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Una moneda Para Zrinka Supongamos que hay un Punto A y un Punto B, y que si se quiere ir de A a B hay que pasar por un espacio abierto Gque entra claramente en el campo de visién de un francoti- tador experimentado. Hay que correr del Punto A al Punto B, y cuanto mis répido se corra, més probabilidades habri de llegar con vida. El espacio entre el Punto A y ef Punto B testi salpicado de cosas que los ciudadanos van soltando Cuando van a todo correr, Una billetera de cuero negra, pro- bablemente vacia. Un bolso, sorprendido con la boca abier- ta. Un bidén de plistico blanco, con un agujero de bala en el centro, Un chal verde, rojo, marrén adornado con copos de nieve, sucio. Una hogaza de pan humeda, con afanosas hhormigas que trepan por toda su superficie, como si cons: cruyeran una pirdmide, Una cinta de video, desmembrada, varias de sus piezas unidas atin por una tira negra y retorcic dda, Los dias en que los francotiradores estén especialmente rabiosos, también hay caddveres desperdigados. Algunos su- pervivientes pueden ir arrastrindose hacia un refugio lejano, ejando un rastro de sangre a su paso, como babosas. 1 gence Fara ver intenta ayudarlos, porque rodo el mundo sabe Gguc los francotiradoress6lo esperan eso. Unas veces el fran ee tirador acaba compasivamente con la persona que se arras- ta, Otras, los francotiradores juguetean con las personas, 127 dispardndoles primero a las rodillas, los pies o los hombros. Parece que han hecho apuestas sobre lo lejos que podra ir esa persona antes de desangratse. Sarajevo es una ciudad sin gatos. Eso ocurre porque la gente no tiene con qué alimentarlos, 0 no puede llevarselos cuando huye, 0 porque han matado a sus duefios. De ahi que los perros a los que sus amos no pueden alimentar ni ll var consigo, los cazan y los devoran, Con frecuencia, entre el escombro de las calles, se ven, atascados en alcantarillas, 0 bajo coches calcinados, cadaveres de gatos 0 cabezas de gaco con un rictus de muerte y colmillos como dagas en miniatu- ra, A veces hay dos o mds perros que luchan por un gato, arrancando un chillido a cada troz0 de carne y pelo desgr. rrado, Las cartas de Aida son escasas ¢ imprevistas,eluden el certo ‘mediante convayes de Naciones Unidas, periodistas extranjeros 0 caviones de refugiados. Las imagino en una saca, en Ia parte te. sera de un camion de Naciones Unidas conducido por un sold do paguistant 0 ucraniano, ignorante de todo salvo de la emba- ‘vada carretera que tiene delante y de la mirada de los barbudes ‘matones que estin junto a la carretera, con el dedo indice ro- zando claramente el gatill: 0 imagino una carta en la mochila de un periodisea descuidadamente colgada de un hombro tatua- do, compartiendo el fondo con un walkman, cuadernos de no- ‘as, condones, migas de pan y briznas de maribuana, y una car- tena llena de fotos de familia. Imagino cartas en una estafeta de correos de Zagreb o Splis, Amsterdam 0 Londres, en medio de un montin de correspondencia enviada a personas que no co- nnozco de nada por otras que se interesan por ella. A veces tarde deprimentes meses en recibir sus cartas, y cuando abro el buzdn un largo tinel que acaba en una plaza oscra sin salida~y me encuentro con carta de Aida, me estremeaco de miedo. Lo que ‘me aterroriza es que, en el momento en que desgarro el exteniua- 128 do sobre, ella puede estar muerta. Puede baber dessparecid, brabere convertido en un fantasma, en nada -un personaje fc. ‘ticio, por ast decir-, y yo leo la carta como si estuviera viva, su 208 resonando en mi memoria, su imagen proyectada ante mis 70s, su mano formando las redandeadas letras. Temo comin. carme con una ceriatura de mi memoria, con una mueria Me aterna que la vida siempre sea més lena que la muerte y que yo ‘raya sido excogido, pere a mi flaqueza, contra mi volunuid, ‘pare sertestigo de ea discrepancia En septiembre murié la tia Fatima, Tenia asma desde hacia mucho tiempo, pero en septiembre acabé asfixiindose en casa, Desde muchas semanas atrés, llovian obuses, y en los periodos de calma siempre habia un francotirador enti, siasta. Mat6 a nuestro vecino, que ni siquiera habja salido del edificio. Sélo se asomé por el portal, cautelosamente en. treabierto, y la bala le dio en la frente y cayé muerto allt mismo. En cualquier caso, la tia Fatima se quedé sin medici- na para el asma y no podia sali. Hacfa mucho que las venta. nas estaban hechas aficos. Siempre tenia frio, y respiraba aquel polvo inmévil y las particulas de escombros que flota- ban en el aire. Simplemente se ahogé, produciendo ese tui. do de succién que se hace al inhalar, slo que no inhalaba nada. No podiamos enterrarla, ni tampoco sacarla fuera, Porque seguian lanzando obuses y disparando como si fuese a acabarse el mundo. Kevin es estadounidense, de Chicago. Es un cémara, Tiene mucho mundo, dice. Ha estado con su cimara en Af Banistin y Libano, en el Golfo Pérsico y Africa. Es alto, sus brazos parecen pequefias colinas de musculos. Tiene los ojos verdosos, como de hierba seca. En la oreja izquierda lleva dos aros de plata en sentido paralelo. Lleva el pelo corto. Esté un poco calvo, Y una peninsula de pelo entrecano le avanza hacia la frente. Esté delgado. Cuando se le mira de 129 cerca, se le distinguen venitas rotas en el sitio donde la nariz se une a la cara. Es de la cocaina. Se metié mucha en el L= bano, Era barata y él se habfa derrumbado. No podia sopor tarlo més. Un nifio arabe le disparé con lo que él omé per una pistola de juguete. Le quedé una cicatriz en forma de surco en el muslo. Era recién llegado, se vino abajo, toms cocaina. Ahora esté perfectamente, dice. Me cae bien porque cuenta historias. Toda esa gente cuenta historias, todos les periodistas y cémaras y todos los que han recortido mundo. Pero todas son clichés, como si hubieran visto demasiadas peliculas de corresponsales extranjeros y reporteros de gue- tra. Las historias de Kevin son distintas. Los demas siempre cuentan historias de otros periodistas. Un borracho ingles, un ex nazi alemén, un marica francés, una puta norteameri- cana, todos son personajes estereotipados. Nunca cuentan historias de la gente del lugar, y los lugarefios son la noticis, la materia informativa. Kevin me cuenta historias de Afga- nistin, de rebeldes barbudos que tendian emboscadas en la sierra, Y de aterrorizados convoyes rusos que sublan a paso de tortuga por una espantosa carretera de montaiia, sabien- do que los vigilaban, De un soldado ruso a quien descuarté zaron vivo, atrancdndole chillidos irreales, hasta que un compasivo muld le dio un tiro en la cabeza. Elo filmé, aun- que sabia que le quitarian la cinta, Y aunque no se la hubie- ran quitado, nunca la habrian emitido, ‘Me envi una fotografia en blanco y negro: estd de pie sobre un montin de escombros, en medio de las ruinas de la Biblioteca Vi agujeros donde antes habla ventanas, y columnas que pareclan cerillas quemadas. La cdmara la enfoca de frente, desde abajo: 6 alta y estd erguida, como en la cima de una montana; lleva wa chaleco antibalas, con soleura, como si fuera un trae de batt. isiones ex: Trabajo de coordinadora en el grupo de tcl tranjeras. Aparte de ayudarles a que se las apafien en el 130 fierno, a abordar y sobornar a funcionarios del gobierno y a encontrarles buenas fiestas, monto secuencias que los equi- pos filman en la ciudad y los alrededores, Luego las envio por satélite a Londres, Amsterdam, Luxemburgo 0 donde sea. Todos los dias recibo dos o tres horas de material filma- do. Principalmente se trata de escenas sangrientas, carnice- ras y miembros amputados. Lo reduzco a quince 0 veinte minutos, que luego pasan a la invisible gente que lo corta hasta dejarlo en una noticia de un par de minutos, si de ver- dad es noticia. Al principio intentaba elegir las imagenes mas expresivas, con tantos cadaveres de nifios, mufiones, tri- pas y sangre como fuese posible. Trataba de suscitar cierta ‘compasién 0 comprensidn o dolor o lo que fuese, aunque el par de minutos que luego reconoceria como montaje mio sélo contuviera imagenes medianamente espantosas. Ahora veo las cosas de otra manera. Dejé de pasar horrores cuando vi una secuencia de cuatro hombres que llevaban a cuestas a tuna mujer. Iba tendida en sus brazos, como en un coche fii- uebre. La levaban con la cabeza inclinada hacia atrds, col- gando. Tenja el créneo abierto por una esquirla de metralla. Era como un trozo de césped con pelo colgando de un par- che de picl. La pusieron en la parte traseta de un camién, entre otros caddveres amontonados, Seguia con la cabeza abierta. Me fié en la sangrienta cavidad sin cerebro. Enton- ces uno de los hombres cerré el boquete, volviendo a colo- car el césped en su sitio, como poniendo una tapadera. Lo hizo con cierto respeto, a su pesar, como si estuviera cu- briendo su cuerpo desnudo, como si ver el interior de la ca- beza de alguien fuera un hecho impiidico. Corté la escena y 1a puse en una cinta aparte. A partir de entonces me dedi- ué a cortar ese tipo de horrores. Luego pasaba la secuencia entera a una cinta aparte, que guardaba bajo la almohada, hecha con ropa. Una vez pusieron Cinema Paradiso, esa pelt- cula sensiblera y estiipida en la que el proyeccionista guarda todos los besos de peliculas censuradas por un cura. Ast que 131 titulé la cinta Cinema Inferno, Todavia no la he visto entera, Algiin dfa lo haré, prestando especial atencién a los cortes, para ver cémo queda el montaje del atractivo especticulo de la muerte. Tuve un suefio: una mujer sola en la destellance pantalla y un foso delante de ella, y mds alld del foso, una habitacién sin ventanas, lena de gente. Me esté interpretando a mi, me estd representando. Yo estoy entre el priblico, sentada en una fila al final de mi mirada, al borde de la oscuridad. No lo hace bien. No es asi como siento, ése no es mi dolor. Quiero levantarme y gritar, decirle que est demasiado metida en mi misma. Incluso esté adoptando mi forma, mi rostro, mi voz. Quiero ayudarla a salir de mi. Pero no puedo hacer nada. Es un espejismo de luz. No puedo levantarme, porque no sé lo que pasa exactamente. Y luego me doy cuenta: es el Ienguaje. Vivo encerrada en una lengua inapropiada. Se ven perros de raza que corren cn manadas 0, rara vez, solos. Se ven pastores alemanes, setcers irlandeses, pastores belgas, pastores escoceses, roreweilers, caniches, chow chows, dobermans, cocker spaniels, malamutes, huskies siberianos, de todo. Tras afios de asedio hay, naturalmente, muchos hi- bridos. Algunas de las combinaciones reproductivas asom- brarian, o aterrorizarfan, a un experto en cdnidos. En invier- no, cuando todo bicho viviente esté a punto de morirse de hhambre, los perros tienden a moverse en jaurfas, muchas ve- ces atacando con una estrategia comiin, como lobos. Ha ha- bido ocasiones en que una mezcla inverosimil de razas cani- nas ha atacado a un nifio 0 a un débil anciano. Un pastor alemén iria a la garganca, un caniche desgarraria la carne de las pantorrillas. Después de escribirle wna carta con trillados recuerdos, ent- piezo a sentir deseos de contarle todo lo que hago: mantengo con 132 ella conversaciones imaginarias, haciendo muecas auténticas moviendo las manos de verdad. Pienso en todas las cosas que po- dria haberle dicho 0 deberta haberle contado: sobre lo incémodo } torpe que me siento en inglés, nauftagando en la sintaxis, ‘mientras mis frases se agitan intilmente, como los bnazos de un nifio que se ahoga; sobre La Pasion segiin San Mateo, de Bach; sobre la esperanza de que las araitas ~esas despiadadas asesinas de cucarachas— leguen a mi espacio vital; sobre la falta de rela- ciones 0 de contacto, mds bien— con mujeres; sobre la vida sin amigos del emigrante; sobre las Headline News que continio viendo, esperando alguna imagen de Sarajevo; sobre la ventana occidental, que da a crepiisculos cursis y al lejano aeropuerto OtHare, donde los aviones nocturnos aterrizan como pirémanos exhaustos; sobre un recuerdo involuntario que he tenido de mi ‘padre, aplastando una camada de ratoncillos con una pala; s0- ‘ire el hecho de que casi todo lo que queria decirle no estd en la carta; sobre la sensacién de pérdida y del imedo gusto a sello que me queda en ta lengua durante horas después de echar la carta al buzén. Antes crefa que las palabras pueden transmitir y contenerlo tado, pero ya no, ya no. Tomé carifio a Kevin porque nunca me mostraba abicr- famente su afecto. Sélo me contaba historias. Incluso en una habitacién ena de gente, yo sabia que las historias eran para mi, Me caia bien por su actitud distance, Decfa que era por el «sindrome del cémara», que siempre lleva una mirada de ventaja al mundo. No estamos enamorados, ni pensarlo, Na- die se enamora en esta ciudad dejada de la mano de Dios Simplemente aprendemos el uno del otro. Nos limitamos a compartir historias, y de paso nosottos mismos nos converti- ‘mos en una historia. Cuando hacemos el amor, en la oscuti- dad —no hay clectticidad-, se muestra duro y cruel, como si ramos peledndonos, porque a base de lucha libre arrancamos un poco de alegria y destellos de amor a nucs- ttos hastiados cuetpos. Nunca hablamos de que pronto se 133 marcharé. Tiene callos en los pies, de tanto andar por las montafias de Afganistan, ‘Tras unas grotescas exequias, pusimos a la tia Fatima en mi habitacién. Pronto se convirtié en sw habitacién. Nadie entraba en ella. Cuando se necesitaba algo que estuviera allt ~una bufanda, un manta, una foro~ y alguien decia: «Esté en Ia habitacién de Fatima», queria decir que era irrecupera- ble. No perdiamos las esperanzas de enterrarla, pero pasd tuna semana y alli seguia... mi maloliente ta. EL martes tuve la impresién (alucinacién) de que me con ‘rian cucarachas por las canillas: debo de estar perdiendo la ca Sead, a causa de la soledad y el vacio que constituye mi vida. La sensacin me asalté en un concierto de rack, mientras chicos y chicas agitaban la cabeza como un sonajero. Cret que eran ci carachas de las que se crian en mi casa, que las habia traido del ‘spartamento sin saberlo, Al dia siguiente pedi a Art, el conserj, que me ayudara y me dio esa trampa que parece un motel don- de las cucarachas, atraidas por un dulce olor a almiban, entran J $¢ quedan con las patas atrapadas en goma de pegar. Digd- ‘oslo asi: Art da alajamiento permanente a insectos repugnan- tes, Art extermina cucarachas. Odio a Kevin. Me ha traido secuencias de otra nueva ‘matanza: gente que se revuelca en su propia sangre, créneos sin rostro, miembros desparramados, cosas asi. Habia una ‘mujer con los brazos amputados. Se veian dos mufiones des- hilachados que lanzaban borbotones de sangre. La mujer le- vantaba hacia la cimara el amasijo sangriento de los ex bra- zos. Kevin le habja hecho un primer plano de la cara, cuando atin estaba conmocionada, cuando no sentia do- lor, cuando atin no era manca. Un primer plano que duraba mds de cinco minutos, como el cabrén de ‘Tarkovski. Pre- gunté a Kevin por qué no tiré la puta cimara y ayudé a la 134 mujer. Me dijo que no se podia hacer nada. Soy cimara, ex- Plicd, eso es lo que hace y as es como ayuda a la gente, Le dije que mo tenfa que haber hecho ese primer plana, Mc contesté que no lo habia hecho él, sino su cémara, él sélo la tenia en las manos. De todas formas lo corté. Lo puse en la cinta de Cinema Inferno. Nadie vio la secuencia aparte de mi. Kevin mantiene una actitud distante, y se encuentra a salvo, Ducrmo en un antiguo estudio de television, cerca de la sala de montaje. No tine ventanas, claro, estd protegida de los obuses, a menos que utiicen proyectles de esos que atm Vesan el hormigén. Y rara vez lo hacen, por el motivo que sea. Supongo que ni siquiera un obiis as acabaria inmedisas mente con nosotros. Simplemente abrira un agujero para Inds obuses Prefiero mori en el acto. El estudio tiene un pe. quefio escenario donde descerebrados cantantes folkloricos interpretaban sus penas de amor previamenre grabadas, Ahi s donde dormimos, como en una balsa: en un escenario Empapado de ligrimas falsas y sudor verdadero. Atin quedan ‘arias cimaras en el estudio, con los objetivos vueltor hacia al suelo, la mirada enere las ruedas, como avergonzadas, El studio es enorme y est muy oscuro, Lo iltiminamos con dos velas stuadas estratégicamente. En el eifiio hay algo dk electricidad, desde Inego, producida por un asmaico ge. nerador que funciona con gasolina, pero la necesitamos para Producit y emitir las imagenes. Nos movemos pot el estudio Gasia ciegas, con ayuda de un mapa mental hecho de recuer. dos. Nunca movemos las cimaras, por si tropevames con cll y nos hacemos daft. Pero siempre estin por medio, Elmo si Se movieran sigilosamente a nuestra espalda, como fantasmas,filméndonos. He estado envidndole cartas @ través de oscuros canales de Crue Roja: un convoy de esa organizacién tarda meses en le 135 gar a Sarajevo y ella tarda unos meses mds en recibir mis cartas Cuando las recibe, ya son obsoletas, presentan a alguien que no soy yo, a una persona mucho mds sana: a un extrario no sélo para ella sino para mi también. Cuando escribo esas cartas ten- {$0 que aceptar mi impotencia, debo admivir que es otro quien las esribe, usilizando mi cuerpo, mi pluma Pelikan, mi entu- mecida mano derecha. Escriba lo que escriba, todo me pareve _falso, porque dentro de un par de dias lo serd realmente, si xo dentro de unos momentos. Diga lo que diga, miento ahora 0 ‘mentiré luego. En las pdginas de la carta, la blancura del papel ‘manchada de tinea, un sombrio presente desciende sobre un pa- szado desolado. Por eso viendo a escribirle cosas que ella ya sabe, «4 contarle historias ya contadas guerras atrds. Es cobardia, lo re- conozco, pero sélo intento crear la ilusién de que nuestras vidas, por lejanas que estén, pueden seguir siendo simulténeas. El olor salia de la habitacién de Fatima hiciéramos lo que hiciéramos. Rellenabamos con trapos las grietas que he- bia en el marco de la puerta. Empapabamos los trapos y Ja puerta con vinagre y nuestros imitiles perfumes (Obsession, Magie Noire). Pero siempre estaba aquella peste: el dulce y denso olor de la descomposicién de la care, Cuando no bombardeaban, en medio de un aro periodo nocturno de calma, decidimos tirarla por la ventana, después de que mi madre se despertara gritando porque sofiaba que a su herme- na le salfan gusanos por las cuencas de los ojos. ‘Cuando cuenta historias, Kevin y yo nos emborrachs- ‘mos; con bourbon, que consigue no sé dénde. Entonces me dice cosas que él considera intimas: sobre la novia que tuv9 durante mucho tiempo, que trabajaba de agente inmobilia- ria después de sofiar con convertirse en congresista, Era de un sitio llamado White Pigeon, en Michigan, a setenta kilé- metros al sur de Kalamazoo. Cuando Kevin estaba en ¢ Golfo, le dejé un mensaje en el contestador para anunciarle 136 que le dejaba porque era «un egoist, un idiota sofador», Me dice que todo lo ve a través de un visor. Tiene confianza en el objetivo de la cdmara. Con la cdmara se siente natural, porque «con la cémara no veo nada solo», Siempre hay otros dos ojos, dice Una amiga me pidib que la ayudara a identificar unos edi- cies danados de Sarajevo; me envié fotograflas con la esperan- 2a de que los reconociera, pero a mi me resultaban irreconoci- bles. Tados oftecian el mismo aspecto; todos con las ventanas hechas afticos: agujeros negros, como si les bubieran sacado los ajs; todas con un cerco de escombras, como si hubieran esculpi- do los edificios para hacer una escultura de ruinas; no habia agente en las fotografias. Lo que aparecia en ls fotos no eran edi- Jficios, y menos edificos en los que yo hubiera ensrado y de los «que Intbiera salido; lo que habia en las fotos era lo que no apa- recta en ellas: as forograftas registraban el mismisimo fin del proceso dela desaparicién, la nada misma, Hay gente haciendo cola en el Punto A, esperando su tumo para cruzar corriendo. Cuando te toca, no puedes es- perar, tienes que salir inmediatamente, porque cuanto més tiempo esperes, més preparado estard el francotirador. Ade- mds, uno quiere alejarse del indescriptible miedo de la mul- titud que espera. La primera vez que corti del Punto A al Punto B, el miedo era realmente insoportable. Dolor de es- témago, como si una enorme bola de acero te estuviera mo- liendo las tripas. Sangre que te palpita en las venas del cue- lo, Calor hrimedo dentro de los ojos. Entumecimiento de los miembros, que se acentiia a medida que vas corriendo. Sudot que te chorrea por las mgjillas, como una pequefia avalancha de miedo. La mirada no encuentra vida en movi- [Riento. Los ojos apenas llegan a un par de metros por de- lante, sélo registran los obstéculos con los que puedes tro- ezar. Se oye cualquier ruidito. Tus pies despiden polvo y 137 escombros, Detonaciones lejanas. Gritos de gente asustada y herida. Silbido de balas que reboran. El estertor del que va detris de ti. Esta soy yo en lo que queda de la Biblioteca. Si pudieras ampliar la foro suficientemente, verias motas de polvo sus- pendidas en torno a mi: cenizas de libros. Esta foto la saca- ron el dia que me dieron el chaleco antibalas, Fue uno de los dias mds felices de mi vida, de esta vida. Un chaleco antiba- Jas aumenta considerablemente tus posibilidades (bueno, las fas) de supervivencia. Para mararte, el francotirador tiene que darte en la cabeza. Y por eso llevo el pelo tan corto, para que la cabeza resulke mas pequefia. A veces me siento como la puta de Juana de Arco, salvo que no tengo ejército ni oigo voces que me gufen. Mis padres la envolvieron en una sébana, y luego en otra y luego en otra, el rostro contraido por las ganas de vomitar. No pude verlo cuando la empujaron realmente por la venta- nna, pero of el ruido. Pensé, como recordando el didlogo de tuna pelicula: «Su vida cerminé con un golpe seco Desde abril no recibo carta de Aida. Desde entonces he te- nnido que inventarme sus cartas, escribirle sus propias carta, imaginarla; porque era el tinico modo de romper el cerco y se- _guir en contacto con ella, Seguro que esta viva, estoy convencido ide que un dia de étos tendré un paguete de cartas suyas, todas seguidas, metidas en el busin, estoy seguro de que las estd escri- biendo en este preciso momento. Esta guerra, amigo mio, es cosa de hombres. El otro dia of un «chister: «:Qué es una mujer?» «Lo que rodea el chi- chil» Los hombres con uniforme de camuflaje lo enconcra- ron tan gracioso que aporteaban el suelo con la culaca del fu- sil. Tave la sensacién de que lo contaban por mi. ‘Tenemos 138 que guardar silencio, abrirnos de piernas, ctiar mds guerreros y morir con dignidad maternal. Creo que lo que mas miedo ‘me da es la violacién. Cuando te alcanza la bala de un fran- cotirador, tu cuerpo se muere al mismo tiempo que ti. Siempre y cuando, claro esté, te maten en el acto; que es lo mis corriente, porque lo hacen bien, los muy cabrones. Pero rno quiero que mi cuerpo sea mutilado, vapuleado, violado. No quiero presenciar eso. Cuando me vaya de este mundo, quiero Ilevarme mi cuerpo conmigo. 2Has ofdo hablar de los campos de violacién? Cuando consegut este trabajo, me mudé al edificio de la tclevisién, y s6lo voy a casa de cuando en cuando, para ver si mis padres siguen vivos y estén bien. Solia ir los domingos por la tarde, después de la transmisién matinal de las sobras de los viernes. Pero luego dejé de hacerlo porque me di ‘cuenta de que el francotirador de mi barrio me estaba espe- rando. Antes de que yo echara a correr, todo estaba en silen- cio, y varias personas cruzaban el aparcamiento sin que les disparasen. Cuando me tocaba el turno de cruzar, las balas zumbaban a mi alrededor como abejas rabiosas. Me estaba esperando. Sabfa que vendria. Me esperd y luego se puso a jugar conmigo. Ahora voy a verlos a diferentes horas, utili- zando caminos distintos, intentando cambiar de apariencia cada vez para que no me reconozca el francotirador, que por lo que yo sé bien podia ser uno de mis a Cuando atin tenia la cabeza sobre la almohada, la pesadi- Ua no enteramente borrada por el brusco despertar, abrt los ojos Jv una cucaracha que, corriendo desde el fogén, avanzaba por ‘as baldosas grises del suelo de la cocina, llegaba a la alfombra ~donde aminord la marcha, como si corriese sobre la arena se ‘metia debajo de la sila, cruzaba en diagonal y rodeaba mis 2a- patillas, wratando de aleanzar el refugio de debajo del colehin. La observé, corrta deprisa, sin detenerse, sin vacilan, en Unea 139 recta. :Por qué corria? - nal y caro, después de esperar a Kevin més de una semana, Kevin, que ni siquiera se ha molestado en llamar, Intenté lo- calizarle en Amsterdam, Paris, Atlanta, Nueva York, Chipte, incluso en Johannesburgo, dejéndole mensajes y maldicio- nes. Entonces me largué y me volvé a Sarajevo, dejando un montén de toallas y sdbanas ensangrentadas, el minibar vir clo, un espejo roto en el cuarto de bao y la factura sin pie 142 82m, a nombre de Kevin, con su direccién en Chipre. Ast que aqui estoy ya, desembarazada, tan sanguinea como siempre, pero triste como nunca. Compré una Polaroid para explorar mi ausencia, para co- nocer el aspecto del espacio y los objetos cuando no les impongo mi presencia. Saco instanténeas —momentos fijados en brillo, con las exquinas més oxcuras que el centro, como si todo fuera spagindose-, saco instantineas de mi apartamento y de las co- 40s que bay en él: aqui estdel ventilador cenital que no da uel. ‘8; abt, mi butaca vacia; ahi, mi colchén, con apariencia de «que acaba de levantarse alguien; all, mi insustancial cuarto de baiio; abl, wna eucaracha seca: ahi, un vaso, ain com agua sin beber: abi, mis zapatos vactos; abi, mi tele sin espectador; abi, 1un fogonazo en el espejo: abi, nada Cuando se llega al Punto B, la oleada de adrenalina es tan intensa que te sientes demasiado viva, Se ve todo con cla- ridad, pero no se entiende nada. Los sentidos estan tan so- brecargados que te olvidas de todo incluso antes de percibir- lo, He corrido del Punto A al punto B centenares de veces y {a sensacién es siempre la misma, slo que nunca la he teni- do antes. Supongo que es esa alta tensién de la angustia lo que hace que la gente se desangre tan répidamente. He visto salir chorros de sangre de cuerpos esbeltos, Una mujer aga- trindose al bolso mientras su cuerpo entero se agita con el estertor de la muerte. He visto torrentes de sangre brotando de nifios sorprendidos, que te miran como si hubieran he- cho algo malo, romper un frasco de perfume caro o algo ast Pero una vex que se llega al Punto B todo desaparece raipida- ‘mente, como si nunca hubiera pasado, Te repones y caminas de vuelta a tu existencia sitiada, contenta de vivir. Te apartas tun mechén htimedo de la frente, respiras hondo y metes la mano en el bolsillo, donde puedes ono encontrar una mo- nreda sin valor alguno; una moneda, 143,

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