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‐ Neurobiología del envejecimiento
Juan A. Ollari
Introducción
Envejecer,
en
sentido
estricto,
no
significa
otra
cosa
que
“volverse
viejo”
con
el
paso
del
tiempo.
Este
concepto
implica
una
serie
de
cambios
en
la
estructura
o
composición
de
la
materia
y
se
aplica
por
igual
a
seres
vivos
y
objetos
inanimados
(Dani,
1997).
La
evolución
del
envejecimiento
en
los
seres
vivos
es
consecuencia
de
la
separación
de
las
células
germinales
y
somáticas,
las
cuales
se
diferenciaron
tempranamente
en
la
filogenia.
Strehler (1997) dividió a los organismos en tres categorías:
1. Sin
oportunidad
de
envejecer
(reproducciñon
por
división
celular).
2. Sometidos
a
las
leyes
del
envejecimiento.
3. Sin
evidencia
de
envejecimiento
in
toto
(por
régimen
de
reemplazo
continuo).
El
ser
humano
pertenece
a
la
segunda
categoría
y
en
él
la
edad
se
calcula
por
convención
a
partir
del
momento
del
nacimiento,
aceptado
lo
cual
el
único
momento
de
la
vida
en
que
la
edad
cronológica
y
la
edad
del
desarrollo
se
corresponden
exactamente
será
el
instante
de
la
concepción.
Aun
cuando
se
acepte
que
la
vida
de
un
individuo
atraviesa
por
las
distintas
etapas
de
crecimiento,
desarrollo,
maduración
y
envejecimiento,
la
realidad
es
que
el
organismo
comienza
a
envejecer
desde
el
momento
de
su
concepción
y,
por
lo
tanto,
una
persona
es
tan
“vieja”
como
años
ha
vivido.
Esto
no
significa
que
la
edad
cronológica
constituya
a
la
vez
una
medida
de
la
condición
psicofísica
del
ser
humano.
A
parte
de
las
predisposiciones
hereditarias
(factores
genéticos),
la
condición
psicofísica
depende
de
los
factores
ambientales
(socioculturales,
económicos,
etc.)
e
individuales
(condiciones
gestacionales
maternas
y/o
fetales)‐
patológicas
o
no
‐,
el
estilo
de
vida,
las
variaciones
en
la
condición
física,
por
enfermedades,
accidentes,
etc.),
por
lo
que
un
individuo
envejece
según
ha
vivido.
Los
factores
que
determinan
la
duración
del
periodo
vital
de
una
persona
o
su
mayor
o
menor
longevidad
no
deben
confundirse
con
los
que
determinan
su
expectativa
de
vida
al
nacer
(tiempo
de
vida
teórico
para
un
organismo
dado,
en
tanto
no
presente
factores
de
riesgo
específicos
para
alguna
enfermedad),
que
se
calcula
a
partir
de
datos
poblacionales.
La
expectativa
de
vida
es
el
número
promedio
de
años
de
vida
que
le
resta
a
un
individuo
o
población
de
una
edad
determinada,
mientras
que
el
término
de
vida
para
la
especie
(término
de
vida
máximo
potencial)
es
la
máxima
edad
de
muerte
registrada
para
el
taxón
y
se
calcula
en
función
de
la
edad
máxima
alcanzada
por
los
individuos
más
longevos
(Ollari,
1997).
Las
diferencias
observadas
en
la
longevidad
(entendida
como
resistencia
edad‐especifica
a
las
fallas
metabólicas
o
a
la
pérdida
de
la
homeostasis)
de
distintos
individuos
en
una
misma
especie
puede
deberse
a
diferencias
constitutivas
en
la
eficiencia
en
los
diversos
mecanismos
de
reparación
y
recambio
de
macro
moléculas
(Dani,
1997).
El término longevidad (vitauct: del latin vita, vida, + auctum, refuerzo) implica:
‐fuerza que proviene o demora el comienzo de la senescencia
‐resistencia a la pérdida progresiva de las funciones fisiológicas
‐mantenimiento
de
la
capacidad
funcional
de
un
organismo,
medida
por
parámetros
fisiológicos
‐dependencia de factores hereditarios (total inmediate ancestral longevity) y ambientales.
La
práctica
corriente
de
considerar
la
edad
de
65
años
como
el
punto
de
corte
para
el
comienzo
de
la
vejez
tuvo
su
origen
en
Alemania
alrededor
de
1880,
cuando
la
administración
de
Otto
Gon
Bismarck
seleccionó
a
los
individuos
que
superasen
esa
marca
para
otorgarles
beneficios
sociales
de
retiro.
En
la
actualidad
esa
edad
deberá
ser
incrementada
en
función
del
aumento
de
la
expectativa
de
vida
y
del
progresivo
incremento
del
número
de
personas
mayores
en
el
mundo.
La
terminología
empleada
para
nombrar
a
las
personas
de
edad
avanzada
es
muy
variada.
Siguiendo
las
recomendaciones
del
Comité
de
Derechos
Económicos,
Sociales
y
Culturales
de
las
Naciones
Unidas
(1995)
optamos
por
personas
mayores.
Estos
calificativos
comprenden
a
todos
los
individuos
mayores
de
60
años
sin
prejuzgar
su
situación
social
o
laboral.
Definición y Concepto
Para
analizar
el
rendimiento
cognitivo
de
los
sujetos
durante
el
proceso
de
envejecimiento
debemos
primero
responder
algunos
interrogantes:
‐¿qué es envejecimiento?
‐¿qué es sesescencia?
‐¿qué es función cognitiva normal?
¿Qué es envejecimiento?
El
envejecimiento
es
un
proceso
natural
de
duración
variable
pero
característicamente
homogénea
para
cada
especie.
Este
proceso
está
directamente
relacionado
con
el
tiempo.
Las
contingencias
individuales
pueden
afectar
la
calidad
del
envejecimiento
y
anticipar
o
retrasar
la
muerte
pero
en
ningún
caso
condicionan
la
duración
biológica
teórica
de
la
vida
(cuadro
4‐
1).
Comfort
(1979)
define
el
envejecimiento
como
un
“incremento
progresivo
a
lo
largo
de
la
vida,
o
a
partir
de
un
estadio
dado,
en
la
posibilidad
de
que
un
individuo
particular
pueda
fallecer
durante
la
siguiente
etapa
o
unidad
de
tiempo
causa
de
factores
distribuidos
al
azar…
como
resultado
de
una
pérdida
progresiva
de
las
funciones
fisiológicas”.
En
general
se
acepta
que
las
causas
de
muerte
son
específicas
para
cada
especie
y
están
determinadas
por
el
agregado
de
factores
genéticos
y
ambientales.
Es
importante
retener
este
concepto,
ya
que
la
declinación
funcional
no
es
función
del
envejecimiento
per
se,
pues
algunas
especies
como
la
tortuga
gigante
y
el
esturión
se
caracterizan
por
no
sufrir
los
cambios
típicos
de
la
senescencia,
esto
es,
no
se
incrementa
la
probabilidad
de
muerte
con
el
paso
de
los
años
y
las
hembras
son
capaces
de
ovular
y
reproducirse
indefinidamente
(Drachman,
1997).
Por
lo
expuesto,
en
el
ser
humano
se
impone
la
diferenciación
conceptual
entre
el
envejecimiento
usual
o
típico
y
envejecimiento
exitoso,
anticipando
el
principio
de
que
el
envejecimiento
no
implica
un
desgaste
inevitable
con
el
paso
del
tiempo.
Envejecimiento usual (promedio) o típico: envejecimiento secundario
Cambios
causados
por
los
efectos
combinados
del
proceso
de
envejecimiento
y
de
factores
adversos
relacionados
con
el
medio,
el
estilo
de
vida
y
la
ocurrencia
de
enfermedades.
.explica la gran variabilidad en el promedio de vida de los individuos de una especie.
Envejecimiento exitoso o “puro”: envejecimiento primario o intrínseco
Cambios
debidos
exclusivamente
al
proceso
de
envejecimiento,
no
implicado
por
daño
atribuible
al
medio,
estilo
de
vida
o
enfermedad.
.define a aquellos individuos que permanecen libres de comorbilidades.
.responde
por
el
término
de
vida
máximo
teórico
calculado
para
una
especie.
Se
piensa
que
está
genéticamente
programado
y
se
expresa
a
través
de
la
longevidad
celular.
Hasta
tanto
no
se
hayan
identificado
factores
predictivos
del
grado
de
envejecimiento
para
dominios
como
fisiología
y
conducta,
la
edad
cronológica
sigue
siendo
el
mejor
factor
predictivo
para
juzgar
el
proceso
de
envejecimiento.
¿Qué
es
senescencia?
La
senescencia
se
define
como
un
proceso
activo
que
conlleva
un
progresivo
incremento
de
la
vulnerabilidad
y
una
disminución
de
la
viabilidad
del
organismo,
asociados
con
una
creciente
dificultad
en
las
posibilidades
de
adaptación
y
una
mayor
susceptibilidad
de
contraer
enfermedades,
los
que
en
ocasiones
lo
conducen
a
la
muerte.
Es
un
proceso
activo
resultado
de
mecanismos
biológicos
específicos
y
definido
por
cambios
relacionados
a
la
edad
(CRE).
Según
Birren
y
Zarit
(1985):
“El
envejecimiento
biológico
o
senescencia
es
el
proceso
de
cambio
en
un
organismo
que,
con
el
paso
del
tiempo,
disminuye
su
posibilidad
de
supervivencia
y
sufre
una
reducción
en
su
capacidad
fisiológica
de
autorregulación,
reparación
y
adaptación
a
las
demandas
del
medio”.
La
senescencia
se
acompaña
de
cambios
psicofísicos
y
conductuales
más
o
menos
esperables:
los
cambios
relacionados
con
la
edad.
En
el
plano
físico
se
reconocen:
‐modificaciones en la piel y las faneras.
‐alteraciones óseas y articulares.
‐fallas en la termorregulación.
‐defectos sensoriales, sensitivos y motores.
Estudios
de
población
en
personas
mayores
muestran
una
elevada
prevalencia
de
enfermedades
crónicas,
lo
que
dificulta
la
posibilidad
de
definir
con
precisión
los
parámetros
de
“normalidad”.
Un
estudio
de
comorbilidad
de
las
nueve
afecciones
crónicas
más
frecuentes
realizado
en
una
población
de
16.148
individuos
de
los
cuales
13.807
eran
mayores
de
60
años
permitió
establecer
que
70%
de
las
mujeres
y
53%
de
los
hombres
mayores
de
80
años
presentaban
dos
o
más
de
estas
condiciones,
siendo
en
las
mujeres
mucho
más
frecuente
la
comorbilidad,
que
aumentaba
el
45%
en
personas
con
edades
comprendidas
entre
los
60
y
69
años
hasta
llegar
al
70%
mencionado
en
las
mayores
de
80
años
(Guralnik
y
col.,
1990)
(cuadro
4‐2).
Cuando
se
toman
en
cuenta
parámetros
como
la
Expectativa
de
Vida
Libre
de
Discapacidad,
la
Expectativa
de
Vida
Independiente
(número
de
años
que
un
individuo
puede
vivir
sin
restricciones
en
actividades
básicas
de
la
vida
diaria
como
incorporarse
del
lecho,
vestirse,
higienizarse
y
acostarse.
Además
de
actividades
instrumentales
más
complejas
como
cocinar,
hacer
las
compras
y
las
tareas
hogareñas)
y
la
Expectativa
de
Vida
Libre
de
Limitaciones
Funcionales
(promedio
de
años
que
se
espera
que
un
individuos
conserve
su
capacidad
funcional
sin
limitaciones
para
inclinarse,
levantar
objetos
y
caminar),
se
descubre
que
la
mayoría
de
las
causas
médicas
de
discapacidad
grave
en
los
“muy‐mayores”
son
neurológicas:
.trastornos del movimiento (incluido el trastorno del equilibrio asociado con la edad).
.enfermedades cerebrovasculares.
.demencias.
Si
se
analizan
las
causas
más
frecuentes
de
mortalidad
en
este
mismo
grupo
etario
en
los
países
desarrollados,
se
descubriría
nuevamente
la
importancia
relativa
de
las
enfermedades
neurológicas:
.cardiopatías.
.cáncer.
.accidente cerebrovascular.
.demencias
(con
una
prevalencia
de
4,7%
en
mayores
de
65
años
que
se
incrementa
a
24‐36%
según
las
series
en
mayores
de
80
años).
De todo ello se puede concluir entonces que:
En
la
senescencia,
el
concepto
de
salud
se
refiere
a
un
adecuado
desempeño
social
y
a
la
ausencia
de
determinadas
patologías.
¿Qué es función cognitiva normal?
Para responder a este interrogante se deberán tomar en consideración algunas premisas:
.”Enfermedades
que
se
presentan
habitualmente
en
las
personas
mayores
juegan
un
papel
sustancial
en
la
declinación
cognitiva
y
funcional
con
frecuencia
atribuida
sólo
al
proceso
de
envejecimiento”
(Howieson,
1993).
.los
estudios
transversales
sólo
pueden
comparar
cohortes
(grupos
etarios),
y
no
permiten
inferir
cambios
inherentes
al
proceso
de
envejecimiento
per
se
(Storandt,
1990).
No
confundir
diferencias
generacionales
con
diferencias
relacionadas
con
la
edad.
.los
estudios
longitudinales
suelen
presentar
en
efecto
de
atrición
selectiva
favoreciendo
el
seguimiento
de
los
individuos
más
longevos
(usualmente
los
más
sanos)
y
de
rendimiento
superior,
a
lo
que
muchas
veces
se
suma
el
efecto
práctica
(Storandt,
1990).
Los
esfuerzos
por
establecer
el
perfil
de
declinación
´normal´
para
cada
grupo
etario
deberán
entonces
considerar
las
diferencias
étnicas,
culturales,
educacionales,
socioeconómicas
y
generacionales,
sin
contar
la
influencia
de
las
enfermedades.
Anatomía y fisiología del envejecimiento
Envejecimiento
y
cambios
en
el
sistema
nervioso
El
cerebro
humano
es
un
órgano
posmitótico
que
se
caracteriza
por
la
acumulación
de
conocimientos
con
el
paso
del
tiempo,
siendo
la
base
de
conocimientos
única
para
cada
individuo
en
función
de
la
particularidad
de
su
experiencia
vital.
De
hecho,
la
división
celular
podría
interferir
con
este
proceso
de
adquisición
permanente,
y
si
bien
las
neuronas
son
tan
viejas
como
el
individuo,
la
plasticidad
del
sistema
nervioso
permite
compensar
esa
desventaja
aparente.
La
plasticidad
se
hace
evidente
en
procesos
como
la
mielización
(que
a
nivel
cortical
se
incrementa
hasta
la
7º
década)
y
la
ramificación
axonal
(en
cortezas
límbicas
y
asociativas
continúa
hasta
la
madurez
tardía).
Las
conexiones
sinápticas
están
genéticamente
determinadas
en
cada
especie,
siendo
variables
su
densidad
y
eficiencia
tanto
a
nivel
regional
como
entre
distintos
individuos
(Grady,
2000).
En
estudios
por
neuroimágenes
funcionales
se
han
observado
diferencias
en
los
patrones
de
activación
de
las
distintas
áreas
cerebrales
involucradas
en
tareas
cognitivas
específicas
entre
individuos
jóvenes
y
adultos
mayores.
Estos
últimos
utilizan
en
general
las
mismas
áreas
que
los
más
jóvenes
(en
ocasiones
en
menor
grado)
pero
además
reclutan
otras
adicionales,
sobre
todo
la
corteza
prefrontal,
quizá
por
la
mayor
demanda
de
funciones
ejecutivas
(atencionales
o
de
monitorización).
Los
cambios
estructurales
y
funcionales
a
nivel
celular
pueden
explicar
la
menor
activación
de
ciertas
áreas
y
responden
por
el
menor
rendimiento
en
algunas
tareas
que
dependen
de
las
regiones
involucradas
cuando
no
se
reclutan
putativamente
otras
(Madden
y
col.,1996;
Nagahama,
1997).
El
cerebro
senescente
parece
tener
entonces
cierta
capacidad
de
reorganización
funcional
como
mecanismo
compensatorio
para
preservar
la
función
cognitiva.
Esta
reorganización
se
efectuaría
a
través
de
la
incorporación
de
áreas
no
habituales
para
la
tarea
específica,
lo
que
permitiría
preservar
el
rendimiento
a
costa
de
un
mayor
tiempo
de
procesamiento.
Los
distintos
patrones
de
activación
cerebral
en
personas
mayores
comparados
con
los
de
adultos
jóvenes
avalan
esta
hipótesis
(McIntosh
y
col.,
1994;
Horwitz
y
col.,
1995;
Grady
y
col.,
2000).
Como
se
ha
visto,
se
conocen
algunos
de
los
cambios
que
se
producen
en
la
estructura
y
en
la
función
del
cerebro
senescente,
pero
sus
causas
subyacentes
apenas
se
comprenden.
Por
ello
es
prematuro
y
probablemente
erróneo
asumir
en
forma
apriorística
que
el
decremento
en
algunos
aspectos
de
la
estructura
cerebral
tiene
implicaciones
involutivas:
los
cambios
o
el
deterioro
observables
en
el
sistema
nervioso
no
son
una
consecuencia
´normal´
del
envejecimiento
y
la
gran
variabilidad
observada
no
permiten
anticipar
conclusiones
a
partir
de
los
hallazgos
de
rutina.
Cuando
se
produce
una
disfunción
neurológica
es
preciso
buscar
las
causas
mórbidas
subyacentes.
Al
evaluar
los
hallazgos
neurológicos,
neuropsicológicos
y
conductuales
se
deberían
considerar
aquellos
parámetros
que
son
propios
de
las
personas
mayores.
Cambios no relacionados con la función cognitiva
Cambios
funcionales
como
restricción
en
la
mirada
vertical
sobre
todo
superior,
en
ocasiones
con
ausencia
del
fenómeno
de
Bell,
pupilas
mióticas
con
respuesta
lentificada
a
la
luz
(Korczyn
y
col.,
1976),
ligero
incremento
del
tono
muscular
acompañado
de
disrupción
del
trofismo
y
la
fuerza,
reflejo
aquileano
disminuido
o
ausente,
pérdida
de
la
sensibilidad
vibratoria
distal
en
los
miembros
inferiores,
marcha
lenta
y
cuidadosa,
a
menudo
con
acortamiento
en
la
longitud
del
paso,
etc.,
son
hallazgos
que
no
deben
ser
considerados
patológicos
a
menos
que
formen
parte
de
un
complejo
de
signos
y
síntomas
claro.
Cambios relacionados con la función cognitiva
En
ausencia
de
enfermedad
neurológica,
el
rendimiento
intelectual
permanece
relativamente
estable
hasta
la
octava
década
al
igual
que
las
habilidades
lingüísticas
y
en
especial
el
vocabulario,
exponente
del
capital
semántico,
que
suele
conservarse
hasta
la
séptima
década.
Pueden
observarse
cambios
mentales
usualmente
sutiles
como
dificultades
en
el
aprendizaje,
olvidos
(´benignos´,
véase
más
adelante)
y
mayor
lentitud
en
el
procesamiento
central
de
la
información,
evidenciable
por
el
incremento
en
el
tiempo
requerido
para
realizar
las
actividades
habituales.
Evidentemente,
la
distinción
entre
fisiología
y
patología
se
torna
vaga
con
el
envejecimiento.
Los
cambios
estructurales
que
subyacen
a
los
hallazgos
descritos
pueden
deberse
a
modificaciones
macroscópicas,
microscópicas
o
incluso
moleculares.
Cambios anatómicos
El
peso
del
cerebro
decrece
gradualmente
con
la
edad
hasta
10%
entre
los
30
y
los
90
años,
siendo
más
notorio
a
partir
de
los
55
años.
El
volumen
de
los
ventrículos
cerebrales
puede
incrementarse
hasta
3
o
4
veces
entre
la
3º
y
9º
década.
El
espesor
de
la
corteza
también
tiendo
a
disminuir
levemente
con
la
edad,
sobre
todo
en
regiones
frontomediales
y
temporales
superiores
(Terry
y
col.,
1987)
aunque
un
número
de
neuronas
permanece
estable
entre
la
6º
y
la
10º
década
de
la
vida
tanto
en
la
región
del
surco
temporal
superior
(Gómez‐
Isla
y
col.,
1997)
como
en
la
corteza
entorrinal
(Gómez‐Isla
y
col.,
1996).
En
el
curso
del
envejecimiento
–y
contra
lo
esperado‐
no
fue
posible
demostrar
la
pérdida
de
neuronas
en
la
neocorteza
(Terry
et.
Al.,
1987)
ni
disminución
de
la
población
neuronal
en
el
núcleo
del
nervio
facial
(Van
Buskirk,
1945),
complejo
olivar
inferior
(Moatamed,
1966),
núcleos
cerebelosos
(Heidary
y
Tomash,
1969),
núcleo
coclear
ventral
(Konigsmark
y
Murphy,
1970)
y
núcleo
basal
de
Meynert
(Whitehouse
y
col.,
1983;
Chui
y
col.,
1993).
Se
halló,
en
cambio,
pérdida
neuronal
en
el
hipocampo,
aunque
confinada
al
subiculum
y
al
gyrus
dentatus,
a
diferencia
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
donde
también
hay
despoblación
celular
en
la
región
CA1
(West
y
col.,
1944).
Cualitativamente,
es
posible
demostrar
disminución
del
tamaño
de
las
neuronas
más
grandes
‐encogimiento‐,
lo
que
genera
un
incremento
en
el
recuento
de
neuronas
pequeñas
con
conservación
del
número
total
promedio
(Terry
y
col.,
1987).
Un
modesto
pero
significativo
incremento
en
el
número
de
sinapsis
por
unidad
de
volumen
de
corteza
(Masliah
y
col.,
1993),
que
es
proporcionalmente
mayor
que
la
reducción
del
número
total
de
cuerpos
celulares
(Terry
y
col.,
1991),
junto
con
una
leve
pérdida
de
sustancia
blanca
(Peters
y
col.,
1996;
Silver
y
col.,
1997)
podrían
explicar
la
reducción
del
consumo
global
de
oxígeno
que
alcanza
significación
estadística
en
el
tálamo
izquierdo
y
en
las
áreas
neocorticales
(Eustache
y
col.,
1995)
y
del
consumo
promedio
de
glucosa
sin
que
se
observen
modificaciones
significativas
en
el
flujo
sanguíneo
cerebral.
Esto
quizá
se
deba
a
una
reducción
de
la
actividad
metabólica
del
cerebro
expresada
por
una
disminución
de
la
síntesis
proteica
–con
algunas
diferencias
entre
las
distintas
regiones‐
(Ingvar
y
col.,
1985),
lo
cual
simultáneamente
explicaría
la
declinación
funcional
observada
en
el
envejecimiento.
Envejecimiento y función cognitiva
Es
frecuente
observar
en
las
personas
mayores
que
ante
situaciones
de
estrés
o
competición
presentan
menor
rendimiento
cognitivo
que
cuando
se
hallan
en
condiciones
más
relajas
o
ecológicas.
A
esto
debe
sumarse
su
mayor
propensión
a
presentar
estados
depresivos
o
cuadros
de
ansiedad
subclínicos,
factores
éstos
que
afectan
directamente
la
atención,
la
concentración
y
la
memoria
(Deptula
y
col.,
1993).
Ninguna
conclusión
sobre
los
cambios
cognitivos
asociados
con
el
envejecimiento
será
válida
si
no
se
toman
en
cuenta
estos
factores,
teniendo
presente
además
que
la
edad
es
responsable
sólo
del
25%
de
la
variabilidad
en
la
función
cognitiva
observada
en
estudios
de
cohorte.
Funciones ejecutivas
Los
individuos
mayores
muestran
una
tendencia
a
la
declinación
en
su
habilidad
para
la
formación
de
conceptos
(sobre
todo
en
pruebas
no
verbales)
y
en
la
flexibilidad
cognitiva
(cambio
conceptual
o
set
shifting)
(Collins
y
Tellier,
1994;
Ruth
y
Birren,
1985),
como
en
la
resolución
de
problemas
(sobre
todo
cuando
hay
información
redundante
o
irrelevante)
(Arenberg,
1968;
Hoyer
y
col.,
1979).
Clásicamente
éstos
eran
considerados
componentes
de
la
inteligencia
fluida
(en
tanto
opuesta
a
la
inteligencia
cristalizada
que
se
mantendría
estable
o
incrementada
o,
por
lo
menos,
más
eficiente)
(Horn
y
Cattel,
1966).
Actualmente
consideramos
que
estas
habilidades
son
subsidiarias
de
las
funciones
ejecutivas.
También
se
ha
hallado
una
mayor
susceptibilidad
a
la
interferencia
y
disminución
de
la
velocidad
de
procesamiento
de
datos
demostrable
por
la
prolongación
de
los
tiempos
de
reacción
en
la
ejecución
de
distintas
pruebas
neuropsicológicas
(Ferris
y
col.,
1976),
lo
cual
representa
a
priori
una
desventaja
cuando
se
requiere
una
rápida
integración
perceptivo‐
asociativa,
aun
en
condiciones
ecológicas.
Memoria
Mahieux
y
col.
(1994)
postularon
que
la
declinación
en
la
función
mnésica
en
muchos
individuos
puede
deberse
a
falta
de
práctica
en
las
pruebas
cognitivas,
uso
ineficiente
de
estrategias
cognitivas,
falta
de
motivación
o
disminución
en
la
habilidad
para
compensar
los
efectos
adversos
del
estrés
emocional.
Derouesné
y
col.
(1989)
evaluaron
a
367
pacientes
cuyas
edades
estaban
comprendidas
entre
los
50
y
80
años
y
que
consultaron
espontáneamente
(queja)
por
trastornos
mnésicos.
De
sus
conclusiones
se
destaca
que
la
gravedad
de
las
quejas
no
estaba
relacionada
con
la
edad,
el
nivel
educacional,
ni
la
situación
conyugal
o
familiar
de
los
pacientes.
Eran,
en
cambio,
más
frecuentes
y
más
graves
en
personas
retiradas
o
con
escasa
actividad
diaria
y
en
las
que
tenían
menor
interacción
social.
En
todos
los
casos
se
pudo
evidenciar
depresión
y/o
ansiedad,
y
se
concluyó
entonces
que
la
única
variable
relacionada
con
la
gravedad
de
las
quejas
por
fallas
mnésicas
era
el
trastorno
afectivo
(en
especial
la
sintomatología
depresiva).
Estos
resultados
son
confirmatorios
de
otros
estudios
que
hallaron
que
estas
quejas
correlacionaban
más
con
puntajes
de
depresión
que
con
los
obtenidos
en
tests
de
memoria
(Kahn
y
col.,
1975).
En
general
se
puede
afirmar
que
las
quejas
por
trastornos
mnésicos
no
suelen
correlacionar
con
el
rendimiento
en
los
tests
de
memoria
(Sunderland
y
col.,
1986;
Huppert,
1991)
y
que
suelen
quejarse
más
los
adultos
jóvenes
(50
años)
que
las
personas
mayores
(Abson
y
Rabbit,
1988
citados
por
Huppert,
1991).
Los
déficit
citados
no
son
atribuibles
en
individuos
sin
compromiso
afectivo
a
trastornos
de
atención/concentración,
lo
cual
puede
demostrarse
con
pruebas
del
tipo
del
test
de
bloques
de
Corsi,
el
test
de
rendimiento
continuo
o
test
de
la
“A”
y
el
test
de
recuerdo
de
una
serio
numérica,
más
conocido
como
Digit‐Span.
Este
último
ha
probado
permanecer
estable
en
la
edad
avanzada
aun
en
individuos
con
fallas
mnésicas,
observándose
que
la
serie
inversa
es
menos
resistente
al
cambio,
quizá
por
compromiso
de
la
memoria
de
trabajo,
no
obstante
lo
cual
su
declinación
es
leve
(Crook
y
col.,
1980).
Hay
evidencia
de
una
reducción
en
la
capacidad
de
aprendizaje
en
las
personas
mayores
que
se
debería
primariamente
a
fallas
en
la
memoria
episódica
en
las
etapas
de
consolidación
y
transferencia
de
la
información
desde
la
memoria
primaria
(corto
plazo)
a
la
secundaria
(reciente
o
de
largo
plazo).
La
demostración
puede
hacerse
por
medio
de
pruebas
de
recuerdo
libre
inmediato
(ligeramente
disminuido)
y
diferido
(normal
una
vez
corregido
por
el
rendimiento
en
el
aprendizaje
inicial:
Welsh
y
col.,
1991)
comparadas
con
tests
de
recuerdo
facilitado,
de
reconocimiento
y
de
impronta
o
priming
que
tienden
a
ser
normales
(Peterson
y
col.,
1992)
y
pruebas
de
memoria
prospectiva
y
de
memoria
contextual
(comprometidas)
(Salthouse
y
col.,
1984;
McIntyre
y
Craick,
1987).
Las
dificultades
en
la
memoria
secundaria
probablemente
se
deben
a
fallas
en
la
capacidad
de
acceso
a
códigos
fonológicos
(Test
de
Asociación
Controlada
de
Palabras
más
conocido
como
Test
de
Fluencia
Verbal
Fonológica)
y
no
a
alteraciones
en
las
representaciones
semánticas
(Test
de
Denominación
de
Boston,
Test
de
Fluencia
Verbal
por
Categorías
Semánticas).
La
memoria
semántica
puede
estar
incluso
incrementada
(Eustache
y
col.,
1995).
La
memoria
visuoespacial
suele
estar
más
comprometida
que
la
verbal
(Cullum
y
col.,
1990;
Haaland
y
col.,
1983).
El
rendimiento
en
los
subtests
de
ejecución
de
la
Escala
de
Inteligencia
de
Adultos
de
Wechsler
(WAIS
–
R)
tiende
a
estar
disminuido
mientras
que
los
de
vocabulario
se
hallan
dentro
de
rangos
normales,
quizá
por:
.disminución
de
la
capacidad
de
integración
perceptiva,
sobre
todo
cuando
es
tomada
en
cuenta
la
velocidad
de
respuesta
(Botwinik
y
Storandt,
1973).
.disminución
de
las
habilidades
visuoperceptivas
y
visuoconstructivas,
independientemente
de
la
preservación
del
razonamiento
abstracto
(Howieson
y
col.,
1993).
Es
importante
considerar
el
tipo
de
material
procesado:
la
memoria
de
reconocimiento
es
superior
para
dibujos
que
para
palabras
(Park
y
col.,
1983),
pero
no
para
rostros
(Bower
y
Karlin,
1974;
Bartlett
y
col.,
1989;
Crook
y
Larrabee,
1992),
figuras
abstractas
(Schacter
y
col.,
1992),
ni
localización
espacial
de
objetos
(Sharps
y
Gollin,
1988;
Chalfonte
y
Jonson,
1996).
El
envejecimiento
no
sólo
afecta
QUÉ
recordamos
sino
también
CÓMO
recordamos.
La
memoria
implícita
(procedural)
indemne
y
la
ausencia
de
alteraciones
gnósicas,
práxicas
y
del
lenguaje
bastarían
por
sí
mismas
para
aseverar
que
las
manifestaciones
hasta
aquí
comentadas
sólo
pueden
representar
una
declinación
natural
atribuible
a
la
edad.
Se
podría
aducir
que
las
demencias
(y
sobre
todo
la
enfermedad
de
Alzheimer)
en
sus
estadios
iniciales
también
presentan
cambios
sutiles
en
la
función
cognitiva.
Pero
sería
una
falacia
utilizar
este
argumento
para
concluir
que
la
evolución
natural
en
el
envejecimiento
lleva
a
la
demencia
ya
que
las
diferencia
no
son
solamente
cuantitativas
sino
también
cualitativas.
Del
mismo
modo
que
las
alteraciones
anatómicas
asientan
en
regiones
distintas
e
incluyen
pérdida
de
subpoblaciones
neuronales,
las
manifestaciones
neuropsicológicas
en
la
enfermedad
de
Alzheimer
exceden
las
que
se
observan
en
la
senescencia
tanto
en
magnitud
como
en
los
componentes
de
los
distintos
sistemas
que
se
ven
comprometidos.
El cuadro 4‐3 resume las características de la función mnésica en el envejecimiento.
Ante
la
frecuencia
aparentemente
elevada
con
que
se
halla
cierto
patrón
de
compromiso
de
la
memoria
en
las
personas
mayores,
descrito
por
Kral
en
1962
con
el
nombre
de
Olvidos
Benignos
de
la
Senescencia,
se
han
realizado
numerosos
estudios
intentando
confirmar
ese
“perfil
mnésico”
(que
correspondería
al
envejecimiento
usual
o
típico
pero
no
al
envejecimiento
exitoso).
Surgen
así
conceptos
como
“trastorno
de
la
memoria
asociado
con
la
edad”
(Crook
col.,
1986)
y
“trastorno
de
la
memoria
compatible
con
la
edad”
(Blackford
y
LaRue,
1989).
Su
importancia
real
dista
de
estar
establecida
y
hasta
la
fecha
su
utilidad
es
exclusivamente
de
investigación
y
experimental.
Los
mencionaremos
brevemente
por
su
habitual
referencia
en
textos
y
publicaciones
pero
no
realizaremos
un
análisis
descriptivo
porque
excede
los
alcances
de
este
capítulo.
Olvidos benignos de la senescencia (Kral, 1962)
.inhabilidad
para
recordar
datos
relativamente
poco
importantes
o
parte
de
una
experiencia
(nombre,
lugar,
fecha)
con
conservación
del
recuerdo
de
la
experiencia
en
sí.
.los
datos
no
disponibles
para
el
recuerdo
en
un
momento
dado
puede
ser
evocados
en
otra
oportunidad.
.los datos olvidados parecen pertenecer al pasado remoto más que al reciente.
.igual frecuencia en ambos sexos.
Trastorno de la memoria asociado con la edad (Crook, 1986)
. > 50 años.
.queja
de
fallas
mnésicas
en
situaciones
cotidianas
y
dificultad
para
recordar
con
rapidez
o
luego
de
una
distracción.
.rendimiento
por
lo
menos
1
DE
por
debajo
de
la
medio
para
adultos
jóvenes
en
“tests”
para
memoria
reciente
(WAIS‐Memoria
lógica,
WMS‐Aprendizaje
Asociativo,
Test
de
retención
visual
de
Benton).
.función intelectual adecuada (WAIS‐Vocabulario).
.ausencia de demencia (MMSE).
Trastorno de la memoria compatible con la edad (Blackford y LaRue, 1989)
. 50‐79 años
.queja
de
fallas
mnésicas
en
situaciones
cotidianas
corroboradas
por
cuestionarios
de
autoevaluación.
.rendimiento
dentre
de
+1
DE
de
la
media
para
su
edad
en
el
75%
de
por
lo
menos
4
“tests”
para
memoria
(WAIS‐Memoria
lógica,
WMS‐Aprendizaje
asociativo
y
reproducción
visual,
Retención
visual
de
Benton,
Aprendizaje
auditivo
verbal
de
Rey,
Figura
compleja
de
Rey).
.WAIS Verbal y Ejecución entre 90‐130
Lenguaje
No
se
han
hallado
diferencias
en
la
habilidad
para
definir
palabras
ni
reconocer
la
definición
correcta
de
palabras
entre
varias
alternativas
en
individuos
de
40
y
70
años
de
edad
(Fox,
1947).
Sin
embargo,
los
sujetos
de
mayor
edad
tienden
a
dar
definiciones
más
extensas,
abundando
las
explicaciones
y
descripciones,
con
mayor
elaboración
temática
y
organización
sintáctica
pero
sin
aportar
con
ello
mayor
contenido
de
información
(Borwinick
y
col.,
1975).
Estudios
longitudinales
confirman
que
las
habilidades
lingüísticas
y
el
caudal
de
vocabulario
se
incrementan
a
partir
de
la
madurez
temprana
(Owens,
1953).
La
fluencia
verbal
fonológica
tiende
a
declinar
(McCrae
y
col.,
1987),
pero
no
ocurre
lo
mismo
en
la
denominación
por
confrontación
o
cuando
existe
priming
o
facilitación
semántica
(Nebes
y
col.,
1986;
Light
y
col.,
1986).
Cuando
el
reconocimiento
de
las
palabras
implica
un
procesamiento
léxico‐semántico
automático
o
implícito
no
se
observa
declinación
con
el
avance
de
la
edad.
Atención
Adultos
jóvenes
y
personas
mayores
tienden
a
presentar
igual
rendimiento
en
pruebas
que
evalúan
la
capacidad
de
dirigir
y
sostener
la
atención
con
respecto
a
temas
o
eventos
aislados.
El
span
atencional
también
suele
mantenerse
estable
o
reducirse
ligeramente
con
el
avance
de
la
edad.
Sin
embargo,
se
observa
declinación
en
la
capacidad
atencional
de
individuos
mayores
cuando
deben
filtrar
información
inadecuada
o
irrelevante
(atención
selectiva),
al
igual
que
cuando
deben
realizar
pruebas
de
atención
dividida
o
que
requieren
un
rápido
cambio
del
foco
atencional
entre
temas
distintos
(Sugar
y
McDowd,
1992).
Envejecimiento y demencia
Las
demencias
degenerativas
primarias
son
procesos
patológicos
de
evolución
progresiva
y
crónica,
en
ocasiones
hereditarios
o
con
incidencia
familiar
y
muchas
veces
esporádicos
de
etiología
multifactorial
(aunque
no
se
han
podido
descartar
factores
poligénicos),
en
los
cuales
se
observan
cambios
histológicos,
citológicos
e
inmunohistoquímicos
relativamente
caracteristicos
y
con
una
distribución
regional
que
los
diferencia
claramente
del
envejecimiento.
Esto
es
sobre
todo
importante
en
la
enfermedad
de
Alzheimer,
la
cual
en
sus
estadios
iniciales
puede
remendar
algunos
de
los
trastornos
cognitivos
observados
en
la
senescencia.
La
mayoría
de
las
neuronas
sufre
un
proceso
de
atrofia
progresiva
con
reducción
en
el
contenido
de
ácido
ribonucleico
(RNA)
y
en
la
síntesis
proteica
a
medida
que
envejecen,
compensando
la
disminución
de
contactos
sinápticos
por
desaparición
de
células
vecinas
(Buel
y
Coleman,
1981)
con
un
incremento
de
sus
arborizaciones
dendríticas
y
del
área
de
contacto
postsináptico
con
las
células
remanentes
(Adams,
1987),
fenómeno
no
observado
en
la
enfermedad
de
Alzheimer
(Berg,
1985).
La
acumulación
de
lipofucsina,
el
hallazgo
más
consistente
relacionado
con
el
proceso
de
envejecimiento
y
que
es
función
de
la
actividad
metabólica
total
más
que
la
edad
cronológica
per
se
(Lippmann,
1983),
es
notoriamente
baja
en
los
cerebros
de
pacientes
con
enfermedad
de
Alzheimer
(Berg,
1985).
Las
placas
neuríticas
(placas
seniles,
placas
amiloideas
o
placas
de
Alzheimer)
y
los
ovillos
neurofibrilares,
presentes
en
las
neuronas
de
gran
tamaño
(neuronas
piramidales
de
las
capas
III
y
V
de
la
neocorteza,
subiculum
y
capa
II
de
la
corteza
entorrinal),
son
lesiones
características
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
que
pueden
observarse
en
el
envejecimiento
pero
en
una
proporción
significativamente
menor.
Quedan
aún
muchos
interrogantes
sin
respuesta
sobre
la
naturaleza
del
envejecimiento
y
las
demencias
como
para
adelantar
conclusiones
del
estilo
de
aquellas
que
consideran
a
la
enfermedad
de
Alzheimer
como
el
extremo
de
un
continuum
que
se
inicia
con
la
senescencia.
Conclusión
El
envejecimiento
es
un
proceso
que
depende
exclusivamente
del
paso
del
tiempo.
La
calidad
del
envejecimietno
y
los
cambios
de
la
senescencia
dependen
de
la
interacción
de
variables
como
la
herencia
y
el
efecto
acumulativo
de
eventos
vitales
aleatorios
que
serán
determinantes
de
las
diferencias
entre
individuos
en
lo
que
a
función
cognitiva,
emoción
y
conducta
se
refiere.
Es
cada
vez
más
evidente
que
el
envejecimiento
parece
estar
caracterizado
por
una
variabilidad
interindividual
incrementada
(Mesulam,
2000),
y
debemos
por
lo
tanto,
ser
extremadamente
cautos,
a
la
hora
de
sacar
conclusiones
basadas
sólo
en
pruebas
neuropsicológicas.
Es
probable
que
el
alcance
de
la
“normalidad”
cognitiva
exceda
los
hallazgos
de
laboratorio
y
sólo
una
aproximación
multidisciplinaria
que
incluya
la
evaluación
de
los
individuos
en
su
interacción
ecológica
con
el
medio
nos
permita
establecer
la
verdadera
relación
entre
envejecimiento
y
función
cognitiva.
Cap 5 – La memoria en el envejecimiento
Bernard Laurent, Ricardo F. Allegri y Catherine Thomas‐Anteriom
Introducción
La
queja
de
pérdida
de
la
memoria
es
muy
habitual
en
el
envejecimiento,
y
es
también
el
síntoma
de
inicio
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
(EA).
La
alta
frecuencia
y
la
dificultad
del
diagnóstico
diferencial
de
EA,
imponen
un
análisis
clínico
minucioso.
Se
deben
destacar
algunas
cifras
que
muestran
la
gravedad
de
esta
“queja”
en
el
sujeto
añoso:
ella
es
muy
frecuente,
ya
que
se
encuentra
en
70%
de
los
sujetos
de
más
de
70
años,
pero
entre
los
que
consultan
espontáneamente
por
este
motivo,
60%
tiene
resultados
normales,
en
las
pruebas
en
el
40%
restante,
la
mitad
tiene
rendimientos
alterados
por
la
ansiedad
o
la
depresión
que
se
normalizan
con
un
tratamiento
adecuado,
y
sólo
20%
tiene
una
enfermedad
orgánica
que
la
mayoría
de
las
veces
corresponde
a
la
enfermedad
de
Alzheimer
(Dreouesné
y
col.,
1989).
Esta
diferencia
entra
la
“queja
subjetiva”
y
la
“realidad
de
los
tests”
por
lo
habitual
se
debe,
en
los
sujetos
normales,
a
factores
como
ansiedad
o
depresión
que
hace
que
se
quejen
más
de
lo
que
rinden.
También
se
observa
en
la
enfermedad
de
Alzheimer,
pero
en
este
caso
se
quejan
menos
o
no
reconocen
sus
déficit
a
causa
de
la
anosognosia
(Allegri
y
col.,
2000).
Los
subsistemas
de
la
memoria
La
memoria,
que
fue
considerada
al
principio
como
una
función
unitaria,
se
vio
rápidamente
fraccionada
en
un
cierto
número
de
componentes
distintivos
(Trillet
y
Laurent,
1982,
1988;
Tamaroff
y
Allegri,
1995).
El
modelo
más
célebre
en
el
dominio
de
la
memoria
due
el
que
propusieron
Atkinson
y
Schhiffrin
en
1968.
Según
estos
autores
toda
información
es
mantenida
muy
brevemente
en
nuestros
sistemas
sensoriales,
una
parte
de
ella
es
enviada
al
sistema
de
memoria
a
corto
plazo
y
luego
al
de
largo
plazo.
El
primer
sistema,
la
memoria
de
corto
plazo
(antiguamente,
la
memoria
primaria
o
inmediata)
no
puede
contener
más
que
una
cantidad
limitada
de
información
durante
el
tiempo
necesario
para
la
utilización
inmediata.
El
segundo
sistema,
la
memoria
de
largo
plazo
(antiguamente,
la
memoria
secundaria)
puede
contener
una
cantidad
ilimitada
de
información
durante
un
periodo
virtualmente
infinito.
Si
bien
este
modelo
no
es
aceptado
en
la
actualidad
en
su
forma
inicial
‐a
causa
de
la
forma
secuencial
de
transferir
información
desde
la
memoria
de
corto
plazo
a
la
memoria
de
lago
plazo‐
ha
servido
de
punto
de
partida
de
numerosas
investigaciones
posteriores
(fig
5‐1).
La
memoria
de
corto
plazo
tiene
un
rol
más
complejo
que
el
de
archivar
a
corto
plazo
y
de
fomra
unitaria
la
información;
aparece
el
modelo
de
memoria
de
trabajo
(Baddeley
y
Hitch,
1974).
Este
último
considera
no
sólo
el
rol
del
archivo
temporario
de
la
información
en
este
sistema
sino
también
su
función
de
control
y
de
organización
de
las
operaciones
en
curso
de
pruebas
cognitivas
como
el
razonamiento,
la
comprensión
y
el
aprendizaje.
La
memoria
de
trabajo
está
compuesta
por
un
sistema
atencional
de
control
con
capacidad
limitada
llamado
“sistema
ejecutivo
central”
que
supervisa
y
coordina
la
actividad
de,
al
menos,
dos
sistemas
auxiliares.
El
primero,
llamado
“bucle
articulatorio
o
fonológico”,
es
responsable
del
mantenimiento
y
de
la
manipulación
de
las
informaciones
provenientes
del
lenguaje.
El
segundo,
llamado
“agenda
o
registro
visuoespacial”
es
responsable
del
mantenimiento
y
de
la
manipulación
de
las
imágenes
mentales.
El
funcionamiento
de
la
memoria
de
trabajo
depende
de
la
integridad
de
las
áreas
sensoriales
primarias,
del
lóbulo
prefrontal,
del
núcleo
dorsomediano
del
tálamo
y
del
neoestriado.
El
archivo
de
memoria
de
largo
plazo
(que
en
el
lenguaje
común
se
conoce
como
“memoria”)
ha
sido
subdividido
en
varios
subsistemas:
la
memoria
explícita
(a
veces
llamada
declarativa)
y
la
memoria
implícita
(a
veces
llamada
procedural).
Esta
dicotomía
memoria
explícita/memoria
implícita
separa
la
memoria
del
“saber
que”
o
de
la
del
saber
hacer.
Contrariamente
a
la
distinción
establecida
entre
memoria
de
corto
plazo
y
memoria
de
largo
plazo
que
se
basa
en
gradiente
temporal
en
relación
con
la
adquisición
de
la
información,
la
distinción
entre
memoria
explícita
y
memoria
implícita
se
basa
en
la
naturaleza
de
las
informaciones
archivadas.
En
efecto,
la
memoria
explícita
contiene
todo
el
conocimiento
que
el
sujeto
puede
explícitamente
comunicar
bajo
una
forma
de
evocación
verbal
o
no
verbal
(p.
ej.,
decir
qué
comió
el
último
domingo
o
que
dos
más
dos
son
cuatro).
Para
comunicar
esta
información
el
sujeto
debe,
conscientemente,
referirse
a
los
conocimientos
adquiridos
antes.
Por
lo
contrario
la
memoria
implícita
contiene
los
conocimientos
que
el
sujeto
puede
sólo
revelar
en
forma
implícita,
o
a
través
del
comportamiento
(p.
ej.,
saber
andar
en
bicicleta
o
tocar
el
piano).
Para
comunicar
estos
conocimientos
no
es
necesario
hacer
referencia
consciente
a
una
información
adquirida
anteriormente.
La
memoria
explícita
se
subdivide
en
memoria
semántica
y
memoria
episódica.
Esta
subdivisión
tiene
un
valor
taxonómico.
En
efecto,
los
conocimientos
contenidos
en
la
memoria
semántica
son
de
naturaleza
general
y
sin
contexto
temporoespacial.
Por
ejemplo,
saber
qué
es
el
“desayuno”
es
un
conocimiento
general
habitualmente
compartido
por
todos
los
miembros
de
una
cultura
dada.
Este
conocimiento
carece
de
contexto
en
el
sentido
de
que
nosotros
no
lo
recordamos
ni
el
lugar
ni
el
momento
en
los
que
aprendimos
esta
información.
Las
informaciones
contenidas
en
la
memoria
episódica
son,
por
el
contrario,
conocimientos
de
naturaleza
autobiográfica
ligados
a
un
contexto
espaciotemporal
preciso
‐
¿qué
desayunamos
esta
mañana?
En
este
último
ejemplo
es
necesario
acceder
al
lugar
y
al
momento
en
los
cuales
estos
recuerdos
se
constituyeron.
El
funcionamiento
de
la
memoria
episódica
depende
de
la
integridad
de
la
región
hipocámpica
(en
particular
el
hipocampo,
el
gyrus
dentado
y
el
complejo
subicular),
de
las
regiones
corticales
alrededor
de
la
amígdala
(en
particular
la
corteza
perirrinal)
y
de
los
núcleos
talámicos
(que
tienen
conexiones
anatómicas
con
la
región
hipocámpica
y
la
corteza
perirrinal).
Debemos
destacar
que
hay
otras
regiones
cerebrales
necesarias
para
los
procesos
de
formación
(codificación),
mantenimiento
(archivo)
y
recuperación
de
los
recuerdos.
Así,
para
la
memoria
explícita,
el
cortex
prefrontal
juega
un
rol
preponderante,
entre
otras,
en
la
planificación
y
elaboración
de
estrategias
de
codificación
y
recuperación,
y
en
la
organización
de
los
recuerdos
(Moscovitch
y
Winocur,
1992;
Parkin,
1993).
Por
otra
parte,
la
amígdala
desempeña
un
rol
esencial
en
la
asociación
de
una
emoción
con
una
experiencia
dada.
Gracias
a
la
amígdala
una
experiencia
será
vivida
y
memorizada
como
agradable
o
desagradable.
La
memoria
implícita
ha
sido
igualmente
separada
en
dos
subsistemas
mnésicos.
Existe,
por
una
parte,
un
subsistema
de
soporte
de
los
conocimientos
puestos
en
las
pruebas
de
“priming”
y
por
otra
parte,
un
subsistema
puesto
en
evidencia
a
través
de
las
pruebas
de
aprendizaje
de
procedimiento.
En
la
evaluación
de
la
memoria
implícita
‐contrariamente
a
la
de
la
memoria
explícita‐
el
sujeto
es
invitado
a
realizar
una
prueba
sin
que
tenga
una
referencia
consciente.
La
facilidad
relativa
demostrada
por
los
sujetos
en
la
realización
de
esta
prueba
es
atribuida
a
los
conocimientos
adquiridos
en
la
fase
inicial
de
la
experiencia.
El
funcionamiento
del
componente
procedural
de
la
memoria
implícita
depende
de
la
integridad
de
los
núcleos
grises
centrales
(en
particular
el
estriado),
y
del
cortex
prefrontal.
Para
el
componente
priming
de
la
memoria
implícita
se
necesita
la
integridad
de
las
áreas
asociativas.
La memoria en el envejecimiento
La
aparición
en
el
envejecimiento
de
“fallas”
en
la
memoria
es
un
hecho
conocido
desde
hace
mucho
tiempo.
Un
gran
número
de
sujetos
adultos
de
más
de
65
años
se
queja
con
frecuencia
de
que
su
memoria
“no
es
más
la
de
antes”.
Numerosos
trabajos
han
demostrado
que
la
fragilidad
de
la
memoria
en
el
sujeto
de
edad
avanzada
es
sectorial,
variable
según
los
individuos,
y
que
simples
ayudas,
reforzando
las
etapas
deficitarias,
pueden
normalizar
los
rendimientos.
Estudiaremos
a
continuación
cuál
es
el
comportamiento
de
los
distintos
componentes
de
la
memoria
con
la
edad
avanzada.
En
relación
con
la
memoria
de
trabajo,
con
la
edad
hay
poca
modificación
de
la
parte
de
los
tests
o
ninguna.
Así
el
“efecto
de
lo
reciente”,
que
corresponde
al
recuerdo
de
las
últimas
palabras
de
una
lista,
no
es
sensible
al
envejecimiento
(Craik,
1991;
Craik
y
Jennings,
1992).
El
span
mnésico,
es
decir,
la
cantidad
de
información
que
un
individuo
puede
guardar
en
su
mente
después
de
haberla
percibido,
disminuye
ligeramente
con
la
edad.
Es
span
es
evaluado
que
lo
habitual
mediante
una
prueba
que
consiste
en
medir
el
número
de
cifras
que
un
individuo
puede
repetir
de
manera
correctamente
en
orden,
inmediatamente
después
de
haberlas
escuchado.
Por
último
la
presencia
o
ausencia
de
diferencias
de
rendimiento
ligadas
con
la
edad
no
ha
sido
claramente
establecida
en
el
paradigma
de
Brown
Peterson.
En
éste,
el
sujeto
debe
aprender
una
serie
de
letras
o
palabras,
luego
se
lo
coloca
frente
a
una
actividad
distractora
que
consiste
en
contar
al
revés
a
partir
de
un
número
de
tres
cifras
durante
una
sesión
variable
inferior
a
un
minuto.
Luego
se
invita
al
sujeto
a
evocar
los
estímulos
aprendidos
al
inicio
de
la
experiencia.
Mientras
que
algunos
investigadores
revelan
una
sensibilidad
marcada
de
esta
prueba
al
envejecimiento
(Parkin
y
Walker,
1991),
otros
observan
resultados
similares
entre
los
sujetos
jóvenes
y
los
ancianos
(Inman
y
Parkinson,
1983;
Puckett
y
Stockburger,
1988).
Las
diferencias
de
rendimiento
ligadas
a
la
edad
son
importantes
en
condiciones
experimentales
donde
el
sujeto
debe
no
sólo
memorizar
las
informaciones
sino
simultáneamente
manipularlas
o
transformarlas.
Era
una
experiencia
en
la
que
se
invitaba
a
los
jóvenes
y
los
ancianos
a
leer
frases
y
a
decidir
cuál
de
ellas
tenía
sentido
o
no.
Al
mismo
tiempo
los
sujetos
debían
memorizar
la
última
palabra
de
cada
frase
y
restituir
el
conjunto
de
palabras
cuando
se
les
pedía.
El
rendimiento
de
los
ancianos
estaba
por
debajo
del
rendimiento
de
los
jóvenes
(Wingfield
y
col.,
1988).
Otras
experiencias
que
exploraban
la
capacidad
de
realizar
una
prueba
de
razonamiento
verbal
memorizando
simultáneamente
una
serie
de
cifras,
han
puesto
en
evidencia
un
rendimiento
bajo
los
sujetos
de
mayor
edad
(Craik
y
col.,
1990).
La
sensibilidad
de
los
ancianos
a
estas
últimas
pruebas
de
memoria
de
trabajo
implicaría
que
durante
el
envejecimiento
existiría
una
alteración
aislada
del
sistema
ejecutivo
central
(Baddeley,
1986;
Gick
y
col.,
1988;
Morris
y
col.,
1988)
como
se
puede
también
observar
en
pacientes
con
lesiones
focales
prefrontales
(Schallice,
1988).
En
la
exploración
de
la
memoria
episódica
se
utiliza
por
lo
general
una
prueba
en
la
cual
los
sujetos
deben
aprender
una
lista
de
12
a
20
palabras
presentadas
sucesivamente.
La
dificultad,
para
el
sujeto,
no
reside
en
el
aprendizaje
de
las
palabras
en
sí
mismas
‐que
son
palabras
corrientes
de
la
lengua‐
sino
en
el
recuerdo
de
un
cierto
número
de
ellas
aprendidas
en
un
contexto
temporoespacial
particular.
Las
diferencias
en
el
rendimiento
mnésico
relacionadas
con
la
edad
son
más
o
menos
marcadas
en
cuanto
al
tipo
de
prueba
utilizada.
Así,
en
el
recuerdo
libre
donde
el
sujeto
debe
decir
o
escribir
el
mayor
número
de
palabras
inmediatamente
después
de
haber
leído
o
escuchado
la
última
palabra
de
la
lista,
la
diferencia
de
rendimiento
mnésico
entre
jóvenes
y
viejos
es
muy
importante.
Clásicamente
se
ve
que
esta
diferencia
disminuye
en
la
condición
de
recuerdo
con
claves
en
la
cual
el
sujeto
es
invitado
a
recordar
las
palabras
aprendidas
basándose
en
claves
(las
tres
primeras
letras
de
la
palabra
o
la
categoría)
dadas
por
el
examinador.
Por
último,
se
observa
una
mejoría
aún
más
importante
en
la
condición
de
reconocimiento
en
la
cual
el
sujeto
debe
reconocer
las
palabras
aprendidas
entre
un
conjunto
de
palabras
distractoras.
Las
tres
situaciones
experimentales
descritas
se
distinguen
por
la
forma
de
recuperar
las
palabras
aprendidas.
En
una,
el
sujeto
debe
recordar
libremente
las
palabras
sin
ayuda
(recuerdo
libre),
en
otra
son
importantes
las
ayudas
dadas
para
la
realización
de
la
prueba
(recuerdo
con
claves
o
reconocimiento).
La
presencia
o
ausencia
de
las
diferencias
en
el
rendimiento
mnésico
ligado
a
la
edad
varía
en
función
de
la
exigencia
para
que
el
sujeto
inicie
por
sí
mismo
una
búsqueda
activa
de
información
en
la
memoria.
Los
ancianos
se
olvidan
de
recordar.
La
variación
de
las
condiciones
de
codificación
de
las
palabras
de
la
lista
‐manteniendo
idénticas
condiciones
de
recuperación
(recuerdo
libre)‐
revela
también
diferencias
relacionadas
con
la
edad.
Así,
en
una
prueba
de
aprendizaje
y
de
recuerdo
libre
donde
las
diferencias
de
rendimiento
mnésico
relacionadas
con
la
edad
son
importantes,
se
observa
una
reducción
de
éstas
cuando
el
aprendizaje
de
las
palabras
se
hace
invitando
al
sujeto
a
formar
una
frase
con
cada
una
de
las
palabras
aprendidas.
También
hay
una
reducción
cuando
se
dan
estrategias
particulares
de
aprendizaje.
Estos
resultados
marcan
una
dificultad
progresiva
con
la
edad
para
iniciar
por
sí
mismo
las
operaciones
cognitivas
necesarias
para
una
codificación
óptima
de
la
información.
Entonces
se
puede
concluir
que
la
alteración
de
la
memoria
episódica
relacionada
con
la
edad
es
atribuible
a
una
disminución
de
la
eficiencia
en
términos
de
dificultades
de
autoiniciación
de
las
operaciones
óptimas
de
codificación
y
recuperación
de
las
informaciones.
En
la
memoria
semántica,
la
comparación
de
los
rendimientos
en
los
tests
de
vocabulario
estandarizados
no
muestra
diferencia
ligada
con
la
edad
(Salthouse,
1982;
Schaie,
1980).
En
este
tipo
de
test
los
sujetos
deben
producir
definiciones
en
relación
con
palabras
que
se
les
da,
o
elegir
entre
3
palabras
aquella
que
constituye
el
sinónimo
de
las
palabras
propuestas.
Ciertos
autores
han
subrayado
que
en
un
test
de
vocabulario
donde
se
debe
producir
la
palabra
correspondiente
a
una
definición,
los
viejos
tienen
rendimientos
menores
que
los
jóvenes
(Bowles
y
Poon,
1985).
También
en
los
tests
de
fluencia
verbal
en
los
cuales
los
sujetos
deben
producir
la
mayor
cantidad
de
palabras
de
una
categoría
dada
(p.
ej.,
frutas)
en
60
segundos,
se
observa
una
declinación
de
los
rendimientos
con
la
edad
(Schaice,
1980).
Craik
(1991)
sugirió
que
las
diferencias
observadas
dependen
de
la
naturaleza
de
la
prueba
propuesta,
estas
diferencias
son
mínimas
o
a
veces
inexistentes
cuando
la
respuesta
del
sujeto
está
“guiada”
por
la
prueba
(p.
ej.,
pruebas
de
vocabulario
con
elección
múltiple
de
sinónimos),
pero
ellas
son
más
importantes
cuando
el
sujeto
debe
inicial
él
mismo
la
producción
de
una
respuesta
(p.
ej.,
fluencia
verbal)
como
sucedía
en
la
memoria
episódica.
Así
se
puede
pensar
que
ciertas
relaciones
entre
representaciones
en
memoria
semántica
se
fragilizan
con
el
avance
de
la
edad.
En
efecto,
la
activación
de
las
bottom‐up
(p.
ej.,
test
de
vocabulario
definición‐palabra)
parecen
hacerse
más
laboriosas
con
el
avance
de
la
edad
que
la
activación
de
las
top‐down
(p.
ej.,
test
de
vocabulario
palabra‐definición).
La
memoria
remota
(o
terciaria)
corresponde
a
la
posibilidad
de
evocar
los
recuerdos
de
los
eventos
vividos
por
el
sujeto.
Ella
hace
intervenir
a
la
vez
a
la
memoria
episódica
y
a
la
semántica.
Diferentes
protocolos
han
sido
utilizados
como
rostros
célebres
(Albert
y
col.,
1981;
Schacter
y
col.,
1982;
Kapur
y
col.,
1989),
autos
(Kapur
y
col.,
1989),
hechos
públicos
(
Kapur
y
col.,
1989;
Thomas
Anterion
y
col.,
1986)
y
emisiones
de
televisión
(Squire
y
col.,
1989).
Según
una
creencia
muy
extendida,
los
sujetos
de
edad
recuerdan
mejor
los
eventos
de
su
infancia
que
aquellos
recientes
(ley
de
Ribot,
1882).
Esto
no
es
aceptado
por
todos.
El
efecto
de
la
edad
es
muy
significativo
pero
los
sujetos
más
ancianos
conservan
buen
rendimiento,
y
éste
es
homogéneo
en
el
tiempo
(Thomas
Anterion,
1996).
El
estudio
de
la
memoria
implícita
en
el
envejecimiento
de
ha
captado
el
interés
de
los
investigadores,
dado
que
por
lo
general
se
ha
considerado
que
ésta
no
se
modifica
con
la
edad.
Por
otra
parte,
la
mayoría
de
los
autores
no
ha
considerado
por
separado
el
funcionamiento
de
los
dos
componentes
de
la
memoria
implícita,
a
saber,
por
una
parte
el
priming
y,
por
la
otra,
el
“aprendizaje
procedural”.
Recientemente
varios
investigadores
se
interesaron
en
el
estudio
del
priming
en
el
envejecimiento
realizando
una
prueba
de
completamiento
de
trigramas.
En
esta
prueba,
en
una
primera
fase
se
presenta
a
los
sujetos
una
lista
de
palabras,
a
propósito
de
la
cual
ellos
son
invitados
a
emitir
un
juicio
(p‐
ej.,
decir
para
cada
palabra
si
es
agradable
o
desagradable).
En
una
segunda
fase,
se
le
presenta
una
lista
de
trigramas
formados
por
las
tres
primeras
letras
de
cada
palabra.
Esta
lista
está
constituida
en
50%
por
los
trigramas
de
las
palabras
de
la
lista
y
50%
por
los
trigramas
de
palabras
nuevas.
Los
sujetos
deben
utilizar
estos
trigramas
para
formar
las
primeras
palabras
que
le
vengan
en
mente.
Lo
usual
es
que
los
sujetos
(jóvenes
y
añosos)
completan
una
gran
parte
de
los
trigramas
con
las
palabras
que
le
fueron
presentadas
al
comienzo
de
la
experiencia.
Es
importante
resaltar
que
no
tienen
conciencia
de
la
existencia
de
una
relación
entre
las
dos
fases
de
este
experimento.
Así
uno
habla
del
efecto
priming
dado
que
los
resultados
revelan
que
nos
rendimientos
fueron
influenciados
por
la
presentación
anterior
de
las
palabras
sin
que
los
sujetos
sean
conscientes.
Si
bien
el
efecto
de
priming
ha
sido
puesto
en
evidencia
en
jóvenes
y
en
ancianos,
este
efecto
tiende
a
disminuir
ligeramente
hacia
los
70
años
(Chiarello
y
Hoyer,
1988;
Davis
y
col.,
1990;
Hultsch
y
col.,
1991).
Varios
estudios
han
investigado
el
“aprendizaje”
de
procedimientos”
en
el
sujeto
añoso.
Recordemos
que
en
este
tipo
de
aprendizaje
los
sujetos
mejoran
su
rendimiento
con
la
práctica
sin
ninguna
referencia
consciente
de
las
fases
precedentes.
En
la
prueba
de
lectura
de
palabras
en
espejo,
los
adultos
añosos
mejoran
tanto
como
los
jóvenes
(Hashtroudi
y
col.,
1991).
También
hay
una
ausencia
de
diferencias
con
la
edad
en
la
prueba
de
aprendizaje
de
tiempo
de
reacción
serial
(Howard
y
Howard,
1989,
1992)
o
en
las
pruebas
de
aprendizaje
de
habilidades
visuomotoras
como
la
utilización
de
la
pantalla
y
el
mouse
de
una
computadora
(Thomas
Anterion
y
col.,
1994).
Varios
estudios
van
en
contra
de
esta
conclusión
(Burke
y
col.,
1987;
Wright
y
Payne,
1985)
y
estas
variaciones
están
ligadas
en
parte
a
la
desigualdad
de
las
pruebas
utilizadas
que
necesitan
en
forma
diferente
la
iniciativa
o
el
razonamiento.
El
prototipo
de
una
prueba
procedural
“cognitiva”
está
representado
por
la
torre
de
Hanoi
(Cohen
y
col.,
1985)
en
la
cual
fallan
las
lesiones
frontales
que
no
tienen
déficit
en
los
tiempos
de
reacción
seriales.
La
conservación
del
aprendizaje
de
procedimientos
en
el
sujeto
añoso
probablemente
refleje
que
éste
tiene
un
tratamiento
más
elemental,
quizás
adquirido
más
temprano,
y
reposando
en
un
subsistema
anatonomofuncional
diferente
del
circuito
de
la
memoria
episódica
(circuito
de
Papez)
y
menos
vulnerable
al
envejecimiento:
se
trata
de
un
circuito
de
los
núcleos
grises
centrales,
cerebelo
y
el
lóbulo
frontal
(Saint
Cyr
y
col.,
1988)
(fig.
5‐2).
Mecanismos
de
compensación
de
las
dificultades
mnésicas
del
envejecimiento
El
conocimiento
del
cambio
en
el
perfil
de
memoria
que
acompaña
al
envejecimiento
nos
permite
intentar
optimizar
el
rendimiento
de
los
ancianos,
si
se
compensa
la
baja
eficiencia
de
las
operaciones
de
codificación
y
de
recuperación
de
la
información.
Esto
refleja
la
plasticidad
de
la
memoria,
también
en
la
edad
avanzada.
En
el
sujeto
añoso
se
podrá
corregir
el
déficit
dando
consignas
de
codificación:
(organizar
el
material
[p.
ej.,
reagrupar
por
categoría,
por
rima,
por
asociación
insólita],
favoreciendo
la
imaginería
mental,
haciendo
una
codificación
“motora”
[p.
ej.,
gesto
de
utilización
del
objeto]),
aumentando
el
número
y
la
duración
de
la
presentación
de
las
palabras,
disminuyendo
las
interferencias
y
sirviéndose
del
recuerdo
facilitado
(claves
o
reconocimiento).
Es
importante,
cuando
uno
emprende
una
reeducación
de
memoria
en
el
sujeto
añoso,
haber
analizado
el
nivel
de
déficit
y
las
exigencias
cotidianas,
es
aventurado
proponer
técnicas
estereotipadas
para
todos
e
incluso
pensar
que
un
entrenamiento
no
específico
sobre
un
material
artificial
puede
tener
una
acción
general
sobre
las
funciones
mnésicas.
Una
vez
corregidos
la
lentitud
de
codificación,
la
fragilidad
del
registro
contextual
y
el
déficit
del
recuerdo
libre,
la
capacidad
de
archivo
queda
intacta
en
el
envejecimiento.
La memoria desde el envejecimiento a la demencia del tipo Alzheimer
El
primer
síntoma
de
la
demencia
de
tipo
Alzheimer
(DTA)
es
por
lo
habitual
la
aparición
de
dificultades
de
memoria,
las
cuales
son
cuantitativamente
diferentes
y
cualitativamente
más
extendidas
que
aquellas
que
acabamos
de
describir
en
el
envejecimiento
normal.
En
la
mayoría
de
los
casos
esta
alteración
mnésica
se
va
extendiendo
progresivamente
a
todas
las
funciones
superiores
(orientación
temporoespacial,
atención,
lenguaje,
razonamiento,
gnosias,
praxias).
La
conciencia
que
el
paciente
tiene
de
su
alteración
es
variable
y
va
desde
la
introspección
correcta
(queja
de
memoria
justificada…),
por
lo
general
acompañada
de
depresión,
hasta
el
desconocimiento
total
(anosognosia).
A
pesar
de
las
numerosas
investigaciones
hechas
sobre
esta
enfermedad,
el
diagnóstico
continúa
siendo
problemático.
En
efecto,
existe
una
etapa
preclínica
prolongada
y
los
cambios
cognitivos
comienzan
de
manera
insidiosa
y
no
son
fácilmente
separables
de
aquellos
logados
al
envejecimiento
normal
o
a
una
depresión.
Por
eso
el
diagnóstico
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
contiene
siempre
una
parte
de
incertidumbre
(15
a
20%
de
errores),
y
uno
no
tiene
derecho,
hasta
la
autopsia,
de
hablar
nada
más
que
de
“demencia
de
tipo
Alzheimer”.
El
perfil
de
memoria
de
la
demencia
de
tipo
Alzheimer
cambia
mucho
durante
la
evolución
de
la
enfermedad,
como
se
puede
observar
en
la
figura
5‐3
y
no
es
posible
en
la
actualidad
describir
un
solo
cuadro
de
alteraciones.
Existe
una
heterogeneidad
de
un
paciente
a
otro
en
particular
en
los
subsistemas
comprometidos,
pero
en
la
mayoría
de
los
casos
la
alteración
anatómica
comienza
en
el
hipocampo
y
la
corteza
entorrinal
(memoria
episódica)
para
comprometer
después
las
áreas
asociativas,
en
particular
la
región
temporal
externa
(memoria
semántica
y
remota)
y
las
zonas
frontales
(memoria
de
trabajo
con
el
administrador
central)
mientras
que
las
zonas
subcorticales
implicadas
en
la
memoria
procedural
o
las
áreas
primarias
responsables
del
“priming
perceptivo”
son
respetadas
por
el
proceso
degenerativo
(la
degeneración
neurofibrilar
y
las
placas
seniles).
Para
una
mejor
comprensión
de
las
alteraciones
vamos
a
dividir
la
evolución
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
según
el
CDR
(Clinical
Dementia
Rating
de
Hughes
y
col.,
1982)
en
predemencia
(CDR
0,5),
demencia
leve
(CDR
1),
moderada
(CRD
2)
y
grave
(CDR
3).
La
memoria
en
el
pasaje
desde
el
envejecimiento
normal
a
la
demencia
de
tipo
Alzheimer
(CDR
0
a
0,5)
Como
ya
dijimos,
la
queja
de
pérdida
de
memoria
es
generalmente
el
primer
síntoma
en
la
DTA,
difícil
de
diferenciar
de
la
declinación
mnésica
relacionada
con
la
edad.
En
este
momento,
la
evaluación
neuropsicológica
es
uno
de
los
exámenes
complementarios
que
pueden
ayudar
en
la
diferenciación
(Allegri,
1995).
Los
nuevos
productos
anticoliesterásicos
como
el
donepezil,
la
rivastigmina
y
la
galantamina
administrados
precozmente
pueden
mejorar
en
forma
sintomática
la
evolución
y
hacen
imperioso
el
diagnóstico
precoz
de
la
DTA
(Allegri
y
Bagnati,
1998).
Por
eso
hoy
en
día
el
médico
generalista
debe
reconocer
los
perfiles
y
las
pruebas
que
permiten
un
diagnóstico
diferencial
temprano.
En
este
momento,
la
pregunta
es:
¿el
envejecimiento
con
un
pequeño
déficit
cognitivo
sin
compromiso
funcional
(deterioro
cognitivo
leve
‐Peterson
y
col.,
1992‐)
y
la
enfermedad
de
Alzheimer
son
una
continuidad
biológica?
La
pregunta
no
está
definitivamente
contestada,
muchos
autores
aceptan
esta
evolución
pero
la
diferencian
del
envejecimiento
normal.
Existe
una
similitud
en
las
lesiones
elementales
(degeneración
neurofibrilar
y
placas
seniles)
pero
hay
una
diferencia
relacionada
con
la
distribución
de
las
lesiones,
por
eso
la
continuidad
biológico
no
existe,
pero
sí
la
clínica
dado
que
en
el
inicio
de
la
afección
los
pasajes
progresivos
son
habituales.
A
raíz
de
tanta
dificultad
para
el
diagnóstico
se
han
creado
cuadros
para
aquellas
situaciones
en
las
cuales
la
DTA
no
cumple
los
criterios
de
demencia
del
DSM‐IV.
La
terminología
DMAE
(Crook,
1986),
deterioro
cognitivo
leve
(DCL)
(Flicker,
Ferris
y
reisberg,
1991)
(Petersen
y
col.,1992,
1995,
1997,
2000),
Late
life
forgetfulness
(LLF)
y
Age
consistent
memory
impairment
(ACMI)
(Blackford
y
LaRue,
1989),
y
la
declinación
cognitiva
relacionada
con
la
edad‐DCRE
(DSM‐IV‐APA,
1994).
Cubren
estas
situaciones
imprecisas
que
pueden
a
veces
revelar
un
envejecimiento
cognitivo
o
una
DTA
debutante.
La
discusión
acerca
del
deterioro
cognitivo
leve
se
desarrolla
en
el
capítulo
correspondiente
(fig
5‐4).
En
forma
esquemática,
de
acuerdo
con
la
experiencia
clínica,
tendríamos
diferentes
tipos
de
sujetos
entre
los
individuos
añosos
normales
y
los
pacientes
con
Alzheimer
debutante.
Primero
hay
sujetos
añosos
normales
(envejecimiento)
CDR
=
0
(Hughes
y
col.,
1982),
con
queja
de
pérdida
de
la
memoria
o
sin
ella.
Las
investigaciones
efectuadas
en
los
últimos
años
muestran
que
sólo
ciertos
aspectos
de
la
memoria
se
modifican
con
la
edad,
como
se
desarrolló
en
el
ítem
anterior.
La
memoria
de
trabajo
muestra
una
alteración
en
aquellas
pruebas
que
necesitan
el
funcionamiento
del
ejecutivo
central.
En
la
memoria
episódica
hay
alteraciones
marcadas
en
el
recuerdo
libre,
pero
éste
mejora
con
la
facilitación
por
claves
o
en
el
reconocimiento.
En
el
envejecimiento
no
hay
diferencias
con
los
jóvenes
en
memoria
semántica
y
en
memoria
implícita.
Todas
las
pruebas
cognitivas
y
las
actividades
de
la
vida
diaria
son
normales.
Hay
sujetos
añosos
con
queja
de
pérdida
de
memoria
y
un
déficit
cognitivo
mínimo,
pero
éste
no
alcanza
la
condición
de
compromiso
de
la
parte
funcional
para
el
diagnóstico
de
demencia
según
el
DSM‐IV
(APA,
1994).
Estos
pacientes
corresponden
a
la
definición
de
DMAE
o
AAMI
(Crook,
1986)
pero
varios
autores
han
intentado
subdividir
el
concepto
en
forma
más
operacional:
el
LLF
(Blackford
y
LaRue,
1989),
DCRE
o
AACD
del
DSM‐IV
(APA,
1994)
y
el
DCM
(Deterioro
Cognitivo
Mínimo)
o
MCI
(Mild
Cognitive
Impairment)
(Filcker,
Ferris
y
Reisberg,
1991).
La
dicotomía
entre
los
pacientes
y
aquellos
con
DTA
se
basa
en
los
criterios
del
DSM‐IV
(APA,
1994)
en
particular
en
la
repercusión
funcional
y
en
la
alteración
de
varios
sistemas
cognitivos.
Estos
pacientes
son
los
más
interesantes
para
hacer
la
diferenciación
entre
los
sujetos
normales
y
las
demencias,
y
es
aquí
donde
la
evaluación
neuropsicológica
tiene
su
máxima
aplicación.
Habría:
Un
primer
subtipo
A
con
CDR
0,5
de
sujetos
añosos
con
queja
de
pérdida
de
memoria
y
mínima
alteración
mnésica
con
los
otros
tests
cognitivos
normales
en
relación
los
sujetos
de
la
misma
edad.
En
la
memoria
episódica
tienen
dificultades
en
el
recuerdo
libre
pero
mejoran
en
el
recuerdo
con
claves
y
en
el
reconocimiento.
No
tienen
falsos
reconocimientos,
ni
intrusiones
en
el
recuerdo
libre.
El
déficit
se
sitúa
entre
1
y
2
desvíos
estándar
(DE)
en
relación
con
los
sujetos
de
la
misma
edad
y
el
mismo
nivel
cultural.
No
tienen
diferencias,
en
memoria
de
trabajo
de
tipo
span,
memoria
semántica
y
memoria
implícita.
Los
tests
frontales
(Stroop
test
(1935),
Trail
making
“B”
(Reitan,
1958),
Wisconsin
Card
Sorting
Test
(Grant
y
col.,
1980)
y
las
otras
funciones
cognitivas
son
normales.
Ellos
no
tienen
ningún
problema
en
las
actividades
de
la
vida
diaria.
Este
tipo
de
déficit
se
ve
en
el
envejecimiento
normal
y
permanece
estable
la
mayor
parte
del
tiempo.
Puede
revelar
también
un
estado
ansioso‐depresivo
que
se
acompaña
más
de
una
alteración
atencional
y
de
la
memoria
de
trabajo
(Derouesné
y
col.,
1994).
Un
segundo
subtipo
B
con
CDR
0,5
de
sujetos
añosos
con
queja
de
pérdida
de
memoria
y
déficit
cognitivo
mínimo
objetivable.
La
“calidad”
de
su
déficit
lo
constituye
un
grupo
de
riesgo.
Ellos
tienen
dificultades
en
la
memoria
de
trabajo.
En
la
memoria
episódica
fallan
en
el
recuerdo
libre,
mejoran
“algo”
en
el
recuerdo
con
claves,
y
“totalmente”
con
el
reconocimiento.
No
tienen
falsos
reconocimientos
ni
intrusiones
en
el
recuerdo
libre.
El
déficit
se
sitúa
más
allá
de
2
desvíos
estándar
(DE)
en
relación
con
los
sujetos
de
la
misma
edad
y
el
mismo
nivel
cultural.
Los
tests
frontales
(Stroop
test
(1935),
y
Wisconsin
Card
Sorting
Test
(Grant
y
col.,
1980)
y
los
tests
cronometrados
(Cubos
Wechsler,
1988),
Fluencia
Verbal
(Benton,
1968),
Trail
making
“B”
(Reitan,
1958)
están
ya
algo
alterados.
Las
otras
funciones
cognitivas
(lenguaje,
praxias,
etc.)
están
normales.
Este
subtipo
tiene
un
riesgo
aumentado
de
evolucionar
hacia
una
enfermedad
de
Alzheimer.
Se
podría
en
algunos
casos
hablar
de
enfermedad
de
Alzheimer
en
la
etapa
de
“predemencia”
para
el
DSM‐IV,
ya
que
sus
actividades
de
la
vida
diaria
son
aún
correctas
(Derouesné
y
col.,
1994).
Este
subtipo
se
corresponde
con
la
definición
de
DCL
(Deterioro
cognitivo
leve)
o
MCI
(Mild
cognitive
impairment).
El
DCL
corresponde
a
un
sujeto
con
queja
de
pérdida
de
memoria
con
un
déficit
mnésico
objetivo
debajo
de
1,5
DE
en
relación
con
los
sujetos
de
igual
edad
y
nivel
cultural.
El
comportamiento
y
las
escalas
de
la
vida
diaria,
ADL
(activities
of
daily
living),
IADL
(instrumental
activities
of
daily
living,
(Barberger
y
col.,
1992)
son
normales
con
un
CDR
0,5,
pero
ya
se
testimonia
una
mínima
alteración
frontal
debutante.
¿Se
puede
hablar
de
DTA
muy
temprana
con
ausencia
de
los
criterios
del
DSM‐IV
de
demencia
generalizada?
En
el
estudio
de
Flicker
y
col.,
(1991),
de
los
DCM
que
siguieron
2
años,
72%
evoluciona
hacia
un
déficit
clínico
de
tipo
DTA
mientras
que
en
el
estudio
de
la
Mayo
Clinic
el
pasaje
de
MCI
a
DTA
es
de
15%
por
año
y
de
50%
en
3
años
(Peterson
y
col.,
1994,
1995).
Un
tercer
subtipo
C
con
DCR
0,5
de
sujetos
añosos
con
queja
de
pérdida
de
memoria
y
mínimo
déficit
cognitivo
bien
objetivable
(enfermedad
de
Alzheimer‐predemencia).
Ellos
tienen
dificultades
en
la
memoria
de
trabajo.
En
la
memoria
episódica
fallan
en
el
recuerdo
libre,
mejoran
“algo”
en
el
recuerdo
con
claves
y
con
el
reconocimiento.
Tienen
falsos
reconocimientos
e
intrusiones
en
el
recuerdo
libre.
El
déficit
se
sitúa
más
allá
de
los
2
desvíos
estándar
(DE)
en
relación
con
los
sujetos
de
igual
edad
y
nivel
cultural.
Hay
fallas
en
memoria
semántica,
visuoconstrucción
y
en
los
tests
frontales
(Stroop
test
(1935),
y
Wisconsin
Card
Sorting
Test
(Grant
y
col.,
1980)
y
los
tests
cronometrados
(Cubos
Wechsler,
1988),
Fluencia
Verbal
(Benton,
1968),
Trail
making
“B”
(Reitan,
1958)).
Ellos
tienen
pequeños
déficit
en
las
actividades
de
la
vida
cotidiana
como
sucede
con
la
autonomía
en
los
transportes,
hacer
cheques,
llamadas
telefónicas
u
organizar
viajes.
Este
subtipo
corresponde
a
una
etapa
de
predemencia
de
la
enfermedad
de
Alzheimer
para
el
DSM‐IV,
ya
que
sus
actividades
de
la
vida
diaria
son
aún
correctas
(Derouesné,
1994).
Este
subtipo
tiene
aún
CDR
0,5
pero
ya
es
claramente
patológico
a
pesar
de
que
el
impacto
en
las
actividades
de
vida
diaria
aún
es
leve.
La memoria en el inicio de la demencia de la enfermedad de Alzheimer (CDR 1)
Por
último
hay
pacientes
con
una
enfermedad
de
Alzheimer
leve
(síndrome
demencial
para
el
DSM‐IV
(APA,
1994),
enfermedad
de
Alzheimer
probable
según
el
NINCDS
ADRDA
(Mc
Khan
y
col.,
1984)).
El
primer
tipo
de
memoria
afectado
en
el
inicio
de
la
enfermedad
es
la
memoria
de
trabajo.
En
este
momento,
en
la
memoria
episódica,
los
pacientes
tienen
alteraciones
marcadas
en
el
recuerdo
libre
como
sucedia
con
los
dos
subtipos
anteriores,
pero
las
DTA
no
mejoran
en
condición
de
recuerdo
con
claves,
tienen
además
intrusiones
y
falsos
reconocimientos.
La
memoria
semántica
comienza
a
estar
alterada
en
los
tests
más
sutiles
(test
de
semejanzas,
Wechsler,
1988)
pero
el
stock
de
vocabulario
y
el
sentido
de
las
palabras
queda
intacto
y
no
influye
en
los
rendimientos
de
la
memoria
episódica.
La
memoria
implícita
está
intacta.
Los
tests
frontales
(Stroop
test
(1935),
y
Wisconsin
Card
Sorting
Test
(Grant
y
col.,
1980)
y
los
tests
cronometrados
(Cubos
Wechsler,
1988),
Fluencia
Verbal
(Benton,
1968),
Trail
making
“B”
(Reitan,
1958)
están
muy
alterados.
Las
otras
funciones
cognitivas
(lenguaje,
praxias,
etc.)
tienen
pequeñas
alteraciones
como
dificultades
en
la
denominación
de
las
palabras
raras,
apraxias
constructivas,
apraxias
a
la
imitación.
Estos
pacientes
ya
tienen
dificultades
más
importantes
e
incapacitantes
en
su
vida
diaria
o
profesional.
Esto
último
permite
el
diagnóstico
de
síndrome
demencial
según
el
DSM‐IV.
La
figura
5‐5
resume
de
manera
esquemática
la
experiencia
donde
el
recuerdo
diferido
libre,
la
sensibilidad
a
las
claves
(porcentaje
de
palabras
encontradas
con
claves
en
relación
con
los
casos
evocados
libremente),
el
reconocimiento,
la
fluencia
categorial,
los
tests
frontales
cronometrados
de
acuerdo
con
los
sujetos
de
igual
edad
y
el
mismo
nivel
cultural,
son
muy
sensibles
al
diagnóstico
de
DTA.
Análisis cognitivo de los subtipos de memoria afectados en el inicio de la DTA
En
el
inicio
de
la
demencia
de
tipo
Alzheimer,
la
memoria
de
trabajo
(MdT)
no
se
diferencia
del
envejecimiento
normal
cuando
deben
memorizar
un
material
y
restituirlo
inmediatamente
sin
hacerle
modificación
alguna.
El
efecto
de
“lo
reciente”
es
menos
importante
en
los
pacientes
con
DTA
que
en
los
adultos
normales
(Martin
y
col.,
1985;
Wilson
y
col.,
1983).
Igualmente,
el
span
mnésico
de
los
pacientes
con
DTA
es
de
una
amplitud
inferior
al
de
los
controles
normales
(Corkin,
1982;
Dannennbaum
y
col.,
1988;
Spinnler
y
col.,
1988).
En
condiciones
experimentales,
donde
los
sujetos
deben
no
sólo
memorizar
pasivamente
las
informaciones
sino
también
tomar
una
posición
activa,
teniendo
el
recuerdo
de
estas
informaciones
en
una
prueba
distractora,
las
diferencias
entre
pacientes
con
DTA
y
los
controles
varían
en
función
de
la
naturaleza
de
la
prueba
distráctil
empleada.
En
una
experiencia
que
consistía
en
una
variación
del
paradigma
de
Brown
Peterson,
los
pacientes
DTA
y
los
sujetos
normales
eran
invitados
a
estudiar
una
serie
de
letras
que
debían
recordar
5
a
20
segundos
más
tarde.
Durante
este
intervalo,
los
sujetos
o
no
hacían
nada
o
eran
invitados
a
realizar
una
de
las
4
pruebas
siguientes:
1)
golpear
en
forma
regular
con
un
dedo
sobre
la
mesa,
2)
decir
“de”
en
forma
ininterrumpida,
3)
invertir
el
orden
de
2
cifras
presentadas,
4)
adicionar
dos
cifras
presentadas.
Los
resultados
indican
que
cuando
los
sujetos
no
hacían
nada
en
particular
durante
el
intervalo,
no
había
olvido
de
las
tres
letras
ni
en
los
normales
ni
en
los
DTA.
Con
las
pruebas
concurrentes
1
y
2,
los
rendimientos
de
los
DTA
eran
afectados
pero
no
los
de
los
controles
normales.
Finalmente
las
pruebas
3
y
4
afectaban
el
rendimiento
de
ambos
sujetos
pero
más
al
de
los
DTA
(Morris,
1986).
Este
tipo
de
resultados
se
encuentra
también
en
la
ejecución
de
pruebas
duales
que
requieren
la
realización
simultanea
de
2
pruebas
cognitivas
(Baddeley
y
col.,
1986).
En
efecto,
la
alteración
de
los
rendimientos
en
los
pacientes
con
DTA
excede
a
la
observada
en
los
sujetos
normales.
Desde
hace
varios
años,
la
descripción
corriente
de
alteración
de
la
MdT
en
la
DTA
corresponde
a
la
falla
del
administrador
central
dado
que
los
sistemas
esclavos
funcionan
bien
(Morris
y
Baddeley,
1988;
Della
Salla
y
col.,
1993;
Morris,
1994).
Para
otros
autores,
si
bien
la
alteración
está
en
el
administrador
central
en
la
mayoría
de
los
pacientes,
algunos
muestran
también
fallas
a
veces
de
forma
aislada
en
uno
de
los
componentes
esclavos
(Belleville
y
col.,
1995).
Por
ejemplo,
en
ciertas
formas
focales
de
Alzheimer
con
afasia
degenerativa
se
presentan
afasias
de
conducción
con
alteración
precoz
del
bucle
articulatorio.
En
relación
con
la
memoria
episódica
los
pacientes
con
DTA
debutante
presentan
un
déficit
en
el
aprendizaje
de
informaciones
nuevas.
Por
cierto,
sus
rendimientos
en
las
pruebas
de
memoria
episódica
están
muy
por
debajo
de
los
controles
normales.
Esta
diferencia
de
rendimiento
mnésico
entre
los
pacientes
con
DTA
debutante
y
los
sujetos
controles
normales
varía
en
función
de
la
condición
de
recuperación
de
la
información.
En
efecto
la
diferencia
de
rendimiento
entre
estos
2
grupos,
para
el
recuerdo
de
una
lista
de
palabras,
es
la
misma
condición
de
recuerdo
libre
y
de
recuerdo
con
claves
(Davis
y
Mumford,
1984;
Grober
y
Busschke,
1987;
Allegri
y
col.,
1997).
Los
pacientes
con
DTA
no
son
generalmente
sensibles
a
las
variaciones
de
las
condiciones
de
claves.
Así
los
pacientes
con
DTA,
a
la
inversa
de
los
controles
normales
no
se
benefician
de
estrategias
particulares
de
aprendizaje
dadas
por
el
examinador
(Martin
y
col.,
1985).
El
reconocimiento
es
ya
subnormal.
Es
así
como
las
alteraciones
de
memoria
en
los
pacientes
con
DTA
no
pueden
ser
interpretadas
en
términos
de
alteraciones
de
la
recuperación
de
la
información
como
ocurre
en
las
enfermedades
extrapiramidales
(Allegri
y
col.,
1997).
En
conclusión,
la
alteración
de
la
memoria
episódica
en
los
pacientes
con
DTA
debutante
es
distinta
de
la
que
presentan
los
sujetos
añosos
tanto
desde
el
punto
de
vista
cuantitativo
como
cualitativo.
En
el
envejecimiento,
la
naturaleza
de
la
alteración
es
interpretada
como
una
dificultad
en
la
autoiniciación
de
las
actividades
cognitivas
(codificación
y
recuperación).
En
la
enfermedad
de
Alzheimer
el
problema
sobrepasa
al
de
la
autoiniciación,
ya
que
estos
pacientes
no
se
benefician
de
ninguna
ayuda
(p.
ej.,
estrategias
dadas
por
el
examinador).
De
hecho
la
alteración
mnésica
en
las
DTA
revela
una
alteración
real
de
las
capacidades
de
codificación
de
la
información.
Desde
el
punto
de
vista
neuroanatómico
hay
correlación
entre
el
trastorno
de
memoria
episódica
y
el
volumen
hipocámpico
en
la
resonancia
magnética
tanto
en
los
sujetos
normales
(Golomb
y
col.,
1996)
como
en
los
pacientes
con
DTA
(Petersen
y
col.,
1996).
En
cuanto
a
la
evaluación
de
la
memoria
episódica,
las
medidas
más
clásicas,
como
la
escala
de
memoria
Wechsler,
permiten
detectar
bien
un
déficit
mnésico
pero
informan
mal
acerca
de
su
naturaleza
(Deweer,
1995).
Las
pruebas
de
aprendizaje
verbal
más
corrientes
como
la
de
Rey
(RAVL)
o
subtest
de
aprendizaje
verbal
de
la
Batería
de
Signoret
(1979)
tienen
el
inconveniente
de
la
falta
de
control
en
la
codificación
semántica
que
puede
elaborar
cada
sujeto,
en
función
de
sus
motivaciones
y
de
sus
experiencias
pasadas
y
de
no
permitir
un
control
de
la
codificación
de
los
estímulos.
Para
el
diagnóstico
precoz
es
recomendable
la
utilización
de
pruebas
de
aprendizaje
serial
de
palabras
como
la
de
Grobber
Buschke
(1987).
Esta
prueba
se
ocupa
de
la
codificación
y
de
la
recuperación
de
los
ítems
(Deweer,
1995).
Los
pacientes
con
enfermedad
de
Alzheimer
aprovechan
muy
poco
las
claves,
mientras
que
los
pacientes
con
demencias
subcorticales‐frontales
muestran
después
de
las
claves
resultados
similares
a
los
de
la
normalidad
(Pillon
y
col.,
1993)
(cuadro
5‐1).
La memoria en la demencia de tipo Alzheimer moderada (CDR 2)
Después
de
varios
años
(2
a
10
años),
la
enfermedad
de
Alzheimer,
que
empezó
siendo
un
compromiso
muy
selectivo
de
la
memoria
como
el
que
hemos
descrito,
extiende
estas
alteraciones
mnésicas
y
aparecen
los
síntomas
afásicos,
apráxicos
y
agnósicos
que
juegan
claramente
a
favor
del
diagnóstico
ya
evidente,
en
este
momento,
para
todos
(Cummings
y
Benson,
1992).
Los
tipos
de
memoria
afectados
son
la
memoria
de
trabajo,
la
memoria
episódica,
donde
los
pacientes
tienen
alteraciones
marcadas
en
recuerdo
libre,
recuerdo
con
claves
y
el
reconocimiento,
y
la
memoria
semántica.
Ciertas
memorias
implícitas
como
el
priming
perceptivo
y
la
memoria
procedural
sensoriomotriz
permanecen
normales.
En
la
memoria
episódica
los
rendimientos
son
bajos
en
relación
con
los
sujetos
controles.
En
esta
etapa
la
eficacia
de
las
claves
es
nula,
los
sujetos
con
una
demencia
moderada
no
se
benefician
de
las
claves
ni
el
reconocimiento
(Davis
y
Mumford,
1984;
Grober
y
Buschke,
1987).
No
son
sensibles
por
lo
general
a
las
variaciones
de
las
condiciones
de
codificación,
ni
a
estrategias
particulares
dadas
por
el
experimentador
(Martin
y
col.,
1985).
De
hecho,
las
alteraciones
de
la
memoria
episódica
en
los
pacientes
DTA
no
pueden
ser
sólo
interpretadas
como
sucedía
en
el
envejecimiento
normal
en
términos
de
alteración
de
la
autoiniciación
de
la
codificación
y
de
la
recuperación
de
la
información
sino
que
involucran
el
mecanismo
más
profundo
de
la
codificación
propiamente
dicha
con
las
cuales
se
asocian
alteraciones
de
la
consolidación
y
del
recuerdo.
En
esta
etapa,
el
compromiso
de
la
memoria
semántica
participa
también
en
la
génesis
de
las
alteraciones
de
la
memoria
episódica.
Las
alteraciones
de
la
memoria
semántica
pueden
orientar
el
diagnóstico
hacia
una
enfermedad
de
Alzheimer
moderada.
Los
pacientes
con
DTA
suelen
presentar
déficit
en
las
pruebas
de
denominación,
fluencia
verbal,
completamiento
de
frases
y
vocabulario
(Eustache
y
Desgranges,
1995).
En
las
experiencias
que
se
ocupan
del
conocimiento
de
conceptos,
ha
sido
demostrado
que
los
pacientes
con
DTA
tienen
dificultades
para
elegir
la
imagen
de
los
objetos
cuando
se
pronuncia
el
nombre
de
esa
imagen
mezclado
con
imágenes
de
objetos
de
la
misma
categoría.
Los
pacientes
con
DTA
tienen
dificultades
en
la
denominación
de
objetos
y
son
generalmente
incapaces
de
responder
a
preguntas
relacionadas
con
los
atributos
de
los
objetos
que
no
pueden
denominar
(Chertkow
y
col.,
1989).
Estas
dificultades
han
sido
interpretadas
como
que
reflejan
una
“pérdida
de”
o
“inaccesibilidad
a”
ciertos
atributos
de
los
conceptos.
En
los
tests
de
fluencia
verbal
(generar
la
mayor
cantidad
posible
de
atributos
comenzando
por
una
letra
dada
o
perteneciendo
a
una
categoría
dada
en
60
segundos),
los
pacientes
con
DTA
producen
menos
palabras
que
los
adultos
de
la
misma
edad
(Ober
y
col.,
1986).
A
pesar
de
la
fluencia
verbal
alterada,
los
pacientes
con
DTA
no
tienen
aún
dificultades
para
decidir
si
un
atributo
dado
(p.
ej.,
perro)
está
relacionado
con
un
concepto
particular
(p.
ej.,
animales
de
cuatro
patas)
(Nebes
y
Brady,
1998).
Actualmente
se
considera
que
los
resultados
de
las
diferentes
experiencias
en
este
campo
reflejan,
por
una
parte,
las
dificultades
particulares
de
los
pacientes
con
DTA
para
efectuar
pruebas
que
necesiten
una
búsqueda
intencional
en
la
memoria
y,
por
la
otra,
una
pérdida
real
de
ciertos
conocimientos
conceptuales.
Esta
perturbación
de
la
memoria
semántica
está
jerarquizada
y
es
de
tipo
bottom‐up;
en
efecto,
ella
compromete
al
principio
a
los
atributos
más
específicos
(p.
ej.,
especies
de
pájaros)
antes
de
tocar
progresivamente
los
aspectos
más
generales
como
las
categorías
superordinales
(p.
ej.,
pájaros).
Esta
alteración
de
la
memoria
semántica
afecta
a
la
codificación
de
la
memoria
episódica,
la
cual
no
puede
efectuarse
“en
profundidad”.
La
memoria
del
pasado
(remote
memory)
se
refiere
a
la
posibilidad
de
evocar
los
recuerdos
cuya
constitución
es
anterior
al
comienzo
de
la
enfermedad.
En
los
síndromes
demenciales
no
se
habla
de
memoria
retrógrada
dado
que
la
instalación
del
cuadro
se
hace
en
forma
insidiosa
y
no
se
puede
marcar
un
comienzo
(Thomas
Anterion,
1995).
Los
pacientes
con
DTA
presentan
rendimientos
menores
que
los
controles
en
los
cuestionarios
de
memoria
del
pasado
(Sagar
y
col.,
1988;
Beatty
y
col.,
1988;
Kopelman
y
col.,
1989;
Kopelman,
1989;
Thomas‐Anterion,
1995).
Hay
que
ser
cautos
con
estos
estudios
debido
a
que
el
material
utilizado
para
evaluar
a
los
pacientes
ha
sido
muy
variable
(test
de
memoria
de
hechos
personajes
públicos
(Van
der
Linden
y
col.,
1991)),
test
de
eventos
y
de
personalidades
célebres
(Kopelman,
1989),
etc.
Los
rendimientos
de
los
pacientes
DTA
son
menores
y
desiguales
en
el
tiempo.
Se
observa
un
gradiente
temporal:
se
recuperan
mejor
las
informaciones
más
o
menos
perturbados
en
las
pruebas
de
recuerdo
pero
tienen
una
mejoría
importante
en
la
situación
de
reconocimiento
(Kopelman,
1989;
Thomas‐Anterion
y
col.,
1994).
Para
la
memoria
implícita,
las
investigaciones
recientes
han
revelado
que
los
pacientes
con
DTA
tienen
rendimientos
alterados
sólo
para
ciertas
pruebas
de
priming.
Así
hay
un
efecto
conservado
de
priming
en
las
pruebas
de
repetición,
de
decisión
lexical,
de
denominación
de
palabras
y
de
completamiento
de
figuras
incompletas,
mientras
que
se
observó
un
bajo
rendimiento
en
las
pruebas
de
completamiento
de
trigramas
y
de
asociación
de
palabras
(Gabrieli,
en
prensa;
Hartman,
1987;
Huff
y
col.,
1988;
Margolin,
1987;
Moscovitch,
1982;
Nebes
y
col.,
1986;
Nebes
y
col.,
1989;
Nebes
y
col.,
1984;
Ober
y
col.,
1988;
Salmon
y
col.,
1988;
Shimamura
y
col.,
1987).
Se
ha
sugerido
que
en
los
pacientes
con
DTA
el
bajo
rendimiento
se
produce
únicamente
en
aquellas
pruebas
que
demandan
una
búsqueda
en
la
memoria.
En
relación
con
el
aprendizaje
de
procedimientos
nuevos,
los
pacientes
con
DTA
tienen
rendimientos
similares
a
los
sujetos
controles
normales
(Bondi
y
Kaszniak,
1991;
Eslinger
y
Damasio,
1986;
Heindel
y
col.,
1989).
La
conciencia
que
tiene
el
paciente
de
su
alteración
(anosognosia)
y
su
motivación
(conación
–
internal
drive)
van
a
determinar
las
posibilidades
para
ayudarlo
a
sobrellevar
sus
alteraciones
mnésicas.
En
efecto,
en
la
medida
en
que
el
paciente
sea
más
consciente,
será
más
susceptible
de
querer
participar
en
toda
actividad
que
lo
pueda
ayudar
a
mantener
un
nivel
de
funcionamiento
adecuado.
Se
dice
clásicamente
que
la
anosognosia
es
proporcional
al
déficit
cognitivo.
Mc
Glynn
y
Kaszniak
(1991)
hicieron
llenar
cuestionarios
a
los
pacientes
y
sus
cuidadores,
interrogándolos
acerca
de
la
realización
de
las
actividades
de
la
vida
cotidiana
y
sus
resultados
de
las
pruebas
cuantitativas
de
memoria.
Se
les
pide
a
los
pacientes
que
anoten
los
rendimientos
del
grupo
y
esta
medida
sirve
de
control.
Los
enfermos
evalúan
correctamente
los
comportamientos
de
los
grupos
pero
subestiman
por
completo
sus
propias
dificultades.
Ellos
reconocen
que
tienen
más
dificultades
en
la
vida
cotidiana
pero
esta
toma
de
conciencia
disminuye
con
la
progresión
de
la
demencia.
Para
las
pruebas
de
memoria
los
pacientes
sobrestiman
sus
resultados
pero
son
conscientes
del
rol
deletéreo
del
tiempo
sobre
su
rendimiento.
Las
repercusiones
pragmáticas
del
déficit
de
memoria
no
son
proporcionales
a
la
importancia
de
los
déficit
en
las
pruebas.
La
autonomía
cotidiana
es
la
resultante
de
un
trípode
que
comprende
la
conación,
la
cognición
y
la
anosognosia.
Una
de
las
grandes
dificultades
de
la
evaluación
psicométrica
es
que
ella
ignora
la
conación
y
la
anosognosia
cuya
apreciación
es
puramente
subjetiva.
El
déficit
de
conación
puede
resultar
en
un
estado
depresivo
puro
pero
también
en
una
pérdida
de
la
energía
interna,
athimormia
o
adinamismo
de
las
semiologías
frontales.
En
general
se
debe
subrayar
el
desfasaje
a
veces
importante
entre
el
resultado
de
los
tests
y
la
invalidez
cotidiana
que
producen
las
ateraciones
de
la
memoria.
Este
desfasaje
puede
efectuarse
en
los
dos
sentidos:
algunos
enfermos
tienen
dificultades
en
la
vida
diaria
con
resultados
catastróficos
en
los
tests.
Esto
se
explica
porque
los
tests
habituales
no
exploran
la
memoria
contextual,
emocional,
biográfica
ni
la
memoria
implícita
y
utilizan
un
material
artificial
diferente
del
habitual
en
la
vida
diaria.
La
memoria
en
la
demencia
de
tipo
Alzheimer
grave
(CDR
3)
Después
de
una
duración
variable
de
8
a
12
años,
la
sintomatología
se
completa
y
se
alcanza
la
fase
de
estado
de
la
enfermedad
con
una
demencia
masiva,
que
compromete
todas
las
funciones
intelectuales,
con
graves
alteraciones
globales
de
la
memoria
e
importantes
fallas
de
la
atención
(Cummings
y
Benson,
1992).
El
sujeto
es
inconsciente
por
completo
de
todos
los
eventos
y
experiencias
recientes
de
su
vida.
Ellos
retienen
algunos
elementos
de
su
pasado
pero
en
forma
muy
imprecisa.
En
este
momento
están
comprometidos
todos
los
tipos
de
memoria,
en
la
memoria
episódica
son
incapaces
de
retener
3
palabras
luego
de
una
interferencia,
y
en
la
memoria
semántica
tienen
una
grave
falta
de
palabras
(anomia),
sólo
pueden
denominar
cosas
simples.
La
memoria
implícita
tiene
ciertos
sectores
aún
conservados
como
la
utilización
de
un
mouse
de
una
computadora,
el
seguimiento
de
un
blanco,
el
tiempo
de
reacción
serial
y
toda
prueba
que
necesite
un
priming
perceptivo
del
tipo
de
reconocimiento
de
figuras
fragmentarias.
Contrariamente
a
esto
son
imposibles
aquellas
pruebas
de
memoria
implícitas
que
impliquen
una
estrategia
(torre
de
Hanoi)
o
sólo
la
atención
sostenida
(completamiento
de
trigramas).
La
utilización
de
la
memoria
procedural
para
la
reeducación
es
aún
posible
y
corresponde
a
veces
a
autonomías
bien
superiores
a
las
que
uno
ve
en
los
tests
psicométricos.
Las
alteraciones
comportamentales
suelen
completar
el
cuadro
clínico
con
ideas
delirantes,
de
persecución
o
de
perjuicio
o
accesos
oníricos.