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Aa ed ce Etienne Balibar Ciudadania “Tiaduecién de Rodeigo Molina-Zavalla U/hel Zod 93 409359 ‘Adriana Hidalgo editora alr Bene hud Gide Ana de Barna Ae Adan Hig los, 2013, 286s 17am (Gene hia! Fndarene) “ido or: Rekign Moline Zale ISHN STEHT 19232433, 1. lot Mod 1 Mal Zeal, Roig ra ile cop 190, ‘Alf era | undasetales ‘Tul ug Cadnanee “Tiadueia: Rodrigo Moline Zavala ior: bin Leben ise: Gabvels Di Ghegpe edit en Argentina Pedic en Rapa (© 2012 Bolla Boringhle etre, Tino ‘© Adviana Hidalg eitora S.A, 2013 (Gindoba 836: 13- OF 1301 [u054) Buenos Aes mal infagadtarahdalgo com ‘enaianahidalgn som ISBN Argentine: 978.987-1923.24.3 ISBN Espa 978-84-15851-066 impr en Arsnins Primed Argentine (Queda hecho dl dese que indica sey 1.723, Prhibda la eproduccin paral ott sin permis ecto ela ior Todor lordrehoereserndoe. es eli termi de mpi n Altura Impesres SRL, Dallas 1968, Ciudad de Buenos Alsen el mes de agosto de 2013 Exorpio Este ensayo, escrito especialmente para la Colec- 1 I Sampietrini' por pedido de mi amigo Giacomo Marramao, retoma elementos que han sido objeto de publicaciones anteriores 0 de intervenciones sepatadas en francés 0 en inglés, pero que aqui han sido revisa- dos, relaborados y estructurados para que funcionen como un todo. Estos son: La conferencia “Politeia’, pronunciada el 12 de mayo de 2005 en ocasién del otorgamiento del di- ploma de Doctor Honoris Causa de la Universidad dde Tesalénica La Cassal Lecture in French Culeure: “Antinomies of Citizenship”, pronunciada el 12 de mayo de 2009 en el Institute of Germanic and Romance Studies de la Universidad de Londres (publicada en inglés en el Journal of Romance Studies, volumen 10, n° 2, verano "Las respectvas eaduccionesen calla del presenteyotrosensayos de ivulgicién de pensadresearopeosconsciujen cols indents dd Adriana Hidalgo Editors [N. de. 5 Etienne Balibar de 2010); asimismo corregida en el marco del ensayo introductorio de mi recopilacién La Proposition de Végaliberté, Essais politiques et philosophiques 1989- 2009, Patis, PUR, Collection Actuel Marx confton- tation, 2010). as cuatro conferencias: “1968-2008, Forty Years Later: Of Insurrection and Democracy”, impartidas ‘como clases magistrales en el Birkbeck Institute for the Humanities, Universidad de Londres, del 6 al 15 de mayo de 2008, La conferencia “Historical Dilemmas of Demo- cracy and their Contemporary Relevance for Citi- zenship”, pronunciada el 17 de marzo de 2008 en el coloquio Citizenship in the 21s¢ Cencury el programa de graduados en Estudios Culturales de la Universi- dad de Pittsburgh (publicada en inglés en Rethinking Marxism, volumen 20, n° 4, octubre de 2008), ‘Agradezco las invitaciones a las instituciones universitarias que me brindaron la oportunidad de bosquejar un aspecto u otro de la presente = 5 1, Democracia y ciudadania: una relacién antinémica CCiudadanfa y democracia son dos nociones indiso- iables, pero que resulta dificil mantener en una relacién de perfecta reciprocidad. El lector de una obra que simplemente lleve el titulo Ciudadanéa podria llegar a la conclusién de que la primera nocién predomina sobre la segunda, y que la “democracia’ alli s6lo repre- senta una calificaci6n a la que se le atribuird en tikimo término un peso mayor o menor en su definicién. Esas consideraciones de jerarquia~o como diria John Rawls “lexicogréficas’~ no son de ninguna manera se- ‘cundarias. Estas abonan los debates que contraponen uuna concepcién “republicana” (0 neorrepublicana) de la politica a una concepcién democritica (liberal 0 so- ial). Es a comprensién misma de la filosfta politica, y por consiguiente su critica, la que de ellas depende, como recientemente lo han subrayado, cada uno a su manera, Jacques Ranciére (1995) y Miguel Abensour (2006). Ahora bien, no s6lo no intentamos subordinar aqui el andlisis de la democracia al de la ciudadania, Etienne Balibar sino que sostenemos que la democracia, mejor atin, la “paradoja democrética’, conforme a la feliz formula cién de Chantal Mouffe (2000), representa el aspecto decerminante del problema alrededor del cual gravita la filosofia politica, justamente porque ella vuelve problemética la instivuci6n de la ciudadania La ciudadania ha conocido diferentes figuras histéricas, que bajo ningiin concepto pueden ser re- ducidas unas a otras. No obstante, también debemos plantearnos entender aquello que se transmite bajo ese nombre y por medio de sus sucesivas “traducciones”. De una a otra siempre bay una analogia, que se refiere a la relacién antinémica que la ciudadania mantiene con la democracia como dindmica de sransformacién de lo politico. Cuando calificamos de antinémica esta relacién constitutiva de la ciudadanfa que, ademas, la pone en crisis, nos referimos a una tradicién filos6fica ‘occidental que ha insistido en particular en dos ideas: 1) la idea de la tensién permanente entre lo positive y lo negativo, entre los procesos de construccién y de destruccién; y 2) Ia idea de la coexistencia entre un problema que nunca puede ser resuelto de manera “definitiva” y la imposibilidad de hacerlo desaparecer. Nuestra hipétesis de trabajo seri justamente la de que en el centro de la institucién de la ciudadania, Ciudadania Ja contradiccién nace y renace sin cesar de su relacién con la democracia. ¥ buscaremos caracterizar los momentos de una dialética donde figuran al mismo tiempo los movimientos y conflicts de una historia compleja, y las condiciones de una articulacién de la teorfa con la préctica ‘También cabe decir que no hay nada de “natural” en la asociacién de la ciudadania con la democracia En ella todo esté histéricamente determinado. Sin ‘embargo, deseamos ampliar aqui un tema que, con matices, se desarrolla a lo largo de una tradicién que va desde Aristételes hasta Karl Marx, pasando por Baruch Spinoza. Aristreles enuncia en el Libro III de la Politica (1275a 32) que todo régimen politico cen el que existen ciudadanos que igualmente ejercen la “magistracura indeterminada” 0 “magistratura en general” (arkbé aéristes) conlleva un elemento demo- critico que no puede eliminarse a favor de otras formas de gobierno, Su objetivo es, sin embargo, conjurar los peligros de estas al cransformar la democracia en “timocracia” (asi denominada en la Erica a Nicémaco). En la época moderna el sentido de la argumentacién serd invertido por Spinoza, para quien (en el Tratado Politico de 1677, inconcluso) la democracia no es tanto un régimen particular como sila tendencia a confertle icnne Balibae el poder a la multicud que perturba los regimenes monirquicos o aristocriticos, y por el joven Marx en, su Critica de la filosofta del derecho de Hegel, de 1843, cen la que enuncia explicitamente que la democracia =o el “poder legislaivo”~ es la “verdad de todas las constituciones”. Ranciére (2005) retoma hoy esta tesis mostrando que ningiin régimen puede conjurar el riesgo que representa la necesidad, en iltimo aniliss, de ser aceptado por el pueblo, quien puede decidir abedecer o no obedecer. Antonio Negei (1992) hace de ‘esta tesis el hilo conductor de una teoria “afirmativa” del poder constituyente dela “multitud” que un Estado ‘que monopoliza los instrumentos del poder siempre busca sustituir por las formas del poder constiuida Creemos que esta férmula fundamental debe i terpretarse de un modo un tanto diferente a como lo hacen cada uno de estos autores, adoprando el punto de vista de la dialéctica: es la antinomia que se halla cen el centro mismo de las relaciones entre ciudadania y democracia la que constituye, en la sucesién de las figuras el motor de las transformaciones de la institu- cién politica. Debido a esto, a expresién “ciudadania democritica” sélo puede abarcar histéricamente un problema recurrente, una puesta en juego de conflictos y de definiciones antitéticas; un enigma sin solucién 10 Chudadania efinitiva: incluso si sucede periédicamente que, en el contexto de una invencién decisiva, se proclama como la solucién “al fin descubierta” (Marx, 1871); un “teso- ro perdido” que debe ser encontrado o reconquistado (Hannah Arends). Formulaciones de este tipo implican una determi- nada concepcién de la filosofia politica cuyos presu- puestos y objeciones que plantea deberfan examinarse en profundidad. Preferimos no involucrarnos direc- tamente en esa clase de discusiones. No porque sean puramente especulativas: por el contratio, conllevan ‘consecuencias pricticas. Pero queremos hacerlas surgir a partir de esta otra hipétesis: existen situaciones y ‘momentos en los que la antinomia se vuelve especial- mence visible, porque la doble imposibilidad de recha- zat toda figura de la ciudadania y de perpetuar una cierta constitucién de esta resulta en el agotamiento del significado de la propia palabra “politica’, cuyos usos dominantes se presentan entonces, ya sea como obsoletos, ya sea como perversos. Patece que nos encontramos hoy en una situacién de este tipo, Esto afecta muy hondamente definicio- nes y calificaciones que por mucho tiempo habjan parecido incuestionables (como las de “ciudadania nacional” o “ciudadanfa social”), pero ademas, yendo " Brienne Bali iis lejos atin, afecta la categoria misma de ciudlada- nfa, cuyo poder de transformacién, es decir, la capa- idad de reinventarse hist6ricamente, parece de forma repentina aniquilada. Basados en esta cuestién plena de incertidumbres, examinaremos més adelante (a partir de la interpretacin que de ella propone Wendy Brown) el modelo de la gobernanza “neoliberal” en ‘cuanto proceso de “desdemocratizacién de la demo- cracia’, acerca del que es preciso saber si es irreversi- ble. Por nuestra parte, vemos en él una expresién del aspecto destructor inherente a las antinomias de la ciudadania y por consiguiente la sefial de un desaffo ante el cual en Ia actualidad se halla toda rentativa de repensar la capacidad politica colectiva. ‘Nos proponemos abordar varios aspectos de esta dialéctica, El primero se refiere al alcance, todavia reconocible en los debates contemporineos, de aquello que los grie- gos de la Antigiiedad (en particular los atenienses, de cuyasinstituciones Aristteles fue un te6rico) llamaban “constitucién de ciudadania”(polteia). Esta concepcién precede a la aparicién de una divisién entre sociedad. civil y Estado, que instalaré de un modo irreversible el cuerpo politico en el régimen de la escisién, Pero hace surgir la doble cuestién del poder como “magistratura 2 Cindadanta ilimitada’” de los ciudadanos y de sus obligaciones rect- procas como condicién de su autonom(a. El segundo aspecto se refiere a la huella de las re- voluciones “burguesas’ conducidas en nombre de la ‘igual-libertad (o igualibertad) en \a historia de la ciu- dadanfa moderna, definida como ciudadanfa nacional (0 ciudadanfa del Eitado-nacién). Identificaremos esta huella como un factor diferencial entre insurrecci6n y constitucién, que de manera incesante plantea cl tema de la instituci6n de lo universal en la forma (y los Kni- tes) de una comunidad organizada por el Estado. Las contradicciones de este proceso son particularmente visibles en el enfrentamiento entre diferentes teorias y diferentes pricticas de la epresentacién, ya que esta no es s6lo una “autorizacién” de los representantes, sino un poder, 0 incluso una “accién” de los representadas. El tercer aspecto radica en la contradiccién interna dela “ciudadania social’, tal como esta se consticuye ~esencialmente en Europa~ en el marco del Estado nacional-social (expresién que, para ser mds precisos, preferiremos a las de Etat-Providence, Welfare State, 0 Sozialstaat wilizadas en los distintos paises europeos)? Filo significa que esta figura dell ciudadania representa xpresiones equvalentes 2 fo que en estellano suele denominarse “Estado de bienestar" [N. de]. B Frenne Balibar Ciudadania desde el punto de visa histérico una conquista demo- critica, si bien dentro de ciertos limites, que a su vez impiden de modo patadéjico una ulterior progresién, mientras que la idea de progreso le es, sin embargo, inherente, Es especialmente importante explora esos limites (y extender su relevancia conceptual) en dos di- recciones correativas: lade la relaci6n entte cidadantéa »y exclusion social y la de la relacién entre ciudadanta y conflicto civil. Bl cuarto aspecto concierne entonces, en conse cuencia, a lo que se ha tomado por costumbre con- siderar la respuesta “neoliberal” a la crisis del Estado nacional-social (o, si se piefiere, la contribucién del neoliberalismo al desencadenamiento de esta crisis); «en otras palabras, la promocién ilimitada del indivi- dualismo y del utilicarismo, y la privatizacién de las funciones y los servicios piblicos. ;En qué medida puede decirse que esta respuesta contiene un peligro mortal para la ciudadanfa, no sélo en sus figuras ‘pasadas, sino también en aquellas por venir? zEn qué medida puede imaginarse que esta contenga, al menos negativamente, las premisas de una nueva configuracién de la ciudadania mis allé de sus insti- tuciones tradicionales (en particular la democracia represencating, que el neoliberalismo tiende a sustituit “ por diversas formas de “gobernanca’ y de “comuni- cacién de masas”)? Esperamos confirmar aqui, por el contratio, el cardcter insoslayable de la dialéctica ciudadania/democracia, agregindole una alternativa entre la “desdemocratizacién” y la “democratizacién de la democracia” como recurso de la ciudadania. Es a esta tiktima nocién a la que dedicaremos nuestra conclusién provisoria 2. Politeia La época en la que algunas naciones europeas © nacidas de las expansi6n europea se percibian a ellas mismas como el centro del mundo ha concluido. Di- ferences criticas de la perspectiva eusocéntrica se han encargado de demostrar que las problematicas de la filosofia politica ckisica no se aplican a “la mayor parte del mundo” (most of the world) (Chatterjee, 2004). Sin embargo, todavia debe ser posible conferisles a construcciones politicas pertenencientes a la tradi- cién occidental el caricter de la universalidad. No en al sentido de una universalidad extensiva, teritorial y globalizante, sino més bien en el sentido de una universalidad intensiva, que de manera ideal hace de las instituciones politicas el instrumento de una universalizacin de las relaciones sociales, el medio de reducir las barreras que separan a los ciudadanos y de invertir las dominaciones que los esclavizan. Incluso si, como es evidente, las dos perspectivas no pueden ser totalmente independientes una de la otra 6 Cid La actualidad les da a dichos interrogantes un cardcter repentinamente més urgente y los concentra en torno a determinados términos neurilgicos que no son los més ficiles de traducir de una lengua a otra, incluso a pesar de que se refieren a un espacio histérico y cultural comin. El cérmino que se ma- nifiesta con mayor evidencia es sin duda el de cons- situcién, puesto que periédicamente se trata el tema de adoptas, conforme a los distintos procedimientos nacionales, una constitucién para Europa y de sefia- lar asi, de modo solemne, su transformacién en un conjunto auténomo, de novedosas caracteristicas, sin verdaderos precedentes en la historia, La palabra italiana costituzione (equivalente a constitution en francés o en inglés) en alemdn serfa Verfassung, y en siego moderno, sjntagma lo que pone el acento en Ja construccién del cuerpo politico, la reunién de sus partes y la produccidn institucional de la unidad o del interés ptiblico. Pero hay grandes posibilidades de que un espiritu de formacién filosdfica curopea se sienta aqui conducido ~a la ver por el sentimiento lingiis- tico y por la historia de los debates sobre la esencia dc lo politico y sobre su traduccién jurfdica hacia otro término originalmente forjado por la Grecia antigua: el de politeza, que los latinos “tradujeron’” 7 Etienne Babar como res publica, y los ingleses de la edad clsica como polity, luego como commonwealth, adoprando alternativamente ambas etimologlas antiguas. Es en toro a estos términos que se constituyd la repre- sentacién, tan ampliamente compartida atin hoy, de una universalidad de la forma politica y juridica y de su movimiento de progresiva ampliacién, de la ciudad al Estado-nacién, y de este a los conjuntos posnacionales, incluso al espacio cosmopolitico como tal, Pero al mismo siempo se plantea con agudeza la doble cuestién de saber en qué medida la relevancia de una categorfa de ese tipo comporta un meollo de relevancia invatiante, y si su transferencia fuera del ‘marco ya muy distante de su elaboracién inicial en realidad no conlleva una enorme parte de ilusin y de mistificacién ideoldgica. Son estas as razones que, entre otras, nos llevan a un esbozo de reflexién acerca de la actualidad de la idea de polite, especialmente cen su concepcién aristotélica, y acerca del carter 0 los limites de su propia universalidad. Quizds por primera vez desde que Aristdteles intentara describit las formas de organizacién de las ciudades de la Grecia antigua y de atribuirles una norma de equilibria interno a la vez racional y con- forme a la naturaleza, se presenta hoy la posibilidad 8 Giudadania de pensar como las dos caras de un mismo problema ~y enronces finalmente bajo un solo concepto que podria lamarse “constitucién de ciudadania’— los dos aspectos que se superponen esteechamente en la nocidn griega de politeéa. Se trataba, por una parte, de la reciprocidad, la distribucién y la circulacién del “poder”, de la “autoridad” (arkhé) entre los titulares del derecho de ciudadania, y, por otra parte, de la organizacién de las funciones de administracién y de gobierno (o “magistraruras”) cn un sistema de instituciones juridicas, Esta coincidencia habia sido materializada de manera efectiva por la politeta griega, si bien dentro de limites extremadamente estrechos y con la condicién de ciertas exclusiones masivas. Pero Ja posterior evolucién del Estado la habia Ilevado a tuna irremediable disociacién, como resultado de la constitueién de soberanias terricoriales y de Ia con- centracién de las poblaciones bajo identidades étnicas y religiosas exclusivas, casi hereditarias. Ahora bien, hhe aqui que dicha coincidencia vuelve a presentarse como una hipétesis de trabajo, una posibilidad en el marco de lo que se llama “globalizacibn’ y de las construcciones politicas posnacionales. Una posibilidad evidentemente no es una neceidad, incluso puede ni siquiera ser una probabibidad, ya que 9 Eienne Balibar no ¢s la vendencia dominante en la actualidad. Mas bien estariamos ante una proliferacién y un forta- lecimiento creciente de las fronteras, que determina ademas un cambio en su estatus. Pero esa también podria ser la cuestién que, de manera insistence, vuel- ve a agudizar las contradicciones y las aporias de la desterritorializaci6n y de la reterrtorializacién de las relaciones de poder. Esa podria ser la cuestién que subyace a la alternativa multiforme a los procesos de neutralizacién y finalmente de destruecién de lo politico ligados a la dominacién de la economfa capi- talisea de mercado y de la tecnologia de ls comunica- ciones. La cuestién, pues, que corresponde al “bello riesgo” (kalis kindynos, decia Platén, Fedén, 114d) de una continuacin de lo politico, como renovaci6n o reconstitucién més ald del relativo agotamiento de sus formas propiamente modernas. Es necesario explorar esta hipétesis preguntindo- nos sobre todo cémo puede sostenerse sin que parezca inreal la paradoja de una constitucién de ciudadania, al mismo tiempo abierta, transnacional 0 “cosmo- politica’, y evalutiva, “expansiva’, para retomar la categoria gramsciana a propésito de la democracia (Gramsci, 1975); 0 también “por veni”, para retomar tuna insistence formulacin en los limos trabajos de 20 Cindadania Jacques Derrida. ¥ entonces también necesariamente conflictiva. Una ciudadania que ain tendria como Inspiracién el modelo de la polite, pero al precio del virajeo dela inversién de la mayoria de los presupues- tos antropoldgicos en los cuales se basaba. 2.1, La constitucién de ciudadania y la invencién dela democracia Partamos de nuevo de la importancia que tenia la ppoliteiaen el contexto de la ciudad griega, ¢ intentemos delinear a grandes rasgos algunas de las tensiones que Ja caracterizaban, en particular en la presentacién que de ella nos da Aristételes. Bs casi un lugar comin en- tre los helenistas, los fl6sofes y los historiadores del detecho explicar que el significado de la palabra griega ‘politefa no s6lo asume contenidos diferentes de un autor a otro, sino que ademés el concepto se “bifurca” en seménticas heverogéneas. Se trata evidentemente de un anacronismo. Cuando Aristételes emplea dos ‘veces la palabra politeia, en dos contextos diferentes, cl té:mino abarca sin duda un significado complejo, evolutivo, pero es obvio que no implies sentidos radi- calmente distintos. Este anacronismo es revelador de a Fienne Balibar la separacién que se establecié entre la institucién de lo politico en el contexto de la ciudad griega, en par- ticular la ateniense, al que se refiere Aristételes, y en las condiciones del Estado-naci6n moderno, incluida su forma democritica, donde nos encargamos de retomarlo por nuestra cuenta para identificar aquello que distingue singularmente un “cuerpo politico” de otros agrupamientos 0 asociaciones. Citamos aqui Francis Wolff, eminente especialista en el pensamiento del Estagirita, en su articulo “Polis” del Vocabulaire européen des philosophies (2004): “la ‘lis no es ni la naci6n, ni el Estado, nila sociedad (..] Lo que consticuye a la pélises la identidad de la esfera del poder (que para nosotros concierne al Estado) y de Ja esfera de la comunidad (que para nosotros se orga- niza en la sociedad), y es a esta unidad a la que cada uno se siente ligado (y no a la nacién) [..] Es debido a esto que la pili no es ni el Estado ni la sociedad, sino {a ‘comunidad politica’. Esta particularidad explica asimismo la dicotomia de los sentidos de politeia. Si el politeses quien participa dela péis, la politeia puede sero bien el vinculo subjetivo del polites con la pis, decir, la manera por la cual la pélis como comunidad se distribuye entre aquellos a quienes ella reconoce como sus participantes (la ciudadania), o bien la 2 Gi iadania organizacién objetiva de las funciones de gobierno y de administracis cual el poder de la pais se asegura colectivamente (el régimen, la constituci6n)”. Nuestro colega se refiere ala famosa triparticién de los regimenes politicos, ya sea que el poder sea ejercido por uno, por varios 0 por todos los ciudadanos, que desde hace mucho tiempo domina la filosofia politica. Wolff evoca de modo im- plicico la fluctuacidn, cargada de juicios de valor, que afecta el nombre de cada uno de los regimenes (tirania © monarqufa, aristocracia u oligarquia, democracia 0 isonomia). Esto lo llevaa sefialar el problema crucial para la interpretacién del pensamiento de Arist6teles, cs decir, el hecho de que este tltimo utiliza todavia la misma palabra politeia, confiriéndole por ende, al ‘menos en apariencia, un tercer significado, redundan- teo reflexivo, para designar el régimen constitucional “por excelencia”, que distribuye el poder entre todos los ciudadanos segiin la norma del “bien comin” (pris 16 koindn symphéron). Sin embargo, podemos proponer otra lectura. El término politeia nunca tiene un solo significado, incluso sien francés 0 en italiano moderno estamos obligados a reflejarlo con una expresién compuesta, por ejemplo “constitucién de ciudadania”, comando en ottas palabras, la manera por la 2B Exienne Balibar “constitucidn” en su sentido completo: no sélo el de un texto juridico, sino el de un proceso histérico cons- tituyente, o de una formacién social e institucional. Se trata siempre de “formar” o de “configurat” al ciu- dadano, portador dela accién politica, definiendo un conjunto articulado de derechos, deberes y poderes, y ptescribiendo las modalidades de su ejercicio, Es de esto de lo que se trata hoy més que nunca, por ¢jem- plo, cuando hablamos de dorar a la Europa federal 0 confederal de una “constitucién’, cualesquiera que hayan sido las formas mas 0 menos insatisfactorias por las que este objetivo se ha buscado hasta el mo- mento, En el fondo la validea, la coherenciay la solidez temporal de un proyecto semejante serin juzgadas de acuerdo a cémo la constitucién defina nuevos dere- cchos, nuevos deberes y nuevos poderes; de acuerdo 2 si consigue (o no) dara luz una nueva figura histérica del “ciudadano”. No es seguro que esta se logre, es lo menos que podria decirse, aunque s6lo fuera debido a {a fragilidad del marco geopolitico en el cual se plan- tea el problema, al poderio de los intereses que se le ‘oponen y ala violencia de ls tensiones sociales que la afectan a partir de ahora en el contexto de la globaliza- cién econémica, Peto esti claro que, de lograrse, algo del poderfo, dela energia intrinseca del viejo concepto 4 Ciudadani de alguna manera sc verfa rcactivado, si bien con un contenido y un contexto totalmente diferentes. Pero volvamos una vez més a Ja manera en que ‘Atistételes presentaba el significado de la politeia antigua, en particular en el Libro III de Politica, donde este concepto es el objeto de una definicién en ‘ues tiempos, segtin una progresidn dialéctica o una aproximacién sucesiva que bien vale destacar. Esta progresidn enuncia las siguientes tres caracteristicas: En primer lugar (la definicién més general, mas abstracta, dada por ejemplo en 1275a 30), una politeia existe, es decir que en efecto hay “ciudadanos” y.en consecuencia un “derecho de ciudadania”, alli donde los individuos que la consticuyen y que se alternan cllos mismos en las diferentes posiciones de poder jercen una adristos arkhé: un poder ilimitado, per- manente a lo largo del tiempo, aunque también indefinido en su objeco y sus modalidades, que hace de ellos los “soberanos”, los “amos” de la comunidad ala que ellos mismos pertenecen (kjrioi 0 kyridtatot) En segundo lugar (definicidn principal, diferencia- dora, dada por ejemplo en 1277a 25), hay politeia para aquellos que, alternativamente y segiin las circunstan- cias, estin en posicion a veces de dar érdenes (drkhein), a veces de recibislas (érkhesthai), por consiguiente 25 fienne Balibar tanto mandan como obedecen, y entre quienes en ese sentido circula libremente el poder. Portltimo, en tercer lugar (definicién final, dada pot ejemplo en 1282a 25 y ss., y retomada en ef Libro V en 1301a 25), hay politeta alli donde los poderes 0 “magistraturas” (siempre arkha’) son distribuidos de manera “proporcional” (éas) entre los ciudadanos se- ‘giin sus competencias o sus capacidades en conformi- dad con la ley (ndmas) Atistteles expresa aqui lo que cree que es 0 quiere que sea la figura concreta y estable de la ciudad, que le permite conseguir efectivamente su propésico natural: el bien comin o la posibilidad de la “buena vida’ para los miembros de la ciudad, Cada uno de los momentos de esta progresién, evidentemente orientada por la “preferencia” politica que para Aristoteles debe basarse a la vez en la tazén. yen la nacuraleza —lo que puede llamarse st toma de partido ideolégica~, abre problemas fundamentales. Mencionemos estos problemas de manera esquemé- tica, antes de pasar al examen de las razones por las ‘cuales semejante formulacién sintética del problema de la ciudadanfa de algiin modo se “perdi” cuando salié del marco de a ciudad, para continuat rondando sspectralmente el espacio politico como un ideal 0 tuna supresién, 26 Ciudadania En lo que respecta a la idea de la magistratura in- decerminada (la arkhé aéristos), esta se asocia sin duda a una de las tesis més radicales de Aristétcles, que lo sitéa en la continuidad de las reformas inscriptas por la Atenas clisica bajo la categoria de la isonomia, lo acerca a algunos sofistas y lo opone claramente a Platén. En otras palabras, la idea de que la esencia o el fundamento de todo ségimen politico es la sobera- nia de sus propios ciudadanos. Seria contradictorio, dice Aristételes, que en iiltima instancia el poder no perteneciera a aquellos a quienes se busca beneficiar con su institucién. Esta tesis no ha dejado de causat problemas: ha sido atacada de manera sistematica por las tradiciones politicas autoritarias en nombre de tuna u otra variante de la idea segiin la cual la masa de Jos ciudadanos es incapaz de gobernarse a si misma. Sin embargo, por otra parte ha sido periédicamente teafirmada: por Nicokis Maquiavelo, por Jean-Jacques Rousseau, por el joven Marx, por Alexis de Tocque- ville y, mis cerca de nosotros, por Hannah Arendt. Finalmente, esta tiltima ha terminado por presentarse como indisociable de la idea misma de un universa- listo politico. Tiene esta tesis un caricter ut6pico, 0 siquiera puramente formal y simbélico? Ese podria ser el caso, peto Aristételes le da de cualquier modo un 2 Etienne Babar contenido preciso al decir que esta corresponde, para Ja masa de ciudadanos, ala participacién efectiva en las dos grandes responsabilidades que son, por un lado el buléuein, la deliberaci6n y la decisién en el marco de 4a asamblea del pueblo, y, por otto lado, el krinein, es decis el ejercicio de las funciones judiciales, Arist6teles abre de esta manera la cuesti6n, para hablar con pro- piedad, no tanto de la divisién de poderes como la de saber si pueden existir dominios “reservados” de la vida politica que por naturalezaescaparian ala competencia de los ciudadanos. Por otra parte, plantea la cuestién de saber sila soberania del pueblo puede volverse pu- ramente “representativa”, transformatse en una ficcién, juridica, 0 si también debe comportar siempre una ‘cuota de participacién real, de ciudadania “activa” 0 de autogobierno. Abre, pues, sin aportarle una respuesta definitiva, la cuestién de saber cémo se distribuye lo real ylo virtual en la idea de soberania democritica. En lo que respecta a la idea de alternancia entte los gobernantes y los gobernados (rd djmasthai kai drkbein sai drbhesthai, 1277a 25) y ala correspondiente idea ‘moral segin la cual es obedeciendo que se aprende a dar drdenes y ejerciendo las responsabilidades 0 la autoridad que se aprende a obedecer (1277b 8-10) —lo que hablando con propiedad forma la vireud (areeé) 26 Cludadania del ciudadano-, esta coloca en el centro de la ciuda- dania los mecanismos de la reciprocidad. Constituye entonces ya una afirmacién fuerte de aquello que Juego, en un lenguaje mucho més romano, llamamos 1a igual-libercad, no s6lo como estatus sino como préc- tica. Aristétees invierte aqui en una condicién positiva fa enunciacién negativa, polémica, que Herédoto (alumno de los sofistas) en su Historia (I, 83) habia puesto en boca del principe persa Oranes: a falta de una distribucidn igual del poder, no quiero ni ordenar ni obedecer (otite gar drkhein osite drkhesthai ethélo). Dicho de otra manera: jdemocracia 0 anarqufa! Pero esta concepcién de la igual-libertad como reciproci- dad de los poderes y de las obligaciones se acompafia inmediatamente de una limitacién radical de la ciu- dadania, La reciprocidad no puede exists, en efecto, mis que entre aquellos que son iguales por naturaleza. Es lo que, en la interprecacién de Aristéreles y de sus contempordneos, instala en el corazén de lo politico un mecanismo de discriminacién basado en la explo- tacién de la diferencia ancropolégica: la diferencia de los sexos, la diferencia de las edades, la diferencia entre las habilidades manuales y as capacidades inteleceuales por cuanto esta justifica en particular la institucién de laesclavitud (Aristoreles sabfa muy bien que en Atenas » Exienne Balibar una clase importante de ciudadanos eran los campesi- nos 0 los artesanos, pero mantuvo la idea aristocratica, llevada al extremo por Platén, de que en el trabajo ‘manual como tal hay algo de “servl”). Aqui no sélo se abre un problema: se abre también un abismo. El principio que instituye la universali- dad intensiva, 0 cualitativa, del démos comporta un mecanismo cuantitativo de exclusién en apariencia insalvable. Y sabemos que, muy lejos de atenuar esta tensién, la transformacién por el universalismo mo- derno de la igual-libertad de los ciudadanos en derechos del hombre y del ciudadano en el contexto nacional, pot el contrari, la leva al extremo. Sin duda esta no ¢s un cobsticulo para que, a costa deluchas y de movimientos socials, categoria enteras de excluidos ~como las mu- jeres y los obreros~ terminen por convertisse 0 volver a ser ciudadanos; pero, como contraparte, entrafa que los excluidos de la ciudadanfa (y asf como antes los hhubo también hoy sigue habiendo) sean representa dos y por asi decitlo “producidos” por medio de toda suerte de mecanismos institucionales y disciplinarios, como seres humanos imperfectos, “anormales” 0 ‘monstruos situados en las margenes de la humanidad. ‘Todavia no hemos salido, y quizés ni siquiera este- mos cerca de salir, de esta contradiccién. Bs necesatia 30 Ciudadania una revolucién politica, pero también moral y flo- s6fica ~muy lejos de ser alcanzada incluso a pesat de {que su principio esté claramente formulado en obras como las de Hannah Arendt (1951)-, para llegar a la idea del “derecho a fos derechos” universal y, mejor atin, a a idea de que la poiteta no consiste en instituir la teciprocidad sobre la base dé una igualdad dada, preexistente o asf supuesta, sino en extender Ia esfera de la igualdad, en producirla de forma activa como una “ficcién’, transgrediendo sin cesar los limites im- pucstos por la “naturaleza” (0 aquello que se presenta con ese nombre, es deci; la tradicién). Sin duda no es casual que esta “inversién dialéctica” de la formulacién tradicional de los derechos del hombre del ciudadano, cn su enunciacién filoséfica, provenga de una mujer por lo demés gran lectora de los griegos y de su opo- sicin entre némas y physi. Por iiltimo, en lo que respecta a la concepcién de la ley (némos) como “reparto” proporcional de Jas magistraturas o de las responsabilidades civicas, una tensién andloga se pone de manifiesto, que en la prictica no puede ser independiente de la tensién centre reciprocidad y exclusin, pero que de ninguna manera nos interesa confundir con esta ileima. Aris- tételes aqué parece regresar a aquello que ya antes 31 Erienne Balibar Cindadania habia concedido a propésito de la arkhé aéristos: es decir que se propone limitar los efectos de la soberanta del némos en nombre de las exigencias racionales del bien comtin y del buen gobierno, Para decirlo con la terminologla convincente de Jacques Ranciére: no sélo todos los ciudadanos, nominalmente sobera- nos, no poseen una parte igual en el ejercicio de los poderes instituidos, y en particular de los poderes de decisién, sino que desde este punto de vista existen necesariamente los “sin parte”, o individuos y catego- ras cuya parte es negada, y para quienes las ocasiones de obediencia predominan siempre por sobre las oca- siones de mando y de iniciativa, la pasividad sobre la actividad. Ese parece ser el precio que debe pagarse por la instauracién del consenso, del equilibrio o de la homénoia, de la estabilidad politica. O mejor dicho, es el precio exigido por la instauracién del consenso cn lugar del conflicto (la lucha de clases en sentido general, pero asimismo la lucha entre “mayorias y “minorias’ de toda naturaleza), y entonces por la su- presi de estos conflctos fuera del espacio piblico. Con la salvedad hemos aprendido a reconocerlo— de que el conflicto suprimido siempre resurge, termina por imponerse de nuevo, de ser necesario desplazandose 2 otros terrenos, de manera productiva o destructiva Quizds dentro de ciertos limites y bajo ciertas formas, 4a aceptacién y el reconocimiento del conflicto en la esfera publica constituyen una condicién de posibili- dad del equilibrio institucional mismo, en todo caso de un equilibrio “dinémico". Esa era por lo menos la tesis de Maquiavelo, a la que la coyuntura actual, a es- cala nacional o continental, pero sobre todo mundial, parece darle una renovada actualidad. No obstante, también aquf es necesario observar que la tensidn is herente al concepto de politeta, lo que podria lamarse su factor “diferencial” entre actividad y pasividad, 0 centre democracia y oligarquia, no ha sido de ninguna manera resulta por la historia de las constituciones modernas, sino més bien llevada a un nivel superior. En realidad todo depende del modo en el que se instituye positivamente la soberania del pueblo. El constitucionalismo moderno ha tendido no sélo a hacer de ella un principio de legicimacién para los me- canismos representativos de delegacién del poder, sino 4 subordinarla en su ejercicio ~en razén de los riesgos de anarquia y de pervetsi6n totalitaria que ella conlle- va~ a normas fundamentales metajurfdicas, deducidas de principios de equilibrio entre los poderes 0 de garantias de los derechos individuales, evidentemente necesatios, pero en apariencia adquiridos de una vez 33 Etienne Balibar y para siempre. Sin embargo, es necesario decir que uizis hay otra manera de concebir la cuesti6n de las reglas y de las garantias a las que la soberanfa del pue- blo debe someteise, en una suerte de aucolimicacién de su poder, que es la condicién de su racionalidad (por oposicién a una concepcién teolégica o mistica de la soberania). Esta alternativa es, por ejemplo, la gue indica Claude Lefort en términos de invencién continua de la democracia. No se trata de invertir a idea de constitucién a favor de la idea de insurreccién, sino de hacer vivir la potencia insurreccional de la cemancipacién en el seno de La constitucién politica, Se trata pues de concebir las “cartas de derechos fun- damencales” (la primera de las cuales es la Declaracién de los Derechos del Hombre y del Ciudadano) como la expresién simbélica del conjunto de poderes con- quistados por el pueblo a lo largo de su historia, la totalidad de sus movimientos de emancipacién y el punto de apoyo de nuevas invenciones antes que la coraza de un orden establecido, que a prior limita las, facuras luchas por la libertad y la igualdad. 4 Ciudadania 2.2, Autonomia 0 autarguia de lo politico Antes de dar un iiltimo paso, ser de provecho introducie aqui una consideracién epistemolégica. Las propuestas precedentes no sdlo representan un modo de constitucién de la ciudadania en la modali- dad de lo universal y ~dialécticamente~ el indicio de tensiones muy profundas inherentes a a universalidad misma, Exptesan también una idea de la autononnia de 4 politico, pero lo hacen en la forma y bajo la condi- cién de la autarquéa de la pélis, de la “comunidad de los ciudadanos”. ¥ esta comporta a su vez dos aspectos simétticos, que cierta tradicidn critica, en particular marxista, ha tendido a percibir como el anverso y el reverso de un mismo movimiento de idealisacin de la politica. Sin embargo, no es seguro que estos catninen exactamente con el mismo paso. Hasta qué punto se puede conseguir disasociatlos? Por una parte, la autonomizacién de la politica instala a esta tiltima en un plano de inmanencia que cortesponde a una desteologizacién radical, o a una ctitica de toda fundamentacién trascendental. La politea es un sistema de relaciones que los ciudadanos mismos establecen entre ellos, porque provienen del desarrollo de sus propios confictos de intereses y de 35 Exenne Balibar valores. Esa relacin no se sometea ninguna autoridad trascendental, ni siquiera a la Idea del Bien (Platén), 0 ala Idea de la Humanidad hipostasiada en “Gran Ser” (Auguste Comte) 0 en “comunidad de fines” (Imma- rnuel Kant), por lo tanto a ningiin principio de unidad que se impusiera a todos y no perteneciera a nadie. O, con mayor precisin, el nico principio eminente es la comunidad misma, como totalidad, la péis a la que los ciudadanos pertenecen porque la instituyen. Sin embargo, por ese camino oscilamos hacia el aspecto simétrico. La autarquia debe entenderse en el sentido de un aislamiento al menos relativo con respecto al mundo exterior, al késmos, ya la oikouméne (tierra habitada) en cuyo seno las comunidades his- téricas se dispersan y se individualizan. Pero debe entenderse también en el sentido de una indepen- dencia o de una liberacién cultural respecto de las condiciones materiales dela vida, de la produccién y de la reproduccién humana, confinéndolas eventual- ‘mente, con todas las précticas correspondicntes (el trabajo, la sexualidad y la macernidad, la educacién de los nifios), a una esfera doméstica de exclusién interior, acerca de la cual antes se mencioné que ha- bia coincidido histéricamente con la instieucién del pacriarcado y de la esclavicud, 36 Cludadanis Adviérrase que, en el plano filoséfico, la construc- cién de esta autonom{a de Io politico en la figura apremiante de la autarqufa cortesponde exactamente al desdoblamiento del ndmos y de la physis que se encuentra en el corazén del pensamiento griego, yen torno al cual se disponen sus diferentes ten- dencias, como en rorno a un punto de herejla. La vida ptiblica atafie al némos 0 a la institucién, y las actividades domésticas forman su condicién natural. Observemos de igual modo que junto al mencionado fenémeno de la globalizacién, los dos sentidos de la autarquia de alguna manera se han fusionado: hablar de las condiciones materiales de la existencia de una ppoliteia tanto si estas conciernen a la economia del trabajo y de los intercambios como a la bioeconomia yall biopolitica de las poblaciones y ala superviven- cia de la especie humana~ es ipso facto hablar de las relaciones que cada comunidad de ciudadanos enta- bla con el conjunto de las otras sociedades humanas (incluidas las mas “primitivas”) y que la determinan a partir de entonces desde adentzo, Esto es asi, ya sea que se trate de su composicidn de clase y de sus conflictos sociales, o de sus modos de comunicacién y de desarrollo cultural. En otros tétminos, al fusionar tendencialmente unas con otras, las limitaciones 7 Erienne Balibar autdrquicas de la politeia también han explotado de forma irsemediable en su condicién de fronteras. Nin- guna sociedad, ninguna pélis en el sentido merafbrico del término, podré construirse en adelante (si alguna ver ese fue el caso) dentro de tales limites, salvo que sea de manera imaginaria. Sdlo puede existir como tuna ciudad abierca a sus diferentes “exterioridades”, que la condicionan interiormente, lo que parece set tuna contradiccién en los términos. O, si se prefiere, Ia idea de la autonomia de lo politico como autono- mizacién de la accién colectiva y como relacién en sf radicalmente secular, inmanente al cuerpo politico (sistema de relaciones sociales y dindmica de conflic- tos internos), no puede tener sentido en la actualidad ‘més que con la condicién de que renuncie de una vez y para siempre al mito de la autarquia y a los que la acompafian (desde la autoctonia hasta la intraduci- ble especificidad de cada cultura). Lo politico debe arrojarse sin garantias ni certezas a la aventura de una formacién de la comunidad de ciudadanos que por principio seria abierta, pero que no por esto renun- ciaria ni a la idea del derecho, ni a la de obligacién, nia la de distribucidn de poderes y de patticipacién colectiva o self-government. Como lo demuestran los debates sobre la ecologfa y la “planetariedad”, de 38 Ciudadania ellos resulta también una profunda transformacién, evidentemente inacabada, de la oposicién entre a naturaleza y la institucién (0 entre phjsis y némos), que algunos filésofos politicos tienden a operar en ef sentido de un nuevo naturalismo, mientras que otros, por el contrario, extraen de ella un argumento a favor de un artificialismo generalizado. 2.3, La poliefa y el debilitamiento del Estado Regresemos pues al objetivo planteado al comienzo. ‘Una vez mis, no se trata de proponer recetas 0 de suministrar respuestas, sino de formular una pregunca ‘que nos sirva de hilo conductor. ;Podsfamos suponet que el cuestionamiento de las figuras estatales nacio- nales de la ciudadania al que hoy asistimos, paradé- Jicamente vaya a reabrir las dialécticas inherentes al ‘concepto de politeia 0, dicho de otto modo, vaya a reactivar el tema de saber cémo mantener al mismo tiempo las exigencias de reciprocidad en el recono- citmiento de los derechos ~aquello que de manera anticipada estamos tentados de llamar “presién de igual-libertad”— y las exigencias de regulacién del con- ficto social, de autolimicacién del ejercicio del poder? 39 Eienne Babar Ciudadania Nada parece mis alejado de nuestras perspectivas eu- opeas actuales, y sin embargo podemos esgrimir dos lineas de argumentos, negativos y positivos. Negativamente, se advertirs que hemos realizado tun muy largo ciclo histérico, a través de las forma- ciones imperiales, urbanas y por iltimo estatales, en las que el principio de la ciudadania se ha perdido y reconstituido de manera alternativa, identificindose con la construccién nacional, como bien lo muestra cl uso de términos tales como citizenship en el inglés ‘0 Staatsbitrgerschaften el alernin moderno. En la for- ma urbana medieval y renacentista, el principio de la ciudadania en la concepcién antigua sobrevivié como cexcepeién histérica: dan cuenta de ello los andlisis de ‘Max Weber (1922) a propésito de la ciudad (Stads), que él define como una forma de “dominacién ilegi- ima’, en ottas palabras, una institucién de poder sin ‘garantia trascendental, siempre expuesta a la inminen- cia de la insurrecci6n. Pero ese ciclo, aun en toda su complejidad, ha contsibuide de manera fundamental a traducir la ciudadanfa al lenguaje del Estado, 0 a subordinarla al funcionamiento del Estado. Asi, “el pueblo” tiende a volverse una funcién del Estado, Lees incorporado, incluso asimilado: “ich, der Staat, bin das Volk” (Yo, cl Estado, soy el pueblo}, escribid 4% Friedrich Nietesche en una frase de una terrible iro- nia al comienzo de Asi hablé Zaratustra (1883), en ef momento mismo cuando fa “divisién del mundo” ‘entre los imperialismos europeos era sancionada por el Congreso de Berlin, Los constiucionalistas modernos {atacados en este punto por Antonio Negri) han to- mado por costumbre defini el “poder constituyente” ‘no como una potencia insurrecional, sino como una funcién estatal, por ejemplo un derecho a revisar la constitucién en la forma y dentro de los limites que ella misma fija, 0 a renovar de manera periddica el personal politico. Por supuesto, esta evolucién supone un senti- miento colectivo muy profundo que identifica a los individuos y los cuerpos sociales intermedios con la comunidad estatal superior. Esto no comporta sélo aspectos represivos 0 parolégicos, sino que representa innegablemente una alienacién, en el sentido que la filosofia le da a este término, incluso en los Estados ids “libres”. Esta alienacién, con sus dos facetas de proteccién y de obligacién, alcanza su punto méximo con la forma més evolucionada del Estado-nacién eu- ropeo como comunidad pasiva de ciudadanos. el Estado de democracia social, 0, como diremos més adelante, el Estado “nacional-social”, incluso si sabemos que tal 4a Exicnne Baibar Estado ~alli donde este existié y en la medida en que existid~ ha sido el resultado de una confrontacién secular con movimientos sociales y politicos que tepresentaban formas de ciudadania activa, e incluso formas de reivindicacién insurreccional. La reivindi- cacién activa de la ciudadania taducfa la permanencia dl conflicto al seno de Ia esfera estatal formalizada. Es esto lo que podria ayudarnos a decir, en tltima instancia, que en la configuracién estatal de lo poli co no hay democracia en el sentido puro o ideal del término, pero siempre puede haber en ella procesos de democratizacién, lo que en la realidad puede ser atin més importante. Pero ghasta qué punto, hasta cudndo y por ende dentro de qué limites bay democratizacién? Es algo bien dificil de responder. Al menos parece claro que «20 depende de las capacidades de supervivencia de ese ‘conjunto en el cual [a identificacién colectiva con el Estado, yel desarrollo de la burocracia como interme- diario entre los ciudadanos y sus propias pricticas, se combinan con las pricticas y los movimientos de lucha social organizada, la mayoria de las veces en el mbito nacional. Los resultados son necesariamente ambivalentes. Desde este punto de vista es en extre- mo revelador que las instituciones del movimiento 2 Ciudadanis obrero revolucionario siempre hayan comenzado por el internacionalismo para acabar en el nacionalismo. Los movimientos de solidaridad con las luchas de emancipacién anticolonialistas no han cambiado nada ellas mismas de manera duradera. Pero tal vez este conjunto alcanza sus limites en la actualidad, en todo caso de repence manifiesta una debilidad interna extrema, mal camuflada por la proliferacién de las bu- rocracias y de las instancias juridicas supranacionales, Esto se ha visto cuando la Unién Europea exigié a sus ciudadanos nominalmente soberanos (peto de se- gundo grado) que ejercieran su funcin constituyente segtin los addigos estatales, mientras que ella misma no es otra cosa que el fantasma de un Estado, puesto que no conlleva ningtin elemento de identificacién colectiva de veras eficaz. y puesto que, por otro lado, a pesar de la crisis econémica, no debe enfrentarse a rningin movimiento social generalizado susceptible de transnacionalizar el conflicto politico, Una estructura semejante quizés prefigure la forma de supervivencia de la instituci6n estatal de la ciudadanfa que se halla ante nosotros, en nuestro porvenis, y representaria de hhecho, bajo el nombre de gobernanza, una forma de es- tatismo sin E:tado. Entonces, hay grandes posibilidades de que el debilitamiento de la ciudadania estatizada en 4% Exicnne Baibar Ja forma nacional sélo desemboque en el vacio, 0 en tuna reaccién antipolitica, por ejemplo bajo la forma de populismo y de nacionalismo exacerbado. Dicho de otra manera, asistimos a una oscilacién dela ecuacién secular entre la politeéa y el Estado (o el imperium), y esta oscilacién por si misma no abre to- davia ninguna renovacién de la dindmica democritica: «en todo caso con certeza no abre un regreso liso y ano a las formas autdrquicas y comunitarias preestarales. Corresponde més bien a una fase de extremo peligro para la tradicién democratica que podtfa ocupar nuestro horizonte por un periodo muy largo. Pero, repitémoslo, lo que la crisis no vuelve necesatio, y tal vez no favorece, no lo impide sin embargo de manera faal. E incluso en cierto sentido esta hace resugir su urgencia con mayor vigor. Es, pues, la condici6n ne- gativa de una reapaticidn del problema de la politea. 24, La sociedad civil: znuevo lugar de la politeta? {Cuil seria la condicién positiva? Aqui, es necesario ser mds hipotéticos todavia, para no decir especulati- ‘vos. Debemos preguntarnos qué formas pueden tomar, o estin comando, procesos constituyentes o elementos “ Ciudadania de ciudadania posestatal necesariamente separados, 0 incluso divididos en los extremos del espacio politico, pero que tienen la vocacién de volver a unitse, o en Jos cuales puede trabajarse para que vuelvan a unitse. Donde encontrar o buscar cals elementos? ‘Una respuesta por mucho tiempo en boga, sobre la ‘cual podian coincidir al menos verbalmente filésofos marxistas 0 posmarxistas, teéricos de los “movimien- tos antisistema’ y pensadores liberales, llevaba el nombre de sociedad civil. No podria negarse que esta respuesta permitié actualizar fenémenos politicos caracteristicos de nuestra época y en particular nuevas dimensiones de la ciudadania activa, no reducibles al formalismo estatal y al marco nacional (Cohen y Ara- 0, 1992). Es muy importante subrayar a este respecto el desfase que hace que el Estado, en lo esencial, per- ‘manezea encerrado en la forma nacién o simplemente incente transponerla al nivel superior, mientras que la sociedad civil es percibida y se desplicga de modo transnacional, a través de las fronteras, en cuanto s0- ciedad de comercio, en todos los sentidos del término clisico, a pesar de los obsticulos presentados por la heterogeneidad de las lenguas y de las cultutas (0 haciendo de esto el punto de apoyo para la creacién cde nuevas formas de comunicacién). 45 Esicnne Balibar Evidentemente podriamos preguntarnos aqui sila categoria de “multitud”, del modo en el que la emplean hoy Michacl Hardt y Antonio Negri (2004), no se trata de una simple radicalizaci6n (y también una idealiza- cin) de esta respuesta, como lo sugiere su simetrfa con la nocién de imperium. No obstante, lo que se ‘pone a una lectura tan simple es, en primer lugar, el hecho de que estos autores inscriben en su concepto de multitud una divisién entre fuerzas constituyentes y formas sociales impuestas por el desarrollo capica- lista, y, por lo tanto, una descomposicién antes que una autonomizacién de la sociedad civil. En segundo lugar, esté el hecho de que para ellos el imperio, al que se opone (“resiste”) la multitud, no es una estructura puramente privada 0 corporativa, sino que engloba al Estado (incluso si este, en conformidad con una tadicién marxista a la que, en este punto, Negri y Hardt son absolutamente fieles, desde su punto de vista no cumple més que una funcién de la estructura capitalista). Estado y sociedad civil no permanecen exteriores el uno con respecto a la otra. En tercer lugar, estdel hecho de que el principio de la resistencia y dela potencia propio de la multitud es finalmente buscado ‘mds acd de las relaciones y ls instituciones constituti- vvas dela sociedad civil, en una “ontologia de las fuerzas 46 Ciudadania productivas” de caricter vitalista 0, como lo dicen extrapolando la terminologfa de Michel Foucault, “biopolitica”. La potente y sugestiva elaboracién de ‘Negri y Harde contribuye, enonces, a problematizar la idea de sociedad civil como nuevo lugar de la politica més que a imponerla como una evidencia. La identificacién de la futura politefa con una potencia de la sociedad civil como nueva sociedad politica, hacia la que empujan al mismo tiempo reali- dades actuales y palabras antiguas, conlleva, en efecto, varios inconveniences. El primero de ellos es que la ca- tegoria de sociedad civil comprende también fuerzas, instituciones y tendencias que no sélo no tienen nada de democritico, sino que no tienen nada de politico cen el sentido en que hemos intentado recuperat este término a partir de su otigen. Esas son, en esencia, las fuerzas y las estructuras del mercado capitalista, que hoy han abarcado no sélo la produccién y la comer- cializacién de los bienes materiales, sino aquellas de la vida (0 del cuidado, care) y de la cultura, Estas fuerzas que dominan la sociedad civil constituyen la materia, pero de manera evidente también la antitesis o el obsticulo a los movimientos civicos futuros. No se trata tanto de destruirlas como de controlarlas, y por ende de oponerse a ellas de manera de eanalizar las a Etienne Balibar potencias econdmicas al servicio del bien comiin de la sociedad y, atin més alld, de las diferentes sociedades que componen la humanidad. Lo que deberiamos incluir positivamente, entre los Factores de reconstitu- cién de la potiteta mas allé del Estado 0, mejor dicho, del monopolio y de la crisis del Estado, no es pues la sociedad civil como ta, sino el factor diferencial de as tendencias dentro dela sociedad civil, en particular el enfrentamiento de las légicas del interés puiblico y del interés privado que alli sucede. 1a referencia a la sociedad civil, entendida como tuna suerte de fetiche o de shibboleth, tiene un incon- veniente ms que podemos tratar de convertir en ventaja o en sugerencia positiva. Consiste en excluir 0 ‘en aparentar excluir formas insticucionales y organiza- cones que no son infraestatales o privadas, sino, por ef conttatio, supraestatales. Pensamos aqu{ ante todo no cn las alianzas, en las federaciones y confederaciones de Estado, sino en las organizaciones juridicas, econd- micas, ecolégicas o sanicarias mundiales encargadas de la seguridad colectiva y de la lucha contra el desarrollo desigual, desde las Naciones Unidas hasta la Organi- zacién Mundial de la Salud y los Teibunales Penales Internacionales, pasando por el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Como es natural, “a Ciudadania para poder inscribir potencialmente tales institucio nes —que encarnan al menos de manera virtual una suerte de “comunidad sin comunidad”, una instancia de regulacién de los contlictos de intereses de la huma- nnidad que no estarfa fundada en la pertenencia y en Ja autarquia, sino en la reciprocidad generalizada—en tuna constitucién de ciudadania, seria necesatio poder vislumbrar en esa constitucién una democratizacién radical de la que estamos muy lejos. Ya que a su vez ‘sta presupone ciertamente no la disolucién del vineu- lo de las instituciones con los Estados de los que en lo csencial en la actualidad surgen, sino un paso decisivo “més alli del Leviatén” (Marramao, 1995) hacia el re- parto y la relativizacién de la soberania estatal. Vemos on suficiente claridad cudles son las poderosas fuerzas que van a resistir de modo encarnizado, incluso de manera violenta, a semejante inversién de la correa de transmisién entre imperium estatal y auctoritas internacional, o planetaria. En otros téeminos, esto presupone que las organizaciones internacionales obtienen una autoridad cosmopolitica independiente dela autoridad de los Estados, y por ello enraizada en pricticas y procedimientos de intervencién, modali- dades de cooperacién, de participacién, de delegaci6n del poder y de representacién que atraviesan el nivel ~ Ecienne Balibar cstatal, volviendo a descender por debajo de é para reencontrarse con las propias comunidades de ciuda- danos y recibir de ellas una parte de su impulso, en el ‘momento justo cuando, juridicamente, se instalan por sobre dicho nivel. Hoy podemos plantear esta cuestién aunque no podemos resolverla. Pero la historia no s6lo (Ge) plantea cuestiones que puede resolver... O quizés sélo podré resolverlas plantedndolas de orra manera. 50 3. Acqua libertas Después de este intento de abordar en un primer recortido hipotético las cuestiones contempordneas Ievando hasta sus iltimas consecuencias la idea de una polieia en cuanto constivucién de ciudadania, podemos ditigir ahora la mirada hacia una segunda genealogia de antinomias de la ciudadania demo- critica: lo que hemos llamado la Auella de la igual- Libertad, entendiendo por esta palabra compuesta el ideal civico de las revoluciones burguesas que marcan hiscéricamente el tempo de la modernidad. No ol- videmos que burgués y ciudadano son al comienz0 dos términos sindnimos en raz6n de su etimologla (un bitger es un ciudadano en el marco de un burgo libre). Su diferencia, subrayada por Rousseau (1762) y luego por Hegel (1820), de hecho nunca llega a abolir esta cortelacién. ‘Matx, quien justamente habia Ilevado la escisién. rousseauniana y hegeliana entre el burgués y el ciuda- dano al punto de la ruptura, acostumbraba afirmar st fienne Balibar que la modernidad politica avanza sobre la escena histévica “vestida a la antigua usanza” 0, mds precisa- ‘mente, “ala romana”. Eso debe hacernos recordar que |a aequa libertasy el aequum ius son nociones tomanas de las que en particular se servia Cicerén para indicar Ia esencia del régimen que llamaba res publica: “er ralis ext quaeque res publica, qualiseius aut natura, aut volunts, (qui illar regit league nulla alia in civtate, nisi in qua Populi potestas summa est, ullum domicilinms libertas ‘abet: qua quidem certe nibil potest ese dulcis; et quae, siaequa non est, ne libertas quidem es. Qui autem aequua potest esse?” [cualquier forma de Estado es tal cual sea fa naturaleza o la voluntad del que lo rige. Por ello, la libertad no tiene morada en otra ciudad que en la que el poder supremo pertenece al pueblo; yes tan cierto el hecho de que no hay nada més dulce que la libertad como el de que si noes igual para todos ni siquiera es libertad. Ahora bien, zcémo es posible que sea igual para todos?] (Republica, 1, XXXI). Su pensamiento politico se inscribfa en una tradicién juridica propia de ls instituciones romanas, pero también en una teoriza~ cin de la humanitas provenience del cosmopolitismo estoico, que, a través de su reformulacién cristiana, ‘en la época moderna desembocé en las filosoias del derecho natural, 32 Ciudadania Lo crucial de su utilizaci6n, sin embargo, ¢s el mo- mento de “revolucién” que inaugura la modeznidad politica, por medio del cual el “derecho igual” se con- vierteen el concepto de un nuevo tipo de universalidad (Gauthier, 1992). Esta, pues, se construye esencial- mente como una doble unidad de contrarios: unidad_ del hombre y del ciudadano, qi se presentan como nociones coextensivas a pesar de todas las restricciones précticas que afecran la distribucidn de los derechos y los poderes; unidad (0 reciprocidad) de los conceptos ismos de libertad y de igualdad, percibidos como las dos caras de un mismo poder constituyente, a pesar de la permanente tendencia de las ideologias politicas burguesas (que de manera genérica podemos llamar li- beralismo) a conferite al primer término una prioridad epistemolégica 0 incluso ontol6gica, al hacer de ella el “derecho natural” por excelencia, a la que responde la tendencia socialista ~contraria~ a privilegiar Ia igual- dad, La primera tendencia puede ilustrarse por lo que John Ravls lama “el orden lexicogeifico” inherente al principio de la igual-libertad; la segunda, por el caso de Jacques Ranciére, en su radical oposicién entre la demo- cracia como afirmacién del “poder de cualquiera” y las instituciones educativas y representativas, que son otras tantas tentativas de limitar el principio de la primera 33 Frenne Balibar 3.1. Insurrecin y constitucin Lo particularmente interesante es el elemento de tensién que surge de esta doble unidad de contrarios: este permite comprender por qué las reivindicaciones de poderes ampliados para el pueblo o la emancipa- cién en relacién a la dominacién que se traduce en nuevos derechos revisten de modo inevitable un carde- ter insurreccional, Al reivindicar al mismo tiempo la igualdad y la libertad, se reafirma la enunciacién que se encuentra en el origen de la ciudadanfa universal moderna. Y, sin duda, cuando el poder politico es conquistado de un modo revolucionario, que implica un cambio de régimen (por ejemplo el clésico pasaje de la monarqufa a la repiiblica) o la reduccién de una clase dominante forzada a renunciar a sus privilegios, cesta reafirmacién encuentra su expresién simbélica ms sobresaliente. Pero la petitio juris, o el movimiento de emancipacién ligado a la reivindicacién de los de- rechos, puede manifestarse de formas infinitas a través de movimientos populares, de campafias democriti- cas, de formaciones de partidos duraderos o limicados en el tiempo. Esta comporta una correlacién de fuerzas violenta 0 no segiin sean las condiciones, el uso o el rechazo de las formas juridicas y de las instituciones 34 Ciudadania politicas existentes. Alcanza con pensar aqui en la diversidad de las historias nacionales en Europa por la conquista de los derechos civiles, politicos y socia~ les, o en la multplicidad de formas adopradas por la descolonizacién en el siglo XX, 0 en la concatenacién de los episodios de guerra civil y de los movimientos por los derechos civiles de los negros durante més de un siglo en Estados Unidos, etoétera. ‘A pesar de la diversidad de estos fenémenos, se advierte que el conflicto en titima instancia siempre es determinante, porque la igual-libertad no es una disposicién originaria, y porque los dominantes jamas ceden sus privilegios 0 su poder de forma voluntaria, incluso si les sucede, bajo la presién de los aconteci- mientos, que son tomados por la embriaguez de la fraternidad (es el ejemplo simbélico de la noche del 4 de agosto de 1789. Peto zsucedié de modo heroico tal como lo relata a imagineria republicana?). Siempre se necesita de las luchas, y més atin se necesita que se afirme una legitimidad de la lucha, lo que Jacques Rancize llama la parte de los sin-parte, que le con- ficre una significacién universal ala reivindicacion de aquellos que han sido mantenidos al margen del bien comin o de la voluntad general. Lo que vemos emer- ger aqui es una ausencia esencial del pueblo como 8 Bicone Balibar cuetpo politico, un proceso de universalizacién que pasa por el conflicto y por la negacién de la exclusién refetida a la dignidad, la propiedad, la seguridad y generalmence a los derechos fandamentales, EI mo- mento insurreccional caracterizado de ese modo mira a la vez hacia el pasado y hacia el porvenit, Hacia el pasado, porque remite ala fundacién democrética de toda constitucién que no obtiene su legitimidad de la tradicién, de una revelacién o de la mera eficacia bu- roctitica, por muy decisivas que sean estas formas de legitimacién en la construccién de los Estados; hacia 4 porvenis, porque ance las limiaciones y as negacio- nes que afectan la realizacién de la democracia en las constituciones histéricas, el regreso a da insurteccién (yel regreso de la insurreccién, conjurado durante un tiempo mds 0 menos largo) representa una posibilidad permanente. Que esta posibilidad se concrete o no es, Por supuesto, un problema diferente, que no puede ser objeto de ninguna deduccién a priori ero sila comunidad politica se funda en la arti culacién de la ciudadania con distintas modalidades insurreccionales de emancipacién 0 de conquista de Ja universalidad de los derechos, esta reviste de modo inevitable una forma paradéjica: con exclusién de todo consenso, no es ni realizable como una unidad 56 Ciudadania homogénea de sus miembros, ni representable como una totalidad consumada. No obstante, la comuni- dad politica no puede disolverse en la imagen indi- vidualista de un agregado de sujetos econémicos y sociales cuyo tinico vinculo seria la “mano invisible” de la utilidad, o la interdependencia de las necesida- des, ni en aquella imagen, contraria, de una “guerra de todos contra todos”, en otras palabras, de un an- tagonismo generalizado de los intereses que, como tal, seria lo “comuin”. Entonces, en cierto sentido los ciudadanos (o los conciudadanos) de la igual-libertad no son ni amigos ni enemigos. Su relacién es de tipo agonistico. Nos acercamos aqui a lo que Chantal Moutfe ha propuesto llamar la “paradoja democriti- ca” (a la que volveremos mas adelante), pero también estamos en el umbral de las formas en las cuales una institucién de la ciudadania que permanece en esen- cia antinémica puede manifestarse en [a historia, a medida que cambian los nombres, los espacios © los tertitorios, las formaciones ideol6gicas y los relatos histéricos asociados a su reconocimiento por sujetos gue ven en ella su horizonte politico y su condicién de existencia. 3 Fienne Balibar Ciudadania 3.2, Ciudadanta y nacionalidad Por qué ese caricter esencialmente inestable, problemdtico, “contingente” de la comunidad de ciudadanos no es més evidente (0 no se manifiesta con mayor frecuencia)? Por qué cuando se manifesta con facilidad se lo sefala como un desmoronamiento de la ciudadanta? Sin duda se debe, en particular, al hecho de que en la época moderna las nociones de ciudadanfa y de nacionalidad han sido précticamente identificadas en lo que puede considerarse como la ‘ecuacién fundadora del Estado republicano moderno, tanto mis indiscutida y aparentemente indestructible cuanto que el Estado mismo no deja de reforzarse y ‘cuanto que sus justificaciones miticas, imaginatias y culturales proliferan gAcaso no ¢s posible vislumbrar, sin embargo, que el ciclo histérico de la soberanta del Estado-nacién llega a su fin, como parece ser el caso hoy, de tal suerte que el caricter también contingente de esta ecuacién se vuelva evidente? En efecto, se trata de una ecuacién histé camente determinada, relativa a ciertas condiciones locales y temporales, expuesta ala descomposicién o ala mutacidn. Es innegable que la soberanta absoluta del Estado-nacién, en cuanto potencia econdmica 38 y militar, 0 incluso en su capacidad de controlar los movimientos y las comunicaciones de sus propios ciudadanos, es fuertemente cuestionada en el mundo actual; pero no es innegable que estos procesos de transnacionalizacién revistan fa misma importancia en todos lados y que la percepcién que se tiene de ellos en Europa sea generalizable. Es muy probable que, por «jemplo, vista desde China en el momento en que esta intenta construirse como una nueva nacién hegemé- nica regional e incluso mundial, la perspectiva seria muy diferente, anto desde el punto de vista semsntico como histérico. Pero de todos modos estamos en el ‘momento cuando se hace visible (una vez més) que el interés nacional 0 la identidad nacional no son como tales, por si solos, factores de unidad de la comunidad de ciudadanos, o que la ecuacién de la ciudadania y la nacionalidad es en esencia precaria Sin embargo, la reflexién no puede detenerse alli. Porque por muy eficaz que haya sido la forma nacién cn la historia moderna, no es més que una de las for- mas histéricas posibles de la comunidad de ciudada- nos, cuyas funciones, por otra parte, no absorbe nunca y cuyas contradicciones jams neutraliza, Lo que im- porta ante todo es comprender que la ciudadania en general, como idea politica, implica ciertamente una 39 Etienne Balibar referencia ala comunidad (puesto que al igual que una ciudadania sim insttucién, la idea de una ciudadani sin comunidad es pricticamente una contradiccién en los términos), y sin embargo no puede tener su esencia en el consenso de sus miembros. De aqui se desprende la funcién estratégica que cumplen en la historia términos como res publica 0 commonwealth, pero también se desprende su profundo equivoco. sos ciudadanos como rales son siempre conciudads- nos (0 co-ciudadanos, confiriéndose mutuamente los derechos de los que gozan): la dimensién de recipro- cidad es constitutiva. En un eélebre articulo, Emile Benveniste (1974) habia demostrado en el siglo pasa- do que desde el punto de vista filolégico esta prioridad de la reciprocidad sobre la pertenencia se explica mejor con la pareja latina ivi-civitas que con la pareja griega pilis-polites, ya que la raz. seméntica es, por una parte, el estatus del individuo en relacién (el conciudadano), por I ott la preexistencia nominal del todo por sobre sus miembros. Esta divergencia tiene consecuencias politicas y simbélicas considerables, que pueden leerse por igual en los descendientes modernos de ambos discursos. Pero es necesario sobre todo interpretarla ‘como una tensién interna, presente en todos lados, y que da lugar a una oscilacién permanente. @ Giudadania Entonces, zemo podrian existr los ciudadanos por fuera de una comunidad, sea esta cerritorial o no, ima- ginada como un hecho natural o como una herencia cultural, definida como un producto de la historia 0 ‘como una construceién de la voluntad? Ya Aristételes, segiin hemos visto, proponia una justificacién funda- mental de la comunidad, inaugural para la filosofia politica misma: lo que liga entre ellos a los ciudadanos es una regla de reciprocidad de derechos y de deberes Digimoslo mejor, es el hecho de que la teciprocidad de los derechos y de los deberes implica al mismo tiempo la limitacién del poder de los gobernantes y la aceptacion dela ley por ls gobernados, Para el Estagicita Ja garantia de esta reciprocidad residfa en el intercam- bio peridico de las posiciones de gobernante (drkhon) y de gobernado (arkhémenos), pero este principio le parecfa precisamente cargado de peligros ultrademo- criticos. Con posterioridad, la tradicin politica no ha dejado de buscar elaboras, como consecuencia, la idea cde una constitucién mixta en la que la reciprocidad y la jerarquia se encuentren “conciliadas” o “compuestas” Los magistrados son pues responsables ante sus comi- tentes, y los ciudadanos de a pie obedecen la ley que ellos han contribuido a elaborar, ya sea directamente 6 por representantes interpuestos. a Etienne Balibae Sin embargo, esta inscripcién de la ciudadanfa en el horizonte de la comunidad no es de ningtin modo sinénimo de consenso o de homogeneidad, sino todo lo contrario, puesto que los derechos que esta garantiza haan sido conquistados, es decir que han sido impuestos a pesar de la resistencia opuesta por quienes detentan privilegios, intereses particulares y poderes que expre- san tantas dominaciones sociales. Puesto que han sido (y deben volver a set) inventadas (como dice Lefort, oponiéndose en este punto a la corriente dominante del liberalismo y del republicanismo) y puesto que sus contenidos, del mismo modo que los de los deberes o las responsabilidades cortespondientes, se definen a partir de esa relacién conflictiva 3.3, Politica y antipolitica el dilema de la institucién Llegamos de este modo a una caracterstica esencial de la ciudadania moderna, que es también una de las razones por las cuales su historia no puede presentarse més que como un movimiento dialéctico incesante. Bvidentementees muy diffi hacer concordar la idea de una comunidad que no esti disuelta ni reunificada con una definicién puramente juridica 0 consticucional, pero a Ciudadania ro es imposible concebirla como un proceso histérico gobetnado por una ley de reproduccién, de intertupcién y de transformacién permanente. Es la tinica manera de comprender la temporalidad discontinua y la his- toricidad de la ciudadania como institucién politica La ciudadania no s6lo debe ser atravesada por crisis y tensiones peridicas, sino que es intrinsecamente frigil 0 vulnerable: ¢s por esta razén que a lo largo de su historia ha sido destruida y reconstiuida en varias ocasiones, en, un marco institucional nuevo, Como constitucién de ciudadanfa, esté amenazada y desestabilizada, incluso deslegitimizada (como bien lo habia visto Max Weber) porla potencia misma que forma su poder constituyente (0 de la cuales la figura “consttuida’): la capacidad in- surreccional de los movimientos politicos universalistas que buscan conquistar derechos todavia inexistentes, 0 ampliar los existentes, de modo de hacer que la igual- libertad pase alos hechos. He aqut por qué es necesario hablar de un factor diferencial entre insurreccién y cons- titucién que ninguna representacién puramente formal 6 juridica de la politica puede resumit Si eso no fuera asi, estariamos obligados a imaginar 4quc las invenciones democriticas, las conquistas de dere- chos, las redefiniciones de la reciprocidad entre derechos y deberes en funcién de concepciones ms amplias y mis 63 Exieane Babar ‘concretas proceden de una idea eterna, dada de una vez y para siempre, de la ciudadanta. Y del mismo modo estariamos obligados a sustituir la idea de invencién por la idea de una conseruacn de la democracia. Pero una democracia que tiene por funcién conservar una cierta definicién de la ciudadania es también, sin dudas, por esta misma razén incapaz de resistirse a su propia “desdemocratizaciOn’. En la medida en que la politica se relaciona con la transformacién de las realidades cexistentes, con su adaptacién a entornos cambiantes, con la formulacién de alternativas en el seno de evolu- ciones historias y sociol6gicas en curso, el concepro de conservacién no seria politico sino antipolitico. Es importante mostrar, en oposicién a toda de- fnicién prescriptiva o deductiva de la politica, que Ja ciudadanfa no ha cesado de oscilar entte la des- truccién y la reconstruccién a partir de sus propias instituciones hist6ricas. El momento insusreccional asociado al principio de fa igual-libertad no es sélo fundador, es también el enemigo de la estabilidad de das instituciones. ¥ si admitimos que representa, por medio de sus realizaciones més 0 menos completas, lo universal dentro del campo politico, deberemos convenit en que no existe nada en la historia que se parezca a una apropiacién o a una instalacién en el “ Ciudadania “reino” de lo universal, del modo en que los fildsofos clisicos pensaban que el advenimiento de los Derechos del Hombre y del Ciuidadano podia representar un punto de no retorno, el momento cuando el hombre se convertia en los hechos en portador de lo universal que ya él mismo era por destino. Si combinamos la idea de este factor diferencial centre insurreccién y constitucién con la representacién de.una comunidad sin unidad, en vias de reproduccién y de transformacién, la dialéctica a la que llegamos no resulta puramente especulativa, Los contlictos que conlleva pueden ser muy violentos, y sobre todo afec- tan tanto al Estado como, ante él o en su interior, a los movimientos de emancipacién mismos. Es por este motivo que ya tampoco podremos quedarnos con la nocién de insttucidn, todavia muy general, de la cual nos hemos servido hasta ahora, ya que esta atin elude Ja contradiccibn principal. Volveremos a este punto al intentar una reflexién més profunda sobre las relaciones centre la institucién y el conflicto. Pero antes es necesa- vio precisar aquello que resulta, en concreto, del hecho de que la insticucién se desarrolla, en la modernidad, sobre todo en la forma del Estado nacional y de sus diferentes aparatos, 65 Exienne Balibar 3.4, Estado, representacién y educacion Si hasta ahora nos hemos referido muy poco al Estado, no ha sido para descarcar el andlisis de instituciones especificamente estatales, sino, por cl contratio, para seialar mejor, si ello es posible, lo que Ia idencificaci6n de las instituciones politicas con una construccién estatal nacional les agrega a las antino- mias de la ciudadania. Es menester considerar que la sujecién de la politica a la existencia y al poder de un aparato de Estado no hace otra cosa que intensificar las antinomias sin cambiar su naturaleza? zO bien es necesario admicir que’esa identificacién desplaza las antinomias hacia un terteno pot completo distinco, donde la dialéctica de los derechos y los deberes, de las érdenes y la obediencia, ya no se presenta en los mismos términos, de suerte que las categorfas here- dadas de la antigtiedad no cumplirfan otra funcién mas que ser una méscara, una ficcién de lo politico? En la misma linea de Hegel, Marx no se encontraba lejos de pensarlo. Como antes sefialamos, la nocién de constitucién ha suftido muy hondas transformaciones en el curso desu desarrollo histérico en el marco nacional, vincu- ladas con la ctecience importancia del Estado y de su 66 Cludadania influencia en la sociedad, antes y después de que se gencralizara la dominacién del modo de produccién capitalista a la cual el Estado mismo contribuye ditec- tamente por una “acumulacién primitiva’” en extremo violenta (Marx, 1867). Las constituciones antiguas se centraban en la distribucién de los derechos entre las categorias de la poblacién, en las reglas de exclusién y de inclusién, las modalidades de eleccidn y de res- ponsabilidad de los magistrados, la definicidn de los poderes y de los contrapoderes. Por consiguiente, eran cen esencia constituciones materiales que producfan un cquilibtio de los poderes ya las que les faleaba la neu- walidad trascendental conferida por la universalidad de la forma juridica. La distincién entre constitucién formal (fundada en la jerarquia de las leyes, de los reglamentos y de sus fuentes) y constitucién material (fundada en el equilibrio de los poderes, de los cuer- Pos sociales y politicos, en el conflicto regulado de las clases y de los actores politicos) tiene una larga histo ria que puede remontarse a los criticos de las teorias contractualistas (Hume, Montesquieu, Hegel) y, mas Iejos atin, a los debates sobre la constitucién mixta. En la época moderna, esta fue retomada y defendida en particular por Carl Schmitt (1928) y algunos de sus leccores, sobre todo italianos (Mortati, Negri). o Etienne Balibae Por el contrario, las constiruciones modernas son constituciones formales, redactadas en el lenguaje del derecho, lo que corresponde ~como bien lo ha con- siderado el postivismo juridico~ a la autonomizacién del Estado y a su monopolio de representacién de la comunidad, que le permite existir a la ver.“en idea” y “en prictica” més allé de sus divisiones y de su estar inacabado (Kelsen, 1920). El constitucionalismo nacional moderno combina entonees la deelaracién performativa de la universalidad de los derechos (y la garancia judicial contra su violacién) con un nuevo ‘principio de separacién de gobernantes y gobernados que Catherine Colliot-Théléne (en su comentario sobre la tesis weberiana que afiema la predominancia tendencial de la legitimidad burocritrica por sobre Jos otros tipos de legitimidad) llama “el principio de la ignorancia del pueblo”. También podriamos decir, en el aspecto institucional, “el principio de la incom petencia del pueblo”, cuya “capacidad de representa- ci6n’ es su. producto contradictorio. Su genealogta se remonta hasta el mecanismo representativo de la autorizacién del soberano en su condicién de tinico actor politico, que forma el meollo de la construc- cién de Thomas Hobbes en el Leviatdn (capiculos 16 y 17). Contintia por la idea hegeliana segiin la cual “ iudadania la representacidn de la sociedad civil en el Estado requicre de la intervencién orginica de una clase wni- versal constituida por intelectuales que ademés de ser funcionarios piblicos son portavoces de los intereses de la sociedad (Hegel, 1820). Esta idea se halla cerca de la concepcidn liberal que hace de la propiedad y de la capacidad (fundada en el conocimiento) las dos fxen- tes de la ciudadanfa activa, como lo ha demostrado en particular Pierre Rosanvallon (1985 y 1998). Mas cerca de nuestra época, de manera més burguesa y en consecuencia més pragmatica, el “principio de incom- petencia” ha sido sistematizado por los teéricos de la “democracia elitista” (en especial por Schumpeter) que han dominado la ciencia politica a partir del co- ‘mienzo del siglo XX (en respuesta al gran “miedo a las ‘masas” provocado por el socialismo y el comunismo) y han identificado el “tégimen democritico” no sélo con la delegacién del poder, sino con la competencia, ‘entre politicos profesionales en el “mercado” de la representacién. Vemos de este modo cudn agudas deben ser las contradicciones entre participacién y representacién, Y entre representacién y subordinacién en la ciuda- dania moderna, y por qué el factor diferencial entre insurreccién y constiucién se desplaza en particular % Etienne Balibar hacia el funcionamiento de los sistemas de educacién nacional. Muchos de nuestros contemporncos, sin jgnorar sus Hagtantes imperfecciones, consideran el desarrollo de un sistema piblico de educacién como una conquista democrétiga fundamental y una con- dicin previa a la democratizacién de la ciudadania Pero también sabemos que democracia y meritocracia estén aqui en una relacién extraordinariamente tensa. El Estado burgués que combina la representacién politica con la educacién de masas se abre vircual- mente a la participacién del “hombre comin” o del “ciudadano cualquiera” en el debate politico y, por eso mismo, al cuestionamiento de su propio monopolio del poder. En correspondencia con su eficacia en la reduccidn de las desigualdades, el Estado contribuye a Ja inclusin de categoria sociales que no tenfan acceso ala esfera publica y, por ende, al establecimiento de un “derecho a los derechos” (segiin la famosa expre- sién arendtiana). Pero el principio meritocritico que rige estos siste- mas de educacién (y que forma un todo indisociable con la forma escolar misma: zqué seria, en efecto, un sistema de educacién generalizada no meritocritico?, la. utopfa escolar siempre ha corrido tras este enigmé- tico objetivo) es también por si mismo un principio 70 ——____Sudatanta de seleccién de las éites y de exclusién de la masa de toda posibilidad de controlar realmente los procedi- Iientos administrativos y de participar de los asuntos paiblicos. En todo caso, la mayoria de los ciudadanos no sabria participar de ellos en un pie de igualdad con los magiscrados contratados (y “reproducidos”) en funcién de su saber o de su competencia, lo que Pierre Bourdieu habia llamado la nobleza de Estado, Al crear una jerarquia de saber que es también una jerarquia de poder, eventualmence redoblada por otcos mecanismos oligirquicos, el principio meritocrético excluye legitimamente la posibilidad de que una nacién soberana se gobierne a s{ misina. Da lugar a tuna huida hacia adelante en la que la representacién no deja de comulgar con el elcismo y la demagogia. Se sabe que ese fue de entrada el punto fuerte de las teorizaciones de la oscilacién de los partidos de masas (ocialistas) entre la dictadura de ls jefes y el mono- polio de os cuadtos (Michels, 1911), a las cuales An- tonio Gramsci intenté responder con su teorla de los intelecruales orgénicos, que volvia a poner contra el Estado burgués la esis hegeliana de la clase universal y de sus funciones hegeménicas. n Etienne Balibar 3.5. Democracia y tuchas de clases De este modo, al recordar algunos de los mecanis- ‘mos que les confieren un caricter de clase a las cons- tituciones de ciudadanfa del mundo contemporineo, hho queremos solamente indicar la existencia de un abismo entre principios democritricos y realidades oli- girquicas, sino también plancear la cuestién del modo en el cual los propios movimientos insurrecionales son afectados por ese abismo, Sin duda, no es necesario presentar aqui demasiados argumentos que justifiquen la idea de que las luchas de clases han jugado un rol democrético esencial en la historia de la ciudadania nacional moderna. Con toda seguridad, esto se debe al hecho de que las luchas organizadas de la clase obrera (a través de todo el espectro de sus tendencias hist6ri- ‘as, “teformistas” y “revolucionarias”) han entrafiado 1 reconocimiento y la definicién por la sociedad bur- guesa de ciertos derechos sociales fundamentales, que el desarrollo del capitalismo industrial hacta a la vez més urgentes y més dificiles de imponer, contribuyendo ast al nacimiento de una ciudadania social. Pero también se debe, en una relacién directa con lo que hemos llamado la huella de la igual-libercad, al hecho de que esas luchas a su modo han realizado una articulacién n Ciudadania entre el compromiso individual y el movimiento colectivo que esté en el corazén mismo de la idea de insurrec- cién. Es un tipico aspecto de la ciudadania moderna, cuyo valor es indisociablemente ético y politico, que los derechos del ciudadano son ejercidos por los suje- tos individuales aunque son conquistados a través de os movimientos sociales capaces de inventar, en cada circunstancia, las formas y los lenguajes apropiados de {a solidaridad. De manera recfproca, es esencialmente en la accién colectiva para la conquistao la ampliacién de derechos donde ocurre la subjetivacién que auto- nomiza al individuo y le confiere en forma personal una “potencia de actuar”. La ideologia dominante no quiere saber nada de todo esto, 0 lo presenta de una manera contraria, al sugerir que la actividad politica colectiva ¢s alienante, para no decir esclavizante 0 totalitaria, por su propia naturaleza. Por mucho que nos resistamos a este prejuicio, sin embargo no podemos hacernos ilusiones, ya sea que fas luchas de clase organizadas estén inmunizadas por naturaleza contra el autoritarismo interno que proviene de su transformacién en contra-Estado, y entonces en contra-poder y contra-violencia, ya sea ‘que representen un principio de universalidad ilimita- dao incondicional. El hecho de que en gran medida 2 EExieane Balibar el movimiento obrero europeo y sus organizaciones de clase hayan permanecido ciegos los problemas dela opre- sin colonial, de la opresién doméstica de las mujeres 6 de la dominacién que se ejerce sobre las minorias cculturales (cuando no han sido directamente racistas, nacionalistas y existas), a pesar de los esfuerzos que for- man como una insurreccién dentro de la insurreccién, iertamente no se debe para nada al azar. Hace falta cxplicilo no sélo por eal 0 cual condicién material, por tal o cual corrupcién 0 degeneracién, sino debido aque la resistencia la proresta contra formas de domi- nacién w opresién determinadas se basan siempre en cl surgimiento y la construccién de contra-comuniddades que tienen sus propios principios de exclusién y de jerarquia: “We know that oppression and domination shave many faces and that not all of them are the direct or exclusive result of global capitalism...) It is, indeed, possible that some initiatives that present themselves as alternatives to global capitalism are themselves a form of oppresion... (Sabemos que la opresion y la domi- nacién tienen muchos rostros y que no todos son el resultado directo 0 exclusivo del capitalismo global {el por cierto, es posible que algunas inicativas que se presentan a s{ mismas como alternativas al capitalismo global sean ellas mismas una forma de opresion..}, ” Ciudadania escribe hoy Boaventura de Sousa Santos (2005), uno de los principales teéricos del alcermundialismo. Toda esta historia -a menudo dramética~ capta nuestra atencién sobre la finitud de los momentos insurtec- ionales 0, dicho de otro modo, sobre el hecho de que no existe algo asf como las universalidades eman- ipatorias absolutamente universales, que escapen a las limitaciones de sus objetos. Las contradicciones de la politica de emancipacién que se sustenta en la igual-libertad se trasladan y se reflejan en el seno de Jas consticuciones de ciudadania més democriticas, contribuyendo por eso mismo, al menos de un modo pasivo, como veremos més adelante, a la posibilidad de su desdemocratizacién 5 4, De la ciudadanfa social al Estado nacional-social Intentemos ahora explicitar el nexo de contra- dicciones especificas que se anudan en torno al pro- blema de la incorporacién de los derechos sociales a la ciudadania en el siglo XX. Es evidente que la importancia del asunto de la ciudadania social, de su tealizacién histérica y de su crisis en la forma del Estado nacional-social no es percibida en los mismos términos segtin se considere hoy la politica en el “norte” o en el “sur”, Pero por una parte el Estado nacional-social tuvo en la segunda mitad del siglo XX luna contraparte en el sur bajo la forma de la proble- itica del desarrollo (expuesto también este a la crisis, en el contexto del neoliberalismo). Y, por otra parte, el tema de los derechos sociales no se limita a una region de] mundo. Puede pensarse que, incluso bajo formas diferentes, se hace sentir en todos los sitios donde el desarrollo del capitalismo tiene por contraparte una profundizacién de las desigualdades. La critica del constitucionalismo formal dispara en todos los casos %6 Ciudadania tuna cuesti6n de la democracia confictiva que es preci- so discutir de manera universal, es decit, comparativa (Gamaddas, 2007) Comencemos por la relacién entre la “ciudadanfa social” y las transformaciones dela funcién representa- tiva del Estado, esto es, de los modos de organizacién de la politica misma. Esta cuestién tiene una com- plejidad fascinante, es por ello que se encuentra en el origen de un debate cuyo fin no estamos cerca de ver. ¥ los desarrollos recientes de la crisis econémico- financiera, y de sus posibles o probables repercusiones en la composicién social y las relaciones politicas en las diferentes regiones del capitalismo globalizado llegan en el momento justo para ponernos en guardia contra las conclusiones precipitadas 0 puramente especulati- vas... El debate se refere en especial ala interpretacién de las transformaciones en la composicién de clase de las sociedades de capitalismo desarrollado, donde los derechos sociales han sido ampliados y codificados a lo largo del siglo XX, y de sus repercusiones poliicas ds 0 menos reversibles, No es ficil saber sila nocién de ciudadania social, recién admitida y muy lejos de haberse generalizado, ya pertenece en forma definitiva al pasado, y en qué medida la crisis en fa que la hundié el desarrollo de la globalizacién liberal ha destruido 7 Erienne Balibae Ciudadania las capacidades de los sistemas sociales de resistirse al desarrollo de aquello que Robert Castel (1995) llama “formas negativas” de la individualidad, o “individua- lismo negativo”. Asi como tampoco es facil decir si este “limo coincide con una interrupcién sin fin posible de los avances de la democratizacién 0, de un modo mis dialéctico, con una intensificacién de sus conflic- os de su incertidumbre interna, debida a la creciente dificultad para reivindicar los derechos a organizarse en formas colectivas de masa. La ciudadanfa social, desarrollada en el siglo XX sobre todo en Europa occidental (y en menor medida en Estados Unidos), zpuede considerarse una innova- ci6n o invencidn potencialmente universalizable que pertenece a la historia de la ciudadanta en general? La pregunta se plantea en particular en la obra de ‘Tho- ‘mas Humphrey Marshall y en la de sus comentaristas: Sandro Mezzadra en Italia (vuelve a situar la cuestibn de la ciudadanfa social en el marco de las migraciones internacionales), pero también Margaret Somers en Estados Unidos (quien combina la inspiracién de Marshall con una nocién arendtiana del derecho a los derechos). La nocién de ciudadania social fue definida por Marshall inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial en el contexto de la gran 7 transformacién de los derechos del trabajo organiza- do y de los sistemas de proteccién de los individuos contra los riesgos caracteristicos de la condicién proletaria: inseguridad y pauperizacién, exclusin de la educacién y del reconocimiento social (que poco 4 poco afecran asimismo a toda la poblacién que vive del trabajo asalariado y cuya existencia no estd social- mente garantizada por las rentas de la propiedad). Esta cuestién aqui permanecerd en parte abierta, pues su respuesta completa esté supeditada a un and- lisis de los desarrollos histéricos del capitalismo que excede las posibilidades de este ensayo. No obstante, presumiremos que hay en la trayectoria de la ciudada- nia social, en razén del modo por el cual esa crstaliza tuna tendencia inscripea en la forma misma de la lucha de clases entre capital y trabajo, una cuestién irteduc- tible cuyo alcance es general. Podria decirse que es la cuestién de los “teinicios” de la ciudadania en relacién con los “ciclos politicos” del capitalismo. Es esta la ‘cuestién que la crisis actual agudiza y cuyas races lleva a buscar para imaginar sus posibles evoluciones. Aqui, ‘res puntos parecen suscitar la discusién el primero se refiere a la aparicién de una ciudadania social en tan- to que se distingue de un simple reconocimiento de derechos sociales, o le confiere a este una dimensién ” Erienme Balibar universalista, El segundo se refierea la modalidad bajo Ja cual, incorporandose a una forma estaral (la del Estado nacional-social), las luchas que acompafian la reivindicacién de esos derechos son ala vez politizadas y desplazadas, o inscriptas en una dindmica de des- plazamientos del antagonismo de clases que autoriza ‘una regulacién (pero que también puede desembocar en una crisis). El tercero se refiere a la complejidad de las relaciones histdricas que se forjan entonces entre la idea del socialismo (en sentido general) y la democra- cia, cuyos objetivos son sobre todo la representacién del progreso como proyecto politico y el valor de la accién publica como modalidad de institucién de lo colectivo. Esta cuestin no siempre ha sido examinada en su relacién con el problema de la ciudadania (salvo por socialistas revisionistas como Eduard Bernstein). ‘Nos corresponderd, entonces, mostrar en las siguien- tes paginas de este trabajo por qué este es el punto de visca mds esclarecedor del tema que nos ocupa. 4.1, Derechos sociales y ciudadania social Quizés lo mis importante sobre el modo en el que se constituyé la ciudadania social a mediados 0 Ciudadania del siglo XX es el hecho de que esta no se haya con- cebido como un simple mecanismo de proveccién o de garantia contra las més draméticas formas de pobreza (o los efectos de exclusién de los pobres con respecto a la posibilidad de acceder a una vida familiar “decente” segtin las normas burguesas, que habia obsesionado a la critica social del siglo XIX), sino como un mecanismo de solidaridad universal a cescala del cuerpo politico y del Estado. Este debate crucial entre una concepcién particularista y pater- nalista, y una concepcién universalista igualitaria esti bien resumido por los historiadores de la social- democracia (Sassoon, 1996). El debate marcaba el punto culminante de encendidas controversias cuyos términos se remontan a los debates de la Revolucién, industrial sobre la articulacién de la filantropia o de la caridad con las estrategias burguesas que permiten disciplinar la fuerza de trabajo. En Naciméento de la biopolitica, Michel Foucault (2004) recuerda que en Jas polémicas de la época el Plan Beveridge de 1942 fue asimilado al nazismo por los precursores del neo- liberalismo, como Friedrich Hayek (1944). Se verd con claridad si alternativas tan violentas se trazan a propésito del “ingreso ciudadano” que ciertos teéricos contemporineos proponen instituit para responder a oF Etienne Balibae la generalizacién de la precariedad y hacer constar el desacople entre los derechos sociales y la asignacién de los individuos a una identidad profesional tinica En efecto, el mecanismo de solidaridad creado en una medida més o menos extendida por el Welfare State se referia virtualmente a todos los ciudadanos y abarcaba a toda la sociedad, es decir que en é! los ricos y los pobres tenian igual derecho. Este punto tiene tuna importancia capital no sélo simbélica, sino tam- bign econémicamente. Mis que decir que los pobres etan en esa época tratados como los ricos, serfa mejor decir que los ricos eran tratados como los pobres, sobre la base de la universalizacién de la categoria an- tropolégica de “trabajo” en cuanto cardcter especifico deo humano. La mayor parte de los derechos sociales garantizados 0 conferidos por el Estado en efecto esta- ban condicionados por la participacién mds o menos estable de los individuos activos en una profesién que de ese modo les conferia un estatus reconocido en el conjunto della sociedad. De alguna manera el crabajo se convertia asi, en lugar de la familia (o compitiendo con ella), en la base de la sociedad, Este punto es asi- mismo fundamental para explicar por qué hablamos de ciudadanta social, incluyendo un componente democritico, y no lisa y llanamente de democracia 82 Ciudadania social. Por supuesto, las divisiones de clase subsisten y el capital (privado o pablico) mantiene el conerol de las operaciones de produccién y de inversién. Se advertiré que uno de los problemas mis graves que plantea esta ampliacién de la ciudadania asociada con una verdadera revolucién antropolégica se refiere a Ia igualdad de los sexos, teniendo en cuenta que la mayor parte de las mujeres todavia eran “socializa- das” en Europa y en Estados Unidos a mediados del siglo XX en su condicién de esposas de trabajadores activos, y de esa manera sometidas a ellos. El acceso a la actividad profesional se convirtié pues en una de las grandes vias de emancipacién femenina, Pero asi también la sobreexplotacién de las mujeres, por medio del establecimiento de la doble jornada de trabajo, profesional y domésticas y su desvaloriza- cin, por medio del establecimiento de profesiones “femeninas”, como ensefianza primaria, enfermerfa, secretariado, etc., que reproduce la segregacién en el seno del espacio piblico: lo que Genevieve Fraisse (2001) ha llamado el sistema de los “dos gobiernos”. Es importante sefalar el lazo al menos indirecro, tanto econémico como ideolégico, que asociaba la proteccién social y la prevencidn de la inseguridad de la vida (de la que Marx habia hecho una de las 83 Esienne Balibar caracteristicas centrales de la condicién proleraria) con un programa politico de reduccién de las desigualdades, ste lazo era tan poderoso que, hasta la aparicién del neoliberalismo, ningiin partido podia, al menos de forma verbal, sustraerse a é. El programa inclufa el de- sarrollo de la igualdad de oporcunidades o el aumento de la movilidad social de los individuos a través de la generalizacién del acceso de los futuros ciudadanos al sistema educativo (en otros términos, el desmantela- miento simbdlico o la deslegitimacién del monopolio. cultural de la burguesia que garantiza su acceso exclu- sivo a las capacidades, ademas del acceso alas propie- dades) y del establecimiento del impuesto progresivo, que alcanca al mismo tiempo los ingresos del trabajo ylos del capical. El capitalismo clisico habia ignorado por completo este mecanismo de redistribucién que, se sabe, hoy se halla cada vez mis desgastado, acarreando ‘como contraparte lo que se denomina “crisis fiscal del Estado” (O'Connor, 1973), que a su vez es utilizada para justficar la limitacién o la eliminacién de los derechos sociales. Son estas cortelaciones las que hacian que el nue- vo sistema politico que tendfa a crearse (en estrecha relaciSn con los programas socialdemdcratas, incluso cuando la decisiones fueran comadas por dirigentes oa Ciudadania de derecha) no se redujera a un mero conjunto enu- merativo de derechos sociales, y menos todavia a un sistema paternalista de protecciones sociales conferi- das desde arriba a individuos vulnerables, percibidos como beneficiarios pasivos de la ayuda social (aun cuando los idedlogos liberales no dejaban de presen tarlo de ese modo, para llegar a la conclusién de que cera necesatio vigilar de forma permanente los abusos de la seguridad social y gerenciar su atribucién con “espititu ahorrative”). En suma, la cuestién es saber qué queda en la actualidad de exe universalismo, aunque su principio no sélo sea denunciado por los teéricos del neoliberalismo, sino también minado por dos fendmenos concurrentes: a relativizacion de las fronteras nacionales dentro de las cuales este habia sido tendencialmente instieuido (en algunos paises del norte), y por lo tanto la ampliaci6n de la competencia mundial entre los trabajadores;y la desesabilizacidn de Ja clacién profesional entre trabajo ¢ individualidad (0, si se quiere, la retirada de la categoria antropolégica de “actividad” como fundamento del reconocimiento social en beneficio de las categorias de “empresa” y de “comunicaci6n’, incluso la de “cuidado”). 85 Exienne Balibar 4.2, Constitucién material Las instituciones de la ciudadanta social hacfan del conjunto de los derechos sociales por ellalegitimados en cuanto derechos fundamentales, una realidad Aluctuante, més frégil todavia que otras conquistas democriticas, ya que esta dependia de una correlacién de fiterzas histéricas y quedaba sometida a alternati- vas de avance y de retroceso, en el contexto de una asimetria estructural entre el poder del capital y el del trabajo, a la cual en verdad nunca se le quiso poner fin, Sefialaremos que en ninguno de los Estados de Europa occidental gobernados en un momento u otto por partidos socialdemécratas, el sistema completo de los derechos sociales nunca estuvo inscripto en 4a “norma fundamental” en el sentido de Kelsen, es decir, en la parte medular de la constitucién formal que garantiza los derechos fundamentales, Evidente- ‘mente esta apreciacién debe ser matizada en funcién de las historias nacionales particulates: la Constitu- cidn francesa y sobre todo Ia italiana de la posguerra (1945) incorporaron una referencia a los derechos al trabajo y a la proteccién social en el matco de una concepcién ampliada del poder publico. El caso inglés es particular pues no existe una constitucién 86 Giudadania escrita, a pesar de que tuvo la conceptualizacién mas pujante del nuevo tipo de ciudadania, El caso alemén 6s especialmente complejo e interesante: la politica social se remonta a Otto von Bismarck y, més all de Jas trégicas vicisitudes de la Repiiblica de Weimar, del nazismo y de la particién del pafs entre los bloques de la Guerra Fria, reparte fa ciudadanfa social entre tun modelo de cogesti6n liberal del capitalismo y un modelo de socialismo autoritato. Por esta razén es conveniente volver a apelara una nocién de constitucién material aplicada a la ciuda- dania, la que instituye un equilibrio de poderes entre las clases sociales que est indirectamente sancionado por la ley (0 de manera mas general, por la norma) a diferentes niveles, pero representa en esencia una co- rrelacién contingence de derechos y de movimientos sociales que se encuentran ellos mismos mas 0 menos institucionalizados. Sin duda, hay un notable fondo de verdad en la idea ampliamente compartida por los manaistas segiin la cual la “concesién® keynesiana” consistia en intercambiar el reconocimiento de los Bn francés, compromis, earmbién traducido en cite trabajo como "acuerdo de concesiones mats” (no necesacamente equivalentes 9 simi), como Tormacién de compromiso"o simplemente “tregl” IN. de 97 Etienne Balibar derechos sociales y la representacién institucional del movimiento obrero en las instancias de regulacién, por la moderacién de las reivindicaciones salariales y elabandono por parte de la clase obrera de las perspec- tivas de derribar al capitalismo (y entonces de alguna manera al fin del prolecariado en el sentido subjetivo, ‘ese que para Marx era portador de la idea y el proyecto revolucionarios). Como Jo habia visto muy bien el propio John Maynard Keynes, las condiciones de po- sibilidad de esta concesion eran a la vez internas para los pafses del capitalismo desarrollado y externas (0 ‘geopoliticas) en la medida en que remitian al “miedo al comunismo” experimentado por las burguesias oc- cidentales luego de la Revolucién de Octubre (1917) y del establecimiento del “socialismo en un solo pais”. La consecuencia de este regateo histérico fue una neutralizacién relativa de la violencia del conflicto social, permanentemente buscada, pero que no era sino una de las caras de la moneda. Hoy vemos, con el retroceso y ala luz del constraste que procura el nue- vo ciclo de proletarizacién ~denominado por Castel, Negri y otros como la aparicién del “precariado’~ en el cual el desequilibrio de las fuerzas sociales a escala mundial se combina con la cakificacién del sistema de 4a ciudadania social, que las luchas simple y lanamente, 88 Ciudadania no habian desaparecido. Es desde este punto de vista en particular que importa subrayar el cardcter hetero- géneo del “momento 68" y su dimensidn antisistémica al mismo tiempo que su transversalidad antiautoritaria (Wallerstein, Arrighi et al, 1989). Las grandes luchas de clases de los afios setenta marcaron el comienzo del fin de ese equilibrio, al mismo tiempo que una nueva revolucién tecnolégica y un empuje hacia la hegemonia del capitalismo financiero, incluso antes del derrumbe del “socialism real” y la aceleracidn de la lobalizacién econémica. Pero es seguro que la violen- cia de la luchas tuvo tambien la tendencia a desplazarse 4 otr0s rerrenos, evitando la confrontacién politica directa entre la clases: el de la guerra entre las naciones, dl de los enfrentamientos “culturales” poscoloniales y el de la “anomia” social en el sentido durkheimiano; en ‘otras palabras, de la violencia “itacional” individual o colectiva, que le sigue a Ia imposicién de todo sistema “micropolitco” de normas de moralidad y de racio- nalidad de comportamicnto, Pero es en un nivel todavia més general en el que es nnecesario inscribir el funcionamiento de la ciudadania social bajo el signo de un desplazamiento del antagonis- ‘mo cuyo operador (y por un tiempo, el beneficiatio) es 1 Estado nacional-social. El fenémeno caracteristico de 9 Ecienne Balibar Ja autolimitacién dela violencia de las Iuchas (en el que puede verse un efecto de civilidad burguesa) se explica por la relativa eficacia de un modelo de oxganizacién politica en el cual se combinan la accién paslamentaria y la extraparlamentaria. Pero a su vez este modelo s6lo puede comprenderse en el marco de un doble despla- zamiento tendencia, inscripto en las condiciones de posibilidad del sistema politico: a) Desplazamiento de las definiciones de derechos fundamentales de la esfera del trabajo propiamente di- cho, 0~en términos marxistas~ de la produecin, hacia Ia esfera de la reproduccidn de la fuerza de trabajo; esto ¢, hacia formas y condiciones de la existencia indivi- dual y familiar que hoy reciben el nombre de cuidado © care, a pesar de que hace un tiempo se hablaba de servicio, La segunda puede ser, en efecto, el objeto de una normalizacién consensuada, mientras que la primera dificilmente pueda serlo, o si lo es, seria en una correlacién de fuerzas siempre precatia, Por esto es de suma importancia reflexionar acerca del modo por el cual las luchas que tienen como objetivo la organizacién del trabajo, las formas de la autoridad taylorista, la resistencia de los colectivos obreros a la atomizacién capitalista de la fuerza del trabajo se desarrollaron antes y después del 68. El capital defini- 0 Ciudadania tivamente desestabilizé la corselacién de fuerzas en su provecho al lanzar la “globalizacién desde abajo”, es decir, al recurtir de forma masiva ala fuerza de trabajo inmigrante, marginada 0 excluida por las organiza- ciones histéricas de la clase obrera, en el contexto de una competencia poscolonial. La descolonizacion antiimperialista misma deviene funcional desde este punto de vista; ») Desplazamiento del antagonismo social al pla- no de las relaciones internacionales, entre sistemas estatales. La fractura en dos campos del mundo de la Guerra Fria actéa de manera ambivalente: por un lado, asocia las luchas por los derechos sociales a un peligro real o imaginario, que es el de una revolucién de tipo soviético en Occidente, cuyos actores serian los obreros, pero también los campesinos, los em- pleados y los intelectuales ideolégicamente ganados para el comunismo. Peligro que incita a los represen- tantes politicos del capicalismo nacional a buscar un acuerdo de concesiones mutuas con la clase obrera organizada y, de manera més general, a desarrollar su propio modelo de “progreso social” (siguiendo Jas recomendaciones de Keynes, Roosevelt y otros estrategas histéricos de la burguesia). Por otto lado, la fractura permite colar una divisién ideolégica en ell om Eine Balibar seno del movimiento obrero, entre comunismo y anti- comunistmo, que retoma y abarca otras separaciones (sindicalismo laico y cristiano, obreros calificados y no calificados, nacionales ¢ inmigrances, etc). Desde lue- go, el caricter antidemocritico cada vex més visible del sistema soviético refuerza grandemente esa divisién, Con el fin de la Guerra Fria y el auge de la globa- lizacién financiera, el miedo social cambia de campo: ya no son tanto los capitalistas quienes temen a la revolucién, sino que son los obreros quienes temen al desempleo y a la competencia de los inmigrantes. Asi, las relaciones de fuerza que subyactan desde el “exte- rior” a la constitucién del Estado nacional-social son desestabilizadas en ef momento en el que también apa- recen, en st interior, los limites de su universalismo. 43. Socialismo nacional y democracia Esta esquemética resefia de los problemas histéricos ‘que podemos relacionar con la categoria de ciudadanta social nos conduce pues a la tensién caracteristica entre conflicto ¢ institucién. En efecto, es ella la que cexpresa la persistencia de una dimensién politica, la continuacién por otros medios de la dialéctica encre 2 Ciudadania insurreccién y constitucién, Cualquicra que sea la innegable realidad de las preocupaciones sociales y morales de la burguesia, es completamente insufi- ciente representarse el surgimiento de la ciudadania social como una concesién filantrépica del Estado burgués en nombre de la necesidad de reparar los efectos patolégicos de la Revolucién industrial y de 1a explotacién capitalistailimitada; o incluso como una consecuencia légica de la necesidad del propio capitalismo de regular el libre juego del mexcado, que amenazaba con destruir la integridad de la fuerza de trabajo de la que depende la produccién de plusvalia Es tal vez el limite de los andlisis de Robert Castel: inspirados en el fondo en una concepcién sociol6gica (durkheimiana) de la sociedad como un organismo expuesto a los procesos de desagregacién y de anomia que engendra el capitalismo salvaje, maximizan la reaccién reguladora del poder piiblico y minimizan la dinmica del conficto de clase; en consecuencia, la contribucién especifica del movimiento obrero a la insti- tucién della ciudadania social. Es cierto que el marxismo ortodoxo, por su parte, nicga la posibilidad misma de las figuras de equilibrio consticucional de la lucha de clases. Hay desde ya notables excepciones a esta ceguera: por ejemplo, Nikos Poulantzas en Francia y 93 Exienne Balibar Claus Offe en Alemania, pero quienes precisamence ‘ya no son marxistas ortodoxos. Entonces no hay dudas de que estos dos factores actuaron con eficacia en las transformaciones del contenido de la ciudadania en los paises capitalistas desarrollados donde ocurrfan las luchas de clases organizadas, pero fue necesario también un tercer elemento en competencia con ellos para provocar st combinacién. En la actualidad, puede afirmarse que ese elemento fue el socialismo, en la variedad de sus corrientes, formulaciones y organizaciones. En efecto, dl socialismo no es sélo una ideologfa, menos todavia una doctrina te6rica. Es un complejo histérico insti- tucional en el que, en los siglos XIX y XX, se produce tuna gama de tendencias: socialismo conservador 0 «autoritario (cuya figuta consumada coincidité con los partidos-Estado del bloque comunista),socialismo re- formista (0 socialdemécrata), socialismo utdpica 0 me- sidnico (esencialmente en la forma de una critica alos dos anteriores, con fundamento cristiano o libertatio). BI Estado que instiuyé de manera més 0 menos completa la ciudadanta social debe definirse desde una perspectiva histérica como un Estado a la vez nacional y social. Entendemos por ello que su programa de reformas sociales era concebido y llevado a cabo por o Giudadania definicién dentro de las fronteras nacionales, con la pro- teccién de una soberania nacional (lo que significa que no podria existir sin un grado suficiente de auronomia y de independencia econémica). Pero como contraparte, el Estado-nacién s6lo ha podido superar sus propias contradicciones, intetnas y externas, a condicién de universalizar los derechos sociales. Este fe precisamente el caso en los momentos de crisis profunda, cuando lo politico como tal vacila, como en las condiciones de la “guerra total” del siglo XX. Es esencialmente la ‘experiencia de la guerra la que en Europa hizo atravesar al movimiento obrero el umbral decisivo de la repre- sentatividad y la capacidad de negociacién, Reclamada durante mucho tiempo por el movimiento obrero, la proclamacién de los derechos sociales como derechos fandamentales sélo tuvo lugar tas la finalizacion de las dos guerras mundiales en las que los trabajadores ‘ayeron muertos por millones combatiendo unos contra otros... Hay una profunda ironfa o ardid de la historia, Puesto que el objetivo del socialismo eutropeo desde el comienzo habia sido impedit la guerra Asi se explicard el nexo que se establece entre los dos atributos del Estado (lo nacional yo social), y que conduce a que cada uno llegue pricticamente a ser el presupuesto del otro. Pero es necesatio dar un paso 95 Eienne Babar mis. El elemento socialista de la politica modesna cencarna, por una parte y por un cierto tiempo, el lado insurreccional de la ciudadania. Entonces es también el portador de una tendencia a la democracia radical: al encontrarse integeado a un horizonte de nacionalis- mo, no se confunde lisa y anamente con él, excepto cuando coyunturas de crisis social y moral aguda hacen surgir un discurso y una politica totaitatios. Es esta distancia o esta diferencia, mantenida en el seno del Estado nacional-social, la que le ha permiti- do ~por un tiempo al socialismo nacido en el siglo XIX contribuira la formacién de una esfera publica y politica, relativamenté auténoma tanto con respecto al Estado y a sus instituciones parlamentarias como con respecto a la sociedad civil ya sus operaciones mercan- tiles o contractuales. El socialismo, en este sentido, es Ia cubierta comtin a toda una serie de contradicciones cevolutivas. Sin haber alcanzado jamés sus objetivos il- timos de superacién del capitalismo, permanece como tun proyecto 0 un programa de reformas, cuestionado al mismo tiempo desde adentro y desde afuera. Pero, como horizonte de expectativas interiorizado por las masas, no ha dejado de reavivar el conflicto en medio de la insticuci6n que articula capital y trabajo, pro- piedad privada y solidaridad, racionalidad mercantil 96 Ciudadania y estatal, y de ese modo ha contribuido a que la esfera piiblica sea también una esfera politica en un sentido fuerte, Oskar Nege y Alexander Kluge (1972) han dado una interpretacién radical de esta antinomia en su excelente libro sobre la experiencia politica del mo- vimiento obrero en respuesta a la teoria habermasiana de la esfera piiblica burguesa. No obscante, esta se circunscribe a ciertos limites, puesto que, como hemos dicho, la ciudadania social debia articularse con la reproduccién de relaciones capitalistas de propiedad, y las luchas politicas debfan inscribirse en el marco de una neutralizacién relativa del antagonismo. Por lo tanto, el Estado se docaba de aparatos de reprocluccién del consenso politico, ¢ impedia que los adversarios se transformaran en enemigos (reservindose la facultad de volver a usar represién directa cuando la “autono- mia” obrera alcanzaba proporciones incontrolables cen la scala de la sociedad toda). Esto también quiere decir que la sociedad debfa ser reconfigurada como proceso de normalizacién generalizada de las con- ductas individuales. Pero a la vez el sistema tendia a congelar la relacién de las fuerzas sociales y a instalarla en un acuerdo de concesiones mutuas que terminarfa por tesultar insoportable tanto para los dominantes como para los dominados 7 Exicane Balibar 4.4, La antinomia del progreso Es conveniente recomenzar desde este punto para comprender lo que hoy se presenta como una verdadera antinomia del progreso, de la que la historia de la ciudadania social nos propone una ilustracién casi perfecta. Efectivamente, sélo la perspectiva de tun progreso ilimitado, es decir, el deseo colectivo idealizado de conseguir en los hechos una igualdad de oportunidades para todos en la sociedad, pudo mantener la presién que tendia a recortar los privi- legios y mantener en jaque las inveteradas formas de dominacién al ampliar el espacio de ls ibertades para la masa, Aunque no por es0 los limites de los avances estin menos inscriptos en la constitucién material, donde se combinan lo nacional y lo social, la repro~ duccién de las capacidades de acumulacién del capital y la generalizacién de los derechos sociales, y la ética de la accién colectiva y el conformismo mayoritario. Las conquistas democréticas han sido bien reales en el marco del Estado nacional-social, y han formado ‘otros tantos momentos progresistas de su construc- cidn (en ocasiones bajo formas cuasi insurreccionales, como el Frente Popular de 1936 en Francia). Pero cada vez han sido seguidas de una reafitmacién de 98 Ciudadania sus limies estruccurales, bajo la guisa de despreciables conctarteformas o de represiones més violentas. Para nuestro andlisis de la crisis que hoy conoce la nocién misma de ciudadania social y de ls formas que reviste el desmantelamiento programado del Estado social, es decisivo saber quién es el responsable de esta crisis que afecta tanto la seguridad del empleo como Ja cobercura universal de salud, la democratizacién del ‘acceso a la ensefianza superior y la liberacién doméstica © profesional de las mujeres, y finalmente el principio representativo. Es principalmente el resultado de un ataque lanzado desde el exterior por el capitalismo, sustentindose en las exigencias de una economia cada vez més transnacionalizada, en la que la légica finan- era predomina por sobre la ligica industrial? 0 bien es cl resultado de las contradicciones internas de la ciudadanta social, y del hecho de que esta tiltima haya alcanzado sus propios limites histéricos? La perspectiva de un avance continuo en el camino de los derechos fundamencales (Stourzh, 1989), en particular en lo que conciemne a la articulacién entre la autonomia del individuo y la solidaridad, chocarfa asi no sélo contra Jos intereses de los grupos sociales dominantes y del sistema de explotacién a los que se opone, sino tam- bién contra su propia limitacién inmanente, 9 Etienne Balibar Puede afirmarse que el scialismo de los siglos XIX. y XX cs prisionero de una fusion entre el progresismo y cl estatimo, Esti atrapado en la aporia de la demo- cracia conflictiva, a la que volveremos: indisociable de la permanencia del conflicto, pero asimismo de la instieucionalizacién de sus fuerzas, de sus organiza- ciones y de sus discursos como componentes de una esfera “piblica’ que se identifica con la comunidad nacional, El resultado es completamente paradéjico en lo que se refiere a la topogratla marxista de la poli- tica, pero también susceptible de hacerles frente a sus criticas liberales: la politizacién de los temas sociales, denunciada como una degradacién de la autonomia de la politica por neorrepublicanos incluso hostiles al capitalismo como Arendt, no sélo no deroga sino aque refuerza el dualismo entre politica y policia (Ran- cigze). Con la consecuencia, en particular, de que la extensin de los ambitos de invencién ¢ intervencién de la politica no se hace tanto del lado del trabajo, al que permanecen simblicamente ligados os derechos, como del lado de la “reproduccién”: familia, culeura, servicios piiblicos. Es a ese lado al que se diigiré la ofensiva del neoliberalismo, luego de haber quebrado Jas resistencias obreras en los lugares de produccién por medio de una combinacién de nuevas tecnolo- 100 Ciudadanis gfas, de reorganizacién individualista del sistema de profesiones y de la cizculacién de la mano de obra a través de las fronceras. Como se advierte, esta hipétesis que pretende ser mds dialéctica no llega a abolit de ningtin modo la valoracién de los antagonismos sociales, pero nos aparta de la representacién de una conspiracién de los capiralistas malévolos (o, variante muy popular en. toda una parte de la Europa “lacina’, del modelo an- glosajén del capitalismo de empresa). Se trata también de una hipétesis més politica, en el sentido de que propone esquemas de inteligibilidad donde no sélo intervienen estructuras, sino acciones colectivas: las clases populares del norte que se han beneficiado de conquistas sociales importantes (en su condicién de clases asalariadas), y vuelven a encontrarse hoy poco 4 poco privadas de su seguridad y de sus posibilidades de mejorar, no aparecen en este proceso histérico ‘como simples victimas. Han sido y siguen siendo, en cierta medida, actores, cuya capacidad de pesar en su propia historia depende de condiciones internas y externas cambiantes, en particular del modo en que se representan a sf mismas el sistema en el cual ac- tian, y los colectivos que les confieren pricticamente el poder de actuar. Esta es la hipstesis correcta, que 101 Etienne Balibar nos permitiré llamar de inmediato la atencién sobre algunos aspectos de lo que hoy se llama neolibera- lismo, Nos basaremos para ello en la interpretacién del neoliberalismo que propuso Wendy Brown en su ensayo “Neo-liberalism and the End of Democracy” [Neoliberalismo y el fin de la democracia], cuya in- fluencia se hace sentir fuertemente en los debates que estan teniendo lugar en el seno del ambito “critico” de la teoria politica (Brown, 2005). Pero antes debe- mos hacer una pausa, luego de esta primera serie de investigaciones genealégicas, para examinar ¢ ilustrar dos cuestiones de alcance general: para comenzar, la relacién entre ciudadania y exclusién, seguida de la cuestién de la democracia conflictiva, ya mencionada en varias ocasiones. 02 5. Ciudadanfa y exclusién Si es cierto que la tensién constitutiva entre las categorias de democracia y de ciudadania atraviesa toda la historia de la institucién politica, parece que semejante configuracién a la vez desemboca todo el tiempo en la consideracién de las exclusiones de la ciudadanfa (como ha sido sefialado de manera sucesiva a propésito de los esclavos, de las mujeres, de los obreros asalariados, de los sujetos coloniales) y no alcanza atin a emprender un andlisis general del problema. No muestra acabadamente si se trata de un conjunto arbitrario de casos histéricos heterogéneos, independientes unos de otros, o bien, por el ontario, de ‘una misma caracteristica que se repite y se desplaza de una estructura social a la otra. Ahora bien, es un hecho que en las discusiones contemporineas relativas a la politica de la era posnacional y posliberal, por razones ue es necesario intentar comprender, la categorfa de exclusién ha tendido a suplantar la de desigualdad y a generalizarse, contribuyendo asi, al mismo tiempo, 103 Etienne Balibar a oscurecer las cuestiones de ciudadania y a concre- tatlas. Lo que aqui concentrard més fuertemente nuestra atencisn es la relacién paradéjica que se estableoe en la época moderna entre un concepto de ciudadania universalizado ~a la vez en el sentido de que se basa en principios universales y en el sentido de que atraviesa las diferencias entre regimenes politicos y tradiciones culeurales~y ciertas formas de exclusion interior. Estas aparecen al mismo tiempo como constitutivas y contra- dictorias desde el punto de vista della definicibn de ciu- dadan‘a, La abolicién de dichas formas exige entonces mds que el simple levantamiento de una restriccién en la aplicacién de un derecho: precisa de una mutacién en la interpretacién de los principios mismos. 5.1, Exclusion, desigualdades, diseriminaciones Los debates concernientes ala exclusién de ciuds- dana no son recientes. Rancitre (1995) cita una frase de Louis de Bonald que afirma que “determinadas personas estin en la sociedad sin ser de la sociedad” No sabriamos decitlo mejor. En Occidente estos de- bates han resurgido con mas fuerza luego de los mo- 104 Ciudadania tines nacidos o favorecidos por la segregacién étnica en los suburbios y los guecos urbanos de los éiltimos aitos de las grandes ciudades del norte (en particular de Paris y Londres) o del sur (Balibar, 2010), Como es natural, la generalizacibn socioldgica causa problemas. En su andlisis de los motines de 2005, Robert Castel cexpresaba la opinién de que el término exclusién no es del todo pertinente, porque los jévenes desocupa- dos de otigen africano 0 magrebi que se enfrentaron con la policta posefan la ciudadania francesa en el sentido juridico del término. Castel preferia la cate- gorfa de “discriminacién negativa’. Por su parte Loic ‘Wacquant (2006) afiemaba que los suburbios no son guctos en el sentido estadounidense, en la medida en que las comunidades de origen extranjero no constitu- yen un espacio historicamente separado de la ciudad. Entonces Castel (2007) escribia: “del mismo modo que el suburbio no es un gueto, el joven inmigrante de un suburbio no esté ‘excluido’, al menos si quiere drsele un sentido preciso al concepro: exclusién en sentido estticto implica una divisién de la poblacién en dos categorias estancas, que hace que los excluidos estén al margen del juego social, sin los derechos, ni las capacidades, ni los recursos necesarios para gjercer un rol en la comunidad (...] os jévenes de los os Erienne Balibar suburbios se benefician siempre de vasias prerrogacivas relacionadas con su pertenencia a la nacién frances la ciudadania politica y la ciudadanta social. Indepen- dientemente de sus origenes étnicos, la mayoria de los jévenes de los ‘barrios suburbanos* son ciudadanos franceses, asi pues, en principio gozan de los derechos politicos y de la igualdad ante la ley, al menos cuando aleanzan la mayoria de edad. Tocqueville acostum- braba decir que los derechos civicos representan tuna forma de nobleza conferida al pueblo como tal Sabemos que fueron necesarios siglos de luchas para obtenerlos, y todavia ni siquiera es ast para todo el mundo, Las mujeres en Francia obtuvieron el derecho al voto recién en 1945, bastante después que la mayor parte de los paises industrializados”. De este modo, con respecto a los jévenes ciudadanos franceses de origen extranjero, no podrfa hablarse propiamente de ‘excluidos, incluso si son objeto de discriminaciones de clase, de edad y de raza, porque en todos los casos gozan cle los beneficios de los derechos fundamentales. cuyo conjunto constituye la ciudadanfa social ‘No obstante, Castel ha debido reconocer que se co- rria aqui un riesgo de equivoco: sin duda, comparados " Ginten longa. Barads delos suburbios, usualentehabtads por personas de bjor curios imigrantesen vivendas sociales [N. de} 106, Ciudadania con poblaciones que, en otros lugares del planeca, estin expuestas a la hambruna o a la deportacién, los j6venes “inmigrados” resulean estar de cierto modo protegidos del riesgo social. Aun desde el punto de vista cultural, no se sitian, propiamente hablando, en el exterior de la sociedad: por el contrario, con- cribuyen a crear en ella una “hibridacién cultural” Pero si semejante argumentacién debe ponernos en guardia contra usos vagos y enfiticos de la categoria de exclusién, en particular aquellos que sugicten que Jas contradicciones de la ciudadania actual no hacen, otra cosa que reproducir las antiguas oposiciones centre ciudadanos y sujetos en los imperios coloniales, «esta no podria borrar el carécter estructural de dichas contradicciones. Aqué podemos recurtir a la com- paracién, de la cual el mismo Castel se sirve, con lo que diez afios antes Genevieve Fraisse (1995) habia llamado, a propésito de la situacién de las mujeres en el espacio republicano, la “democracia exclusiva”. Fraisse remontaba su genealogia hasta los conflictos de la Revolucién francesa acerca de la atribucién de Jas mujeres a la ciudadania pasiva por oposicién a la ciudadanfa activa de los hombres (coincidiendo con la instituci6n de la representacién del pueblo como fun- damento del Estado), cuyas consecuencias contindan 107 Etienne Balibar haciéndose sentir més alld del acceso de las mujeres a la ciudadania formalmente “igual”. El hecho de ‘que durante un muy largo perfodo la discriminacién estuviera inscripta en el corazén de la instituciones politicas dejé una huella profunda, en particular en la forma de una rigida separacién encre la esfera piblica y la esfera doméstica, al asignarle a cada uno de los sexos tn rol social diferente, y al negarle en los hechos al sexo femenino la capacidad de gobierno (ofrecién- dole a modo de “compensacién” el dominio de la casa). Aqui no se trata, precisamente, de exclusién exterior, sino de exclusién interior, y este concepto no se relaciona s6lo con un estatus juridico, sino con su combinacién con representaciones y précticas. La importancia de los derechos formales es innegable, pero su relacién con el uso, con la disposicién del poder o de la “potencia de actuar” (empowerment [empoderamiento)) no lo es en menor grado. 5.2. La cnestin del desecho a los derechos Es en este sentido que podemos proponer una ampliacién de la nocién arendtiana del “derecho a los derechos”: con la condicién de superar los limites 108 Ciudadania que de manera arbitraria Arendt le habia impuesto. Desde hace ya mucho tiempo, el uso politico de esta férmula de hecho ha desbordado su definicién estric- tamente normativa, pasando del poder constituido (el detecho a los derechos resulta de la pertenencia 4 una comunidad politica existente, en particular a un Estado-nacién) al poder constituyente: se trata de la capacidad activa de reivindicar derechos en un espacio piblico, 0, mejor atin, dialécticamente, de la posibilidad de no ser excluidola del derecho a luchar por sus derechos. Y es contra este obstéculo contra el que ttopiezan muchos de los grupos sociales en nuestras democracias, incluso liberales, al experimencar el Ii- ‘mite fuctuante entre la resistencia (de la cual podria decirse que es el derecho minimo) y la exclusién (que sel no-derecho). Si precisamente no hubiera resisten- cia, en sus diversas formas (no necesariamente violen- tas), dichos grupos podrfan encontrarse excluidos por completo, desplazados fuera de los territorios donde adquirieron derechos formales, protecciones juridicas; enviados a tertitorios donde no hay, de hecho, ciu- dadanfa activa; ¢ incluso llevados a situaciones en las que la libertad y la supervivencia est en juego. Y, en efecto, esa veces, en el sero mismo de las democracias, en campos de refugiados o de reagrupamientos para 109 Etienne Balibar Ciudadania migrantes clandestinos donde se tiene la oportunidad de encontrarlos (Caloz-Tschopp, 2004). Pero por lo general es en el limite mismo, alli donde lo que est en cuestin ¢s la verdadera posibilidad de expresarse 0 de reivindicarse, y, por consiguiente, de exist politi- ‘camente. Ahora bien, ese es precisamente el horizonte de la reflexién de Arendt acerca de la condicién de los individuos y de las comunidades sin Estado, en la cual se basa su elaboracién de la idea del derecho a los derechos. La existencia como resistencia no siempre ¢s posible, ‘0 més bien no siempre es posible sin tener que recurrit una violencia antiinsticucional, que apunta a forzar el ingreso al espacio de la ciudadanfa y del reconoci- miento social. La misma violencia de la protesta tam- bin puede revelarse por completo contraproducente en razén de la correlacién de fuerzas y de sus efectos boomerang en el sentimiento de pertenencia de los propios excluidos. En el caso de los motines urbanos, conducidos sobre todo por jévenes, se agregan las dis- ctiminaciones de clase y de raza: una toma la forma de lo que irénicamence se denomina “desempleo preferen- ial”, eleccidn alienante entre desempleo y precariedad ‘que reconstituye al proletariado en sentido tradicional; la otra toma la forma de un “esquema geneal6gico”, 110 en virtud del cual los descendientes de extranjeros siempre se consideran a si mismos como extranjeros (6 inmigrados), en fagranse contradiccién con la ley republicana, A ello vienen a agregarse os efectos de un maginario colectivo que hace del joven inmigrante un potencial enemigo interior, que amenaza a la comu- nidad en su seguridad asi como en su identidad cultural © religiosa (incluyendo los casos en que esa identidad religiosa es ofcialmente la “aicidad”). El efecto com- binado de las exclusiones interiores de clase y de raza ilustea pues perfectamente aquello que Castel mismo habfa definido como el individualismo negativo re- sultante del desmantelamiento del Estado nacional- social por las politicas neoliberales: una situacién en. la cual se les exige a los individuos que se comporten como “emprendedores” de su propia vida, en busca de la méxima eficacia, y todo eso privindolos de las condiciones sociales que les permitirfan hacer valer su autonomfa. A lo que debe agregarse que si hay formas de individualidad negativa, cambién hay, como salta ala vista, formas de comunidad negativa, que surgen cuando, en un circulo mimécico, la revuelta contra Ja violencia de la exclusién toma ella misma formas violentas que neutralizan su eficacia, © que el sistema dominante puede manipular con facilidad y explotar m Esienne Balibar para usar como justficacién de su propia politica de seguridad. La Francia poscolonial (o mas en general toda Europa) brinda una ilustracién cotidiana de todo lo anterior: en ella encontramos al mismo tiempo convertidas mas o menos por completo en diferencias de clase la sucesin de discriminaciones seculares ejer- idas contra el sujeco de la dominacién colonial y las nuevas variedades de ciudadania pasiva que resultan, del debilitamiento de los movimientos sociales y de su impotencia para transformar la sociedad. La categoria de exclusién resulta entonces irremediablemente com- pleja, heterogénea, pero también representa un sitio privilegiado de sobredeterminacién para las actuales contradicciones de la ciudadania, 5.3. Polticay teritorialidad: las fronteras Ahora debemos hacer una digresién teérica que permite al mismo tiempo captar las dimensiones fi- loséficas de la idea de exclusidn interior e inscribiclas en una teleologia de la ciudadania como forma de lo politico. Lo que buscamos es una hipétesis de trabajo que permita comprender lo que justifica (y en qué términos) la extensién de la categoria de exclusién al uz Giudadania punco de que abarque todos los fernémenos de nega- cién de la ciudadanfa que van desde la discriminacién hasta la climinacién. Respecto de este punto es provechoso comenzar explicitando la metéfora territorial que subyace a la categoria de exclusién. De este modo, Deleuze y Guattati (1980) por una parte; y Carlo Galli (2001) por la otra, aunque desde perspectivas muy diferen- tes, han subrayado en particular que toda prictica politica esta territorializada, Esta identifica o clasifica a los individuos y a las poblaciones en funcién de su capacidad de ocupar un espacio, o de ser admiidos en 4. Pero, por otto lado, la incorporacién a un tertiorio tiene como condicién casi trascendental una situa- cién de reconocimiento mutuo de los individuos y de los grupos, ya sea en el sentido de pertenencia a uuna misma “comunidad”, ya sea en el sentido de la participacién en un “comercio”, es decir, en comuni- caciones ¢ intercambios, ya sea incluso, en un extre- mo, en el sentido del enfrentamiento en el seno de tun mismo conficto o de una misma lucha. En razén de esta doble determinacién por el terricorio y por el reconocimiento, la exclusi6n en cuanto fendmeno politico general tiene un estatus muy parecido al de la frontera, que aisla o protege a las comunidades, 13 Exieane Balibar pero también hace posible las comunicaciones y cris- taliza los confictos. Como la frontera, la exclusién constituye por excelencia, en el campo de lo politico, un fenémeno bifonte, histérico y simbélico. Pero desde esta perspectiva comporta un aspecto muy profundamente anfibolégico, lo que significa que las dos caras no cesan de intentar prevalecer una por sobre la otra, Fenémenos empiricos, historicos, de territorializacién 0 de desterritorializacién (como los desplazamientos de poblaciones, las migraciones, las fortficaciones de fronteras, las barreras a la comu- nicacién) se transforman en determinaciones de lo universal en otras palabras, en regimenes de derecho y de acceso al derecho. Distinciones que atafien al Ambito simbélico, como las diferencias antropolégicas de sexo, edad y cultura, cuyo conjunto caracteriza a la humanidad como especie, se convierten en instru- rmentos materiales (ms o menos constringentes) para asignarles tertitorios a los individuos y a los grupos, y pata regular su circulacién. En el fondo llegamos aqui al hecho espistemolégico fundamental de que categorias espaciales como el tertitorio, la residen- cia, la propiedad del suelo, pero simultineamente el viaje, el nomadismo y el sedentarismo, son asimismo determinaciones consticutivas de la ciudadania. El 14 Cindadania hhecho de que estas circulen de modo imprevisible entre lo empitico y lo trascendental, lo histérico y lo simbélico, por lo tanto debe ser incorporado a nuestra definicién de la institucién politica. Se trata de observaciones abstractas, pero cuya importancia es inmediata cuando se quieren estudiar fersémenos de exclusion interior: en su definicién mas, general, esta significa que una frontera exterior se ha- lla redoblada por una froncera interior, o incluso que una condicién de extranjero se encuentra proyectada hacia dentro de un espacio politico o de un territorio nacional de manera tal que crea en #l una alteridad que no puede ser asimilada (como sucede con los esclavos 0 los inmigrantes); o significa, por el con- trario, que una categoria antropol6gica se ve afectada por un suplemento de interioridad y de pertenencia, de modo que repele al exteanjero hacia afuera (como en la apropiacién de las mujeres en cuanto portadoras de la identidad nacional, de su reproduccién 0 de su pureza, ec.). En los dos casos, para decitlo con Michel Foucault, los “espacios otros" o heterotopias vienen a perturbar la homogencidad del espacio comunitario 0 por el contratio a reforzarla, para marcar a posicién ex- cepcional ocupada por el otro hombre, y a prevenirse simbélica e institucionalmente contra él. Lo que en us Exieane Babar la prictica puede ocurrir s6lo con la intervencién de reglas de inclusién y de exclusién. Es a nivel de estas reglas (en parte implicitas, en parte declaradas) que ddeben plantearse las siempre dificiles cuestiones de la continuidad y de las variaciones entre las figutas de extranjero, del paria, del monstruo, del subhombre, del enemigo interior, del exiliado... A partir de allé podemos regresar de forma critica a las nociones de pettenencia y de ser en comin que son, desde sus antiguas figuras, presupuestas por la idea de ciudadanta, pero que no dejan de transformar- se, Parece ser evidente que la exclusién politica (0 la exclusién politicada) es la otra cata de la consticucién de una comunidad inclusiva. Pero la diversidad de cjemplos por considerar es inquietantemente variada: no todos revisten de manera tan visible la figura de luna separacién trazada por una frontera. Asi, esto se da cuando las personas se encuentran excluidas del comercio mismo, o de la comunicacién, de la traduc- ibn, de la movilidad; fenémenos que en el mundo actual, caracterizado por a intensificacién de flujos de informacién, de circulacién de bienes y de personas, resultan tan discriminatorios como la imposibilidad de acceder a un tettitotio o el hecho de ser expulsa- dos de él. Todos estos términos no remiten tanto al lis Ciudadania fernémeno estitico de la existencia de las comunidades politicas y de su relacién hist6rica con territorios de- cerminados, como a un fendmeno de segundo grado, mis dindmico, que es la relacidn entre las comunida- des, el intercambio de bienes, de signos y de indivi- duos que las consticuyen reciprocamente, y la mayor © menor libertad que este intercambio confiere a los individuos en relacién a las pertenencias comunitarias: entre los polos extremos de una adherencia inmutable y de una adhesién voluncaria. Estos atestiguan, pues, aunque a menudo sea en el registro de la alienacién y de la violencia, el hecho de que a existencia de las co- munidades politicas no implica tan sdlo una relaci6n con ellas mismas,o sea, un principio de pertenencia 0 derecho a participar en la vida colectiva, sino también un reconocimiento externo del otro y por el otro, con una completa reciprocidad o sin ella. Esta consideracién sin duda es crucial para com- prender en qué sentido los Estados-nacién modernos, para afiemar su cardcter de comunidades politicas so- beranas, no sélo mantener unos con otros relaciones comerciales y establecer un derecho internacional que sija las alternancias entre la guerra y la paz, sino (como se ve en particular en la elaboracién que de cllas propone Kant), han debido construir sobre esta uy inne Babar doble base un “cosmopolitismo” de nuevo tipo, do- ado de una funcién metajuridica, El ciudadano del mundo (Weltbirger), que constituye la contraparte concreta (como comerciante, como “intelectual” de la Repuiblica de las letras, aun como exiliado o refu- giado politico-religioso) de la constitucién juridica de los Estados-nacién (lo que Schmit llama el jus publicum europaeum, que tiene como condicién de posibilidad la dominacién europea y el reparto co- fonial del mundo), no es el miembro imaginario de tuna civitas 0 de una pélis sin excetios, cuyos limites coincidirian con la extensién del universo, sino que ¢s, por el contrario, un ser de relacién, circulante (0 no) entre los territorios y los Estados. Es enonces sobre esta base que es necesario preguntarse qué resulta contradictoria ~qué nuevas posibilidades de reconocimiento, qué nuevas violencias interiores y ‘exteriores~ de las transformaciones contemporineas del comercio o del derecho internacional, cuando la circulacién de personas, la dispersién de las comu- nidades culturales y la inversién de los flujos de po- blacién que siguieron a la colonizacién se convierten en fenémenos de masas. 18 Chudadania 5.4, Reglas de inclusién y reglas de exclusion Si como consecuencia es cierto que en su rela- cidn con el territorio como el “espacio politico” mas abstracto que forma el horizonte de la ciudadania siempre existe esta reciprocidad problemética entre pertenencia y comercio, entre ser en comtin y ser en telacién, es necesatio entonces pensar la inclusién y la exclusién como los indices de una inestabilidad esencial de la comunidad de ciudadanos, que ince- santemente requicre nucvas garantias que la ponen a clla misma en peligro, o a partir del hecho de que las condiciones de posibilidad estan siempre infinicamen- te mis cerca de ser condiciones de imposibilidad. Mas precisamente podemos formular tres tesis relativas a la inclusién y a la exclusién en general: Primera tesis. No hay procedimiento institucional de exclusi6n sin una regla, ya sea una regla de derecho 0 un dispositive préctico, sociolégico. Pero la regla de exclusién debe ser lo contrario a una regia oa un sistema normativo de inclusién. De alli el aleance esttatégico de las nociones de pertenencia y participa- ida, lo que los politélogos en ocasiones llaman con su cinismo caracteristico la admisién al “club” de la ciudadania. Es importante conservar en la memoria lis Etienne Balibar esta correlacién de reglas (0 normas) de inclusién y de exclusién para no imaginarse que la violencia, omnipresente en estos temas, se sittia tinicamente del lado de la exclusion, La inclusion puede ser igual de violenta, ya sea que tome la forma de “conversién” © de asimilacién forzosa (en todo caso apremiante, bajo pena de “muerte social”). El compelle eos intrare {obligadios a entrar) no desaparecié con el declive del poder politico de las iglesias de “forzar la adhesin con miras a la salvacién”, weorizado por san Agustin a partir de una frase del Evangelio: slo asumié otras formas més seculares 0 més cotidianas, La antropolo- gia cultural nos ha ensefiado a discernir este elemento de violencia, conscientemente organizada o no, que se encuentra en todo proceso de colonizacién (interior 0 exterior), pero también de aculturizacién y por ende de educacién, por cuanto la educacién es la asimi- lacién de los individuos a una cultura socialmente dominante 0 comin. En realidad, es necesario tener en cuenta una doble violencia inherente a la correlacién d lusiones y exclusiones. ¥ por lo tanto hace falta plantear el pro- blema de una civilizacién de la civilizacién misma, 0 de una civlizacién que enfrente moral y politicamen- te su propio “malestar” (Freud), su propio elemento 0 Ciudadania de violencia o de barbaric, Desde ese punto de vista, podria plancearse que la ciudadania es una regulacién politica de esta violencia, que le concede un mayor 0 menor espacio, pero que nunca la suprime del todo. Es fundamental analizar y evaluar las formas més 0 ‘menos simétricas de la violencia. Puede suceder que las condiciones que definen la pertenencia identifi {quen ipso facto la no pertenencia (como en el esce- natio ideal de la relacién entre “ellos” y “nosotros”). Podriamos imaginar que, en los Estados modernos, la “nacionalidad” funciona de forma simple cuando instituye a la vez la equivalencia entre ciudadanfa y nnacionalidad que antes habjamos definido como “fun- dadora”. Pero las cosas son mucho més complicadas cen la prictica, puesto que hay toda suerte de grados cen la ciudadania activa (incluso alli donde no existen de modo oficial ciudadanias “disminuidas” o de “se- gunda clase”, como en los regimenes de apartheid y, ‘mis en general, de colonizacién), y sobre todo una zona gris en la que figuran individuos que no estén nit completamente incluidos ni completamente excluidos (como existen “extranjeros no expulsables” de un territorio dado, y sin embargo “no regularizables”, por ejemplo por razones de lazos familiares). Lo que de ‘nuevo significa que las reglas de inclusién no son lisa nt Etienne Balibar Ciudadania y llanamente lo contrario de las reglas de exclusién Y que de golpe la relacién constitutiva entre comu- nidad y exclusién puede ponerse en funcionamiento cn sentido inverso: en lugar de que una definicién preexistente de la comunidad conduzca simplemente a discriminar a los ciudadanos y a los no ciudadanos, ln realidad esté hecha de un conticto no resuelto, en permanente evolucién, que se despliega en lo medular ‘entre las bambalinas de la ciudadanta (0 en otra escena de la politica) y que tiene por objeto las violencias discriminatorias, las desigualdades de estatus y de derechos, cuya “materia” antropolégica es sexual, racial, religiosa, cultural... En medio de ese conflicto, la comunidad institucional viene acompaiiada por una “comunidad imaginada” (Anderson, 1983), ast como como la frontera exterior viene acompafiada de una frontera interior (Fichte, 1807), pero también se transforma politicamente, ya sea en el sentido de una restriccién o de una ampliacién. Segunda resis. De lo anterior resulta una conse- cuencia que nada tiene de puramente especulativo, pero que se aplica a diario en la experiencia politica: exclusién ¢ inclusién no describen tanto reglas 0 si- tuaciones fijas como puestas en juego de conflictos a través de los cuales, en cierto modo, la ciudadania re- road fleja sus propias condiciones de posibilidad. Si alguien std excluido de la ciudadania de forma radical, en particular en calidad de lo que hemos llamado “exclu- siones interiores”, eso nunca significa que esta persona simplemente queda fuera de la comunidad, como a un extranjero se le puede denegar una visa 0 una carta de naturalizacién (lo que, sabetnos, se aplica siempre a discreci6n). Pso quiere decir que esté excluido de la inclusién, dicho de otra manera, de un estatus, pero, ‘més profundamente, de un poder o de una capacidad. La formula arendeiana del “derecho a los derechos” es una reflexi6n no sobre la instrucién de la ciudadanta, sino sobre el acceso la ciudadania o, mejor ain, sobre a ciudadania como acceso y como conjunto de proce- dimientos de acceso (Van Gunsteren, 1998). Evidentemente, es necesario comprender la fér- mula como una unidad de contrarios en el sentido dialéctico. Lo que Arendt misma desarroll6, a causa de las circunstancias (y de las peligrosas analogias que se esforzaba por establecer entre diferentes tipos de dominacién y de eliminacién caracteristicos de la modernidad), fie sobre todo el lado negative: el hecho de que los individuos sin Estado sean privados por la fuerza del derecho fundamental (0 de la personali- dad), que es la condicién de todos los otros. Pero hay 3 Etienne Balibar Cindadania también un lado positivo o més bien afirmativo, ese que tenemos en cuenta cuando definimos la ciuda- dania activa como una forma de participacién que ya se manifiesta en la reivindicacién del acceso (o de la pertenencia). Enconces, esta no se basa en un derecho existente, sino que lo consticuye o le impone su reco nocimiento. Por simetria con la formula precedente, podriamos decir por lo tanto que estamos tratando con una exclusin de la exclusién, o con una inclusién que implique una negacién de la negacién, ‘Tercera tesis. Pero a su vez la consideracién de una relacién dindmica entre inclusién y exclusién, al mis- ‘mo tiempo conffictiva y refexiva, nos conduce a con- templar el aspecto mas concretamente politico de este dilema: el que implica la entrada en escena de sujetos y de relaciones entre sujetos. Las variaciones de la in- ‘lusién y de la exclusién no son procesos impersonales: son relaciones de fuerzas ejercidas por instituciones y aparatos de poder sobre los sujetos individuales 0 co- lectivos. La pregunta que conllevan nunca es sélo de la forma: zquién esd excluido de qué (de qué pertenencia, de cuales derechos)?, pero siempre es también de la forma: zquién excluye (de qué, de dénde)? Aqui, evidentemente, las experiencias de la se- sgregacién racial y del sexismo adquieren una funcién Py paradigmatica. Si la comunidad politica funciona como un club en el cual se puede ser admitido o al ‘cual se puede denegar el acceso, cabe preguntarse c6mo sus “miembros de derecho” fueron cooprados, cémo decidieron las regs de admisién y cémo se traduce su participacién activa en la preservacién de esas reglas. Dicho de otro modo, hay buenas razones para hacer la historia politica de la comunidad de los ciudadanos desde el punto de vista de sus momentos de apertura 0 de cierre. Las implicaciones précticas son evidentes no hay exclusién de las mujeres de a ciudadania com- pleca (que implica el ejecicio de ls responsabilidades politicas y profesionales), o de ciertos derechos civiles, sin la constituci6n de una ciudadania que funcioné (y contintia funcionando) como un “club de varones’, ceuyos individuos (masculinos 0 no) se esfuerzan a diario en hacer respetar las reglas, inscribiendo la igual-libertad dentro de una frontera interior presen- ada como “natural”, como “tradicional” 0 como "so- cialmente necesaria’. La misma constatacién se aplica, ‘mutatis mutandi, a los fendmenos de discriminacién racial y cultural que levantan una barrera (unas veces simbélica, otras veces material) impiden a determi- nados seres humanos el acceso a la ciudadania, 0 a la plenicud de sus derechos; fendmenos que afectan a Ls Erienne Balibar Ja instivucién politica en todos los paises del mundo, ineluyendo las naciones democriticas liberales. Todo esto significa que es la comunidad misma la que excluye, no sélo en la forma de reglas y de proce- dimientos burocriticos, sino en la forma de un con- senso entre sus miembros, més 0 menos politicamente “motivado”. En cérminos claros, es necesatio decir ‘que son siempre ciudadanos, que “se saben’ y “se ima- ginan’” como tales, quienes excluyen de lacindadaniay quienes, asi, “producen” no ciudadanos de manera que puedan representarse su propia ciudadania como una ipertenencia “comin”, Pero a esta consecuencia radical, que implica que la ciudadania en cuanto exclusién de 4a exclusién se basa en una lucha, sin embargo es ne- cesario aportale cn seguda dos precisiones, sino dos atenuantes. En primer lugar el grado de part de los ciudadanos de una comunidad en la exclusion de los no ciudadanos nunca es uniforme: conlleva grados e incluso excepciones, protestas o txansgresio- nes del consenso. Luego, la participacién de unos en Ja exclusi6n de otros raramente es directa, sino que es sobre todo indivecta, dlegada de alguna manera alas instituciones de la ciudadanfa que “representan” a los iudadanos o suxgen de su autorizacién. Esto significa asimismo que la gestién de las exclusiones constituye 126 Ciudadania una cléusula implicita de esta representaci6n o dele- gacién de poder. Muy a menudo, lo sabemos, en la institucién democrdtica de la ciudadania, es a la ley a la que le corresponde prover una sancién trascen- dental a toda suerte de categorizaciones sociales y de procedimientos administrativos, 0 convertir distin ciones culturales, ideolégicas y sociolégicas en reglas universales, “normativas" Desembocamos aqui en otro aspecto de la conflic- tividad inscripta en el inestable equilibrio entre los procesos de inclusién y exclusién, por cuanto ponen en juego las relaciones de la sociedad, del Estado y de la ley. Debido a que la participacién de los ciu- dadanos en la exclusién de los no ciudadanos pasa por una delegacién del poder al Estado, la linea de demarcacién entre los dos tipos de hombres est san- tificada 0 santuarizada. Pero dado que el Estado y la ley encargados de realizar la discriminacién son ellos mismos autoridades frégiles, cuya legitimidad puede ser cuestionada 0 cuya sobcranfa puede tambalear, Ja regla de exclusién es permanentemente expuesta 4 lusos perversos. Se ve en especial en las sociedades contemporineas donde el racismo y la xenofobia no resultan tanto de conflictos de intereses reales entre comunidades cultural o histéricamente excraiias, como var Esienne Balibae de mecanismos de proyeccién de las angustias sociales dela mayoria. Lo que “exigen” de forma mas o menos cxplicita los nacionales, por ejemplo, cuando recla- man un endurecimienco de las medidas de exclusion dirigidas contra los inmigrantes, 0 lo que la extrema derecha francesa llama la “preferencia nacional”, es un garantia a priori contra la discriminacién o la degradacién del estatus social de las cuales a su vez temen ser las victimas, sobre todo si son pobres 0 socialmente desfavorecidos. Hay naturalmente enor mes diferencias de grado en estos fenémenos, que nunca son autométicos, aunque tienen la suficience regularidad ya que se reactivan de manera periédica en circunstancias de “crisis”, como para que pueda verse en ellos el indice de una inquietante afinidad entre el “populismo” y la ciudadania democrdtica ‘misma. La zona gris de la que hablamos antes aparece entonces no slo como una zona de indecisién entre la inclusién y la exclusién, sino como una zona en la que la exclusidn es indirectamente reclamada al Estado representativo por una cuasi comunidad de semiciudadanos, o de ciudadanos inseguros de sus derechos y de su reconocimiento, Ciudadania 5.5. Concepto de lo politico y antropologta de la ciudadania Las consideraciones anteriores simplifican, sin duda, una reflexién historica completa acerca de las relaciones entte a ciudadania y la exclusién, No obs- cance, puede esperarse que den inicio a un desplaza- miento en nuestra forma de comprender el “concept de lo politico", cuya famosa definicién schmittiana cexpuesta en Der Begriff des Politschen (Schmitt, 1932) constituiria ala vez una de las referencias obligadas y su modelo negative. En efecto, no se trata de genera- lizar o de actualizar la idea segin la cua la “distincién centre el amigo y el enemigo” definiria la especifici- dad de lo politico por oposicién a otras esferas de la actividad humana, sino mas bien de explicar por qué, en cizcunstancias determinadas, esta distincién llega a expresar la toralidad de los dispositives que articulan comunidad y exclusién, al mismo tiempo ‘que demuestra ser incapaz de considerar todo el sis- tema de diferencias que estas abarcan. Para precisar ces10s dos puntos, describiremos lo que por excelencia, constituye la paradoja de la antropologia politica es- pecificamente asociada al desarrollo de la ciudadania, nacional moderna. 29 rene Balibar 1) De qué modo explicar que la ciudadania moder- na, refundada en principios universalistas, no sélo no pone fin a coda forma de exclusién interior, sino que tiende a crear nuevas y a conferisles una justificacién lla misma universal, o trascendental? El principio de 1a igual-libertad plantea que, dentro de los limites de su propia comunidad o de su “pueblo” polfsicamente constituido, todo individuo es el igual, si no el seme- jante, a todo otto, y ninguno puede ejercer sobre otro una autoridad arbitratia, discrecional. Pero la historia de los cddigos civles y de las constituciones burguesas esla historia de las discriminaciones que no se fundan tan s6lo en la “utilidad comin” (siguiendo la expre- sién de la Declaracién de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, articulo primero: “los hom- bres nacen y permanecen libres ¢ iguales en derechos. Las distinciones sociales sélo pueden fundarse en la utilidad comtin’), sino en una marginacién en el seno dela propia humanidad, El rechazo de la desigualdad de estatus, tradicional o convencional, se pagarfa en- tonces con tuna exclusién atin més radical, puesto que se legitima en la concepcién misma de lo universal. 2) Es necesario entonces suponer que la extensién en general de los derechos del ciudadano a “todo aquel que tenga un rostro humano” (Fichte, 1793) 130 Giudadania y su sustento en los “derechos del hombre”, que no representan tanto un origen natural como una garan- tia erascendental del acceso a la ciudadania, no sélo constituyen una justificacién para la eliminacién de las discriminaciones (0 para la lucha por su elimina- cidn), sino también una causa de su reconduceién y de su ampliacién mas allé de los limites anteriores, si bien bajo una forma nueva. Ya que los individuos 0 los grupos no pueden ser excluidos de la ciudadania en razin de su estatus o de su origen social, estos deben ser excluidos precisamente en cuanto hombres: tipos humanos diferentes de otros. Y lo chocante es que ese mecanismo de exclusién, en sf mismo uni- versalista, no desaparece a medida que el discurso “fundador” del derecho natural cede su lugar a un constitucionalismo puramente juridico, en el cual las prcticas de gobierno remicen a fundamentos que de- penden del derecho o de la ciencia (0 més a menudo de su combinacién). Por el contrario, se diversfica y se vuelve coextensivo ala sociedad, en el marco de lo que Foucaule llamé una “biopolitica”. La tinica expli- cacién es que hay una correlacién estructural entre el modo de constitucién de las comunidades politicas modernas “universalistas” (sobre todo, la nacién) y la transformacién de las diferencias antropolégicas en aL Erienme Balibar general (diferencia de sexos, diferencia de edades, di- ferencia de capacidades intelectuales, diferencia entre lo normal y lo patolégico, ctcétera) en principios de exclusién, lo que le confiere al “humanismo” moder- no un tenor intensamente contradictorio. Como demostré Foucault en una serie de estudios de los cuales se puede (y se debe) discutir el deralle de los anilisis, pero cuyo principio constituye un corte epistemolégico irreversible, la universalidad trascendental de la especie y la funcidn discriminance y discriminacoria de las diferencias antropolégicas no son incompatibles, sino que forman las dos caras de un mismo discurso que comienza con la filosofia y la politica de las Luces (como ya se ve en la construc~ cién de la antropologia kantiana) (Kant, 1795). Pero Foucault tam| de la ‘anormalidad”, que esta correlacién siempre es problemética: no s6lo porque en el universalismo de los “derechos del hombre” hay un recurso ideal del que pueden tender a apropiarse todas las categorias, victimas de la exclusién, sino porque el trazado de la linea de exclusién es intrisecamente inestable y en el fondo, inhallable. Es de este modo que la categoria de lo “anormal” no deja de oscilar entre referencias psiquidtricas y referencias criminolégicas, al igual én muestra, cn especial en cl ejemplo 132 Giudadania que la marginalizacién de los “anormales” es terreno de dispura encre los aparatos médico y judicial. Seria necesario intentar aqui una comparacién con los and liss de Arende (1951) sobre la rela ‘que existe en los siglos XIX y XX entre el cierre de la ciudadania instituido en un marco nacional y el universalismo del acceso a los derechos proclamado por el Estado-nacién (con la notable excepcidn de su prolongacién imperial y colonial, donde ya no existen ciudadanos sino “sujetos’, o subject race). De aqui la posicién extrema y, sin embargo, re- veladora que ocupan a este respecto en la historia de los Estados modernos los Extados racistas como la Alemania nazi o la Sudétrica del apartheid, porque tienden (a nivel local, de forma provisional, pero con consecuencias exterminadoras dramdticas) a reducit la contradiccién a uno solo de sus términos, desarro- llando un programa de purificacién o de segregacién radical de la especie, Sabemos que los programas de ‘eugenesia (por ejemplo, la esterilizacién foreada de los individuos “anormales") fueron aplicados a lo largo de todo el siglo XX tanto en las socialdemocracias nérdicas como en numerosos estados de Estados Unidos (entre ellos, California). Como han obser vad los teéricos de la Escuela de Frincfort (Adorno contradiccoria 13 Eienne Baibar y Horkheimer) 0 criticos de la modernidad como Zygmunt Bauman, esta tendencia nihilista o radical- ‘mente antihumanista no ¢s an exterior a humanismo ‘modcrno como para que no pueda conformar su otra cara (0 su otra escena), normalmente més 0 menos suprimida, Debajo de la esfera politica siempre hay también una esfera impolitica (Esposito, 1993). Esto nos lleva a sugerir que puede haber una ten- dencia a la superposicién de los modelos de exclusion que se justifican en términos idealistas, apelando a una definicin del hombre que lo predestina a a ciu- dadania, y delos modelos que se justiican en té:minos materialistas y positvistas, identificando caracteristicas fisioldgicas o psicolbgicas que marcarian la inferioridad de las capacidades de deserminados humanos (segtin la época de que se trate: mujeres, trabajadores mantles, anormales, extranjeros y colonizados o inmigrantes). En la sieuacién actual, que somete la representacién, clisica de la ciudadanfa nacional a violentas tensiones, ciertas situaciones de exclusién ilustran el modelo del “estado de excepcién normalizado” teorizado por Gior- gio Agamben a partir de Schmite (Agamben, 2003), pero otras remiten simplemente a una imposibilidad ccuasi trascendental de representar la comunidad (0 lo comin), ya sea en términos de interés, ya sea en re Ciudadania términos de derechos y de obligaciones recfprocas (Nancy, 1983). Todo la cuestidn radica en saber si los actores co- lectivos de la globalizacién, que podrfamos describir como “ciudadanos por venis” del espacio cosmopoli- tico, buscardn mayoritariamente hacerla evolucionar hacia un modelo de “gobernanza” transnacional de las discriminaciones y de las exclusiones 0, por el con- «ratio, hacia un nuevo universalismo tan “igualitario” como sea posible. Es por esto que cuestiones concre- tas como el derecho a la circulacién y a la residencia (que va més alld de la *hospitalidad” individual de Ja cual Kant hacia el contenido principal del cosmo- policismo) revisten un alcance determinante para la evolucién de la nocién misma de “ciudadano”. O bien esos derechos esencialmente transnacionales son reconocidos no s6lo como “derechos del hombre” (lo que ya hace, con algunas salvedades, la Declaracién Universal de los Derechos Humanos de 1948), sino como componentes de la ciudadania politica; o bien Ja “gobernanza posnacional se traduce en tna segre- gacién y una represién incrementada de los némades y de las poblaciones de la didspora. Eso significaria que la soberania de los Estados se concentra en su funcién propiamente policial de control de las fronte- Bs ras y de los desplazamientos de poblaciones, y les deja, eventualmente a los organismos internacionales y a las ONG el cuidado de la administracin del enorme problema “humanitario” que constituye la creciente ‘masa de “no ciudadanos” que no son, en cuanto tales, ni de aqui ni de otro lugar. Desembocariamos ast en ‘una forma particularmente violenta, y probablemense inestable, de transformacién de la universalidad inten- siva en universalidad extensiva, en la cual se construye una “ciudadanfa posnacional” fundada en las redes de comunicacién y de comercio globalizadas (como propone en especial Saskia Sassen), pero al precio de tuna generalizacién simétrica de la regla de exclusién, 6. La aporia de una democracia contflictiva Desde el momento en que volvemos a cuestionar la idea de una ciudadania basada en el consenso, 0 que busca una forma superior de consenso comunitario, esto supone reflexionar acerca de las relaciones que Ja democracia mantiene con la lucha o el conflicto, Es muy posible que la nocién de una “democracia conflictiva”siga siendo ineluctablemente aporética, al menos si se la considera s6lo desde un punto de vista institucional, Pero eso significaria, precisamente, que esta hace posible un examen critico del papel de las insticuciones en politica, La principal fuente de reflexién y de discusién sobte este tema en los iltimos aitos es la relectura, a partir de la obra fundadora de John Greville Agard Pocock (1975), de los anilisis que, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo le dedica al fortalecimiento de la forma republicana a través de un proceso de desarrollo y de representacién del conflicto social en las instituciones romanas de la a7 Exinne Balibar época republicana. Cuando, al término de sucesivas revueltas contra los patticios y el orden establecido, Jos “pobres” o el “pequetio pueblo” ven obmo se les concede una representacién especifica en el seno del Estado, que les permite bloquear de una manera mis ‘© menos completa a politicos contrarios a sus inte- reses, siguiendo el modelo del tribunal de la plebe,, surge un nuevo tipo de constitucién material, que ya no es asimilable a la “consticucién mixta” de los teéricos antiguos. En un sentido, es exactamente lo contrario. Buscando interpretar el tipo de Estado que se organiza a mediados del siglo XX en los paises europeos (en particular en Francia ¢ Italia), donde la ciudadania social es impuesta por la presién de pat- tidos comunistas oficialmente revolucionarios pero que en la prictica luchan por imponer reformas, el polit6logo francés Georges Lavau empleé precisamen- te la expresi6n “funcién wibunicia”, que se ha vuelto clisica en ciencias politicas. El ejercicio del poder tibunicio moderno contribuye, a fin de cuentas, a Ia estabilizaci6n del Estado-nacidn, pero a través de tuna forma especifica de organizacién de las luchas de clases. No hace falta apresurarse a deseribirla como tuna traicién 0 como un doble juego. Antes, es nece- sario analizarla como un ejemplo caracteristico de los 138 Cindadania “efectos no intencionales” de la prictica politica. Sin la perspectiva utépica revolucionaria (0 su equivalente parcial en los paises de socialdemocracia, que puede llamarse el “espiritu de escisién’), las luchas de clases no son lo suficientemente masivas ni duraderas como para forzar a la burguesia a un arreglo, y sobre todo la esfera puiblica no se convierte en el lugar de un ver- dadero conflicto. El arreglo, més 0 menos ventajoso para una de las partes, es un resultado aleatotio, no un objetivo deliberado. No supone la convergencia de los intereses. En realidad, esta idea maquiaveliana es retomada periédicamente por la filosofia politica, unas veces para describir la esencia de las fases de sransicién, 0 de inestabilidad, entre regimencs y “dominaciones” heterogéneas; otras, para intentar comprender lo que hace que la “democracia” no sea un “régimen” como Jos otros, tanto desde el punto de vista de sus criticos como de sus defensores. AAsi pues abarca algunos de los dilemas més profundos inherentes a la idea de tuna “constitucién de ciudadania” o de una “forma républicana” de la politica, 139 Exienne Bali 6.1. Violencia y contraviolencia Es conveniente en primer lugar sefalar aqui, como continuacién del capfculo anterior, que existe una rela- cién compleja entre las ideas de exclusién y de conflict ‘Muchas formas de exclusién son inmediata 0 poten- cialmente conflctivas, en la medida en que generan resistencias, reivindicaciones de igualdad y politicas de represién. Pero, por otto lado, la exclusién de laesfera politica, donde se decide la legitimidad de las acciones colectivas, es una manera muy eficaz de neutralizar el conflicto, 0 de reprimir aquellas de sus formas que ‘yuelven a cuestionar la discribucién del poder y su utilizacién. De manera provisional al menos (pero esta provisionalidad puede durar mucho tiempo), la exclusién reduce a la impotencia a los que desafian a quienes detentan el poder. Es particularmente obvio cuando procedimientos de segregacién o de apartheid, de descalficacién y de vigilancia se combinan para limitar la participacién politica a los miembros de una “élite” o de una “comunidad dominante”, sea a scala nacional, sea en un marco imperial o transna- cional. Lo que la antropéloga Philomena Essed llama la “preferencia por lo idéntico” (preference for same- nes), a menudo ligada al nacionalismo y al racismo 0 Ciudad: poscolonial, funciona en la prictica en el mismo sentido. Entonces, no se trata tan sélo de apartar de la patticipacién politica “casos” o “sujetos” individuales, sino de ejercer una contraviolencia preventiva y, como consecuencia, impedir que el conflicto social (0 cul- tural) ascienda hasta la forma politica propiamente dicha, mantenigndolo al nivel de lo que Gramsci denominaba la modalidad “corporativa”. Aesta altura se esbozan cuestiones tan complejas como importantes, en especial: 1) lacuestién de saber obmo se establece la relacién centre el confictoy a violencia, en la teary también ex Iahistoria. La misma represin preventiva del conflicto ‘no sélo es la mayoria de las veces en extremo violenta, es decir que supone la utilizaciin disimétrica de todos los instrumentos (policales, juridicos, ideolégicos) de la potencia institucional; esta implica también (de ‘manera ms ariesgada) la manipulacin de la violencia que no puede ser enceramente prevenida, y que se expone por consiguiente a la punicidn legitima (como se advierte en la mayor parte de los recientes ejemplos de violencia urbana); 2) la cuestién de saber cémo se puede pensar y or- ¢ganizarla exclusin en won espacio sin fronteras, que no tendria exterior 0, mejor, que seria pura exterioridad, “1 Eienne Balibar Ciudadanta como es el caso del espacio planctario cn Ia era de la lobalizacién del mercado, donde los Estados tienden, cada vez més, a ponerse al servicio de la circulacién de las mercaderias y de los intereses financieros, Qui- zs es justamente en estas condiciones en las que la exclusion interior debe volver a convertitse en una pro- duccién de “hombres descartables” (Ogilvie, 2012) 0 de “no personas” (Dal Lago, 1999) que son expuestas sin cesar a fa eliminacién en una o en otra forma. En todos los casos, ya se trate de manipulacién de la violencia de los excluidos o de su eliminacién a través de un proceso de despersonalizacién, es la posibilidad misma de la accién politica la que es neutralizada 0 desteuida, al pasar del nivel colectivo al nivel indivi- dual. Es por este motivo que semejantes situaciones pero también revelan, por contraste, que la esencia de la democracia es maximizar la capacidad de accién politica para los ciudadanos. “Ciudadanta activa” es la expresién tautolégica que designa esta capacidad Con el telin de fondo de esta condicién negativa, podemos examinar entonces la tes aporfas inherentes ala idea de una democracia conflictiva: 1) la aporia de la relacion entre confictoy legtimidad de la instiuciéns 2) la aporia de los diferentes tipos de confictes politicos constituyen un limite extremo de la democraci irl susceptibles de cumplir una funcién “consticuyente”, segtin se presenten como simétricos o disimécricos en términos de poder y de intereses; 3) la aporfa de las formas histéricas de regulacién o de neutralizacién del conflicto, y de la relacién que estas entablan con las figuras antitéticas de la “servidumbre voluntaria’ y de la “desobediencia civil”. 62. Liberalismo, pluralismo y representacién del conflcta Atin si su andlisis debe quedar incomplero, es ne- cesatio comenzar volviendo a la cuestién de principio que subyace a la aporia de una institucionalizacién del conflicto, porque posee la clave de las razones que hacen que en un sentido la democracia ~si, para hhablar con propiedad, se trata de un régimen- deba presentarse como un régimen “imposible”, pero tam- bign parad6jicamente como un régimen que no puede ser eliminado. Sin duda, podrlamos plantear que la democracia, en general, es el “regimen” que hace que el conflicto sea legitimo, si bien con motivaciones y en agrados muy desiguales. Como es evidente, todo de- pende de las formas, de las causas, de las modalidades 18 Erienne Balibar del conflicto, y de los medios que pueden ser emplea- dos para limitarlo o suspenderlo. Entoces estamos tentados a decir que, sila democracia puede llegar a ser , es en la medida en que consigue legitimar el conflicto dentro de ciertos Kites, a fin de evitar que este conduzca ala aurodestruccién de la comunidad, por medio de a figura privilegiada, real © metaférica, de la “guerra civil”. La antitesis entre Ja polis y la stdss se vuelve aqui el modelo recurrente. Pero a su vex esta proposicidn es susceptible de considerables variaciones en su realizacién, cuya importancia teérica no se nos deberia escapar. Esas variaciones no se refieren sélo a la amplitud de po- sibilidades abiertas al conflicto, sino sobre todo a la finalidad de su regulacién, segiin se trate de favorecer su expresién como realidad consticutiva de la vida democritica 0, por el contrario, de comprimila tanto como sea necesario para llegar a la imposicién de una regla (en particular de una regla de derecho) y a la manifestacién de una autoridad. En otros términos, la democracia se nos presenta como esa maquina ins- titucional que transforma los conflictos sin abolirlos lisa y Hlanamente, haciéndolos pasar de una funcién descructiva a una funcién constructiva, 0 incluso de una forma salvaje a una forma “civilizada” o “civil” Mi Giudadania que puede ser controlada desde dentro 0 desde fuera (cl conflito civile de Maquiavelo, en oposici6n a la “guerra civil”) (Gaille-Nikodimoy, 2004) Obsérvese que estas dos formulaciones no abar~ can cxactamente el mismo concepto: la primera es légicamente més “fuerte”, porque hace pensar en un conflicto referido a intereses 0 a ideologias que puede ser configurado como una contribucién a la cexistencia de la democracia, del que esta es en suma el momento propiamente “politico”; mientras que la segunda es més “débil”, porque adhiere a la idea ne- gativa de que las reglas democriticas (por oposicién a Jas reglas autoritaras, 0 totalitarias) se adaptan mejor ala “moderacién’” de las luchas sociales a largo plazo (lo que tiene todas las chances de representar I6gica y policicamente un cireulo: si se comprueba que las “luchas democriticas” son justamente aquellas que se prestan a una moderacién insticucional, en ocras palabras, que ya han neutralizado sus propios “exce- 0s"). Es aqui, evidentemente, donde se vuelve crucial discinguir entre varios tipos de conflicos (como hacen historiadores y socidlogos como Charles Tilly o Ralf Dahrendorf, 0 filésofos como Chantal Mouffe, sin olvidar los anilisis fundadores de Georges Simmel), no s6lo en razén de su cardcter mas o menos violento, us Eienne Balibar sino en razén del tipo de “fuerzas” y de “actores” co- lectivos que estos introducen en politica. En este punto es esencial recordar que semejante nocién ya sea “débil”, ya sea incluso “fuerte”— del conflicto no es de ningsin modo extrafia ala tradicién liberal. Por el contratio, esta tltima desarrolla en su ptopio seno una multiplicidad de interpretacio- nes sobre el conficto. En cuanto doctrina politica, como sefialé en particular Raymond Aron (1965), el liberalismo se caracteriza por su insistencia en la importancia del pluralismo en politica. Ahora bien, para que el pluralismo no sea un concepto vacio, falto de realidad, es dificil pensarlo independiente- mente de cierto grado de antagonismo 0, mejor, de aagonismo, bien sea en la forma de una competencia entre ideologiasrivales, o en la forma de un conficto de intereses sociales. Este principio no se confunde con el de la representacién, pero no es exclusivo de ella, Histéricamente la insistencia en el pluralismo ha cstado ligada a las figuras ancitéticas del despotismo (aun cl “ilustrado”), del absolutismo, del totalitaris- ‘mo, a las cuales, en la realidad o en la imaginacién, incluso en el mito, el liberalismo pone fin. As puede comprendetse por qué este bascula entre la idea “optimista’ segtin la cual el pluralismo comporta un 6 Giudadania valor positivo, o una virtud expansiva, que hace del conflicto (en especial del conflicto de opiniones) el medio para crear la libertad politica; y la idea “pesi- mista” segiin la cual el pluralismo es aquello que debe protegerse permanentemente contra los peligros que Jo amenazan desde el interior 0 el exterior (en lo esen- cial, s est la visibn de Karl Popper) (Popper, 1945). Aqui seria fundamental mostrar cémo, desde Spinoza hasta Rawls o Habermas, el discurso politico liberal dde cierta manera no ha dejado de restringir el alcance y-el campo de los contflictos susceptibles de encrar en cl “juego” del pluralismo y de su propio agonismo, antes de que este sea reabierto de una forma mucho ‘mis incierta por la irrupci6n de las cuestiones del multiculeuralismo (Kymlicka, 1995). En el Tiatado teoligico-politico de 1670, Spinoza habia propuesto una estrategia democrdtica que pre- supone que todas las convicciones religiosas pueden ser concebidas como tantos métodos de los que se sirven los individuos pata disponerse ellos mismos a la “obediencia’, es deci, al reconocimiento de la pi macia de los intereses comunes, tal como los enun la reptiblica, por sobre as “ambiciones” particulares 0 privadas. Se trata ciertamente de una regia limitativa, peto que no prescribe nada relacivo a la naturaleza de “7 Eicnne Balibar las ideologias que combacen unas contra otras, y de los intereses que ellas expresan (en esto la concepcién de Spinoza se distingue con claridad de la idea de tolerancia defendida por Locke en la misma época) En Rawls (1993) se lee la idea de que la comunidad de ciudadanos supone un “consenso por superpo- i6n” (overlapping consensus), que establece teglas para la moderacién de los conflictos resultantes de fa oposicién entre “concepciones sustanciales” del bien. Dicho de otro modo, cortientes de opinién, laicas o religiosas, que no se conforman con buscar el bien o la virtud siguiendo criteris formales, como la “posibilidad de transformar una méxima personal en Jey universal de la humanidad’, a la manera de Kant, sino que quieren darle un contenido determinado, en particular un modo de vida “bueno” o “justo”. Para Rawls, este consenso es el equivalente moral de una cierta idea de la racionalidad o de la justicia como cestablecimiento de una racionalidad colectiva; pero a su vez tiene necesidad de ser garantizado o reprodu- ido, lo que le cortesponde a la ley y, sobre todo, a la educacién. Finalmente, en Habermas encontramos una descripcién del pluralismo que también tiene un valor normativo: el pluralismo tiene como condicién de posibilidad el hecho de que los “partidos” del us indad: conflicto social ¢ ideol6gico acepten todos someterse a las reglas de la argumnentacién politica, ya que es esta argumentacién en un espacio piiblico la que permite pasar de un antagonismo irreductible, que desemboca en la descalificacién de una de las posiciones presentes, (y eventualmente en la eliminacién de aquellos que la deficnden), a un régimen de debate o de comunica- cién, cuyo ideal ético es el consenso de todos los ciu- dadanos acerca dela legitimidad de tal o cual politica (eventualmente a precio de acuerdos de concesiones mutuas consentidos por tal 0 cual partido) En Rawls como en Habermas, quizds incluso ya cen Spinoza, que son todos racionalistas a pesar de la distancia que separa sus concepciones de la “razén”, encontramos el presupuesto implicito de que el con- senso (0 al menos su posibilidad siempre preservada) debe concluir por prevalecer sobre la expresién de la contradiccién, o debe eransformar, “superar” esta cexpresién, De aqui la formulacién tipica de la que se sirve Spinoza en el Tratado politico (II, $2): en una repiiblica libre, el poder pertenece en tiltima instancia una “multitud libre” que acti “como si ella fuera conducida por una Ginica alma”. El “como si” (veluti) és sin duda alguna fundamental: marca la distancia entte una “unanimidad” impuesta o imaginada sin M9 fxicnne Babar conflicto y una “comunidad” resultance de la regula- cién del conflicto “bajo la conduccién de la razén”. Peto la consecuencia es el retomno indefinido de una aporia propia del liberalismo: en el punto critico, cuando el confiicto excede las formas de expresién puramente simbdlicas, las convenciones del “debate” colectivo, los canales institucionales existentes pata la representacién de los incereses contradictorios, por ende las posibilidades de gobierno y de obediencia, la “racionalidad” politica ya no es sostenible, y se regresa a la alrernativa de la neutralizacién del con- fiicto 0 su represién. Un conflicto que amenaza el ‘orden constitucional, por muy flexible y abierto que se presente a si mismo, ya no depende de las “reglas del juego” pluralista: es entonces incompatible con 4 liberalismo. Esta contradiccién es independiente de la cuestién de saber si el origen del con! en relaciones de clase, en antagonismos rel diferencias “culturales’ o de “raza”, 0 en una combi- nacién sobredeterminada de estos factores, como en sgencral sucede. Pero, inversamente, zpuede decitse ue un conflicto “canalizado” por medio de reglas que le imponen contribuir a un consenso, o traducitse en intercambio de argumencos, ¢s todavia un conflicto real,y no una fccién juridica? El conflicto limitado, 0 150 Ciudadania incluso autolimitado, :no excluye de antemano todo Jo que, en una sociedad dada, corresponde a verda- deros desafios politicos: las luchas de liberacién, las reivindicaciones emancipadoras, las revuelras contra la injusticia 0 la desigualdad, esto es, las transforma- ciones histéricamente significativas? Una discusién de esta clase, sin embargo, debe ser precisada, ya que parece desatender demasiado la diferencia enttelo “social” y lo “politico”. Ahora bien, en realidad en la época moderna esta siempre se halla involuerada en los diversos modelos de institucién del conflict. El liberalismo, que desde este punto de vista aparece como una forma extrema, sugiete que los elementos de conflictividad ~ya se trate de intereses 0 sobre todo de opiniones~ provienen de la “sociedad Bs decir, que se enraizan en las actividades sociales de los individuos, y que precisameente es nece- sario “expresarlos” o “tepresentarlos” en el lenguaje y en las formas de la “sociedad politica” para autorizar su resolucién, en otras palabras, hacer compatibles tendencias en un inicio incompatibles. La funcién principal del Estado serfa justamente velar por esta transformacién. Pero, una vez més, puede objetarse que “actores” colectivos comprometidos en un conflic- {0 son histéricamente decisivos cuando han reducido si Erienne Baibar al minimo la distancia entre sus intereses sociales y sus objetivos politicos (0 cuando han encontrado una expresién politica directa para sus intereses sociales), y no dan por descontado que el Estado existente cumplird una funcién de drbiero entre las opiniones 0 los intereses sociales antagonistas. Toda vez que el antagonismo “politiza lo social” y, a la inversa, como cssin lugar a duda el caso en las luchas de clases, el ES- tado deja de ser imparcal, surge como parte interesada en el conflicto, 0 por lo menos predispuesto a ciertas soluciones antes que a otras (precisamente aquellas soluciones que preservan su forma, sus instituciones): forma parte, pues, de la correlacién de fuerzas, Para decirlo de modo més explicito: los actores hist6ricos son aquellos que cambian la relacion de lo social con lo politico, imponen el reconocimiento de intereses y de necesidades no sélo como “intereses particulares”, sino como intereses genenales dela sociedad, potencial- mente universalizables, y de ese modo transforman los procedimientos de establecimiento del consenso, los critetios de racionalidad politica, es decir, la funcién misma del Estado, La aparicién de la ciudadania social al final de una larga fase hist6rica de luchas de clases, y de enfrentamientos enere el movimiento obrero y el Estado “burgués (0 incluso “liberal”), es un ejemplo 132 Ciudadania privilegiado de este proceso, Un confliero que puede llamarse “real” 0 “efectivo” nunca se conforma con respetar las reglas establecidas, puesto que su objeto ¢s precisamente la constitucién y el contenido mismo del pluralismo 6.3. Democracia como dominacién ilegltima y phralismo agonitico Enconces es necesario admitir que todo conflicto politico efectivo conlleva un elemento de ilegitimidad. Y sila democraciay el conflcto mantienen un vinculo constitutivo, es indispensable decir que la democracia és, en un sentido bien delimitado, un “régimen de poder ilegftimo” (lo que es otro modo de decir que esta no sc trata de un “régimen” cn el mismo sentido que otros), Esa era precisamente la tess esbozada por Max Weber en diferentes pasajes de su obra péstuma, inconclusa, Economia y sociedad (que de hecho es un tratado general de antropologia y de teor‘a practica). Por un lado Weber define formalmente la “le- gitimidad” (Geltung) de una dominacién 0 de un poder sea cual fuere como la probabilidad (Chance) de hacerse obedecer, 0 de ver que sus “érdenes" son 133 Erinn Babar ejecutadas o su “autoridad”, respetada (lo que vale, en particulas, para la autoridad de la fy). Esca definicién ya cs en su esencia conflictiva o agonistica, puesto {que sugiere que lalegitimidad resulta de un equilibrio inestable entre tendencias ala obediencia y tendencias a la desobediencia (0, si se la considera en toda st. extensién, conlleva una proporcién determinada de casos de obediencia y de desobediencia). Para que la palabra tenga un sentido, evidentemente es necesario que los primeros prevalezcan (0 que sean “normales”) y que los segundos sean residuales (o excepcionales), Pero lo propio de una relacién de este tipo es que en determinadas circuristancias puede verse invertida, cuando la excepcién se convierte en la regla. Es por este motivo que semejante definicién se inscribe en uuna tradicién “realista” 0 “pragmtica’, en la que también figuran pensadores como Spinoza (cuya otra cara aqut descubrimos, y para quien la obediencia ¢s un objetivo pragmético del Estado indiferente a los motives que la originan en los sujetos, lo que también ¢s, sefialémoslo, una manera de ampliar el campo de la libertad de conciencia), 0 mas préximos a noso- tros como Foucault, para quien todo “poder” es una relacién inestable con los “contrapoderes” 0 con las “tesistencias’, de las que se sirve para reforzarse, pero 34 Ciudadania que pueden también, en ciertas circunstancias, pre~ valecer sobre él y engendrar otra figura institucional. Pero eso no es todo, ya que Weber ~como es sabi- do- inscribe esta definicién formal en una tipologta histérica de las formas de dominacién que es asi- ‘mismo una problematica de la modernizacién de las sociedades politicas. Sefalaremos a este respecto la im- portancia del modo de dominacién que Weber llama “burocritico”, no s6lo porque lo asocia al desarrollo del derecho y de la economfa capitalista (que genera- liza el “célculo racional” de costos y de beneficios de las acciones individuales 0 colectivas), sino porque su presupuesto es ipicamente la “ignorancia del pueblo”, ‘que—la mayoria de las veces sin ser consciente de ello~ delega a los expertos su capacidad de apreciacién de la realidad (sin perjuicio de rebelars, legado cl caso, contra las consecuencias de sus decisiones). Ain si, como recordamos antes, este abismo esté compensado por sistemas de educacién y de reclutamiento “meri- tocritico” de los expertos, o incluso por la publicidad de sus deliberaciones (raramente completa en nucstras democracias burguesas y cada vez mas reducida en el marco de la “gobernanza” globalizada), debe subsistir un elemento de contradiccién entre el sentido “igua- litario" de la idea de democracia,y las caracteristicas 13s fenne Balibar “oligiquicas” del conocimiento especializado.* Esco permite al mismo tiempo comprender que los ciuda- anos se someten “normalmente” a la burocracia del Estado, y que en situaciones de criss, de desconfianza popular y de deslegitimacién de los poderes estable- cidos, esos mismos ciudadanos recrean el conflicto rechazando de manera “irracional” el conocimienco especializado que pretende encarnar la racionalidad. Sobre todo, es preciso agregar a las nociones prece- cdentes la descripcién en parte historia, en parce alego- ‘ica de una democracia entenc como “dominacién ilegitima” del pueblo (o de la masa del pueblo) que propone Weber en su interpretacién de la historia de las ciudades- Estados, desde las ciudades antiguas (en Gre- cia y en Roma) hasta las ciudades italianas de la Edad ‘Media y del Renacimiento. Esta descripcién se basa im- plicitamente en la interpretacién que Maquiavelo habia propuesto en Discurss sobre la primera década de Tito Livi acerca del lugar y de ls acciones de la “plebe" o del ‘popolo minuto: ala vez amenaza real para el monopolio del poder politico en las manos de la oligarquia 0 de Jos “patricios” (una amenaza que se transforma llegado cl caso en verdaderas insurrecciones), y positivamente construccién de un contrapoder que le pone coro a la EL autor ws la palabra experi (N. de) 156 Ciudadania tiranfa de una minoria. En efecto, para Maquiavelo, el pueblo “menudo” no busca ejercer el poder por si mis- mo, sino sélo “no ser dominado” u oprimido. Desde el punto de vista de Weber, esta historia iusera a contrario sensi las implicaciones de su concepto de legitimidad: tuna dominacién que, en cuanto ta, no puede excluir la desobediencia (o cuyas leyes tienen tantas chances de ser obedecidas como desafiadas, discutidas, transfor- madas) ¢s por definicién “ilegitima’. Lo que equivale, de manera riesgosa, a introducir en la idea misma de democracia un elemento de ciudadania “anérquica” que seria, sin embargo, la condicién de posibilidad de su institucién, Tal elemento es evidentemente lo que el consticucionalismo liberal intenta siempre excluir © ignorar: la manifestacién periédica o permanente, abierta o latente, de una conflictividad que no se reduce a las reglas de la representacién o de la comu- nicacién, que permanece en exceso en relacién a todo consenso, 0 empuja el agonismo mas alli de los limites de un pluralismo “coherent”. Pero ese exceso que no «s controlabie a priori serfa no obstante la condicién dé la instieucién de la democracia porque les permite a Jos conflicts reals entrar en un ciclo de legitimaci6n y de deslegitimacién del poder. Se advierte que se trata de una formulacién notablemente realist, pero tam- 137 Erienne Baibar bién muy ambivalente: en Weber, cuya antropologia politica esté por otro lado Fundada en la idea de una lucha (0 “guerra”) permanente entre los “valores”, esta uraduce a la ver una admiracién por las revoluciones © las insurrecciones, y una puesta en guardia contra los peligros de desestabilizacién del Estado inherentes a la democratizacién radical que libera las Fuerzas antagénicas. Sabemos que lo que aqui le preocupaba a Weber no sélo era la historia antigua, sino la cti- sis politica contemporinea a la guerra europea y a Jas revoluciones socialistas. Reeacontramos la idea propuesta por Chantal Mout: la democracia es una forma paradéjica de la politica, porque un “agonismo” ppuro es dealguna manera imposible, o insostenible. Lo que de forma desesperada el agonismo busca inscribir cen la ciudadania misma no es una complementariedad del conflict (o de la lucha) y de la institucién (o del orden), sino més bien una inmanencia de cade térmsino en el otro, que obliga a cada uno a definizse por su contratio: todo conflicto puede ser subsumido en una insticucién, pero toda institucién es el lugar potencial de una insurréccién por venir. Es aqui que Mouffe se refiere a Schmitt y a su “con cepto del politico” basado en a dstincién permanence entre amigo y enemigo. Pero en realidad esti mas cerca 158 Ciudadania de Weber y, como consecuencia de ello, de Foucault, cuando este en “Defender la sociedad” (1997a) sugiere regresar a la famosa fSrmula de Carl von Clausewitz (‘la guerra es la continuacién de la politica por otros medios”) y ver en la politica la “continuacién de la guerra por otros medios’. El criterio schmittiano es un ctiterio de politizacién de las actividades humanas, que en principio puede aplicarse a todos los émbitos (incluidos los de la rligién o del arte). Schmite parte del antagonismo para establecer una linea de demarcacién entre “campos”, de tal suerte que, para cada uno de ellos, la solidaridad o el efecto de comunidad interna sean méximos, mientras que, entre ellos, la hos 6 la incompatibilidad son igualmente maximizadas. Por supuesto, esta concepcién del conflicto (basada en una comparacién entre las luchas de clases y el nacionalismo) tiene también un significado institucio- nal. Postula que la funcién del Estado es internalicar todas las solidaridades (en la forma privilegiada de un “pueblo homogéneo”, que el fascismo buscar4 incluso “crear”) y externalizar todas las formas de hostilidad, lo ‘que en primer lugar implica subordinar todo conflicto al imperativo de la unidad nacional, y luego insticuir cada vez que sea necesario un “estado de excepcién” por medio del cual los “enemigos internos” pueden ser 159 rien Baibar identificados,eliminados o al menos reconducidos por la fuerza al interior de la unanimidad. Entonces, el cti- terio schmittiano comienza por afirmar un primado o una autonom(a de lo politico que pone el conflicto por sobre el Estado y su poder separado, pero en seguida se invierte en su contrario, para hacer del Escado el accor soberano encargado de distribuir la “guerra” o la hos- tilidad entre sus dos teatros correlativos: el de la guerra interna y el de la guerra externa, En esta inversiOn, que puede asumir la forma de un proceso infinio si se ‘comprueba que la frontera entre el interior y el exterior no es definible de una vez y para siempre, el pluralismo como tales evidentemente inballable. Moutfe desearia cevitar esta consecuencia, por tal r26n busca definir un uso “atemperado” de Schmitt, donde la idea de ago- nismo sirve para rectficar una concepcién liberal de la policica como reino de la argumentacién y de la norma juridica sin verdadera aternativa politica, mientras pone a distancia el momento “decisionista’ cuando el Estado se apropia del conflco, para definir su desenlace en el sentido de un cierto “orden” politico conservador 0 contrarrevolucionatio. En Foucaule las cosas son més complicadas. En la década de 1970, el fildsofo francés partié de una pre- sentacién puramente “agonistica” que aplicaba la idea 160 Ciudadania de la politica como metamorfosis de la guerra a toda suerte de esferas de poder (o de “poder-saber”), asimis- ‘mo estructuradas por el enfientamiento entre el poder y las resistencias, las legalidades y las ilegalidades, las instancias de autoridad y de transgresién, y sin remitir a ningiin ‘poder arbieral” Glkimo, Pero sin dudas no por casualidad, a continuacién evolucioné hacia una problemavica més general de la “gubernamentalidad” significativamente, esta se ejerce al mismo tiempo a nivel del individuo y a nivel colectivo de un “social” que incluye al Estado, pero que jamés puede ser absorbido en su monopolio de poder. En esta nueva concepcién, parece que la conflictividad “pura” ya no tiene lugar. Eso corresponde también a la idea de que la forma por la cual identificamos un elemento de confiicto constitutivo de la politica es siempre indivee- 1a; a través del andlisis de la transformacién de las relaciones de poder por las resistencias que ellas indu- cen, y que son necesarias para su constitucién misma, que identificamos lo que Foucault (1975) llamé “el estruendo de batalla” Esa es ciertamente la esencia de su: posicién: el conflicto es irreductible, pero nunca es “puro” o “absolute”, fuera de toda regla o de todo “juego”. Y ni siquiera queda dentro de los limites de un agén. Es por esto que los sujetos al igual que las 161 Eienme Balibar Chudadania sociedades oscilan entre momentos de pluralismo, © de reconocimiento de las diferencias, y momentos de normalizacién, que imponen modelos de conducta homogéneos, coercitivos. 6.4. Institucién y conflicto como relacién disimésrica Entonces nuestra discusidn no nos permite salir de Ia aporfa. Pero conlleva un resultado filosdficamente selevante: no hemos descubierto ninguna posibilidad milagrosa de identificar la institucién y el conflicco, © de conducir uno de'los términos bajo el imperio del otzo sin privarlo, de hecho, de su contenido. Es ncesario pues que permanezcamos en la idea de una “democracia conflictiva’ que es como un horizonte que retrocede sin cesar ante su propia determinacién. Pero esto conlleva tambien lecciones positivas: 1) El exquema politico-metafisico de la “subsun- ién” de una materia en una forma politica (todavia utilizado por Maquiavelo) es inoperante. El tinico esquema que podiamos usar es el de la unidad de los contrarias, del equilibrio aleatorio, que oscila entre los dos polos abstracts de una ciudadania sin con- flicto civil, y de un conflicto sin insticucién (lo que 162 conforma, en todas las épocas, el contenido de los mesianismos revolucionarios 0 apocalipticos) 2) La discusién acerca de esta interminable osci- Jacién que resulta de fa unidad de los contrarios nos lleva a reformular y a comprender mejor el significado de is polariadesinherentes al concepto de lo politic in- surreccién y consticucién, poder constituyence y poder constituido, luchas sociales espontineas y luchas sociales organizadas, etcétera. Ninguna de estas formulaciones se superpone exactamente a las otras, en particular porque provienen de historias filoséficas distintas (la tradicién revolucionaria, las antinomias de la cons- truccién estatal que quiere encarnar la “soberania del pueblo”, las vicisitudes de las “revueltas antiautori- tarias", entre otras). Eso no impide que tengan en comtin un vinculo caracteristico entre lo posible y lo real (0, como diria Hegel, lo efecto). En. todos los casos, pasar de lo posible a lo real es también pasar de una ciudadanfa “dispersa” a una ciudadanfa “in- censificada” 0 “activada’, mansformar las modalidades del conflcto, pata darle una forma politica o hacer de éLuna “formacién social” histérica. Es en este sentido que cl conflicto cs constitutive de 1a politica: no existe una forma ziniea o incluso tfpica de conflictividad social y de su expresin politica. Por esta 163 Brienne Balibar razén los modelos propuestos por Maquiavelo (basado en la idea de "poder tribunicio” del pueblo “menudo”, 0 de los gobernados), por Hegel (basado en la idea de una “lucha por el reconocimiento”, de la que hoy se hace derivar toda una problematica de la justicia), por ‘Marx (basado en la idea de la lucha de clases como principio de subversién del orden estatal por el anta- gonismo social), por Weber (basado en la idea de una “dominacidn ilegtima” que subyace a las dominaciones, legitimas), por Foucault (hasado en la idea de una re- sistencia inherente al poder, cuyas potencialidades de autonomfa a su vez es necesario “gobernar”), ¢ incluso por Schmitt (basado er la idea de un efecto boomerang dela distincién amigo/enemigo contra la constitucién. misma dela comunidad politica), tienen todos algo que pproponer para pensar esta transformavin incexante, que leimpide alo politico encontrar una forma definitiva, La imposibilidad de la institucién del conflicto como “soluci6n’ del problema de la ciudadania democrética no impide, al contrario, que la historia de la ciuda- danfa no esté hecha del conflicto de las instituciones, cl cual evoluciona de una regulacién a otra, ya sea de manera progresiva (ampliando la iguallibertad), ya sea de manera regresiva (reduciendo o eliminando sus posibilidades, por ende la ciudadanfa misma). 166 Ciudadania Alo anterior podemos agregar que todas estas figu- ras experimentadas por los filésofos tienen en comin, que inscriben en el conflicto sobre el cual teorizan una disimetria esencial: no hay conflicto politico “igual”, sobre todo el confficto por la igualdad. La simetrfa, podria decirse, sea esta la de los “adversarios’, 0 la de las instancias del espacio politico (la sociedad, el Estado), contiene en s{ misma un peligro mortal de neucralizacién de la politica y de la ciudadania “activa” misma. Esto se ha visto con claridad en la historia del socialismo contemporinco, que comienza con el esfuerzo del movimiento obrero (y de la clase obsera misma) por salir de su posicién “subalterna” y superar Ja exclusion (se trate de la exclusién de los derechos sociales elementales o de la representacién politica), para acabar en la simetrfa del combate “clase contra clase”, y sobre todo entre los “Estados burgueses” y los “Estados proletarios”, constituidos en “campos” simétricos a escala internacional. Una buena parte del interés que algunos teéricos contemporineos muestran por Maquiavelo cuando reivindican la “democracia radical” proviene evidentemente de los instrumentos conceptuales y simbilicos que él provee para pensar un “devenir democritico” en el cual la simetria es diferida de forma indefinida. 165 Erne Balibar Ahora nos interesaremos, por medio de una dis- cusién de la tesis de Wendy Brown sobre la “desde- mocratizacién” opcrada por cl ncoliberalismo, en la renovada dificultad que en la actualidad experimenta la ciudadania para mantener abierta esta dialéctica encte [a insticucién y el conflict. 7. Neoliberalismo y desdemocratizacién En primer lugar, recordatemos la tesis de Wendy Brown (2005) que sostiene que entre el liberalismo y el neoliberalismo existe una diferencia esencial. La autonomia relativa de las esferas econémica y politi- insalvable para el liberalismo clisico puesto que fundaba la tesis de la exterioridad relativa del Estado —“guardia nocturno” 0 “gendarme’= en relaci6n a Ja economia, ya es a todas luces obsoleta, En conse- ccuencia, se hace posible combinar la desregulacién del mercado con permanentes intervenciones del Estado o de ottas “agencias’ de poder en el campo de la sociedad civil ¢ incluso en la intimidad de los sujetos, que tienden a “crear” a un nuevo ciudadano desde cero, gobernado tinicamente por la Idgica del cileulo econdmico. F] Estado se desentiende de la produccién, del cuidado de las inftaestructuras, de los servicios sociales, incluso de la investigacién cien- tifica, pero esté mas que nunca comprometido en una “antroponomia”, que tiende a normalizar la sociedad 167 Etienne Balibae Ciudadania uilizando para ello la mediacién de toda una serie de organizaciones de la sociedad civil, 7.1. Una diseusién con Wendy Brown Brown nos propone, entonces, un cuadro de las combinaciones entre discurso libercario y programas de moralizacién y sumisién desde la vida privada hasta Ia influencia religiosa, que se aplican de manera mas 0 menos brutal a partir de la “revolucién thatcheriana’ y “reaganiana’ della década de 1980 en Occidente. Esta parte de su anilisis parece muy convincente y puede ser completada por otras contribuciones a la critica del paradigma neoliberal provenientes de Ambicos muy diversos. Todas se basan en el estudio de la manera en. la que se hallan generalizados los criterios de “rentabi- lidad” de las actividades privadas 0 aun piiblicas que se suponia que caian fuera del céleulo econémico en el modelo capitalista clisico, y a fortiori en el Estado nacional-social: por ejemplo, la educacién, la investi- gacidn cientifica, la calidad de los servicios pitblicos 0 el desempeto de la administracin, el nivel general de ta salud publica y de la seguridad, la funcién judicial (una lista que todavia podria extenderse mis). 168 Pero no alcanza con coincidir en esta descripcién, también es necesario discutir la tess filoséfica de la que viene acompaiiada: el neoliberalismo no es sélo una ideologia, es una mutacién de la naturaleza mis- ma de la politica, producida por actores que se siiian cen todos los dmbitos de la sociedad. Es en realidad el nacimiento de una forma en extremo paradéjica de la actividad politica, puesto que no sélo tiende a neutralizar tan completamente como sea posible el clemento de conflictividad -esencial para su figura clisica-, sino que quiere privarla de antemano de todo significado, y crear las condiciones de una so- ciedad donde las acciones de los individuos y de los ‘grupos (incluso cuando son violentas) dependan de un tinico criterio: la utilidad cuantificable. Por consi guiente, de hecho, no se trata tanto de politica como de antipolitica, de neutralizacién o de abolicién pre- ventiva del antagonismo sociopolitico. Para dar cuenta de ello, siguiendo a Thomas Lemke (2001: 190-207), Brown propone generalizar la categoria de guberna- ‘mentalidad, del modo en que Foucault la desarrollé en el contexto de una genealogia del poder en la época moderna, y conducitla a sus consecuencias ex- temas: “This mode of governmentality ..1 convenes a free subject who rationally deliberates about alternative 169 Etienne Balibar courses of action, makes choices, and bears responsibility _for the consequences of these choices. In this way, Lemke ‘argues, the state leads and controls subjects without be- ing responsible for them; as individual ‘entrepreneurs in every aspect of life, subjects become wholly respon- sible for their well-being and citizenship is reduced to success in this entrepreneurship. Neo-liberal subjects are controlled through their freedom, not simply |.. because freedom within an order of domination can be an instrument of that domination, but because of neo-liberalism’ moraliaation of the consequences of this freedom. This means that the withdrawal of she state ‘from certain domains and the privatization of certain state functions does not amount to a dismantling of government but, rather, constitutes a technique of «governing, indeed she signature technique of neo-liberal «governance in which rasional economic action suffused throughout society replaces express state rule or provi- sion. Neo-liberalism shifts ‘the regulatory competence af the state on to ‘responsible’, “rational” individuals {al [with the aim off encouragling] individuals to give their lives a specific entrepreneurial form” (Este modo de gubernamentalidad [...] convoca a un sujeto ‘libre? que delibera de forma racional acerca de los cursos de accién alternativos, elige y asume la responsabilidad 170 Ciudadanta por las consecuencias que sus actos producen. De este modo, argumenta Lemke, ‘el Estado conduce y con- trola a los sujetos sin asumir responsabilidad alguna por ellos’; en cuanto ‘emprendedores’ individuales en todos los aspectos de la vida, los sujetos se vuelven completamente responsables por su bienestar, y la ciudadania se reduce a tener éxito en este tipo de emprendimiento. Los sujetos neoliberales son contro- lados a través de su libertad, no tan sélo (...] porque Ia libertad dentro de un orden de dominacién puede ser un instrumento de esa dominacién, sino debido a la monalizacién neoliberal de las consecuencias de sa libertad. Esto significa que la defeccién del Estado de ciertas éreas y la privatizacién de ciertas funciones estatales no equivale al desmantelamiento del go- bierno, sino que, antes bien, constituye una técnica de gobierno, la técnica que caracteriza, en efecto, Ia gobernanza neoliberal, en la cual la accién econémi- @ racional extendida a toda la sociedad reemplaza las acciones estatales directas 0 sus disposiciones. El ncoliberalismo desplaza ‘la competencia reguladora del Estado hacia individuos “responsables’, “racio- rales” [..] {con el propésito de] alentarlos a que les den a sus vidas una especifica forma emprendedora” (Brown, 2005). m Etienme Balibar Recordemos que debe entenderse “gubernamenta- lidad” en el sentido que le da Foucault: es el conjunto de précticas por medio de las cuales una conducta “es- pontinea” de los individuos puede ser modificada, lo que equivale a ejercer un poder sobre su propio poder de resistencia y de accin, ya sea por la aplicacion de métodos “disciplinarios” (por ende, inevitablemente coercitivos a la par que productivos), ya sea por la difusién de modelos de conducta éticos (porlo tanto, culturales). Por qué plantear que hay, con respecto a esto, un desafio del neoliberalismo a las definiciones “qadicionales” de la politica? ;Cémo justificar esta idea de un rebasamiento de la “politica de clase” tanto como del “liberalismo”, para el cual Brown emplea el término de desdemocratizacién, y que constituye asimismo una amenaza mortal para la idea de “ciu- dadania activa” del republicanismo clisico? Es que aparentemente el neoliberalismo no se ha conformado con justifcar una retirada de lo politico, sino que se ha dado a a tarea de redefinilo en su vertiente“subjetiva” tanto como en su vertiente “objetiva’. Dado que las condiciones de posibilidad de Le experiencia politica colectiva, o las presiones econémicas que pesan sobre un creciente ntimero de individuos de todas as clases sociales, y los sistemas de valores o las concepciones nm Giudadania del “bien” y del “mal” conforme a los cuales juzgan sus propias acciones, son afectados simultineamente, Brown puede hablar de una nueva racionalidad en el sentido filoséfico de este xérmino. Semejante generalizacién entrafia, sin embargo, varios problemas. En primer lugar, es necesario que nos detengamos cen cl diagnédstico de crisis de los sistemas politicos tradicionales, liberales 0 autoritarios. La descripcién de Brown implica considerar esta crisis no como un simple episodio de malestar en un proceso ciclico, de los que ya ha habido muchos, sino como un he- cho irreversible después del cual ya no sera posible regtesar a modalidades de accién del pasado, Aun cuando estamos de acuerdo sobre este punto, quedan al menos dos maneras de interpretar las figuras de la subjetividad que de él derivan, En una primera hipétesis, se trataria de un sinroma negativo correspondiente a la descomposicién de es- tructuras tradicionales de dominacién y de resistencia ala dominacién (incluso sila “radicin” de la que se trata aqui es de hecho de reciente formacién, es decit, tun producto de la “modemizacién” de las sociedades industriales) (Wallerstein, 1995). Por si misma esta des- composicién no conduce a ninguna forma de vida en ry Erienme Balibar Ciudadana sociedad que sea sustentable, pues mas bien lleva a una situacién inestable (que podria llamarse “anémica’, a Ja manera de la escuela durkheimiana, o describirse en ‘términos de “estado de excepcién’, en una perspectiva schmittiana), donde los desarrollos ms contradictorios se toman posible, de forma imprevisible. Brown misma, de acuerdo con la idea foucaultiana de la “productividad” o de la “positividad” del poder, se inclina por otra interpretacién: no se trata tanto de una disolucién como de una invencién, la de ora solucion histérica a los problemas de la adaptacién de los sujetos al capitalismo, o de la adecuacién de Ja conducta individual a la politica del capital. La hipétesis que antes concebimos—la de una crisis de la ciudadania social en cuanto modelo de configuracién de lo politico, una erisis que no provendria sdlo de Ja “revancha de los capitalists” o del deterioro de la contelacién de fuerzas entre el socialismo y sus ad- versarios, sino de la evolucién de las contradicciones internas de la ciudadanfa social~ asume aqui coda su importancia. Semejante hipétesis nos expone a concebir a posibilidad de regimenes politicos que no sean s6lo mediacremente democriticos (en los limites compatibles con una reproduccidn de las estructuras de desigualdad: lo que Boaventura da Sousa Santos 74 llama low intensity democracy [democracia de baja intensidad)); 0 antidemocrdticos (conforme al mode- lo de las dictaduras, los regimenes autoritarios o del fascismo hist6rico); sino, en realidad, a-democrdticos, en el sentido de que los valores inherentes a las rei- vindicaciones de los derechos universalizables (que hemos agrupado bajo el nombre de igual-libertad) ya no desempefian ningiin papel en su funcionamiento y-su desarrollo (incluso en su condicién de fuerzas de resistencia o de oposicién) 2Bs por esta razén que el discurso de los “valores democriticos” y de la “difusién de la democr (incluso de su “exportacién”) se ha vuelto tan pene- trante en nuestros dias? Oficializado y banalizado, este discurso ya no tiene en la practica ninguna funcién discernidora, y forma parte integrante de la descomposicién de la ciudadania. Si tal cambio esti efectivamente en marcha, convendré hablar del ingreso en una “poshistoria”, al mismo tiempo que en tuna “pospolitica’, que sea tomado con mayor seriedad que las visiones del “fin de la historia” popularizadas por Francis Fukuyama en el momento del desmo- ronamiento del sistema soviético en Europa, que sc basaban, por el contrario, en la idea de un triunfo del liberalismo en su forma clasica. 175

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