Vous êtes sur la page 1sur 35
Muy delgado y muy pélido; los cabellos en desorden; grandes ojos negros, habitualmente tranquilos y tristes, pero apasionados y llameantes a poco de haber empezado a hablar; vestido con cierto abandono de poeta romantico; nervioso como una mujer; de andar rapido y ademanes bruscos... Julian Mérida cumplia veinte y dos afios cuando lleg6 a Madrid. Trajo de su pueblo algunas centenas de duros, muchos conocimientos literarios y grande ambicién de conquistarse un nombre celebrado. A los amigos que le preguntaron, al partir del pueblo: — Pero que vas a hacer tu en la Corte? Julian respondié resuelto, con su voz llena y vibrante: — Todo o nada! Y vino repitiendo esa frase hasta que el tren se detuvo en la estacién del Mediodia. Habia sofiado con Madrid como se suefia en la juven- tud con la primer mujer perfecta, que se acaricia en el alma sin que la hayan visto los ojos; y al pisar sus calles se sintié satisfecho y alegre. —Ya estoy donde deseaba—se dijo—. Aqui formaré mi nombre, a fuerza de trabajo y paciencia. yTendré que luchar? {Mejor! Soy solo en el mundo. Si triunfo, toda la gloria sera mia. Si caigo vencido, nadie vendra a lamen- tarse sobre el montén de ilusiones marchitas... Empiezo ahora el viaje de la vida. Algo grandioso germina aqui en mi créneo. {Pues adelante! {Todo o nada! ‘onvirtiéndose en pasién reflexi yy bused las horas més a propésito para cada cual. ‘Al nacer el sol, bajaba por la calle de Alcala y se dete~ nia en Ja Gibeles, observando cuidadosamente lo mismo 4 laobrera que pasaba a escape agitando el oscuro mantén ¥ con los ojos todavia eargadios de sueiio, que a la aris- tocritica dame tendid: primeros resplandores timieblas de su conciencia, y en el viento que venia de >esar los irboles en flor algiin soplo de vida para su pecho enfermo. amimado y Otras maianas se dirigia por Ia calle d Toledo, hasta ART de a Cebada; ye pasaba mucras las horas 4a multitud ruidosa. El lenguaje pintoresco, ruosamente en los blandos ual buseaba tal vez en los alguna Juz alegre para las Sresero de aquella gente se le metia por 10s = ¢ iba a imprimitse ps id de fisor risuefia, tepicando con los tacones de las botas sobre el entarimado y moviendo graciosamente todo el cuerpo bajo Jas ondas de holgado mantén, Julidn se entusiasmaba, y echaba a volar la fantasia. Qué hermosa! jCudnta miel familiarmente de una oreja. La inocente nifia respondia con una carcajada desvergonzada, citandole para la noche, ‘© correspondiendo al tirén de orejas con una bofetada. * trona, una manchega de la ee oe spondia al ‘afios, rechoncha y pesada ofa Brigida. —jCuinto ba paseado ‘mos traer buen apetito. saban en Jos sesenta, y ambos vivian de recuerdos de la ‘vida militar; pues dofia Brigida, viuda de un comandante, habia recorrido Espaiia durante veinte aios, acompafian- do a su marido. jCémo sabia el empleo que dan a la paga, desde el soldado hasta el coronel! ;Y cémo se lamentaba de lo caro de las fondas de ia, de Io costoso de los viajes, de las duras camas donde era preciso dormir una noche después de un dia fatigadisimo! De tantos viajes cayé enfermo su marido; y de la enfermedad cayé en la muerte. os at uteno! Es verdad que los tres cuartos de Ia paga s jugaba con sus camaradas; pero el otro cuarto entraba religiosamente en la bolsa de dofia Brigida, que hacia suuin prodigios de escamcteos econdmi «que mal, hasta iitimos de mee °°? Pt™* # Urando, bien i al fuego de Ja cocina. ;Y com cudnta satisfaccién una eruz con Ia badila en el repleto brasrillo endsle abrirse en cuatro sureos ro inmensa granada bis ee jos como i ‘granada bien Otra cosa aprendié dofia Brigida en su larga peregri- nacién en provincia. Aprendié a ser en el oe line fabricar Jos suyos con eien procedimientos barbaros. En cambio, cémo fortalece el estémago la cocina esencial- mente espafiola; y o6mo le deja limpio y corriente el suave aceite de olivas.. 2 E] aceite era su elemento predilecto. Un beefsleak era una lamina de carne achicharrada, seca como después de tres dias de sol de agosto peseados nat : 0 ¥ es marayilla que no se le ocurriese cambiar por aceite el agua del café. . "Este ardjente amor a Ja cocina nacional tenia enean~ tado al viejo capitén, el cual consideraba tal sentimiento ms : a ‘manos la cabeza, y P extrafieze alguna por aquel c Una noche de diciembre Julian’ bajaba del Prado, temblando de frio d ‘ abrigo de verano, ae Iba al Ateneo. Iba a realizar uno de sus mas ardientes deseos, El salén que resonaba con la elocuencia de los grandes oradores, resonaria también con su voz... ¢Triun- farla? gPor qué no? No esperar en la vitoria es propio de cobardes. la dos minutos. La imaginacién presencia de antemano la encarnizada lucha, tragica o sublime; la tragedia de la derrota silenciosa, o la ovacién delirante en que nace Ja fama, Mas sombras, sombras impenctrables arrojadas sobre el nombre desconocide, como se arrojan. capas de tierra més fria que la muerte, Sobre un embrim informe; o luz alegre, ruidosos aplausos, palabras de cariiio bienvenida al soldado oscuro, pronto a em- briagarse con el triunfo, Dulce martirio! Dan a veces tentaciones de huir como f FRESEE am a i afi Ay Wet : ail: : ii Ee 385 Sif s Seng a santo aun partic ciones de mantos! {Qué voluptuoso éxtas derramasen panales de miel para fasen resplandores de sol mn Jos mas enérgicos apéstro- endulzar ios! Hasta ¢1 ees rik fas del radicalismo dominan fes y en las mayores violenci Julién se detuvo con preferencia en el determinaron 1a paralizacién tm a as aus ge dee ds de aquel supremo esfuerz0, seus Teligioso... Ya en la conciencia se idolos: los altares son se han muerto ‘cher sepulcros; los templos, 7 Ee sobre ellos, : nplos, panteones. INi reyes, ni di i ara siempre, In piedra del lvide biadas por dos de sus vecinos, que se marchaban sin saludarle: —jOtro gran orador!—observé el uno. {Otro charlatén!—murmuré el otro. ‘Julian durmié feliz aquella noche, sofiando con la gloria. Vv discurso en el Ateneo, del eual hablaron al dia con grandes alabanzas, todos los diarios, no gloria con que soié aquella noche; pero. él conformé con lo que trajo: muchos amigos entre la juven- tud rica y elegante, que gusta también de frecuentar los contros literarios. La vida de mundo empezé para el provincial deslam- rado; la vida en que se hesan a todas horas, con deli- antes besos, el placer y la hermosura. ‘Los salones, los teatros, los paseos y el café absorbieron todo su tiempo. A cada instante descubria nuevos atrac- tivos, que aprisionan acariciando. De st corazén desbor- daban, con impetus torrenciales, la alegria_y el amor. Y se entregé todo entero, aturdido, mareado, east ebrio. ‘Su temperamento nervioso y su espiritu alerta le b taban para veneer las dificultades de su posicién de novieio. is ta TED ~ a i Hea iret Hatt . bag : 4 i ie i IM abt ae ay geete ale cil jose art FORTOC enyuelto “4 us d erueldad 86 9 eto; pe cansaria pronto, ¥ $¢ confidencia, como & lo’ fesenlace prendie She su elma; y Te ay@ a ae paseando fa mirada pot las mol 3 ns on eae a, y ella sélo Ie in- Zor ean eS eomctrn terra ge que servian para aclarar tuna idea o remat iodo. hermosametiana, al despertar, Consuelo Te esd en Ia frente, con un beso casto y tranquilo, diciéndole: © “Hiemos concluide, querido, Ta no me amas. ya ni yo tampoco. El iltimo beso, y adiés, Tu amiga siempre: 5 querida, nunca. ¥ 1 Frambos dejaron el Techo de amor, sin una sola quia ni un solo reproche, como si tnicamente 1a casualida‘ | Jes hubiese unido por algunos dias. ; bp ullan continud siendo concurrente asiduo del salén de Consuelo, que le distinguia entre todos, hasta el extre— ‘mo de ir ella misma a su casa cuando pasaban varios dias verle, Un sentimiento mas profundo y estrecho que el amor suLix Sensual les unié siempre: el afecto nacido de las afinida- des del cerebro y d a dea el ¥ del mutuo comerecio de Jas sensaciones. amor conmueve su corazén entrega generosa y ciega, {Qué importal Hay en ella dos mujeres. La bestia hermosa, a quien todo el Pagando su tributo a la puerta del templo, puede como se besa a un fdolo; y In dulee amiga de los de los artistas, de cuantos viven muriendo en la ambici de la gloria o sofando con los ideales imposibles. El vi no es Ja normalidad de su alma: es la neurosis, el sis de embriaguez, lo que puede acabarse un dia de cidn feliz... gSeria més adorable si fuese la querida un solo hombre, la esposa eternamente fiel? Quién sabe! Huai como un arbol, dando cada aio los mismos frutos, sin bajar a ningun abismo, es verdad; pero sin subir tampoco a ninguna cumbi y més hermosa! Si demas, para lamas devoradoras de la carne impiidica, las auroras siempre nuevas de un cerebro en flor! {Vale mas, mucho mas}... v —iToma! Aqui lega Mérida, —Buenas noches, poetas, sabios, filésofos, porvenir de Ja raza espaiiola—dijo Julian repartiendo apretones de Igo al paseo ‘oun mirada, y el seiicne, Fla baja como una reina, como ans css, x dirige Fentamente, del otro lado del paseo, Jparque. Atraviso en cuatro pasos la fla de carrie baci ot unstro de México por poco me coge entre 1as Fe 9a Bo ner por el grta salvaje que lanza el 1aeay’ y ! A lo lejos, . 21h, qué tarde Some Repti = ance ant jentos, Y cerca en las bocanadas de humo de mi puro... ya me Qedos: asi acaba todo... hasta el Espafiol, donde reenerdo tent sesién en el Ateneo; y aqui me oA aeanaineeh decirles a los conservadores cuatro ver~ sale el lunes. El editor —Esa es la formula—replied Enrique Aracil, acari- cilindose el naciente bigote—. Nada de broza, de frases cpilépticas, de orgins de imagenes locas. Vamos a demos- trar que los delirios de la juventud pueden sujetarse a reglas, y que nuestros sentimientos volednicos y nuestras ideas relampagueantes puede eneajar en moldes transpa~ rentes, bien tallados como piedras preciosas, y sonoras un arti ranza, y la realizaremos. La vertida en trabajo paciente; revista triunfara. {Vaya seria preciso que el publ un rebaito de imbéciles, para preferir todavia es: ura, anticuada unas veces nat rut ma i ae i Goat ele ie 1p sey k oxanu ofeq voyrsey kK Bas. err ee as st reales! Ojali... {El sabado! Te los en- _ : ‘vestido de seda de Amparo, al frotarse contra 1a : pee ane un ruido como de disgusto y despecho. aa Julian, vistiéndose—. Es tan entre vibi primeros transportes de la concepcién estética. jer hermosa, con dos os negros cabellos i lejos, ocultarse for. Y desapa- amor no saciado... fueron coi hilos de luz plida, que fueron, com rayes hasta boar ‘y manchada de verde y blanco por feos de roles en or, Deu lad reapaeci In mujer i i lascivia los labios y ent eure a lado opuesto, al pie de un Pe oe inte ita, en sus cabellos un — pear Seer cnioesy mi tae, y x0 mis fresco. qu boca. Ja hermosur: r ere arttaettiainiento..« los labios secos que ida pedazo de piel viva, sin sa Rete tins Le del deleite. En Ja otra, la belleza tranquila, la belieza que nace, inocente de las orgias Ja pasién y las dulzuras del amor, fria como las estatas de piedra, pero con todas las perfecciones de un ideal... YY ambas marchaban a encontrarse. Iban a fundirse quizas em una sola; « compenetrar en un solo euerpo Ia carne ablandada por los besos y el mérmol cincelado por arte, Julién hizo un bruseo movimiento con ambos brazos, como para arrojarlas, en esfuerzo supremo y creador, una contra la otra... y tropezé con el tintero, en cuyo horde se Ja pluma. ‘ ae muré—; y sobre la primera cuar: tilla escribié lentamente, con gruesas letras, estas palabras: Deseos confusos. Encendié otro pitillo; sabres con delicia 1a primera — souks Pocanada de humo, incling la cabeza sobre el montén- de cuartillas, y empezé a escribir eon rapider vestige Al eabo de dos horas, durante las cuales no detave Ie Phuma ms que el tiempo indispensable para mojarla de Tueve, dig un suspiro de satisfaccion y permancetd mitane do a la pared, z,iPor fin! Entiendo que esos chicos van a estar com tentos de mi. Esto vale mas que un discurso, Barbera! Barbara! —iSeiorito! ~—Un vaso de agua, pronto, Veamos, veamos: tal ver sea preciso corregir alg Recogié una a una k y ya numeradas, empez6 En Ia primera cuartilla le disgusts una frase demasiado confusa. No comprendié 1a i idea que en ella se encerraba, y la borré despechado. —iDiablo!, mal principio. En Ja segunda, el disgusto subié de punto, Voto a mil demor |Qué es esto! Y temblando de rabia, entre juramentos y maldicio- ‘hes, continué corrigiendo. En cada renglén encontraba un defecto: una palabra impropia, una frase superflua, una interjeccién inttil, un giro alambicado. ;Qué profusién de hojarascal, jqué acu- mulacién de imagenes violentas! Después ipiar una frase, cortaba en dos un pe- riodo demasiado 1; largo, y en seguida borraba todo un parrafo, Empleé en corregir casi el mismo tiemy en escri- bir, y cuando lleg6 a la ultime cuartils, que desgarré en Pequefios pedazos: —Veamos—se dijo—. Esto es un delirio escrito por un ebrio, Pero algo queda, He suprimido las vestiduras imitiles. Yo quiero un cuerpo desnudo y hermoso; la correccién de las formas y las palpitaciones de la vida sobre la carne fresea y blanda, Que l 58 wn de frases, muy her- . Perlas dispersas nuos borrones. ‘ae ji esto no SI mi memoria cuerdos, sensaciones ‘como si fuese un pu‘ial, y permanec fitud mas cémica. Spe pronto, sus ojos se humedes en la silla, cerr6 los parpados, como p Ta amargura de las nacientes lagrimas. .cieron; y dejandose caer ara absorberse toda isma noche, 0 revista Los colaboradores del pr originales: cuentos, versos, criticas, maravillas de estilo nervioso, rapido, Jos atrevimientos de la idea y todas mosas lenguaje. ‘ aati’ de ‘aquellos jovenes hacia palpitar ol papel con las conmociones de su espiritu; con sinceridad abet ta, sin una sola contemporizacion hacia las ideas corr tes, sin el mis ligero respeto a la tradicién y a los ore del pablico. Cuando uno terminaba de leer, los ot aplaudian, ;Bravo! ;Bravol Cada artfewlo era un gril guerra: Ia revista seria un combate. riedades filoséficas; pean con todos las desnudeces her- sotsin Tulidn fué exalténdose con las chispas de a saltaban de los labios de si ipaiieros; ee / liltimo lector le dijo: Eye ci: i 7 —Ahora ttt, veamos que traes, Respondié resueltamente: . —Nada: no he tenido tiempo. Pero si queréis, ahora mismo, aqui mismo os doy mi original. Uno que escriba @ escape. Ti, Ziitiga; {quieres servirme de taquigrafo? —iVamos, eémo no! —Pues a la obra: escribe, ; Julidn se paseaba por el saloncito de la redaccién agitando los brazos y ahuecando la voz como en Ia trie buna, y dictaba un articulo violento y batallador. rot ha escrito, entre cien mas, una pagina inmor- tal: «Divisé un edificio suspendido como por encantamien- to en el aire... Llegué al pie de una tribuna, a la cual servia de dosel una gran tela de arafias. Cien veces temblé por el personaje que la ocupaba, Era un anciano de larga barba. Mojaba en una copa, i canutillo de paja, con el cual soplaba burbujas a a mul- titud de espectadores, que trabajaban en Hevarle hasta las nubes... Entrevi a lo lejos un nifio que marchaba a pasos lentos, pero seguros, Sus miembros se fortalecian ¥ agrandaban a medida que avanzaba. En el progreso de sus erecimientos sucesivos, me aparecié bajo cien for- mas diversas. Le vi dirigir hacia el cielo un largo teles- copio; apreciar con un péndulo Ia caida de los enerpos; comprobar, con un tubo leno de mercurio, la pesantez del aire; y con un prisma descomponer la Inz. Era enton- ces un enorme coloso: su cabeza tocaba en los cielos, sus pies se perdian en el abismo... Sacudia con la mano dere- cha una antorcha... El coloso lega; golpea el portico, y el edifieio se derrumba con fragor espantoso,» Julian parodié durante media hora el suefio de Dide~ rot. En vez de la Experiencia, el coloso era la libertad del lenguaje; en vez del templo de la Metafisica, el edificio suspendido en el aire era la Academia. Apenas si Zuiiga podia seguir el vuelo de aquella awuAN a —;Pero tii le amabas entrafiablemente! —Un capricho, nada mAs. Ta me conoces. —iAhl, gme preguntabas qué escribia hoy? Y bien, algo sobre el amor. Ahi, sobre la mesa, esas tres cuartillas. Léelas si quieres. Ta me dirds tu opinién: yo ereo que pensamos lo mismo. i6 las cuartillas y vino a sentarse en el mismo sofa que Julian. : —jPero dejas un momento la pipa, querido? —No se pidié nunca mayor sacrificio. —Ni hubo tampoco cabailero mas pronto en hacerlo... verdad? Consuelo empezé a leer: +E] amor no es mas que un término sintético para expre- sar Ia serie de transformaciones que sufre un deseo.» vaya... por una oe eaate freseo. Si, herm« ; re Tato? — Baht; filosofias! rete sg sien ha sofindo con la muerte, —Continda. ; = | Sit ey con quien he sora a. «Una impresién persistente, convertida en sensacién, —Sé genertiad de ese suetio est? Pr produce el deseo. La impresién primera es el eje alrededor Tal ve Mees calla? abil como nunca. La pluma del cal van agropindore otms, como ae agrupa elededar) ) a t Me siento le un tallo un enjambre de abejas. a isi, rr sibiendo; 6mo quieres curarte a primera impresién es un ey inconsciente. El se me cat manw, escribiendo; ‘a Ia recibe, como una mujer dormida recibe un beso. ay eee ia tiempo sacién se me Hena Pero al despertar no puede ya contener las vibraciones asi. (Qué J0eo! 7, sastigio. La imaginacien ida, que que la conmueven: la voluntad desapareee; el deseo Ia Qu Ing A weces apelO a JOR can tants Sprime como con tn lzo Invisible y a arate a donde de cosas - oo Nieto; pero al : ms . fabla més que Moreno Nit Pr consuelo «isi este Come 0s primeros movimientos del deseo son, o regulares, pitas de cartel Noe ipa Y Bo metédieos, como de quien avanza por suave pendiente, suelo fueses til) de tmbo, sin ning © violentos, como de quien salta por sobre riscos y barran- pir, sin método, : ‘olvido en Segui jré de secreta- cos. 1 un caso, se Hega hasta el objeto amado tran- Jo que se me cous, escrito hoy. Te servi Me eamos, qué has y. Me marcho pasade versamos de viajes: rio, gquidres?, 0 conv! s en las manos, y un temblor de caballo fatigado. san Sebastién. en las piernas. En el primer caso, el hombre enamorado : sola. ¢s casi siempre un loco pacifico: si logra su objeto, eae i? duquesito? 4Se acubé todo? |. syramene embringuez perezosa; si le dan ‘antenoche, Ya me cargaba sienta a lorar como un imbécil, En el segundo ecio! + amor, siempre renovados. (Un m de todas a todos ataria, eer el ultimo ren- miraba al través de zo de cielo azul visible pués de un tranqi jeres ofr un cuen! un cuento tuyo? ‘atar, me enamoré de... Alicia it sé yo. Cuento, si lo he sofiado; ierta conmocion de mi memoria ris ti, dentro de dos minu- tos, Una noche encontré a en el Jardin del Buen joe vor paseaba lentamente, sola, sin saludar a nadicy ton una indiferencia absoluta. Entre las alas amarillen- gon tel sombrero de verano, aparecian 1a blancura 06 8 frente, las pupilas azules de sus grandes ojos ¥ los labios pends sin el menor indicio de sonrisa; y mas abaies el terso marmol de su cuello desnudo, el pecho oprimido tSamévil, la cintura elegante, las ondas de seda ¥. encajes que descendian hasta tocar las dos puntas, lucientes ¥ negras, de las botitas charoladas. Iba hermosisima. —gSe parecfa a mi? JA tit... Ah, si, como se pareceria maians & as misms la rosa entrabierta hoy a los besos del albo. Me ‘tla por todas partes. Varins veees me ade- Janté algunos pasos, y me paré ‘a verla de frente. Siempre pasé indiferente, sin mirarme siquiera. Una fuerza irresist acon un amor violento que me apretaba el COF ‘esa mujer que yo busco, me decia @ mf mist, ‘esos vestidos va la Venus del Louvre convertida e ealiente, que palpita, que vive, que ama; ¥ en ® hay un alma, Yo quiero un cuerpo asi, que aleere faima asi, que se bese con la mia, Esa ¢8, delirando; tropezaba con todo el mundo, saludaba a gente desconocida. No recuer- ‘po anduve detras de ella, Cuando la vi Ia puerta del jardin, el coraz6n me salté dein fuerza, que tuve que levarme las dos manos al pecho para impedir que estallase. ‘Yauiba a hablarle, a preguntarle su nombre, a decirle cualquier barbaridad, cuando un amigo, que entraba, se par a saludarme. No sé cémo no le contesté con una Inconvenieneia. Era un pobre viejo. Un instante después, oi a = ea ‘carruaje que partia a escape. quella noche no pude dormir, ni siguient rata Pp , ni al dia ite En la noche, Ia almohada me parecié dura como una roca, mi cabeza golpeaba sobre ella como la cabeza de ee sobre oon de Ia calle. La fiebre me jemaba las mejillas y Ia sa ipl i Sie _AI dia siguiente, alse e a trabajar, indo el m i eee mlrando el montén de cunrtilas como un idiot. Nf Una ‘0 pensé mits que en esperar la hora de ‘Ya entrada la noche, bajaba por la calle de Aleala, eae temblando como un niflo que va por Primera vez a casa dela primera querida. Una mano eay6 la sobre mi espalda. Era Enrique. —No t i don ae —4Pero a dénde vas? : de tu hotel, r sentir un ‘palabras ardientes, prefiadas de promesas y caricias.- eiaie aon ecctaie, Pero un detalle me eautivd de pronto ‘completo. No te rias. {Tus manos, tus manos! Hos pedazos de nieve amasados por Praxiteles! El seno de una paloma blanca, vista de lejos, no tiene lineas mas ar- moniosas ni blancura mas deslumbradora, Suaves, mas que la primera seda en que se envuelve el fruto del maiz tierno; blandas como las mejillas de un nifio; gordezuelas ¥y eldsticas como los senos de una muchacha virgen. {¥ los | edos!, una sucesién de detalles artisticos terminados por _ las conchas rosadas de las uiias. Yo no he sentido nunca - sensacién més dulce. Tui te engafiaste. Crefas que te ama- | baa ti, cuando s6lo adoraba tus manos; pero con idolatria k de fandtico, con voluptuosidad de artista. Perdémame: tuve un momento la birbara tentacién de cortértelas de es muy halagador para el resto de mi cuerpo... m bonitas, gverdad? —Aquéllas que yo amé las llevo aqui, dentro del! en un rinconcito de Ia memoria. Cuando quiero gozar despierto su recuerdo, y me formo Ia ilusién de que las acaricio en las mias, y las beso, y las mojo con mis lagri- ‘mas. jSombra vaga de un ideal desvanecido! qué son entonces? Ahora si voy ereyendo que estas I —No me las muestres; es inutil. Esas son tus manos, que sufre un deseo... jtal vez para mi no mAs! El deseo, Violento, brutal, que me produce la hermosura de la carne, ondas las besaban, Hasta los pobres viejos, invilidos del y la dicha en el almal ‘ada y a Alvaro Zitfiga, que entraban en la Cerveceria Inglesa. 'Y después de afectuosos cambios de saludos, se senta- ron los tres a saborear sus tazas de café, en medio del humo de los cigarros habanos. —Y bien, Aracil; gqué has hecho ti?—pregunté Ziifi- ga—. gPor qué no haber venido a San Sebastién? —No tuve tiempo. He pasado tres meses en Alemania “Z;Siempre metido en casa de filésofos, y entre los esqueletos de os museos? ‘—Como ne Castafios, al aristécrata Castafios? —Vamos, quién no le conoce en Madrid; pero gla futura? ~ JOsé GH. vonrouL Era una tard hacen confundir se Henaban de cai alegre, ruidosa y le espléndida, de ésas i ap $M - 1a vida cireulaba en cortientog ultarse entre la Tmuchedumbre amigos. En un earruaje vié pasar a Arse iscutiendo acaloradamente. En oto 3; da elegantemente sobre los cojines wg a los lados, segura de que todas preiiadas de deseos. = Alli palpitaba todo Madrid; el Madrid que él habia sofiado conquistar, el Madrid que le habia aplnudide a el Ateneo y en los salones. Qué lejos de su coraréa ie ensueiio. De pronto se encontré con Isabel, la tierna nifia a quien conocié en San Sebastién, que venia a pie con su madre, la marquesa de San Candido. Quiso volver atras bruscamente. jImposible! Ya le saludaban con Ios ojos, y con sonrisas afectuosas. a —iCémo! Usted, Mérida!—dijo la marquesa estre- chéndole la mano—. ,Usted en Madrid, y no ha venido a vernos? —He vuelto enfermo, marquesa. Y todavia... ya usted south eas rosadas de sus labiony delgados jieza a marehit sie ontinué la marquesa—- No incorrecto donde ja _creido amar se y afectuosa; Laura, El amor a Consuelo pestad de la pasién brutal, las do retorciéndose con movimien~ én a medias, la posesién de la imptdica en su alcoba, Al recordarla, los an como latigos, o prorrumpian en lamenta~ © reventaban en rimas coléricas. el... La habia amado acaso? ;Qué im- maba. Acababa de decirselo en la Gaste- miradas reveladoras de los sentimientos ‘vaso, y apuré maquinalmente todo . Sus nervios se sacudieron como cuerdas de un rando bajo los dedos de un miusico loco, y a su subieron devoradoras lamas. iPobre nifial La veia tendida en su lecho, veladas jas gosh Gil vORTOUL 88 3 de lagrimas. La palidez de #u cara pa, como si sobre ella f n acumulandose len. a aelgadas capas de nieve... Sobre su frente luciay tamente delgae” decisa los cabellos blondos... Hasta gy al Jlegaban las sabanas, blancas y frias, como un - Be ehh si: era la agonia que empezaba. Ya venia Re edaies Je de los labios, con un beso, el ulti. Jamuerte a arrancarle ralizarle en el coraz6n, Con SUS manos spiro, y a pal 1 es, clailtiino latido... Pero antes, la pobre nifia tenia tiempo de murmurar con dolorosa queja, Wn nombre; jJulidnl... : EI reloj de la chimenea did las doce. El gabinete estaba Ileno de humo. No podia respirar alli, las fuerzas le abandonaban. La pluma cay sobre el papel, cubriendo con una mancha de tinta el final de la ultima estrofa. Llené de nuevo el vaso, y bebid todo el ajenjo. No que- daba mas en la botella verde. 3 . ¥ en vez de dirigirse hacia la puerta de su alcoba, eg, tambaledndose, al lado opuesto, al baledén. Al abrirlo, los coals sonaron ruidosamente. lenaaeneee. Bs esté la camal—dijo asiéndose al Sonieeaabenate creyendo subir a su cama, s¢ pre- La cabeza gol i fe la accra; y aches linear ty 7 medecidas por la helada r dos nube pupilas po dose en dos, sobre el borde de sangre cubrieron las piedras Leipzig, 199g, FIN

Vous aimerez peut-être aussi