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Manuel Bartolomé Cossío:

En el cincuentenario de su muerte
MARIANO PÉREZ GALÁN,
Boletín Acción Educativa, núm. 34, julio de 1985
No tengo en mi memoria más que una visión rápida de
él, aunque bien clara y precisa. La visión de un caballero
anciano, sentado en un banco de jardín, con actitud algo
rígida y un rostro muy expresivo, triste, dulce, pero de
dulzura que, sin duda, ocultaba profundos sufrimientos
físicos. El anciano miraba sonriente a: un grupo de niños.
Algo había en él de ascético y de elegante a la par, de
contenido y mesurado. En la época a que aludo debía
tener alrededor de setenta años.

Con esas palabras, plenas de cálida nostalgia: recuerda Julio Caro Baroja a Manuel
Bartolomé Cossío ya en sus años postreros. Corresponden los párrafos reproducidos al
prólogo de la reedición que, en 1966, se hizo de De su Jornada. Un libro antológico,
con retazos y textost de la obra de Cossío, que le fue ofrendado por sus discípulos
cuando se jubiló en 1929 y que Aguilar tuvo el acierto de poner al alcance de las
generaciones de la postguerra, acercándonos así a uno de los hombres más notorios de
la Institución Libre de Enseñanza.

ISTITUCIÓ LIBRE DE ESEÑAZA

Manuel Bartolomé Cossío nació en Haro (Logroño) el 22 de febrero de 1857. Estudió el


Bachillerato en El Escorial, graduándose bachiller en Ávila. Sus estudios universitarios
en Filosofía y Letras los realizó en Madrid, en donde tuvo como compañeros a tan
notables escritores y polííticos como Leopoldo Alas (Clarín), Menéndez Pelayo o
Joaquín Costa. Sin embargo, la persona que más profundamente marcaría la
personalidad de Cossío sería, sin duda, uno de sus profesores, Francisco Giner de los
Ríos.

Era entonces Giner, en 1875, un profesor universitario que se enfrentaba, por


segunda vez, con la intolerancia y la violación de la libertad de cátedra. Una
intolerancia que el marqués de Orovio, desde el Ministerio de Fomento, trataba de
imponer a través de sus circulares. El rechazo de los criterios ministeriales le valió, a
Giner de los Ríos, su detención y confinamiento en Cádiz (marzo de 1875). Allí, en su
destierro gaditano, va madurando en Giner la idea de crear «una pequeña institución de

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enseñanza superior libre», tal como le comunicaría, en carta, a Luis Silvela. Los
estatutos de la Institución Libre de Enseñanza serían aprobados un año después por Real
Decreto de 16 de agosto de 1876.

Desde el mismo momento de su fundación, en unas u otras actividades, Manuel B.


Cossío estuvo ligado a la I.L.E. pasando a ocupar su dirección, en 1915, a la muerte de
Giner de los Ríos. Giner y Cossío desde la Institución Libre de Enseñanza trataron de
desarrollar una actividad educativa que alejase de la infancia y la adolescencia cualquier
particularismo religioso, filosófico o político, buscando el desarrollo integral del
hombre. El pensamiento como órgano de investigación racional, la salud y la higiene, el
vigor físico, la nobleza en sus hábitos y maneras, la depuración de los gustos estéticos,
la humana tolerancia..., eran, entre otros, los objetivos que programáticamente se
proponían los institucionistas. De allí, de la casa situada en el número catorce de la calle
del Obelisco —hoy Martínez Campos—, allí fueron surgiendo multitud de iniciativas
pedagógicas y educativas, renovadoras, no sólo en su época, sino aún muchos años des-
pués. Así pueden considerarse las colonias escolares, las excursiones o la acentuación
de determinadas enseñanzas como las ciencias físicas y naturales, el arte y el dibujo, los
trabajos manuales o la educación física.

MUSEO PEDAGÓGICO

Manuel B. Cossío no sólo desarrolló su capacidad organizadora y creativa en el


ámbito de una institución privada como ILE, sino que a partir de 1881 inició, tal y como
hicieron otros muchos institucionistas, con los liberales de Sagasta en el Gobierno y
José Luis Albareda en el Ministerio de Fomento, su colaboración con la política
educativa liberal que, a pesar de las limitaciones y su intermitencia de actuación debido
a las alternancias políticas, produjo resultados positivos para la educación española.

El Museo Pedagógico se creó en Madrid en 1882, haciéndose cargo de su dirección


Manual B. Cossío que ocuparía ese puesto hasta su jubilación en 1929. El Museo
Pedagógico estaba «llamado a servir a la educación de los maestros más que a la de los
niños». Era necesario mejorar la formación de los maestros para elevar el nivel cultural
de las escuelas primarias y como los medios materiales y humanos para reformar las
escuelas normales no eran fáciles de improvisar, se creó el Museo Pedagógico como
núcleo primero de la reforma. Para elevar la formación y el nivel cultural de los
maestros y normalistas el Museo Pedagógico se convirtió en un centro permanente y
vivo, en el que se reflejaba la situación real de las escuelas españolas y de las escuelas
en otros países europeos, a fin que del contraste surgiese la necesaria reforma de las
nuestras. Se organizaban cursos breves, lecciones semanales o quincenales sobre las
cuestiones más necesitadas de atención, tales como las ciencias físicas y naturales, el
sentido artístico o la actividad manual. Pero el Museo Pedagógico no sólo atendía las
necesidades formativas del profesorado, sino que también ponía el acento en los
aspectos materiales de la escuela, desde los que hacían referencia a los edificios; su
capacidad, iluminación, higiene y orientación hasta los que estaban más directamente
relacionados con el niño como el mobiliario escolar, los juegos, el material científico,
las láminas escolares o las lecciones de cosas. Junto a todo esto el Museo Pedagógico
impulsó y dio una gran relevancia a la creación de una Biblioteca de Instrucción
Primaria, cuyo fondo acumulado durante decenios aún puede ser consultado con
utilidad, pese a algunas pérdidas originadas después de la guerra civil, en la Biblioteca
del Instituto San José de Calasanz.

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El Museo Pedagógico representó el primer eslabón de un conjunto de iniciativas que
trataron de dignificar a los maestros mejorando su formación, al tiempo que se
preparaba de forma más adecuada a los administradores del sistema educativo y a los
profesores de las escuelas normales.

La cátedra de Pedagogía creada en 1904 en la Universidad de Madrid y cuyo titular


fue Manuel B. Cossío, la Escuela Superior de Magisterio (1907), la Dirección General
de Primera Enseñanza (1911) cuyo primer Director General Rafael Altamira mantenía
una estrecha relación con Cossío, la Reforma de las Escuelas Normales, Plan
Profesional (1931), la creación de la Facultad de Pedagogía (1931) son el desarrollo de
ideas y proyectos que embrionariamente estaban ya presentes en la creación del Museo
Pedagógico y que sólo fueron realidad cuando las fuerzas políticas progresistas
gobernaron España. El carácter renovador del sistema educativo que dio Cossío al
Museo Pedagógico fue trascendiendo a otras muchas iniciativas destinadas a reformar la
escuela española. Por ello, a la muerte de Cossío en 1935, podía decir Américo de
Castro en la Revista de Pedagogía: «Cossío en su aula del Museo Pedagógico trazaba,
por primera vez en España, la línea metódica de una nueva pedagogía. Lo que hoy
determina que un maestro y una escuela tengan aire humano y perfil de vida fecunda,
eso sale, por una u otra senda, de las clases encendidas, exaltadas de fe elocuentes,
inquietantes de don Manuel B. Cossío.»

ESTÉTICA

Pero sería una visión reduccionista e incompleta de la personalidad de Cossío tener


sólo en cuenta su voluntad por mejorar la escuela, su atención por la pedagogía. Tenía
Cossío otra gran inclinación personal: su afición por los estudios estéticos. Ese amor por
la estética le venía a Cossío desde la época de su formación universitaria a través de su
maestro Juan Facundo Riaño, yerno de Gayangos, profundo conocedor y coleccionista
de las artes decorativas en España, quien le fue introduciendo en el estudio de las Bellas
Artes al igual que Giner le había interesado por el conocimiento y el estudio de la
educación. Esa dualidad de orientaciones, arte y educación, están presentes en la
biografía de Cossío. La estancia en Italia en el Colegio de San Clemente de Bolonia, en
1879 y 1880, no hace sino reafirmar en Cossío la vocación de estudioso del arte y de la
estética. Por ello no es extraño que a su vuelta a España Cossío obtenga la cátedra de
Historia de las Bellas Artes en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona (1882) y que la
obra más conocida, durante decenios, sobre el Domenico Theotocopuli haya sido El
Greco de Manuel B. Cossío, cuya primera edición fue publicada en 1908. El Greco es
una obra básica en su época, y aún muchos años después, para el conocimiento erudito y
la interpretación estética del pintor cretense afincado en Toledo. Sobre la importancia
histórica del libro de Cossío decía Rubén Landa, en 1967: «¿A quién se debe que ahora
el Greco sea popular y tan estimado? No diré yo que sólo a Cossío; pero sí que a nadie
más que a él y acaso a nadie tanto como a él».

Esa dualidad de intereses y de actividades tanto en el campo educativo como en el de


las bellas artes está presente también en la prolífica correspondencia de Manuel B.
Cossío, mantenida a lo largo de su vida, con intelectuales, artistas y pedagogos.

El interés personal que Cossío manifiesta por los estudios estéticos y por la
educación confluyen y se manifiestan en la relevancia que Cossío atribuye a la
educación estética. Una educación estética que no es sólo erudición, ni sensibilidad ante

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la obra de arte, ante la obra bien hecha por el gran artista o el humilde artesano, sino que
trasciende a la conducta humana y lleva a la comprensión y la tolerancia, al destierro de
la intransigencia, al respeto profundo a otras formas de pensar y de entender la vida.

MISIOES PEDAGÓGICAS

Al proclamarse la Segunda República y fundarse las Misiones Pedagógicas, Cossío,


ya enfermo, fue nombrado presidente de su Patronato y cuando la primera misión inicia
su andadura en Ayllón (Segovia) se leen unas cuartillas de Cossío que explican con
sencillez su objetivo: «Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo.
Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con
lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos.»
Las Misiones eran una escuela ambulante que trataba de enseñar al pueblo de forma
amena y divertida: Para ello estaban las proyecciones, las Pinturas de los grandes
artistas, los hermosos versos de «los más gloriosos poetas castellanos», «las bellas
canciones», «las piezas de música» y, sobre todo, las bibliotecas que quedaban
sembradas por las escuelas y los pueblos de España para «despertar el afán de leer de
los que no lo sienten».

Aquella benemérita iniciativa se encontraba a veces con una España rural,


empobrecida y enferma. Tal ocurrió a los misioneros en la comarca zamorana de
Sanabria, al descubrir sobrecogidos la realidad de los habitantes de San Martín de
Castañeda: «Un pueblo hambriento en su mayor parte, centenares de manos que piden
limosna [...]. Necesitaban pan, necesitaban medicinas, necesitaban los apoyos primarios
de una vida insostenible con sus solas fuerzas..., y sólo canciones y poemas llevábamos
en el zurrón misional aquel día.» Este texto, recogido de la Memoria de las Misiones
Pedagógicas, expresa, entiendo, con precisión la insuficiencia y las limitaciones del
proyecto pedagógico institucionista, del que Cossío es un insigne representante.
Limitación del proyecto educativo institucionista que no es imputable al sentido,
orientación y contenido de sus propuestas educativas, sino que procede de no tener
suficientemente en cuenta las injusticias y desigualdades de una sociedad como la
española. Era necesario afrontar el tema educativo, en mi opinión, desde una
concepción más global de la sociedad que implicase cambios y transformaciones
profundos, sin los cuales la educación, aún manteniendo contenidos progresistas, se
muestra insuficiente para producir los cambios sociales necesarios. Considero que esa
fue la gran limitación de los indudables aciertos educativos institucionistas.

Cossío fue nombrado ciudadano de honor por la Segunda República y hasta hubo
grupos sociales que le propusieron para Presidente. Su ya debilitada salud, en aquellos
años, no fue óbice para que se manifestase, hacia su persona el afecto y el
reconocimiento social generalizado. Su fallecimiento se produjo en Collado Mediano,
en «los azules montes del ancho Guadarrama», el 1 de septiembre de 1935, allí donde
un día Machado había situado a Giner soñando un nuevo florecer de España.

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