún había harina de la última vez que el molino había
funcionado, la polvorosa sustancia volaba y se esparcía en el
aire tocando el rostro de la niña con la consistencia suficiente
para distraer sus sentidos, pero Alizia estaba convencida de
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su objetivo y se disponía a vencer a los fantasmas sorteando
cualquier imposición u obstáculo.
Finalmente, Alizia llegó hasta lo más alto del molino, don-
de la noche se descubría a través de una pequeña ventana de
bordes superiores curvados. Desde allí, se veía la superficie
lunar, contrarrestando con el color del infinito, muy grande y
perfectamente, blanca y redonda.

Alizia estiró su brazo derecho atravesando el umbral


hacia el exterior, cerró los ojos y con todo el potencial de sus
pulmones y su ilusión, se imaginó su pequeño molinete cre-
ciendo hasta alcanzar un tamaño menos real que ideal a sus
propósitos y sopló y sopló haciéndolo girar ininterrumpida-
mente, arrebatando el aire sombrío que ya no deseaba en su
mundo. Entonces, los fantasmas fueron atraídos por las fuer-
zas de las aspas que los enviaron directamente y sin escalas al
satélite lunar, que nunca debieron haber abandonado.
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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Esa noche, un extraño sueño se expandió entre los habi-


tantes de El Molino. Tan maravilloso fue el sueño que, curio-
samente despertaron todos alegres y sonriendo, incluso
Letizia. Esa misma mañana, luego de su aventura y al levantar-
se de la cama, Alizia decidió que siempre pasearía con su pro-
pio molino para soplarlo a su antojo y verlo girar tantas veces
como se hiciera necesario hacer cambiar la percepción de la
realidad intervenida por los espectros, que impedía a las per-
sonas ver la verdad.
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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Este cuento está basado en hechos y personas reales


de un lugar real llamado El Molino.

EL MOLINO

El barrio El Molino lleva su nombre, porque allí se en-


cuentra ubicado El Molino de Bosch, en la intersección de las
calles Av. Dr. Enrique Pouey y Carmelo Colman en la ciudad
de Las Piedras. Este molino, construido entre los años 1859 y
1863 con el propósito de triturar toda clase de cereales, para
hacer harinas y gofio, ha sido declarado, por Resolución del
Poder Ejecutivo del 19 de Marzo de 1996, Monumento Histó-
rico Nacional. Haciendo homenaje de su relevancia histórica
y asimismo de su reserva, conmemora también la identidad
“pedrense”.
Los antecedentes arquitectónicos de este artefacto con
carácter edilicio provienen de la vieja España (Castilla - La Man-
cha).
Don Joaquín Bosch, inmigrante español originario de
Cataluña, nacido en 1815, se casó con Juana Rodríguez natural
de Fuerteventura y tuvo cinco hijos: Ana Eduvigia de los Do-
lores, Juana María, Isabelino Joaquín, Juana Teresa, y María
Loretta. Juana Teresa habría fallecido con tan solo 15 meses
de edad, desconociéndose la causa. Según cuenta la tradi-
El Molino: La verdadera historia de Alizia.
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ción oral, una de las hijas del empresario habría muerto atra-
pada por las aspas del molino mientras este aún funcionaba,
por tanto, pudo haber sido esta pequeña.
Entre el relato oral, que fue pasando de generación en
generación por los habitantes del poblado y la evidencia do-
cumental, no existe total coincidencia a este respecto. Lo que
sí sabemos es que, así como en el siglo XIX se esparcía el
perfume del tostado del gofio proveniente de la molienda, la
tragedia se huele hasta hoy día en la leyenda desde el cora-
zón mismo del triste grandulón. Y muchos otros hechos sor-
prendentes he descubierto que rondan en torno a este viejo
molino, ahora sin aspas.

El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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El Molino: La verdadera historia de Alizia.


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Las palabras tienen significado. Los nombres propios


también tienen un significado. Quienes son portadores de
esos nombres propios adquieren una propiedad aún más
particular de aquél, otorgándole un nivel de exclusividad. Las
historias son eventos con significado, ocurridas en lugares
que llevan por nombre una denominación atribuida con algún
significado, a personas con nombres propios y que, por di-
cha causa, se las denomina protagonistas.

No es casual que tantos cuentos infantiles lleven por pro-


tagonistas a niñas de nombre Alicia. Tampoco es casual que
el personaje de esta historia, que asimismo pudo haber sido
una persona real, también así se llame.

Provengo de una familia, en que las mujeres, nacidas…


en ese preciso pueblo, del que en el interior de estas cubier-
tas de cartón hago mención, gozan de una increíble capaci-
dad para albergar acontecimientos en su memoria. Mujeres
que gustan de rodearse de un vasto público, sobre todo en
invierno alrededor de una estufa a leña y relatar las historias
de verdad, a las que han sabido impregnar una frondosa cuo-
ta de fantasía.

Podría parecer que por una cuestión azarosa, hasta ahora


la oralidad, había hecho que a las palabras, siempre se las lle-
vara el viento. Pero como yo nací en otros territorios, para
que esto no ocurra, he decidido ponerlas por escrito.

Lic. Sandra M. Del Río Siutti

El Molino: La verdadera historia de Alizia.

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