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HEROÍNA
HEBRA EDITORIAL
EDITORIAL.HEBRA@GMAIL.COM
AGRADECIMIENTOS
FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES
PONTIFICIA UNIVERSIDAD
CATÓLICA DE VALPARAÍSO
Cada cual tiene su alcohol. Tengo alcohol suficiente con existir.
Borracho de sentirme, vagabundeo y voy seguro. Si es hora, me
recojo en la oficina como cualquier otro. Si no es hora, voy hasta
el río a mirar el río, como cualquier otro. Y, por detrás de esto,
cielo mío, me constelo a escondidas y tengo mi infinito.
Fernando Pessoa
Las ocho heridas
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Un día que salí a andar en bicicleta descubrí
que cuando alcanzaba gran velocidad el viento
que se colaba por mis agujeros sonaba
armoniosamente, como si éstos, de manera
independiente y muy virtuosa se cerraran y
abrieran para hacer melodías. Mis antebrazos
eran ahora un instrumento de viento, qué
felicidad de no ser porque yo y el segregado
hombre que me habita no habíamos cruzado ni
una sola palabra.
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heridas me pedían abrigo. Yo siempre llevaba los
antebrazos descubiertos por miedo a que con el
roce de la ropa les entrara alguna infección,
porque eran heridas abiertas, la carne viva y todo
eso, aunque afortunadamente nunca tuve
dolores. Pues bien, aquel día, en lugar de utilizar
una venda en los brazos, lo que hubiera sido lo
más juicioso, introduje un dedo en el primer
orificio del antebrazo izquierdo. Fue repentino,
seguramente pensé que así evitaría que le
entrara aire y ya no tendría más frío este pobre
hombre incomunicado. Pero sucedió que cuando
introducía el índice, desde el fondo de mi carne
emergió un efusivo gemido. Parecía realmente
como si mi intruso hubiera despertado desde lo
más hondo de un abismo, desde dentro de siglos
enclavados en su materialidad o quizá solo desde
dentro de mí. Un gemido estridente a ratos que
se acrecentaba a medida que el resto de mis
dedos se iban involucrando también en este acto.
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polerón con mangas a toda hora y solo hablamos
de tres a cuatro de la mañana, cuando los niños
duermen y las heridas se atreven a modular.
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Heroína
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darse cuenta de que esa madrugada tenía en
varios aspectos tintes superlativos.
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imprimirse en esa piel. Fue en ese momento
cuando dio las primeras señales de vida.
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entera ha sido descansar y contemplar, me
explicó. Yo en ese momento creí que de
seguro era una mujer con mucho dinero,
acomodada como se dice y que no le había
trabajado un día a nadie, como también
suele decirse. Ella por su parte ni lo aceptó ni
lo desmintió. Se paró del alto de mantos en
que la tenía sentada y se puso a mirar mi
dormitorio largamente. Cuando llegó al
estante de los libros, me dijo que le parecían
objetos hermosos, y yo asentí ridículamente
porque también lo creía.
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que pasamos las dos con la mía y se me
olvidó por completo que tenía alumnos
esperándome en Limache y un tutor que
aunque despistado, también me echaría de
menos. La seguí unas cuadras hasta que le
dije, ven, vamos a mi casa y así fue que nos
fuimos.
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El primer lugar al que fuimos fue la playa.
Entramos por el paseo Weelright, que queda
a la derecha del muelle Barón y caminamos
sin prisa por el bajo murallón de cemento.
No se veía mucho, sin embargo su rostro
estaba intacto, lo distinguía perfectamente.
Yo no sé si ella podía verme a mí, lo más
probable es que no, si pienso en que ése día
estaba nublado y el alumbrado público es
bien pobre por ahí.
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sé del colegio. Hubiera visto todos los
noticieros y leído todos los artículos al
instante de internet. Pero todo eso,
absolutamente todo eso habría sucedido en
otras circunstancias. En las reales estaba Ana,
y eso lo cambiaba todo.
La chiquilla resplandecía, ni bonita ni fea;
luminosa. Si me preguntan que como era
ella, diría que en una palabra eso: luminosa.
Cuando dejé de quejarme por el frío me di
cuenta de que Ana, que en realidad tampoco
era tan chiquilla, o una chiquilla de treinta
podría ser, tenía sus dos manos puestas en
mis hombros.
-¿Qué crees tú que pasaría si no vuelve a
amanecer?- Me preguntó de pronto.
- Pues que se secarían las plantas.- Le dije yo
sin pensar mucho.
- ¿Pero la Tierra está girando, Ana?
- Yo creo que sí
- Ah claro, o sino se caería. ¿O no se caería?
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eso sí, llegaron dos viejos a sentarse cerca de
nosotras. Traían unos pedazos de cartón y
ramas secas para hacer fuego. Hacía mucho
frío y ni siquiera Ana podía ya abrigarme, así
que le dije que me iba a calentar un poco en
la fogata y a preguntarles que estaba
pasando en el plan. Ella quiso seguirme y al
final nos cambiamos las dos junto a los
viejitos. Eran artesanos nos contaron
después, de San Antonio. Hace dos semanas
se habían venido y los había pillado en Valpo
la noche. Así dijeron.
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aunque ella ni siquiera tenía las orejas
abiertas. Eso sí, estos artesanos nos
comieron todo el pan que teníamos, así que
tuvimos que ir a un negocio en la calle
Quillota que estaba abierto y comprar más.
La fila doblaba hasta la avenida Argentina.
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parte de las calles más cercanas, me había
topado con dos ex compañeras del colegio y
con un primo que me dijo que yo estaba muy
helada y que si quería ir a su casa, que había
puesto tantas luces que hasta parecía de día.
Yo le dije que estaba buscando a una amiga y
que iría a mi casa a ver si estaba ahí. Después
se me ocurrió describírsela, para que si la
veía le dijera que yo la estaba buscando.
Cuando terminé de hacer la descripción de
Ana, mi primo me dijo que debería irme al
tiro con él, que hace mucho tiempo que no
iba a verlo y que me iba a preparar una
agüita de algo que no recuerdo. Finalmente,
le di un beso y me apresuré hasta mi casa.
Mientras caminaba creo que vomité en una
esquina, pero no me sentía mal, solo era la
noche, la noche me daba náuseas.
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En ese momento levantó la cabeza y de su
pecho brotó una luz rosada. Noté que estaba
herida, que tenía en el cuello aberturas
pequeñas como si alguien hubiera tirado de
raíces plantadas en su carne y le hubiera
dejado la piel abierta hacia afuera. La luz
variaba entre tonalidades cálidas: rosa,
anaranjado, lila, pero siempre muy claras y
tibias. Esto último lo supe cuando me
detuve frente a ella e inmovilizada le
pregunté que estaba sucediendo. Recuerdo
que Ana me miró unos segundos y me dijo
que se había equivocado y que tenía que irse
lo antes posible. El pecho parecía que iba a
estallarle y su cuello casi no tenía forma.
***
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El rito sagrado del tacto
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5. Comience a desplazar la punta de su dedo
índice por lo más visible de su objeto/sujeto
a no más de 1cm/seg. Cuidando de ser suave
y no caer en la pulsión, sino pasados los
primeros 10 minutos.
6. En caso de que su índice haya perdido su
sensibilidad por exceso de trabajo, puede
continuar con su lengua. Asegúrese sí, de
retirar el polvo, las telas de araña o cualquier
otro indicio del paso del tiempo de su
objeto/sujeto, no vaya a ser que quede con la
lengua sabor a tierra.
7. Alternar el procedimiento con los ojos
abiertos, luego cerrados, luego a medio abrir.
8. Involucrar su extensa capa de piel
completa, apoderarse del objeto/sujeto con
manos, pies, tobillos, cabellos, comisuras...
9. Terminado el proceso puede canturrear
una canción si gusta.
10. Duerma.
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Deseo del árbol
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Vaticinio de la Mujer-Jibia
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