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Otra explicación para el temblor de las hojas

Sofía Rhei
oyes el ruido de algo que se despliega,
tan parecido al otoño de fuera y sin
embargo tan opuesto, has oído este
extraño crujido muy cerca de tu cuerpo,
no sólo en la misma casa donde no hay
nadie más que tú, sino en la misma
habitación, un sonido de papel que
recobra su forma;
antes de convertirse en idea se llama
inquietud, antes de volverse intuición el
pálpito pertenece sólo al cuerpo, que
responde con su vibración a la de todos
los árboles, a la de todos los raíles de
metro silbando en comunión; es posible
que sólo hayas imaginado el sonido del
despliegue;
es muy posible que lo hayas imaginado,
o que hayas confundido con algo interior
el constante torbellino de las hojas que
chocan unas con otras más allá de la
ventana, y sin embargo, en tu mente,
cobra nitidez la imagen de un cuerpo de
papel que se desdobla una vez tras otra,
que crece
(astro luminoso que no permite retirar la
mirada, plateado metal líquido en que se
refleja el ojo de la carpa, delirio, fiebre
que provoca sueños, la elevación de la
enfermedad, lo fascinante de los
extremos, destrucción de la memoria por
los segundos como único deseo para el
futuro);
a veces se buscan las causas, y sin
embargo las causas están grabadas en los
troncos de los árboles, y aparecen al
trasluz de los mapas de metro, son más
bien las causas las que nos requieren, las
que nos hacen sacar, de un cajón en el
que llevaba cierto tiempo, el mapa de
esta ciudad;
las ciudades están hechas de trayectorias,
de coincidencias, de dibujos invisibles
en el tiempo, en ellas el número de
combinaciones posibles se acerca tanto
al infinito que estremece, porque cada
árbol verá pasar más de diez veces a
cada habitante, más de diez mil veces, o
ninguna;
la distancia entre la intención y el acto
puede contraerse o expandirse
infinitamente en décimas de segundo, y
mientras miras el mapa crecen en él
pequeños edificios de papel, y diminutos
árboles brotan rama por rama, con sus
hojas atravesadas por las curvas y los
trayectos
(pero todos los temblores tienen su
origen en algún otro lugar, del mismo
modo que se acaban transformando en
respuesta, también puede ser que todos
los temblores sean el mismo, un hilo
ininterrumpido a pesar de su fragilidad,
una sucesión ilimitada de tensiones, de
ecos que vibran en ecos);
miras el mapa de la ciudad como en
secreto, el papel en el que cada punto
significa algo, y distingues entre todas
las calles las que son venas y arterias,
pero no eres capaz de encontrar su
necesario centro hasta que posas la mano
sobre el mapa, y al cerrar los ojos, un
punto cobra temperatura;
acaso sea absurdo acariciar un mapa, la
duda nace como un árbol de papel fácil
de aplastar con un sólo dedo, y sin
embargo se despliega ahora a la
velocidad del papel, superponiéndose al
mapa semejante a otro mapa, la certeza
de que los mapas tan sólo se alimentan
de verdades;
en el papel templado, hay un pequeño
punto cálido, aún más pequeño que la
yema de tu dedo; como la yema de tu
dedo contiene venas que no descansan,
capilares que llaman a vasos mayores en
progresión geométrica, igual que toda la
sangre de tus dedos atravesará de nuevo
tu corazón
(para encontrar la forma hay que buscar
con los ojos, tan sólo mirar dibuja, y la
mirada se ramifica en el papel como la
tinta, teje una red en la piel semejante a
las venas, y no hay mirada que no grabe
historias o dibuje un laberinto, no hay
búsqueda que no cambie lo buscado);
sales de un edificio a la calle,
convirtiendo el cielo en el techo de un
paseo que reconstruye el trazado de tus
dedos sobre el mapa; las calles son el
cauce del fluir de tu movimiento, la
sombra de los pájaros que te adelantan
cobra forma de indicación sobre el
inmóvil asfalto;
el pensamiento de los árboles distingue
nítidamente lo que no es infierno entre
todo lo demás, y por eso algunas veces
una hoja cae en tus manos cuando
caminas; hay una coincidencia entre la
constelación que forman los árboles
entre los que caminas y las estrellas de tu
nacimiento;
caminas por la ciudad sabiendo que se
camina por dentro de su mapa, imaginas
que abrazas a los árboles y que sientes
con tu pulso un pulso astronómicamente
más lento, que retrocedes en velocidad
hasta la expansión indefinida del
presente, que la ciudad se detiene en su
dibujo
(la semilla que consigue hacerse un
hueco en la grieta, que encuentra el
centímetro de tierra que basta, se
expande con la primera lluvia, que es
simultáneamente una amenaza; la
voluntad configurada por cinco mil
generaciones de brotes se aferra en
forma de raíz a una gota de tierra);
sistemas concéntricos, el corazón de un
país como ciudad, el corazón de la
ciudad como una plaza, el corazón de la
plaza como una fuente rodeada de
árboles; en ese momento tú pasas por la
fuente y te conviertes en su centro, y tu
propio corazón está construido alrededor
del tiempo;
el verdadero centro de la ciudad sólo es
el entrecruzarse de dos líneas en el suelo,
sin embargo, en el lugar exacto del cruce
hay algo inesperado, la extraña hoja de
un árbol que no eres capaz de reconocer,
el dibujo vegetal de otro continente, de
otro mundo que encaja en tu mano;
atraviesas el exacto centro de la ciudad y
escuchas la primera nota de la música de
los mapas, estés donde estés hay un línea
recta hacia otro punto que te espera, sea
en el lugar del tiempo que sea, hay un
segundo en el futuro en el que recordarás
o imaginarás el ahora
(el proyectil que encuentra el único
ángulo que destruye el vidrio, la gota de
alcohol que desinfecta la herida, la
imagen que resquebraja la amnesia, la
cabeza de la carpa que se asoma al aire
en el centro de las ondas que crecen
hasta la orilla del lago, la piedra sin la
cual no existe la perla);
sólo los árboles conocen el mapa de los
ríos escondidos de la ciudad, sólo las
raíces alcanzan y saborean los secretos
del subsuelo, millones de conversaciones
simultáneas, pero tu silencio, allá donde
estés, y mi silencio en este preciso
segundo, son sólo un río subterráneo que
nos hila;
hay árboles tan altos como la ventana
desde la que estás mirando las nubes,
mientras piensas en la hoja que se seca
dentro de un cuaderno en blanco, el
dibujo de esa hoja parece adoptar
perfiles diferentes si lo giras en distintos
ángulos, y mirarla es como mirar las
nubes;
todos los mapas dentro de todos los
cajones, sin desplegarse, han variado en
una línea porque el centro de la ciudad
ha sido encontrado, porque la ciudad
está por fin completa, y en cada uno de
los árboles hay un rastro de tu paso, de
tu descubrimiento, un eco detenido de tu
voz
(las constelaciones de Madrid no pueden
verse mirando al cielo, que es una página
en blanco, sino que se revelan mediante
la disposición de los árboles; la luz
diurna en Madrid se introduce
lentamente por las ventanas mientras
llega la noche, llenando los edificios);
miraste dentro del mapa y el mapa, con
todos sus árboles como habitantes, se
convirtió en la ciudad donde todos los
hilos significan algo, sinónimo de un
espejo; si te cortaras las muñecas
observarías en ellas tantos anillos
concéntricos como días de felicidad has
tenido;
para difuminar la diferencia entre el
presente y el futuro, a veces tu mirada se
convierte en el aleteo de un ave que
esquiva, y vuela a ras de suelo buscando
signos caídos semejantes a huellas, a
veces tu mirada se convierte en una
trampa, si te miraras al espejo caerías
sobre ti misma;
en todos los ojos hay sistemas
magnéticos que pueden encenderse y
apagarse, porque dentro de cada ojo hay
un espejo semiesférico capaz de reflejar
la mitad del universo, porque cada ojo es
una cámara oscura en la que las
imágenes pueden perder su alma, pero
también ganar otra
(la lente que condensa toda la luz del sol,
la canica de metal que refleja el universo
entero, toda la tristeza en una sola
lágrima, la yema que tarda días en
apropiarse del verde y después la hoja
que brilla como la superficie del agua,
como el lago, y casi nadie puede saber el
futuro);
compuesto de muchos pequeños
síntomas, uno de los cuales es el ceceo
imperceptible de las hojas, el temblor de
los árboles finge deberse al viento, pero
cada vez que miras hay una respuesta, y
cada vez que finges no estar mirando, las
raíces levantan otro milímetro de asfalto;
es posible que la hoja cuyo perfil has
dibujado en todas las páginas del
cuaderno haya sido arrastrada hasta el
centro de la ciudad por un viento muy
alto desde una ciudad muy lejana,
también es posible que una
contracorriente haya sobrevolado los
muros del jardín botánico;
me has conocido sin reconocerme, pero
ahora eso ha cambiado, cuando el frío es
mental la primavera podría asaltar en
cualquier momento la sensación de
arritmia, la nieve de la asimetría
informativa; refugiada en el secreto, tu
mirada arranca trayectorias del aire y
algo roba el oxígeno a mi pecho
(a veces, las raíces destrozan suavemente
el cemento de las aceras, por tanto, que
no se nos impida imaginar que lo
inesperado también se alimenta del
tiempo y que la lluvia siempre decide
caer en la vertical de los deseos, que la
ciudad es la balanza entre el asfalto y los
pasos);
apoyada en una tensión, suspendida en
un temblor, calculas el resultado de una
expresión, lees casualidades, milenrama;
para encontrar el centro de las cosas es
necesario traspasar con la mirada todas
sus capas, el verdadero mapa de este
instante son las raíces creciendo;
la sangre subterránea de los árboles es
una corriente cuyo tiempo no podemos
comprender, puesto que una vida
humana es muy poco más que una de sus
horas, y sin embargo hay deseos
grabados en los árboles, sólo de ese
modo puedo mirarte de modo que sea
bastante;
veo sin que me veas cómo traspasas las
puertas del jardín botánico, cómo miras
las copas de los altísimos árboles, y te
imagino descifrando la forma de las
ramas atravesadas por el cielo; veo cómo
tu paso se va haciendo más lento por
empatía con el tiempo de los árboles
(el brote, el dibujo casual que sin
embargo sirve, la inesperada gota de
lluvia, me presentan al que va
convertirse en mi mejor amigo, el olor
de una panadería a las seis de la mañana,
el hueso de cereza que se arroja desde la
ventana del coche y sin embargo se
convierte en árbol);
buscas, y sin embargo le das tu atención
a todo lo que te rodea, porque lo que te
rodea cambia con cada paso que das y
con cada movimiento de tu cuello,
buscas lentamente y quizá por eso al
final encuentras el árbol cuyas hojas son
iguales a la hoja que guardaste dentro de
un cuaderno;
al lado del árbol hay un banco, desde el
cual miras el reflejo en las hojas del
otoño de la tarde, pero sin que te des
cuenta, tu mano avanza unos centímetro
y encuentra un pequeño trozo de papel,
el recorte de un mapa de metro, y sin que
tú lo sepas tu mano lo guarda en el
bolsillo;
como si algún turista hubiera decidido su
inutilidad, como si alguien se hubiera
dedicado a deshojar las paradas del mapa
de metro a medida que se las iba
aprendiendo, dos o tres jirones en los
que aún pueden leerse nombres de
estaciones se quedan en el banco
después de que te vayas
(cada alcorque es un parque, cada
pensamiento es una realidad, cada roce
es un año que comienza, el sauce ha
dejado caer sus hojas hasta el fondo del
lago y tantea la oscuridad líquida con las
ramas que los peces no se han comido, el
agua de todas las fuentes sólo es una);
los días caen, inevitables como hojas, y a
la ciudad le crecen nuevas pieles que
sustituirán la corteza perdida, el otoño
son los documentos que te rodean y las
hojas de los calendarios, pero el tiempo
de la ciudad está tan cerca del tiempo de
los árboles como del tiempo de tu
cuerpo;
a veces miras en mi dirección, como si
no buscaras, pero para poder explorar el
reverso de algo primero hay que mirar
de frente, luego, es uno mismo el que
gira; intento olvidar que cada segundo es
una oferta, creando la espera de una sola
cosa, inventando la ansiedad de algo
excluyente;
un día tu mano, casi sin que te des
cuenta, saca de un bolsillo un pequeño
trozo de papel, el recorte de un mapa en
el que puede leerse el nombre de una
estación de metro, Canillejas, y entonces
oyes el ruido de algo que se despliega, y
te acercas, con cierto temor, a un archivo
(hay millones de esporas sobrevolando
Madrid constantemente, millones de
pensamientos esperando en el aire a que
quieras respirarlos, millones de melodías
que empiezan en este preciso momento
dentro de las ventanas de los
conservatorios, ahora estás oyendo una
de ellas);
sales de un edificio a la calle, pero todas
las calles pertenecen al mismo edificio, y
bajas las escaleras del metro junto con
las personas salen del trabajo y se
comportan como un líquido que se
adapta a los vasos sanguíneos del metro;
en tu bolsillo hay un nombre, línea
cinco;
dentro del metro, sólo los reflejos
observan a los reflejos, las imágenes que
quedan atrapadas en los cristales se
repetirán infinitamente hasta que estos se
rompan; dentro del metro es imposible
no palpar las intensas ondas de
casualidad y combinatoria que sacuden
los vagones;
igual a una mariposa en el otro lado del
mundo, tu silencio que se acerca; en un
mismo lugar del tiempo callo, tú rozas
mi parte del mapa, yo pienso en los
árboles que no se pierden uno solo de tus
pasos, y de repente, todos los pájaros se
posan en el mismo cable telefónico
(la ciudad está modelada por las huellas,
por los restos, por los caminos, por los
trazos, por el paseo dubitativo o por la
certeza de la trayectoria de quienes la
transitan, por la erosión de las prisas y la
sedimentación del desgaste de las suelas,
su tiempo lo modela el tiempo humano);
hay puertas que no aparecen en los
mapas, porque en realidad son un árbol
que se ha transformado en puerta; por lo
tanto hay que buscarlas, ya que siempre
son de color verde y siempre que se las
mira fingen llevar ahí desde siempre,
sales del metro y simplemente caminas;
miras hacia arriba porque sabes que la
ciudad acaba de ser creada por tus ojos,
si hubieras decidido levantar la cabeza
tan sólo un segundo antes, todos los
edificios serían un metro más bajos, y es
muy posible que algunos balcones no
hubieran terminado aún de brotar;
te reconozco, y mi mirada sobre ti es la
misma que la tuya sobre la ciudad que se
expande al encontrar el espejo de los
ojos, y tu pelo crece al triple de su
velocidad normal a pesar del otoño, cada
pensamiento es una hora de vida, y cada
segundo que te miro es un año que
comienza
(la ciudad se alimenta del movimiento y
de la calma, pero sobre todo del peso
brillante de la vista, de la ascensión y de
los dibujos que trazan las miradas, de los
reflejos de los ojos en todos los edificios
cuyo borde es un espejo, del resbalarse
admirativo de los turistas en autobús);
retraso el momento de mirarte, tensando
los síntomas, y el placer radical de
negarte ensancha los minutos hasta su
límite; las venas se convierten en raíces
para que mis ojos no te busquen, como
no te buscan las hojas de los árboles, que
sin embargo distinguen tu presencia
entre millones;
pero tú sí me miras, rasgas mi mente
deshilachando neurona por neurona con
la paciencia de los pececillos que
mordisquean cables de acero hasta dejar
los barcos a la deriva, y estás tan cerca
que puedo oír la música de tus
articulaciones, estás tan cerca que, por
fin, basta;
lo sabes, y también no lo sabes, negando
en vertical, pero cuanto más me alejo,
más alto es el volumen de tu silencio,
caen algunas hojas quién sabe si por
culpa de esas ondas, y las raíces de todos
los árboles se agitan levemente con cada
pequeña alteración en los mapas
(la verdad sobre el temblor de las hojas
es que todo árbol es arteria de un
corazón que late bajo tierra, en el exacto
centro de los mapas, la verdad sobre el
temblor es que es tan difícil encontrarlo
como ser encontrada, porque las
posibilidades se desdoblan siete millones
de veces cada día);
tu silencio está lleno de palabras que
tienen el mismo color del aire y también
de palabras microscópicas que recojo del
aire al respirar, tu silencio es una caja de
resonancia para el más mínimo aleteo de
tus pestañas o comisuras, para el más
imperceptible gesto;
confío en tus silencios protectores como
los espinos de los que están hechos los
nidos y recubro los picos de caricias
como plumas que me protejan de tus
silencios, pero en tus ojos tiembla el
reflejo de los árboles de más allá de la
ventana, y, en silencio, aparece la
verdadera causa del temblor;
ahora, en silencio, recorres con tus dedos
los mapas de mi mente, y las líneas se
vuelven elásticas a tu paso,
modificándose con cada roce, y los
recuerdos ya nunca serán los mismos
después de que me hayas leído, porque
todas las ciudades cambiarán al cambiar
esta
(asteroide que podría acabar con el
planeta, gota de mercurio en el estanque,
vaso de veneno transparente entre las
transparentes hileras de vasos de agua,
ruido de los segundos como música
inexorable que deteriora la memoria,
lluvia sobre una carta ansiosamente
esperada);
hablas directamente a mi mente sin pasar
por los sentidos superficiales, bruñes y
pules mis cables nerviosos hasta que
pueden pasar por el ojo de la aguja más
pequeña del mundo, miniaturizas tus
caricias y todo decrece, en todos los
árboles de la ciudad brota una hoja;
besos como hojas flotando en el agua,
caricias que se desprenden sin un ruido,
gestos que sólo se sostienen por tener
menos densidad que las palabras
abstractas, el cuerpo como ciudad de las
células y el tiempo de las células como
una forma de revelación, de palabra
secreta y sagrada;
tu cuerpo es una ciudad de la que existen
varios mapas en el mundo, tu piel está
cubierta de signos y de códigos y cada
gesto de tus manos en la nada es un
dibujo en movimiento que se incorpora,
cada línea de tu voz en el aire se graba
para siempre en el más cercano e
incompleto de los mapas
(hace muchos años, aunque es ahora
cuando lo recuerdas, había un árbol cuyo
tronco estaba hueco, entonces, sin saber
lo que iba a ocurrir, introdujiste tu mano
por la rendija del tronco, y al desplegar
la palma en su interior fuiste capaz de
sentir el pulso de las arterias del árbol);
despliego para ti el verbo recubrir en
toda su extensión a través del momento,
pero eres tú quien muerde mi cuerpo
como si mis huesos protegieran semillas
alargadas que pudieras liberar y cultivar,
brotando otras ciudades similares que
devorar hasta el final de los días;
muerdes mi cuerpo como si mis huesos
protegieran semillas, y cuanto más
profundo se alojan tus dientes en el
camino hacia mi centro más se libera de
los estorbos de la carne y sus caminos el
trayecto entre las dos las atmósferas:
los pulmones de mi alma y el espacio
creciente.

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