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LATINOAMERICANO
VOLUMEN I
A-C (Colombia)
REPERTORIO POLÍTICO
LATINOAMERICANO
VOLUMEN I
A-C (Colombia)
Compilado por
Torcuato S. Di Tella
Con la colaboración
de Patricia Chomnalez
4 Repertorio político latinoamericano
ESPAÑA
MÉXICO
ARGENTINA
Di Tella, Torcuato S.
Repertorio político latinoamericano / Torcuato S. Di Tella ; con colaboración de: Patricia
Mónica Chomnalez - 1a ed. - Buenos Aires : Siglo XXI Editora Iberoamericana: Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2007.
v. 1, 752 p. ; 24x17 cm.
ISBN 978-987-1013-54-8
1. Diccionario Político Latinoamericano. I. Chomnalez, Patricia Mónica, colab. II. Título
CDD 413
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óptico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el
almacenamiento o transmisión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de
cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor.
ÍNDICE
CAPÍTULO I
LA EXPERIENCIA HISTÓRICA LATINOAMERICANA:
¿ES POSIBLE UNA INTERPRETACIÓN TEÓRICA? ......................... 9
SECCIÓN 1
EL SISTEMA PRODUCTIVO, Y SUS EFECTOS SOBRE LA ESTRUCTURA DE CLASES ........... 13
SECCIÓN 2
EL MUNDO RURAL ................................................ 16
SECCIÓN 3
LOS PUEBLOS ORIGINARIOS .......................................... 21
SECCIÓN 4
LAS SOCIEDADES CON FUERTE EXPERIENCIA ESCLAVISTA ......................... 28
SECCIÓN 5
LA FORMACIÓN DE LAS CLASES POPULARES URBANAS .......................... 35
SECCIÓN 6
LA EVOLUCIÓN INSTITUCIONAL Y LOS REGÍMENES DICTATORIALES ................... 41
SECCIÓN 7
REDEMOCRATIZACIÓN Y REFORMA: LOS SISTEMAS DE PARTIDOS POLÍTICOS .............. 50
CAPÍTULO II
GUÍA PARA EL USO DE ESTE REPERTORIO ............................ 61
CAPÍTULO III
LISTADO DE LOS ARTÍCULOS CLASIFICADOS POR TEMAS
Y POR PAÍSES, CON SUS AUTORES .................................. 65
CAPÍTULO IV
LISTADO DE LOS AUTORES, CON SUS ARTÍCULOS ..................... 143
CAPÍTULO V
BIBLIOGRAFÍA ACUMULADA GENERAL (SÓLO EN INTERNET)
CAPÍTULO VI
BIBLIOGRAFÍA CLASIFICADA POR EL NOMBRE DEL ARTÍCULO
AL QUE PERTENECE (SÓLO EN INTERNET)
PREFACIO Y AGRADECIMIENTOS
CAPÍTULO I
LA EXPERIENCIA HISTÓRICA LATINOAMERICANA:
¿ES POSIBLE UNA INTERPRETACIÓN TEÓRICA?
La respuesta es que sí, aunque es una tarea en construcción, y a eso apunta este
Repertorio, aportando ladrillos para el edificio, que cada uno tendrá que terminar o
hacer avanzar a su manera. Es cierto que también se podría haber hecho una colección
de artículos interesantes sobre nuestro continente, dejando que ellos hablaran por sí
solos. Pero son tantos, y el ruido que arman con sus voces a menudo estridentes, en
general contradictorias, y a veces claramente enragées, es tan ensordecedor que hay
que poner un poco de orden. No por eso hay que hacer una «sociología latinoamerica-
na», y mucho menos una «nacional», como hace años se estilaba. La suposición era que
había una forma radicalmente distinta de ver las cosas desde nuestra Periferia, tanto
que en sus formas más extremas el diálogo con las áreas más centrales del mundo se
hacía imposible. En verdad, algo de razón tenían quienes así argumentaban, porque
aunque la naturaleza humana en el fondo es la misma en todas partes, las sociedades
son bien distintas. Y las teorías no son otra cosa que una interpretación, o extrapola-
ción, de las experiencias históricas que el teórico conoce. Y si éste extrapola excesiva-
mente, sin conocer a fondo el área a la cual quiere aplicar sus conocimientos, se equi-
voca. Como se equivocó Marx al hablar de «los efectos del colonialismo en la India», o
del Bolívar tan ridiculizado en su artículo para la New American Cyclopaedia de Char-
les Dana. Igualmente se equivocaron muchos liberales en nuestro continente al tratar
de «liberar» a la población indígena para que saliera de sus arcaicas pero protectoras
estructuras comunitarias, y se lanzase al mundo del mercado competitivo. También se
equivocaron los «científicos» que asesoraban a Porfirio Díaz en México al pensar que
unas cuantas décadas (fueron casi cuatro) de gobierno autoritario y desarrollista iban a
sentar las bases para una sociedad más democrática y consensual: ya se sabe lo que
ocurriódespuésdeeso.1 Por otra parte, en la versión de Víctor Raúl Haya de la Torre el
«espacio-tiempo» latinoamericano es tan distinto al europeo o norteamericano, que acá
se dan otras dimensiones de la realidad. Todos estos planteos, a pesar de lo mucho que
aportan a una comprensión de nuestra circunstancia, no pueden invalidar, de todos
modos, el objetivo de construir una ciencia con aplicación universal. O sea, para corre-
1
Ver el artículo Dislocación social. En adelante, en cada llamada, se hace referencia a algunos
artículos de este Repertorio que se vinculan con la temática tratada en este Estudio Preliminar,
citándolos a menudo de manera abreviada.
10 Repertorio político latinoamericano
gir las inexactitudes de una visión eurocéntrica, lo que hay que hacer no es sustituirla
por otra centrada en nosotros mismos, sino aportar nuestra perspectiva para acumular
más información, e ir construyendo una visión mundial unificada. Como, por otra par-
te, la ciencia es una construcción social, no basta aportar información, sino que hay que
darle su debida importancia. Y no se puede dar peso a lo que no se conoce. Es urgente
compensar la grosera distorsión informativa de que sufrimos sobre nuestra propia re-
gión. Típicamente, la persona culta europea tiene a su disposición un par de docenas
de fenómenos sociales o políticos de su propia historia, que le sirven como marco para
entender los procesos de la actualidad. Por ejemplo, las revoluciones inglesa y francesa,
la diferencia entre jacobinos y girondinos, Napoleón, Bismarck, la Comuna, el fascis-
mo, la socialdemocracia, y varios más. Lo trágico es que la persona culta latinoamerica-
na se maneja justamente con esos mismos datos, que ha estudiado desde la escuela
secundaria hasta la universidad, más algunos de su propio país, desvalorizados o casi
folclorizados. El resultado ya lo podemos imaginar. Cuando esa gente vio una pueblada
en la Plaza de Mayo vivando a un general admirador de Mussolini, le aplicó al movi-
miento el mote de fascista, simplemente por falta de otros paradigmas. Un mayor cono-
cimiento —y valoración— de la experiencia continental le hubiera servido para ubicar
lo que estaba aconteciendo en otra perspectiva, en particular la del populismo, fenóme-
no poco común en el Viejo Continente, y que con las lentes con que se lo observaba se
podía fácil, pero equivocadamente, equiparar al fascismo.
El objetivo de este Repertorio, entonces, es múltiple. Por un lado, es el de ofrecer
información sobre hechos actuales y pasados de nuestra región, que en general no son
fáciles de obtener, a pesar de la Internet. Dicen que en el futuro esta insuficiencia de la
Internet se corregirá, pero todavía falta mucho para eso. Los libros y artículos en que los
datos aparecen son casi imposibles de conseguir entre nosotros, salvo en cada uno de
nuestros propios países los que se refieren al propio. Para tener acceso a una informa-
ción más completa hay que ir a alguna de las mejores bibliotecas del Primer Mundo.
Aún teniendo esa oportunidad, no es fácil entender esos materiales, por falta de cono-
cimiento del contexto. Es útil, entonces, tener un vademécum que lo ponga a uno en
contacto con una información más detallada que la que se puede encontrar en textos
genéricos, y además con un sistema de referencias cruzadas y elementos comparativos
que ayuden a la comprensión.
En definitiva, esto no es una «sociología latinoamericana», sino un aporte a un
conocimiento de la región o, si se quiere, una «sociología histórica de América Lati-
na», que ayude entre otras cosas también a quienes, sin especializarse en el área,
quieran ampliar su perspectiva para la continua reelaboración, corrección, y am-
pliación de la teoría aplicable a las ciencias sociales. Por eso en el título de esta
introducción me he referido simplemente a una «interpretación teórica» de los acon-
tecimientos que se han desarrollado en esta parte del mundo. ¿Y por qué «teórica»?
No es éste el lugar para hacer una larga disquisición sobre qué se entiende por
teoría. Baste por ahora decir que una teoría busca entender cada fenómeno en
relación a otros, y en base a ese conocimiento establecer generalizaciones, o hipó-
tesis, aplicables a otros casos, sea del pasado, o, más ambiciosamente, del presente
o aún del futuro. Con el futuro no se puede jugar, pero con el pasado sí, y con el
presente también. Así, una vez establecida alguna hipótesis o generalización empí-
rica sobre relación entre variables, y analizado un nuevo caso antes no tenido en
cuenta, hay que ver si la predicción resulta validada. El problema es que como no
se pueden aislar los fenómenos para realizar experimentos, la cantidad de factores
en juego es siempre muy grande, de manera que si la relación que pensábamos
encontrar no se verifica, siempre podemos echarle la culpa a que alguna nueva
variable, no tenida en cuenta antes, está presente en un caso y no en el otro. Por lo
tanto la hipótesis no queda necesariamente invalidada por el hecho de no verificar-
se lo que ella —en igualdad de otras circunstancias— hubiera predicho. Dicho mal
y pronto, en las ciencias sociales se puede hacer más «trampa» que en las duras.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 11
Pero en éstas también hay que aguzar el ingenio cuando la experiencia parece invali-
dar una hipótesis. Así, Galileo, ante la abrumadora evidencia que contradecía su afir-
mación de que los cuerpos caen hacia la tierra siempre con la misma velocidad y acele-
ración, tuvo que hacer prodigios para inventar «excusas» (resistencia del aire, por
ejemplo), por no hablar de las que infructuosamente trató de aducir para convencer a
los inquisidores sobre la suposición de que la Tierra se movía.
Ante la dificultad en establecer leyes o hipótesis en ciencias sociales, es tentador
tirar la esponja, y decir que eso es imposible, sea por razones filosóficas (la voluntad
humana, lo inesperado) o prácticas (la imposibilidad de controlar todas las variables).
Los historiadores hacen un poco de esto, y prefieren un método más intuitivo, para
explicar los acontecimientos en base a un estudio exhaustivo de cada circunstancia,
estableciendo relaciones causales entre un hecho y otro, pero sin pretender que esa
conexión refleje una regularidad o ley más general. Se resignan con facilidad a que
en otro caso semejante las cosas terminen de manera distinta, porque «cada situa-
ción histórica es irrepetible». En realidad, aunque a menudo lo nieguen, los buenos
historiadores no se limitan a una mera descripción de hechos concretos, o de rela-
ciones causales particulares presentes sólo en la situación analizada, sino que hacen
apelación a relaciones generales, de manera implícita, o a veces explícita. Así, por
ejemplo, Tulio Halperín Donghi, al estudiar el surgimiento del caudillismo en el Río
de la Plata, afirma que en zonas de agricultura no surgen líderes de ese tipo, aún
cuando haya violencia local. Esto explicaría la relativa ausencia, en Chile, de caudi-
llismos parecidos a los argentinos.2 De todos modos, es preciso tener en cuenta que
aunque hay una intención teórica tras este Repertorio, su objetivo no es introducir
al lector a las variables y conceptos básicos de la sociología u otras ciencias sociales,
que se consideran conocidos, o que al menos se tiene alguna familiaridad con ellos.
Quien quiera revisar estos temas puede usar el Diccionario de Política, dirigido por
Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, 4a. ed. en español, 2 vols., México, Siglo XXI,
1985 [con texto adicional de José Aricó y Jorge Tula; 1a. ed. en italiano, 1976; 1a.
en español 1981] o el que yo mismo compilé junto a Hugo Chumbita, Susana
Gamba y Paz Gajardo, Diccionario de ciencias sociales y políticas, 2a. ed. revisada
y ampliada, Buenos Aires, Emecé, 2001 [reimpresa en Ariel, 2004; ed. original en
Buenos Aires, Punto Sur, 1989]. Estos diccionarios son principalmente teóricos,
con algunas referencias a fenómenos históricos, mientras que en el presente Reper-
torio se toman en la gran mayoría de los casos fenómenos históricos o actuales, con
una cierta apoyatura teórica. En cuanto al conocimiento previo sobre América Lati-
na, él no es imprescindible, pero ayuda mucho haber leído alguna obra general,
como la de Tulio Halperín Donghi, Historia contemporánea de América Latina, 6a.
ed., 3a reimpresión, Buenos Aires, Alianza, 1999 [1a. ed. en italiano, Giulio Einau-
di Editore, 1967, y en español por Alianza, Madrid, 1969], u otras más especializa-
das como Luis Millones, Historia y poder en los Andes centrales (desde los oríge-
nes al siglo XVII), Madrid, Alianza, 1987; Manuel M. Moreno, La organización política
y social de los tenochca, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia,
1962; Marcello Carmagnani, Formación y crisis de un sistema feudal: América La-
tina del siglo XVI a nuestros días, México, 1976. También se puede ver mi Historia
de los partidos políticos en América Latina, siglo XX, Buenos Aires, Fondo de
2
Tulio Halperín Donghi, «El surgimiento de los caudillos en el marco de la sociedad rioplaten-
se posrevolucionaria», Estudios de Historia Social (Buenos Aires) 1:1, octubre 1965, p. 146. Para
un estudio de este tipo de análisis histórico, ver el cap. 1 de mi Sociología de los procesos políti-
cos, Buenos Aires, 2a. ed, Buenos Aires, Eudeba, 1986 [1a. en Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1985]. Ver además Caudillismo; Campesinado medio; Inquilinos y peones;
Vagabundos en el campo bonaerense.
12 Repertorio político latinoamericano
3
Coaliciones políticas en la resistencia española; Conflicto regional.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 13
SECCIÓN 1
EL SISTEMA PRODUCTIVO, Y SUS EFECTOS
SOBRE LA ESTRUCTURA DE CLASES
Hay una larga discusión, básicamente de raíz marxista, que se pregunta si los
sistemas productivos de América Latina son feudales —hay quienes sostienen que
muchos aún lo son— o si ya alcanzaron el nivel del capitalismo, y no faltan quienes
consideran que ya estuvieron bajo ese modo de producción desde su temprana etapa
colonial europea. La discusión hoy tiene menos vigencia que hace algunas décadas,
entre otros motivos porque se considera que esos términos son demasiado abarcado-
res, demasiado generales, como para caracterizar a toda una sociedad, aunque eso se
obvia con el concepto de formación económico-social, que puede ser una mezcla de
diversos modos de producción. Además, hay más variedades —siempre manteniéndo-
nos en el concepto de modo de producción— que las básicas de la secuencia clásica
(comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo, para entrar luego en el so-
cialismo). En los propios textos de Marx se da bastante atención a una estructura que
cae fuera de esa secuencia, que es la del despotismo oriental, que ha provocado mu-
chas controversias, pues se puede interpretar como que una sociedad sin propiedad
privada en gran escala —como Marx suponía que eran muchas de las «orientales»—
podía tener clases sociales, que entonces se basarían más bien en la división del trabajo
y la estructura de poder del Estado. Era inevitable la tentación de aplicar este concepto
a la Unión Soviética, aunque de manera algo anacrónica. Igualmente anacrónico ha
sido el considerar que el imperio incaico era comunista, por carecer (salvo alguna poco
común excepción) de propiedad privada, mientras que otros admitían que sólo había
llegado al nivel del socialismo, que según el canon era un sistema en el que aún sin
haber propiedad privada existían diferencias de ingresos entre las diversas capas socia-
les. Escudriñando en los textos, en general inéditos en su vida, de Marx, han aparecido
varios modos de producción precapitalistas más, y se han elaborado o rebautizado
algunos nuevos, especialmente el despótico aldeano, que otros prefieren llamar comu-
nitario. Se trata de sistemas con poco desarrollo de las fuerzas de producción, la gran
mayoría de su población residiendo en aldeas, y trabajando las tierras de manera co-
munitaria, aunque por cierto no igualitaria.4
Otro concepto muy usado para caracterizar sociedades es el de desarrollo econó-
mico, o su contrario el subdesarrollo. Como se puede deducir de la trágica experiencia
de los «científicos» mexicanos, el desarrollo capitalista produce efectos contradictorios.
Por un lado estimula el crecimiento de las clases medias y de la organización de las
clases populares, lo que facilita el juego político democrático. Pero por el otro genera
dislocaciones y proletarización de sectores medios y medios bajos, rurales o urbanos,
generando tensiones sociales que pueden terminar en violencia «desde arriba» o «desde
abajo».5 El desarrollo exige industrialización, la que a menudo ha ido acompañada de
proteccionismo. El tema ha sido muy discutido, no sólo en la teoría económica sino en
la prensa y en la opinión pública. Hay que distinguir, al respecto, varias formas de
proteccionismo. Éste puede basarse principalmente en una sustitución de importacio-
nes, con poca orientación exportadora, como ha ocurrido en varios casos latinoameri-
canos, o bien apuntar hacia la exportación, sin por eso abandonar la protección del
4
Modos de producción; Despótico aldeano; Incas; Mayas; Señorío.
5
Estratificación social y desarrollo económico; Pirámide social; Amenaza popular.
14 Repertorio político latinoamericano
mercado local, como en el Japón. El caso del Japón ilustra también sobre el rol del
Estado que en ese país y en otros del Este asiático, por no hablar de China, ha sido muy
fuerte y muy exitoso en controlar las grandes líneas de la actividad económica. Esa
fortaleza del Estado se ha dado a menudo, sobre todo en etapas iniciales, de manera
autoritaria. Pero en muchos casos, con el incremento de la prosperidad y de la comple-
jidad societaria, se ha ido evolucionando hacia la democracia. Al respecto Seymour
Martin Lipset ha afirmado que la democracia se consolida cuando se incrementa el
nivel de bienestar general. Esta tesis ha sido discutida, entre otros por Guillermo
O’Donnell, alegando que en muchos casos un incremento económico no ha ido asocia-
do a la democratización, sino al contrario, y que en América Latina, en cierto periodo
histórico, países de mayor nivel económico que el resto, como Argentina, Brasil y Chile,
estaban bajo regímenes más dictatoriales. Pero la tesis de Lipset no afirma que un
incremento dado de nivel económico debe producir un incremento proporcional de
democratización, sino que existe una correlación general entre ambas variables, lo que
los estadísticos llaman un scattergram, o diagrama de dispersión.6 Cualquier correla-
ción entre dos variables, supongamos entre clase social y voto, se puede graficar como
una nube de puntos, que refleja la tendencia general. Aunque esta tendencia sea muy
marcada, siempre se pueden encontrar varios puntos entre los cuales la relación sea la
opuesta. Muy a menudo se trata de casos fuera de tendencia debido a que operan
“otros factores” no tenidos en cuenta en la hipótesis más simple de correlación causal
entre dos variables consideradas en el gráfico. Ocurre, sin embargo, que a veces los
casos fuera de tendencia son importantes, o reflejan “turbulencias” significativas en la
correlación inicialmente considerada. La hipótesis de Lipset, como ya se dijo, no pre-
tende afirmar que hay una relación “uno a uno”, inevitable e inmediata, entre los dos
fenómenos analizados, y en tal sentido, si la relación empíricamente se da, aunque
haya excepciones, la hipótesis es válida. Pero si las excepciones son importantes, sea
por su número, o por la centralidad de los casos considerados, entonces vale la pena
explorarlas, y eventualmente establecer algunas hipótesis explicativas para comprender
el fenómeno. Eso es lo que hizo Guillermo O’Donnell con su interesante teoría sobre el
Estado burocrático-autoritario, acerca de la cual volveremos más adelante al tratar de
lasformasdeconcentracióndelpoder.7 En los varios países del Este asiático la mejora
de su situación económica obviamente ha facilitado la democratización, y lo mismo
ocurrió en España. No se trata, por supuesto, de una relación causal directa, ni automá-
tica, sino de una constatación empírica, basada en numerosos fenómenos que se dan
en circunstancias de ese tipo, por ejemplo, una lucha por la democratización. ¿Podrá
decirse entonces que el notable incremento económico de China redundará a la larga
en una mejora de su sistema de libertades públicas? Es muy probable que esto sea
cierto, aunque, como ya se deduce del México porfirista o del Irán del Shah, pueden
ocurrir resultados inesperados, especialmente los generados por la dislocación de la es-
tructura de clases que a menudo también resulta de un rápido crecimiento económico.
6
Hubert M. Blalock, Social Statistics, Nueva York, McGraw Hill, 1960.
7
Industrialización; Proteccionismo; Autoritarismo en etapas tempranas de desarrollo social.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 15
nen capacidad para resistir tendencias históricas de enorme fuerza. Claro que a veces
no es fácil distinguir entre estos dos fenómenos. En México, por ejemplo, la estrategia
industrialista y proteccionista impulsada por Lucas Alamán en la primera parte del siglo
XIX no tuvo éxito, aunque en algunos momentos dispuso del poder estatal, incluso de
manera bastante autoritaria. Sin embargo la inestabilidad política de México (y de casi
todos los demás países de la región) hizo imposible continuar con esa política, o con
cualquier otra. Tocamos aquí una temática que más adelante trataremos más a fondo:
en América Latina el orden social dominante, desde tiempos muy antiguos, estuvo
mucho menos consolidado que en otras partes del mundo, inclusive Europa, siendo el
contraste máximo el que se da con Japón. En este país la clase dominante nunca expe-
rimentó una amenaza interna exitosa, ni siquiera medianamente significativa, en toda
su historia. La llamada Restauración Meiji (1868), que fue el proceso de cambio social
más intenso que ocurrió (aparte de la intervención norteamericana de 1945), típica-
mente en vez de llamarse revolución tomó la figura de una restauración. El hecho es
que ese proceso político se basó en una lucha entre clanes, o en todo caso dentro de las
clases dominantes, sin una significativa presión popular detrás. En buena parte de la
historiografía sobre América Latina se da por sentado que la región se ha caracterizado
hasta años recientes por un sólido dominio de las oligarquías, que se han opuesto exi-
tosamente, apelando a veces a regímenes dictatoriales, a los intentos de democratiza-
ción de las clases medias y populares, y que de esa manera también han mantenido un
status quo tradicional opuesto a la modernización. Un análisis más realista lleva a corre-
gir esta perspectiva. Es cierto que las oligarquías se han opuesto en la mayor parte de
los casos a los avances populares, y a menudo con éxito. Pero también es un hecho que
en muy importantes casos han perdido seriamente el control, ya desde las rebeliones de
Perú y Bolivia del siglo XVIII y la Revolución Haitiana (1791-1804) y la igualmente
destructiva Insurgencia (1810-1814) en México. Y sin ir a casos tan extremos, ha sido
casi endémica en el continente la inestabilidad de cualquier sistema de gobierno, po-
niendo en jaque no sólo al régimen político sino también al social.8 En épocas más
recientes aún las dictaduras más feroces han sido a veces altamente inestables, como en
la Argentina, donde todos los regímenes autoritarios militares, desde 1943 hasta 1983
han tenido por lo menos uno y a menudo dos golpes internos, lo que les hizo imposible
seguir una política coherente. Lo mismo ha ocurrido en Bolivia, en contraste con la
solidez registrada en el Paraguay de Stroessner, o en las dictaduras de Chile (1973-1989)
y de Brasil (1964-1985) o, bajo un sistema social diferente, la de Cuba (desde 1959).9
En la actualidad el tema ineludible es el de la globalización, basada en determina-
das pautas de comercio internacional, y estimulada por la inversión extranjera y las
multinacionales. Hay ciertas formas de integración supranacional que responden a es-
tas fuerzas, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, o su extensión a
todo el continente, el Área de Libre Comercio de las Américas. Estos proyectos no
implican necesariamente una política de ajuste neoliberal, pero de hecho a menudo
han ido asociados a ella, y acompañados por una abultada deuda externa y desocupa-
ción, juzgadas ambas como temporarias o en todo caso precios a pagar por el sanea-
miento de la economía, todo lo cual cristalizó, durante los años noventa, en el llamado
«Consenso de Washington». Por eso en los países de la Periferia se ha dado una reac-
ción, que se funda en estudios anteriores, ya desde los años cincuenta, realizados en el
ámbito de la CEPAL, fogoneados por Raúl Prebisch. La escuela fundada por éste se
conoce a menudo como estructuralismo económico, adopta los análisis keynesianos,
unidos a un enfoque particular sobre la naturaleza del intercambio desigual, y apunta a
8
Japón y América Latina; Ciclos políticos; Conflictos e inestabilidad política; Violencia en
México.
9
Anarquía cívico militar; Bolivia y Paraguay, contraste de estructuras; Transición a la democracia.
16 Repertorio político latinoamericano
SECCIÓN 2
EL MUNDO RURAL
10
Prebisch; Keynesianismo; Desarrollismo nacional, crítica; Institucionalismo.
11
Ver David Duncan, Life and Letters of Herbert Spencer, Londres, Appleton, 1908, pp. 318-323.
12
Al respecto, ver Hubert Blalock, Jr., Causal Inferences in Nonexperimental Research, Cha-
pel Hill, University of North Carolina Press, 1961; Raymond Boudon, The Logic of Sociological
Explanation, Baltimore, Penguin, 1974; Philip Tetlock y Aaron Belkin, comps, Counterfactual
Thought Experiments in World Politics: Logical, Methodological and Psychological Perspectives,
Princeton, Princeton University Press, 1996.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 17
su inspección se derivan hipótesis más generales, que luego se pueden aplicar a otros
ámbitos. Un importante y algo inesperado caso es el de los varios países de América
Central. Con una población hasta hace poco predominantemente rural y con baja edu-
cación, se podría esperar, tanto en base a teorías desarrollistas como marxistas clásicas,
un bajo nivel de confrontación social efectiva, con un campesinado pasivo, poco entre-
nado para organizarse en la defensa de sus intereses.13 Ése fue el caso por mucho
tiempo, y donde más se le sigue pareciendo es en Honduras, país con bastante disponi-
bilidad de tierras, y gran mezcla étnica, que casi no ha tenido movimientos de guerrillas
y cuyo sistema social parece ser una supervivencia del enfrentamiento decimonónico
entre liberales y conservadores, con poca participación de bases, pero con menos gol-
písmo que en otras partes del Istmo, aunque se dio un fenómeno de régimen militar
reformista, de inspiración peruana, entre 1963 y 1971 y luego más claramente de 1972
a1975.14 Los intentos de pasar del bipartidismo clásico a una tripartición no han tenido
éxito. El contraste es particularmente sugerente con Guatemala, país con mucha más
división de clases, y con alta población indígena, lo que crea un elemento especial de
tensión social. La actividad guerrillera ha sido ahí muy fuerte, y lo mismo el sistema
represivo, uno de los terrorismos de Estado más sangrientos del continente. A pesar de
eso, se ha llegado finalmente a una pacificación, y la guerrilla ha pasado, como en
prácticamente todo el resto del Istmo, a la actividad dentro del sistema electoral legiti-
mado.15 Es tentadora la comparación entre este contraste entre Guatemala y Honduras
con el que existe entre Bolivia y Paraguay. Bolivia se parece a Guatemala por su gran
presencia indígena, aunque se diferencia en algo por sus áreas mineras, base de gran-
des concentraciones de clase obrera, que han dado liderazgo a numerosos episodios de
enfrentamiento y de violencia, y cuyos equivalentes más cercanos en Guatemala son
las áreas bananeras. Por otra parte, ambos países han sido importantes centros de
riqueza colonial, y tuvieron revoluciones nacionales y populares durante los años cua-
renta y cincuenta. Honduras y Paraguay, en cambio, eran regiones muchos más perifé-
ricas desde aquellos tiempos, incluyendo los del poco exitoso intento de crear una
República Centroamericana.16
¿De dónde se alimenta la violencia y el enfrentamiento político, en países como
Guatemala o Bolivia, tanto mayor que en las más fáciles de manejar Honduras o Para-
guay? Es obvio que la diferente estructura étnica y de clases aludida es un factor. Pero
la experiencia comparativa internacional parece demostrar que para que una insurrec-
ción se dé es preciso algo más, o sea, debe haber sectores medios, o aún altos, o
también grupos institucionales como el clero y las Fuerzas Armadas, tensionados entre
expectativasyrealizaciones.17 Este tema de la generación de antielites o elites anti sta-
tus quo será tratado más a fondo en secciones sucesivas, pero por ahora es preciso
indicar que para analizar las perspectivas revolucionarias en una dada estructura social
no basta considerar los enfrentamientos entre grandes grupos sociales (del tipo burgue-
sía versus clase obrera o campesinado) sino que hay que estudiar la existencia de las
elites, minoritarias pero activas, que otorgan a los grupos populares unos aliados parti-
cularmente estratégicos. En los países de alto desarrollo urbano y educacional la clase
obrera es fuerte, y organizada de manera autónoma, aparte de no estar excesivamente
13
Estructura social rural (América Central); Campesinado medio (América Central).
14
Bipartidismo hondureño; Sindicalismo bananero; Peruanismo militar.
15
Guerrilla centroamericana; Guerrilla, su transición al sistema político electoral.
16
Revolución Guatemalteca; Guerrilla guatemalteca; Bolivia y Paraguay, contraste de estruc-
turas; Ideas políticas en Bolivia y Paraguay; Estructura social rural, su evolución en Paraguay.
17
Estratificación social y desarrollo económico: impacto de la educación; Intelectuales, Estu-
diantes universitarios.
18 Repertorio político latinoamericano
frustrada, y sólo cuenta con algunos aliados moderados, a saber, la clase media progre-
sista y los intelectuales, en general bastante bien ubicados en el espacio social, y por lo
tanto nada desesperados por mejorar de suerte. Así, pues, algo paradójicamente, la
misma fuerza de la clase obrera dificulta una salida revolucionaria. En cambio, en países
más típicos del Tercer Mundo o de la Periferia la debilidad de la clase obrera, unida al
numeroso pero poco organizado campesinado, facilitan la tarea de las elites anti status
quo, de cualquier nivel social, pero en general medio para arriba, que tienen sobrados
motivos para sentirse disconformes con la situación dominante, y disponen de más
recursos que los sectores populares, a los que pueden entonces movilizar en estructuras
disciplinadas. El tema a estudiar es el de cuáles son las condiciones de la estratificación
social y aspectos culturales e históricos que facilitan la emergencia de esas elites.
En el área centroamericana los otros dos países en que ha habido fuertes movi-
mientos guerrilleros son Nicaragua, donde tuvieron éxito, y El Salvador, donde estuvie-
ron cerca. Al llegar a la pacificación estos últimos constituyeron una considerable fuerza
electoral, al igual que en Nicaragua al perder el poder, y en contraste con Guatemala,
donde la derechización de la opinión pública ha sido mucho mayor. Donde la guerrilla
ha brillado por su ausencia, en cambio, es en Costa Rica y en Panamá. Que ése sea el
caso de Costa Rica no causa extrañeza, por el bien conocido hecho de la prosperidad
relativa de ese país, de la extensión de su campesinado medio, muchos de ellos casi
«farmers», y por la estabilidad de su régimen político y menores diferencias de clase que
en el resto de la región. La situación de Panamá es menos obvia, aunque ese país se
distingue de los demás de la región por sus niveles de ingreso y de educación. Cierto es
que un nivel alto de educación no es factor que disuada a la gente de volcarse a la
guerrilla u otras formas de violencia, sino más bien lo contrario, salvo que vaya acom-
pañado de un tolerable nivel de prosperidad (que es, por supuesto, lo que ocurre en los
países de alto desarrollo, pero no en los de la Periferia). La relación entre educación y
realización ocupacional, por otra parte, debe analizarse no sólo ni principalmente para
todo el país, sino sector por sector. Así, por ejemplo, si se compara Bolivia con Para-
guay, resulta que en Bolivia la clase media es en gran medida descendiente de sectores
altos muy ricos de tiempos coloniales o de la temprana independencia, pero decaden-
tes, lo que les da aspiraciones altas, canalizadas entre otras cosas en buscar vías de
ascenso o de defensa en la educación, con las consecuentes frustraciones. Numerosos
sectores marginales de esas clases medias y altas en decadencia se lanzan, entonces, a
la política, para recuperar en algo su situación. Esto es bastante común en el continen-
te, especialmente donde ha habido gran riqueza desde antiguo, y luego decadencia,
siendo los dos casos paradigmáticos los de México y Perú, con las lógicas consecuen-
cias en cuanto a caotización de la política.18 En cambio, en zonas de menores antece-
dentes aristocráticos, como el Paraguay, colonizadas por españoles más pobres, que
además se mezclaron mucho étnicamente con los indígenas, hay más igualitarismo y
más disposición a buscar mejorar de suerte a través de la actividad económica en vez de
la educacional. Por eso, posiblemente, es que el Paraguay no tiene la historia de conti-
nuas convulsiones sociales y políticas de Bolivia, lo cual no quiere decir que haya tenido
una historia particularmente democrática, pero sí estable, sea con un republicanismo de
participación restringida (1923-1942, y 1948-1954) o con dictaduras estables (1954-
1989). Visto con esta perspectiva, Panamá tiene también una escasez de clases altas
tradicionales, quizás por haber sido por mucho tiempo una mera provincia comerciante
y étnicamente muy mezclada, de la Colombia de las tierras frías y altas, pareciéndose
en cambio algo más a Venezuela.19 Ocurre entonces que en sociedades de estructura
social rígida, de poca movilidad ascendente y en cambio mucha descendente, se gene-
18
Revolución Mexicana; Aprismo.
19
Panamá y Colombia, contraste de estructuras; Colombia y Venezuela, contraste de estructuras.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 19
ran minorías resentidas en los niveles medios o aún altos, que tienden a la acción vio-
lenta, o a la interferencia permanente en la política.20
Para avanzar en el análisis de los factores que crean condiciones revolucionarias
en países subdesarrollados, es preciso referirse a los efectos proletarizantes que a me-
nudo tiene el crecimiento de la economía, o su modernización. Ya algo se ha menciona-
do con anterioridad, pero ahora corresponde analizar en más profundidad ese tema,
empezando por los efectos de los tipos de explotación en el área rural. Además, se debe
considerar la influencia de diversas formas de propiedad, desde el latifundio, y en gene-
ral las plantaciones, al minifundio, pasando por la clase media rural. Así se generan
diversas formas de resistencia, que veremos más a fondo en páginas sucesivas, y hay
diversas maneras de concebir el rol del campesinado en una revolución socialista.21
20
El descenso social en general produce incongruencia de status, que tiende a «desenraizar» al
individuo de su posición de clase. Ver al respecto Sheldon Stryker y Anne Statham Macke, «Status
Inconsistency and Role Conflict», Annual Review of Sociology 4 (1978); G.E. Lenski, «Status
Inconsistency and the Vote: a Four-Nation Study», American Sociological Review 32 (1967); y del
mismo, Power & Privilege, Nueva York, McGraw Hill, 1966, y «Status Crystalization: a Non-
vertical Dimension of Status», American Sociological Review 19 (1954).
21
Cacao; Café; Cochinilla; Índigo; Nordeste brasileño; Tabaco; Cuba: tabaco y azúcar en su
historia económica; Perú: estructura social rural en un valle de la costa; Campesinos, su rol en una
revolución socialista. Además, ver Ramiro Guerra y Sánchez, Sugar and Society in the Cari-
bbean, New Haven, Yale University Press, 1964.
22
Haciendas y plantaciones; Esclavitud; Campesinado y gran propiedad en las Indias Occi-
dentales Británicas; Caribe. Ver Enrique Florescano, comp., Haciendas, plantaciones y latifundios
en América Latina, México, Siglo XXI, 1975.
20 Repertorio político latinoamericano
do con el peón. En Brasil a quienes estaban en esta gama de posiciones se los conocía
como moradores o foreiros, grupos éstos que a pesar de su modestia podían sufrir
procesos de proletarización, cuando el dueño les exigía la entrega de su parcela (a la
que ellos pensaban tener derechos consuetudinarios de posesión), como lo señala toda
una literatura de crítica social, por ejemplo Menino de engenho, de José Lins do Rego. Esto
ocurría sobre todo cuando explotaciones manejadas más tradicionalmente se moderniza-
ban, y exigían manejar directamente mayores extensiones de terreno, sobre los cuales, por
otra parte, quienes los ocupaban raramente tenían «papeles». En otros países se los llamaba
agregados, pobladores, arrendires o arrimados, y yendo cada vez más hacia abajo, lle-
gando a la condición de montuvios, pongos, huasipungos o huacchilleros. En nivel
intermedio, variante con el tiempo, estaban los yanaconas, típicos en el Perú, sobre los
cuales volveremos al tratar de manera separada la situación de los pueblos originarios,
debido al origen de esa palabra, aunque con el tiempo los que ocupaban esa posición
no eran necesariamente indígenas. En el nivel más bajo estaban los jornaleros, los tra-
bajadores forzados, a menudo oscilando con la posición de ocupantes inseguros de tierras
libres, los vagabundos, los gauchos , llaneros , gañanes , laboríos o naboríos, o concertados,
algunos de ellos parte de la población indígena. Yendo más abajo aún, o coincidiendo
con estas categorías, se encuentra un subproletariado y los trabajadores sin tierra.
Aparte de las grandes propiedades (algunas de las esclavistas en Haití llegaban a
tener mil habitantes) siempre han existido otras medianas, sobre todo en áreas de fron-
tera. En México la típica unidad productiva media era, a menudo, y a pesar de su
modesto nombre, el rancho, y su propietario o a veces arrendatario, el ranchero.24
Alrededor de las grandes y medianas propiedades y sus dependientes internos existía
además una nube, no tan pequeña, de labradores, pequeños productores formalmente
autónomos, denominados sitiantes o fornecedores en Brasil, y en general un heterogé-
neo grupo de campesinos, que oscilaban desde niveles más o menos respetables de
vida hasta el más mísero minifundio.25
En muchos países de la región la reforma agraria alteró profundamente el pano-
rama preexistente, especialmente en México, Bolivia, Cuba y Perú. En menor medida
eso también ocurrió en Venezuela y Chile. En este último país las reformas introducidas
bajo los gobiernos del Partido Demócrata Cristiano del Presidente Eduardo Frei Mon-
talva (1964-1970) como de la Unidad Popular dirigida por Salvador Allende (1970-
1973) sólo pudieron ser revertidas parcialmente por la dictadura posterior. Al final, tras
devoluciones y recompras se ha consolidado un sector de productores medios bien
capitalizados y eficientes. En Bolivia la reforma, introducida por el Movimiento Nacio-
nalista Revolucionario (MNR) en 1952, formó un campesinado que se constituyó por
décadas en la derecha del régimen. Cuando en 1964 René Barrientos dio un golpe de
Estado teóricamente «dentro» de la tradición revolucionaria, obtuvo el apoyo campesi-
no. En México la reforma se orientó, en un período particularmente izquierdista, a for-
mar unidades de gran escala, explotadas colectivamente, inspiradas en el modelo so-
viético. Ese sistema no cundió, y el que se mantuvo fue el de otorgar a cada familia una
parcela en uso, periódicamente redistribuida en función de las necesidades. Por el in-
cremento poblacional esas parcelas han ido disminuyendo de tamaño y decayendo,
con una tendencia a que a sus expensas, mediante arrendamientos, se formen unida-
descapitalistasmedianas.26 En Cuba, por cierto, las transformaciones han sido mucho
23
Arrendatarios; Colonos.
24
Haciendas y ranchos; Frontera; Ganadería y agricultura de frontera; Estancieros bonaeren-
ses; Mano de obra rural.
25
Campesinos; Clase media rural; Ecuador, estructura social rural en la Costa; Conuco; Milpa;
Ayni; «Trabajo fiesta»; Formación económico-social post-esclavista (Haití).
26
Pacto militar-campesino; Reforma agraria en México; Ejidos.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 21
más profundas, aunque no han acabado con una cierta estratificación social en el cam-
po. En Paraguay, aunque no se efectuó una reforma agraria significativa, hubo, bajo el
régimen dictatorial del Gral Alfredo Stroessner, una política muy dinámica de coloniza-
ción, distribuyendo tierras fiscales, muy amplias en ese país ya desde los tiempos del
Dr. Francia y sus sucesores Carlos y Francisco Solano López. Aunque ha faltado
asesoramiento técnico y apoyo financiero y de infraestructura, el resultado ha sido
la consolidación de un amplio sector campesino propietario e individualista, apoyo del
régimen en su momento.27
SECCIÓN 3
LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Por la importancia del tema, y por la larga historia de los pueblos americanos en
tiempos de su autonomía, es necesario tratarlo por separado.28 Una de las primeras
culturas de alto desarrollo tecnológico y compleja organización social y política en Amé-
rica del Sur fue la de Tiahuanaco o Tiwanaku, al sur del lago Titicaca. Las ruinas que
quedan corresponden a grandes edificios religiosos o sedes de un importante poder
político, que se habrían realizado durante un período que va desde el siglo I antes de
Cristo hasta el IV de nuestra era, o sea contemporáneas con el Imperio Romano. A
partir del siglo VIII, hasta el X aproximadamente, Tiahuanaco experimentó una etapa
expansiva, con algunas señales de decadencia cultural. En ese entonces debió de haber
extendido su influencia a territorios vecinos de la Argentina, Chile y Perú hasta el Cuzco
y más al norte por la costa, controlando según algunos autores una población de más
de tres millones de habitantes. La ciudad de Tiahuanaco fue destruida y abandonada
ya bastante antes de la conquista española. Es un misterio la forma exacta en que se
produjo esa hecatombe, aunque hay relatos que algo dicen al respecto. Estos relatos
fueron transmitidos por los miembros de las clases dominantes incas a los primeros
cronistas españoles, junto con un cúmulo de información, en la cual hay que diferenciar
el elemento de verdad que contienen del inevitable aporte de fabulación. Tomando los
datos con estas salvedades, se puede deducir que el imperio de Tiahuanaco fue ataca-
do por unas tribus bárbaras que venían del sur, del actual Chile y norte de la Argentina,
los aimaras. Esta etnia, que hoy es la mayoritaria entre la población aborigen de Bolivia,
ha sido tradicionalmente adversaria de la quechua, difundida especialmente en el Perú.
Los grupos dominantes de Tiahuanaco, viéndose derrotados, abandonaron su capital,
que quedó entregada al saqueo y la destrucción. La emigración fue muy lenta, en bus-
ca de nuevas tierras donde asentarse. Después de un largo peregrinar, que puede
haber durado varias generaciones, llegaron al valle del Cuzco, que conquistaron,
disecaron sus pantanos y lo transformaron en su capital. Pero por mucho tiempo
los incas —porque de ellos se trata— fueron simplemente uno más de los diversos
grupos étnicos, que dominaban un reducido territorio, y estaban en constante guerra
con sus vecinos. Es preciso decir que la semejanza de este mito con el de la emigración
de los sobrevivientes de Troya, para fundar Roma, hace sospechar un poco sobre las
fuentes de inspiración de los cronistas, muchos de ellos mestizos o españoles.
27
Jesuitas; Paraguay, tierras fiscales; Estructura social rural, su evolución en Paraguay.
28
Indígena, definición del término; Aztecas; Chibchas; Aymaras; Perú preincaico; Quechuas;
Incas; Collas; Calchaquíes; Diaguitas; Guaraníes; Mapuches; Indígenas pampeanos.
22 Repertorio político latinoamericano
29
Religión andina preincaica; Religión incaica; Dualidad en los curacazgos andinos; Adminis-
tradores en la sociedad incaica; Artesanos en la sociedad incaica.
30
Luis Millones, Historia y poder en los Andes centrales (desde los orígenes al siglo XVII),
Madrid, Alianza Editorial, 1987; Jan Szeminski, Un kuraka, un dios y una historia, Jujuy, Facultad
de Filosofía y Letras, 1987; María Rostworowski, Historia del Tahuantinsuyu.
31
Quetzacóatl: gobierno y desaparición en Tula (siglo XIII).
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 23
32
Tenochtitlan; Religión azteca; Hambruna entre los aztecas (siglo XV).
33
Friedrich Katz, comp., Riot, Rebellion and Revolution: Rural Social Conflict in Mexico,
Princeton, Princeton University Press, 1988. V. Guerra florida.
34
Mayas, crisis y decadencia; Mayas, transición de la monarquía a la aristocracia.
35
Control vertical; Pueblos indígenas, su estructura social.
36
Resistencia y colaboración indígena en la conquista de América. También hubo desavenen-
cias entre los españoles, por ejemplo la Rebelión de los conquistadores del Perú; Cortés, castigo
de sus descendientes.
37
Dejando de lado los fenómenos de fines del siglo XVIII, que se tratarán más adelante, se
puede ver Rebeliones andinas (siglo XVI); Calchaquíes, guerras; Rebeliones indígenas (República
de Tzeltal). Para los aspectos religiosos, Alumbrados o iluminados; Mesías de Durango; Religión
andina (mutación tras la caída del imperio Inca); Hechiceros.
24 Repertorio político latinoamericano
El primer resultado, masivo, de la conquista española fue una gran mezcla étnica,
o más precisamente, mezcla con lo que quedó después de la catástrofe demográfica.
¿Por qué en la América del Norte no se dio un fenómeno semejante en la colonización
inglesa? La explicación no puede menos que ser múltiple, y por cierto no incluye la
suposición de que los españoles tenían menos prejuicios étnicos, o que al contrario, por
prejuicios aristocráticos no querían trabajar «con sus propias manos». A muy poca gen-
te le gusta trabajar, si puede evitarlo, y por cierto los ingleses en el sur de los Estados
Unidos establecieron una sociedad esclavista más rígida que cualquiera de las del sur
delRíoBravo.38 Entre las varias diferencias, las hay tan evidentes que saltan a la cara,
y otras más complejas. Los españoles encontraron sociedades con una enorme pobla-
ción asentada, acostumbrada al trabajo y a la obediencia a las autoridades, y además,
abundantes minas de plata, mientras que los británicos encaraban poblaciones mucho
menores, que iban retrocediendo y no se mezclaban por varias razones, entre ellas el
no estar presentes en suficientes números en las zonas de asentamiento colonial. Ade-
más, el tipo de colonos era totalmente distinto, reflejo, en buena parte, de la diferencia
entre las sociedades colonizadoras. Los españoles que saltaron a las Américas eran de
dos tipos polares: hidalgos empobrecidos, y sectores sacados del bajo pueblo o aún del
lumpen proletariado y de las cárceles. Faltaba el elemento medio, de campesinos que
sin duda existían en España, pero ellos no eran tan útiles para operar en un medio muy
hostil y guerrero. Por eso también tanto ellos como los señores vinieron sin sus mujeres,
y el resultado era inevitable. Es obvio que una persona que tiene suficiente motivación
para abandonar su país en busca de mayor bienestar, evita dedicarse a tareas modestas
si consigue otras de mayores réditos. Y el enorme imperio español, con sus riquezas y
su gran población dominada y sedentaria, ofrecía posibilidades que había que ser de-
masiado poco racional para no aprovechar.39
La administración española era muy frondosa, mucho más que la inglesa, por la
simple razón de que había mucho más que administrar, y además, en el primer par de
siglos, había más dinero para gastar, recaudado principalmente en el propio Nuevo
Mundo. Un componente central, pero a menudo creador de problemas, del sistema
colonial, era la Iglesia, con su clero secular y regular, sus obispos y frailes, que iban
desde los encumbrados jesuitas hasta los más humildes frailes de las órdenes mendi-
cantes.40 Las tradicionales comunidades indígenas en general sobrevivieron, aunque
tan disminuidas en población que había que congregarlas, o reducirlas. Dirigidas por un
cacique, o curaca, o gobernador, con el apoyo de un selecto grupo de principales,
tenían una diferenciación interna no muy diferente de la que existía antes de la conquis-
ta, aparte de sustituir al Inca, o al tlatoani, por el rey de España como poder máximo.41
Externamente la presión era mucho mayor, por la mayor fuerza del nuevo Estado rela-
tiva a la capacidad de rebelión de las comunidades o señoríos locales, aparte del con-
traste étnico, antes relativamente inexistente, o mucho menos marcado. El problema de
la administración española era conseguir extraer trabajo de los indígenas, y para eso se
38
Herbert Klein, Slavery in the Americas: A Comparative Study of Virginia and Cuba, Chica-
go, Chicago University Press, 1967.
39
Mestizos; Identidad indígena; Migraciones internas en el Alto Perú colonial; Oruro, migran-
tes y mano de obra estable.
40
Administradores en la sociedad colonial; Cabildos coloniales; Judíos ante la Inquisición;
Frailes; Bartolomé de las Casas; Bernardino de Sahagún; Hernandarias; Antônio Vieira.
41
Comunidad indígena maya; Clase alta indígena; Bolivia, estructura social en comunidades
indígenas.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 25
armó un complejo sistema de control de la mano de obra,42 que iba desde la mita hasta
el repartimiento, término éste que tenía varios significados, pues podía consistir en:
(i) el acto de conceder indios tributarios a los encomenderos, que tenían derecho
a recibir un pago en efectivo, o en días de trabajo gratuito, de cierto número de indíge-
nas «repartidos».
(ii) el acto de «repartir» indios obligados por la mita a diversos empleadores espa-
ñoles o criollos, que los recibían por un cierto período de tiempo (desde un par de
semanas muy repetidas, hasta un año entero cada siete), a cambio de un sueldo regu-
lado, que era bien más bajo que el de mercado para trabajadores libres.
(iii) el derecho del corregidor de «repartir» productos comerciales a los indígenas
de su área, que estaban obligados a comprarlos aunque no los necesitaran, y a precios
más altos que los de un eventual mercado. Esto convertía al corregidor en un agente de
casas comerciales más poderosas.
Las grandes rebeliones de fines del siglo XVIII e inicios del XIX
El último tercio del siglo XVIII fue particularmente rico en fenómenos revolucio-
narios, empezando por el muy moderado de los Estados Unidos hasta el extremista de
Francia. En América Latina y el Caribe también hubo eventos de igual violencia, y que
amenazaron a las clases dominantes de manera aún mayor, lo que es un dato no siem-
pre reconocido, pero muy importante, para entender la situación social en esta parte
del mundo. Por mucho tiempo esas experiencias históricas quedaron como paradig-
mas de lo que puede ocurrir bajo determinadas circunstancias, o sea, son como
experimentos históricos hechos a un alto costo, y sin necesariamente proponérselo.
Sea o no válida científicamente esta extrapolación, una parte importante aunque
no necesariamente mayoritaria del público la hace, lo que genera consecuencias
sociales, y marca tipos de cultura política no sólo donde esos fenómenos han ocu-
rrido, sino en países que tienen, en algunos sentidos, condiciones similares. Así, por
ejemplo, el recuerdo de la rebelión de Túpac Amaru frenó las tendencias indepen-
dentistas de las elites peruanas, temerosas de que al agitar las aguas se pudiera
generar un ciclón. Una parecida actitud, ante la sangrienta Revolución Haitiana
(1791-1804), tuvieron las clases altas y medias brasileñas, quienes reaccionaron
desarrollando una cultura política de consenso y solidaridad entre elites, discipli-
nando, y reprimiendo violentamente con éxito, a las minorías de su seno que qui-
sieran actuar agresivamente en la arena política. Tal actitud puede durar siglos, pues
se va reenforzando bajo ciertas condiciones, y no es absurdo pensar que ella explica la
42
Indígena, mano de obra; Encomenderos y curacas; Repartimiento mercantil; Mita; Foraste-
ro/Originario.
26 Repertorio político latinoamericano
diferencia entre el grado de consensualidad con que operan hasta el presente las elites
brasileñas, contrastadas con las argentinas.
Los fenómenos a considerar ahora son principalmente la ya mencionada rebelión
andina (iniciada en 1781), y la Insurgencia mexicana (iniciada en 1810). Ninguno de
estos dos procesos fue estrictamente indígena, aunque el primero se acercó a serlo. En
cuanto a la Insurgencia, ella fue iniciada por sectores criollos, pero enseguida movilizó a
vastas masas rurales, en su mayoría indígenas. La rebelión de Túpac Amaru coincidió
en el tiempo con la de los Comuneros de Nueva Granada, ésa sí principalmente criolla
o mestiza, y que había tenido un precedente medio siglo antes, la de los Comuneros del
Paraguay. Esta última es particularmente compleja de interpretar, y se inspiró en el
fenómeno de igual nombre de Castilla de inicios del siglo XVI, que contrapuso a la
nobleza (aliada con sectores burgueses y populares) contra el poder monárquico a su
vez apoyado por otros sectores del mismo tipo que sus contrincantes. En el Paraguay
el conflicto fue entre los equivalentes de la nobleza, o sea, los encomenderos, y el
equivalente del poder real, que en este caso eran los jesuitas. A estos contendores
se agregaron otros, en una compleja trama, pues los encomenderos defendían sus
«libertades» (o sea, sus privilegios), contra los «abusos» de la Compañía de Jesús
que quería proteger a su grey de las ambiciones de sus rivales. ¿Mera lucha por
acceso al trabajo indígena? No totalmente, pero hay algo de eso. Al final se impu-
sieron los jesuitas, pero al adquirir su poder una mayor visibilidad, generó los celos
de otro jugador, la Corona, que hasta ese momento había estado usando a los
jesuitas como sus agentes. Cuando los jesuitas «dejaron hacer» a sus protegidos que
se rebelaron contra las tropas unidas de España y Portugal en la Guerra Guaraní
(1753-1756), la copa se llenó y pronto vino la expulsión.43
La gran rebelión conocida como de Túpac Amaru (iniciada en 1781, y prosegui-
da, tras la muerte del caudillo, por sus colaboradores y parientes) convergió también
con la de otro dirigente indígena del Alto Perú, Julián Apasa, quien adoptó el nombre
de Túpac Katari, combinando el del peruano con el de otro jefe de un movimiento algo
anterior,TomásKatari.44 La contienda duró varios años y ocasionó, según las fuentes,
más de cien mil muertes en una zona que no pasaba de tres millones de habitantes.
¿Por qué se dio esta lucha contra el poder español en esta parte de las Américas y no en
otro lado? La pregunta, normal para un sociólogo comparativista, corre el riesgo de que
algún historiador clásico le diga «simplemente, porque ahí se dieron las circunstancias
específicas, que si usted estudia el caso en detalle va a entender, como resultado de una
secuencia de coyunturas y de decisiones individuales». Quizás ambos tengan razón. Un
sociólogo más dedicado al análisis de las elites políticas buscaría conocer las circunstan-
cias de la personalidad de Túpac Amaru (José Gabriel Condorcanqui para el cura que
lo bautizó), quien pertenecía a la nobleza originaria, como cacique descendiente real o
supuesto de los antiguos incas, y que además tenía una muy buena posición económi-
ca, en el rubro del transporte de arriería. Su situación lo colocaba en una típica incon-
gruencia de status, porque sus méritos no le servían para ser visto como igual por quie-
nes eran sus pares en cuanto a dinero o educación. ¿Pero porqué consiguió un apoyo
popular tan grande? Quizás por ser cacique, pero hay que preguntarse también cuáles
eran las condiciones de la masa que lo siguió. En ese sentido lo que salta a la vista es
que su área de acción era precisamente la agitada por la mita de Potosí, que había
43
José Manuel Estrada, Ensayo histórico sobre la revolución de los Comuneros del Paraguay
en el siglo XVIII, Buenos Aires, La Nación Argentina, 1865, para quien el movimiento de los
Comuneros fue «retrógrado» en lo económico, pero «históricamente progresista» (pp. 187, 196).
44
Rebelión de Chayanta; Túpac Amaru II, contraste con Túpac Katari; Rebeliones en Perú y
Bolivia; Caciques, su rol en la rebelión indígena de 1781; Rebelión de los barrios en Quito.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 27
45
Oscar Cornblit, «Society and Mass Rebellion in Eighteenth-Century Peru and Bolivia», Latin
American Affairs, Saint Antony’s Papers, Oxford, 1970.
46
Guanajuato y Oaxaca, contraste de su estructura social. Ver también Luis González y Gon-
zález, Pueblo en vilo: microhistoria de San José de Gracia, México, Colegio de México, 1968.
28 Repertorio político latinoamericano
SECCIÓN 4
LAS SOCIEDADES CON FUERTE EXPERIENCIA ESCLAVISTA
Todas las islas del Caribe, las Guayanas, Venezuela y Brasil y, por supuesto, el
Sur de los Estados Unidos, son áreas marcadas por la experiencia esclavista. En el
Caribe, especialmente las islas de control británico o francés eran verdaderas fábricas
de azúcar, administradas con las tecnologías más modernas, que en esos climas exigían
esclavos, elemento humano bastante caro, frágil cuando recién llegaba de África, y por
lo tanto sólo las explotaciones más rendidoras, y con apoyo financiero de la metrópoli,
podían justificar la inversión. Por eso el régimen esclavista estaba más extendido en
esas colonias que en las españolas, donde predominaban la ganadería y cultivos más
aptos para un campesinado modesto, como el del tabaco.47 Sólo más tarde, por la
influencia de la Revolución Haitiana y la destrucción de su altamente capitalizado siste-
ma productivo, el azúcar emigró a Cuba y Puerto Rico. Las colonias inglesas tenían un
sistema capitalista más avanzado y liberal que las francesas, y por eso con más garantías
a la propiedad, inclusive de esclavos. En Haití (Saint Domingue en la época) la Corona
y sus funcionarios interferían constantemente en los derechos de los plantadores, oca-
sionando conflictos y debilitando al sistema de control social. Comentando al respecto,
Adam Smith decía que era previsible que hubiera más protección al esclavo en un país
“donde el gobierno es en gran medida arbitrario que en otro donde es totalmente libre.
[…] El magistrado, cuando protege al esclavo, interfiere en alguna medida en el manejo
de la propiedad privada del dueño; y en un país libre, en el que el dueño es quizás
miembro de la asamblea colonial, o elector, ese magistrado no se animará a hacerlo
sino con gran circunspección”.48 Mirabeau, por su parte, desde la Asamblea francesa,
advertía: «Habitants des Antilles, vous habitez sous le Vésuve». Se podría pensar que
cuanto más rígido fuera el sistema de control, más tendencias explosivas se generarían,
o también lo contrario, pues al darse algún resquicio de libertad los esclavos podrían
aprovecharlo para rebelarse. De hecho, había habido más intentos insurgentes en Ja-
maica, donde en 1780 fue necesaria una fuerte expedición para dominar a los cimarro-
nes que se habían refugiado en las montañas y desde ahí amenazaban a las plantacio-
nes. En Saint Domingue también se produjo un intento de insurrección dirigido por un
esclavo escapado, Macandal, que fue ajusticiado en 1758. De hecho, la conflagración
prendió en la colonia francesa, pero no principalmente por condiciones imperantes en
su territorio, sino por lo que ocurrió en el Viejo Continente. Las luchas entre monárqui-
cos y republicanos, y entre diversas variantes de estos últimos, se extendieron a Améri-
ca, y se complicaron con guerras internacionales, y con la existencia de un refugio para
émigrés en la parte española de la isla. Al final lo que sucedió fue que los bandos
enfrentados de colonos empezaron a reclutar a otros estratos en la lucha contra sus
enemigos, primero a los mulatos y luego a sus fieles esclavos, que resultaron no ser tan
fieles. La hecatombe que ocurrió era por otra parte particularmente previsible por la
composición demográfica de la isla, donde había un 90% de esclavos, un 5% de due-
ños blancos, y otro 5% de mulatos, muchos de ellos también propietarios en sus plan-
47
Tabaco; Dominicana, contraste entre el campesinado tabaquero y el azúcar; Clase media
rural en República Dominicana; Cuba: tabaco y azúcar en su historia económica. Ver Eric Willia-
ms, Capitalism and Slavery, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1944.
48
Adam Smith, An Enquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, reedición,
Chicago, Chicago University Press, 1952, p. 253. La trata, por cierto, no se efectuaba muy pací-
ficamente en la costa de África: ver Resistencia a la esclavización.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 29
taciones. Además, dos tercios de los esclavos eran nacidos en África, todo lo cual for-
maba una verdadera caldera bajo presión. La insurrección fue iniciada por el liberto
Toussaint Louverture en 1791, y seguida por Henri Christophe y Jean Jacques Dessali-
nes hasta que este último terminó de expulsar a los franceses y se proclamó emperador
en 1804. El resultado, aparte de la enorme pérdida de vidas y propiedades, fue la
transformación de un sistema de latifundios altamente capitalizados en un cada vez más
empobrecido minifundio. Este nuevo sistema productivo, que dura hasta hoy, paradó-
jicamente, no crea un fuerte proletariado sino un paupérrimo campesinado que se afe-
rra a sus pequeños privilegios respecto a los aún más pobres, y puede ser la base de los
sistemas políticos más extraños, empezando por el de la sangrienta pero bastante popu-
lar en su momento dictadura de «Papa Doc» François Duvalier, que en alguna medida
recuerda el régimen de Alfredo Stroessner en Paraguay. El mismo Bertrand Aristide, ex
sacerdote convertido en político popular, antiimperialista y violento contra sus oposito-
res, se basa en ese tipo de apoyo social.49
En el Caribe inglés la esclavitud se fue eliminando en un proceso gradual, de
manera que no hubo destrucción de la gran propiedad, aunque ésta quedó en parte
debilitada por la dificultad de adaptarse a las nuevas condiciones de producción, que
en su momento obligaron a algunas ventas, con la consiguiente generación de una
clase media rural, fortalecida luego por programas de reforma agraria muy moderada.50
En el caso de Jamaica la descolonización dio lugar a un régimen político democrático,
con poca violencia entre facciones rivales, las cuales han cristalizado en un sistema
bipolar, con un partido de antigua data, iniciado por Alexander Bustamante, al frente
de un Partido Laborista con significativo apoyo sindical, a pesar de lo cual ocupa el
hemisferio de la derecha en la isla. La izquierda, del Peoples’ National Party de Norman
Manley y su hijo Michael, tiene apoyos en las clases medias más urbanas y moderniza-
das, con educación pero con perspectivas ocupacionales nada brillantes, aunque no
suficientemente malas como para volcarlas a la acción insurreccional.51 En Trinidad-
Tobago, y en las ex Guayanas (británica, hoy Guyana; francesa, hoy un departamento
de la metrópoli; y holandesa, hoy Surinam) la herencia colonial ha sido mucho más
pesada. El fin de la esclavitud dejó una población predominantemente africana suma-
da, sobre todo en Surinam, a muchos ex cimarrones, que han terminado formando casi
un grupo étnico distinto, entre otros motivos porque son rurales, en contraposición con
la mayoría de los negros, que residen y trabajan en las ciudades. Al no disponerse de la
mano de obra esclava, se trató de reemplazarla trayendo trabajadores contratados en la
India, Indonesia, o en menor medida China, de donde, en cambio, partieron más bien
los trabajadores de ese tipo hacia Perú y Cuba. Esta población, que al principio se
desempeñaba en condiciones cercanas a la esclavitud, fue mejorando de suerte, y se
transformó en un campesinado, en parte propietario, en parte asalariado. Es así que los
clivajes étnicos se suman a los ocupacionales, dando un panorama político muy com-
plejo. En algunos casos, como el de Surinam, ha sido además dramático, por la extre-
ma violencia registrada, mientras que en Guyana las tensiones han podido ser más
controladas. En ambos países la situación parece finalmente canalizarse de manera con-
sensual. En Guyana se está consolidando un régimen bipolar, o de dos partidos «y
medio», con el Peoples’ Progressive Party de Cheddi Jagan basado en el electorado
hindú rural, el Peoples’ National Congress de Forbes Burnham enraizado en la comuni-
dad afroamericana, más urbana y sindicalizada, y una tercera fuerza interétnica y em-
49
Esclavitud en plantaciones tropicales; Formación económico social post-esclavista; Haití,
estructura social rural; Caribe francés, estructura social rural.
50
Antillas Británicas; Caribe anglófono.
51
Jamaica, sistema político; Jamaica, bases sociales de su sistema político.
30 Repertorio político latinoamericano
52
Guyana, contrapunto entre Cheddi Jagan y Forbes Burnham; Etnicidad y política en Trini-
dad y Tobago; Socialismo en el Caribe.
53
Rebeliones de esclavos; Colonos en el azúcar cubano; Religión afrocubana; Inmigrantes
españoles en el movimiento obrero cubano; José Martí; Guerra de independencia, Cuba.
54
Esclavitud y población afroamericana libre en Venezuela; Venezuela, la lucha por la tierra.
Ver también Germán Carrera Damas, Materiales para el estudio de la cuestión agraria en Vene-
zuela 1800-1830, vol. I, Caracas, 1964.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 31
hijas, en cambio, las casaban con un recién inmigrado pariente pobre, que mediante el
trabajo y su buen enlace continuaba manteniendo la portuguesidad de la clase mercan-
til. A menudo se daban tensiones entre ambos sectores de las clases dominantes, con
episodios de resistencia —dirigida por los endeudados hacendados— contra la ocupa-
ción holandesa, que duró varias décadas a comienzos del siglo XVII (1630-1654), y
con alguna guerra civil (Guerra dos Mascates, o sea de los comerciantes, 1711).55 La
pirámide social, aún en zonas de gran concentración esclavista, no se reducía al con-
traste entre propietarios y esclavos. Aparte de las clases medias y artesanas urbanas, en
las áreas rurales proliferaban los niveles intermedios, como hemos viso ya en la sección
anterior. La mezcla étnica contribuía a esta proliferación, y ello permitía a los estratos
más modestos el buscar vías de ascenso social entre los resquicios de la sociedad dominan-
te, a veces por medio de las milicias, del clero, o por el pequeño comercio buhonero.56
El temor a la rebelión de esclavos era constante, en un país en que ellos formaban
una masa muy importante de la población (30% en 1819, con picos como el 62% en
Alagoas), aunque menor que en las Antillas, y el temor se convirtió en terror tras la
Revolución Haitiana. Nunca se dio en el Brasil una insurrección de esa magnitud, aun-
que eran constantes los fenómenos de pequeña escala, duramente castigados, y alguno
de un poco más de peso, aparte de la presencia de concentraciones de esclavos fugiti-
vos, los quilombos, vistos como amenazantes, de los cuales el más conocido es el de
Palmares.57 Lo que hubo desde comienzos del siglo XIX fue rebeliones a veces muy
amplias de sectores populares, que en general no incluían esclavos aunque sí muchos
hombres libres de color. Algunas fueron expresión de elites ideológicas, casi siempre
con significativo apoyo popular, como el intento republicano de Pernambuco en 1817
o la resistencia, de hecho separatista, aunque ostensiblemente antiautoritaria, de 1824
que por unos meses formó una Confederación del Ecuador o, siempre en Pernambu-
co, la revolución liberal de 1848, claramente influenciada por ideas francesas, como
ocurrió en el resto del continente. Hubo sin embargo otros fenómenos de mayor moviliza-
ción popular, particularmente la muy violenta cabanagem, en el norte del país (Maranhão
especialmente) y otros más en esa región, así como la rebelión republicana de Río Grande
do Sul, conocida como Guerra dos Farrapos («harapos»), que duró casi diez años.58
En las zonas más centrales del país, como Río de Janeiro, Minas Gerais y San
Pablo, esos fenómenos casi no se dieron. Las que caracterizaron a Minas Gerais duran-
te la fiebre del oro del siglo XVIII, centrada en Ouro Preto, eran luchas entre elites, o
entre grupos colonizadores de diverso origen territorial (Guerra dos Emboabas, Incon-
fidencia). Las grandes concentraciones mineras ya habían decaído, diseminándose su
población, y además existía una más efectiva presencia del poder central y sus institu-
ciones armadas. Lo que nos lleva al tema del rol del Imperio en el régimen político
brasileño, y en particular su contribución al mantenimiento de la unidad nacional y la
estabilidad de las instituciones civiles. En ambos aspectos contrasta nítidamente con lo
ocurrido en casi todas partes en Hispanoamérica, con su proliferación de golpes de
Estado, guerras civiles, y disgregación territorial. ¿A qué se puede haber debido la dife-
55
Nordeste brasileño; Brasil, zonas ecológicas del Nordeste.
56
Brasil, hombres libres de color; Esclavitud, acciones legales; Estratificación social en el Brasil
rural; Bahía, estratificación social. Para Cuba es particularmente revelador el trabajo de Herbert
Klein ya citado, en que documenta la mucho mayor libertad que de hecho tenía la población de
origen africano en Cuba, contrastada con Virginia, que era, por así decir, una fábrica mejor orga-
nizada, y con disciplina de hierro.
57
Rebelión de esclavos (Bahía, 1835); Palmares.
58
Revolución Praieira; Rebeliones populares en el Brasil monárquico; Religiosidad popular y
rebelión.
32 Repertorio político latinoamericano
rencia? Hay una lista de explicaciones que se han intentado, que vale la pena tratar en
extenso, a saber:
1. Para empezar por lo más material y económico: Desde el Tratado de Methuen
de 1703 Portugal era prácticamente una colonia comercial inglesa, y por lo tanto lo
mismo ocurría con su extensión americana. No existían, entonces, en Brasil las enor-
mes barreras al intercambio internacional que en cambio erigía por todas partes la ad-
ministración española, que creaba, sin necesariamente proponérselo, un importante
proteccionismo para artesanías e industrias primitivas.59 Por otra parte, los circuitos
comerciales en el área española estaban más vinculados al monopolio, y por lo tanto al
obtenerse la independencia se produjo una dislocación, también en esos niveles, ma-
yor que en el caso brasileño. Además, en un círculo vicioso, las prolongadas guerras de
independencia, prácticamente ausentes en Brasil, destruyeron ingentes bienes de capi-
tal y de infraestructura, que llevaron a la ruina a numerosos miembros de las clases altas
y medias, que entonces se volcaron de manera muy poco consensual a la política para
rehacer sus fortunas, con el consecuente caos institucional. Si el antagonismo o la riva-
lidad se convertían en enemistad mortal en México o Perú y no en el Brasil, no se debía
a «mentalidades», o «cultura política», sino que se basaba en consideraciones, conscien-
tes o no, mucho más pesadas. Lo cual, claro está, generaba una determinada cultura
política. De manera que quienes basan sus explicaciones en esta última variable no
yerran del todo, sino que no van suficientemente atrás en la cadena causal.
2. Para seguir con la geografía: en el Brasil el mar unía a todas las provincias
importantes, porque la forma más rápida y barata de transportar tropas para imponer el
orden en las provincias era por barco. A nivel nacional, sobre todo en las periferias, no
faltaron insurrecciones y separatismos, como ya se vio, pero la represión fue eficaz. Si
Bolívar hubiera podido llegar por barco desde Bogotá a Caracas, o siquiera a Lima (le
era difícil cruzar los Andes para llegar al Pacifico, donde prácticamente no disponía de
puertos usables en la Nueva Granada) otra hubiera sido la historia. Y la misma dificul-
tad existía para que Buenos Aires impusiera su autoridad en Potosí.
3. Para pasar a lo más estrictamente político: la elite brasileña vivía aterrorizada
por la eventual sublevación de esclavos, fenómeno del que no había equivalentes salvo
en Cuba. Como consecuencia, ninguno de estos dos países luchó por su independen-
cia cuando los demás lo hacían. Brasil la obtuvo como la caída de una pera madura,
prácticamente sin lucha. Un enfrentamiento violento podía despertar al «fantasma hai-
tiano». Y lo mismo haría cualquier otra competencia seria por el poder entre sectores de
las clases dominantes, incluidos los medios y desde ya los intelectuales. Al respecto de
este último tema, cabe recordar que en todo el Brasil en tiempos coloniales no hubo
una sola universidad, y quienes querían formarse debían hacer el nada barato viaje a
Coimbra. Los resultados de esto en evitar la proliferación de una amplia cohorte de
«aspirantes», como en cambio existía en todo el mundo hispanoamericano, son obvios,
y lo mismo la tranquilidad resultante. Claro está que excepciones siempre había, pero
justamente lo que les faltaba era un sector considerable que actuara de apoyo y de
amplificador. En México o en Perú el equivalente a la amenaza esclava era la de la
población indígena. No es extraño, entonces, que en el Perú no se generara un movi-
miento de independencia hasta que ésta vino desde afuera. En México tampoco las
elites capitalinas se movieron en 1810, y fue la imprudencia de sectores periféricos la
que permitió el desencadenamiento de la Insurgencia. Es preciso decir acá que, de
todos modos, las fuerzas de la economía anotadas en el item (1) creaban un contexto
muy problemático en ambos países.
59
Obrajes textiles; Artesanado; Perú: Ramón Castilla y la resistencia artesanal; Proteccionis-
mo en Colombia, siglo XIX; Proteccionismo en México, siglo XIX.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 33
4. Finalmente, para ahora tocar lo cultural: el hecho un poco fortuito del traslado
a Río de Janeiro de la Corte portuguesa con varios miles de cortesanos y funcionarios,
ocasionó, aparte de una brutal inflación de precios de viviendas y otros servicios, una
inyección de elementos de legitimidad y control social para las clases altas locales, a
pesar, por supuesto, de las rivalidades que inevitablemente se debían producir. En ese
sentido Río de Janeiro constituyó una acumulación de elementos dirigentes de diversas
orientaciones pero fundamentalmente convivientes, que contrastaba con la devasta-
ción existente en prácticamente todas las otras capitales de la América hispánica. La
monarquía cumplió, entonces, un rol de unificación del país y de moderador entre las
elites, que estaban divididas por motivos regionales, e ideológicamente entre conservadores
y liberales. Esa bipolaridad, restringida a las elites, era manejada por el emperador y su
entorno para reducir las tensiones, para eliminar los abusos excesivos. Para eso contó con
un grupo de colaboradores muy capaz, pero no mucho más brillante que los existentes en
las áreas antes españolas. El contexto social es el que permitió resultados tan disímiles.60
La bomba que seguía latiendo debajo de la aparente calma de las altas esferas
brasileñas era la esclavitud. Ya en 1873 ella había acabado en Cuba. El régimen se
estaba debilitando en Brasil, por la muy extendida manumisión y mezcla étnica, que
hacía liberar a muchos de los hijos extramaritales de los patrones, y por la decadencia
de las plantaciones azucareras del nordeste, obligadas a vender sus esclavos a los úni-
cos que podían comprarlos, los cafeicultores de San Pablo, quienes cada vez más pre-
ferían mano de obra europea, a la que se consideraba incompatible con la esclava. Es
así que muchas manumisiones tenían como objeto desligarse de la responsabilidad de
mantener y alimentar a una dotación ya poco útil. De todos modos, el problema subsis-
tía, y urgía terminarlo, aunque todavía había, por supuesto, resistencias, especialmente
de los cafeicultores más antiguos del área que se extendía de Río de Janeiro a San
Pablo, que ya habían hecho la inversión y tenían aplicación para ella. Finalmente, la
Corona decidió tomar la medida, y la hija de Pedro II, Doña Isabel, en uso de la regen-
cia, sancionó en 1888 la llamada Ley Áurea, aprovechando una de las tantas mayorías
parlamentarias que el Ejecutivo se encargaba de fabricar, en uso de su Poder Modera-
dor. No hubo nada parecido a la resistencia que en los Estados Unidos produjo la
Guerra Civil, pero sí malestar en amplios círculos de propietarios. Por otro lado, duran-
te las últimas décadas se había estado gestando una opinión pública que demandaba
modernización, y un poder más fuerte que el que era dado esperar de la hija del ya
anciano emperador, que además estaba casada con un extranjero. Las nuevas ideas,
de tipo positivista, planteaban la necesidad de un gobierno fuerte aunque consensual y
civil, tecnocrático, amparado en una ideología oficial, según las ideas de Auguste Com-
te, que en forma menos clara también proponía Herbert Spencer. Estas ideas se difun-
dieron en las Fuerzas Armadas y en un Partido Republicano, y estallaron en 1889, en
un golpe militar de rápida e incruenta gestación, que aprovechó a su favor el resenti-
miento causado en círculos esclavistas por la medida de la monarquía, que los «había
traicionado». Lo extraño del caso es que este golpe, supuestamente orientado a crear
un Ejecutivo fuerte, terminó estableciendo un régimen extremadamente federal. Tras
dos presidencias militares el sistema se civilianizó, y desde entonces hasta 1930 se dio
una seguidilla de presidentes renovados cada cuatro años, sin golpes militares aunque
con una extensa práctica del fraude y el escamoteo electoral.61
Hubo al comienzo algunos casos de resistencias populares contra el nuevo régi-
men, una de ellas, en Canudos, en el Estado de Bahía, invocando banderas pro monár-
60
Monarquía brasileña; José Bonifácio; América Central: su independencia y disgregación.
61
Abolición de la esclavitud, Brasil; Brasil, caída del Imperio; Brasil, Imperio y República
Velha.
34 Repertorio político latinoamericano
62
Conselheiro; Canudos; Cícero; Bandolerismo; Rebeliones indígenas (Tenetehara).
63
Partido Democrático y Partido Republicano Paulista; Semana de Julio; Semana Roja; Se-
mana Trágica; Matanza de Iquique; «Patagonia Trágica»; Brasil y Chile, contraste de estructuras.
La enorme reserva de mano de obra barata existente en el Brasil era uno de los factores que
dificultaban la acción sindical, aunque estaban asociadas a la eruptividad rural bajo condiciones
locales especiales. W. Arthur Lewis ha examinado el tema en un artículo clásico, «Economic Deve-
lopment with Unlimited Supply of Labour,» The Manchester School 22 (1954).
64
Tenentismo; Socialismo militar; Corporativismo en Brasil.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 35
SECCIÓN 5
LA FORMACIÓN DE LAS CLASES POPULARES URBANAS
La minería fue desde el principio una gran concentradora de mano de obra, y ésa
es una de las diferencias que existen con la temprana experiencia norteamericana. Cuan-
do se descubrió Potosí la fiebre de la plata atrajo a una enorme población, europea y
nativa, que formó una de las ciudades más pobladas del mundo occidental, y a la par
una de las más desordenadas y caóticas. En México los descubrimientos fueron algo
posteriores, pero a la larga dieron pie a una industria más productiva que la altoperua-
na. En todos los casos las concentraciones, no sólo de población sino de trabajadores
en determinadas unidades empresarias, fueron muy altas. Es así que la mina más gran-
de de México, la Valenciana, de las afueras de la ciudad de Guanajuato, ocupaba hacia
el año 1800 unos tres mil obreros, incluyendo varios centenares de mujeres. En los
llamados reales de minas, en general aislados de los grandes centros de población, la
situación era muy conflictiva, no sólo entre trabajadores y propietarios, sino entre una
numerosa cantidad de intermediarios, comerciantes y buscadores de vetas. En más de
un caso, un modesto trabajador tenía la suerte de descubrir una mina y enriquecerse, y
era muy común la movilidad social, tanto en ascenso como en descenso.65 La conflicti-
vidad estaba dada no sólo por la fuerte concentración de trabajadores en unidades
mucho mayores que casi cualquiera que se pudiera pensar en la época (incluso en
Europa), sino por el hecho de estar aisladas de otros centros de población donde hu-
biera más densidad de clase media, y presencia de las autoridades y fuerzas del orden.
Tales enclaves generaban lo que algunos sociólogos han llamado una «masa aislada». El
ambiente de permanente interacción entre los trabajadores y sus familias, la relativa
ausencia de actividades de entretenimiento, aparte del usual maltrato, estimulaban el
estallido eruptivo de demandas, huelgas, y sus correspondientes represiones. Otro clá-
sico lugar para las confrontaciones sociales fue el salitre, base de una activa organiza-
ción sindical y política en Chile.66
Había muchos tipos de concentraciones de mano de obra, no sólo mineras. El
azúcar era típico en este sentido, en un ambiente mezclado rural e industrial, y la
expansión de sus grandes unidades productivas, como ya hemos visto, tenía efec-
tos proletarizantes sobre sus zonas de influencia. En un ambiente más rural, se da-
ban también importantes concentraciones en la producción de bananas, con con-
flictos que han signado la historia de los países en que se asentaban, entre ellos en
la costa caribeña de Colombia, que han sido inmortalzados por Gabriel García Már-
quez en Cien años de soledad.67
El petróleo es otro clásico concentrador de población trabajadora. Menos clá-
sica es la industria textil, pero se la puede incluir en este grupo dadas ciertas formas
de establecimiento semirrural, como en muchas tempranas industrializaciones, es-
pecialmente en México, donde también hubo serios enfrentamientos clasistas a fi-
65
Minas de plata, contraste entre México y Perú; Potosí: gran empresariado minero; Juan
Godoy; Plata, entre proteccionismo y libre comercio; Huelgas en la minería mexicana; Proletaria-
do minero (su origen rural).
66
Mineros, sindicalismo en Bolivia, Chile y Perú; Izquierda, voto en áreas mineras; Luis E.
Recabarren. Ver también Ian Roxborough, «The Analysis of Labour Movements in Latin America:
Typologies and Theories», Bulletin of Latin American Research 1, 1, octubre 1981.
67
Concentraciones obreras; Tucumán, condición de la clase obrera a comienzos del siglo XX;
Huelga azucarera en Tucumán (1949); Bananeras; Sindicalismo bananero; Pueblo taninero.
36 Repertorio político latinoamericano
nes del Porfiriato, casi al mismo tiempo que las del cobre en Cananea.68 En algunos
casos la segregación no es geográfica sino social o barrial, como en las zonas por-
tuarias o los frigoríficos. También en las villas miseria y en otros barrios carenciados
se da una segregación residencial, pero en esos casos el resultado no es una organi-
zación sindical, entre otros motivos porque a menudo se trata de desocupados, o
en todo caso los lugares de trabajo no son únicos ni necesariamente cercanos. Se
ha estado dando cada vez más una nueva forma de activismo político en esos am-
bientes y en otros donde se nuclea una masa marginal o un subproletariado, que en
la Argentina ha tomado la forma de agrupaciones «piqueteras» que cortan las calles
como forma de protesta, o asambleas barriales cultoras de la democracia directa,
que se pueden orientar hacia la protesta activa o aún violenta, o alternativamente a
la recuperación de lugares de trabajo o la formación de cooperativas.69 Sobre el
concepto de marginalidad se ha dado una discusión teórica, reproducida en algu-
nos de los términos de este diccionario. Al respecto José Nun ha mantenido que no
hay porqué restringir el concepto de marginalidad a los sectores más pobres que
viven en los márgenes de la sociedad, y que es más útil teóricamente emplearlo
también para trabajadores calificados, que quedan redundantes por efecto de las
fuerzas desatadas por un desarrollo capitalista mal controlado, y más recientemente
por la globalización.70
68
Petróleo; Movimiento obrero venezolano; Huelgas textiles en México.
69
Piqueteros; Piquetes y cacerolas; Participación de trabajadores en una empresa socializada;
Segregación residencial.
70
Marginalidad; Ajuste estructural; Derrame del bienestar económico.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 37
71
Gremios; Cofradías; Trabajadores por cuenta propia; Igualdad, Sociedad de la; Mutualis-
mo; Partido Democrático (Chile); Asonadas callejeras; Bogotazo de 1893; Afroargentinos; Traba-
jo en el Paraguay en tiempos del Doctor Francia; Trabajo e industria en el Paraguay lopizta.
72
Sindicalismo (varios artículos); Movimiento obrero; Comunidad ocupacional; Barrios
populares.
73
Terry Nichols Clark y Seymour Martin Lipset, The Breakdown of Class Politics: A Debate
on Post-Industrial Stratification, Washington, D.C., Woodrow Wilson Center Press y The Johns
Hopkins University Press, 2001; Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan, comps, Party Systems
and Voter Alignment: Cross National Perspectives, Nueva York, Free Press, 1967; Robert A. Nis-
bet, «The Decline and Fall of Social Class», Pacific Sociological Review, 1959.
38 Repertorio político latinoamericano
clasificación de los datos de riqueza, poder y status social en los Estados Unidos con-
temporáneos”. Para Clark y Lipset, en cambio, lo que se está dando es una dilución de
los límites entre clases, o de lo que “antes” se pensaba que eran clases, que se convier-
ten en grupos cada vez más complejos y extendidos, multidimensionales. Pero es preci-
so preguntarse: ¿cuándo las clases tuvieron límites precisos? ¿Cuándo la izquierda tuvo
sólo apoyo entre obreros industriales u otros trabajadores manuales? ¿Quién dijo que
las clases medias no existían, o que no jugaban un rol importantísimo en el conflicto
social? A riesgo de hacer interpretaciones ad hominem, es posible plantear que muchos
que ahora comparten esos puntos de vista están viendo el pasado de manera demasia-
do influida por su temprana involucración marxista “dura”. Que alguien creyera, como
joven militante, que la clase media no existía, o estaba condenada a desaparecer, y que
los obreros eran, o pronto serían, base de la izquierda, mientras la clase media vacilante
se plegaba al fascismo o a la reacción, es comprensible. También es comprensible que
consideraran en ese entonces que la condición de clase media de muchos militantes era
un fenómeno excepcional y meramente individual. Pero muchos otros pensadores con
más experiencia no participaban de esa visión. Así, por ejemplo, Karl Kautsky enfatiza-
ba el hecho de que la conciencia de clase era traída al proletariado por la intelligentsia,
que en su mayoría es de origen burgués.74 Esa fracción de la burguesía actuaría enton-
ces, al menos según Kautsky, con motivaciones «post-materiales», ya hace cosa de algo
más de un siglo. El mismo Marx, independientemente de que las llamara «an sich» (en
sí) o «für sich» (para sí), no desconocía la existencia de todo un espinel de clases, o sea
de estratificación social. Tanto él como Engels usaban a menudo indiscriminadamente,
como al correr de la pluma, los términos de clase, o capa.75
Claro está que la asociación entre clase y voto no es total. Están los rednecks, los
Reagan Democrats, los Thatcherianos populares, y muchas otras variantes de «working
class Tories». Pero ocurre que este último concepto fue acuñado en la Inglaterra del
siglo diecinueve, y para designar a un sector bien numeroso. Por cierto que en esos
tiempos la asociación entre clase y voto era muy distinta, dada la poca educación,
conciencia de grupo, y experiencia organizativa y política propia que tenía la clase obre-
ra, y desde ya el campesinado. Con el desarrollo de la industrialización la bipolaridad
clasista fue cada vez más manifiesta, en Gran Bretaña y en las regiones desarrolladas de
Europa, Japón y Australia, y lo mismo en Chile y la Argentina. En los Estados Unidos
también se dio ese fenómeno, sobre todo en el Norte, aunque en ese país la heteroge-
neidad étnica volcaba hacia la derecha a importantes contingentes de clase obrera de
origen europeo. Es cierto que la confrontación clasista perdió algo de su intensidad
debido al mayor bienestar vigente en muchos países desarrollados, y al crecimiento de
actitudes «progresistas» en sectores medios, y autoritarias en los populares, éstas últi-
mas como reacción ante la amenaza de desempleo y la inmigración desde zonas de
74
Artículo de Karl Kautsky sobre el programa del Partido Socialdemócrata austríaco, en Neue
Zeit, 1901-1902, vol 20, I, n° 3, citado por Lenin en su ¿Qué hacer?
75
Así, por ejemplo, Engels en su Introducción a Las luchas de clase en Francia de 1848 a
1850 dice que en ese último año «la dominación efectiva [estaba] en manos de la gran burguesía
[...] agrupando en cambio a todas las demás clases sociales, lo mismo a los campesinos que a los
pequeños burgueses, en torno al proletariado». Marx, en esa misma obra, habla de la «clase cam-
pesina», para referirse luego a «las capas intermedias de la sociedad burguesa, la pequeña burgue-
sía y la clase campesina». O sea, que la clase campesina sería una capa. Y para Lenin, en El
desarrollo del capitalismo en Rusia, el campesinado puede dividirse en tres grupos, que incluyen
a la clase de proletarios y a la burguesía campesina. No es necesario ensañarse con las palabras,
lejos de ello esos conceptos son perfectamente aceptables e interpretables si se evita la logoma-
quia del fundamentalismo terminológico.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 39
muy bajo nivel de vida. Pero para analizar adecuadamente el rol de las clases sociales
en la política lo que debe hacerse es empezar por contraponer los extremos (no ideoló-
gicos sino de organización clasista), o sea por un lado el uno por ciento (o algo más)
superior, con sus sólidas asociaciones empresarias y culturales, y por el otro lado los
grupos organizados y participantes activos en el ambiente popular, o sea sindicatos,
cooperativas, y sectores intelectuales y artísticos. Todos estos últimos pueden formar
quizás un diez por ciento de la población, o menos, y son tan importantes como los de
arriba de la pirámide. ¿Pero qué pasa con el 80 o 90% restante de la población, el
sector «del medio», que no es sólo la clase media sino gran parte de los estratos popu-
lares menos organizados? Puede pasar cualquier cosa, son una versión masiva del «ma-
rais» de las asambleas revolucionarias francesas, o de los políticos «fisiologistas» brasile-
ños. Esa masa, tironeada desde uno u otro lado, es la que a menudo arruina las
correlaciones. Pero al decir que «puede pasar cualquier cosa» en realidad estoy exage-
rando. Con excepciones muy peculiares (sin ir al extremo del nazismo o de las luchas
religiosas irlandesas o del Líbano) la correlación sigue existiendo, en grado moderado a
nivel de masas, pero muy nítida a nivel de las élites y contra-élites, que es lo que hay
que tomar en cuenta.76 El conflicto de clases en algunos casos bien puede todavía
terminar en revoluciones sociales de envergadura, aunque basadas en una constela-
ción de alianzas entre clases, subclases y elites, bien distinta a la más simple que Marx
consideraba iba a darse, o que sus seguidores supuestamente «ortodoxos» creen ver.
76
Hay que agregar a la simple correlación clasista la influencia de la opinión pública, y tener
en cuenta los muchos factores que propenden a la volatilidad del voto, como sostiene Manuel
Mora y Araujo, El poder de la conversación, Buenos Aires, La Crujía, 2005. Ver Opinión pública;
Voto: ¿voluntario u obligatorio?; Voto, su volatilidad.
40 Repertorio político latinoamericano
77
Emigración; Sierra peruana: migraciones desde y en el valle del Mantaro; Campesinado
andino; Migraciones internas; Migración rural-urbana.
78
Ver Gino Germani, Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós,
1962; Ghita Ionescu y Ernest Gellner., Populismo: sus significados y características nacionales,
Buenos Aires, Amorrortu, 1970; Michael Conniff, Latin American Populism in Comparative Per-
pective, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1982; Robert Dix, «Populism: Authorita-
rian and Democratic», LARR 20:2 (1985).
79
Sin embargo en Gran Bretaña tuvo algo que ver con el crecimiento del New Unionism a
fines del siglo XIX, en los Estados Unidos con el surgimiento del Congress of Industrial Organiza-
tions, en contraste con la más artesanal American Federation of Labor, y en Francia con el rápído
crecimiento del Partido Comunista a expensas de los Socialistas y Sindicalistas Revolucionarios.
80
Voto, su extensión y secreto en Chile; Argentina y Chile, contraste de sus tasas de aumento
de la participación electoral.
81
Chile, sistema político: orígenes históricos; Ibañismo; Anarquía civico-militar; Frente Popu-
lar, contraste entre Argentina y Chile; Uruguay, sistema político; Uruguay, régimen colegiado;
Frente Amplio; Partido Nacional o Blanco; Batllismo.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 41
ca haber tenido el rol crucial. En cualquier país del mundo hay decenas de Napoleones,
Lenines o Mussolinis, por no hablar de Perones o Vargas, que andan hablando solos
por la calle o con sus esposas en la cocina. Lo oportunidad no les sonrió, o quizás nos
sonrió a nosotros. Lo que debe investigarse, en cada caso, es cuáles son las tensiones
existentes en la pirámide social, especialmente al interior de sus estratos altos o medios,
que generan la elite anti status quo, o antilelite, capaz de asumir un rol político impor-
tante, generando de entre sus números al líder. Lo que hay que explicar es porqué un
sector que pertenece a la parte relativamente privilegiada de la sociedad adopta actitu-
des que lo enfrentan contra la mayoría de los beneficiarios de ese sistema. Para moti-
varlos a salir de la normalidad de su básica identidad de clase es necesario que existan
fuerzas de mucho peso. Meros factores ideológicos pueden contribuir a generar este
tipo de fenómeno, pero en general es deseable ir atrás en las líneas de causación, en
busca de factores estructurales, aunque no siempre sea posible detectarlos.82
También las migraciones internacionales tienen importantes efectos políticos, por-
que en los países receptores se crea una heterogeneidad que puede producir conflictos
entre comunidades inmigradas, como en los Estados Unidos, o crear un vacío de parti-
cipación si ellos no toman la ciudadanía, como en la Argentina.83 Los grados y formas
de integración de los inmigrantes son también muy variados, y hay que distinguir entre
la integración social, o sea la mezcla étnica (muy alta en general en el continente), con
la integración política, o sea la adopción de la ciudadanía (que en cambio ha sido rela-
tivamente baja hasta tiempos recientes, afectando incluso a sus hijos).84 El impacto de
estos flujos migratorios internos o externos sobre el sistema político partidario puede ser
muy grande, primero de todo, en afectar las formas de expresión de las clases popula-
res y en la derecha empresarial, debilitada si muchos de sus componentes no son nacio-
nales ni nacionalizados, como por muchas décadas fue el caso en la Argentina.
SECCIÓN 6
LA EVOLUCIÓN INSTITUCIONAL Y LOS REGÍMENES
DICTATORIALES
La herencia colonial fue muy pesada, tanto en las áreas antes españolas como en
la portuguesa. Extrañamente, esta última tenía un aspecto contradictorio, porque alber-
gaba un sistema esclavista en mayor medida que en otras partes de la región, salvo
Cuba y las Antillas, pero estaba más abierta al comercio internacional, como ya se
comentó, lo que creaba un elemento de modernidad. Al fin y al cabo la esclavitud era
bastante compatible con la modernidad, como lo demostraban los Estados Unidos.
Hasta cierto punto, claro está, pero Brasil pudo sortear el fin de la institución sin dema-
siados traumas. En el resto del continente las estructuras económicas y sociales existen-
tes sufrieron diversos tipos de dislocaciones, pero pocos progresos sostenidos, debido
al caos generado por las guerras de independencia, que agitaron a las masas hasta
82
Guerra Mundial, su impacto; Nacionalismo popular; Falangismo.
83
Extranjeros, su participación política; Industriales e inmigrantes en la Argentina.
84
Inmigración (varios artículos).
42 Repertorio político latinoamericano
85
Participación popular; Perú: Ramón Castilla, los liberales y la expansión del voto; Plebe y
política; Municipios y presión popular; Iturbide y el cesarismo popular.
86
Liberalismo radical en México; Otero, Mariano, su análisis de la sociedad mexicana. Entre
las facciones de esos tiempos están los Escoceses; Yorkinos; Moderados; Exaltados; Pelucones;
Pipiolos; Unitarios; Federales, Draconianos, Gólgotas.
87
Rosas; Rosismo; Frontera; Rebelión de la población rural pampeana; Esteban Echeverría;
Argentina y México, contraste de estructuras. Otro régimen dictatorial, presumiblemente con apo-
yo popular, fue el del Dr Francia y los López en Paraguay. Ver Francia, José Gaspar Rodríguez de;
López; Socialismo lopizta; Campesinado, su rol militar en el Paraguay colonial; Guerra del Paraguay.
88
Anarquía cívico militar (Chile, 1810-1814); Bernardo de Monteagudo; Liberalismo mexica-
no; Partido Liberal venezolano; Partido Conservador venezolano; Colombia, sistema político;
Revolución liberal colombiana; Andrés de Santa Cruz; Artigas y la lucha por la tierra en Uruguay.
89
Alberdi y Sarmiento, polémica de Quillota.
44 Repertorio político latinoamericano
90
Bogotá, movimiento de independencia; Cartagena; Nariño, Antonio, y la lucha entre cen-
tralistas y federales; Colombia, intensidad histórica de su regionalismo; Diego Portales; Coalicio-
nes políticas, su ruptura: la creación del Partido Liberal en Chile; Partido Nacional (Chile, siglo
XIX); Fusión liberal-conservadora.
91
Alberto Edwards, La Fronda aristocrática, reedición, Santiago, Editorial Universitaria, 1982.
Cuando escribió esto, Edwards era asesor de Carlos Ibáñez, dictador que trataba de sacar al país
del marasmo todavía heredado de la República Parlamentaria y del infructuoso intento de Arturo
Alessandri de buscar una salida democrática y ejecutivista, bordeando el volcán encendido por la
Revolución Rusa. De hecho Carlos Ibáñez, a pesar de sus intenciones, formó parte de otro perío-
do de anarquía cívico militar, de la que se salió con la vuelta al poder en 1932, ya más corrido
hacia la derecha, del mismo Alessandri derrocado en 1924. Ver Golpes de Estado de 1924 a
1932; Anarquía cívico militar (Chile, 1924-1932).
92
José Manuel Balmaceda; Guerra del Pacífico.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 45
el régimen conocido como Regeneración. Al final las tensiones internas se fueron reafir-
mando, y desembocaron en la sangrienta Guerra de los Mil Días, aunque luego el tradi-
cional bipartidismo se reafirmó de manera más pacífica pero nunca muy consensual.93
En Venezuela se habían dado continuas alteraciones del orden, incluyendo una gran
conmoción, con ribetes de «guerra social», la llamada Revolución o Guerra Federal
(1859-1863), en que emergieron caudillos como Juan Crisóstomo Falcón y Ezequiel
Zamora, este último aún ahora visto por un sector de la opinión como símbolo de las
luchas populares. Quien intentó superar este dilema, aunque surgido de las filas de la
rebelión popular federal, fue Antonio Guzmán Blanco, en un régimen constitucional a
través del cual quiso perpetuarse en el poder en una manera extraña. Ya que no había
condiciones para que se reeligiera indefinidamente, optó por cambiar la Constitución,
haciendo que los períodos presidenciales duraran sólo dos años, esperando de esa
manera neutralizar a sus sucesores y seguir siendo el poder en la sombra. Su régimen
duró bastante, pero al final volvió el caos, que fue suprimido de manera más brutal por
dos caudillos que simbolizaron el poder despótico en el continente: Cipriano Castro y
Juan Vicente Gómez, quien dejó la silla presidencial, asumida en 1909, sólo con su
muerte en 1935.
En varios países latinoamericanos el intento de reproducir este tipo de regímenes
generó estructuras más simplemente dictatoriales, a menudo usando un rótulo llamado
Partido Liberal, del que uno de los últimos representantes fue Anastasio Somoza, junto
a sus dos hijos. En este último caso su llegada al poder fue tras la agitación causada por
la rebelión de Augusto César Sandino contra la invasión de los Marines norteamerca-
nos. Menos conocido es el fuerte desarrollo conseguido bajo su conducción, así como
el apoyo popular obtenido, y el par de ocasiones en que tuvo la colaboración del Par-
tido Comunista. Algo parecido ocurrió con Rafael L. Trujillo en la República Dominica-
na, y de manera algo distinta con Gustavo Machado en Cuba. No es casualidad que los
tres terminaran con insurgencias guerrilleras o asesinatos.94
En el Ecuador hubo un contradictorio fenómeno de modernización conservado-
ra, dirigido por Gabriel García Moreno, quien quiso instaurar una sociedad sólidamente
católica como base de un gobierno fuerte y a su manera desarrollista. Con eso buscaba
superar décadas de luchas entre liberales costeños y conservadores serranos. Su régi-
men cayó ante una sublevación liberal, y se volvió a una alternancia entre ambos ban-
dos, rota en 1925 por una rebelión militar, que recuerda a los tenentes brasileños, pero
que a diferencia de éstos, que se canalizaron en el sólido régimen varguista, dieron
nacimiento a una seguidilla de gobiernos civiles y militares, incluyendo la permanente-
mente frustrada experiencia populista de José María Velasco Ibarra.95
En el Perú nunca hubo un fenómeno parecido al de México, y el país siguió
por mucho tiempo con una caótica alternancia de gobiernos civiles y militares, estos
últimos a menudo con tendencias a la movilización popular, entre ellos Ramón Cas-
tilla y Andrés Cáceres, héroe este último de la guerra contra Chile, e inspirador aún
ahora de movimientos nacionalistas que lo usan como símbolo, entre ellos el Etno-
cacerismo de Ollanta Humala. La derecha hizo intentos de formar una organización
conservadora, con el nombre de Civilismo, que buscó convivir y alternarse en el
93
Radicalismo colombiano; Rafael Núñez.
94
Sandinismo; Coaliciones políticas, su ruptura (Nicaragua); Revolución Nicaragüense; Revo-
lución Cubana de 1933; Sindicalismo cubano; Dominicana, de Trujillo a Bosch; Trujillismo popular.
95
Ecuador, estructura social rural en la Costa; Gabriel García Moreno; Eloy Alfaro; Revolu-
ción liberal ecuatoriana (1895); Migraciones internas, efectos políticos (Ecuador); Ecuador, crisis
del sistema de dominación (1895-1934); Ecuador, historia de sus corrientes políticas; José María
Velasco Ibarra.
46 Repertorio político latinoamericano
poder con otro dirigente popular, más exitoso que Cáceres, Nicolás de Piérola.96 En
Bolivia la situación no fue muy distinta, aunque en alguna medida se vio beneficia-
da por el renovado ciclo de la plata, y el posterior del estaño. En 1899 una revolu-
ción liberal y federal, con apoyo indígena, produjo una transformación temporaria
del sistema, para volver después a lo usual.97
El país que más se acercó en la última parte del siglo XIX a realizar el ideal
portaliano, que Chile había perdido en 1891, fue la Argentina, donde desde 1860
hasta 1930 se consolidó un régimen de libertades públicas y recambio constitucio-
nal de presidentes, puntuado con intentos revolucionario infructuosos, y registran-
do una oposición que al final llegó al poder en 1916 a través de una reforma legal
que garantizó el secreto del voto, y abrió en 1916 la Casa Rosada a la Unión Cívica
Radical con el dirigente carismático Hipólito Yrigoyen. El sistema argentino, duran-
te varias décadas hasta la fecha indicada, formó lo que Alberdi había llamado la
República Posible, y no la utópica, supuestamente Verdadera. El «régimen», como
lo caracterizaba la oposición, se fue consolidando hasta parecerse en algo al Porfi-
riato, pero con más elementos de libertades públicas.98 Un diario opositor, La Pren-
sa, tras la experiencia de la Revolución Mexicana, clamaba (30/5/1911): «Ved el
sistema que cae en México. He ahí el ideal de gobierno fuerte recomendado a la
República Argentina durante treinta años, sistema que lucha todavía para restaurar
su imperio protestado constantemente por el pueblo». Y más tarde, en 1915, consi-
deraba que «son evidentes los puntos de contacto entre la situación mexicana y la
argentina», aunque pensaba que el presidente argentino tenía «la oportunidad de
reparar en su país los estragos de un legado análogo al mexicano». Es muy proba-
ble, aunque difícil de demostrar, que el ejemplo de lo que ocurría en el país del
norte haya estimulado a las elites argentinas a reformarse, aún a riesgo de tener que
entregar parte del poder, para evitar perderlo todo en una catástrofe revolucionaria,
que hoy parece imposible en aquellos prósperos años de los ganados y las mieses,
pero que los contemporáneas consideraban bastante factible si no se operaba con
cuidado.99
En Uruguay también hubo un intento de modernización autoritaria, con los
presidentes Lorenzo Latorre y Máximo Santos, que operaron dentro de la muy
heterogénea estructura de los dos partidos clásicos, cuya convivencia siempre esta-
ba al borde de la guerra civil. Para evitarla se establecieron diversos tipos de pactos
y de entendimientos, pero al final estallaron dos fuertes insurrecciones del líder
blanco Aparicio Saravia, que entre otras cosas indicaban a los observadores de la
vecina orilla lo que podía ocurrir si se perdía el control de la situación. Mucho peor
fue, después, el caso mexicano. Dentro del Partido Colorado se dio una mutación
interna, con el liderazgo del reformista José Batlle y Ordóñez, a quien a veces se
equipara al radicalismo argentino. Algún parecido efectivamente hay, pero hay que
tener en cuenta que el batllismo se creó con una costilla del régimen oligárquico
bifronte colorado-blanco, mientras que en la Argentina el Radicalismo fue una fuer-
za externa.100 En Paraguay, tras la caída del régimen lopizta en 1870 huno una
etapa de intervención extranjera, y luego la lenta cristalización de un sistema bipo-
96
Guano, ciclo del; Perú, estructura social rural en un valle de la Costa; Rebeliones indígenas
peruanas, siglo XIX; Inmigración china en el Perú; Movimiento obrero peruano; Conservadoris-
mo en el Perú; Nicolás de Piérola; Guillermo Billinghurst.
97
Estaño, ciclo del; Simón Patiño; Revolución Federal, Bolivia.
98
Carlos Pellegrini; Laicismo y conflicto con la Iglesia; Liberalismo reformista.
99
Leandro Alem; Conservadorismo argentino; Socialismo, su difusión en la Argentina.
100
Uruguay, régimen de coparticipación; Uruguay, rebeliones de Aparicio Saravia.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 47
lar, entre un Liberalismo con fuerte apoyo argentino, y una Asociación Nacional
Republicana o Partido Colorado más ligado, aunque al principio con reticencias, al
pasado nacional.101
101
Paraguay, Revolución Liberal de 1904; Cecilio Báez; Justo Pastor Benítez; Bernardino
Caballero.
102
Emiliano Zapata; Flores Magón; Anarquismo mexicano; Sindicalismo mexicano; Partidos
de integración policlasista; Partido Revolucionario Institucional; Partido Acción Nacional.
103
Anarquismo peruano; Indianismo; Manuel Gamio; Matanza de Trujillo.
104
Coaliciones políticas en los inicios del Peronismo; Laborismo argentino; Revolución Brasi-
leña; Laborismo brasileño; Integralismo; Estado Novo; Industrialización brasileña; Burguesía na-
cional; Brasil y Chile, contraste de estructuras; Argentina y Brasil, contraste de estructuras; Vargas
y Perón, vidas paralelas. Ver además Ernesto Laclau, Politics and Ideology in Marxist Theory.
Capitalism. Fascism. Populism, Londres, Verso, 1977; Emilio De Ipola, «Ruptura y continuidad:
claves parciales para un balance de las interpretaciones del peronismo», Desarrollo Económico
29, n° 115, octubre-diciembre 1989.
48 Repertorio político latinoamericano
105
Conservadorismo chileno; Conservadorismo argentino.
106
Batllismo; Uruguay, fragmentación partidaria; Uruguay, golpe y contragolpe (1933 y 1942).
107
Coaliciones políticas, su ruptura: el acceso del Liberalismo al poder en Colombia; Colom-
bia, regionalización de sus conflictos internos; Campesinado colombiano, su futuro.
108
Bipartidismo colombiano; Frente Nacional, antecedentes y desenlace; Guerrilla colombia-
na; M-19, de guerrilla a movimiento democrático.
109
Golpe de Estado de 1945; Bipartidismo venezolano; Venezuela, sistema político (1945-
1973); Divisiones partidarias; Partido Comunista venezolano; Guerrilla venezolana.
110
Colombia y Venezuela, contraste de estructuras; Populismo y violencia: contraste entre
Colombia y Venezuela; Sistema político venezolano previo a su crisis (1989); Representación,
crisis de (Perú y Venezuela); Hugo Chávez.
111
Socialismo militar; Movimiento Nacionalista Revolucionario; Reforma agraria; Paraguay,
desarrollo económico; Movimientos campesinos, Paraguay (siglo XX); Ideas políticas en Bolivia y
Paraguay.
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 49
Empezando en los años sesenta se dio una radicalización, influida por la Revolu-
ción Cubana de 1959, de movimientos populares de diversos matices ideológicos, des-
de el socialismo clásico hasta el populismo.112 Como reacción se generó una ola de
dictaduras de apoyo militar y civil, algunas de las cuales fueron efectivas en lograr el
desarrollo, con recetas económicas nacionalistas, como en Brasil (1964-1985), o neoli-
berales, como en Chile (1973-1989). En la Argentina, por contraste, hubo una serie de
intentos militares, desde la llamada Revolución Libertadora (1955-1958), seguida de
regímenes civiles restrictivos, por estar interdicto el principal partido popular, pasando
por el intento más desarrollista con mezcla de nacionalismo y neoliberalismo de la «Re-
volución Argentina» (1966-1973) y finalmente el más sangriento y menos exitoso eco-
nómicamente, el denominado «Proceso» (1976-1983).113 En otros casos los golpes
militares tuvieron el doble rol de frenar la violencia revolucionaria y de establecer serias
reformas sociales, que se consideraban necesarias para salvar al sistema de su disolu-
ción, o sea «hacer la revolución desde arriba para evitar que se la hiciera desde abajo».
Pero hubo quienes, entre las mismas filas de los uniformados, como Juan Velasco Alva-
rado, y sus asesores civiles en el Perú, creyeron sinceramente en este tipo de sistema
para cambiar las cosas en países con una fuerte carga de tradicionalismo y control por la
derecha. Entre otras cosas, esto pronosticaba posibles enfrentamientos entre fuerzas
armadas, que podrían degenerar en guerras civiles, y hacer que el remedio fuera peor
que la enfermedad. Para entender las mutaciones en la mentalidad militar, nada mejor
que leer La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, y fijarse en los insondables
resentimientos del suboficial que maltrataba a los «muchachos» del Liceo y que al final
de la novela revela sus verdaderos sentimientos. La involucración posterior de la dictadura
argentina en las Malvinas confirmó las peores aprehensiones, y es uno de los motivos por
los cuales las derechas continentales descubrieron su vocación democrática.114
Las formulaciones neoliberales fueron luego adoptadas en diversos lugares por
gobiernos democráticos, algunos de orígenes de derecha, otros populares o aún social-
demócratas, en parte por los compromisos adquiridos durante la transición, en parte
por influencias internacionales, o por una reacción contra algunas convicciones anterio-
res que ahora eran vistas como simplistas, o directamente equivocadas, como ocurrió
entre quienes antes habían visto a la Unión Soviética o al fidelismo como ejemplos a
seguir. Pero la critica a esas fórmulas neoliberales se ha hecho cada vez más fuerte en
los primeros años del siglo XXI.115
112
Perón y la guerrilla; Furtado, Celso: su análisis de la coyuntura socioeconómica brasileña
previa al golpe de 1964; Coaliciones políticas, su ruptura: la división de la alianza varguista y el
golpe militar (1964); Movilizaciones rurales previas a la Revolución Peruana; Sendero Luminoso;
Socialismo en el Caribe.
113
Burocrático-autoritario (régimen) y democracia delegativa; Intereses organizados;
Neocorporativismo; Pacto militar-sindical; Salvador, régimen pretoriano; Salvador, anarquía cívi-
co-militar. Ver Fernando Henrique Cardoso y Francisco Weffort, América Latina. Ensayos de
interpretación sociológico-política, Santiago de Chile, Tiempo Latinoamericano, 1970.
114
Revolución Peruana; Peruanismo militar; Democratización en el Perú.
115
Globalización; Chile, efectos sociales del modelo neoliberal; Sindicatos y partidos políticos,
sus relaciones en las reformas de mercado; Mercosur y ALCA; Tratado de Libre Comercio de
América del Norte; Ventajas comparativas.
50 Repertorio político latinoamericano
SECCIÓN 7
REDEMOCRATIZACIÓN Y REFORMA: LOS SISTEMAS DE
PARTIDOS POLÍTICOS
Los partidos políticos son los responsables de armar un sistema en que pueda
haber un gobierno con capacidad ejecutiva y que al mismo tiempo sea responsable
ante la opinión pública. Es un equilibrio difícil, y a menudo en América Latina se ha
fracasado en obtener ese equilibrio. De ahí la importancia de conocer cómo funcionan
y qué intereses e ideas representan los partidos políticos de la región, porque ellos son
los obreros de una construcción institucional que ayude a crear una nación sólida sobre
la base de lo que a veces parece ser una mera agregación territorial.116
En México el régimen presidido por los herederos de la Revolución mantuvo
durante toda su trayectoria, desde la fundación en 1929 del partido (hoy con el nombre
de PRI), una sucesión canónica de presidencias «fuertes» cada seis años, sin reelección,
pero con la atribución, de hecho, del mandatario saliente de «indicar» a su sucesor, sin
necesariamente tener que contar los votos demasiado prolijamente. El sistema ha sido
considerado por algunos observadores como de hecho autoritario, semejante a las dic-
taduras que imperaron en otras partes de la región. Esto es una distorsión de la reali-
dad, aunque sí es cierto que ella distaba de llenar todos los requisitos de un sistema
«republicano». Con el tiempo, de todos modos, hubo cada vez más transparencia elec-
toral, y al final en el año 2000 la oposición, de derecha, desplazó al PRI del poder. Esto
se debió en buena medida a que el viejo tronco del PRI sufrió una escisión de izquierda,
el Partido de la Revolución Democrática, y ése fue el principio del fin. El hecho es
interesante para quienes consideran que partidos con «vocación de poder», como el
mexicano o el Justicialista, pueden pelearse internamente pero al final siempre se unen,
justamente para no perder sus privilegios. Por otra parte, el fuerte desarrollo económico
registrado por décadas contribuyó a pluralizar las estructuras de poder, y facilitó la tran-
sición, aparte de que la presión internacional era cada vez más grande.117
En Cuba, en cambio, la transición es más problemática, y según muchos observa-
dores depende de la vida de Fidel Castro.118 En Nicaragua un sistema revolucionario,
parecido ideológicamente y en cuanto a sus objetivos al cubano, evolucionó hacia la
democracia sin excesivos traumas, aunque siempre hostigado desde afuera. En esto
último no difiere de Cuba, pero sí en la ausencia relativa de apoyo ruso. El Sandinismo
sigue siendo un partido fuerte, y ha vencido en las elecciones presidenciales de 2006,
aunque debido a la división de sus antagonistas, y ya reorientado hacia la moderación
y la legitimación del adversario. En otras partes de América Central también los movi-
mientos guerrilleros, sin haber llegado al poder, se han perfilado como importantes
fuerzas en un panorama pacificado después de largas luchas civiles.119
116
Presidencialismo y parlamentarismo; Democracia, definición minimalista.
117
Coaliciones políticas, su ruptura: la división del Partido Revolucionario Institucional; Dere-
cha mexicana (coyuntura de 1941); Sistema de partidos políticos, su fragmentación en México;
Partido de la Revolución Democrática; Reforma electoral; Competitividad electoral; Transición a
la democracia, México.
118
Revolución Cubana; Cuba, Iglesia y política; Transición a la democracia, Cuba: escenarios
alternativos.
119
Dictadura militar, democracia restringida y terror en Centroamérica; Guerrilla centroameri-
cana; Mujeres, poder y lucha por los derechos humanos en Guatemala; Derecha salvadoreña, su
fuerza electoral tras la guerra civil; Elecciones en El Salvador; Estratificación social post-revolucio-
naria; Elecciones y polarización política (Nicaragua).
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 51
120
Dominicana, sistema político; Coaliciones políticas en la República Dominicana.
121
José Figueres; Partido de Liberación Nacional; Costa Rica, sistema político; Costa Rica,
estabilidad de los resultados electorales; Sindicalismo bananero en Costa Rica; Bipolarismo al
tripolarismo; Arnulfo Arias; Panamá, la bipolaridad Arnulfo Arias/Omar Torrijos.
122
Populismo y neopopulismo en Colombia.
123
Bolivia, mutación del sistema de partidos políticos; Indígenas, sus movimientos políticos en
Bolivia; Paraguay, sistema político; Uruguay y Nueva Zelanda, contraste de estructuras.
52 Repertorio político latinoamericano
124
Derechos humanos y sistema político (Argentina); Ligas agrarias; Desarrollo económico
argentino en la década de 1990; Argentina y Australia, contraste de su desarrollo económico.
125
Sistema de partidos políticos, Brasil; Partidos políticos, ideología y clase social (Brasil);
Partido dos Trabalhadores.
126
Elecciones y estratificación social (Chile).
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 53
127
Rolando Franco, Tipología de América Latina, Santiago de Chile, Ilpes, serie II, Anticipos
de Investigación no. 17, 1973; Ruth Berins Collier y David Collier, Shaping the Political Arena:
Critical Junctures, the Labor Movement, and Regime Dynamics in Latin America, Princeton,
Princeton University Press, 1991; J. Samuel Valenzuela, «Movimientos obreros y sistemas políti-
cos: un análisis conceptual y tipológico», Desarrollo Económico 23, n° 91, 1983; Richard Gott,
comp., Guide to the Political Parties of Latin America, Middlesex, Penguin Books, 1973; Jean
Pierre Bernard et al., Tableau des partis politiques en Amérique du Sud, París, Armand Colin, 1969.
Ver Modelo del proceso político; Coaliciones políticas; Bipolaridad política o «empate social».
54 Repertorio político latinoamericano
clases medias, fue reemplazado en las preferencias de su electorado, desde la mitad del
siglo veinte, por la Democracia Cristiana, ante la disminución de la vigencia de los
temas anticlericales.
(c) La bipolaridad Derecha-Izquierda. Este esquema es una simplificación del
anterior. En un determinado momento, ante el fortalecimiento de las fuerzas sindicales
y socialistas, se produce una unificación de los partidos «burgueses», o la desaparición
de uno de ellos. Es así como en Gran Bretaña, después de la tripolaridad Conservado-
ra-Liberal-Laborista, que corresponde al modelo (b), se fue a una básica bipolaridad,
desapareciendo o debilitándose notoriamente uno de los dos partidos del esquema
anterior, en este caso el Liberal. Quedan entonces un partido basado en la mayor parte
de los sectores capitalistas, pero con capacidad de cooptar a las clases medias y a una
parte de las populares, sobre todo rurales; y otro anclado en los grupos obreros organi-
zados, así como en una minoría «progresista» o intelectual de las clases medias. En los
países de alto desarrollo este esquema es el más común, especialmente en Europa
Occidental, Israel, Australia y Japón. A veces en cada hemisferio político en vez de un
partido existe un sistema de dos o más partidos, casi permanentemente aliados. Así,
por ejemplo, en Francia están las dos fuerzas de origen gaullista, y en Suecia el trío
formado por los Conservadores, los Liberales, y los Agrarios o Centristas, que han
formado por décadas la oposición a la socialdemocracia, con la que tienen un notable
equilibrio de votos. En América Latina este modelo en general no se da. Se podría
pensar sin embargo que Uruguay y Chile están al borde de que ello ocurra. Para eso en
Uruguay el Frente Amplio debería consolidarse, y los dos partidos tradicionales, Colo-
rados y Blancos, unirse permanentemente, o bien uno de ellos desaparecer o disminuir
radicalmente, quizás por división. En Chile la tendencia podría ser de tipo algo distinto.
Contra la alianza de la Derecha, debería fortalecerse la permanente coalición democris-
tiana-socialista, dejando reducida a una minoría poco significativa a la extrema izquier-
da. Esta bipolaridad de Derecha e Izquierda es la que se da, en la actualidad y desde
hace décadas, en casi todos los principales países industrializados, incluyendo a los
Estados Unidos. En este último país la izquierda no está representada por un partido de
ideología socialista, sino por uno de raíces populares y alta composición sindical, aun-
que más mezclado en sus apoyos sociales. Por otra parte, en algunos países las lealta-
des étnicas y religiosas crean divisiones que complican la básica bipolaridad a que he-
mos hecho referencia.
(d) Los partidos de integración policlasista. El caso típico de un partido que inte-
gra a fuertes sectores organizados en los diversos estratos sociales ha sido el PRI mexi-
cano, en sus tiempos de gloria. No se trata sólo de tener adherentes en los varios niveles
económicos, lo que ocurre prácticamente con cualquier formación electoral. Lo que
caracteriza a estos partidos es que importantes grupos organizados, tanto del empresa-
riado como de las capas medias y de los sindicatos y campesinos, se integran en una
misma estructura, aún cuando mantengan dentro de ella ciertas diferencias. Cuando se
han dado condiciones revolucionarias, producto de una guerra civil interna, o de la
lucha por la independencia contra una potencia colonial, es más fácil que se genere un
partido integrador policlasista. Ello ocurre con el Partido del Congreso de la India, que
pudo reunir desde fuertes capitalistas hasta campesinos, obreros, y sectores de clase
media. Igualmente sucede en la mayor parte de los países africanos y los del Medio
Oriente, donde prevalecen formas de «socialismo árabe», que incorporan desde los
estratos más altos de la sociedad (burócratas y militares cuando no hay capitalistas
privados) hasta los más bajos. En Brasil la casi permanente alianza varguista clásica, del
PSD más el PTB, vigente hasta el golpe de 1964, se parece mucho a un partido de
integración policlasista. Se diferenciaba del caso mexicano en que en Brasil no hubo
una revolución, lo que daba más fuerza a la Derecha tradicional, externa a esta coali-
ción. En un país en que domina una estructura de integración policlasista es común que
se formen a la derecha y a la izquierda pequeños partidos que agrupan a los sectores
más duros, o intransigentes, de las clases altas, o de los militantes obreros o intelectua-
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 55
Lula, en el modelo socialdemócrata (g). A los partidos de este grupo se los ha llamado
«populistas obreros» para señalar dos de sus características estratégicas. No es, por
supuesto, que sólo tengan apoyo en ámbitos obreros. Lejos de ello, los partidos que
siguen la pauta «peronista» tienen importantes apoyos, como se acaba de decir, en
sectores altos de la población. En ese sentido, su influencia se extiende ampliamente en
la gama de estratificación social del país, pareciéndose en algo a los de integración
policlasista, como el PRI mexicano. Hay una diferencia muy grande, sin embargo, y es
que en el modelo PRI clásico el apoyo entre los empresarios y las clases medias era muy
fuerte, y oscurecía —estratégicamente, aunque no en número de votantes, por supues-
to— al que tenía en los sectores humildes. En el peronismo, aunque hay significativas
minorías de los estratos altos que lo apoyan, ellas en general son muy minoritarias en
sus clases de origen, y poco legitimadas en términos de los valores corrientes en ellas.
Estos partidos, como todos, pueden evolucionar en el tiempo, y a menudo se considera
que el peronismo ha tendido, especialmente durante la presidencia de Carlos Menem,
a convertirse en un partido englobador de los más diversos grupos sociales, como el
PRI. Pero es difícil que ello ocurra, salvo en una coyuntura de «posguerra» (o post
hiperinflación) pues en un país con fuerte y antigua composición urbana como la Ar-
gentina, con una sociedad civil bastante organizada, existe una tendencia a que los
grupos sociales se dividan según la composición clasista predominante en cada uno de
ellos. O sea, es muy difícil, por no decir imposible, que en el mismo partido se encuen-
tren los principales grupos organizados de sindicalistas y de patrones. La experiencia
internacional comparativa —no la lógica ni el sentido común— así lo sugieren. Otra
cosa es que se establezcan alianzas y convergencias o pactos. Dos miembros más re-
cientes de este grupo, aunque periféricamente incluibles en él, son los movimientos
dirigidos por Hugo Chávez en Venezuela y por Evo Morales en Bolivia. Ha habido otros
intentos, al parecer fracasados, como el de Lucio Gutiérrez en Ecuador. Más dudosa es
la situación de Ollanta Humala en el Perú.
(g) Partidos socialdemócratas. Este tipo de partido fue creado en Europa, como
resultado de la Revolución Industrial y la lenta ampliación del derecho a voto. Se dio
una convergencia entre la elaboración ideológica de intelectuales críticos, y la lucha
económica de los obreros organizados en sindicatos. El Estado, en casi todos los casos,
fue ajeno a esta creación, aunque desde temprano trató de encauzarla. Estos partidos
desarrollaron actitudes de fuerte confrontación contra los poderes gobernantes y contra
las clases propietarias, apoyados en una concepción total de lo que podía ser una socie-
dad ideal. Esto los llevó en coyunturas especiales a intentar salidas revolucionarias, que
según la teoría que los inspiraba debían producirse como resultado inevitable de la
acumulación de tensiones debidas al mismo crecimiento capitalista. Como es sabido,
esos fenómenos revolucionarios sólo tuvieron éxito en países periféricos, donde el de-
sarrollo industrial no estaba muy avanzado, o no se había difundido más que en ciertas
áreas minoritarias, o enclaves socioeconómicos. No es extraño, por lo tanto, que en
esos casos las fuerzas que generaron el cambio fueran bien diversas de lo que la teoría
preveía para los países de mayor avance industrial y cultural, como se verá en el punto
siguiente. Después de desarrollos tan frustrantes como la degeneración totalitaria de las
experiencias de toma revolucionaria del poder, se fue consolidando cada vez más una
estrategia alternativa, básicamente moderada, pero con capacidad de representar los
sentimientos e intereses de una mayoría de los sectores populares. Bajo esta orienta-
ción, los partidos socialdemócratas han adquirido en Europa, Australia y Japón un
perfil particular, al que se han plegado lentamente la mayor parte de los partidos comu-
nistas. En América Latina este tipo de partido ha sido difícil de establecer, siendo sus
principales ejemplos con raíces históricas el Partido Socialista de Chile, y el de la Argen-
tina hasta verse reducido a una escasa representación por la emergencia del peronismo.
En tiempos más recientes el conjunto denominado Frente Amplio en Uruguay, y el
Partido dos Trabalhadores (PT) de Brasil, se acercan a este modelo. Este grupo de
partidos no debe ser confundido con otros, como los «apristas» (punto e), que a menu-
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 57
Unidos, Japón y Australia. En otros casos, en los inicios del siglo XX, como los del
Partido Autonomista Nacional (PAN) roquista y sus transmutaciones en la Argentina, o
los Partidos Republicanos estaduales en Brasil, organizaciones elitistas y algo fraudulen-
tas conseguían, de todos modos, armar un sistema institucional con bastante amplias
libertades públicas a pesar de la sistemática distorsión de los resultados electorales,
como en más de un país europeo de aquel entonces. Representaban un canal para la
expresión de intereses conservadores, proveyendo a una cierta circulación de las elites
entre la esfera gubernamental y la privada, dando a las clases altas una sensación de
participación y control sobre el proceso político. En Chile una versión de lo mismo, con
algo más de rotación en el poder, se daba a través de los partidos Conservador y Libe-
ral, dividido este último en numerosas facciones. Después del interregno pinochetista,
esas dos fuerzas reemergieron con una diversa combinación de características, pero de
nuevo formando dos organizaciones, como se indicó más arriba. En muchos países del
continente, durante largos períodos, ha habido una notable debilidad electoral de par-
tidos que, bajo cualquier nombre, puedan ser denominados conservadores o de dere-
cha. Para merecer este nombre deben estar presentes dos características: ser apoyados
por una mayoría o fuerte sector de las clases altas, y tener una ideología de identifica-
ción con los intereses de esas clases y con las necesidades de la acumulación de capital.
A veces, ante la ausencia de fuertes partidos de derecha, su rol ha sido cumplido por
partidos de centro, como Acción Popular en Perú. En otros casos, como en el mismo
Perú, se forma súbitamente un movimiento en torno a una personalidad como el Movi-
miento Libertad de Mario Vargas Llosa. Algo parecido ocurrió en Brasil con el fenóme-
no suscitado por Fernando Collor de Mello, pero por diversos motivos éste no cuajó
como expresión permanente. En países como México la derecha puede ser asumida
sea por un partido claramente de ese origen, como el PAN, o bien por el mismo PRI, a
pesar de sus raíces revolucionarias, tras la pérdida de su izquierda. Como ya se dijo al
describir el modelo integrador policlasista (modelo d), una vez consolidada la situación
postrevolucionaria, el partido que la ha generado tiende a derechizarse, y podría llegar
a convertirse en la principal expresión de una nueva derecha, con alta capacidad de
integración de sectores medios y populares. Este rol de nueva derecha es perfectamen-
te compatible con la existencia de otro partido más de derecha, o ideológico —como el
PAN— y ésa era la tendencia que parecía imponerse en las últimas décadas de la vida
política mexicana. Sin embargo, una cierta renovación institucional, y el peso de las
tradiciones e imágenes revolucionarias, tiende por el momento más bien a una triparti-
ción del electorado, con el PRI ejerciendo un rol de centro, más que de derecha, la que
en cambio seguiría canalizándose preferentemente hacia el PAN. Otro fenómeno que
hay que diferenciar del modelo conservador, es el de partidos populistas con elementos
derechistas en su ideología, como el peronismo. Ya en el punto (f) se han hecho consi-
deraciones acerca de esta necesaria distinción.
(j) Variantes en los partidos centristas de clase media. En países latinoamericanos
con mediano para alto desarrollo económico, urbano y educacional, es común encon-
trar partidos basados en la clase media, con una mentalidad democrática centrista, a
veces con algunos ribetes populistas y corrientes de izquierda, pero básicamente mode-
rados. Los Radicales son los casos paradigmáticos, en sus expresiones argentina y chi-
lena, así como los Colorados y los Blancos uruguayos. Los Demócrata Cristianos han
asumido este rol en varios países del área, sobre todo Chile, donde su rol de centroiz-
quierda está definido por la existencia de un importante sector de derecha externo a sus
filas. En Venezuela, en cambio, al no haber una fuerza considerable más a su derecha,
el democristiano COPEI canalizó intereses conservadores y empresariales en mayor
medida que en el caso chileno. En Brasil este rol en la actualidad es desempeñado, en
primera aproximación, por el centrista PMDB, a pesar de sus orígenes varguistas, que le
otorgan una cierta tradición populista. Los partidos populistas de clase media («apris-
tas»), si en determinadas coyunturas pierden su apoyo sindical y de masas proletarias o
campesinas, se pueden convertir en típicos partidos centristas de clase media. En países
1. La experiencia histórica latinoamericana: ... 59
de alto desarrollo, como los del Primer Mundo, este tipo de partidos no abunda. Tuvie-
ron más vigencia en épocas anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el Partido
Radical era el más poderoso en Francia, el Liberalismo bajo Lloyd George cumplía un
rol semejante en Gran Bretaña, el Zentrum tenía gran vigencia en Alemania —flan-
queado a su derecha por significativas fuerzas conservadoras y nacionalistas— y los
Popolari expresaban sentimientos de amplios sectores católicos de modesto nivel so-
cioeconómico en Italia. Pero el continuado desarrollo de los partidos laboristas y de
izquierda ha debilitado el apoyo a esta posición autónoma de las clases medias, volcán-
dolas en general hacia una alianza o absorción en la Derecha. Es así que en Alemania,
por ejemplo, el antiguo Zentrum ha sido reemplazado por el Partido Demócrata Cristia-
no, que aglutina a las principales fuerzas conservadoras del país. En Francia el electora-
do que antes favoreció a los Radicales pasó, enseguida después de la guerra, por una
breve etapa democristiana (Mouvement Républicain Populaire) y luego se integró en el
Gaullismo. El Liberalismo británico, a pesar de ocasionales resurgencias, también se ha
eclipsado como alternativa de poder. Debe señalarse que en esos países la mentalidad
centrista es muy predominante, y afecta a los principales partidos de cada hemisferio
político, o sea al de la Derecha (moderada) y al de la Izquierda (igualmente modera-
da)128. Esto no quiere decir que hayan desaparecido las diferencias entre esos partidos,
ni que sus apoyos sociales sean ahora equivalentes. Es cierto que casi todos los partidos
son en alguna medida policlasistas, pero las diversas clases sociales tienen bien diversos
pesos relativos en su seno. En el partido (o coalición) de la Derecha está la gran mayoría
de los grupos organizados empresariales, mientras que el partido de la Izquierda (o su
correspondiente coalición) recibe el apoyo de los activistas del movimiento sindical, y
de una parte dominante de la intelligentsia. Se puede argumentar que con un mayor
desarrollo y modernización, los países de América Latina podrán acercarse a ese mode-
lo. En alguna medida, ello significaría un «bel morire» de los partidos centristas y libera-
les, que desaparecerían como fuerza propia, pero legando al cuerpo entero del electo-
rado gran parte de sus valores.
TORCUATO S. DI TELLA
128
Liliana de Riz, «Política y partidos. Un ejercicio de análisis comparado: Argentina, Chile,
Brasil y Uruguay», Desarrollo Económico 25, n° 100, 1986.
60 Repertorio político latinoamericano
2. Guía para el uso de este repertorio 61
CAPÍTULO II
GUÍA PARA EL USO DE ESTE REPERTORIO
129
Para llenar eventuales lagunas en ese conocimiento, se recomienda ver Luis Millones,
Historia y poder en los Andes centrales (desde los orígenes al siglo XVII), Madrid, Alianza, 1987;
Manuel M. Moreno, La organización política y social de los tenochca, México, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 1962; Marcello Carmagnani, Formación y crisis de un sistema feudal:
América Latina del siglo XVI a nuestros días, México, 1976; Tulio Halperín Donghi, Historia
contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1969; o mi Historia de los partidos políticos
en América Latina, siglo XX, Buenos Aires, FCE, 1993. Para el lenguaje de las ciencias sociales,
se puede usar el Diccionario de Política, dirigido por Norberto Bobbio y Nicola Matteucci, o el
Diccionario de ciencias sociales y políticas, Buenos Aires, Ariel, 2004, que yo mismo compilé
junto a Hugo Chumbita, Susana Gamba y Paz Gajardo. Estos diccionarios son principalmente
teóricos, con algunas referencias a fenómenos históricos, mientras que en el presente Repertorio
se opera de manera complementaria, pues la gran mayoría de los artículos se refiere a hechos
históricos o actuales, con una apoyatura mínima de algunos elementos teóricos o metodológicos
de particular relevancia para la temática aquí tratada.
62 Repertorio político latinoamericano
golpe (Gabriel Terra y Alfredo Baldomir, 1933 y 1942). Para tomar otro caso, pode-
mos citar los términos Colombia, estratificación social en el café; o Colombia, campesi-
nado, su futuro; y también Colombia, sistema político: orígenes en el siglo XIX. Como
se ve, son materiales bastante detallados, o particulares. Sin embargo, bueno es indicar
que no se obtendrá, con este Repertorio, una visión completa de toda la temática cu-
bierta.
En el texto de cada artículo se hacen varias referencias cruzadas, que llevan al
lector a otro término. Cuando la referencia es muy general (liberalismo, socialismo,
etc), no se abruma al texto con referencias cruzadas, ni se lo hace cuando por el contex-
to la referencia es obvia. Por otra parte, hay numerosos artículos que son explícitamen-
te comparativos, por ejemplo América Central, contraste de estructuras y revisión teó-
rica; Bolivia y Paraguay, contraste de estructuras; Brasil y Chile, contraste de estructuras;
Guatemala y Honduras, contraste de estructuras; Uruguay y Nueva Zelanda, contraste
de estructuras. Este enfoque comparativo es esencial para el sistema teórico que se
trata de desarrollar en esta obra, y él no sólo figura explícitamente en los referidos y
otros artículos, sino que está implícito en muchos más, y en casi todos los restantes está
sugerido por las referencias cruzadas. Cuando en un artículo se hace una referencia
cruzada a un concepto, no es siempre para aclarar lo que este significa, sino para orien-
tar al lector a buscar casos comparativos.
El criterio con que se seleccionaron los materiales no es inocente. Busca, en algu-
na manera, contribuir a armar una cierta visión general de nuestras sociedades. De
todos modos, se evita claramente el poner sólo una determinada interpretación de los
hechos, y en los más discutidos he hecho un particular esfuerzo de incluir versiones
alternativas, aunque algunas de ellas sean marcadamente partidistas, ideológicas, o,
para sus oponentes, distorsionadas. ¿En vez de eso, podríamos haber incluido sólo
textos neutrales, o. digamos, objetivos? Eso hubiera sido demasiado formal, y ajeno al
objetivo de este Repertorio, que es contribuir a que el lector se vaya formando una
concepción general de la región, mostrando diversas formas de analizar las cosas, y
poniéndolo en contacto con los análisis en boga.
He escrito yo mismo una buena cantidad de términos, cuando no encontraba
otra cosa, o cuando me parecía útil hacerlo para contribuir a darle alguna coherencia al
conjunto, sin por eso transformarlo en un manifiesto propio. Debo decir además, que
este Repertorio no pretende ser una selección de los mejores trabajos sobre cada tema.
No he incluido algunos de los más conocidos o fáciles de obtener, y he tratado de dar
protagonismo a muchos autores que de otra manera serían absolutamente inaccesibles
para casi todos los posibles usuarios de esta obra.
Como en el caso de Rayuela, estos volúmenes pueden abrirse en cualquier lugar,
y si a uno le interesa el tema, leerlo, y si quiere profundizarlo, ir a los otros términos que
aparecen en las referencias cruzadas, o buscar la bibliografía mencionada en el mismo
artículo (en Internet). Si el interés no da para tanto, se puede seguir al azar del propio
Rocinante, lo que quizás despierte el interés en temas antes no sospechados. Si en
cambio uno viene con un objetivo muy claramente definido, puede, primero de todo,
ver si el o los conceptos en que piensa están incluidos en el elenco de todos los térmi-
nos, que se reproduce en el Capítulo III, «Listado de los artículos, clasificado por gran-
des áreas temáticas y por países». Los temas que ahí figuran son 18, y luego vienen 24
países o regiones, listados en el inicio del Capítulo III.
La mayor parte de los artículos figura, por lo tanto, dos veces, una por su área
temática, y otra por el país. En muy pocos casos un término figura en dos áreas temáti-
cas o de países. Lo que no he hecho es un índice de todos los nombres propios, o
temas, con las páginas en que figuran. Hacerlo hubiera consumido demasiado lugar. En
más de un caso, por otra parte, las personas sobre las cuales puede haber interés, pero
que no tienen artículo propio, se incorporan al Repertorio simplemente haciendo refe-
rencia a otro término. Así, aunque tanto Bolívar como Páez tienen artículos propios, ése
no es el caso de Baldomir o Terra, para acceder a los cuales hay que saber que se trata
2. Guía para el uso de este repertorio 63
TORCUATO S. DI TELLA
64 Repertorio político latinoamericano
3. Listados de los artículos clasificados por temas y por países... 65
CAPÍTULO III
LISTADO DE LOS ARTÍCULOS CLASIFICADOS POR TEMAS
Y POR PAÍSES, CON SUS AUTORES
Nota: cada artículo figura en general dos veces, una clasificado por los si-
guientes temas, otra por países, y se indica su autor, o la referencia cruzada a otro
artículo.
23.Brasil.
24. Caribe anglófono, francófono, holandés.
25. Chile.
26. Colombia.
27. Costa Rica.
28. Cuba.
29. Dominicana, República.
30. Ecuador.
31. Guatemala.
32. Haití.
33. Honduras.
34. México.
35. Nicaragua.
36. Panamá.
37. Paraguay.
38. Perú.
39. Salvador.
40. Uruguay.
41. Venezuela.
42. Otros países.
ARRENDATARIO. V. HACIENDAS.
ARRENDATARIOS PAMPEANOS. Juan Manuel Palacio.
ARRIMADO. V. AGREGADO.
AZARA, FÉLIX DE. Torcuato S. Di Tella.
BUCANEROS. V. CONTRABANDO Y ESTRUCTURA SOCIAL EN SANTO DOMINGO.
CAMPESINADO ANDINO (HISTORIA DE VIDA). Gregorio Condori Mamani.
CAMPESINADO (PARAGUAY, SIGLO XVIII). Luis Aranha Corrêa do Lago.
CAMPESINADO, SU ROL MILITAR EN EL PARAGUAY COLONIAL. Juan Carlos
Garavaglia.
CAMPESINADO PARAGUAYO, EVOLUCIÓN Y ORGANIZACIÓN. Domingo Rivarola.
CAMPESINADO (RÍO DE LA PLATA Y PARAGUAY, COLONIAL TARDÍO). Félix de
Azara.
CAMPESINOS PROPIETARIOS EN LA PUNA ARGENTINA. Gustavo L. Paz.
CAMPESINADO MEDIO (BUENOS AIRES, SIGLO XVIII). Torcuato S. Di Tella
CAMPESINADO MEDIO: SU EXPANSIÓN A COSTA DE LAS HACIENDAS EN LA
SIERRA ECUATORIANA. Ignacio Llovet, Osvaldo Barsky y Miguel Murmis.
CAMPESINADO MEDIO (AMÉRICA CENTRAL, SIGLOS XVIII Y XIX). V. COCHINILLA;
ÍNDIGO.
CAMPESINADO Y GRAN PROPIEDAD EN LAS INDIAS OCCIDENTALES
BRITÁNICAS. Richard A.Lobdell.
CAMPESINADO COLOMBIANO, SU FUTURO. Marco Palacios.
CAMPESINADO, SU ROL EN UNA REVOLUCIÓN SOCIALISTA (BOLIVIA). Guillermo
Lora.
CARIBE, ESTRUCTURA SOCIAL RURAL. Sidney Mintz.
CARIBE FRANCÉS, ESTRUCTURA SOCIAL RURAL. Guy Lasserre.
CLASE MEDIA RURAL EN MÉXICO (COMIENZOS DEL SIGLO XIX). Eric Van Young.
CLASE MEDIA RURAL EN REPÚBLICA DOMINICANA (EL COMPLEJO TABACA-
LERO A INICIOS DEL SIGLO XIX). Juan Bosch.
COLOMBIA, ESTRATIFICACIÓN SOCIAL EN EL CAFÉ. Marco Palacios.
COLOMBIA, CAMPESINADO, SU FUTURO. Marco Palacios.
COLONOS EN EL AZÚCAR CUBANO TRAS EL FIN DE LA ESCLAVITUD. Rebecca
J.Scott.
COLONOS EN LA CAFEICULTURA BRASILEÑA. Maria Coleta F.A. de Oliveira y
Felícia R. de Madeira.
CONCERTADO. V. RESGUARDOS; HACIENDAS Y PLANTACIONES; DISLOCACIÓN SOCIAL.
CONUCO Y HACIENDA (VENEZUELA). Gastón Carvallo y Josefina Ríos de
Hernández.
CUBA, FORMAS DE TENENCIA DE LA TIERRA TRAS LA REFORMA AGRARIA.
Niurka Pérez Rojas, Dayma Echeverría León, Ernel González Mastrapa y Miriam
García Aguiar.
DOMINICANA, CONTRASTE ENTRE EL CAMPESINADO TABAQUERO Y EL
AZÚCAR. Michiel Baud.
ECUADOR, ESTRUCTURA SOCIAL RURAL EN LA COSTA. Rafael Baraona.
EJIDO, COMO FORMA DE PRODUCCIÓN RURAL (MÉXICO). Rodolfo Stavenhagen.
ENFITEUSIS. V. PROPIEDAD RURAL, SU CONTROL EN EL RÉGIMEN DE ENFITEUSIS.
70 Repertorio político latinoamericano
AMAQ’. Editores.
ARAUCANOS. V.MAPUCHES.
AYMARAS. V. COMUNIDAD AYMARA.
AYNI. Gregorio Condori Mamani.
72 Repertorio político latinoamericano
ACLLAS. Editores.
AMAUTA. Editores.
ARTESANOS EN LA SOCIEDAD INCAICA. María Rostworowski.
AYLLU, ESTRATIFICACIÓN INTERNA (BOLIVIA, SIGLO XIX). Tristan Platt.
AZTECAS, SABIOS. Miguel León Portilla.
BOLIVIA, ESTRUCTURA SOCIAL EN COMUNIDADES INDÍGENAS. Arturo Urquidi
Morales.
CABILDO INDÍGENA. V. COMUNIDAD INDÍIGENA; PUEBLOS DE INDIOS; CLASE ALTA INDÍGENA.
CACIQUES ANDINOS. Jürgen Golte.
CACIQUES ANDINOS (ESTUDIO DE CASO). Roberto Choque Canqui.
CALFUCURÁ. V. KALFUCURA.
CAUPOLICÁN (TOKI KALFULIKAN). V. LAUTARO Y CAUPOLICÁN.
CLASE ALTA INDÍGENA (ÉPOCA COLONIAL). Silvia Rivera Cusicanqui.
CLASE ALTA INDÍGENA, SU ROL EN EL GOBIERNO LOCAL (MÉXICO COLONIAL).
Jonathan I. Israel.
COLIQUEO, IGNACIO. V. INDIOS AMIGOS.
74 Repertorio político latinoamericano
ALIANZAS. V. COALICIONES.
CHILE, COALICIONES POLÍTICAS DESDE EL FRENTE POPULAR HASTA LA
UNIDAD POPULAR (1938-1970). Torcuato S. Di Tella.
3. Listados de los artículos clasificados por temas y por países... 89
GÓMEZ FARÍAS, VALENTÍN. V. LIBERALISMO RADICAL; CICLOS POLÍTICOS (MÉXICO, SIGLO XIX).
GÓMEZ MORÍN, MANUEL. Soledad Loaeza.
GONZÁLEZ, JOAQUÍN, Y LA PERSPECTIVAS REVOLUCIONARIAS EN LA
ARGENTINA DE COMIENZOS DEL SIGLO XX. Torcuato S. Di Tella.
GONZÁLEZ, NATALICIO. Rafael Masi Pallarés.
GOULART, JOÃO. V. QUADROS, JÂNIO; VARGUISMO Y SOCIALISMO; COALICIONES POLÍTICAS,
SU RUPTURA; PRESIDENCIALISMO Y PARLANENTARISMO.
SERTÕES. V. CANUDOS.
TAKI ONQOY. V. RELIGIÓN ANDINA (MUTACIÓN).
TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN. Torcuato S. Di Tella.
UMBANDA. V. RELIGIÓN AFROBRASILEÑA.
VIEIRA, ANTÔNIO. Ivan Lins.
21. Argentina
NAMUNCURÁ. V. KALFUKURA.
PACTO MILITAR-SINDICAL (ARGENTINA). Torcuato S. Di Tella.
PACTO DE OLIVOS (ARGENTINA). Torcuato S. Di Tella.
PARTICIPACIÓN POPULAR (BUENOS AIRES, SIGLO XIX). Hilda Sábato.
PARTIDO AUTONOMISTA NACIONAL (PAN, ARGENTINA). V. ROCA, JULIO A.;
LIBERALISMO REFORMISTA.
3. Listados de los artículos clasificados por temas y por países... 111
22. Bolivia
23. Brasil
25. Chile
26. Colombia
28. Cuba
30. Ecuador
31. Guatemala
32. Haití
33. Honduras
34. México
35. Nicaragua
36. Panamá
37. Paraguay
38. Perú
ACLLAS. Editores.
ADMINISTRADORES EN LA SOCIEDAD INCAICA. María Rostworowski.
AMAUTAS. Editores.
ANARQUISMO PERUANO, ENTRE EL EUROCENTRISMO Y EL INDIGENISMO.
Gerardo Leibner.
APRISMO: IMPERIALISMO ECONÓMICO, ANTIIMPERIALISMO POLÍTICO, Y
ESTRUCTURA DE CLASES. Víctor Raúl Haya de la Torre.
APRISMO, BASES DE SU APOYO SOCIAL. Liisa North.
ARGUEDAS, JOSÉ MARÍA. Priscilla Archibald.
ARTESANOS EN LA SOCIEDAD INCAICA. María Rostworowski.
BILLINGHURST, GUILLERMO, SU RELACIÓN CON EL MOVIMIENTO POPULAR.
Peter Klarén.
CÁCERES, ANDRÉS. V. PIÉROLA, NICOLÁS DE.
CAMPESINADO ANDINO (HISTORIA DE VIDA). Gregorio Condori Mamani.
CASTILLA, RAMÓN. V. PERÚ, RAMÓN CASTILLA.
CIVILISMO (PERÚ). Torcuato S. Di Tella.
CIVILISMO (PERÚ), PAPEL DE MANUEL PARDO EN SUS ORÍGENES. Peter Klarén.
COALICIONES POLÍTICAS EN LA GRAN REBELIÓN ANDINA DE 1780. V. REBELIONES
EN PERÚ Y BOLIVIA.
39. Salvador
40. Uruguay
41. Venezuela
42. Otros países (Estados Unidos, Canadá, Europa, Asia, África, Oceanía)
CAPÍTULO IV
LISTADO DE LOS AUTORES, CON SUS ARTÍCULOS
Minas de plata (Zacatecas, siglos XVI y XVII); Potosí: gran empresariado minero
(Antonio López de Quiroga, siglo XVII).
BALOYRA HERP, ENRIQUE. Cuba, corrientes políticas en el régimen castrista.
BANDEIRA, MONIZ. Varguismo y socialismo.
BARAIBAR, XIMENA. V. KAZTMAN, RUBÉN.
BARAONA, RAFAEL. Ecuador, estructura social rural en la Costa.
BARBETTA, PABLO, y KARINA BIDASECA. Piquetes y cacerolas: el estallido de
diciembre de 2001 (Buenos Aires).
BARBOSA LIMA, SOBRINHO. Torres, Alberto: su teoría sobre gobierno fuerte y
democracia.
BAROZET, EMMANUELLE. Populismo municipal en Iquique (Chile).
BARRÁN, JOSÉ PEDRO. Batllismo [con NAHUM, BENJAMÍN]; Partido Nacional o
Blanco (Uruguay); Uruguay, régimen de coparticipación y experiencia «principista»
(1870-1876).
BARRANCOS, DORA. Socialismo argentino (etapa inicial, 1880-1930).
BARRERA, MANUEL. Participación de trabajadores en una empresa socializada (Chile).
BARRIOS PINTOS, ANÍBAL. Lavalleja, Juan Antonio.
BARRY, TOM. Guerrilla guatemalteca; Guerrilla salvadoreña (Frente Farabundo Martí
de Liberación Nacional, FMLN).
BARSKY, OSVALDO. V. LLOVET, IGNACIO.
BASADRE, JORGE. Santa Cruz, Andrés de.
BASCUÑÁN, CARLOS. V. AYLWIN, MARIANA.
BASURTO, JORGE. Cárdenas, Lázaro, sus reformas y organización del partido;
Coaliciones políticas, su ruptura: la división del Partido Revolucionario Institucional,
México.
BAUD, MICHIEL. Dominicana, contraste entre el campesinado tabaquero y el azúcar.
BAUER, ARNOLD J. Inquilinos y peones (Chile); Trabajo-fiesta (Chile, siglos XVIII y
XIX).
BAYLE, CONSTANTINO. Cabildos coloniales, su constitución y adjudicación de tierras.
BELLOTTO, MANOEL LELO. Inmigración europea en San Pablo, Brasil.
BENGOA, JOSÉ. Gamio, Manuel, y los inicios del indigenismo nacionalista mexicano;
Guatemala, los tratados de paz y el protagonismo indígena; Rondón, Cándido da
Silva y los indígenas amazónicos.
BEORCHIA NIGRIS, ANTONIO. Pastores andinos (San Juan, Argentina).
BERGQUIST, CHARLES. Violencia en Colombia, sus causas (hipótesis sobre la
propiedad de la tierra en el café).
BERMÚDEZ, OSCAR. Guano, ciclo del; Salitre, su control bajo el gobierno peruano
(hasta 1879).
BERNETTI, JORGE LUIS. Falangismo, su influencia en el nacionalismo argentino.
BERRIÓS C., MARIO. Bello, Andrés.
BESOUCHET, LÍDIA. Mauá, Irineu Evangelista de Sousa, Visconde de.
BETANCOURT, RÓMULO. Venezuela: caída de los sucesores del gomecismo (1945).
BIDASECA, KARINA. V. BARBETTA, PABLO.
BIRCH, MELISSA. V. BAER, WERNER
BLACHE, MARTA. Guaraníes.
146 Repertorio político latinoamericano
aztecas (siglo XV); Mestizos, su origen noble en el México del siglo XVI; Quetzalcóatl:
gobierno y desaparición en Tula (siglo XI); Tenochtitlan, su fundación (siglo XIII).
CHIRIBOGA VILLAQUIRÁN, MARCO. Espejo, Eugenio, su infancia.
CHOQUE CANQUI, ROBERTO. Caciques andinos (estudio de caso).
CHOMNALEZ, PATRICIA. Blest, Clotario; Género y autoridad en la doctrina peronista.
CHUMBITA, HUGO. Artigas, José Gervasio de, su trayectoria inicial; Bandolerismo y
rebelión rural (Martina Chapanay); Caudillos riojanos.
CIRIA, ALBERTO, y HORACIO SANGUINETTI. Reforma universitaria (Córdoba,
1918).
CLIMENT, GRACIELA, y ANA MARÍA MENDES DIZ. Tucumán, conflicto político a
comienzos del siglo XX.
CLAVIJERO, FRANCISCO XAVIER. Aztecas y europeos comparados.
COATSWORTH, JOHN. Estructuralismo económico e institucionalismo.
COCCHI, ÁNGEL. V. NAHUM, BENJAMÍN.
COCONI, GABRIELA. V. VIGUERA, LUIS.
CÓDICE RAMÍREZ (ANÓNIMO). Religión azteca, ceremonias (Quetzalcóatl y
Huitzilopochtli).
COLLIER, SIMON. Egaña, Juan.
CONDORI MAMANI, GREGORIO. Ayni; Campesinado andino (historia de vida);
Mitos andinos (taytacha); Sindicalismo peruano (Emiliano Huamantica);
Subproletariado indígena (Cusco).
CONNIFF, MICHAEL. Neopopulismo; Tenentismo.
CONSEJO NACIONAL DE POSGUERRA. Guerra Mundial, su impacto en la
Argentina.
COOK, SHERBURNE F. Tula (México) grandeza y decadencia.
COPPEDGE, MICHAEL. Acción Democrática y la «partidocracia» venezolana.
CORBO, GABRIEL. V. KAZTMAN, RUBÉN.
CORNBLIT, OSCAR. Conservadorismo argentino: dificultad de su consolidación
electoral; Industriales e inmigrantes en la Argentina: incapacidad del sistema político
para incorporarlos; Rebeliones en Perú y Bolivia (siglo XVIII); Violencia urbana
(Caracazo, Bogotazo, Cordobazo);.
CORNBLIT, OSCAR, y OLGA WEYNE. Corregidor; Mita, efectos sociales; Violencia,
sus causas (hipótesis en base a la experiencia andinas del siglo XVIII).
CORNELIUS, WAYNE. Migración rural-urbana, sus efectos políticos.
CORREA, SOFÍA. V. AYLWIN, MARIANA.
CORRÊA DO LAGO, LUIZ ARANHA. Campesinado (Paraguay, siglo XVIII).
CORTÉS, LÍA, y JORDI FUENTES. Exaltado; Fusión liberal-conservadora (Chile);
Henríquez, Camilo; Montt, Manuel; Partido Democrático (Chile); Partido Nacional
(Chile, siglo XIX); Pelucón; Pipiolo.
CORTÉS CONDE, ROBERTO. Cuba: tabaco y azúcar en su historia económica.
CORVALÁN MARQUEZ, LUIS. Democracia Cristiana, actitud ante el gobierno de
Salvador Allende.
COTLER, JULIO. Movilizaciones rurales, previas a la Revolución Peruana: contraste
entre la sierra y la costa.
CUEVA, AGUSTÍN. Ecuador, crisis del sistema de dominación (1895-1934); Ecuador:
4. Listados de los autores, con sus artículos 149
orígenes del conflicto político entre la costa y la sierra (siglo XIX); Migraciones
internas, sus efectos políticos (Ecuador).
CUMIANO, CLORINDA. Ver ANTILLANCA, ARIEL.
CUNHA, EUCLYDES DA. Conselheiro, Antônio.
D’ARAUJO, MARIA CELINA SOARES. Laborismo brasileño, inicios y evolución;
Vargas, su segundo gobierno (1951-1954), y v. CAMARGO, ASPÁSIA.
DAHER, ANTONIO. Integración regional, efectos en Chile.
DARY, CLAUDIA. Comunidad indígena, su administración interna (Guatemala).
DE LA CRUZ, RAFAEL. V. GABALDÓN, ARNOLDO.
DEL BRUTTO, BIBIANA. Mujer, cine y política.
DERGHOUKASSIAN, KHATCHIK. Burocrático-autoritario (régimen) y democracia
delegativa.
DESTOUETT, ÓSCAR. Sindicalismo uruguayo (Héctor Rodríguez).
DEVÉS VALDÉS, EDUARDO. Prebisch, Raúl; Rodó, José Enrique.
DEVOTO, FERNANDO. Extranjeros, su participación política (Argentina, Brasil,
Uruguay); Inmigración, identidad nacional y nacionalismo en la Argentina. .
DI LISCIA, MARÍA SILVIA. Violación y rapto en la jurisprudencia argentina de
principios del siglo XX.
DI TELLA, GUIDO. Desarrollo indirecto, estrategia.
DÍAZ SOTO Y GAMA, ANTONIO. Zapata y los «excesos revolucionarios».
DIÉGUEZ, HÉCTOR. Argentina y Austrlia, contraste de su desarrollo económico.
DIETZ, HENRY. Representación, crisis de (Perú y Venezuela).
DIETZ, HENRY, y DAVID MYERS. Migrantes internos: sus pautas electorales en el
Perú.
DÍEZ HURTADO, ALEJANDRO. Cofradías y organizaciones parroquiales.
DONATO, VICENTE. Empresas industriales medianas y pequeñas (PyMI).
DONOSO, RICARDO. Portales y la Constitución de 1833.
DRAKE, PAUL, e IVÁN JAKSIC. Chile, cambios sociales y políticos tras la
democratización.
DRAPER, HAL. Autoritarismo en etapas tempranas de desarrollo social: la visión de
Marx sobre Bolívar.
DUARTE HURTADO, MARTÍN. Resistencia obrera contra la mecanización (tabaco,
Cuba); Sindicalismo cubano (inicios, hasta 1947).
DUGAS, JOHN C. Populismo y neopopulismo en Colombia (problemas conceptuales).
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150 Repertorio político latinoamericano