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Primeramente y antes que nada tenemos que recordar que

estamos en una cátedra diversa, sin prejuicios y con gran


respeto ante quienes formalmente se las denomina
“diferentes”. Esta cátedra, llamada para la ocasión,
“Diversidad Sexual”, intentó a lo largo del cursado
enfatizar diferentes puntos sobre las nociones que se
suponen erráticas, anormales, enfermas, aberrantes y
antinaturales, mostrando justamente que son parte de la
naturaleza humana y por tanto no pueden ni deben
suprimirse. Así es como vimos desde otra perspectiva al
hombre homosexual y a la mujer lesbiana, es decir, aquel y
aquella que optan por una orientación sexual desigual a la
estandarizada social y políticamente.
Partiendo de un supuesto que se nos presenta objetivo,
el presente trabajo tiene la intención de resumir a modo de
ensayo, de exposición, sin delirios hipotéticos, los
conocimientos adquiridos, poniéndolos en práctica, al
resumir no por ello sin un esfuerzo crítico dichos
resarcimientos.
Hemos elegido recortar el objeto de estudio al
particular “lesbianismo”. Pero es imposible referirse al
lesbianismo en la historia sin inmiscuirse en cuestiones
tales como género, política, sociedad, valores y creencias.
Es evidente que no puede serse objetivo en dichas
cuestiones. Puesto que ello es así, nos limitaremos a
reproducirlos concienzudamente pero enunciaremos nuestro
juicio en la medida que lo creamos oportuno.
Empecemos hablando, pues, del lesbianismo en la
historia, tomaremos como es costumbre dos tópicos,
aclarando a conciencia que se dejan de lado muchos otros.
Esos tópicos son Grecia y Roma.
En la antigua Grecia y en todo el mundo antiguo,
sorprende inquietantemente la falta de datos acerca del
lesbianismo. Pero ello no implica que no existiesen. Es que
las mujeres al ser oprimidas en su existencia,
prácticamente podemos decir sin miedo a reproches, que las
mujeres no le interesan a la Historia. Sin embargo se
podría pensar de otro modo, aunque con más desconfianza:
como todas las mujeres eran lesbianas en potencia no se
hacía hincapié en ello.
Esto es algo dudoso par la mujer griega, la cual era
considerado siquiera algo más que un objeto, un bien
intercambiable por una dote, entregada en matrimonio a la
esclavitud de la heterosexualidad, dirá Beatriz Gimeno.
Esas mujeres, lesbianas en potencia o de hecho, no son
fácilmente reconocibles en este mundo donde todas las
mujeres pertenecen a un hombre, ello ha llevado a pensar
que como se las ve menos en presencia, definitivamente hay
menos. Pero esto se pondrá en duda más adelante cuando
veamos que la mujer griega establece fuertes vínculos

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emocionales entre ellas para defenderse de la institución
heterosexual del matrimonio.
Una mujer no puede ser autónoma en la Grecia antigua,
por tanto no puede autodeterminarse, al grado que la
maternidad no puede rechazarse puesto que es la función
social de la mujer, mujer que no es dueña ni de su cuerpo
ni de su vida, y menos aún de su sexualidad. Por tanto la
idea de una sexualidad autónoma de las mujeres, sólo
hubiese causado una carcajada en los hombres griegos. Pero
aun así hubo mujeres que sí pudieron autodeterminarse y eso
fue posible en cuanto esas mujeres eran libres, ricas. Así
la libertad se convierte en un elemento indispensable de la
experiencia lésbica al punto que llega a identificarse a la
mujer libre como lesbiana.
Decíamos antes que las mujeres pudieron establecer
lazos emocionales entre ellas, y dichos lazos emocionales
pudieron naturalmente transformarse en lazos carnales.
Muchas relaciones lésbicas se daban dentro de los thiasoi,
institución femenina iniciática encargada de preparar a las
mujeres para su vida heterosexual adulta. Pero esto solo
era momentáneo y a modo de preparación para la vida
heterosexual, puesto que al no tener ningún significado
social el amor entre mujeres no podía permitirse ser
igualitario.
Cualquier historiador más o menos introducido en el
tema conoce sobradamente las particularidades griegas
respecto a la diferencia entre Atenas y Esparta. La vida
era muy diferente allí, incluso las mujeres espartanas
contaban con mayor libertad que las atenienses. Podemos ver
que las fuentes nos dan la razón. Plutarco nos comenta
acerca del amor espartano: “Tan bien considerado estaba el
amor entre ellos (los espartanos) que hasta las mujeres
distinguidas amaban a las muchachas”.
Hay otro tipo de fuentes a la que podemos consultar:
la iconografía pornográfica. Esta muestra a prostitutas
manejando instrumentos fálicos entre ellas mientras el
cliente observa y se excita. En otras representaciones
vemos un doble falo (para la vagina y el ano) manejado por
una mujer sobre otra. Estas representaciones aluden más a
las fantasías de los hombres que a la realidad lésbica.
Puesto que es imposible concebir una relación sexual sin
una penetración, la utilización de estos instrumentos
fálicos se hace imprescindible. Pero más allá de ello, las
prostitutas tenían cierta mayor libertad que otras mujeres
y esto pudo haber favorecido relaciones de tipo lésbicas,
emocional y sexualmente.
Grecia es la capital de los mitos, por así decir. Y es
en los mitos donde encontramos muchas respuestas sobre esa
sociedad, pero en los mitos griegos no hay ni uno, que se
relacione con las lesbianas. Aunque a veces en un mito un
dios se disfraza de mujer para seducir a otra, o incluso en

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el mito de las amazonas no hay lesbianismo, ellas atraen a
los hombres para procrear, matan a sus hijos si son varones
y solo se quedan con las niñas. Pero este mito muestra
como aunque haya mujeres que quieran escapar a su rol
político y social perteneciente al hogar, no podrán
hacerlo, siempre tenderán a volver.
Por otra parte las mujeres romanas gozan de mayor
libertad y poder, por eso los romanos tenían un miedo mayor
a que se alterara el orden patriarcal. Los autores Marcial,
Séneca el Viejo, Ovidio, Porfirio, Horacio, Luciano… todos
atacan el lesbianismo con saña, lo que demuestra la
inquietud de los hombres que saben perfectamente que las
lesbianas buscan placer sexual y que al relacionarse entre
ellas ponen en peligro el orden patriarcal. Será en esta
cultura donde se entenderán las relaciones lésbicas como
prácticas de resistencia social activa puesto que se crea
el espacio político lésbico al ser este reconocido por los
hombres. Así las mujeres romanas (lesbianas) buscan algo
más que sexo: buscan relaciones igualitarias y valorativas
de lo femenino. Los hombres perciben en el lesbianismo el
deseo de escapar del dominio masculino.
En roma el lesbianismo era la peor de las aberraciones,
ellas usurpaban la prerrogativa masculina fundamental, la
de dar placer. Y solo los hombres pueden dominar
sexualmente. Era inconcebible para la sociedad romana una
relación sexual sin penetración, por ello la fantasía
reflejada también en la iconografía pornográfica de falos
artificiales, o clítoris gigantes.
En la imaginación griega y romana la homosexualidad
femenina no puede concebirse más que como el deseo por
parte de mujeres que quieren sustituir a los hombres en sus
funciones. Las mujeres eran pasivas como los esclavos,
prisioneros y prostitutos, no podían ser activas, puesto
que ello sería una inversión del orden. El lesbianismo
podría haber sido considerado adulterio, lo que era un
delito grave, por eso muchas han debido tener su adecuada
precaución ajustando dichas practicas al reservorio del
ámbito privado lo que hace más difícil su identificación.
Con el advenimiento del cristianismo, los padres de la
iglesia se esfuerzan en suprimir el sexo no procreativo y
la sexualidad femenina en particular. El texto de San
Pablo, parecería ser sería el único evangelio que condena
explícitamente el lesbianismo. Por otra parte, el apócrifo
“Apocalipsis de San Pedro” condena a ser arrojadas desde
una roca a las mujeres que se acostasen con otras. Por otra
parte, a los judíos solo les preocupaba el desperdicio de
semen en un pueblo que se sentía obligado a reproducirse.
El lesbianismo no era condenado en cuanto no alejara a las
mujeres de su rol reproductivo. Para los paganos del
imperio romano tardío, la homosexualidad masculina seguía
siendo bien vista, no así la femenina. Esto denota la

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transición de un mundo a otro, donde los valores son
invertidos paulatinamente y se intenta forjar el Reino de
los Cielos en la Tierra.
La fornicación fuera del matrimonio, la homosexual y la
lésbica eran castigadas por la iglesia como pecados. Pero
¿qué tipo de castigos? En el penitencial de papa San
Gregorio III hay un castigo de 160 días para las
actividades lésbicas y para los actos homosexuales 360
días. Se ve con claridad la diferencia de valores en el
género y la persistencia todavía en la Edad Media de
castigar la pretensión de las mujeres de asumir
prerrogativas masculinas.
Durante el renacimiento se hace cada vez más difícil
pensar el lesbianismo, y ya aparece el concepto de
antinatural. Se piensa en la procreación en la
multiplicación de la vida, el desperdicio del semen, etc.
En los monasterios es frecuente encontrar cartas de amor
entre monjas que suponen actividades sexuales, pero la
escasa preocupación por el lesbianismo llevó a extender una
gran ignorancia acerca de lo que las mujeres podían hacer y
de cómo calificar esos actos.
Hay un dato interesante para destacar cómo las mujeres
se las ingenian para escapar de la opresión de los hombres.
Existieron mujeres travestidas de hombres para poder tener
relaciones sexuales con otras mujeres. Los hombres muchas
veces ni lo notaban, pero las veces que se dieron cuenta y
esas travestidas fueron descubiertas, sufrieron un castigo.
Pero un castigo insólito, lo que se castigaba era el
travestismo, la asunción de prerrogativas masculinas.
Parece que la pornografía fuese una especie de intento
de los hombres de dominar en su totalidad la sexualidad. Es
en el renacimiento donde se usa el sexo lésbico como topos
pornográfico para excitar a los hombres heterosexuales.
Esto indica el intento de los hombres de poner bajo su
control ese espacio de las mujeres al que no tienen acceso.
También es considerado como un entretenimiento en banquetes
antes del verdadero sexo, el heterosexual.
De la idea constante de la mujer lesbiana intentando
arrogarse prerrogativas masculinas es por los siglos XVII y
XVII que se construye la imagen de la lesbiana virago,
masculina en exceso. También se consolida la imagen de
lesbiana pornográfica. Ambos discursos son complementarios
y tienen el mismo fin, reducir la ansiedad masculina
respecto a las mujeres que no se someten al control sexual
del patriarcado.
La acusación de lesbianismo sirve a la sociedad
patriarcal de dos maneras, se usa contra mujeres que se
destacan por su autonomía frente al poder masculino, pero
también contra mujeres profesionales o que se mantienen por
si solas. Se las llamara también corruptoras de las jóvenes
(lo veremos más adelante).

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Durante el siglo XIX las relaciones entre mujeres se
caracterizan por una aceptación, casi institucionalizada,
en los llamados matrimonios bostianos. La opinión social y
científica de la época victoriana, asegura que las mujeres
son asexuadas y que solo tienen relaciones para procrear.
Lo que ha cambiado es que hay mujeres que si no quieren
casarse no tienen por qué hacerlo. Pero eso no significa
que quieran estar solas. Muchas vivían con otras mujeres en
lo llamados matrimonios bostianos, expresión de Henry James
para describir una relación monógama de larga duración
entre dos mujeres solteras. Pero claro está, los
matrimonios bostianos son entre mujeres de clase alta, las
pobres no dan signos de existencia.
Un ámbito común donde se producían relaciones lésbicas
eran las escuelas. En ellas, existían las masturbadoras,
compañeras de escuela que dormían juntas y se estimulaban
genitalmente. Eso indica que las mujeres no han sido
siempre tan ingenuas como la historia oficial nos las
refleja. Preocupaba en el imaginario social la figura de la
maestra lesbiana, que en las escuelas, donde se forman
vínculos fuertes entre mujeres, aquella podía desviar a sus
alumnas, por cuanto ser maestra es ser independiente,
soltera, y por tanto lesbiana.
En el siglo XIX la pornografía lésbica sirve para
excitar todavía a los hombres, y no es casual que esta
literatura surja al mismo tiempo de los principales rasgos
de independencia femenina.
A finales del siglo XIX surgen los sexólogos quienes
construirán un modelo de mujer determinado y todo lo que se
sitúe fuera de esos parámetros se considerará enfermo. El
interés de estos por la homosexualidad femenina refleja que
las mujeres ahora preocupan socialmente, continúan
interesadas en adquirir un papel social diferente. Es una
inversión (mujer que busca las mimas prerrogativas que el
hombre) del orden establecido. Feminismo, lesbianismo,
emancipación, aparecen en los siglos XIX y XX hilvanados
por el discurso medico.
Este discurso médico, un tanto ingenuo todavía cree que
el germen de la inversión es la educación, la preocupación
por la política, la confusión de los roles, etc. La
lesbiana es categorizada ahora por una actitud social más
que por su deseo sexual. Por aquí se empieza a unir
lesbianismo y feminismo.
Con el surgir de las ciencias y los distintos discursos
científicos, no sorprende la aparición de teorías que
apelen más a la psiquis que a las prerrogativas sociales
diferenciales. Así surge el modelo del trauma, según Freud.
Para él, la homosexualidad es causada por una excesiva
identificación del niño/a hacia el progenitor del sexo
opuesto. Freud divide a las lesbianas en femeninas y
masculinas, activas y pasivas. Las masculinas tienen una

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envidia no resuelta del pene que terminaran provocando la
inversión (algo parecido dirá Adler, quien considera el
lesbianismo una protesta basada en la envidia de las
ventajas que poseen los hombres identificados en su
naturaleza con la posición de tener pene). Pero no es el
pene sino el poder y la capacidad del falo lo que envidian.
Para Lacan el goce masculino es un goce fálico
amenazado por la castración, para las mujeres esta amenaza
no opera sobre el goce; ellas tendrán acceso a un goce
diferente, sin límites, separando toda referencia biológica
o anatómica. Para Lacan el objeto a es aquello que
desencadena el deseo, y al no tener género, permitirá
plantear una lectura no heterocentrada del psicoanálisis.
Con el planteamiento de la mujer no toda, es decir
aquella que no puede autodeterminarse por sí misma, Lacan
reconoce que somos seres hablantes y sexuados; puesto que
la sexualidad humana no es natural ni puede explicarse
ateniéndonos a razones anatómicas y biológicas, deben
reorientarse las teorías explicativas acerca de la
homosexualidad.
Llegado el siglo XX aparece en escena los derechos de
las mujeres, el feminismo y el lesbianismo y no faltará
quien los encapsule dentro del mismo campo de aberración.
Si bien las mujeres fueron adquiriendo nuevos derechos
también fueron perdiendo otros, mientras que algunos fueron
solo momentáneos por las excepcionales situaciones de
guerra. El sufragismo anterior a la PGM fueron los años de
identificación entre feminismo y lesbianismo. Las mujeres
activistas políticamente no se casaban (al menos muchas de
ellas) y eran consideradas por los hombres como lesbianas.
Porque rechazar el matrimonio o la dependencia de un hombre
se convierte en síntoma de lesbianismo.
La PGM permitió que las lesbianas pudieran crear una
subcultura lésbica, así como redes de amistad y
sociabilidad. La Gran Guerra abrió las puertas no sólo a
posibles trabajos asalariados, sino también las de la
educación, puesto que por falta de alumnos varones se
aceptaron a muchas mujeres en las instituciones educativas.
Desde 1920 el amor entre mujeres no puede entenderse
sin genitalidad. Es en Estados Unidos donde se produce un
fenómeno parecido al parisino pero que tiene
características propias, llamado lesbian chic. Se permitía
que ciertas mujeres experimentaran entre ellas pero se
esperaba que luego se casaran y tuvieran hijos. Esto se
daba en las grandes ciudades y en mujeres adineradas. Un
fenómeno parecido pero que no se puede extrapolar podría
ser la cultura butch/femme, cultura que nace entre las
mujeres negras americanas que están presas, es una cultura
carcelaria.
Algunas mujeres blancas no proletarias empezaron a
adoptar el lesbian chic, puesto que ser lesbiana era ser

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autónoma. Un similar francés del lesbian chic era la
garçonne, una mujer que quiere conquistar su libertad y su
independencia y que en el colmo de libertad y de
sofisticación, es bisexual.
En los años 30 la liberación de décadas anteriores
sufre un retroceso y comienza un periodo de represión
sexual a mujeres que asuman papeles que no son los
tradicionales. Una lesbiana como tal tendrá que trabajar y
el trabajo no es considerado algo femenino. Se generaliza
la opinión que las mujeres que antepongan su profesión a la
familia perderán sus cualidades femeninas y muchas se casan
para protegerse. La generación del 30 para las lesbianas
seria la primera generación auto consciente de sus deseos
sexuales (genitales)
La comunidad lésbica de los 20 que se había organizado
alrededor de bares no desapareció, se hizo más silenciosa y
más discreta. Hay una menor libertad de movimientos de las
mujeres de clase media y mayor dependencia de los hombres.
Como si se volviese el tiempo atrás.
Durante la Segunda Guerra Mundial incluso se las
protege a las lesbianas, en Estados Unidos como no hay
hombres, se las incita al trabajo, supliendo las labores
sociales y laborales de aquellos. En las fábricas o en el
ejército pueden darse relaciones lésbicas. En los regimenes
totalitaristas, las lesbianas, solteras, prostitutas,
independientes eran sacrificadas puesto que se las
consideraba “impuras”, alteradoras del orden natural. En
los campos de concentración como en las prisiones, cabía la
posibilidad que una mujer se convirtiera en lesbiana a
falta del amor de un hombre o que se dieran relaciones
sexuales lésbicas entre quines lo eran de forma asumida. En
todo caso para escapar de la opresión, ser dirigente era la
única salida de la forma de vida obligatoria para las demás
mujeres.
En los 50 el lesbianismo fue caracterizado como una
enfermedad mental, igual que el feminismo. El problema
psicológico tiene que ver con el no reconocimiento ni la
asunción del propio rol social. Entre la clase obrera la
cultura de los bares, permitió ver el lesbianismo desde una
perspectiva mas amplia y crear la conciencia de minoría, la
cual justamente por ser minoría gana un fuerte sentido de
identificación.
En los 50 y los 60 para las lesbianas de la clase media
la amenaza a ser perseguidas acusadas de traición
(homologando comunismo y homosexualidad) eran mayores
puesto que a ellas les había costado mayor trabajo alcanzar
buena posición profesional y por tanto eran mucho más
vulnerables a la posibilidad de perderla.
Ante esto el lesbianismo se convirtió en una identidad
sexual tanto así como en una identidad social. Las

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lesbianas de clase media y alta son por tanto más proclives
a la integración social.
Entre 1970 y 1980 aparecen en la escena del feminismo
autoras lesbianas que van a iniciar una critica radical del
discurso heterocentrado y de la noción de mujer. Entre
ellas figura Wittig, quien afirma que en realidad el sexo
es una categoría producida por el propio sistema de
pensamiento dominante, que funda la sociedad como
heterosexual. Wittig se acerca a Foucault cuando ambos
cuestionan el dispositivo que consigue definir al ser de
una persona a partir de una categoría parcial, “el sexo”.
La categoría de sexo es una categoría que determina la
esclavitud de las mujeres y actúa de forma muy precisa por
medio de una operación de reducción. Hombre y mujer
terminan siendo conceptos políticos. Así, Wittig afirma que
las lesbianas no son mujeres, puesto que estas tienen
sentido dentro de los sistemas de pensamiento y económicos
heterosexuados.
La heterosexualidad obligatoria y heterosexualidad
forzosa es lo que determina el rol natural de las funciones
sociales y políticas en una comunidad de seres humanos
caracterizados por su sexo y sexualidad en roles
distintivos de género, establecidos al consumarse la
sociedad. Lo que las feministas tienen que plantearse es
cómo se fuerza a las mujeres a la heterosexualidad como
medio de garantizar el derecho masculino al acceso físico,
económico y emocional de ellas.
En esta línea de pensamiento es interesante el planteo
de Rich, para quien es necesario abandonar la mirada
feminista sobre la lesbiana o la mujer, y enfocarla hacia
un análisis de la heterosexualidad como origen de numerosas
desigualdades y como institución que presiona y configura a
los sujetos.

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