Vous êtes sur la page 1sur 23

NINA AVELLANEDA

HEROÍNA
HEBRA EDITORIAL

EDITORIAL.HEBRA@GMAIL.COM

UNA VEZ LEÍDO, QUE CAMBIE DE MANO

Todas las partes de este libro pueden


ser reproducidas, transmitidas o almacenadas,
sea por procedimientos mecánicos,
ópticos, químicos o electrónicos
incluídas las fotocópias.
Sírvase avisar al mail.

AGRADECIMIENTOS

FEDERACIÓN DE ESTUDIANTES
PONTIFICIA UNIVERSIDAD
CATÓLICA DE VALPARAÍSO
Cada cual tiene su alcohol. Tengo alcohol suficiente con existir.
Borracho de sentirme, vagabundeo y voy seguro. Si es hora, me
recojo en la oficina como cualquier otro. Si no es hora, voy hasta
el río a mirar el río, como cualquier otro. Y, por detrás de esto,
cielo mío, me constelo a escondidas y tengo mi infinito.

Fernando Pessoa
Las ocho heridas

Estaba inmovilizada mirándome los antebrazos.


Sucedió que tenía cuatro heridas por lado muy
profundas y en forma de rombo. Tienen que
haber tenido el tamaño de un dado promedio y
estaban teñidas con Povidona o alguna cosa
anaranjada de esas que mantienen sanas las
heridas. Pero lo cierto es que no eran simples
heridas, sino algo que ocupaba mi cuerpo
intrusamente y en forma de ocho agujeros, por lo
que me sentía bastante invadida y atemorizada.
Recuerdo que me angustiaba su quietud, que no
se pudiera expresar o que quizá yo no pudiera
entenderlo. No nos podíamos comunicar porque
existíamos en diferentes formas y por lo tanto
teníamos códigos distintos.

Después de un rato pude moverme. Caminé y


moví los brazos, las heridas seguían ahí y yo
seguía también con la sensación de pesar muy
fuerte. En el fondo le tenía lástima porque era
casi un vegetal, aunque algo me decía que
además tenía eso... esa cosa, eso... espíritu. Me
quedaba pensando a ratos, miraba los ocho
rombos tan simétricamente dispuestos y sabía
que era hombre.

HEROÍNA |5
Un día que salí a andar en bicicleta descubrí
que cuando alcanzaba gran velocidad el viento
que se colaba por mis agujeros sonaba
armoniosamente, como si éstos, de manera
independiente y muy virtuosa se cerraran y
abrieran para hacer melodías. Mis antebrazos
eran ahora un instrumento de viento, qué
felicidad de no ser porque yo y el segregado
hombre que me habita no habíamos cruzado ni
una sola palabra.

Después de mucho concentrarme, de


examinarme y de volcarme en lecturas de los
más diversos campos, me abandoné al destino y
no volví a hablar con nadie más en la vida. Creía
que era inútil entablar conversaciones triviales
con el resto de la gente si con la única persona
que verdaderamente tenía que hablar no podía
hacerlo. Fue un tiempo difícil ése, hasta creo que
quizá lo soñé porque todos los recuerdos son
bastantes vagos. Por aquel tiempo, me fui de la
casa, le dejé los niños a mi hermana y el jardín a
dios. Cuando volví, después de dos meses y
sietes días según mi hermana, los niños estaban
bien, me echaban de menos y me llenaron de
preguntas. El jardín por su parte, estaba muerto y
me costó varias semanas traer de vuelta mi
Gardenia.

Volví porque todo estaba resuelto. Una noche


fría y húmeda tuve la sensación de que mis

6|NINA AVELLANEDA
heridas me pedían abrigo. Yo siempre llevaba los
antebrazos descubiertos por miedo a que con el
roce de la ropa les entrara alguna infección,
porque eran heridas abiertas, la carne viva y todo
eso, aunque afortunadamente nunca tuve
dolores. Pues bien, aquel día, en lugar de utilizar
una venda en los brazos, lo que hubiera sido lo
más juicioso, introduje un dedo en el primer
orificio del antebrazo izquierdo. Fue repentino,
seguramente pensé que así evitaría que le
entrara aire y ya no tendría más frío este pobre
hombre incomunicado. Pero sucedió que cuando
introducía el índice, desde el fondo de mi carne
emergió un efusivo gemido. Parecía realmente
como si mi intruso hubiera despertado desde lo
más hondo de un abismo, desde dentro de siglos
enclavados en su materialidad o quizá solo desde
dentro de mí. Un gemido estridente a ratos que
se acrecentaba a medida que el resto de mis
dedos se iban involucrando también en este acto.

Después de esa noche, su vida y la mía dieron


la vuelta al mundo -por decirlo de alguna forma-
y todo cambió. Nos comunicábamos fluidamente,
supe de sus preferencias y del resto de su
especie, me contó que existen hace bastante
tiempo ya,
pero que casi no se relacionan, aunque claro, él
es un caso especial.

Ahora que estoy de vuelta en mi casa, visto un

HEROÍNA |7
polerón con mangas a toda hora y solo hablamos
de tres a cuatro de la mañana, cuando los niños
duermen y las heridas se atreven a modular.

***

8|NINA AVELLANEDA
Heroína

A Ana la conocí en un andén, bajo un


asiento y desnuda. Era el último asiento del
andén que lleva a Limache en la estación
Barón. Estaba recogida y no se movía. Me
acuerdo que yo llevaba un espejo pequeño
que usaba a esa hora para terminar de
arreglarme en el tren como todo el mundo
femenino y que con ese espejo le reflejé la
espalda, que era lo único que se le veía y que
ella despertó de pronto sollozando y
estirando sus extremidades, como por
primera vez.

Yo tomaba el metro a las seis y cuarto de la


mañana, por lo que me tocaba salir a oscuras
todos los días, hasta en verano. Ese día sin
embargo, la oscuridad no era tan inmensa ni
tan atractiva, porque había en la tierra un
foco humano que le restaba importancia: esa
era Ana. Había salido de la casa rápidamente,
iba atrasada y corrí varias cuadras, pero en
mitad del camino me detuve. Las calles
semidesiertas estaban limpias y los que
hacen muy de mañana el aseo descansaban
en silencio en las plazas, como cómplices,
llegué a pensar después. Los micreros y los
que recién se iban a dormir tambaleando la
borrachera, recuerdo que tardaron más en

HEROÍNA |9
darse cuenta de que esa madrugada tenía en
varios aspectos tintes superlativos.

Al llegar a la estación finalmente, después


de quince minutos todo parecía igual, como
si el tiempo no estuviera avanzando, pero mi
reloj y el de los cobradores del metro si lo
hacían. Seis con diez. Todavía alcanzaba a
hacerme una cola. Iba en eso cuando
caminando por el andén vacío aún, llegué al
último asiento. Los asientos de las estaciones
están hechos con los antiguos durmientes de
los rieles, por eso son así de gruesos y
rectangulares, así de rústicos. Es extraño que
se les haya ocurrido a los de Merval, uno a
veces cree que ya no van a haber ideas que
aplaudir en el mundo.

A pesar de ser grandes estos enormes


trozos de madera, no lograba este asiento
cubrir por completo el bulto que estaba
abajo. Ahí estaba ella y su desnudez radiante.
No sé por qué no pensé lo peor. Ideas como
violación, asalto o suicidio jamás me vinieron
a la mente, yo creo que tenía una espalda
demasiado luminosa para encontrarse en
malas condiciones. Torpemente saqué mi
espejo, ubiqué el foco más cercano y traté de
reflejarlo en su espalda pensando que así
despertaría (como cuando la luz en el centro
de un espejo da de lleno en los ojos), pero la
luz era demasiado tenue y nada conseguía

10|NINA AVELLANEDA
imprimirse en esa piel. Fue en ese momento
cuando dio las primeras señales de vida.

No amaneció en seis días. Los noticieros


hablaban de un fenómeno climático. Poca
imaginación. En internet se hablaba de una
disminución repentina de la potencia solar,
unida a una baja en la velocidad de la
rotación terrestre. Pensaba por esos días que
eso lo podía concluir cualquiera y que era un
desperdicio tratar de informarse o de
explicarse una situación que por lo demás,
no estaba nada de mal. En mi casa mi padre
solo pensaba en los tres días de pérdida que
iban a tener que sufrir a fin de mes los
colectiveros, porque con esto de que no
aclara, decía él, la gente no sale y somos
nosotros los que nos quedamos parados.

Pero la gente claro que salía, todo el


mundo salía, cómo no salir, ¡si no había luz!
Cuando llevé a Ana a la casa, mi padre no
dijo nada, andaba irritable y ni se enteró que
la pobre apenas iba vestida. Después cuando
le conté de dónde había salido me dijo que la
sacara de la casa, que no se quería meter en
problemas y después despotricó contra el
gobierno, así era él. Yo por supuesto no le
hice caso y le armé una cama improvisada
junto a la mía para que pudiera descansar un
poco. Pero Ana no quería descansar, mi vida

HEROÍNA |11
entera ha sido descansar y contemplar, me
explicó. Yo en ese momento creí que de
seguro era una mujer con mucho dinero,
acomodada como se dice y que no le había
trabajado un día a nadie, como también
suele decirse. Ella por su parte ni lo aceptó ni
lo desmintió. Se paró del alto de mantos en
que la tenía sentada y se puso a mirar mi
dormitorio largamente. Cuando llegó al
estante de los libros, me dijo que le parecían
objetos hermosos, y yo asentí ridículamente
porque también lo creía.

Pensándolo bien, tardé bastante en llegar al


terreno de las preguntas. ¿Qué te pasó, qué
hacías ahí, dónde vives? Yo pensaba que a
esas alturas ya no estaría en shock, y que era
conveniente enterarse de algo. Pero ella
nunca estuvo en shock recordé después,
porque cuando me habló su voz era normal,
como quien pregunta la hora y era yo quien
tardaba en responder y hasta era yo quien
tenía frío de verla así a esa hora de la
mañana.
Me llamo Ana, ¿me prestarías un rato la
chaqueta? Y yo se la prestaba. ¿Esto es
Valparaíso cierto? Cierto. Cuando se salió de
debajo del asiento me sonrió como
agradeciendo y se fue. Yo la seguí
obviamente, llevaba mi chaqueta y además
no tenía tarjeta para salir de la estación, así

12|NINA AVELLANEDA
que pasamos las dos con la mía y se me
olvidó por completo que tenía alumnos
esperándome en Limache y un tutor que
aunque despistado, también me echaría de
menos. La seguí unas cuadras hasta que le
dije, ven, vamos a mi casa y así fue que nos
fuimos.

Fue al tercer día de oscuridad cuando


decidimos dejar la casa. La gente había
comenzado a saquear los supermercados y el
gobierno tenía a los militares instalados en
las calles. Yo hubiera querido saquear
también, pero los pacos lo llenaban todo.
Había más policia que postes de alumbrado
público y la mitad de la población
rememoraba desolada los años de dictadura.
Pero esto no era una dictadura, esto era la
soberanía natural. Todos al fin jugábamos en
el mismo puesto, todos ciudadanos inútiles
que no funcionan si no es de día. Con Ana
nos íbamos a donde no hubiera nadie con
uniforme ni cobardes que se acurrucan para
que no les pase nada. Nos llevamos algo de
ropa, vaciamos el refrigerador y la caja en
que mi padre guardaba diariamente las
ganancias del colectivo. Todo para nosotras,
para nuestro viaje. Algo me decía que ya no
iba a volver, así que metí además un par de
libros y unas cuantas fotos. Ana parecía no
necesitar nada, lo que yo decidiera siempre
estaba bien.

HEROÍNA |13
El primer lugar al que fuimos fue la playa.
Entramos por el paseo Weelright, que queda
a la derecha del muelle Barón y caminamos
sin prisa por el bajo murallón de cemento.
No se veía mucho, sin embargo su rostro
estaba intacto, lo distinguía perfectamente.
Yo no sé si ella podía verme a mí, lo más
probable es que no, si pienso en que ése día
estaba nublado y el alumbrado público es
bien pobre por ahí.

Una vez que llegamos a la playa a mi me


dio frío. El aire estaba húmedo y la
nubosidad no perdonaba ni una sola estrella,
así que nos sentamos en la arena y una vez
estando bien firmes allí, respiramos muy
hondo, como si esa hubiera sido la meta de
toda la vida.
¿Pasaba el tiempo? En otras circunstancias
yo hubiera dedicado días enteros a
averiguarlo, hubiera ido con Salvador y Beto,
que estudian física y hubiéramos discutido
por horas, estoy segura. Hubiera estado
atenta a lo que sucedía con la otra mitad del
planeta. ¿Habría amaneció para ellos? Es
lógico pensar que una porción de la Tierra
estuvo iluminada por seis días, así como
nosotros no pudimos amanecer. Y habrá
habido otras también que se quedaron a
medio camino entre el día y la noche. Eso lo

14|NINA AVELLANEDA
sé del colegio. Hubiera visto todos los
noticieros y leído todos los artículos al
instante de internet. Pero todo eso,
absolutamente todo eso habría sucedido en
otras circunstancias. En las reales estaba Ana,
y eso lo cambiaba todo.
La chiquilla resplandecía, ni bonita ni fea;
luminosa. Si me preguntan que como era
ella, diría que en una palabra eso: luminosa.
Cuando dejé de quejarme por el frío me di
cuenta de que Ana, que en realidad tampoco
era tan chiquilla, o una chiquilla de treinta
podría ser, tenía sus dos manos puestas en
mis hombros.
-¿Qué crees tú que pasaría si no vuelve a
amanecer?- Me preguntó de pronto.
- Pues que se secarían las plantas.- Le dije yo
sin pensar mucho.
- ¿Pero la Tierra está girando, Ana?
- Yo creo que sí
- Ah claro, o sino se caería. ¿O no se caería?

Era inútil, yo no sabía nada de física, ni de


ninguna ciencia. Solo una vez leí un libro
entero sobre los árboles nativos de Chile,
pero eso no era lo que se dice ciencia.
A Ana, por su parte, parecía importarle solo
el olor del cochayuyo de la playa.
Estábamos en la Caleta Portales, pero no
había ningún comerciante y los restaurantes
estaban vacíos. Como a las tres de la tarde

HEROÍNA |15
eso sí, llegaron dos viejos a sentarse cerca de
nosotras. Traían unos pedazos de cartón y
ramas secas para hacer fuego. Hacía mucho
frío y ni siquiera Ana podía ya abrigarme, así
que le dije que me iba a calentar un poco en
la fogata y a preguntarles que estaba
pasando en el plan. Ella quiso seguirme y al
final nos cambiamos las dos junto a los
viejitos. Eran artesanos nos contaron
después, de San Antonio. Hace dos semanas
se habían venido y los había pillado en Valpo
la noche. Así dijeron.

Nos contaron en pocos minutos casi toda


su vida, estaban ávidos de hablar esos dos,
nosotras no teníamos mucho que contar, yo
estaba haciendo la práctica final de
pedagogía en Artes visuales, viajaba todos los
días a Limache y tenía planes de irme a vivir
allá. Y Ana, bueno, ella había llegado solo
hace tres días a Valparaíso. El mismo día que
empezó esto, dijo el más viejo. Así es, y ese
mismo día nos conocimos. Así que se
conocen hace poco, igual que nosotros, dijo
finalmente uno de los artesanos y después
nos pusimos a comer pan con queso.

Cuando se fueron nos regalaron un par de


aros a cada una. Los llevaban todos clavados
en un género verde y nos dieron a elegir los
que más nos gustaran. Ana estaba tan feliz
con el regalo que la dejé escoger por mí,

16|NINA AVELLANEDA
aunque ella ni siquiera tenía las orejas
abiertas. Eso sí, estos artesanos nos
comieron todo el pan que teníamos, así que
tuvimos que ir a un negocio en la calle
Quillota que estaba abierto y comprar más.
La fila doblaba hasta la avenida Argentina.

La busqué por todos lados. Fui hasta mi


casa pensando en que si se había perdido
podía volver allí, pero no estaba. Mi padre
gritó cosas que no oí, movía los brazos y se
movía mucho. Creo que me exigía algo.

Estábamos en la fila de una botillería de la


calle Quillota que también vendía papas
fritas y algunas masas. La fila era
interminable, pero avanzaba rápido y mucha
gente venía y se iba y no se lograban ver bien
los rostros porque todo estaba a media luz.
Cuando fue por fin mi turno, quise
preguntarle a Ana qué prefería que
comprara, la busqué con la vista para no
perder mi puesto y no la encontré. Eran las
nueve y cuarto de la noche y ella ya no
estaba conmigo.

Caminé hasta el final de la avenida


Argentina y luego me devolví a Colón, una
vez allí caminé seis cuadras y crucé por una
calle que no recuerdo hasta llegar a
Chacabuco. En una hora había recorrido gran

HEROÍNA |17
parte de las calles más cercanas, me había
topado con dos ex compañeras del colegio y
con un primo que me dijo que yo estaba muy
helada y que si quería ir a su casa, que había
puesto tantas luces que hasta parecía de día.
Yo le dije que estaba buscando a una amiga y
que iría a mi casa a ver si estaba ahí. Después
se me ocurrió describírsela, para que si la
veía le dijera que yo la estaba buscando.
Cuando terminé de hacer la descripción de
Ana, mi primo me dijo que debería irme al
tiro con él, que hace mucho tiempo que no
iba a verlo y que me iba a preparar una
agüita de algo que no recuerdo. Finalmente,
le di un beso y me apresuré hasta mi casa.
Mientras caminaba creo que vomité en una
esquina, pero no me sentía mal, solo era la
noche, la noche me daba náuseas.

Ana no estaba en mi casa, tampoco la había


encontrado en las calles, pero afuera al
menos no había un padre que moviera los
brazos como aspas, así que volví a salir. En la
escala de la puerta de la calle, sentada y con
la cabeza entre las rodillas, estaba Ana.

- ¿Qué pasó, dónde estabas? ¿En qué


momento nos perdimos? Estábamos en el
almacén y de repente ya no te vi más. ¿A
dónde te fuiste, estás bien?
-Vengo a despedirme, linda.

18|NINA AVELLANEDA
En ese momento levantó la cabeza y de su
pecho brotó una luz rosada. Noté que estaba
herida, que tenía en el cuello aberturas
pequeñas como si alguien hubiera tirado de
raíces plantadas en su carne y le hubiera
dejado la piel abierta hacia afuera. La luz
variaba entre tonalidades cálidas: rosa,
anaranjado, lila, pero siempre muy claras y
tibias. Esto último lo supe cuando me
detuve frente a ella e inmovilizada le
pregunté que estaba sucediendo. Recuerdo
que Ana me miró unos segundos y me dijo
que se había equivocado y que tenía que irse
lo antes posible. El pecho parecía que iba a
estallarle y su cuello casi no tenía forma.

Según la hora de mi celular faltaba poco


para las seis de la mañana, pero estábamos
en invierno y aun si pudiera amanecer
todavía faltaba. Ana entonces se paró, se
cubrió el pecho con la chaqueta que llevaba y
me abrazó. El abrazo duró lo que dura en
salir completamente el sol desde que asoma.
Estábamos ya en el quinto día y Ana llevaba
la ropa cargada de arena; Caleta Portales,
dijo sonriendo y me hizo una señal de adiós
con la mano. Luego descendió por la calle
principal del cerro hasta perderse en la
última curva y ya nunca más la vi. Una hora
más tarde amaneció.

***

HEROÍNA |19
El rito sagrado del tacto

Tocar es bucear, las cosas se bucean, los


objetos se bucean, los libros, las personas,
las puertas, los árboles, los mundos... todo se
bucea. O no existe.
El rito para ser sagrado tiene que ser
buceado:
Se dice que en la punta de los dedos, del
dedo índice para ser más exacta, se
encuentran la mayor cantidad de receptores
tácticos, de sensores. Es con esta pequeña
porción de piel que uno se va a apropiar de
materiales circundantes impensables y
cuantiosos...
Pequeño curso para bucear un
objeto/sujeto.
1. Tómese la gravedad, fúmese una Pitusa o
ingiera cualquier barbitúrico que sea factible
de comprar sin receta.
2. Lávese las manos.
3. Extienda el objeto/sujeto sobre alguna
superficie firme.
4. Espere a que el punto 1 haya hecho efecto,
en caso de no tener resultados, duplique la
dosis.

20|NINA AVELLANEDA
5. Comience a desplazar la punta de su dedo
índice por lo más visible de su objeto/sujeto
a no más de 1cm/seg. Cuidando de ser suave
y no caer en la pulsión, sino pasados los
primeros 10 minutos.
6. En caso de que su índice haya perdido su
sensibilidad por exceso de trabajo, puede
continuar con su lengua. Asegúrese sí, de
retirar el polvo, las telas de araña o cualquier
otro indicio del paso del tiempo de su
objeto/sujeto, no vaya a ser que quede con la
lengua sabor a tierra.
7. Alternar el procedimiento con los ojos
abiertos, luego cerrados, luego a medio abrir.
8. Involucrar su extensa capa de piel
completa, apoderarse del objeto/sujeto con
manos, pies, tobillos, cabellos, comisuras...
9. Terminado el proceso puede canturrear
una canción si gusta.
10. Duerma.

HEROÍNA |21
Deseo del árbol

El árbol quiere que le tomen una foto en


tamaño carnet. El fotógrafo tiene que
alejarse muchos metros para que el rostro
del árbol pueda ser enfocado
completamente, pero ya cuando lo tiene,
viene un pajarito y se le posa encima. Todo
de nuevo.

22|NINA AVELLANEDA
Vaticinio de la Mujer-Jibia

Mis escamas se están desprendiendo.


Y eran las últimas. Voy a quedar sin fronteras
y se me van a salir los órganos: el páncreas,
el colon irritable, el corazón de melón…
Van a andar suspendidos por los mares, los
órganos.
Por el índico el estómago, en el atlántico los
pulmones. Y en el pacífico, muy en el fondo,
mente y corazón anclarán cerca de un puerto
en la mitad de Chile.
Un día de pesca cualquiera, un hombre le
dirá a otro que en la red se ha venido algo
gelatinoso y abultado. ¡Es una jibia!, le dirá el
otro y lo llevarán a casa muy de tarde para
que la matriarca lo cocine a fuego lento. Será
así, lo veo con toda claridad: próximamente
seré devorada.

HEROÍNA |23

Vous aimerez peut-être aussi