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Autores:
Pep Vivas i Elias (pvivasi@uoc.edu)*, Óscar López Catalán1 (oscarlcat@gmail.com)**, Jesus
Rojas Arredondo (jrojasar@uoc.edu)**, Valeria Santoro Lamelas (vasantoro@gmail.com)**
Resumen:
Las particularidades de ciertas realidades urbanas actuales (que podríamos calificar como
híbridas, líquidas, fluidas) que conforman la ciudad, inciden en el tipo de prácticas y actividades
que realizamos en ella. Los espacios urbanos son atravesados por formas de movilidad cada
vez más intensas y, mediante estas acciones sociales, los lugares de la urbe pierden o
modifican sus significados estables para convertirse en espacios liminales o heterotópicos:
espacios construidos por un mosaico de interacciones sociales efímeras, complejas y
cambiantes. Algunos autores, desde la antropología, han etiquetado estas zonas de la urbe
actual como “no lugares” teniendo en cuenta que éstos se caracterizan por una ausencia de
historicidad, significación o relación pero sin centrarse en qué tipo concreto de prácticas
sociales los afecta o modifica total o parcialmente. El concepto de área de sociabilidad
transitoria, que pretendemos proponer y elaborar teóricamente, intenta abordar, desde algunas
de las aportaciones anteriores, el hecho de que las nuevas tecnologías inciden cada vez más
en las prácticas sociales que se desarrollan en dichos espacios, construyéndolas y
mediatizándolas en diferentes ámbitos: ocio, movilidad, control o actividad económica. Los
aeropuertos, los hoteles, las estaciones de metro o de tren, son ejemplos de este tipo de
espacios convertidos, en parte, en “oficinas virtuales”, hogares momentáneos o centros de
ocio, que debemos abordar desde una perspectiva etnográfica para profundizar en el análisis
de las nuevas prácticas y usos sociales en los espacios urbanos contemporáneos. Nuestra
intención, a través de la comunicación que presentamos, es centrar nuestra atención en la red
del metro de la ciudad de Barcelona como ejemplo de espacio de sociabilidad transitoria de la
urbe actual.
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Becario FPU-MEC en el Departamento de Antropologia Social y Cultural
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imaginario sobre la ciudad, mientras otros apenas si son notados o dotados de
significado, y, a pesar de ser constantemente visitados, se pierden en una
cotidianeidad repetitiva. Probablemente no nos resulta difícil recordar y recrear
con bastante detalle los primeros, lugares que conocemos bien, muy
significativos para nosotros e, incluso, emblemáticos para muchas otras
personas; y quizás también, con cierta frecuencia, podamos contemplarlos
como aquello que conforma una ciudad (sus plazas, sus monumentos, sus
calles) y nuestra relación con ella (en los anteriores, en nuestro barrio, en
nuestra casa). Pero los segundos –los que vivimos de forma efímera o
transitoria, aquellos que recorremos sin detenernos y que conectan los
primeros– también forman parte de la ciudad y, más allá de su pertenencia
física a ella, contribuyen, cada día más, de una forma muy significativa a
construirla como el ámbito en el que interaccionamos y realizamos una ciertas
prácticas sociales urbanas.
Esta comunicación parte del interés en torno a ese segundo tipo de espacios –
poco visibilizados, efímeros, a veces considerados insignificantes– y de
algunas intuiciones acerca de la importancia de analizarlos para investigar las
prácticas e interacciones sociales que se dan en (y con) ellos.
En primer lugar, como mantiene Graham (2004:1), la llamada “sociedad de la
información” ha sido y es cada vez más una sociedad urbana, entendida a
través de la distinción tomada de Lefebvre (1972:70-71) entre lo urbano y la
ciudad. En otras palabras, parece claro que el dominio de ciudades y
metrópolis ha alcanzado, en la sociedad contemporánea, una extensión
probablemente sin precedentes en la historia humana, pero que, además, sus
prácticas se han extendido mucho más allá de las “fronteras físicas” de la
ciudad. Pero además, los espacios que la conforman se han transformado en
sitios de tránsito, en los escenarios espaciales en los cuales las personas
transitamos e interaccionamos cotidianamente; por tanto, las prácticas que se
realizan en ellos son buenos indicadores de las formas en que dotamos de
significación y habitamos nuestras ciudades.
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han venido de la mano del uso de las llamadas “nuevas tecnologías” (uso de
Internet, dispositivos móviles, comunicación inalámbrica, ordenadores, etc.). La
difusión de las tecnologías de la información incrementa drásticamente la
complejidad de las ciudades (y viceversa) por el aumento del número y los
tipos de interacción entre personas, organizaciones, sistemas y espacios, en un
proceso de reorganización que afecta a diferentes niveles, desde la gestión y
planificación de ciudades y regiones metropolitanas hasta nuestras prácticas
sociales más cotidianas, pasando por los medios de transporte y de
comunicación. Las nuevas tecnologías inciden cada vez más en las prácticas
socioculturales y espaciales, construyéndolas y mediatizándolas en diferentes
ámbitos: ocio, movilidad, control, actividad económica.
Para lo que nos interesa aquí -las prácticas sociales que se dan en unos
determinados espacios- una tercera intuición es que éstas pueden ser
consecuencia de las transformaciones globales (movilidad, rapidez, relaciones
efímeras, etc.), pero también venir dadas por las características de los espacios
que las envuelven y construyen. La movilidad, la inmediatez y la
provisionalidad, por mencionar algunas, hacen que en las ciudades
contemporáneas (en diferentes formas y grados) las distancias y los trayectos
se hayan visto modificados radicalmente sustituyendo, como afirma Amendola
(2000), el criterio de distancia por los de conexión y accesibilidad. Los espacios
urbanos, atravesados por diferentes formas de movilidad cada vez más
intensas, pierden o modifican –mayor movilidad no significa necesariamente
una menor identidad– sus significados estables para convertirse en espacios
construidos por un mosaico de interacciones sociales complejas y cambiantes
(como cualquier espacio, pero quizás más aun).
Es desde las breves intuiciones anteriores desde donde partimos para analizar
lo que pretendemos denominar espacios de sociabilidad transitoria; espacios
liminales o heterotópicos que algunos autores (Augé, 1995; Delgado, 2005),
han denominado también no-lugares. El análisis de dichos espacios no puede
hacerse sin contextualizar mínimamente algunas aportaciones en torno a las
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transformaciones sociales que están ocurriendo simultáneamente, y en las que
las nuevas tecnologías también tienen mucha presencia. Autores como
Castells (1995), Hall (1996), Muxí (2004), Azúa (2004), Mitchell (1995, 2001) o
Sassen (2000, 2001), por citar algunos, han abordado dichos procesos,
centrándose específicamente en el contexto urbano, en un recorrido que va
desde los aspectos económicos, industriales, organizacionales hasta el impacto
de la tecnología en la arquitectura, pasando por la -bastante manida ya-
globalización. Por otra parte, y más en coherencia con el tema que nos ocupa,
nos encontramos con investigaciones que, en buena parte desprendiéndose
del contexto global que analizan los autores anteriores, tienen en cuenta la
aparición de “nuevos espacios” o de “lugares característicos” de la sociedad
contemporánea. Podemos citar aquí, como hicimos antes, a Augé (1986,
1995), Delgado (2005), Kociatkiewicz y Kostera (1999) o Horta (2004).
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Pero ¿qué son exactamente las heterotopías? Para Foucault (1966) es posible
relacionar el concepto de espacio con yuxtaposiciones y emplazamientos, es
decir, con la relación cerca-lejos, con la irreductibilidad entre los espacios y con
su superposición, con las transformaciones del espacio y sus posibles
multiplicidades. Foucault mostró mucho interés en un tipo de espacio que tiene
la característica de ser y de existir en relación con otros espacios, en conexión,
adquiriendo lógicas que los agrupa, los relaciona y los designa. Pero aun más
importante, esto se traduce en espacios de relaciones y prácticas sociales
heterogéneas, constituidos de diversas formas en cada sociedad y momento,
pero siempre cambiantes y difíciles de acotar. Vivimos en el interior de un
conjunto de relaciones y prácticas sociales y no en un vacío categorizado en
emplazamientos claramente definidos. Foucault (1984) describió nuestra
convivencia no sólo con espacios conocidos o concretos sino también, aunque
sea por instantes, con esos espacios que se encuentran en medio. Los
espacios heterotópicos responden al orden de esos conectores del espacio,
pero son en sí mismos otro orden de espacios, aunque su existencia sea tan
fugaz como el momento mismo de su activación, como el paso momentáneo
por el pasillo que comunica dos estaciones de metro.
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supermercado, los aeropuertos o los centros comerciales, serían algunos de
sus ejemplos paradigmáticos.
Esta reflexión nos sirve para resumir algunas razones que nos han conducido a
proponer el concepto de espacios de sociabilidad transitoria, como una
herramienta para analizar los “nuevos espacios” de los que hablamos en la
introducción. Debemos aclarar, en todo caso, que estamos delante de una
aproximación este concepto.
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el espacio. Los espacios son, entonces, practicados y sociales; y eso enlaza
con la sociabilidad, que contribuye a insistir en que lo que nos interesa
fundamentalmente son las relaciones entre las personas, las interacciones
entre ellas, pero también con los espacios. No se trata de quitar u otorgar peso
a un elemento u otro (lo espacial, lo social, etc.), sino de entender que la propia
distinción, en ocasiones, viene más de nuestra propia incapacidad para
categorizar la vida social que por la existencia de ese tipo de dicotomías.
Esta dificultad para (a veces obsesión por) acotar y delimitar espacios se hace
aun más intensa cuando intentamos aplicar un adjetivo al tipo de relaciones y
prácticas que pueden estar dándose en estos espacios. Hemos usado la
palabra transitorio, porque incorpora al mismo tiempo significados relacionados
con lo espacial (tránsito, movilidad, traspaso) y con el tiempo (efímero,
momentáneo, cambiante). En definitiva, lo que pretendíamos era denominar
espacios con una identidad (si es que se puede hablar de ella) no fija, sino
procesual y móvil.
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heterotópicos en los que la multiplicidad y el emplazamiento simultáneo
atraviesan nuestras prácticas sociales.
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estos espacios urbanos de una forma clara y concisa, pero a la vez situada y
rica en información puede ser complejo, más aun considerando sus
características específicas (movilidad permanente, cambio y flujo constante),
pero creemos que es posible hacerlo, acotando correctamente los límites de la
investigación. Las nuevas tecnologías deben tener un papel principal en el
proceso investigador, no sólo por el uso intensivo que se hace de ellas en esos
espacios, sino también por su utilidad durante el proceso de investigación. En
definitiva, nos interesa también conocer las posibilidades de uso y de
apropiación de los espacios por parte de sus usuarios, para definir qué
procesos pueden influir positivamente en su resignificación y poder proponer
pautas que permitan un mejor uso de los espacios en tránsito, que favorezcan
la accesibilidad y la movilidad de las personas y el uso de las nuevas
tecnologías con la intención de mejorar la calidad de vida urbana y, en
definitiva, potenciar la capacidad de la ciudadanía para habitar la ciudad en el
contexto actual.
Por tanto, durante varios días, y sin rumbos fijados previamente, nos
dedicamos a observar, escuchar y conversar, recopilando información sobre las
cuestiones que guardaban relación con nuestro objeto de estudio. Nuestros
diarios de campo contienen la recopilación textual de los momentos vividos; de
las experiencias, ideas y reflexiones que surgieron durante el trabajo de campo,
y además, un registro de imágenes. Todo ello fue transcrito a formato digital y
organizado junto con las fotografías tomadas, generando un corpus textual
único, entendido como “cualquier conjunto de textos o imágenes en un soporte
material” (Garay et al, 2002: 444), y preparado para su posterior análisis.
5. ANÁLISIS INICIAL
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entre espacio, tecnología, y movilidad, no sólo porque para que entre en
funcionamiento sea necesaria la conexión entre múltiples sistemas
tecnológicos y electrónicos (control por ordenador de los trayectos, horarios,
etc.), sino también porque estos sistemas entran en juego en la propia
regulación de las prácticas e interacciones de los usuarios.
La propia disposición de los espacios del metro hace que esta sensación de
tránsito (y de falta de apropiación y significación) sea más acuciante. El tipo de
mobiliario que encontramos en este “espacio de sociabilidad transitoria” está
diseñado para que las personas se queden solamente los instantes necesarios,
favoreciendo el control y la gestión, y aparentemente, inhibiendo las
interacciones. Un buen ejemplo de ello pueden ser los nuevos vagones de
metro, que ya ni siquiera cuentan con asientos situados de forma que permitan
una conversación frente a frente. Aparte de los ocasionales grupos de
personas que viajan juntos, los/las usuarios optan por la lectura (de un libro o
un diario gratuito), el uso de aparatos (para música, películas o videojuegos), o,
en el andén, por mirar el monitor del “canal metro”, consultando
ocasionalmente la pantalla que informa del tiempo que falta hasta la aparición
del siguiente tren.
Pero las personas no nos dedicamos solamente a transitar por estos espacios
de una forma “automática” y sin vacilaciones: estamos acompañados, en todo
momento, de un trasfondo no casual y, en ocasiones, sutil, que implica
aspectos tan diversos como el consumo, el trabajo.
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El metro es también un lugar de trabajo para multitud de personas, sea este
regulado formalmente (personal de TMB, propietarios de bares y tiendas,
algunos músicos) o realizado de una forma informal (venta de diversos objetos,
mendicidad, otros músicos). Pero es además un espacio que, a partir de la
incorporación de las nuevas tecnologías móviles, cada vez más personas
aprovechan para realizar parte de sus tareas (usando móviles, PDAs, etc.)
6. REFERENCIA BIBLIOGRÁFICAS
11
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