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Esto afecta a la población de diversas formas, lo que se puede observar, por ejemplo, en
la fuga masiva de estudiantes que se ha producido en los últimos años de los colegios
municipales, los cuales se han visto desprestigiados por los malos resultados obtenidos
en el SIMCE y en la PSU; llevando esto a que el sistema privado, con o sin aporte
estatal, crezca cada vez más, ya que la gente tiende a pensar que un colegio privado
entrega calidad por el simple hecho de no estar mayormente vinculado con el Estado,
entre otras consecuencias.
El concepto de calidad está de moda el día de hoy, pero, ¿cuántas personas saben
realmente lo que significa e implica calidad en educación?
De allí que si realizamos una comparación entre la teoría y la práctica, nos encontramos
con que es difícil dejar satisfecha a toda la sociedad. Por ejemplo, si consideramos lo
señalado por Jorge Yarce (1997, p.30), calidad total en educación implicaría: “…prestar
un servicio lo más perfecto posible, y entregar un producto con características de
excelencia: la persona formada”. Sin embargo, Yarce agrega luego que, para que haya
un verdadero cambio de paradigma, los responsables no sólo son los educadores, el
MINEDUC y los sostenedores, sino que por el contrario, se requiere una participación e
integración real de los padres y apoderados, así como de los educandos; en palabras de
Pincetti (2000), debe integrarse al individuo y a las organizaciones en general. También
implica un cambio en la cultura corporativa, la que debe pasar de un modelo
jerarquizado a uno horizontal, en el cual, para alcanzar el éxito, se debe contar con todos
los actores comprometidos (Reyes, 2009).
Pero ¿esto sucede realmente? Sabemos que no, puesto que como la definición de
calidad no se ha planteado de forma integral, su medición ha sido inadecuada, tema que
se abordará a continuación.
Por ende, si no hay una concordancia entre lo que entendemos por calidad en educación
y el cómo la medimos, no podremos lograr el que debiera ser el principal objetivo de la
educación: el formar personas.
Hace falta una política de Estado, no de Gobierno, que tenga como tema central la
aplicación de una verdadera política de calidad en la educación
Otro de los problemas que no han ayudado, precisamente, en el logro de la tan buscada
calidad en educación es la falta de una continuidad de las medidas tomadas para
resguardar la integridad de la política del MINEDUC. Tenemos por ejemplo lo que pasó
con las polémicas JOCAS (Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad),
implementadas durante la década de 1990, la que pretendía generar un espacio de
confianza donde se conversara con especialistas, profesores, e incluso padres y
apoderados, sobre temas afectivos y sexuales. La resistencia que estas jornadas
generaron a nivel social, particularmente de los sectores más conservadores, llevó a que
su implementación fuese olvidada; y como toda política de educación sexual es vetada
por los mismos sectores, finalmente no se hace nada, mientras el número de
adolescentes embarazadas aumenta, al igual que lo hace el número de estudiantes
adolescentes contagiados con diversas enfermedades de transmisión sexual.
¿De qué forma se quiere lograr la calidad en educación, si ni quiera hay una política
estable respecto a lo que debe entregarse como contenidos? ¿Qué sacamos con medir
resultados numéricos y en base a ello clasificar un colegio de exitoso o no, si problemas
sociales como el embarazo adolescente se hacen cada vez más visibles en nuestra
sociedad por su insuficiente tratamiento de parte de las autoridades encargadas?
Si bien esta sensación de crisis en la educación parece tener como respuesta unívoca la
palabra calidad, y pareciese que, en vez de lograrla, nos alejamos más de ella, no
podemos negar que se hayan producido ciertos avances en estos ámbitos.
El cambio más importante viene desde la perspectiva de que si antes se hablaba de que
en educación lo principal era la cobertura, ahora se trata de centrar el debate en la
calidad. Ello se refleja en la transición de la LOCE a la LGE; pues la LOCE indica en su
artículo 3° que: “El Estado tiene, asimismo, el deber de resguardar especialmente la
libertad de enseñanza. Es deber del Estado financiar un sistema gratuito destinado a
asegurar el acceso de la población a la enseñanza básica” (LOCE, 1990, p.1). En
cambio, en el Proyecto de la LGE se propone como una de sus finalidades, eliminar la
brecha existente en los resultados obtenidos entre los colegios de mayores y menores
recursos; sin embargo nos encontramos nuevamente con que no se aborda el concepto
de calidad desde una perspectiva integral, puesto que en esta ley se indica que, además
de que se instaure una nueva institucionalidad: “…en la que los compromisos y deberes
de todos los actores se eleven significativamente, un currículo nacional moderno y
actualizado, orientado a recoger con velocidad los avances de la ciencia y del
conocimiento como, asimismo, a adaptarse flexiblemente a los requerimientos variados
de distintos tipos y segmentos de educandos. Requerirá, además, definición de los roles
esperados de todos los actores y de estándares para medir objetivamente sus
desempeños. También requerirá estar orientada a resultados cuyos parámetros sean
determinados socialmente y por instituciones de carácter plural y de la más alta
competencia” (Proyecto LGE, 2006, p. 2). En otras palabras: si bien todo indica que nos
seguiremos basando en el nivel 1 de calidad, en el de los criterios objetivos, donde lo
ético y lo valórico son olvidados, al menos ahora el tema de la calidad está en la palestra
constantemente.
El asunto está en que sabemos que los indicadores objetivos son importantes para
establecer comparaciones entre establecimientos educacionales, y a partir de ellos
premiar a los colegios con mejores resultados, por lo que la pregunta obvia viene
siendo: ¿por qué no medir también los avances en la política de convivencia escolar,
áreas del conocimiento que implican desarrollo del pensamiento entre otros? Esto
resulta contradictorio en nuestra realidad, puesto que si la teoría de las inteligencias
múltiples de Gardner ha sido aceptada en la mayoría de las sociedades, ¿por qué
seguimos quedándonos con la medición de las inteligencias tradicionales (Lenguaje y
Matemáticas), eliminando incluso el componente lógico con la opción de tener o no
Filosofía en la enseñanza media?
¿Qué hacer ante este panorama, que parece empeorar día a día en vez de mejorar?
Finalmente, queremos concluir con una cita de José Joaquín Brunner, uno de los
considerados gurús de la educación, quien indica que el lograr una educación de
calidad:
“…supone una serie de condiciones que tienen que ver con el marco institucional del
sistema escolar, con el financiamiento de la educación, con el desarrollo de la educación
pre escolar que es fundamental en una sociedad con grandes desigualdades como la
nuestra, un mejoramiento radical en la formación inicial y en el desempeño de los
profesores, un sistema integral de aseguramiento de la calidad que ayude a desarrollar
capacidades a los establecimientos escolares y así mejorar su desempeño” (Educarchile,
2007); condiciones que creemos, estamos lejos de lograr, por la falta de un consenso
real y apropiado de lo que entendemos por calidad en educación.
Bibliografía
LOCE (1990).
YARCE, J. (1997). Calidad total en educación. En: Educación y Educadores, Vol. I..
Colombia: Universidad de la Sabana.
Páginas web:
www.rae.es
www.cep.cl/…/Educacion/…Educacional/…/encCEP_educacion.ppt
[1] Se considera el contexto social, el aumento en el puntaje SIMCE entre otros factores
para otorgar la Excelencia Académica a establecimientos de dependencias municipales
y particulares-subvencionadas de todo el país.