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Eso mismo debió de entender Edom cuando el profeta Abdías le dijo: “No seas
tan bocón” (v.12c). Pero, las versiones de la Biblia toman la boca grande de la
que habla Abdías como “arrogancia”. Es decir, los traductores determinaron
que el engrandecimiento de la boca se refería a la arrogancia. O sea que
realizaron el trabajo inverso del escritor sagrado y deshicieron así la poesía.
El escritor sagrado expresa lo que vio, pero en este caso no le puso nombre de
pecado. Vio gente que por su arrogancia estaban hablando más de la cuenta y
les dijo “bocones”. Es decir, al escuchar su cascada de palabras, seguramente
percibió la arrogancia, pero se centró en la boca.[1] Y bueno, en últimas la
boca del arrogante se mueve bastante, y con frecuencia se acompaña de
ciertos ademanes y de cierta forma de caminar. Pero la referencia no es a la
velocidad del movimiento de la boca ni al número de palabras por minuto.
Sería una metáfora muy complicada si uno quisiera incluir timbre, tono,
velocidad, aire, vibración de las cuerdas vocales, desplazamiento de la lengua,
fricción y paso de aire entre dientes, paladar y labios. Lo mejor en este caso es
sencillamente llamarlo “boca engrandecida”, lo cual traducido a un buen
castellano es “bocón”; no hay duda.
Pero bueno, a todas estas, ¿cuál es la ocasión para que a Edom le dijeran
bocón? Algo muy sencillo: le causó gracia la desgracia de otro. Como un niño
que se ríe cuando su amiguito se cae de la bicicleta, Edom se gozó con la
destrucción de Jerusalén.
Nuestros prejuicios contra el Antiguo Testamento nos obligarían a pensar que
en Abdías se debe celebrar la desgracia de otro porque en el AT “la gente es
muy primitiva”, mientras que en el Nuevo Testamento debería de ocurrir lo
opuesto porque “ya la fe de los judíos es más sofisticada”. Pero comparando
Abdías con Apocalipsis 18, parece que la cuestión fuera al revés, pues en el
primero se prohíbe alegrarse del mal ajeno y en el segundo se recomienda.
Es decir, una cosa es alegrarse del mal ajeno y otra cosa alegrarse de la
justicia, del triunfo del bien sobre el mal. Esa es la diferencia. Piénselo y verá
que no es lo mismo; en el corazón no es lo mismo. La presencia del Espíritu
marca la diferencia interior. Por eso los edomitas en Abdías son bocones, pero
el apóstol Juan en Apocalipsis no. Así, un seguidor de Jesucristo y otro que no lo
es pueden alegrarse del mismo hecho, pero de forma distinta. Nos tocará
decidir si conviene hacer la fiesta juntos. A propósito, ¿cómo es su boca?
©2009Milton Acosta
[1]Puede ser “cosa del hebreo”, pero note que otros textos sí hablan directamente de la
altanería y la arrogancia, cuyo opuesto es la humildad (p.ej. Sof 3:11–12).