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Buenas noches, señoras y señores.

Vaya por delante mi agradecimiento al Centro


Farmacéutico Nacional y a la Plataforma para la
Defensa del Modelo Mediterráneo de Farmacia por
haberme invitado a exponerles mi opinión jurídica
sobre lo que es el título de esta charla-coloquio.

E, igualmente, mi agradecimiento a todos ustedes


por haber comparecido esta noche, esperando no
serles demasiado aburrido con nuestra a veces
ineludible verborrea jurídica. Sobre todo a
personas “de ciencias” como ustedes. Pero
desgraciadamente vivimos en una sociedad en la que
el legislador nos abruma demasiado.

Para abordar la materia objeto del presente Acto,


cual es la posibilidad o no de aplicar el nuevo
tipo social de sociedad profesional definido en la
Ley 2/2007, de 15 de marzo, en el ámbito de las
oficinas de farmacia, debemos partir del necesario
análisis de lo que debe entenderse por oficina de
farmacia en su aspecto jurídico-económico actual,
para en segundo lugar estudiar si las nuevas
sociedades profesionales encajan en la
configuración legal de aquélla en nuestro Derecho.

El concepto de oficina de farmacia ha evolucionado


mucho desde su primitiva consideración hasta su
realidad actual. Estimo que, en todo caso y
obviamente, nos estamos refiriendo con amplitud no
tanto al local o establecimiento, como al ejercicio
de la profesión farmacéutica consistente en prestar
a la población los servicios básicos recogidos en
el artículo 1 de la Ley 16/1997 a través de una
oficina abierta al público como establecimiento
sanitario privado de interés público. Con ello

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deslindamos la materia de otros posibles ejercicios


de la profesión farmacéutica que no inciden en el
objeto de nuestro estudio (análisis, ensayos,
ortopedia, etc.), así como de otras posibles
empresas del sector farmacéutico
(industria/laboratorios, distribuidoras, etc).

En una primera aproximación tal ejercicio de


actividad supone la confluencia de tres elementos
fundamentales.

• En primer lugar se trata del ejercicio de una


profesión, que además es sanitaria. Ser una
profesión implica requisitos de titulación
académica y de colegiación, pero el carácter
sanitario añade en este ámbito la necesaria
aplicación de la Ley 44/2003, de 21 noviembre,
de ordenación de las Profesiones Sanitarias.

• En segundo lugar se trata del ejercicio de una


empresa, que igualmente es sanitaria. Que sea
empresa, e incluso comercio –de modo directo o
indirecto, como asimilado a él, según posturas,
lleva a su necesaria adscripción a las Cámaras
de Comercio según reiterada jurisprudencia, así
como a la identificación de indudables aspectos
civiles, o mercantiles, en su estructura. No
obstante, aquel carácter sanitario también
añade a la vez aspectos administrativos
esenciales.

• Y tan así que se trata, en tercer lugar, de un


ejercicio privado pero de interés público por
tal carácter sanitario, lo que se ha venido a
considerar un “servicio público impropio”. Ello
da lugar a la sujeción de dicho ejercicio a
importantes requisitos (incluso de
titularidad), exigencia de autorizaciones
administrativas y sometimiento a planificación.

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En todo caso, estos tres elementos debemos hacer


notar que, en nuestro Derecho aparecen como
inescindibles, dando lugar a un auténtico estatuto
de la actividad. No obstante, sí creo sin género de
dudas que en esta actividad sobresale actualmente
de modo principal el elemento empresarial, pues es
el que diferencia esta modalidad de ejercicio de la
profesión de otras: hacerlo mediante oficina de
farmacia abierta al público, como estructura
organizada dirigida al mercado. De modo que, aún
con características propias, nos encontramos ante
una auténtica empresa, en cuyo seno se ejerce –eso
sí- la profesión farmacéutica. Así, la Sentencia
del Tribunal Constitucional de 6 de junio de 2003
habla de un “modelo de empresa farmacéutica” para
referirse a los elementos esenciales y básicos de
la oficina de farmacia. Por consiguiente, debe
hablarse del estatuto de la empresa farmacéutica.
Y en este estatuto, aunque como vemos nos
encontramos con relaciones conceptuales
entrecruzadas, sin embargo siempre prevalece el
interés público derivado de la finalidad sanitaria
perseguida, de modo que la Ley General de Sanidad
confía la prestación farmacéutica en el Sistema
Nacional de Salud, fuera de los hospitales, a las
empresas que son las oficinas de farmacia por la
garantía que supone la intervención del
farmacéutico como profesional sanitario, aunque no
se contente con una simple intervención, sino que
requiera la titularidad y propiedad de aquélla en
manos de éste.

A pesar de ello, en variadas ocasiones y en


diversos foros, se ha dado relevancia no a este
concepto unitario, sino a meros aspectos parciales
administrativos y civiles. Y muchas veces adoptando
posturas maximalistas que suelen desembocar en
propugnar bien la naturaleza exclusivamente

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administrativa de la actividad, bien su carácter


puramente civil.

Desde luego estos enfoques parciales del asunto han


dependido en gran medida de la jurisdicción llamada
a resolver sobre ciertas controversias, pero en
definitiva ha llevado a plantear una dicotomía
doctrinal entre titularidad administrativa y
propiedad civil que consideramos de difícil
sostenimiento. Y que, no obstante, hemos visto
reproducida precisamente en los debates
parlamentarios previos a la promulgación de la Ley
de Sociedades Profesionales, con la influencia que
ello conlleva a efectos del presente análisis.

En la actualidad prevalece, sin embargo, una


postura intermedia que se decanta por considerar
que en las oficinas de farmacia confluyen
inseparablemente elementos administrativos,
principalmente la autorización administrativa, y
elementos civiles, como el establecimiento o local
de negocio, las existencias, la clientela, los
derechos de traspaso y demás elementos físico-
económicos de la empresa.

En el fondo, esta postura entronca con nuestro


planteamiento inicial: la oficina de farmacia es
hoy una empresa en la que confluyen
inescindiblemente, formando un verdadero estatuto
jurídico, diversos aspectos y elementos en un
conjunto unitario. Por eso, cuando se diferencia
entre titularidad administrativa y propiedad civil
se incurre en una absoluta simplificación. En
realidad, de lo que debe hablarse es de titularidad
administrativa que se equipara a titularidad de la
autorización y titularidad civil (o mercantil) que
se identifica con titularidad de la empresa, pero
en ambos casos no como ámbitos o conceptos

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independientes sino confluyentes dentro del que


llamamos estatuto de la empresa farmacéutica.

Ello nos lleva, pues, a exponer sucintamente los


elementos de dicho estatuto, los elementos de la
empresa farmacéutica que es la oficina de farmacia.

Y, de forma indirecta, pero obligada, a identificar


el papel que cumplen los tres elementos
caracterizadores de esta actividad que
anteriormente señalamos (ejercicio de profesión
sanitaria, ejercicio de empresa sanitaria y
ejercicio privado de interés público por su
carácter sanitario)

En primer lugar, en su aspecto subjetivo, aparece


el empresario o titular.

Empresario es quien ostenta un título jurídico


sobre la empresa que, con carácter recognoscible,
le faculta para su representación y gestión-
dirección, sujetándole a responsabilidad frente a
terceros.

El carácter sanitario que informa el estatuto ya


hemos visto que impone el requisito de que sea
farmacéutico, persona física licenciada en
Farmacia, y de que su título sobre la empresa sea
de propiedad. Y que sea de propiedad, significa que
se reconozcan en su persona los caracteres
esenciales del dominio: esto es, gozar del más
amplio poder de gestión y disposición (artículo 348
del Código Civil), sujetándose a responsabilidad
personal e ilimitada (principio de responsabilidad
patrimonial universal, artículo 1911 del mismo
Código), con pleno reconocimiento y oponibilidad
frente a terceros (eficacia erga omnes). Esto, y no
otra cosa, significa que el titular administrativo
sea titular de la propiedad de la empresa

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En segundo lugar, en su aspecto objetivo,


encontramos lo que podríamos llamar los elementos
productivos. Y estos elementos, a su vez, son
personales y patrimoniales.

Los elementos personales pueden ser diversos pero,


en todo caso, el carácter sanitario que informa el
estatuto requiere siempre la presencia de
profesionales sanitarios (artículo 5 de la Ley
16/1997): obligatoriamente la del farmacéutico
titular (o excepcionalmente, regente), y
potestativamente la de sustitutos y adjuntos o
auxiliares. Es, por tanto, en este ámbito y
situación en la que en nuestro modelo jurídico se
desarrolla el que antes llamamos ejercicio de la
profesión farmacéutica mediante oficina de
farmacia, desterrado ya en la práctica un ejercicio
liberal sin caracteres de empresa propio de épocas
pasadas. El ejercicio del farmacéutico titular como
profesional es directo, por cuenta propia, mientras
que el de los sustitutos y adjuntos o auxiliares es
por cuenta ajena, mediante arrendamiento de
servicios o, más generalmente, relación laboral que
le vincula con aquél en el marco empresarial.
Categorías éstas de ejercicio por cuenta propia o
ajena que, por otra parte, recoge expresamente –
como no podía ser menos- la Ley de ordenación de
las Profesiones Sanitarias (entre otros, artículos
4.2, 40.1, 41 y 42).

En cuanto a los elementos patrimoniales, o mejor


económicos, ya dijimos antes que pueden
identificarse como tales usualmente el
establecimiento o local de negocio, las
existencias, la clientela, los derechos de traspaso
y demás elementos físico-económicos de la empresa
(mobiliario, maquinaria, licencias de software,
etc.).

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Por último, y en tercer lugar, en su aspecto


formal, además de sujetarse a un título jurídico
válido (que como hemos visto, debe ser de
propiedad), la empresa farmacéutica por su carácter
sanitario también requiere autorizaciones
administrativas en cabeza del mismo titular de la
empresa, que por eso también debe ser el titular
administrativo.

Y decimos que el título debe ser de propiedad o


dominio (propietario) sobre la empresa como
conjunto unitario, pues solo a ello puede referirse
dicho requisito legal, ya que sobre el local de
negocio o los restantes elementos productivos
patrimoniales o económicos no cabe duda que caben
títulos diferentes del de dominio (arrendamiento,
usufructo, depósito, préstamo, etc...).

En cuanto a las autorizaciones administrativas de


ellas se ocupan a nivel básico estatal tanto el
artículo 3 de la Ley 16/1997, como el Real Decreto
1277/2003, de 10 de octubre, por el que se
establecen las Bases Generales sobre Autorización
de Centros, Servicios y Establecimientos
Sanitarios, todo sin perjuicio de la capital
competencia autonómica en la materia.

Pero, además de ello, que estemos ante un conjunto


empresarial unitario, nos lleva también a
considerar su repercusión a nivel de transmisión,
de modo que titularidad administrativa de la
autorización y titularidad civil del dominio sobre
la empresa aparecen obligatoriamente unidos,
incluso a efectos de dicha transmisión. En
consecuencia la transmisión de la empresa
farmacéutica implica necesariamente la de la
autorización.

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Perfectamente se hubiera podido entender otra cosa:


que lo que se transmite es la empresa y, una vez
transmitida, al adquiriente se le otorga con
carácter reglado –no discrecional- nueva
autorización. En la legislación estatal,
tradicionalmente -y aún hoy-, podría sostenerse
esta tesis, sin embargo la realidad normativa
autonómica ha ido diluyendo tal posibilidad en aras
de la transmisibilidad de la propia autorización.

Lo que sí sostenemos es que siempre hay una


correlación con la transmisión de la empresa y, ni
puede entenderse el concepto por separado, ni
tampoco reducirlo a la simple posibilidad de
transmitir: lo que verdaderamente ocurre es que
cuando se transmite la empresa, obligatoriamente
debe transmitirse la autorización administrativa de
la misma –como elemento formal esencial de ella-.

Por todo ello, debemos concluir que EL EMPRESARIO


FARMACÉUTICO, COMO TITULAR QUE ES DE LA EMPRESA
FARMACÉUTICA, DEBE SER UN FARMACÉUTICO QUE, ADEMÁS
DE EJERCER DIRECTAMENTE SU PROFESIÓN DENTRO DE SU
EMPRESA, DESDE UN PUNTO DE VISTA ADMINISTRATIVO
DEBE OSTENTAR LA TITULARIDAD DE LA AUTORIZACIÓN
ADMINISTRATIVA, Y, DESDE UN PUNTO DE VISTA CIVIL (O
MERCANTIL) DEBE OSTENTAR LA TITULARIDAD DEL DOMINIO
(PROPIETARIO) DE LA EMPRESA QUE ES LA OFICINA DE
FARMACIA.

Ahora bien: ¿cabe la cotitularidad en la


autorización administrativa?, ¿y en el dominio de
la empresa?.

Respecto de la autorización administrativa, el


carácter sanitario del estatuto de la empresa
impone que, en principio, el titular sea una sola
persona física licenciada en Farmacia. Así se
desprendería del artículo 1 de Ley 16/1997 que se

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refiere, en singular, al farmacéutico titular-


propietario, esto es, una sola persona física
farmacéutica, y por tanto licenciada en farmacia
como corrobora el artículo 6.2.b) de la Ley de
ordenación de las Profesiones Sanitarias (Sin
perjuicio de las funciones que, de acuerdo con su
titulación y competencia específica corresponda
desarrollar a cada profesional sanitario ni de las
que puedan desarrollar otros profesionales, son
funciones de cada una de las profesiones sanitarias
de nivel de Licenciados las siguientes: (…)
b) Farmacéuticos: corresponde a los Licenciados en
Farmacia las actividades dirigidas a la producción,
conservación y dispensación de los medicamentos,
así como la colaboración en los procesos
analíticos, farmacoterapéuticos y de vigilancia de
la salud pública).

No obstante, ello hoy en día debe analizarse a la


luz de las especialidades reconocidas en la
legislación autonómica, en las que la regla general
prácticamente unánime es la de admitir la
cotitularidad de varios farmacéuticos en la
autorización, y como tal debe admitirse. Aunque
siempre con el obligado matiz de vincularse en la
mayoría de los casos a la necesaria identidad con
la copropiedad. En el resto no hay cambio: esos
posibles cotitulares deben ser farmacéuticos, esto
es, personas físicas licenciadas en Farmacia.

En cuanto a la posible cotitularidad en el dominio


de la empresa farmacéutica, de nuevo el carácter
sanitario del estatuto de la empresa impone que
aquél titular administrativo ostente el dominio de
la empresa, es decir que ostente en su persona (y,
por tanto, con carácter plenamente recognoscible y
oponible frente a terceros) el más amplio poder de
representación, gestión y disposición sobre ella,
sujetándose a un régimen de responsabilidad

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personal e ilimitada. Si estos caracteres pueden


darse en algún supuesto de cotitularidad sobre la
empresa, dicha cotitularidad será admisible, si no,
deberá rechazarse.

En tal sentido pueden citarse casos de


cotitularidad incidental, como la herencia yacente
o la sociedad de gananciales. Estos casos, y aún
teniendo en cuenta lo controvertido de su
naturaleza, se les ha venido considerando supuestos
comunes de comunidad germánica, propiedad en mano
común o pars valoris bonorum, lo que da lugar a
importantes repercusiones civiles por la
participación de los coherederos o cónyuges sobre
la empresa farmacéutica como un conjunto unitario o
sobre sus distintos elementos productivos, que
escapan al ámbito de mi exposición, pero que no
desnaturalizan la tesis que mantengo.

En cambio, en el caso de una cotitularidad no


incidental, sino voluntaria debemos tener en cuenta
lo siguiente. Nuestra legislación no excluye la
posibilidad de transmisión incluso de una cuota
sobre la oficina de farmacia, pero siempre a favor
de farmacéutico (tal como en la anterior normativa
reconoció la STS de 14 de diciembre de 1992, y en
la vigente la STC de 5 de junio de 1997 –Fundamento
de Derecho 8º- que pone de manifiesto cómo el
artículo 4 de la Ley 16/1997 establece, entre otros
aspectos, la transmisibilidad de las oficinas de
farmacia a favor de otro u “otros” farmacéuticos).

No obstante, ello siempre dará lugar a una


cotitularidad que frente a terceros (externamente)
implica una simple comunidad de bienes, aunque
internamente pueda y deba calificarse de sociedad
personalista interna (civil o colectiva, según nos
decantemos por su naturaleza civil o mercantil).

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Y ello es así por cuanto, exigiendo la legislación


que la titularidad administrativa se personifique
en la persona del titular del dominio de la
empresa, y ya que el titular administrativo debe
ser persona física, no cabe una personificación
diferente mediante sociedad, difundiéndose
externamente solo un vínculo de comunidad sin
personificación, y debiendo mantenerse la relación
empresarial compartida en el ámbito meramente
interno. Eso sí, en este ámbito interno, sí pueden
regir pactos obligacionales entre los cotitulares
propios de una sociedad, los más frecuentes para
regular las aportaciones al fondo común, y por
consiguiente las participaciones en la
cotitularidad, y/o para disciplinar la distribución
de ganancias y pérdidas (en esencia, pactos de
medios y de comunicación). Estas sociedades
internas, no obstante, por el régimen de
responsabilidad que subyace en el requisito de
dominio impuesto, siempre deben ser personalistas
(responsabilidad personal e ilimitada de los
socios). Es por todo ello, que las sociedades de
capital quedan excluidas de este ámbito pues, por
su naturaleza son siempre externas (y ello choca
con la exigida personificación en cabeza del
titular administrativo y empresarial) y de
responsabilidad limitada (lo que choca con el
régimen de responsabilidad ilimitada exigida del
titular administrativo y empresarial).

Visto este esquema definitorio de la oficina de


farmacia en nuestro Derecho, pasaremos a ver si
encaja en él la nueva figura de la sociedad
profesional.

Recientemente publicada la Ley 2/2007, de 15 de


marzo, de Sociedades Profesionales, su Disposición
Adicional Sexta ha venido a disponer que “Sin
perjuicio de lo establecido en la presente Ley, la

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titularidad de las oficinas de farmacia se regulará


por la normativa sanitaria que les sea de
aplicación”.

Una primera lectura, a la vista del tenor literal


del precepto y de lo expuesto hasta la presente,
nos llevaría a concluir que se trata de una clara
exclusión de la sociedad profesional en el ámbito
de la oficina de farmacia: la titularidad –lo que
engloba tanto la administrativa como la
empresarial- se rige por las leyes sanitarias).

Sin embargo, si tenemos en cuenta el reduccionismo


conceptual imperante, y se siguiera aquella
simplificación que diferencia entre titularidad
administrativa y propiedad civil, podría caerse en
el error de considerar que la DA 6ª, al expresar
que la titularidad se sujeta a las normas
sanitarias y guardar silencio sobre la propiedad,
viene a consagrar que la titularidad administrativa
no puede recaer sobre la sociedad profesional
porque la normativa sanitaria requiere que sea una
persona física licenciada en Farmacia, pero en
cambio la propiedad civil sí será posible que
recaiga sobre la sociedad profesional porque es
algo ajeno a los requisitos sanitarios y la nueva
Ley no la excepciona.

Tan es así que tras los debates parlamentarios, el


texto definitivo ha quedado como una transaccional
que ha querido reflejar una postura intermedia
entre el inicial proyecto, que no excepcionaba a
las oficinas de farmacia de la aplicación de la
Ley, y las enmiendas presentadas por el Partido
Popular y Convergencia y Unión, que reclamaban
excepcionar tanto titularidad como propiedad. Y la
transacción, como vemos, ha pretendido -según la
propuesta del Partido Socialista- excepcionar la

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titularidad, pero permitir en cambio la entrada de


las sociedades profesionales en la propiedad.

Ello no obstante, debemos tener en cuenta que si la


intención de nuestros parlamentarios en ocasiones
aporta criterios interpretativos útiles a la hora
de discernir sobre el sentido del legislador y de
la Ley, lo cierto es que ello lo será siempre que
no se desvirtúen ni los principios generales del
Derecho en los que se asienta una institución, ni
las normas imperativas que de modo sistemático la
regulan.

Por consiguiente, si hemos expuesto los caracteres


en los que se basa la regulación de la oficina de
farmacia en nuestro Derecho, en realidad debemos
partir de dos premisas fundamentales.

De un lado, el carácter sanitario de la oficina de


farmacia siempre prevalece dado el interés público
que persigue, de manera que modaliza la empresa
farmacéutica que es, configurando el especial
estatuto al que se sujeta.

En este sentido, considero:

1.- que la función social de la propiedad,


consagrada en el artículo 33 de la Constitución
como delimitadora de las facultades del dominio,
fundamenta que el interés público sanitario sea
definidor de la propiedad que recae sobre la
empresa farmacéutica, de modo no cabe una
interpretación del concepto de dicha propiedad que
contradiga los principios básicos derivados de tal
interés público; y

2.- que la Ley de Sociedades Profesionales no puede


interpretarse en contradicción con la Ley General
de Sanidad. Nótese cómo la Disposición Derogatoria

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Primera de la Ley General de Sanidad señala que


“Quedan derogadas cuantas disposiciones de igual o
inferior rango contradigan lo dispuesto en la
presente Ley”, mientras la Ley de Sociedades
Profesionales carece de disposición de contenido
equivalente.

Y, de otra parte, en base a ello, debe prevalecer


el requisito de que el empresario farmacéutico
(titular de la empresa farmacéutica) sea un
farmacéutico que ostente la titularidad de la
autorización administrativa y que ostente la
titularidad de dominio sobre la empresa.

Ya hemos visto que la posibilidad de cotitularidad


sobre la autorización administrativa se anuda a la
cotitularidad sobre la propiedad (copropiedad),
pero ¿cabría titularidad mediante una sociedad
profesional en el dominio o propiedad sobre la
empresa?.

Para ello debemos analizar los caracteres de la


nueva sociedad profesional y enfrentarlos a los que
ya hemos definido como propios de la empresa
farmacéutica.

En primer lugar, debemos tener en cuenta que no es


un tercer tipo de sociedad, diferente de las
sociedades personalistas y de las sociedades de
capital, pues puede adoptar cualquiera de las
formas tradicionales en nuestro Derecho (artículo
1.2 de la Ley de Sociedades Profesionales), ya que
su especialidad no deriva de la forma, sino del
objeto. En consecuencia, si adoptase la forma de
sociedad de capital podríamos aquí reproducir las
objeciones que antes hicimos a éstas para ser
titular del dominio sobre la empresa farmacéutica
(carácter externo y responsabilidad limitada).

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Pero, quedaría el interrogante respecto de la


adopción de una forma de sociedad personalista.

Sin embargo, y en segundo lugar, hay que poner de


manifiesto que las sociedades profesionales son
siempre sociedades externas, ya que su objeto es el
ejercicio directo y recognoscible de la profesión
frente a terceros, y no simplemente la regulación
de pactos internos obligacionales entre los socios.
Y ello sin contar con el hecho de que, además, se
requiere inscripción en el Registro Mercantil con
carácter constitutivo, para adquirir “su”
personalidad jurídica específica como tal sociedad
profesional. Esta naturaleza externa de la sociedad
profesional choca frontalmente con la exigencia de
que la titularidad del dominio sobre la empresa
farmacéutica sea recognoscible en cabeza del
titular de la autorización administrativa y, en
ambos casos, sea un farmacéutico (persona física
licenciada en Farmacia).

Y, en tercer lugar, pero de modo esencial, debe


tenerse en cuenta que si de lo que hablamos es de
una figura societaria en la cotitularidad sobre la
propiedad de la empresa farmacéutica, el único
resquicio que podría reconocerse ya dijimos que
sería el de una sociedad personalista (civil o
colectiva) interna que ostentara -solo con eficacia
inter partes- la titularidad de la empresa bien con
la finalidad de regular internamente los derechos
de los socios sobre los elementos productivos
patrimoniales, o bien para repartir ganancias y
pérdidas, o bien con ambas finalidades. Pero ello
atiende ya no tanto a la forma, como al objeto, y
en definitiva son casos de sociedades de medios o
de comunicación de ganancias y pérdidas, que
expresamente se diferencian de la sociedad
profesional, cuyo objeto es el ejercicio en común
de la profesión.

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En definitiva, lo que no puede perderse de vista es


que la sociedad profesional no es una sociedad
entre profesionales (instrumental, para el
ejercicio profesional –medios, comunicación, o
mixtas-), lo que internamente entre los socios vale
como cotitularidad sobre la propiedad de la
empresa, aunque externamente frente a terceros solo
aparezca como comunidad, sino que es una sociedad
de profesionales (directa, de ejercicio de la
profesión). De modo que, por la propia definición
legal de su objeto social, la sociedad profesional
tampoco puede servir a la finalidad de ostentar la
titularidad del dominio sobre la empresa
farmacéutica, sino únicamente al ejercicio común de
la profesión.

En conclusión, LA COTITULARIDAD EN EL DOMINO SOBRE


LA EMPRESA FARMACÉUTICA SOLO ADMITE UNA SOCIEDAD
CIVIL O COLECTIVA INTERNA DE MEDIOS, COMUNICACIÓN,
O MIXTA, ENTRE PROFESIONALES (EXTERNAMENTE
COMUNIDAD), PERO NO UNA SOCIEDAD EXTERNA DE
EJERCICIO DE LA PROFESIÓN COMO ES LA NUEVA SOCIEDAD
PROFESIONAL

En definitiva: UNA SOCIEDAD PROFESIONAL NO PUEDE


SER TITULAR NI PROPIETARIA DE UNA OFICINA DE
FARMACIA y por consiguiente no se le aplica ningún
precepto de la LSP.

A pesar de ello, se ha emitido algunos Informes de


compañeros juristas que, a mi modo de ver, han
introducido dudas en la profesión y que, para
finalizar, creo conveniente aclarar, corroborando
la postura que mantengo.

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En algún Informe (Rafael Ariño) se ha considerado


que la propiedad a la que se refiere el art. 103.4
de la Ley General de Sanidad no es, en un sentido
civil, la propiedad que recae sobre los elementos
materiales de la oficina de farmacia, puesto que
sobre dichos elementos el titular puede no ser
propietario, sino que es, en un sentido
administrativo, la propiedad que recae sobre la
autorización administrativa, que siempre
corresponde al titular. De ello concluye, que la
propiedad y la titularidad de que habla el artículo
103.4 son absolutamente semejantes.

En contra de dicha postura cabe señalar:

1. Que, si ambas expresiones significaran lo


mismo, no habría razón alguna para entender que
el legislador fuera tan redundante;

2. Que en puridad no cabe hablar en términos


jurídicos de una verdadera propiedad sobre la
autorización administrativa; y

3. Que el único argumento en que se apoya es que


no es necesario que sobre los elementos
materiales recaiga la propiedad, cuando sin
embargo no es esa la propiedad a la que se está
refriendo el artículo 103.4, sino la propiedad
que recae sobre la empresa que es la oficina de
farmacia como conjunto unitario, aunque
ciertamente sí puedan ostentarse diversos
títulos sobre los elementos materiales que la
componen.

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Otro Informe (Despacho Uría Menéndez), matizando la


anterior postura doctrinal, estima que sí hay
diferencia entre la titularidad y la propiedad que
exige el artículo 103.4. Así, considera que la
titularidad recae sobre la autorización
administrativa, mientras que la propiedad,
siguiendo la misma postura de entender que no es un
concepto civil sino también administrativo, estima
en cambio que se identifica con la transmisibilidad
de la autorización. A esta conclusión llega
realizando un estudio de las normas sanitarias en
las que se alude a la palabra propiedad, de modo
que según él sólo se utiliza en el ámbito de la
transmisión de la oficina de farmacia.

En contra de esta posición cabe señalar:

1. Que la palabra propiedad no sólo se utiliza en


ese ámbito de transmisibilidad, sino que, sobre
todo y precisamente, se emplea en el de la
definición y requisitos exigidos al
farmacéutico como titular de la oficina de
farmacia (103.4 LGS y 1 Ley 16/97);

2. Que con dicha postura se está atendiendo solo a


un aspecto de la propiedad, como es la facultad
de disposición, cuando la propiedad se integra
también por otras facultades, e incluso
deberes; y

3. Que si el artículo 103.4 de la LGS hubiese


querido referirse a la transmisibilidad en vez
de a la propiedad lo hubiera hecho, y no ha
sido así.

En conclusión de todo lo anterior cabe reiterarnos


en nuestra postura:

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EL ART. 103.4 DE LA LGS REQUIERE INESCINDIBLEMENTE


TITULARIDAD DE LA AUTORIZACIÓN ADMINISTRATIVA Y
PROPIEDAD SOBRE LA EMPRESA QUE ES LA OFICINA DE
FARMACIA.

Admitido esto, y volviendo a la concepción expuesta


en primer lugar, el susodicho Informe (Rafael
Ariño) considera que la ley de sociedades
profesionales se aplica a la oficina de farmacia.
Llega a dicha conclusión por ser ésa la intención
de los diputados que votaron la Disposición
Adicional 6ª, así como por la expresión de esta
“sin perjuicio de lo establecido en la presente
Ley…”. Pero como reconoce que la sociedad
profesional no puede ser titular/propietaria de la
autorización administrativa porque la LGS requiere
que sea persona física, su opción por la ineludible
aplicación de la ley de sociedades profesionales le
obliga a decir que, en cambio, dicha sociedad
profesional lo que sí puede es ejercer la actividad
propia de la oficina de farmacia. Y para ello
necesita acudir –ni más, ni menos- que a una
necesaria cesión de uso temporal de la autorización
por su titular a la sociedad profesional.

En contra de dicha postura cabe señalar:

1. Que a intención de los diputados no es un


argumento interpretativo válido si es
contrario, como es el caso, a los principios
rectores de la institución definidos en la
legislación sanitaria;

2. Que la frase “sin perjuicio de lo establecido


en la presente ley…” tiene otro significado
diferente del atribuido, como es que la
sociedad profesional farmacéutica sí puede
existir, pero en otros ámbitos del ejercicio de

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la profesión diferente del de la titularidad y


propiedad de la oficina de farmacia;

3. Y que, por último, no es posible una cesión del


uso temporal de la autorización administrativa.
No se admite en ningún precepto del derecho
positivo, podría abrir la puerta a cualquier
tipo de cesión, y sobre todo sólo sería
equiparable a una transmisión que sólo es
posible a favor de farmacéuticos (y la sociedad
profesional permite que un 25% de sus socios no
lo fueran).

Por último, un Informe diferente de todos los


anteriores (Ramón Entrena) considera también que la
LSP se aplica a las oficinas de farmacia (en su
caso sin argumentos, como una mera declaración
apriorística de principios). Pero como también
tiene que reconocer que la titularidad o
cotitularidad debe recaer sobre uno o varios
farmacéuticos persona física, se ve obligado a
exigir, si no la figura de la cesión del uso
temporal, sí una cotitularidad de todos los
farmacéuticos titulares que “empeñarían” su título
bajo el velo de la sociedad profesional.

Y en contra de esta posición, en definitiva, basta


con señalar que en la sociedad profesional no puede
hablarse de un velo societario sino de una
auténtica sociedad externa, con personalidad
jurídica propia. Tan es así que no cabe entender
que significaría ese “empeño” del título sobre la
autorización, si no es a través de una aportación a
la sociedad y por consiguiente una transmisión, lo
que está vedado por las leyes sanitarias.

En conclusión de todo lo anterior cabe reiterarnos


de nuevo en nuestra postura:

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LA LSP NO ES APLICABLE DE NINGUNA MANERA NI EN


NINGUNO DE SUS PRECEPTOS A LA TITULARIDAD Y
PROPIEDAD SOBRE LA OFICINA DE FARMACIA.

Y con esto doy por concluida mi intervención,


agradeciéndoles muy sinceramente su atención y
paciencia, y esperando haber podido aclarar dudas
en esta materia de especial importancia actual para
su profesión, a lo que tan gentilmente he sido
invitado por el Centro Farmacéutico Nacional y la
Plataforma para la Defensa del Modelo Mediterráneo
de Farmacia, pudiendo si lo creen conveniente pasar
ahora al coloquio.

Almería, 24 de mayo de 2007

Eduardo Glez.-Santiago Gragera

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