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cuando

el
río
Suena

revista digital del taller literario letras negras
piedras negras coahuila m méxico
xico

tiffany miller

jaime torres mendoza


director

carlos flores revuelta


editor

claudia maría de los santos amaya


arte y diseño

jaime torres mendoza, julia berenice espinoza,


claudia maría de los santos, carlos flores revuelta
consejo editorial

ediciones línea breve


los pinos 100, fraccionamiento las palmas
teléfono 01 878 789 2628
piedras negras, coahuila, méxico 02
lineabreve@live.com página
presentación
Presentamos este proyecto literario que nace de la
inquietud de un grupo de amigos integrados en
torno a un factor de unidad que es: el amor a las
letras.

Esta publicación virtual busca ser un escaparate que


muestre el quehacer y los afanes de los integrantes
del Taller Literario Letras Negras, que es
coordinado por el maestro Jaime Torres Mendoza,
incansable promotor cultural, destacado y versátil
creador. Este grupo desarrolla sus actividades en
Piedras Negras, Coahuila, México.

Aprovechamos esta herramienta tecnológica para


abrir un espacio incluyente y plural, pretendiendo
hacer llegar nuestra voz a todos aquellos que
comparten el interés y gusto por la literatura.

Este primer número lo hemos dedicado a un símbolo


de estas septentrionales tierras, el Río Bravo, como
elemento de unión y separación en todos los
aspectos, llegando a representar muchas veces, una
llaga viva que nos hermana como latinoamericanos.

Bienvenidos a este espacio,

bienvenidos a

Letras Negras digital

Los Editores

03
página
en este número
poesía
encuentro casual
julia Berenice — 05

río bravo
esperanza cárdenas — 06

prosa poética
diosa luna del bravo
maría del carmen maqueo garza — 08

anhelo
constanza gramer — 10

conmoción
asalia solís — 11

minificción
un amigo peruano
ángel gavidia - 12

minimiedades
carlos flores revuelta — 13

narrativa
ríos van, ríos vienen
sergio cardell cerdán — 14

río bravo, símbolo de unidad


maría alicia galván muñoz - 18

el silencio es el paraíso
jaime torres mendoza - 18

nomás de cruzar el río


francisco javier bermea rendón — 21

la mujer de blanco
blanca esthela treviño pepi — 26

04
página
poesía
encuentro casual
Julia Berenice

No nacimos en el mismo pueblo


ni compartimos juegos de infancia.
No me refugié en tu voz
ni me entregué a tus brazos.
No te contemplé en los atardeceres
mientras recordaba a alguien más.
Nunca fuiste frontera para mis pasos.
Jamás prometí como ofrenda
mis lágrimas a tu cuerpo.
Te conocí sólo un poco después
de haberlo encontrado a él.

Quisiera ahora andar los mismos caminos


que antes recorrí casi por azar.
Despertar en medio de un pasaje nuevo
y tener frente a mí una vez más
la visión inquietante
que ofrece tu caudal sereno

Estaremos los dos


lejos del imperativo de la providencia
y notarás que él y yo
perpetuamos un recuerdo,
lo sabrás por la añoranza
que se adivina en las miradas abatidas.
Estaremos conmemorando
las tardes de espera
y las mañanas que no querían partir
aunque ya eran madrugadas viejas.

05
página
poesía
río bravo
Esperanza Cárdenas

Naces en montañas nevadas


del país vecino y sigues tu
senda trazada por el viento en bocetos,
hacia tu destino final.

Tú no tienes fronteras ni
conoces los jinetes del
odio y la guerra que
una vez mancillaron tus limpias
manos.

Vas arrastrando en tus cauces


trozos de aurora y
luz de tu historia.

¡Cuantos secretos guardas


en tu corazón herido,
de hombres
en movimiento y
sueños de pan y grandeza!

Por ti han transitado


los pies pesados de
la historia, huellas de
hombres, mujeres y
niños que han ido,
regresado y otros
que no volverán jamás.

Llevas inmundicias que no son


tus pecados, sino de los mezquinos
que manchan tus aguas platinadas
convirtiéndolas en charcas de lodo
y sangre.
06
página
poesía
Tú que transitas debajo de árboles
y puentes das vida y también
das muerte.

Cuántos dependen de ti, lo


sabes bien, los árboles tus
huéspedes eternos, tus amigos
los animales silvestres y el
hombre pequeña criatura que
empobreció tu suerte.

Cantas de día y deleitas las aves,


gimes de noche en el silencio del
espectro de la muerte.

Oh, como quisiera verte cual niño


recién nacido con tus aguas cristalinas
saliendo de las montañas,
caminando por el presente y el futuro
con otro traje nuevo y tu cesta
cargada de frutos y pan.

07
página
prosa poética
diosa luna del bravo
María del Carmen Maqueo Garza

Cuenca del Bravo que tejió las historias que cuentan


nuestros viejos. Corriente viva, fluir de un viaje sin tiempo,
frontera líquida como espejo.

Quimera de un verde cegador, vuelan sobre ti las


ilusiones de mis hermanos del campo, los más pequeños.

Tu lecho, cuna y tumba; margen de plata que a una vez


divide y une ilusiones que habrán soñado los ciudadanos
de bronce de las dos fronteras.

Reescribes tu historia cada amanecer cuando el viento


entre los carrizos se siente músico y espanta con sus sones
el letargo tranquilo de las aves.

Con singular ternura, al caer la tarde recoges los sueños


del que aspira a cruzarte y te contempla extasiado, como
a la mujer que se ama en secreto…

Más delante recibes el desprecio de quien habiendo


alcanzado ese sueño ahora quiere olvidarte, arrancar sus
raíces, negar sus amores mozos.

Llegan a posarse sobre tu piel líquida murmullos de un


dolor que dices no recordar; las memorias son huesos
enmudecidos en la hondura de tu vientre.

Agua que se vuelca mansa para el sediento que la aloja


amoroso en el cuenco de sus manos; gozosa se da al niño
que juega con verterla en su tina de plástico amarilla.

Despiertas algunas noches brava, madre impía, con furia


arrastras a tu lecho para ahogar los sueños del que no
sabe soñarte.
08
6
página
prosa poética
Agua que se crece orgullosa de tiempo en tiempo para
recordarnos que es diosa luna, la del rostro pintado con
figuras de cascabeles, la que llegó para quedarse
precisamente aquí, entre estos dos mundos, hermanos
gemelos nacidos de su vientre.

Voluntariosa madre impredecible, la que igual se viste


con el color del apacible jade, que del púrpura profundo
de la muerte.

09
6
página
prosa poética
anhelo
Constanza Gramer

Me acerqué confiada de que sólo reflejaría por un instante


mi rostro en tu espejo, pero en aquel momento me perdí
en tu transparente caudal. Me tienes atrapada en un cálido
sueño de caricias y besos intermitentes. Navego sin
brújula, dejándome arrastrar por tu corriente indecisa, que
me empuja a ratos deseando apartarme y que me abraza
nuevamente para ofrecer refugio a mis anhelos.

Triste esclavo del mar que te reclama, que ahoga tus


deseos de tenerme y te obliga a dejarme en una orilla;
detén tu andar un momento, imprime la huella de tu
cuerpo en mi memoria, libera el deseo que nos atrapa para
quedar fundida en esta tierra, recipiente de sueños y
esperanzas, de almas que buscan y no encuentran, de
anhelos que vuelan y se pierden en la fantasía de un
amor en calma.

Cuántos instantes te he robado, para encontrar


mi reflejo.

10
página
prosa poética
conmoción
Asalia Solís

Llegué, el deseo de verte vivo estremeció mi ser


arrancándome por un instante de la placidez nauseabunda
en la que viví atrapada. A unos cuantos metros aguce mis
sentidos, temí estar de frente y aguardé en el silencio.
Un rostro desencajado me encaró con la verdad; años atrás
te orillé al olvido. Hubo tardes en las que la añoranza
tentaba mi puerta llevando tras de sí, alaridos provocados
por el dolor lacerante de mi ausencia. Ante aquél furor los
míos salían a tu encuentro vigilando de noche mi sueño
para protegerme y resguardarnos de la crudeza, mientras
rogaban a Dios por tu cordura. La piedad se hacía presente
y al punto olvidabas el odio tornándote desahogado,
inocente, presa fácil para el abandono brutal que carcomía
tu piel, presagiando un final.

Respiras lento, me percato y en mi miedo elijo


enajenarme en el recuerdo del ayer, admirar la mudez,
el color de tu cuerpo, la fuerza arrogante, la quietud
envolvente en una tarde de sol fulgurante, recreándome en
tu risa, meciéndome en tus brazos: tierno, bondadoso,
tímido, absorto y tan pendiente de mí.

Hoy tiemblo de miedo y en esta mi afrenta caerá mi


esperanza en tu último aliento. Mi río luminoso, apacible
mártir; mi libertad sabe a egoísmo puro, caída la tarde,
sequé mis cabellos y sin ningún reproche me viste partir.

11
página
minificción
un amigo peruano
Ángel Gavidia

era yo apenas un tímido río


Era yo, apenas, un tímido río penetrando en el mar.
Era yo apenas, un puñado de agua zozobrando en la
dicha.

será que se metieron los ríos por mis ojos


Será que se metieron los ríos por mis ojos:
siempre me voy al mar cuando estoy triste.

la palabra y el puente
¿Existe palabra más perfecta
que un puente sobre el río?

río
¿A dónde irá mi sangre?

12
página
minificción
minimiedades
Carlos Flores Revuelta

conseja
Cuentan los viejos, que abandona su cauce y provoca
inundaciones cuando no son suficientes los hombres
que ha devorado.

refrán norteño
A río revuelto, frustración de polleros.

oídos sordos
No hizo caso, le dijeron que se estaba ahogando en un
vaso de agua y necio se animó a cruzar el río.

confusión gitana
Y yo que me la llevé al río creyendo que era mozuela,
pero tenía tarifa.

sueño americano
Cuando despertó, el río bravo todavía estaba allí.

últimas palabras
Se me hace chico el río, para echarme un buche de
agua.

13
página
narrativa
ríos van, ríos vienen
Sergio Cardell Cerdán

Extasiado ante ése cúmulo de belleza, Bernabé aspiró


profundamente antes de lanzarse a las profundidades del
río. Sintió como su cuerpo, al cortar el aire, adquiría una
energía inusitada. Como una ráfaga recordó en un distante
instante la amargura que le producía saberse en un sueño.
Bruscamente despertó y el río seguía ahí, impasible,
invitándolo a refugiarse en su manto protector.

Lentamente se fue desperezando hasta alcanzar


claridad en sus pensamientos. Volvió a mirar el río y
observó que sus compañeros se encontraban tratando de
pescar algún buen ejemplar para la comida. Miró al reloj y
notó que sólo se había dormido unos cuantos minutos,
suficientes para haber soñado el episodio del
sumergimiento. Eso lo llevó a recordar otros ríos en los que
había estado antes. Todos tenían en común el recordarle
que la vida era como ellos, nunca es la misma y nunca nos
sumergimos dos veces en sus mismas avenidas aunque
parezca, a veces, lo contrario.

En sus reflexiones estaba cuando escucho la voz de


Adrián, indicándole que empezara a preparar la fogata
porque ya habían empezado a picar algunos peces. Presto,
salió del vehículo y recorrió unos cuantos pasos para
recoger ramas secas y preparar la lumbre. En esas estaba,
cuando nuevamente las ideas se fueron apoderando de
su mente. Ahora, sus pensamientos volaron hasta su niñez,
cuando por primera vez fue llevado a un río en un día de
campo familiar. En aquella ocasión, lo que más le llamó la
atención fue el gran caudal del río que parecía no tener
fin. El agua corría de tal manera, que les fue imposible
adentrarse en sus fluidos, ocasionando que su primera
impresión sobre los ríos fuera que éstos eran indomables y
no eran fáciles de disfrutar. Creció con ésa idea y por lo
tanto cada vez que lo invitaban a un día de campo donde 14
página
narrativa
había ríos, prefería declinar la invitación porque
consideraba que no sería divertido. Hasta que ya en plena
universidad su grupo fue llevado por un maestro a un día
de campo obligatorio y comprobó con satisfacción que no
todos los ríos eran iguales y había de diversos tipos,
tamaños y colores.

A partir de ahí se hizo seguidor de la tranquilidad de las


horas en el campo y más cuando hay ríos de por medio.
Así que cuando lo invitaron sus amigos ese día, no dudo en
decir que sí. Preparó el fuego y esperó a que le acercaran
algunos ejemplares ya fileteados que seguramente
alcanzarían para todos.

Antes de terminar de preparar la comida, optó por darse


un chapuzón y divertirse un pequeño rato dentro del agua,
aunque eso no era lo suyo. Una vez que sintió que ya era
suficiente, regresó con sus amigos y departieron su comida
en armonía con la naturaleza. Así transcurrió el tiempo
hasta que la tarde fue cayendo y con ello empezaron a
aparecer los eternos mosquitos con su insistente molestia y
su parecido a las locas ideas, que por locas, no nos dejan
en paz.

15
página
narrativa
río bravo
símbolo de unidad
María Alicia Galván Muñoz

En el año de mil novecientos cincuenta y cuatro, mis


amigas y yo estábamos en plena adolescencia edad en la
que los problemas serios no existen.

Nuestro paseo de cada sábado consistía en caminar por


el puente sobre el río Bravo y pasar al otro lado, como
entonces le decíamos a la ciudad de Eagle Pass. Nos
gustaba ir despacio, platicando, contemplando la
tranquilidad del río y su luminosidad. Paseábamos por las
tiendas del centro, para terminar en la fuente de sodas de
la farmacia comiendo un sandwich o un banana split.

Nunca vi a nuestro río como una línea divisoria entre


dos países de costumbres y culturas diferentes, para mí
siempre ha sido un símbolo, el símbolo de dos pequeñas
ciudades hermanas, en donde casi todos nos conocíamos,
cuando menos de vista e igual nos saludábamos con ama-
bilidad.

Una vez al año, se celebraba el día de la amistad, fecha


en la que los alumnos de la secundaria Benito Juárez, cuyo
director era el admirado profesor Fausto Z. Martínez, y los
de la High School de Eagle Pass, marchando sobre el
puente desde sus planteles se encontraban en la línea
divisoria, realizando ahí una ceremonia en donde se
intercambiaban banderas entre las escoltas, que estaban
integradas por los alumnos de más altos promedios en las
dos escuelas hermanas.

Terminada la ceremonia, autoridades, alumnos y público


en general nos dirigíamos a Eagle Pass, donde se
efectuaba un gran desfile con alumnos y personajes de las
dos ciudades, debo decir que en ese tiempo, no le pedían
documentos a nadie en fechas especiales como esa, todo 16
página
narrativa
mundo pasaba, y... regresaba.

Estábamos acostumbrados a ver nuestro río sereno y


apacible; el legendario Club Victoria, situado a la orilla,
tenía una terraza desde donde los comensales podían verlo
mientras cenaban.

Quién iba a imaginar que en ese año, nuestro apacible


río se “volvería loco” provocando la inundación más grande
habida hasta la fecha, que cambió el rumbo de nuestras
vidas a muchos de nosotros.

Sin embargo, aún después de aquella amarga


experiencia, sigo pensando en él como algo hermoso,
simbólico y eternamente bello; parte de nuestra historia y
de nuestras vidas.

17
página
narrativa
el silencio
es el paraíso
Jaime Torres Mendoza

Te habían dicho que apenas cruzando la frontera, estaba el


paraíso. A eso viniste, a buscarlo. Saliste de tu tierra
porque esa imagen te estuvo llamando con un imperativo
categórico que desarticuló tu resistencia. Un día, cuando el
sol puso sus ojos en ti, te echaste a andar por los caminos
que salían de la aldea con la única idea, muy fija en tu
pensamiento, de trasponer la línea.

Todavía tenías al alcance de tu vista el caserío


entrañable de tu infancia cuando empezó el asombro.
Siempre creíste que las veredas concluían en el primer
recodo; ahora sabes que no es así, los caminos nunca
terminan: su vocación es el infinito. Uno de ellos te trajo
hasta aquí, no quisiste apartarte de sus linderos por temor
a extraviar el rumbo.

“Ve al norte”, te dijeron. Y desde entonces ese punto


cardinal fue tu obsesión. Ni siquiera la congregación de
recuerdos que te asaltaron cuando el pueblo quedó lejos,
y sólo tenías ante tu mirada el horizonte, te hizo desistir.
Las voces de tu memoria enmudecieron y los que
imploraban tu regreso fueron sustituidos por el timbre
acogedor de un viento que corría libre entre tanta
grandeza.

Ya sin ataduras que te mantuvieran anclado en el


seguro puerto de tu lugar de origen, el polvo ardiente del
atajo, las piedras filosas de los cerros, las espinas de
cardenches, biznagas y lechuguillas, no fueron obstáculo
para ponerte un alto. El desierto de tu boca —llano
acuchillado por la urgencia de agua— era apaciguado por
la promesa de un espejo cristalino y húmedo que marcaba
el fin de tu destino, como te advirtieron.
18
página
narrativa
Después de mucho tiempo, en el que el calendario fue
una confusión de días, llegaste por fin. Lo sabías porque la
vegetación cambió su tinta color sepia por una coloración
verde con aromas de vida; por el murmullo de aves
cantando a coro la canción de la tarde. Pero, sobre todo,
fue su rumor de hilito de agua abriéndose camino entre la
yerba.

No, no era tan bravo como te habían dicho; ni


traicionero, según el comentario mal intencionado de unos
mineros ebrios de oscuridad. El agua te llamó con su
melodía de campanas para saldar la promesa de restaurar
la quemazón de tu boca. Cumplió.

Te sentaste a su vera y no pudiste resistir la tentación


de mojar tus pies adoloridos. “No se atreva a cruzarlo”,
recordaste la advertencia de otro levanta falsos. Con la luz
de una sonrisa pegada en tus labios, avanzaste dos pasos;
el agua tocó tus rodillas. Unos patos silvestres levantaron
vuelo, espantados por tu presencia. Dos pasos más y
sentiste la humedad en tu entrepierna como una caricia de
mujer. La música del agua elevó su nivel, sus acordes de
estridencia te empujaron y la humedad puso sus manos en
tu cintura. Te aventuraste por tu cuenta y los dedos del
agua rodearon tu cuello. Desde ese punto giraste la
cabeza, la orilla era un resguardo remoto. Una parvada de
pájaros cruzó por encima de ti añadiéndole otra canción al
paisaje. El oro del crepúsculo le puso sombra a tus ojos y
no supiste el momento en que los pájaros se volvieron
llamarada bajo el sol ni el instante en que la tarde se hizo
noche perdiendo tu visión del agua a la altura de tu
mirada.

Ahora estás aquí, en el lecho del río, viendo pasar un


banco de peces azules entonando una melodía apenas
19
página
narrativa
audible. El fondo tiene una alfombra de arena suelta y
yerba tierna que son un bálsamo para tus pies; sobre ella
descubres el camino que te ha traído hasta aquí, lo
reconoces porque ha sido tu guía durante tanto tiempo.
Lo ves cómo despliega su vocación de eternidad. Te alegra
reencontrarte con él y te dejas llevar por la corriente que
toma el curso señalado por la vereda bajo ese paraíso
donde moran los silencios.

20
página
narrativa
nomás
de cruzar el río
Francisco Javier Bermea Rendón

Los braceros agazapados entre los carrizales, esperaban a


que anocheciera. Rutilio cansado, cerró los ojos y se le vino
el recuerdo de su mujer la tarde que se despidieron.
“Meterle dinero a la tierra es la peor de todas las tarugadas
le dijo Natalia, o dame uno solo que haiga sacado cuando
menos lo de los gastos”.

Ahora que hay de siembras a siembras, pero es mejor


vivir fregados que andar todo el día con el Jesús en la boca
con tanto judicial y soldados como jamás se había visto por
estos rumbos. Ahora tiene una que estar al pendiente de
que la semilla que vuela el aire no vaya a caer al patio
porque ya ni pa’ remedio nos la quieren dejar. Habrá que
mercarla cuándo es lo que más abunda por estos rumbos;
no queda otra más que entracalarse con el camión
materialista que te ofrece don Paulino. Trabajándolo tú en
el día y Melquíades en la noche, a la larga se paga solo.
Carbón hay pá’ setenta años según los últimos estudios
que le hicieron a la mina”.

Observó la noche espesándose sobre el río, a la culebra


zigzagueando entre los lampazos y los coletazos de los
robalos rompiendo la superficie del agua para tragarse las
libélulas y los mosquitos.

El olor de las jaras y las diferentes melodías de las


corrientes, le recordaron a su pueblo. Divisó el cielo
estrellado y una luna menguando. Respiró profundo.
Nuevamente se hizo el silencio absoluto, entonces se le
vino a la memoria su promesa a Natalia: “Si logro cruzar el
río, te mando pal’ enganche pa’ que luego empiece a jalar
tu hermano Melquíades, nomás te encargo mucho que le
estés recordando que el camión es usado y que hay que
darle buen trato porque ya ves que mueble que agarra lo 21
página
narrativa
manda al carajo con la pata que tiene. Por eso ya nadie
le ofrece chamba”.

-¡Asilénciense! –refunfuño el patero-. Si sienten que


algo se les mete por entre las verijas, ha de ser alguna
pichicuata, pero van a tener que tragarse su miedo y
nadie se va a mover de su lugar porque nos delata a
todos y nos lleva madre. Luego y para no estar
pensando en culebras o en clavarse un anzuelo de
alguna soga, Rutilio recordó cuando en una travesía en
el Estado de Texas, el patero cayó muerto y se
repartieron sus pertenencias: tres se quedaron con el
dinero, otro con la pistola, Rubén con el cuchillo, la
navaja y las botas viboreras y él con el pasaporte de
residencia, porque todos estuvieron de acuerdo en que
eran asombrosamente parecidos y en efecto, durante
cuatro años trabajó con identificación falsa, pero un día
los agentes lo arrestaron porque hacia ocho años el
legitimo dueño del pasaporte había asesinado a una
pareja de ancianos para robarlos. Interrogaron a sus
compañeros por separado, los trasladaron al lugar donde
sepultaron al patero, corroboraron que las huellas y la
estatura no correspondían con las de Rutilio y fue
exonerado por ese delito, pero purgó una condena de
ocho meses por suplantación de identidad.

Tardó en reponerse del susto. Por las noches se le


venían sobresaltos y sudores. Vaciló mucho en decidirse
en volver a cruzar la frontera, pero siempre tuvo suerte
de que le tocaran patrones comprensivos que le
permitían que viviera con su esposa. Era hombre
acostumbrado a las rudas faenas del campo, claro como
el decía: “Donde haya con que trabajar arriba del tractor
o de la trilladora pero eso si, bien comido, pos termina
con la jornada y puede seguirle con la otra faena en la
22
página
narrativa
cama para ser buen cumplidor con la vieja, pero de este
lado, mal comido, bien asoleado y a puro hacer corajes
con eso de que nunca llueve pa’ tirar el grano, pos no
puede uno ser cumplidor y luego andan de mal humor.
Quedarse representaba pasar hambres. Antes de que
amaneciera, acudía como muchos otros a ofrecerse
como cargador en las huertas, pero siempre utilizaban al
mismo personal que atendía los frutales. Igual era como
eventual en la mina o en la distribuidora de granos y
semillas que en el almacén del árabe Jalil. De vez en
cuando rondaba por el único hotel con la esperanza de
que lo ocuparan como guía para llevar algún turista al
cerro en busca de pedernales, ídolos, pedazos de loza,
collares o brazaletes, pero los chamacos ejercían el
control y cada uno tenia sus propios escondites de
objetos que fabricaban en sus casas y les daban la
apariencia de tener siglos enterrados.

Rememoró el tiempo perdido cuando pasaba los días


viendo jugar billar, sentado en alguna de las bancas del
parque o arrojando piedras al río. El deseo constante de
internarse a los Estados Unidos, era porque enseguida lo
contrataban. Solamente alquilando entre varios un
cuarto modesto o que les proporcionaran alojamiento
gratuito en un rancho, dividiéndose los gastos de los
alimentos y servicios y divirtiéndose de vez en cuando,
podían enviar algún dinero a sus familias. A su memoria
acudieron las imágenes de las camisas de algodón de
manga larga y los sombreros de paja de ala ancha que
utilizaban para protegerse del sol abrasador en las
labores del campo. Le disgustaba la costumbre de que al
término de la jornada, mientras las mujeres se divertían
en la cantina con los demás pizcadores, sus maridos se
encaminaban a sus casas a atender los niños y preparar
la cena.
23
página
narrativa
Todos deben de estar atentos por donde yo voy
pisando y fijarse muy bien hasta donde me va llegando
el agua -añadió el patero-, pues si nos agarra un
remolino nos lleva madre a todos.

Yo hasta aquí los encamino. Encomiéndense a la


virgencita para que los proteja con su divino manto.

Una lechuza planeó sobre los carrizos y rompió el


silencio con su silbido.

Procedentes del centro del país, los braceros


acostumbrados a las temperaturas frescas, se
sorprendían de que aun siendo de noche el suelo
estuviera caliente. Cada año durante la canícula era lo
mismo: los que trabajaban a la intemperie, comenzaban
sus faenas al amanecer y suspendían al mediodía,
porque de esa hora y hasta las cinco se hacia
insoportable. Deshidratados, comiendo alimentos que se
echaban a perder con sus consabidas enfermedades
gastrointestinales conviviendo con animales que
contraían la rabia y la transmitían por la mordedura.
Pensaban también que éramos como los cactus o la
lechuguilla, como el pitayo o el peyote: hechos para éste
sol. El mismo que bronceó a los lipanes, coahuiltecos,
xarames, tobosos y comanches.

Una música suave que proviene de un automóvil. Una


codorniz extraviada en busca de su parvada. Un conejito
que corre a ocultarse tras unos mogotes y a trasfondo,
un edificio iluminado. Ambulancias que entran y salen.

- Perdone mister, ¿Habla usted español?

- ¡Como que estamos en México¡


24
página
narrativa
- ¿Y Eagle Pass?

- Donde mismo, nomás cruzando el río Bravo.

- ¿Y entonces el que pasamos mas atrás?

- Ese es el río Escondido de Villa de Fuente…

- ¡Ya nos jodieron paisanos! ¡Méndigo coyote, pero


de nosotros no se burla…!

- Con el dinero que les quitó ése desgraciado, no sale


en diez o quince días y no creo que ustedes
aguanten...

- Pos no... ¡Que suerte jija…!

- Miren muchachos, ya me traen la cena –añadió el


velador-. Los convido. Nos tocan de a dos dobladas de
harina con machaca y huevo. Lléguenle antes de que se
enfríen. Hoy por ustedes, mañana por mí.
Después Dios dirá.

25
página
narrativa
la mujer de blanco
Blanca Esthela Treviño Pepi

Hace muchísimos años en tiempos ya olvidados por la


historia, una mujer con vestido blanco hasta los tobillos
y el cabello suelto hasta la cintura, llora junto al Bravo
su desconsuelo. Entre ahogados sollozos se escucha un
grito desgarrador: ¡Ay!, mis hijos, ¿dónde están? El
dolor de perderlos entre las aguas del río sacude su
cuerpo y baña en lágrimas su rostro.

La tarde en que sus hijos tratan de llegar a la otra


orilla en busca de trabajo, es una tarde cálida, serena,
las aguas corren mansamente por la ladera. Bajan al
Bravo con un atado de ropa en la cintura. Sus espaldas
parecen teñidas de rojo por el sol de la tarde, por el
crepúsculo ensangrentado del cielo. Esperan el
anochecer tras una enorme roca en la isleta del río para
evadir la vigilancia de la patrulla fronteriza
norteamericana.

El Río Bravo lleno de agua de colores luminosos, y


un cielo que se torna gris de cenizas tristes, son testigos
de que dejan la patria, no por falta de amor a ella, sino
en busca de oportunidades. Permanecen los tres unidos,
muy juntos, tras la enorme piedra, la luz entera del día
se desbarata haciéndose añicos. El miedo cambia la
forma de los árboles que se divisan a lo lejos: la muerte
se nutre entre los carrizales que crecen en la ribera.
Con el pecho lleno de silencio esperan la oscuridad para
cruzar a nado, despacio, despacito. La esperanza ha
tejido durante mucho tiempo sus noches y sus mañanas,
y el terror hila hoy las nieblas de ultratumba. Sus
corazones palpitan como llamas parpadeantes. Razón de
día no es razón de noche. Parece que el mismo cielo
tuviera miedo de la oscuridad.

La tarde empieza a ensombrecer. El sol agoniza a lo 26


página
narrativa
lejos, aleteando entre los árboles como un ave rojiza; el
río se convierte en plancha inmóvil, metálica. La luna
nace mientras la atmósfera hierve de olores tibios y
contrarios. En las tinieblas del contorno las luciérnagas
brillan como fuegos fatuos. Los murmullos se cruzan y
descruzan en la negrura, la recorren en todas
direcciones: voces de insectos, voces del río que bate
suavemente las peñas, los carrizos y la tierra de la
ribera. Nadie imagina ni presiente el fuerte viento que
después cubrirá de luto las estrellas del cielo.

De pronto parece que los cuerpos celestes se rompen


en mil pedazos, como un incendio de planetas; trozos de
luna, carbones encendidos de los volcanes de otros
astros parecieran clavarse en sus ojos desorbitados.
En la orilla, la mujer mantiene sus brazos en cruz y
pregunta al cielo: ¿Dónde están mis hijos? El viento
norte dispersa sus cabellos, y ella, al fin, deja caer sus
brazos fatigados. Mira las nubes: gruesos rollos
grisáceos y manchitas blancas salpican aquí y allá
ocultando el cielo, mientras una luz plomiza desciende
sobre los carrizales.

En la luna gime el viento, y el río se viste con olas


enormes de plata y azul. Ella ve subir y bajar el
horizonte con el aire que azota los carrizales. ¡Pero sus
hijos no están! Oye el percutir de su corazón en
palpitaciones fuertes y desiguales. Detrás de la lluvia de
sus pestañas, sus ojos buscan con agonía la otra orilla,
¿Dónde están? Ella se angustia, son cosas del amor y el
amor no entiende razones; tampoco acepta preguntas ni
es capaz de dar respuestas.

Aunque es una noche de luna llena, las espesas


nubes se han tornado negras y manchan con su sombra
las aguas traicioneras. El fuerte viento ha tornado
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broncas las aguas que parecen contar a borbotones
todas las historias de los que han muerto en el río en
busca de una mejor vida. ¿Tienen miedo?, les
preguntaron a sus hijos en el pueblo antes de partir.
No, porque los pobres que tienen miedo se quedan
pobres toda la vida.

El viento embiste rugiendo contra los carrizales; a


veces un zigzag multicolor aclara el cielo y, segundos
después llega el trueno. La desesperación de la mujer se
une a la de tantas madres que han visto los remolinos
del río llevarse hasta el fondo, sin misericordia, a sus
seres queridos. Sus lágrimas caen sobre las de muchas
mujeres que, junto a la misma roca, bendijeron a sus
hijos y besaron a sus maridos antes de que partieran a
lo desconocido.

¡No están! Hay en su garganta un incendio


inextinguible. No es posible calcular la hondura del
silencio que produjo aquél grito mudo. Ningún ruido,
como si se detuviera el mismo rumor de la conciencia.
No había aire, como si la tierra se hubiera vaciado de su
atmósfera. Sólo la noche, quieta de nuevo, acalorada
por la canícula de agosto, y en el río el reflejo de las
estrellas que se caen del cielo.

Los acontecimientos están por encima de la voz


humana que parece embrujar al universo con su
reclamo: Mis hijos, ¿dónde están? La mujer permanece
luchando varias horas contra el horror de sus temores,
tirándolos al agua negra del río. Y de nuevo le asalta la
incertidumbre, ese ácido que suele corroer la vida.
Y ahí, esa noche, el río fluye oscuramente y en la ciudad
no quedan luces; en lo alto sólo tres estrellas débiles y la
luna alumbra apenas los puentes. El río continúa como
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antes, moderado, difuso, inofensivo, precioso.

La madrugada va apagando sus esperanzas. El día


desbarata las sombras, las deshace. Camina en la ribera
mirando el horizonte, buscando con la mirada: no ve a
sus hijos en la otra orilla. ¿Dónde están mis hijos…?
El agua murmura debajo de los puentes, pero guarda
los secretos del río con fidelidad. La yerba susurra al
deshacerse bajo sus pies en su deambular sigiloso, y la
tierra suspira al verla pasar. Al contacto de su cuerpo las
altas yerbas y los carrizos se ladean con un mismo
chasquido, luego tras ella se enderezan y juntan. Sube
lento, lento un cielo de amatista y todo queda adentro
de la elipse cerrada de su dolor.

Escucha lejanas las campanas del templo, y llega al


sendero pedregoso que sube a la calle, disimulado por
hilachas de bruma que flotan casi a ras de tierra,
mientras en la solitaria Plaza de los Héroes, bajo un cielo
limpio corre una brisa tímida y el sol asoma en un cielo
sin nubes. Las torres del Santuario de la Virgen de
Guadalupe resplandecen ya entre árboles y palmeras.
Las bancas de granito de la plaza reverberan
mansamente en la luz clara de la mañana. Entra al
templo y se hinca en el suelo anegado en lágrimas. Su
cara se transparenta como si no tuviera sangre. Dios mío
–pregunta, ¿dónde están mis hijos? Dime, ¿por qué se
fueron? Su corazón se llena de recuerdos y melancolía:
la crudeza de la realidad cotidiana de la frontera es
brutal.

Regresa a la búsqueda, vuelve al lugar donde ha


dejado las esperanzas, donde los anhelos convergen al
cruce de todos los vientos del dolor. El dolor que va
hilvanando el hilo de la vida.
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Pasa junto a las cenizas plateadas y las rajitas de
leña de una fogata donde está una olla de barro,
chamuscada, para hervir café. Un símbolo de la
cordialidad que suscita el reunirse para compartir el
peligro inmediato de los que se atreven a cruzar el río
prohibido.

Se detiene en el lugar donde abrazó y besó a sus


hijos, y los bendijo. Moja con sus lágrimas la Roca de las
Ánimas. Abre sus brazos en cruz y pregunta: ¿Dónde
están mis hijos, dónde están? Los buscará toda la vida
por encima de todas las nubes, más mucho más allá de
todos los soles.

Las campanas tañen de nuevo, tristes, es medio día;


la hora del Ángelus. El instante en que el cielo y la tierra
se unen en un lamento.

Dicen que esa tarde llevaba un vestido blanco que la


cubría hasta los tobillos y el pelo oscuro largo hasta la
cintura. Extendía sus brazos en cruz y llamaba a cada
hijo por su nombre. Ninguno respondió. Repiten que
desde entonces, en cada luna llena, se escuchan sus
lamentos desgarradores que repiten una y mil veces:
¿Dónde están mis hijos?

Otros dicen que se aparece junto al Bravo, sobre la


Roca de las Ánimas, justo bajo los puentes
internacionales Piedras Negras–Eagle Pass, y que lleva el
vestido blanco y el cabello suelto, antes negro y ahora
blanco, con sus brazos extendidos en cruz, y que le
dicen La Llorona porque no deja de derramar sus
lágrimas en el río y aún espera, después de tantos años,
ver a sus hijos llegar a la otra orilla.

También dicen que las florecillas blancas que crecen


en las vegas del Bravo nacieron ahí por las lágrimas de
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La Llorona que llora y que llora por los suyos y llora
también por todas las madres que perdieron a sus hijos
en el río que corre mansito, pero bajo sus aguas
traicioneras esconde torvos remolinos.

Otros argumentan que el río no es traidor, porque


gracias a él se abastecen las ciudades de agua en ambos
lados de la frontera, y los campos secos recuperan su
verdor.

Pero aunque no sean traicioneras sus aguas, y


aunque siempre son una bendición para el campo, dicen
también que si caminas junto al Bravo en plena luz del
día, cuando el sol es crudo, vertical, y de un amarillo casi
blanco, aún puedes escuchar los lamentos de La
Llorona cuando el viento sacude los carrizales que
guardan para siempre en sus tallos su profundo dolor.
¡Ay!, mis hijos, ¿dónde están?

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colaboraron
Julia Berenice (Saltillo, Coahuila, 1983). Estudió letras españolas en la
UAdeC. Es autora del poemario Realidades del tiempo. Ha publicado
en las revistas Historias de entretén y miento y La humildad
premiada. Actualmente estudia la licenciatura en historia. Forma parte
del taller literario Letras Negras.

Esperanza Cárdenas (Nueva Rosita, Coahuila, 1950). Es doctora en


economía latinoamericana por la Universidad de Toulouse-Le Mirail,
en Francia. Textos de su especialidad aparecen en publicaciones de
El Colegio de México y la Universidad Autónoma de Coahuila.
Integra el taller literario Letras Negras.

Raúl Mario Álvarez (Piedras Negras, Coahuila, 1982). Es pasante de


ingeniero industrial y poeta. Es integrante del taller literario
Letras Negras.

María del Carmen Maqueo Garza (Torreón, Coahuila, 1955). Reside


en Piedras Negras desde 1984. Es médico pediatra. Ha publicado
Una flor en el camino y aparece en el libro colectivo Co incidencias,
relatos desde la frontera. Integra el taller literario Letras Negras.

Constanza Gramer (Piedras Negras, Coahuila, 1969). Es licenciada en


administración de empresas y promotora cultural. Ha publicado el
libro Selene y otros cuerpos, colaboradora en la revista Historias de
entretén y miento y en la antología conmemorativa del vigésimo
aniversario de esa publicación. Es integrante del taller literario
Letras Negras.

Asalia Solís (Piedras Negras, Coahuila, 1980). Estudió una carrera comercial.
Se desempeña como responsable de la Biblioteca Digital y Enlace,
en la revista Buena Noticia. Pertenece al taller literario Letras Negras.

Ángel Gavidia (Mollebamba, Santiago de Chuco, Perú, 1953). Poeta


peruano. Ha publicado los poemarios: La soledad y otros paisajes,
Un gallinazo volando en la penumbra y Fuera de valija; de cuentos:
Aquellos pájaros, El molino de penca y La cita y otras ausencias; y de
ensayos: El cólera en la ficción de García Márquez y Ribeyro y
Santiago de Chuco.

Carlos Flores Revuelta (Saltillo, Coahuila, 1953). Es promotor cultural,


historiador y logófilo. Autor de los libros Palabras, frases y hechos,
Minimiedades, y en coautoría, Piedras Negras, reseña histórica y
protagonistas. integrante del taller literario Letras Negras.

Sergio Cardell Cerdán (México, D. F., 1957). Es licenciado en economía.


A lo largo de su vida ha realizado múltiples actividades en diversas
ciudades del país. Forma parte del taller literario Letras Negras.

María Alicia Galván Muñoz (Piedras Negras, Coahuila, 1939). Es licenciada


en lengua y literatura españolas, también es diseñadora de interiores.
Participó en el volumen colectivo Co incidencias, relatos desde la
frontera. Forma parte del taller literario Letras Negras.

Jaime Torres Mendoza (San Juan del Cohetero, Coahuila,1955). Es Músico,


narrador, pintor, escritor, editor; intelectual de fuerte raigambre y una
de las mentes más preclaras que han nacido en tierra coahuilense.
Autor de innumerables libros de poesía, narrativa y ensayos.

Francisco Javier Bermea Rendón (Piedras Negras, Coah. 1936-1997)


Escritor, participó en talleres literarios en su ciudad natal y Saltillo;
su obra ha sido publicada en periódicos locales y obras antológicas,
considerados sus escritos por muchos especialistas como un
espléndido retrato de la vida en la frontera.

Blanca Esthela Treviño Pepi (Piedras Negras, Coahuila, 1937). Titulada en


administración de empresas por el Tecnológico de Piedras Negras.
Se dedica al periodismo. Obra suya ha sido reunida en los colectivos
Co incidencias, relatos desde la frontera e Historias de entretén y
miento, antología de poesía, narrativa y teatro. Forma parte del
taller literario Letras Negras.
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