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Harlene Anderson
Conversación, lenguaje y posibilidades.
Un enfoque posmoderno de la terapia.
Ed. Amorrortu, B. Aires, 1999

(pp. 27-31)

Cambios en la cultura de la terapia: una postura filosófica

Mi enfoque colectivo en psicoterapia se ha desarrollado en el fluir de innumerables


conversaciones «terapéuticas» y conversaciones acerca de la terapia mantenidas durante
años con clientes, colegas, estudiantes y conmigo misma en un intento de describir y explicar
nuestras experiencias a otros y a nosotros mismos. Esas conversaciones sobre una terapia que
ha dado buenos o malos resultados han influido sobre mis ideas y mi trabajo. Cuando pienso en
ellas, vuelvo una y otra vez a los aspectos centrales de mi terapia: lenguaje, conversación,
relación. ¿Cuál es la diferencia entre una conversación terapéutica exitosa y otra que no lo
es? ¿Hay diferencias entre una conversación con un buen amigo y una conversación terapéutica
con un extraño? ¿Qué influencia ejerce lo que ocurre en el consultorio de terapia sobre la vida
de una persona fuera del consultorio? ¿De dónde proviene «lo nuevo» que los clientes suelen
describir como una sensación de libertad o de esperanza? ¿De qué manera contribuye la
terapeuta a esa sensación? ¿En qué es «experto» un terapeuta? Y lo más importante: ¿son
estas las preguntas que debemos hacernos?
En mi búsqueda de un método para pensar sobre nuestras experiencias y sobre este tipo
de preguntas, me fui alejando cada vez más del modernismo. Algo no encajaba. Me sentí atraída,
a veces a sabiendas y a veces sin quererlo, por los supuestos filosóficos posmodernos, que
parecían adecuarse a mis experiencias y liberarme. El pensamiento pos-moderno, en el sentido
amplio del término, ha sido el punto de partida de mi trabajo actual, y sigue dándole sentido,
aunque soy consciente de que habrá algo más allá de ese pensamiento. Si bien mi enfoque se
ha conocido como enfoque colaborativo de los sistemas de lenguaje (Anderson, 1993, 1995),
en este libro lo llamo simplemente enfoque colaborativo. Estos términos se refieren a mi
conceptualización de la terapia: un sistema de lenguaje y un acontecimiento lingüístico que reúne a
la gente en una relación y una conversación colaborativas —una búsqueda conjunta de posibilidades.
El contexto de mi enfoque ha sido provisto por pensadores (teóricos, filósofos, psicólogos
sociales, feministas, terapeutas familiares) que criticaron la autoridad científica como base del
conocimiento y ofrecieron otros criterios para indagar y comprender la psicología humana. Es este
desafío paradigmático —revolucionario, potencialmente explosivo, y naturalmente marginado—
que plantean las teorías del construccionismo social, de la hermenéutica y de la narrativa, lo
que para mí constituye el pensamiento posmoderno. He sido testigo y partícipe de esta
revolución desde los terrenos de la terapia familiar y de la psicología, aunque en el primero de
esos terrenos se desenvolvieron en lo sustancial mi crecimiento e identidad profesionales como
2

la mayoría de mis contribuciones clínicas y académicas.


Mi análisis crítico de la psicoterapia en general, y mis puntos de vista propios, son parte
de la historia del «grupo Galveston» o, más formalmente, el Houston Galveston Institute
(Anderson, Goolishian, Pulliam y Winderman, 1986; Goolishian y Anderson, 1990). El Instituto
es una organización privada sin fines de lucro, dedicada a la práctica clínica, la investigación y
la educación, cuyos orígenes se remontan a la terapia de impacto múltiple (MacGregor et al.,
1964), una de las primeras formas de terapia familiar. La mayor parte de los clientes del
Instituto son involuntarios o han sido tratados sin éxito en otras instituciones; las fuentes de
derivación son organismos de protección del menor, juzgados de familia, albergues para
víctimas de violencia doméstica y otras instituciones encargadas de identificar a quienes se
apartan de las normas sociales. También he tenido la fortuna de ser invitada a enseñar y
consultar en otros contextos y países, lo que me ha permitido recoger experiencias únicas y
variadas que a su vez influyeron sobre mi práctica y mi ideología.
Estos contextos profesionales han provisto ciertas características comunes muy
importantes: la colaboración con colegas inquisitivos que cuestionaron paradigmas familiares y
exploraron las fronteras de nuevos paradigmas; situaciones de enseñanza donde la maestra
también era aprendiz; y la oportunidad de alternar con representantes (individuos, familias,
sistemas amplios y organizaciones) de una vasta gama de entornos socioeconómicos, culturales
y étnicos que pasaban por muy diversas dificultades en su vida cotidiana. Tanto mi enfoque
colaborativo posmoderno como este libro se basan en las siguientes premisas filosóficas:

1. Los sistemas humanos son sistemas de generación de lenguaje y sentido.


2. Son más formas de acción social que procesos mentales individuales
independientes cuando construyen realidad.
3. Una mente individual es un compuesto social, y por lo tanto el propio ser es un
compuesto social, relacional.
4. La realidad y el sentido que nos atribuimos y que atribuimos a otros y a las
experiencias y acontecimientos de nuestra vida son fenómenos interaccionales
creados y vivenciados por individuos en una conversación y acción con otros y con
nosotros.
5. El lenguaje es generador; da orden y sentido a nuestra vida y a nuestro mundo,
y opera como una forma de participación social.
6. El conocimiento es relacional; está inserto en el lenguaje y nuestras prácticas
cotidianas donde también se genera.

De estas premisas derivan profundas consecuencias para toda empresa humana y para
quienes participamos en esas empresas; especialmente, para la terapia y los terapeutas: qué
pensamos de los seres humanos y de nuestro papel en su vida, cómo pensamos y participamos
3

en un sistema terapéutico, en el proceso de la terapia, en la relación terapéutica. Esas premisas


diferencian mi filosofía y práctica colectivas de otras versiones posmodernas, e implican un
movimiento en las definiciones de sistema social, proceso terapéutico, y posición de la
terapeuta.

Desde Hacia

Un sistema social definido por una estructura de Un sistema basado en el contexto, y producto de la
roles comunicación social

Un sistema compuesto por un individuo, una pareja o Un sistema compuesto por individuos interrelacionados
una familia a través del lenguaje

Una organización y un proceso jerárquicos dirigidos por Una postura filosófica terapéutica que invita a una
la terapeuta relación y un proceso colaborativos

Una relación dualista entre un experto y un no- Una sociedad colectiva entre personas con
experto diferentes perspectivas y conocimientos

Una terapeuta que sabe y que descubre y recoge Una terapeuta que no-sabe y que está en la posición
información y datos de ser informada

Una terapeuta experta y satisfecha que sabe cómo Una terapeuta experta en crear un espacio para el
otros deberían vivir diálogo y en facilitar el proceso dialógico

Una terapia centrada en el conocimiento impartido y Una terapia centrada en generar posibilidades y
en una búsqueda de la causalidad en fiarse en las contribuciones y la creatividad de
todos los participantes

Una terapeuta segura de lo que sabe (o cree que Una terapeuta insegura para quien el conocimiento
sabe) está en constante desarrollo

Una terapeuta que opera desde conocimientos, Una terapeuta que hace públicos, comparte y
supuestos y pensamientos privados y privilegiados reflexiona sus conocimientos, supuestos,
pensamientos, preguntas y opiniones

Una terapeuta intervencionista, con capacidad Una inquisición compartida que depende de las
estratégica y técnica capacidades de todos los participantes

Una terapeuta que intenta producir cambios en Un cambio o una transformación que son una
otra persona u otro miembro de un sistema consecuencia natural de un diálogo generador y una
relación colaborativa

Una terapia con personas bien delimitadas, Una terapia con personas multifacéticas, dotadas
dotadas de sí-mismos nucleares de sí-mismos relaciónales construidos en el lenguaje

Una terapia como una actividad que investiga a otros Un terapeuta y un cliente que participan como co-
sujetos investigadores para crear lo que «descubren»
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Este libro se ocupa de por qué y cómo pienso que estas premisas cambian la cultura de la
terapia, y cuáles son sus implicancias. Para mejor situar mi filosofía y mi práctica filosóficas,
ofreceré mi percepción de los cambios ocurridos en el campo de la psicoterapia, especialmente
la terapia familiar, y una crítica de los paradigmas teóricos y los modelos prácticos actuales.
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(pp. 39-62)

1. Cebollas y pirámides

«Construimos nuestros destinos con los dioses que elegimos». Virgilio

Para entender el actual cambio paradigmático en la psicoterapia posmoderna, y cómo se


está produciendo, es preciso rastrear su desarrollo histórico. Ofreceré aquí mi versión de este
desarrollo, y de cómo influyó sobre él la evolución de la terapia familiar. Me centraré en el papel de
las teorías cibernética, social, constructivista y evolutiva, y en un nuevo desarrollo teórico que
las trasciende.
Un paradigma terapéutico es ante todo un intento de encarar lo que los proponentes del
paradigma consideran problemas críticos. Cada paradigma define los problemas y el modo de
abordarlos. Los paradigmas dan forma a los problemas; los problemas sustentan a los
paradigmas. La psicología, la terapia familiar y, hasta cierto punto, la psiquiatría actuales pasan
por sus respectivas autocríticas en busca del paradigma más útil para comprender y encarar
la conducta humana.
Las teorías y prácticas dominantes en cada una de estas disciplinas tienen su raíz en el
modernismo y la metodología científica empírica. Son los métodos científicos los que permiten
alcanzar conocimiento psicológico, la comprensión del individuo en particular y de la
naturaleza humana en general (Blackman, 1994; Buxton, 1985; Robeck, 1964). El objeto de
indagación, el sujeto humano, es abordado en forma ahistórica, como una entidad inmutable a la
que se puede observar y cuantificar (Danziger, 1994); su esencia, la naturaleza humana, es
estudiada como un fenómeno universal y eterno.
La autocrítica que hoy se produce dentro de cada una de estas disciplinas de salud
mental se centra en el cuestionamiento del realismo científico como fundamento de la teoría de
la conducta humana y de los métodos para abordarla. La psicología ya no puede ser vista como
una ciencia de observación y conocimiento de la naturaleza humana, de las conductas y
características del individuo. El debate contemporáneo cuestiona la desatención de la psicología a
los factores de contexto (Danziger, 1988; Sass, 1992), la insignificancia práctica del
conocimiento psicológico (Hoshmand y Polkinghorne, 1992; Polkinghorne, 1991; Schön, 1983),
el desarrollo individual del conocimiento (Bruner, 1986,1990; Freeman, 1993; Gergen,
1982,1985,1994; Kitzinger, 1989; Lehtinen, 1993), el esfuerzo de la disciplina por lograr
reconocimiento como ciencia (Faulconer y Williams, 1990; Messer, Sass y Woolfolk, 1988; Slife,
1993) y la investigación basada en la metodología científica moderna (Jones, 1986; Kvale,
1996; Rosenhan, 1973; Scarr, 1985; Snyder y Thom-sen, 1988). Históricamente, la psiquiatría
ha conocido discusiones similares (Chessick, 1990; Fulford, 1989; Klein-man, 1988a, 1988b;
Laing y Esterson, 1971; Szasz, 1961). Para entender estas autocríticas es necesaria una
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comprensión del desarrollo de los nuevos conocimientos que vienen a desafiar a los anteriores, y
del motor que impulsa ese desarrollo. Con esta finalidad, consideraré dos puntos de vista sobre
transformaciones paradigmáticas.

Transformaciones paradigmáticas

Un posible marco de referencia para rastrear y comprender las revoluciones en


psicoterapia es la perspectiva del historiador Thomas Kuhn (1970) sobre el nacimiento y la
muerte de los paradigmas científicos. Kuhn rechaza la idea de que la ciencia va a descubrir en
algún momento la verdad. Considera que la ciencia no consiste en la continua adquisición de un
conocimiento acumulativo sino en una serie de revoluciones, a veces tensas y frecuentemente
irracionales, que interrumpen períodos dedicados a la pacífica solución de problemas. Kuhn
define el «paradigma de conocimiento» de una ciencia como una colección de ideas que
circunscriben el área de indagación. El paradigma de conocimiento define los problemas,
métodos y puntos de convergencia y divergencia que son legítimos y garantizan la pertenencia
a la comunidad científica, y también especifica los criterios por utilizar en la indagación. Un
conjunto de ejemplos bien expresados define un campo, establece las reglas que gobiernan la
formulación de problemas, y especifica las soluciones aceptables o inaceptables, válidas o
inválidas. El paradigma de conocimiento requiere la existencia de una comunidad que comparta
creencias básicas, representaciones simbólicas de esas creencias, preguntas para formular, y
una aceptación de los resultados de la experimentación. La relación entre el paradigma de
conocimiento y las reglas de indagación científica es similar a la que existe entre las creencias,
rituales y mitos, y las normas socioculturales. En otras palabras, para que puedan emerger
conceptos nuevos, es necesario que haya reglas en vigencia.
Kuhn (1970) sugiere que todas las ciencias siguen un proceso común en la creación y el
reemplazo de paradigmas, y en la introducción de cambios en la misión, el lenguaje y los valores
profesionales. El proceso incluye cuatro estadios: 1) investigación preparadigmática; 2) ciencia
normal; 3) crisis, y 4) revolución, que reconduce a la ciencia normal pero dentro de un
paradigma cambiado.
Desde la perspectiva de Kuhn (1970), la ciencia normal no intenta crear nuevo
conocimiento; más bien su propósito básico es realizar la promesa del paradigma existente, y por
lo tanto forzar a la naturaleza dentro de la caja preformada y relativamente inflexible provista
por ese paradigma. En este proceso suelen aparecer anomalías que no se adecuan a las
expectativas de la comunidad científica; se abre una incompatibilidad lógica dentro del
paradigma dominante. Esas anomalías ponen en crisis a la ciencia normal, y el paradigma
existente se subvierte con el tiempo. Emergen nuevas bases y acuerdos para la práctica de la
ciencia que no se suman a la ciencia existente sino que avanzan en otra dirección. Las
revoluciones científicas son procesos complicados, prolongados y difíciles.
El balance de poder en el debate (y, en última instancia, el resultado de este) depende
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de que los revolucionarios Puedan convencer a la comunidad profesional de que el nuevo


paradigma explica mejor las anomalías que habían emergido en el paradigma tradicional.
Según Kuhn, en un primer momento una teoría o un paradigma son aceptados, y después
puestos a prueba. Un paradigma nuevo no es juzgado por sus logros, sino por su promesa de un
mejor desempeño, y por la fe que la comunidad pone en esa promesa.
El construccionista social Kenneth Gergen (1994) ofrece una crítica del análisis de Kuhn,
con la cual estoy totalmente de acuerdo. El punto de vista kuhniano de que las anomalías fácticas
son impredecibles e independientes de los sistemas prevalentes de inteligibilidad no explica su
procedencia. Desde el punto de vista del construccionismo social, las comprensiones nuevas (o
lo que Kuhn llama «hechos») no son espontáneas ni un observador las descubre de repente.
Por el contrario, se desarrollan a partir y dentro de «formas de sentido que se constituyen en un
colectivo social» (pág. 14). Es decir que la nueva comprensión precede al descubrimiento y la
creación. La tensión entre las viejas comprensiones y las nuevas es inevitable.
Gergen (1994) propone esta otra explicación de los cambios paradigmáticos: las
transformaciones teóricas son procesos comunitarios con fases distinguibles aunque
superpuestas. Sostiene que estas transformaciones (o la creación de nuevo conocimiento) son
reales en procesos sociales, en prácticas discursivas; son «evoluciones de formas de sentido en
un colectivo social» (pág. 14). Estos sentidos negociados forman prácticas discursivas que
constituyen un «núcleo de inteligibilidad» (pág. 6), el cual, a su vez, sostiene al discurso. Gergen
se apoya en la naturaleza binaria de los significantes lingüísticos (por ejemplo hombre-mujer, o
frío-caliente) para argüir que «la formulación de un núcleo discursivo establece simultáneamente
la posibilidad de su disolución» (pág. 9). En otras palabras, decir lo que algo es afirma por
implicación lo que no es. Lo que no es —vale decir, la diferencia— emerge de la elaboración de lo
que es y de las tensiones producidas por las diferencias dentro del discurso.1 Sugiero que este
proceso puede ser espontáneo y fortuito, o bien deliberado y obstinado, o bien una combinación
de ambos tipos. El resultado es lo que Gergen llama «otra inteligibilidad» (pág. 9). Este proceso de
compromiso con el discurso y la dinámica de amplificación del discurso, preparan el escenario
para el estadio que Gergen llama la

«fase crítica de un cambio paradigmático, en la que se emplean convenciones de negación para restar
confianza en la forma dominante de inteligibilidad. Durante esta fase, sin embargo, la crítica
necesariamente ha de utilizar fragmentos de lenguaje de otro núcleo —la serie de proposiciones que
brindan inteligibilidad a la crítica» (págs. 11-2).

Dar forma de lenguaje desde otro núcleo es una condición decisiva para que se logre lo
que Gergen (1994, pág. 12) llama la fase transformacional, en la que se elaboran las
implicaciones discursivas de la fase crítica, y se crea así un vacío que permite la emergencia de
un nuevo paradigma, un nuevo discurso, una nueva tradición. Para Gergen, el concepto de

1
Yo agregaría que también hay tensiones entre las formas de nuestra experiencia y los medios de que
disponemos para dar cuenta de ella.
8

«práctica discursiva» explica las transformaciones introducidas por la crítica antiempirista en la


metateoría y metodología psicológicas.
Con las perspectivas de Kuhn y Gergen en mente, encararé ahora los desarrollos que
sugieren la necesidad de una transformación teórica y metodológica en el campo de la terapia
familiar. Consideraré la pregunta de Kuhn —¿en qué cajas nos ha encerrado el viejo
paradigma, y qué anomalías emergieron?— y la explicación de Gergen sobre la formación de
prácticas discursivas.

La transformación de la terapia individual en terapia familiar

En términos de Kuhn, el período preparadigmático de la terapia familiar corresponde —en


Norteamérica— a los comienzos de la década de 1950. Los fundadores de la terapia familiar
fueron como los proverbiales ciegos que describían un elefante, cada cual basado en su propia
experiencia y sin un paradigma de conocimiento compartido. Los fundadores abrieron sus
propios caminos siguiendo los estandartes de su personalidad individual, sus respectivas
disciplinas, sus hipótesis incidentales y sus experiencias clínicas idiosincrásicas.
El desplazamiento desde los paradigmas psicoanalítico-psicodinámicos hacia la idea de
familia no ocurrió porque los terapeutas decidieran que la familia debía ser el objeto de
tratamiento. Ocurrió porque las teorías y prácticas tradicionales no parecían servir para
entender a adolescentes inmanejables y a algunos individuos que tenían perturbaciones
severas, como los psicóticos, y trabajar con ellos. Inicialmente, se invitó a la familia para que los
terapeutas pudieran entender y tratar mejor a estos pacientes. Rápidamente, el foco se
desplazó hacia la percepción que del tratamiento tenían los familiares del paciente, incluyendo
su percepción del éxito o fracaso del tratamiento. Como escribí en otro lugar,

«circunstancias y experiencias clínicas, junto con la futilidad de los intentos de aplicar las teorías y
técnicas prevalentes a esas circunstancias y experiencias, obligaron a buscar nuevas explicaciones ( . . . ) El
anhelo de entender y resolver un problema fue el imán y el catalizador que convocó a los que se llamarían
después terapeutas familiares, y ofreció un ámbito para su colaboración» (Anderson, 1994, págs. 147-8).

Volviendo a Gergen, evoco su perspectiva sobre la importancia de introducir un lenguaje


desde otros núcleos externos (Anderson, 1994). En este sentido, los pioneros de la terapia
familiar fueron interdisciplinarios: dentro del discurso psicoterapéutico, por ejemplo, sus raíces
estaban en la psiquiatría, la psicología y la asistencia social; fuera de ese discurso, las diversas
raíces incluían entre otras la antropología, la química y las comunicaciones. Casi todos eran
teórico-clínicos que procuraban describir y explicar sus propias experiencias, no las de otros.2
La terapia familiar comenzó sin un sistema de creencias compartido, o paradigma de
conocimiento, que permitiera a estos clínicos construir sobre lo aportado por otros. El resultado

2
Creo que en los últimos cuarenta años ha habido una diferencia en el surgimiento de ideas nuevas en
terapia familiar y en psicología. En la terapia familiar los innovadores son clínicos, mientras que en psicología
9

fue el desarrollo de múltiples escuelas de terapia familiar, con diversas descripciones,


interpretaciones y comprensiones de los fenómenos, aunque pudiera decirse que todo cabía
bajo el mismo techo paradigmático. En búsqueda de comprensión, algunos aplicaron las
explicaciones psicoanalíticas y psicodinámicas de la conducta individual a una configuración
social diferente, la familia. Otros buscaron conceptos explicativos fuera del campo de la salud
mental: en otras ciencias sociales, en la biología, la física, la ingeniería, la filosofía. Este último
grupo, influido por la naturaleza interactiva y mutuamente fertilizante de sus trabajos e
indagaciones, avanzó hacia lo que Gergen llama la fase transformacional. Al cabo de cinco
décadas, la terapia familiar, que comenzó como un discurso solitario, radical, de avanzada,
ahora cuenta con sus propias asociaciones profesionales y organismos acreditantes, y se
encuentra en medio de lo que Kuhn llama el estadio de la ciencia normal.

Dos influencias importantes en el desarrollo de un paradigma unificador

Dos influencias fundamentales y entrelazadas organizaron el pensamiento de los


terapeutas familiares: la teoría de los sistemas cibernéticos, homeostásicos, de realimentación
negativa, y la teoría de los sistemas sociales normativos, estructurados jerárquicamente. Estos
dos principios, entretejidos, hilaron la tela de la terapia familiar y se constituyeron en el tema
general del campo. Ambos principios describieron y explicaron el sistema humano como una
combinación de partes cuyo proceso viene determinado por su estructura. Ambos proveyeron a
la terapia familiar de lo que mas la distingue de otras teorías psicoterapéuticas: un paradigma
sistémico contextual. La gente vive y siente los sucesos de su vida dentro de sistemas
interaccionales. Desde este punto de vista, los problemas son fenómenos sociales cuyo
desarrollo, persistencia y eliminación ocurren en un campo interaccional. La emergencia de este
paradigma particular en ese momento histórico particular puede apreciarse mejor si se considera
el discurso cultural mas genérico de las décadas de 1950 y 1960 —el desplazamiento desde las
nociones románticas del individuo hacia la tecnología de las interrelaciones y los sistemas
complejos—, y especialmente el contexto estadounidense —el período de posguerra, los estilos de
vida estables, pro-familiares, el crecimiento y desarrollo económicos, las explosiones tecnológicas en el
área de las metodologías científicas y, en su momento, las computadoras.

La metáfora de los sistemas cibernéticos

El más importante de estos dos desarrollos, y el mejor reconocido, fue la dominancia de la


metáfora de los sistemas cibernéticos. Esta metáfora unificadora permitió que teóricos y clínicos se
liberaran de la estrechez y linealidad de las teorías del individuo, y pasaran a explorar conceptos y
técnicas en la resolución de problemas más amplios, no lineales, que les resultaban más útiles

lo son sobre todo los teóricos.


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para trabajar con sistemas humanos multipersonales como la familia.


El principal salto desde los conceptos explicativos individualistas hasta el estudio de los
sistemas humanos fue el trabajo seminal de Gregory Bateson, Donald Jackson, Jay Haley y John
Weakland (1956, 1963) en el Mental Research Institute de Palo Alto, California.3 Estos autores
estudiaron la comunicación esquizofrénica por medio de la observación de las conductas
interpersonales de los individuos esquizofrénicos en el contexto relacional de su familia —en lugar de
centrarse en el análisis de conductas pasadas, sucesos históricos, características individuales y
procesos psíquicos—. Esto les permitió trascender las descripciones tradicionales de conductas
individuales, enunciar descripciones de procesos interaccionales y pasar de una causalidad lineal a
una causalidad circular. Estos dos conceptos, vinculados entre sí, catapultaron la terapia familiar a
una nueva posición epistemológica.4 Los investigadores de Palo Alto concluyeron que las familias
son sistemas informacionales cerrados, homeostásicos, gobernados por reglas, que se
realimentan con su propia información. También concluyeron que toda conducta es
comunicación. Basándose en ideas anteriores de Bateson sobre la teoría del aprendizaje,
Jackson (1965) afirmó: «Todo mensaje (unidad de información) incluye un aspecto de contenido
(informe) y uno de relación (instrucción); el primer aspecto transmite información sobre
hechos, opiniones, sentimientos, experiencias, etc., mientras que el segundo define la
naturaleza de la relación entre los comunicantes» (pág. 8). La investigación también condujo al
desarrollo de los conceptos de «doble vínculo» y «homeostasis familiar» (Jackson, 1957).
Como parte de sus continuos esfuerzos por encontrar un lenguaje que describiera la
interacción en niveles múltiples, el grupo de Palo Alto se inclinó primero por la teoría general de los
sistemas, pero rápidamente se volcó a la cibernética. Para describir y entender la conducta de los
individuos en el contexto de la familia, adoptó un modelo de homeostasis y realimentación
negativa, centrado en las propiedades del sistema familiar como sistema autónomo. Las
propiedades cibernéticas de la familia incluían mecanismos de realimentación, orientados a
corregir desviaciones, y activados por errores o cambios en el sistema. La familia era vista
como un servomecanismo con un elemento gobernador que protegía la norma e impedía el
cambio. De acuerdo con la teoría, un sistema dotado de estas propiedades podía resistir el
cambio. Desde este punto de vista, el síntoma sólo tenía sentido dentro del contexto familiar
total, y era una expresión de ese contexto. Ya no representaba una perturbación individual, sino
una señal de que la familia experimentaba dificultades en sus intentos de admitir factores de
presión externa, cambios, o puntos naturales de transición; es decir que no podía evolucionar
hacia una mayor complejidad. El significado del síntoma estaba vinculado a la estructura del

3
Gregory Bateson, Donald Jackson, Jay Haley y John Weakland, junto con sus colegas de una etapa posterior,
suelen ser identificados como el grupo del Mental Research Institute (MRI), pero la investigación comenzó
antes de que se formara el MRI en 1958 (Bateson, Jackson, Haley y Weakland, 1956, 1963).
4
Es imposible sobrestimar la importancia de las contribuciones del grupo MRI. Sus ideas sugerentes provocan
entusiasmo y han sido adoptadas y ampliadas prácticamente por todos los profesionales del área. Aunque el
grupo incluyó a otros autores, por lo general se lo identifica con el trabajo temprano de Bateson, Jackson,
Haley y Weakland. Para quienes no estén familiarizados con sus primeros escritos y desarrollos clínico-
teóricos, que no hayan vivido su entusiasmo, propongo la lectura de Jackson (1968a, 19686) y Watzlawick
(1977).
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sistema familiar, y cumplía con la función de mantener la homeostasis del sistema: su estado,
su estructura, su organización, su estabilidad, su continuidad, la definición de sus relaciones.5 La
metáfora cibernética de la homeostasis, que incluía las nociones centrales de equilibrio,
realimentación negativa, resistencia al cambio, cambio continuo, funcionalidad del síntoma y defecto
estructural, se convirtió en la base para entender la organización familiar, ya fuera saludable o
patológica.
Aunque ciertamente cada escuela de terapia familiar hizo su propia contribución, este
paradigma de conocimiento básico —el principio cibernético, o lo que después se llamaría cibernética
de orden primero— proveyó un común denominador. Y si bien cada escuela describió el paradigma
en términos distintos, las diferencias no eran más que pequeñas variaciones del tema de fondo: la
realimentación correctora de desviaciones, activada por errores.6
El nuevo paradigma ejerció una influencia decisiva sobre la naturaleza de la psicoterapia
y el papel del terapeuta La nueva meta de la terapia —interrumpir la homeostasis y promover
el cambio— requería nuevas técnicas. El terapeuta pasó a intervenir activamente para ayudar
a la familia a aceptar las exigencias de las presiones exteriores, los puntos de transición, las
etapas de desarrollo y el cambio mismo.

La metáfora de los sistemas sociales

Una influencia paralela sobre los paradigmas de la terapia familiar, menos reconocida pero
igualmente importante, ha sido la teoría sociológica que coloca a los seres humanos en contextos
concéntricos, progresivamente complejos en su organización, que imponen un orden social
(Anderson y Goolishian, 19886; Goldner, 1988; Goolishian y Anderson, 1987a). Este punto de
vista es una permutación de la teoría de Parsons (1951) sobre los sistemas socioculturales. En
este enfoque objetivo empírico, los sistemas socioculturales (tanto macro como micro) se

5
Un detalle interesante es que la teoría de la comunicación de Bateson se refería al sentido y a los caminos
de la información transmitida.
6
En la teoría transgeneracional, por ejemplo, el paradigma se describe según fronteras generacionales
imprecisas; los síntomas se relacionan con la triangulación de un tercero por los miembros de una diada que
no pueden manejar las tensiones de su propia relación. La conducta sintomática en la persona triangulada es
suficiente para impedir el cambio y así mantener la estabilidad (homeostasis) de la diada. La teoría
estructural, por ejemplo, se centra en la relación entre la estructura familiar disfuncional y la función del
síntoma; la conducta sintomática se conceptualiza como una representación de la colusión entre
generaciones. La aparición del síntoma (patología) es necesaria para que la familia, bajo la presión del
cambio, mantenga su estructura.
En otro caso, el grupo de la Terapia de Impacto Múltiple conceptualizó el desarrollo de síntomas según
colusiones intergeneracionales que debilitan a los individuos haciéndolos más susceptibles de responder de
modo disfuncional a una situación estresante ulterior. El síntoma estaría caracterizado por un problema
característico del período evolutivo durante el cual tuvo lugar la colusión. Por su parte, los terapeutas
estratégicos supusieron que la comunicación deviene organización social, y caracterizaron al síntoma como el
autosacrificio cometido por un miembro de la familia en aras de mantener la estabilidad de la familia sin
necesidad de cambio organizacional. Las contribuciones de Cari Whitaker, Lyman Wynne y Virginia Satir, por
ejemplo, también pueden analizarse desde esta perspectiva.
Incluso la teoría psicoanalítica puede ser considerada como una teoría cibernética. La interpretación de los
síntomas desde el punto de vista del psicoanálisis individual clásico puede traducirse términos homeostásicos,
con sólo pasar de la estructura psíquica a la interpersonal. Por ejemplo, el síntoma ocurre cuando el yo,
debilitado, es incapaz de mantener el equilibrio entre el ello y el superyó; así, aparece para mantener el
equilibrio.
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organizan según funciones y estructuras, caracterizadas por la estabilidad, el orden y el


control. Los sistemas se representan en forma escalonada; la estabilidad y el orden vienen
impuestos jerárquica y teleológicamente, de arriba hacia abajo. Igual que en la teoría
cibernética, el equilibrio y la homeostasis son elementos críticos en el automantenimiento del
sistema. Para conservar el equilibrio del sistema, las relaciones entre sus componentes y
procesos, y entre ellos y su contexto, han de ser tales que la estructura y los componentes del
sistema se mantengan inalterados.
Mi colega Harry Goolishian (1985) denominó a esta teoría la «teoría de la cebolla», ya que
cada capa del sistema social está rodeada cibernéticamente por otra capa. Al núcleo de una
cebolla lo rodean las capas exteriores, y así rodea al individuo la familia; rodea a esta un sistema
más amplio, al que después rodea la comunidad, y así sucesivamente. En estos círculos
concéntricos, cada capa se subordina a la que la rodea. Desde este punto de vista, los sistemas
sociales se definen objetivamente, tienen una existencia en cierto modo universal, y son
independientes de la gente que participa en ellos o de cualquier observador. Estas restricciones
de función y estructura, impuestas desde afuera, actúan como un arnés social y producen el
orden social que llamamos cultura y civilización.
La contribución más importante de la teoría social de tipo cebolla y cibernética a la terapia
familiar (y de la terapia familiar a la psicoterapia en general) es que contextualiza la conducta.
Al mismo tiempo, y paradojalmente, la noción de contextualidad corre el riesgo de depositar la
responsabilidad por la psicopatología en la estructura social y la organización, que se deberían
entonces corregir. En este marco, cualquier problema parece causado por el sistema inmediato
superior al que muestra una desviación. Es decir, el sistema supraordinado debe estar mal
socializado, puesto que está imponiendo funciones y estructuras defectuosas al sistema inferior.
Además, el supuesto de que las relaciones están organizadas en capas y basadas en funciones
y estructuras mantiene, al menos implícitamente, la dualidad entre el «individuo» y el «individuo
en relación» (por ejemplo, en relación con la familia).
Todo esto supone para la terapia que el terapeuta opera como un observador externo
independiente y, por lo tanto, jerárquicamente superior al sistema. Desde su postura de
experto, el terapeuta diagnostica y repara el defecto en el sistema supraordinado. La terapia
organizada por esta visión de sistemas claramente delimitados corre el riesgo de fomentar
fricciones y adjudicaciones de culpa, según se definan los sistemas y según que la «condición
patológica» se sitúe en un nivel o en el siguiente. Por ejemplo, hay fricción entre terapeutas
individuales y terapeutas familiares, entre terapeutas familiares e instituciones de servicio
social, y entre sistemas subordinados y sistemas supraordinados. La diferencia entre la
terapia individual y la terapia familiar es que localizan la patología en sistemas distintos; la
similitud es que ambas la sitúan dentro de un sistema.
Mientras la mayoría de los terapeutas familiares continuaron enfocándose en la capa
familiar, algunos comenzaron a explorar las capas exteriores, a las que se dio en llamar
sistema ecológico, sistema amplio, sistema de significados o sistema relevante (Auerswald,
13

1968, 1971; Goolishian y Anderson, 1981; Hoffman, 1975; Imber-Copper-smith, 1982, 1983,
1985; Keeney, 1982; Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin y Prata, 1980a). Todos los proponentes
de las capas exteriores destacaron el contexto humano y profesional de la terapia,
especialmente la persona derivadora y otros profesionales. A riesgo de sobresimplificar la
esencia de este importante énfasis en el contexto de la conducta humana y la terapia, lo
considero todavía dentro del marco de las metáforas cibernética y sociológica.
Creo importante destacar que las teorías cibernética y parsonsiana tienden a promover
la jerarquía y el patriarcado —desigualdades que, lamentablemente, son normativas en nuestra
cultura, sea en relaciones íntimas de padres e hijos y de esposos, sea en relaciones sociales
más distantes, de instituciones de bienestar social y clientes, o maestros y alumnos—. Ambas
teorías localizan, cultivan y racionalizan desigualdades, censuras, subordinaciones y
explotaciones —sea en el dominio de la política, la economía, el género o la raza—, y las
consideran inevitables en los sistemas humanos. Ambas desestiman la conexión entre el
microdominio de la terapia y el macrodominio de la vida sociopolítica.

Agitaciones

Cuestionamiento de la cibernética de orden primero e introducción del orden segundo

Si bien la mayoría de los terapeutas familiares mantuvieron su adhesión al paradigma


cibernético mecánico, unos pocos comenzaron a cuestionarlo. Las objeciones no se dirigieron
tanto a la noción de jerarquía o a la de sistemas independientes del observador7 como al
principio de homeostasis, que acentuaba la ausencia de cambio y no explicaba el cambio.
Contrariamente al punto de vista homeostásico, se reconoció que las familias, al igual que otros
sistemas vivos, no podían sino crecer y cambiar. El paradigma cibernético no alcanzaba para
incluir esta característica de los seres vivos porque sostenía que el problema era el movimiento
lento, o atascamiento, frecuentemente observado en las familias, y por lo tanto que el propósito
de la terapia era desatascar al sistema, ponerlo de nuevo en movimiento por medio de las
técnicas asociadas con cada escuela. El reto a este punto de vista apareció en una cantidad
de artículos originales publicados con pocos años de diferencia. El trabajo clásico del sociólogo
Magoroh Marayuma, «La cibernética segunda: procesos causales mutuos de amplificación y
desviación», publicado por primera vez en 1963, señaló que había dos tipos posibles de
realimentación cibernética: la conocida realimentación negativa (morfostasis), que explicaba la
estabilidad, y la realimentación positiva (morfogénesis), que explicaba el cambio.
Tempranamente dos terapeutas familiares —Lynn Hoffman (1971) en «Procesos de
amplificación de desviaciones en grupos naturales» y Albert Speer (1970) en «Sistemas

7
Aquí el foco recae en la metáfora cibernética. El cuestionamiento, o incluso el reconocimiento de la teoría
social parsonsiana casi no existe (Anderson y Goolishian, 19886; Goldner, 1988). Es interesante, sin
embargo, que la teoría inicial del MRI reemplazó el concepto de papeles familiares por el de reglas familiares,
porque el primero es un concepto individual y depende de definiciones teóricas y culturales o priori, que
existen independientemente de la conducta y por lo tanto no reconocen la relación Wackson, 1965).
14

familiares: Morfostasis y morfogénesis»—8 adoptaron la posición de que para describir sistemas


en cambio, como las familias y otros sistemas sociales, hacía falta algo más que la
realimentación negativa y la homeostasis.
El grupo de Palo Alto, en sus originales trabajos sobre el concepto de cambio y la terapia
breve enfocada en problemas (Watzlawick, Weakland y Fisch, 1974; Weakland, Fisch,
Watzlawick y Bodin, 1974), ofreció un importante cuestionamiento a la idea de que una parte
del sistema pudiera controlar a otra sin cambiar ella misma. Presentó en cambio otra
premisa: que la base de la formulación y el mantenimiento de los problemas era la
realimentación positiva (amplificadora de desviación), no la negativa (homeostasis). Desde
este punto de vista, la patología, incluso una estructura defectuosa, deja de ser condición
necesaria para el desarrollo de conductas problemáticas, y los síntomas ya no sirven a un
propósito.9 Las consecuencias para la comprensión de los problemas humanos y para la función
¿el terapeuta eran enormes. Sin embargo, este revolucionario giro de pensamiento se
mantuvo dentro de los confines del paradigma cibernético.10
En forma paralela al reconocimiento de que los sistemas cibernéticos se realimentaban
tanto positiva como negativamente, emergió otra distinción que reflejaba cambios similares en
la ciencia —Bohm, Einstein, Prigogine— y en filosofía —Derrida, Gadamer, Heidegger, Husserl,
Merleau-Ponty, Rorty, Wittgenstein. Se cuestionó el empirismo lógico basado en datos reales,
existentes, objetivos, y se cuestionó el dualismo sujeto-objeto. La relatividad einsteiniana y la
teoría cuántica, por ejemplo, afirmaban que la observación siempre da forma a lo que es
observado. Los observadores influyen e interpretan lo que estudian. Las distinciones no están
«allí afuera» sino en el observador; el observador no está fuera del sistema observado. Los que
hasta entonces se habían considerado sistemas independientes del observador, aparecían
ahora dependientes del observador o de lo que el cibernetista Heinz von Foerster (1982)
llamó sistemas observantes. La idea de la observación como proceso reflexivo cuestiona la idea de
una realidad objetiva. Se definió a la observación como una actividad cargada de teoría, y a la
ciencia, como una actividad social donde las disciplinas establecen sus propias reglas para la
práctica y la demostración.
Estos desarrollos en el campo de la terapia familiar se conocieron con el nombre de
cibernética de orden segundo o cibernética de la cibernética.11 Al igual que los planteos
científicos y filosóficos, la cibernética de orden segundo enfocó su atención sobre el papel del
observador en la circularidad de la relación observador-observado y en la creación de lo que es
observado. Una vez más fue el grupo de Palo Alto el primero en abordar la cuestión de la
insignificancia de la realidad objetiva (Watzlawick, Beaven y Jackson, 1967). El mismo Bateson

8
Morfogénesis: De las raíces griega morphe, «forma», y génesis, «devenir del ser»; una teoría sobre cómo
cambian las cosas.
9
En este sentido, Bateson sugirió que los terapeutas se ocupaban de las creencias familiares, no de la
patología.
10
El interés y las contribuciones del grupo del MRI en cuanto al uso del lenguaje también influyeron
significativamente sobre el campo.
11
Lynn Hoffman (1985) denominó terapia familiar «de orden segundo» a terapias fundadas en la cibernética de
orden segundo.
15

cuestionó parte de las primeras teorías del grupo y sus consecuencias, refiriéndose
especialmente a la noción de poder y a lo que se seguía de la teoría. En el prefacio a The double
bind (Sluzki y Ransom, 1976), una profunda reflexión de Bateson advierte a los terapeutas que
deben hacerse más conscientes de su activa participación en los fenómenos estudiados, y de la
influencia de la teoría sobre sus observaciones.

«Por bien intencionada que sea la urgencia de curar, la idea misma de "curar" necesariamente propone
la idea de poder. Como los protagonistas de una tragedia griega, nos confinamos estúpidamente a las
formas de los procesos que otros, en especial nuestros colegas, creyeron ver. Y nuestros sucesores
estarán confinados a las formas de nuestro pensamiento» (pág. xii).

Constructivismo

El desarrollo de la cibernética de orden segundo vino acompañado por un resurgimiento


del constructivismo (Maturana y Várela, 1980, 1987; Mead, 1968; Segal, 1986; Von Foerster,
1982, 1984; Von Glasersfeld, 1984; Watzlawick, 1976,1984).12 El constructivismo es una teoría
filosófica del conocimiento que se remonta al trabajo del historiador del siglo XVIII Giambattista
Vico, y que aparece posteriormente en los escritos de Nelson Goodman, David Hume, Immanuel
Kant, George Kelly y Jean Piaget, entre otros. La perspectiva constructivista cuestiona el mundo
cartesiano, rechaza la tradición según la cual el conocimiento es representativo y refleja el
mundo real y verdadero, y afirma que es imposible conocer una realidad externa objetiva
(Maturana, 1978; Piaget, 1971; Von Foerster, 1984; Von Glasersfeld, 1984).
Desde la perspectiva constructivista, la realidad representa una adaptación funcional del
sujeto; los seres humanos, en tanto sujetos que experimentan el mundo, construyen e
interpretan la realidad. La mente construye o «da a luz» (Maturana, 1978). El observador
construye, hace, «pare» una observación. La perspectiva constructivista insiste en que
«conocer es una actividad adaptativa... el conocimiento es un compendio de los conceptos y las
acciones que uno considera exitosos, desde el punto de vista de los propósitos que uno tenía en
mente» (Von Glasersfeld, 1984, pág. 24). Para el constructivismo radical,13 la realidad y por lo
tanto el conocimiento son construidos e interpretados personalmente; el mundo en el que vivimos
no es descubierto sino inventado. Según Ernst Von Glasersfeld, un pionero de la psicología
constructivista, «toda comunicación y toda comprensión son materia de construcción
interpretativa por parte del sujeto de experiencia» (pág. 19), y consisten «exclusivamente en
el ordenamiento y organización de un mundo construido por nuestras experiencias» (pág. 24).
Según Watzlawick (1984), el constructivismo radical

12
Aunque el distanciamiento de la noción de saber como una «búsqueda de una representación icónica de la
realidad ontológica» (Von Glasersfeld, 1984) precedió a estas referencias, fueron estos cuestionamientos los
que atrajeron la atención de los psicoterapeutas.
13
El adjetivo radical se usa para destacar la ruptura del constructivismo con las teorías y filosofías del
conocimiento convencionales (Von Glasersfeld, 1984, pág. 20). El ensayo de Von Glasersfeld (1984) ofrece un
excelente análisis.
16

«no crea o explica ninguna realidad "allí afuera"; muestra que no hay adentro ni afuera, que no hay un
mundo objetivo enfrentando al subjetivo, que la división sujeto-objeto (esa fuente de incontables
"realidades") no existe, que la aparente división del mundo en pares de opuestos es construida por el
sujeto, y que la paradoja abre el camino hacia la autonomía» (pág. 330).

La influencia del constructivismo comenzó a transformar a la terapia familiar en un


proceso de «corrección de lentes», de creencias, de construcciones. Sin embargo, a esta altura la
terapia familiar todavía no se había alejado mucho de las nociones de problemas y patologías;
simplemente pasó a considerarlos lentes defectuosas. Hoffman (1983, 1985, 1993) introdujo
la noción de «terapia familiar de orden segundo» para designar la aplicación de la cibernética de
orden segundo y el constructivismo radical a la terapia familiar.

Sistemas evolutivos

Entretejido con las metáforas de la cibernética de orden segundo y el constructivismo,


apareció también lo que Hoffman (1981) llamó el «paradigma evolutivo» en terapia familiar
(Dell, 1982; Dell y Goolishian, 1979; Elkaim, 1981; Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin y Prata,
1978).14 Esta orientación llamada evolutiva nos alejó del concepto de homeostasis y de
causación (lineal y circular). Desde una perspectiva evolutiva, los sistemas son redes que
nunca dejan de encontrarse en un cambio discontinuo; se los ve en desequilibrio, son no
lineales, se organizan solos y son auto-recursivos (Briggs y Peat, 1984; Prigogine y Stengers,
1984).15 El cambio sistémico aparece entonces azaroso, impredecible, discontinuo, y conduce
siempre a niveles más altos de complejidad. La aplicación de estos conceptos a los sistemas
humanos significó que ni la terapia ni los terapeutas podían, por sí solos, amplificar una
fluctuación más que otra, o determinar la orientación del cambio (Dell, 1982; Dell y
Goolishian, 1979). Los terapeutas no controlaban el sistema, ni podían controlarlo, sino que
eran una parte activa de un proceso evolutivo mutuo. Como afirmaron Dell y Goolishian (1981),
«La perspectiva de los sistemas evolutivos eleva el proceso sobre la estructura, y la flexibilidad y
el cambio, sobre la estabilidad. Como ocurre con la pauta del oleaje en la confluencia de dos ríos,
el proceso es determinado por ambos flujos» (pág. 178). El proceso determina la estructura.
Nuestro grupo en Galveston combinó nuestra fascinación por los sistemas evolutivos
con nuestro interés por el lenguaje.16 Este vuelco hacia el lenguaje, en particular el lenguaje

14
Véase Foundations of family therapy: A conceptual framework for systems change, de Lynn Hoffman
(1981), a mi juicio la mejor descripción y explicación de la historia de la terapia familiar hasta los años
70 [Fundamentos de la terapia familiar. Un marco conceptual para el cambio de sistemas. Fondo de
Cultura Económica. México, 1987]
15
El físico Ilya Prigogine propuso la noción de «estructuras disipativas» que designan a estos sistemas
muy alejados del equilibrio. Para mantenerse estables, deben cambiar constantemente. Según
Prigogine, la realidad y, por lo tanto, el cambio, es multidimensional y no produce ni surge de un
basamento de tipo piramidal. Más bien, se evoluciona de manera no jerárquica, como una red, y la red
de descripciones se hace cada vez más compleja (véase Briggs y Peat, 1984, págs. 167-78).
16
La fuente original del interés del grupo de Galveston por el lenguaje fue el libro Pragmatics of human
communication, de Watzlawick, Beaven y Jackson (1967). Más tarde recibimos la influencia de
Maturana («The organization of the living», 1975, y «Biology of language: Epistemology of reality», 1978)
y, a partir de los primeros años de la década de 1980, de la hermenéutica y el construccionismo social.
17

desde el punto de vista de la hermenéutica y las teorías socio-construccionistas, nos permitió


abandonar por completo el mecanicismo de las metáforas de la cibernética y de los sistemas sociales
estructurados como una cebolla o una pirámide (Anderson y Goolishian, 1989,1990a). A partir de una
conceptualización de los sistemas humanos como sistemas lingüísticos —sistemas de comunicación
fluidos, en constante evolución, que existen en el lenguaje—, desarrollamos los conceptos de
«sistemas determinados por problemas» (Anderson, Goolishian, Pulliam y Winderman, 1986) y
«sistemas de disolución de problemas» (Anderson y Goolishian, 19886; Goolishian y Anderson,
1987a).

Apertura de un espacio por otro: nuevas agitaciones paradigmáticas

La terapia familiar se desarrolló como una ideología fundadora, centrada en las


interacciones dentro del sistema. No interesa la cantidad de personas que participan en terapia.17
Esta revolución conceptual, nacida hace medio siglo, representó un salto audaz al territorio fronterizo
y desconocido de un cambio paradigmático en la comprensión de la conducta humana. Hoy es
innegable la influencia de la terapia familiar sobre la psicoterapia en general —sobre su teoría, su
práctica, su investigación y la educación de sus profesionales—. La terapia familiar abrió el espacio
para un cambio paradigmático que mudó a la psicoterapia desde su anclaje en la pregunta del por
qué (una perspectiva unidireccional, de causa-efecto, orientada hacia el pasado) hasta un nuevo
anclaje en la pregunta del qué (centrada en las conductas, la comunicación, el lenguaje, las
creencias). Este nuevo paradigma llevó sobre todo a reconocer la contextualización de la conducta
humana, y a comprender al individuo en relación con otros. En lugar de ver la conducta desde
una perspectiva intrapsíquica, se la ve en el contexto de los sistemas, y el interés se desplaza al
marco de referencia interaccional o interpersonal dentro del cual ocurre la conducta, normal o
problemática. Este cambio permitió describir, explicar, localizar y, por lo tanto, tratar los
problemas en forma diferente. La terapia familiar también «hizo público» el proceso de la
psicoterapia, que dejó de ser un suceso secreto y sagrado, para convertirse en un tema de
estudio, observación e intercambio; quizá sea esta la contribución más importante de la terapia
familiar a la incesante cadena de transformaciones teóricas y clínicas.18
Al mismo tiempo que la terapia familiar —en su momento considerada radical— ganaba en
madurez, aceptación y credibilidad, comenzaron a surgir críticas y escepticismos. La
autocrítica, acompañada de conflictos territoriales en la demarcación de fronteras y títulos de
propiedad sobre la terapia familiar, provino de diversas fuentes. Algunos creyeron que la terapia
familiar había alcanzado la adultez y, no viendo diferencias, buscaron la integración, la

17
Reconozco que hay un debate sobre si la terapia familiar es una ideología o un proceso centrado en la
cantidad de personas en un consultorio, y sobre si es una disciplina separada y distinta o una
subespecialidad, Por ejemplo de la psicología. Creo que estos debates oscurecen la esencia de la terapia
familiar, que consiste en un cambio paradigmático. Véanse Shields, Wynne, McDaniel y Gawinski (1994);
Anderson (1994) y Hardy (1994).
18
Véase Foundations of family therapy: A conceptual framework for systems change, de Lynn Hoffman
18

unificación, el eclecticismo y la clasificación (Atkinson y Heath, 1990; Eron y Lund, 1993; Fish,
1993; Held y Pols, 1985). Otros, en cambio, cuestionaron el paradigma dominante y señalaron
sus límites, paradojas e incoherencias (Anderson y Goolishian, 19886; Anderson, Goolishian y
Winderman, 1986a; Atkinson y Heath, 1990; Chubb, 1990; Dell, 1980a, 19806, 1982;
Goolishian y Anderson, 1987a; Hofíman, 1985, 1990, 1991; Keeney, 1983; Tjersland, 1990). Otros
pidieron repensar la investigación (Dell, 19806; Fowers, 1993; Ryder, 1987). Algunos
criticaron la falta de responsabilidad social de las terapias que seguían ignorando los temas de
género (Ault-Riche, 1986; Bograd, 1984; Goldner, 1985, 1988; Hare-Mustin, 1987; Hare-
Mustin y Marecek, 1984; Laird, 1989; Luepnitz, 1988; MacKinnon y Miller, 1987; Taggart,
1985), y otras subestructuras culturales e institucionales (Doherty y Boss, 1991; Kearney,
Byrne y McCarthy, 1989; McCarthy y Byrne, 1988; Saba, 1985; Weingarten, 1995; White y
Epston, 1990). Algunos criticaron su oscuridad, confusión y reduccionismo (Carpenter, 1992;
Dell, 1985; Dell y Goolishian, 1979, 1981; Flaskas, 1990; Goldner, 1988; Shields, 1986).
Otros cuestionaron la utilidad de distinguir la familia de otros sistemas, y la terapia familiar de
otras formas de psicoterapia (Anderson, 1994; Anderson y Goolishian, 19886, 1990a; Anderson,
Goolishian y Winderman, 1986a, 19866; Erickson, 1988; Goolishian y Anderson, 1987a, 1988,
1990). Se criticaron incoherencias teóricas y prácticas y se cuestionó a los cuestionantes
(Colapinto, 1985; De Shazer, 1991a, 19916; Golann, 1988; Speed, 1984). Y algunos se
preguntaron si la terapia familiar es una disciplina separada o una subespecialidad de otra
(Anderson, 1994; Hardy, 1994; Kaslow, 1980; Shields, Wynne, McDaniel y Gawinski, 1994).
Estas semillas contienen desafíos y posibilidades para una futura revolución paradigmática
(Andersen, 1987; Anderson, 1994, 1995; Anderson y Goolishian, 19886; Fowers y
Richardson, 1996; Friedman, 1993,1995; Hoffman, 1993; McNamee y Gergen, 1992; Penn y
Frankfurt, 1994; White y Epston, 1990).
No solamente la terapia familiar está en medio de una revolución, sino que es una
revolución dentro de otra que ocurre en el terreno más amplio de la psicoterapia en general.
Lo prueban los autores que, en número creciente, critican la teoría, práctica, investigación y
enseñanza de corte modernista en el campo de la psicología (Agatti, 1993; Baker, Mos,
Rappard y Stam, 1988; Danziger, 1994; Flax, 1990; Freeman, 1993; Gergen, 1982, 1985,
1991a, 1994; Hoshmand y Polkinghorne, 1992; Jones, 1986; Kvale, 1992, 1996; Messer, Sass y
Woolfolk, 1988; Nicholson, 1990; Polkinghorne, 1988; Scarr, 1985; Schon, 1983; Shotter, 1985,
1990,1993a, 19936; Shotter y Gergen, 1989; Smith, Harré y Van Langenhove, 1995). Esta
autocrítica en el interior de la psicología, aunque relacionada con las luchas entre grupos de
interés profesionales y con temas de jerarquía y predominio, se ha desarrollado sobre todo como
un cuestionamiento de los fundamentos teóricos de la disciplina.
Coincidiendo con estas críticas y escepticismos, y con el interés por los conceptos
constructivistas y de la cibernética de orden segundo, han germinado otras semillas. Algunos
terapeutas familiares y psicólogos, impulsados por una combinación de experiencias clínicas y

(1981).
19

desarrollos teóricos en las ciencias sociales y las humanidades, comenzaron a argüir en favor
de un cambio dramático; la teoría y práctica actuales de la psicoterapia se han quedado
rezagadas en un mundo que cambia cada vez más aceleradamente. Esta nueva agitación es
diferente, porque ocurre en todo el globo. Las distancias se acortan en el mundo profesional e
intelectual, tanto como en el político y económico. La terapia familiar ya no es un fenómeno
exclusivamente norteamericano, y nuestro continente tampoco domina en psicología (Andersen,
1987, 1991; Elkaim, 1981; Fried Schnitman, 1994; Kvale, 1992, 1996; Leppingston, 1991;
Méndez, Coddou y Maturana, 1988; Reichelt y Christensen, 1990; Reichelt y Sveaass, 1994;
Seikkula, 1993; Selvini-Palazzoli et al., 1978; Tjersland, 1990). La similitud entre esta nueva
agitación y el surgimiento de la terapia familiar es que los audaces que hoy cuestionamos lo
conocido nos encontramos en medio de un discurso fronterizo, y en territorios todavía no
relevados (Anderson, 1994; Anderson y Goolishian, 1991a).
Esta vez la insatisfacción es más extensa que la que alimentó al desafío sistémico, y
amenaza la existencia misma de la terapia familiar y de la psicoterapia tal como se ha definido
hasta ahora. ¿En qué consiste este discurso emergente y qué fuerzas lo impulsan?
Paradójicamente, el concepto nuclear de relaciones familiares ha abierto un espacio para que
algunos terapeutas familiares trasciendan la terapia familiar y las distinciones entre terapia
individual, marital y familiar (Andersen, 1987; Anderson y Goolishian, 19886, 1991a; Anderson
et al., 1986a, 19866; Goolishian y Anderson, 1987a, 1990, 1994; Hoffman, 1993). Buena parte
de la terapia familiar ha ignorado ingenuamente al individuo, o lo ha abandonado
intencionalmente, perdiendo así la experiencia individual; y ha separado al yo del tú, perdiendo
así la dimensión relacional en la identidad.
Para algunos de nosotros, el posmodernismo mueve al individuo y la relación a un
primer plano, aunque los conceptualiza en forma muy diferente a la del modernismo. Los
supuestos posmodernos destacan ante todo la creación o contextualización social o
relacional de la realidad; por ejemplo, sentidos, pautas, categorías diagnósticas y narraciones
son producto de relaciones humanas e interacciones comunicativas. El énfasis puesto en lo social
y lo relacional lleva a repensar radicalmente la noción del individuo o el propio ser (se trate del
núcleo del ser individual o de seres propios múltiples colectivos), la construcción de sí, la identi-
dad, el propio ser en relación, y la conectividad de yo y tú.
El replanteo de la noción del individuo en relación consigo (o sus múltiples seres), con
otros, y con el propio mundo histórico, cultural, político y ambiental, trasciende las dicotomías
entre «lo individual» y «lo relacional» inherentes a los marcos referenciales que estratifican
sistemas sociales (individuo-familia, familia-terapeuta, conducta individual-conducta colectiva,
biológico-mental). Expande la definición de «relaciones» más allá de las relaciones familiares, y
rehusa privilegiar un nivel del sistema sobre otros niveles. Este nuevo énfasis libera a la terapia
familiar de una definición restrictiva de su foco de interés, pero también amenaza la noción
misma de terapia familiar y el predominio de las teorías sistémicas como modelo de explicación.
Yo creo que el individuo y la familia no son construcciones necesariamente competitivas;
20

más bien, la terapia familiar necesita abandonar esa definición restrictiva y redefinir su dominio
y foco de atención. No propongo abandonar la noción de familia. Pero me parece que el concepto
de «relación» utilizado por la terapia familiar ha sido demasiado estrecho. El cambio
paradigmático en desarrollo —el foco interpersonal y los cambios en la conceptualización del
individuo y las relaciones— tiene consecuencias importantes para nuestro pensamiento sobre los
sistemas humanos y sus problemas, para nuestro trabajo y nuestra relación con ellos. El
posmodernismo presenta un reto a la cultura familiar de la psicoterapia, un desafío al qué y al
cómo de la indagación, un cuestionamiento de lo que se examina y describe, y de los medios
utilizados para el examen y la descripción. Indica que el foco no es el interior del individuo ni el
de la familia, sino más bien la(s) persona(s)-en-relación. Sugiere que ningún supuesto
explicativo, incluyendo las teorías más respetadas, debe aceptarse sin discusión, sino que por
el contrario debe ser continuamente cuestionado, como lo recomendaba Bateson.
Pero ¿qué es el posmodernismo? ¿Cómo difiere del modernismo? ¿Hasta dónde llega su
desafío? ¿Qué posibilidades ofrece, que el modernismo no ofrece? ¿Y cuál de los paisajes
posmodernos prefiero, por ser el que mejor representante mi filosofía y práctica terapéuticas
en este momento particular? En el capítulo siguiente me ocupo de lo moderno y lo posmoderno.
No es mi intención polarizar. Simplemente quiero explicar por qué abandoné un conjunto de supuestos
que me resultaban restrictivos en favor de otro que encuentro menos restrictivo.
21

(pp. 63-81)

2. Espacios más abiertos: de las tradiciones modernas a las


posibilidades posmoderna

«Las viejas costumbres y tradiciones familiares subsisten


porque son viejas costumbres y tradiciones familiares».
Señora Woods Baker, Pictures ofSwedish Life (1894)

Conocimiento de un individuo y lenguaje de la representación

Antes de ocuparme de mi narrativa posmoderna, parece importante visitar otras voces


en el tiempo, las voces del discurso moderno, puesto que la mayoría de nosotros nos hemos
formado como terapeutas y vivimos nuestra vida cotidiana dentro de ese discurso. Según yo lo
interpreto, el modernismo designa una tradición filosófica occidental, una era, un discurso
monovocal, que representa el ideal renacentista de la humanidad como centro y dueña del
universo, y también los conceptos cartesianos de objetividad, certidumbre, cierre, verdad,
dualismo y jerarquía.19 La tradición modernista es

«el pensamiento que se origina en Descartes y que ha perdurado hasta el siglo XX (...) [y] aspira al
ideal filosófico de un conocimiento básico, fundamental (...) de lo que es (...) que se vuelca hacia
adentro, hacia el sujeto cognoscente ( . . . ) donde intenta descubrir los fundamentos de una certi-
dumbre en nuestro "conocimiento" del... "mundo exterior"» (Madison, 1988, pág. x).

En esta tradición, el conocimiento verdadero es «un conocimiento mediado,


documentado, un conocimiento educativo, que guía al hombre desde las oscuras cavernas del
tiempo hasta el luminoso cielo de una presencia eterna» (Spanos, 1985, pág. 56). El conocimiento
es representativo de un mundo objetivo, que existe con independencia de la mente y los
sentimientos; es subjetivamente observable y verificable; y es universal y acumulativo. De este
conocimiento derivan grandes teorías generalizadoras; el modernismo es un discurso monovocal
donde domina la «verdad» y se valora la estabilidad.
El filósofo Richard Rorty (1979) indicó que en esta tradición moderna del conocimiento
representativo, el conocimiento «como una yuxtaposición de representaciones exactas» (pág. 163),
el entendimiento es como un espejo que refleja la naturaleza. El individuo es un ser cognitivo cuya
mente opera como un sistema representacional similar a una computadora. El entendimiento
actúa como una representación mental interna de la realidad. La realidad —lo que es— es un
hecho fijo, a priori, empírico, independiente del observador. Desde esta perspectiva, como lo

19
Resumo aquí las características de la narrativa modernista o de la Ilustración.
22

propone el profesor de filosofía G. B. Madison (1988), el mundo

«es completo en sí mismo y simplemente está a la espera de que un sujeto cognoscente venga y forme una
"representación mental" de él (...) Si [el observador] puede conectar sus ideas de la manera correcta, el
resultado será una "representación" verdadera o algo parecido a la realidad "objetiva"» (pág. x).

Desde esta perspectiva, el sujeto cognoscente es autónomo y separado de aquello que


observa, describe y explica, se trate de algo físico como una tormenta o de algo humano como una
multitud. El individuo que conoce es la fuente y validación de todo conocimiento. El individuo es
privilegiado.
En esta versión modernista, el lenguaje es el medio para el conocimiento; es decir, el
conocimiento se comunica a través del lenguaje. La función del lenguaje (palabras y símbolos, verbales
y no verbales), igual que la del conocimiento, es ofrecer un cuadro correcto que represente el mundo y
nuestras experiencias en el mundo, referido a lo que es real. Los seres humanos utilizan el
lenguaje como un medio para transmitir pensamientos y sentimientos, o como una expresión
(Heidegger, citado en Palmer, 1985, pág. 20).

La psicoterapia desde una perspectiva moderna

El modernismo y sus verdades proveen los cimientos de las humanidades y las ciencias
sociales. Nuestra cultura de la psicoterapia —nuestras teorías, prácticas e investigación,
tanto en psicología como en psiquiatría, asistencia social y terapia familiar— tienen en ese
discurso dominante su base histórica y son su reflejo; él ha elevado al terapeuta a la posición de
un observador independiente con acceso privilegiado al conocimiento de la naturaleza humana, las
personalidades individuales, la vida de relación, las conductas normales y anormales, los
pensamientos, sentimientos y emociones. Este conocimiento permite a los terapeutas
observar, describir y explicar objetivamente los comportamientos. Con esta autoridad de
conocimiento y verdad, los terapeutas mantienen una posición dualista y jerárquica, y es así
como su saber predomina sobre el saber marginal, cotidiano, no profesional de los clientes.
Desde una perspectiva moderna, el conocimiento y, por lo tanto, la verdad, es piramidal:
construye una jerarquía. Un terapeuta, en tanto representante de un discurso social y
cultural dominante, sabe cuál es la historia humana y cuál debería ser. Este saber del
terapeuta, basado en teorías, prejuicios y experiencias profesionales y personales, actúa como
una estructura a priori que predetermina el conocimiento que un terapeuta trae a la sesión, y
se impone al conocimiento del cliente. El terapeuta se convierte en un experto en observar,
revelar y deconstruir la historia tal como realmente es y tal como debería ser. El conocimiento del
terapeuta da forma a sus observaciones y las valida; actúa como una «retro-referencia» y
«proyecta el pasado en el futuro» (Giorgi, 1990, pág. 76).
El discurso modernista perpetúa la noción de las metáforas universales, descubribles, para
23

la descripción humana, ideas fijas monovocales y determinadas unilateralmente, sobre la


naturaleza humana universal y la conducta individual. Estas verdades pasan por alto el mundo
interpersonal, social, económico y político en que vivimos —un mundo en constante y rápido
cambio—, y las variaciones que existen dentro de este mundo. Como los estereotipos descriptos
por la filósofa feminista Lorraine Code (1988), estas verdades se convierten simplemente en
dogmas, «productos de la tradición cultural, adquiridos como parte del proceso de
aculturación» (pág. 192). Aglomeran gente, problemas y soluciones en grupos homogéneos que
enmascaran y desconocen sutilezas y diferencias.
La terapia modernista es un proyecto liderado por el terapeuta, influido por las verdades
dominantes de la cultura, y que conduce a posibilidades determinadas por el terapeuta. Estas
verdades se expresan en diagnósticos, objetivos, y estrategias de tratamiento que se
determinan a priori y se aplican indiscriminadamente. A su vez, los pensamientos y las acciones
del terapeuta pueden validar y reificar su preconocimiento, y hacer que se pierda o deseche lo
singular, rico y complejo en un individuo o un grupo de individuos. A medida que el
preconocimiento y la voz monovocal se forman, los resultantes pensamientos y acciones del
terapeuta tienden a dominar y silenciar la voz del cliente. Al mismo tiempo, creo, las metáforas
y narrativas familiares se hacen auto-limitantes, reduciendo la capacidad creativa e imagi-
nativa del terapeuta y, por lo tanto, la posibilidad de una novedad desconocida —que puede
emerger cuando se hacen presentes las voces del cliente, el terapeuta, y otras personas—.
Creo firmemente que privilegiar nuestras voces de terapeutas contribuye a perpetuar la
desigualdad institucional, tanto en el nivel local de la relación terapeuta-cliente como en el
nivel universal de la relación individuo-familia-sociedad —por ejemplo, al ignorar o apoyar
generalizaciones sexistas, racistas o relacionadas con la edad.
El discurso modernista promueve la noción dualista y jerárquica del cliente como sujeto
de indagación y observación, y coloca al terapeuta en la posición superior de experto. En este
discurso, los participantes son entidades estáticas separadas —cliente y terapeuta—, y no
participantes que interactúen en una empresa conjunta. El aspecto relacional de la noción del
individuo-en-relación pasa a segundo plano. El cliente, en tanto sujeto de indagación que no sabe,
es liberado del problema malvado por un terapeuta que sabe y es un experto en la naturaleza y
la conducta humanas: el héroe libertador.
Un lenguaje de psicoterapia basado en un discurso modernista es un lenguaje basado
en una deficiencia y se presupone que representa adecuadamente la realidad conductal y
mental. Para utilizar nuevamente la metáfora de Rorty (1979) de la mente-espejo, al sujeto de
indagación (el cliente) se lo considera defectuoso, fallido y disfuncional. Los diagnósticos operan
como códigos culturales y profesionales para recolectar, analizar y ordenar datos a la espera de
ser descubiertos. A medida que se descubren similitudes y pautas, la gente y sus problemas se
asignan a un sistema de categorías de deficiencia, mantenido a través del lenguaje y el
vocabulario de nuestros discursos. Esto crea la ilusión de un conocimiento psicológico
generalizable. El lenguaje y los vocabularios de la psicoterapia, entonces, son impersonales y
24

desconocen el carácter singular de cada individuo y cada situación (Gergen, Hoffman y


Anderson, 1995). Las etiquetas profesionales y culturales clasifican y asignan a las personas;
no nos dicen nada sobre ellas. El psicólogo noruego Jan Smedslund (1978, 1990, 1993) ha
escrito abundantemente sobre las diferencias entre la realidad objetiva y psicosocial, y propone
lo que él llama «psicología de sentido común»: en pocas palabras, esas explicaciones psicológicas
«consideradas correctas por todos los que hablan el idioma en el que se las formula» (1990,
pág. 46).
Desde esta perspectiva moderna, la psicoterapia es una tecnología: un ser humano es
una máquina, y el terapeuta, un técnico que trabaja con máquinas humanas defectuosas
(Anderson y Goolishian, 19886, 1991a). Para retomar la comparación mente-espejo de Rorty
(1979): si la mente es representacional—como un espejo—, y si le aparecen manchas y no
puede reflejar la realidad con exactitud, entonces la tarea del terapeuta es «inspeccionar,
reparar y pulir» el espejo defectuoso (pág. 12). El papel del terapeuta es diagnosticar la
disfunción o el defecto (en la conducta individual, en las pautas de interacción, en las creencias,
o en las historias) en el sistema humano en cuestión (individuo, pareja, familia), y devolver
al sistema un estado normativo (un individuo diferenciado, una pareja complementaria, una
familia funcional). En esta perspectiva, el lenguaje es el medio, la herramienta que nos
permite usar nuestra posición privilegiada para descubrir, explicar, predecir y cambiar.

Limitaciones, fronteras y desilusiones de la terapia modernista

Siempre hemos vivido en un mundo donde cabe esperar que las cosas cambien, aunque a
veces lo hagan en forma caótica. La filosofía ha procurado ofrecer estructuras para comprender el
cambio y controlar el caos. En la actualidad, cuando el mundo parece que cambia más rápido y se
hace enormemente complejo, el cambio es menos predecible y, sin duda, más caótico. Con palabras de
Peter Drucker (1994), el innovador consultor de empresas,

«Nunca, en toda la historia escrita, se produjeron tantas transformaciones, y tan radicales, como en
el siglo veinte (...) En la última década de este siglo, los procesos, los problemas, las estructuras del
mundo laboral, de la sociedad, de la política, se distinguen cualitativa y cuantitativamente no sólo de la
realidad de principios de siglo sino también de la de cualquier otra época histórica ( . . . ) Pero son las
transformaciones sociales las que, cual corrientes subterráneas moviéndose muy por debajo de la
superficie agitada del océano, han ejercido un efecto duradero, incluso permanente (...) La edad de la
transformación social no llegará a su término en el año 2000; ni siquiera habrá alcanzado su culminación»
(pág. 54).

Estas transformaciones sociales, y la incertidumbre que las acompaña, influyen en nuestra


vida cotidiana. El futuro, que incluye cambios y retos políticos, económicos y culturales, requiere una
nueva actitud mental y nos exige cambios en nuestra comprensión del mundo y del lugar que
ocupamos en él (Gergen, 1982,1991a, 19916). Desde la perspectiva de las ciencias sociales, el
25

modernismo no está a la altura de estas complejidades y estos retos.


El posmodernismo ha aparecido como una nueva forma de indagación propuesta por
estudiosos de diversas disciplinas que han cuestionado las metanarrativas, la certidumbre, y los
métodos y prácticas del modernismo en las ciencias tradicionales, la literatura, la historia, el arte y
las ciencias humanas (Berger y Luckmann, 1966; Gergen, 1982, 1985, 1994; Harré, 1983;
Lyotard, 1984; Shotter, 1989, 19916, 1993a, 19936; Sylvester, 1985; Vigotsky, 1986). En arte,
por ejemplo, el crítico David Sylvester (1985) compara la esencia del modernismo y el posmodernismo y
la historia de las artes:

«A los ojos del modernismo, la virtud suprema era la Pureza. El modernismo rebosaba en ideas sobre lo
que era permisible y lo que no lo era ( .. .) Creo que la esencia del posmodernismo es que adopta una
perspectiva menos categórica sobre la historia y sobre la moralidad estética. Rechaza la noción de que
una escultura cicládica deba ser mejor que una de Miguel Ángel porque las líneas son más limpias. Por
otra parte, tampoco adopta la posición neo-tradicionalista de ridiculizar la idea de que una escultura
cicládica pueda tener la misma grandeza que una de Miguel Ángel. El punto de vista posmodernista es que
ambas pueden ser formas de arte magníficas y honorables» (pág. 232).

Hasta hace poco tiempo no habían sido cuestionadas estas terapias modernistas que dan por
supuesto el conocimiento y la pericia del terapeuta independientemente de su orientación teórica.
Un puñado de teóricos y clínicos, sin embargo, se han ido sintiendo cada vez más desilusionados
(aunque por diferentes motivos) con las limitaciones de la teoría, la práctica y la investigación
modernistas en el área de la psicoterapia (Andersen, 1987, 1991, 1995a, 19956; Anderson, 1995;
Anderson y Goolishian, 19886; Atkinson y Heath, 1990; Cecchin, 1987; Chessick, 1990; Dell y
Goolishian, 1981; De Shazer, 1985; Flax, 1990; Gergen, 1982, 1985, 1991a, 1994; Hare-Mustin,
1987; Harré, 1979, 1983; Hoffman, 1993; Kleinman, 1986, 1988a, 19886; Kvale, 1992;
McNamee y Gergen, 1992; Nicholson, 1990; Penn y Frankfurt, 1994; Polkinghorne, 1983, 1988;
Sampson, 1981; Shotter, 1993a, 19936; Snyder, 1984; Watzlawick, 1976,1984; White y Epston,
1990). Esta desilusión ha llevado al surgimiento de una comunidad de ideas con consecuencias
importantes para la teoría, la práctica, la investigación y la educación en psicoterapia. Pero antes de
considerar esas ideas, veamos en qué consiste el posmodernismo.

Un paisaje posmoderno

En su versión más simple, posmoderno significa una crítica, no una época. Designa una
ruptura en una orientación filosófica20 que se aparta radicalmente de la tradición moderna, y
cuestiona el discurso modernista monovocal como fundamento de la crítica literaria, política y
social.21 En cierto modo representa una encrucijada desorientadora donde se juntan tradiciones

20
Adhiero a la distinción que establece Richard Palmer (1985) entre teoría y filosofía. Palmer indica que la teoría
consiste en la contemplación del conocimiento teórico, por lo general diferenciado del conocimiento práctico; el
teórico se mantiene distante, desapegado, objetivo. La filosofía incluye las posiciones que uno adopta, por
ejemplo los valores y puntos de vista. Volveré a referirme a este tema cuando me ocupe de la terapia. John
Shotter (1993a, 19936) hace la misma distinción.
21
Un análisis completo del posmodernismo (a menudo asociado con el posestructuralismo) excedería los
26

similares y diferentes.
Si bien sus raíces pueden encontrarse en el pensamiento existencialista tardío, el
posmodernismo no logró reconocimiento hasta la década de 1970. No está representado por un
autor en particular ni por un concepto unificado; es un coro polifónico de sonidos
interrelacionados y cambiantes, de los que cada uno expresa una crítica del modernismo y una
ruptura con este. El pensamiento posmoderno, a menudo ligado al posestructuralismo,22 y
usualmente asociado con los escritos de los filósofos Mijail Bajtin (1981), Jacques Derrida (1978),
Michel Foucault, 1972,1980; Jean Frangois Lyotard (1984); Richard Rorty (1979) y Ludwig
Wittgenstein (1961), representa ante todo un cuestionamiento y alejamiento de las
metanarrativas fijas, los discursos privilegiados, las verdades universales, la realidad
objetiva, el lenguaje de las representaciones y el criterio científico del conocimiento como algo
objetivo y fijo. En suma, el posmodernismo rechaza el dualismo fundamental (un mundo real
externo y un mundo mental interno) del modernismo, y se caracteriza por la incertidumbre, la
impredecibilidad y lo desconocido. El cambio se acepta y se da por supuesto.
El pensamiento posmoderno avanza hacia un conocimiento como práctica discursiva;
hacia una pluralidad de narrativas más locales, contextuales y fluidas; hacia una multiplicidad
de enfoques para el análisis de temas como el conocimiento, la verdad, el lenguaje, la historia, la
persona y el poder. Acentúa la naturaleza relacional del conocimiento y la naturaleza generativa
del lenguaje. El posmodernismo ve al conocimiento como una construcción social, al conocimiento
y al conocedor como interdependientes, partiendo de la premisa de una interrelación entre
contexto, cultura, lenguaje, experiencia y comprensión (Lyotard, 1984; Madison, 1988). No
podemos tener un conocimiento directo del mundo; sólo podemos conocerlo a través de nuestras
experiencias. Continuamente interpretamos nuestras experiencias y nuestras interpretaciones.
El resultado es la continua evolución y ampliación del conocimiento.
El filósofo francés Jean-Francois Lyotard señala que desde una perspectiva posmoderna
no hay «grandes narrativas legitimantes» (citado por Fraser y Nicholson, 1990, pág. 22). Lo
que podría verse como un metadiscurso privilegiado es simplemente uno de muchos discursos. No
hay una teoría, descripción o crítica que sea mejor que otras. El pensamiento posmoderno,
incluyendo todas sus variantes, no es más que un tipo de crítica social. Como dice el teórico social
John Shotter (19936),

«Una aproximación posmodernista a la comprensión [del mundo ordinario de la vida cotidiana]


requiere, ante todo, que abandonemos la "gran narrativa" de la unidad teórica del conocimiento, y
que nos contentemos con objetivos más locales y prácticos. Significa abandonar una de las premisas
(y esperanzas) más profundas del pensamiento de la Ilustración: lo que está "allí fuera",
"realmente" disponible para la percepción, es un mundo ordenado y sistemático, (potencialmente)
igual para todos nosotros, de modo tal que, si realmente insistimos en nuestras investigaciones y

límites de este libro (véase Andreas Huyssen en Nicholson, 1990).


22
Aunque las dos posiciones suelen combinarse, provienen de tradiciones diferentes. El posestructuralismo,
asociado con el crítico literario francés Jacques Derrida y el historiador de la sociedad Michel Foucault, sostiene
que el discurso está gobernado por estructuras que mueven al lenguaje, no por la estructura interna de los
objetos (Gergen, 1995, pág. 39).
27

discusiones, terminaremos por llegar a un acuerdo universal sobre su naturaleza» (pág. 34).

Se ha dicho que con esto se arroja al bebé —una amplia narrativa histórica—junto con el
agua sucia del baño —la metanarrativa filosófica (Nicholson, 1990, pág. 9). Pero
incertidumbre, impredecibilidad y desconocido no equivalen necesariamente a nihilismo,
solipsismo o relativismo. Prescindir de la noción de verdad no significa que «nada exista»; adoptar
una posición pluralista no significa que «todo valga». Por el contrario, el posmodernismo alienta la
crítica social; desde una perspectiva posmoderna todo está sujeto a cuestionamiento, incluyendo el
posmodernismo. Ahora que entramos en el período posmoderno y la realidad objetiva desaparece,
no se atribuye más verdad a las teorías científicas organizadoras aceptadas, en particular las de
las ciencias sociales, que a otras descripciones o ficciones (Kuhn, 1970).
Si bien me interesa todo el paisaje posmoderno, los puntos centrales de mi conceptualización se
apoyan en dos perspectivas interpretativas: la hermenéutica filosófica contemporánea y el
construccionismo social. Desde mi punto de vista, ambos llevan a una transformación de la cultura de
la terapia.

Hacia una transformación

La hermenéutica filosófica contemporánea y el construccionismo social ven a los sistemas


humanos como entidades complejas integradas por individuos que piensan, interpretan y
comprenden. Una y otra cuestionan la aplicación de las explicaciones tradicionales de las ciencias
físicas y naturales al análisis de los sistemas humanos, y consideran que la «precomprensión»
inherente a tales explicaciones no permite apreciar la complejidad de lo humano. Ni la una ni el otro
ofrecen un «marco teórico sistemático, con su correspondiente metodología» (Semin, 1990, pág.
151); en cambio, los dos presentan un marco para la crítica de los conceptos modernistas, y una
alternativa.
Aunque distintos, el construccionismo social y la hermenéutica tienen similitudes. Ambos
examinan los supuestos que mueven a las creencias y prácticas cotidianas: cómo producimos y
comprendemos a los individuos y las instituciones sociales; cómo participamos en lo que creamos,
vivenciamos y describimos (Giddens, 1984). Ambos comparten una perspectiva comprensiva que
acentúa el sentido —sentido construido, no impuesto—. Por ejemplo, los significados de las
palabras, los significados que atribuimos a los acontecimientos y experiencias de nuestra vida,
incluyendo nuestras identidades, son creados por individuos que conversan e interactúan con
otros y consigo mismos, y son siempre susceptibles de una variedad de interpretaciones.
Además, tanto para la hermenéutica como para el construccionismo social, «El sentido ha de
verse ( . . . ) como una coproducción de quien habla y quien escucha, donde ambos comparten el
mismo poder activo de competencia lingüística» (Mueller-Vollmer, 1989, pág. 14). Para ambos,
el lenguaje desempeña un papel central; creencias y prácticas se vinculan con, se crean en, y
ocurren en el lenguaje. Tanto los construccionistas sociales como los hermeneutas cuestionan
28

que el entendimiento pueda reflejar, revelar o ser revelado (Gergen, 1990).

Hermenéutica

La hermenéutica es uno de los primeros cuestionamientos a la teoría cartesiana del


conocimiento, que separaba al observador de lo observado. Históricamente, la hermenéutica se
remonta al siglo XVII, y surgió inicialmente como un enfoque para el análisis y la interpretación
correcta del texto bíblico y de otros textos literarios —el lector descubre e interpreta la palabra
escrita—. En la tradición de iluminista, el intérprete era como Kermes, el mensajero de los
dioses, quien debía comprender e interpretar lo significado por ellos para entonces poder
«traducir, expresar y explicar sus intenciones a los mortales» (Mueller-Vollmer, 1989, pág. 1). En
la tradición hermenéutica temprana, el foco estaba puesto sobre el texto, no sobre el
intérprete o el cuestionador del texto. Hacia fines del siglo XVIII, y más aún en el XIX bajo la
influencia de los filósofos Friedrich Wilhelm Schleiermacher y Wilhelm Dilthey, la
hermenéutica fue rompiendo con esta tradición textual, se convirtió en un método para
intepretar y comprender la conducta humana, y surgió como una «disciplina filosófica genuina
y una teoría general de las ciencias sociales y humanas» (Mueller-Vollmer, 1989, pág. ix).23
La hermenéutica del siglo XX, asociada con el pensamiento de Hans-George Gadamer,
Jürgen Habermas, Martin Heidegger y Paul Ricoeur, entre otros, adoptó un tono posmoderno
(véanse Madison, 1988, y Palmer, 1987). Si bien no hay una definición aceptada
umversalmente, ni una escuela de pensamiento dominante, en términos generales la
hermenéutica se ocupa de la comprensión y la interpretación: comprensión del significado de un
texto o discurso, incluidas la emoción y la conducta humanas, y comprensión en tanto proceso
sobre el cual influyen las creencias, los supuestos y las intenciones del intérprete. La
hermenéutica «sostiene que la comprensión siempre es interpretativa (...) que no hay un punto
de vista único o privilegiado para la comprensión» (Hoy, 1986, pág. 399). La hermenéutica no es
un intento de alcanzar el significado verdadero o la representación correcta, y no debe
confundirse con la explicación causal. Desde una perspectiva hermenéutica, si toda
comprensión es interpretativa, entonces es imposible lograr una comprensión verdadera; el
significado de una persona no puede ser comprendido plenamente, y mucho menos reproducido,
por otra persona. La verdad no puede ser revelada; no hay una descripción correcta ni una
interpretación correcta de un acontecimiento. Cada descripción, cada interpretación es una
versión de la verdad. La verdad se construye a través de la interacción de los participantes, y
es contextual. La interpretación, la comprensión y la búsqueda de la verdad nunca acaban.
Gadamer (1975) identifica la importancia de la contribución del intérprete a la experiencia
interpretativa: el significado depende de la estructura de comprensión previa del intérprete, y de
lo que Gadamer llama la «fusión de horizontes» (pág. 272) entre el lector y el texto (Gadamer,

23
Richard Palmer (1984) prefiere la frase filosofía de la interpretación, más que teoría de la
interpretación (pág. 149).
29

pág. 338). (En el dominio de la psicoterapia, «los participantes» ocupan el lugar de «el lector y
el texto».) De esta fusión surge una comprensión singular del encuentro que no puede atribuirse
a uno u otro participante. La interpretación puede cambiar bajo la influencia de la historia, la
cultura y la época. Gadamer caracteriza a esta estructura interpretativa previa como un
prejuicio. Para él, todo acto de interpretación, de comprensión de sentidos, es infinito; por lo
tanto, el cuestionador acepta ser cuestionado.
Desde esta perspectiva hermenéutica, la comprensión se sitúa en el lenguaje, en la
historia y en la cultura; «el lenguaje y la historia son las condiciones y los límites de la
comprensión» (Wachterhauser, 1986a, pág. 6). La comprensión es circular porque siempre
implica una referencia a lo conocido: la parte (lo local) siempre se refiere al todo (lo global), y a la
inversa, el todo siempre se refiere a la parte —lo que Heidegger (1962) llama el círculo
hermenéutica—. Las prácticas lingüísticas en las que estamos inmersos y el preconocimiento de
nuestro pasado, lo que Heidegger llama nuestro horizonte, influyen, informan y limitan
nuestras comprensiones, nuestra significación y nuestras interpretaciones. Comprender es
sumergirnos en el horizonte de otra persona, y es un proceso recíproco donde uno se abre al otro.
Se trata de un proceso activo, de un diálogo activo.24 El horizonte no es fijo. La hermenéutica
«supone que las dificultades de comprensión representan un fracaso temporario en el intento
de comprender las intenciones de una persona o un grupo, un fracaso que puede superarse
a través de la continuación del proceso dialógico, interpretativo» (Warneke, 1987, pág. 120).
No creo que una persona (por ejemplo una terapeuta) pueda comprender
acabadamente a otra persona (por ejemplo un cliente), o captar sus intenciones y
significaciones, o lo que el construccionista social Kenneth Gergen (1994) llama la
hermenéutica modernista —la creencia de que uno puede llegar a saber—. No hay un
significado verdadero, porque la búsqueda de significado constantemente da forma y reforma,
crea y recrea algo nuevo para el intérprete, algo diferente. Comprender no significa
aprehender algo que es, que existe; el mismo acto de comprender produce algo distinto de lo
que se intenta comprender (Gadamer, citado por Madison, 1988, pág. 167). Comprender es
comprender de modo diferente. Según Gadamer (1975), «toda comprensión es una
interpretación» (pág. 350).
Gergen (1994) critica las nociones de Gadamer sobre la intersubjetividad, la herencia
cultural compartida, y el énfasis hermenéutico en el individuo y lo que el individuo trae a la
interpretación.25 Las implicaciones de la hermenéutica trascienden al individuo y alcanzan a las
interacciones entre individuos. Me identifico con la opinión del psiquiatra Richard Chessick
(1990) de que la hermenéutica sugiere que «la significación en una relación diádica es
generada por el lenguaje (prefiero decir que se genera en y a través del lenguaje) y no reside en
el entendimiento de los participantes individuales sino en el diálogo mismo» (pág. 269). Gergen

24
Vivencia es un término utilizado por Wilhelm Dilthey, filósofo herme-néutico del siglo XIX. El término se refiere
a su noción de que «la comprensión es en sí misma una manifestación de la vida; los actos de comprensión son
vividos por nosotros, constituyen "vivencias"» (Dilthey, 1984, Págs. 25-6).
25
Gergen (1994) también critica las nociones de Gadamer de intersubjetividad y herencia cultural
30

(1988a, 1994) observa que teorías del sentido tales como la hermenéutica y el
deconstruccionismo en literatura se centran en el texto escrito, y propone ir más allá del texto
escrito y de la persona en tanto texto, centrando el análisis en el dominio social, la
«comunalidad», la relación (1994, págs. 262-4). La insistencia de Gergen en una «descripción
relacional» (1988a, pág. 49), una «teoría relacional del sentido humano» (1994, pág. 264), es
un aspecto fundamental del discurso construccionista en las ciencias sociales. ¿Pero qué es,
exactamente, la construcción social?

Construcción social

El construccionismo social se remonta al trabajo de los sociólogos P. L. Berger y T.


Luckmann (1966), cuyo clásico La construcción social de la realidad (1966) sugiere una relación
entre perspectivas individuales y procesos sociales, la naturaleza social del conocimiento, y
por lo tanto una multiplicidad de interpretaciones posibles. Más recientemente el
construccionismo social se asocia con Jerome Bruner (1986), Nelson Goodman (1978),
Kenneth Gergen (1982, 1985, 1994), Rom Harré (1979, 1983), John Shotter (1984, 1993a,
1994), Donald Polkinghorne (1988, 1991), Theodore Sarbin (1986), Clifford Geertz (1983) y
Charles Taylor (1989), cada uno de los cuales ofrece su propia interpretación.
La construcción social concierne a las diferencias. Shotter (1995a) caracteriza a los
construccionistas sociales de la siguiente manera:

«Les interesa mucho más la cuestión de cómo es ser una persona que vive en una red de relaciones con
otros, que se sitúa en relación con estos de distintas maneras en distintos momentos. Este "posicionar" o
"situar" lo que tenemos para decir en relación con las actividades de un grupo social —a veces "dentro" de
él, a veces "fuera". .. es lo que define al movimiento en general» (pág. 384).

El construccionismo social es una forma de indagación social. Gergen (1985), a quien muchos
consideran el principal representante del movimiento, define a la construcción social como una
indagación que

«busca sobre todo explicar los procesos por los cuales la gente describe, explica, o da cuenta del mundo
en que vive (incluyendo su propia participación) (…) [El construccionismo social] no ve al discurso sobre
el mundo como un reflejo o un mapa del mundo, sino como un recurso para el intercambio comunal [las
bastardillas son mías]» (pág. 268).

El conocimiento, incluyendo el conocimiento o la narrativa sobre uno mismo, es una


construcción comunal, un producto del intercambio social. Para Gergen, la relación es el locus del
conocimiento. Las ideas, las verdades, el propio ser, por ejemplo, son producto de las relaciones
humanas, de una comunidad de personas y relaciones. Los significados del lenguaje, es decir, los
significados que atribuimos a las cosas, los acontecimientos, la gente, y a nosotros mismos, son el

compartida (págs. 260-3).


31

resultado del lenguaje que usamos: del diálogo social, el intercambio y la interacción que construimos
socialmente. El énfasis está puesto más en «la base contextual del significado, y su continua
negociación en el tiempo» (Gergen, 1994, pág. 66), que en la localización de los orígenes del
significado. Me siento liberada por este abandono de la autoría individual en favor de una autoría
múltiple o plural, por las posibilidades que ofrece. Pero ¿cómo ocurre este tipo de autoría? Me siento
consustanciada con lo que Gergen (1994) llama suplementación, y Shotter (1993a, 19936), acción
conjunta.

Suplementación

Gergen (1994) propone el concepto de suplementación para describir el modo en que la


coordinación de nuestras vocalizaciones y acciones genera significado. La suplementación es el
proceso recíproco por el cual una persona suple-menta o responde a las vocalizaciones o acciones
de otra. El significado que existe potencialmente (las bastardillas son de Gergen) se desarrolla a
través del proceso de suplementación. La respuesta puede ser una palabra o una conversación
extensa. Cada persona de la diada está inmersa en una variedad de otras relaciones —previas,
presentes y futuras—, y los múltiples contextos de esas relaciones influyen en las
suplementaciones y los significados desarrollados dentro de la diada. A la inversa, la
influencia de la suplementación de la diada se transporta (o tiene la potencialidad de
transportarse) fuera de la diada, como parte de un proceso de reciprocidad expandido. Así
entonces, los significados no son fijos ni permanentes sino que son continuamente influidos,
construidos y reconstruidos en el curso del tiempo.

Acción conjunta

Shotter (1993a) ofrece un análisis de la construcción social similar al de Gergen. La versión


de Shotter, al que este atribuye una sensibilidad retórica, indica que todas las versiones del
construccionismo social coinciden en «el énfasis dialéctico que se pone en la contingencia y la
creatividad de la interacción humana —nuestra producción de realidades sociales, que a su vez
nos producen» (19936, pág. 13). El punto central de interés es «el fluir contingente de una
continua interacción comunicativa entre los seres humanos (...) una dimensión de interacción
uno mismo-otro» (19936, pág. 12). Shotter, sobre quien influyeron los últimos trabajos de
Ludwig Wittgenstein y las ideas de Michael Billig, Mijail Bajtin, L. S. Vigotsky y V. N. Volosinov,
se ocupa en particular de la relación uno mismo-otro, y las formas en que la gente coordina
espontáneamete sus actividades cotidianas mutuas, de modo tal que «quienes hablan y quienes
escuchan parecen capaces de crear y mantener juntos (…) un extenso trasfondo contextual de
relaciones vivientes y vividas (estructuradas sensualmente), que los sostienen como los seres
humanos que son» (19936, pág. 12). Shotter define la acción conjunta del siguiente modo: «Todas
las acciones de seres humanos así involucrados en un grupo social se vinculan de alguna manera
32

en diálogos o respuestas sensibles tanto a acciones previas, ya realizadas, como a posibles


acciones anticipadas» (1984, págs. 52-3). La acción conjunta de Shotter es similar a la
suplementación de Gergen.

Confusiones

Es frecuente confundir el construccionismo social con el constructivismo. Ambas posiciones


filosóficas coinciden en el rechazo de la noción del conocimiento como reflejo de una realidad
ontológica, y definen el conocimiento como una construcción. Ambas rechazan la noción de que
la mente refleja la realidad, y proponen la idea de que los humanos construyen la realidad.
Ambos acuerdan con la afirmación del filósofo Richard Palmer (1985) de que «la perspectiva
que uno tiene sobre una persona es una función de los propios supuestos sobre la realidad» (pág.
16). A pesar de estas similitudes, encuentro distinciones críticas entre ellos. La principal
diferencia, creo, está en la manera en que cada uno llega a la construcción y la percibe.26 El
constructivismo y el construccionismo social surgieron de tradiciones de ideas diferentes. El
constructivismo temprano se originó en los trabajos del psicólogo evolutivo Jean Piaget (1954) y
en la noción de los constructos personales del psicólogo George Kelly (1955). El constructivismo
posterior, a menudo denominado constructivismo radical, se asocia sobre todo al físico Heinz von
Foerster (1982, 1984), a los psicólogos Ernst von Glaserfeld (1987) y Paul Watzlawick (1984), y al
biólogo Humberto Maturana (1978). Todos ellos son cibernetistas. El constructivismo radical
considera a la realidad como una construcción de la mente, y pone el acento en la autonomía del
propio ser y del individuo como productor de sentidos. En las palabras de Von Glasersfeld
(1984), «Toda comunicación y toda comprensión son materia de construcción interpretativa por
parte del sujeto de la experiencia» (pág. 19). Las estructuras biológicas del sujeto cognoscente son
críticas para el constructivismo; por ejemplo, la relación entre los procesos mentales interiores y las
experiencias con el mundo exterior. Von Foerster (1984) dice que la cognición «computa
descripciones de una realidad» (pág. 47). Todo constructivismo pone el acento en el entendimiento
del individuo.
El constructivismo, advierte Gergen (1994), «se inserta en la tradición del individualismo
occidental» (pág. 68), mientras que el construccionismo social se aleja de la idea de la mente
constructora individual y cuestiona la noción del individuo autónomo. El individuo ya no es el objeto
discreto de comprensión, o el creador de sentido. El entendimiento no crea significación; en cambio,
la mente es significación.
Para el construccionismo social, es el contexto interaccional y comunal el que produce
significación; la mente es relacional, y el desarrollo de sentido es discursivo. Shotter (19936) habla
de «realidades conversacionales». El construccionismo social va más allá de la contextualización
social de la conducta y la simple relatividad. El contexto es conceptualizado como un dominio
multirrelacional y lingüístico, donde las conductas, los sentimientos, las emociones y las

26
Para mayor comparación y contraste, véase Gergen (1994, págs. 66-9).
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comprensiones son comunales. Ocurren dentro de una pluralidad compleja y en constante cambio de
redes de relaciones y procesos sociales, y dentro de dominios, prácticas y discursos locales y más
amplios. Menciono mi propia distinción entre construccionismo social y constructivismo porque el
énfasis en los procesos sociales y el énfasis en el entendimiento constructor individual presuponen
consecuencias diferentes para la teoría y la práctica de la psicoterapia.

Mi imagen posmoderna

No afirmo que la imagen posmoderna que he bosquejado representa todos los colores del
posmodernismo. No es así. Mi imagen es sólo un pequeño bosquejo que resume y representa las
tonalidades posmodernas que por ahora he elegido adoptar en mi trabajo. Hay dos senderos
posmodernos, aunque por supuesto no están totalmente separados. Uno lleva al paisaje de lo
«ya dicho» —la existencia y el efecto de los discursos, narrativas y convenciones culturales—. El
otro lleva a lo «todavía no dicho» —la novedad que ocurre en el diálogo—. Hoy en día es este
último paisaje —las premisas posmodernas de la hermenéutica contemporánea y del
construccionismo social, con sus tesis sobre la naturaleza interrelacional del conocimiento y la
noción del sí-mismo como una construcción lingüística transformada en el lenguaje— el que sirve
como punto central de mi base conceptual, y el que provee las tonalidades dominantes en el
enfoque de los sistemas de lenguaje colaborativos. Estas tonalidades dan inteligibilidad a mis
experiencias, se corresponden con mis experiencias y han dado forma a mis experiencias. En la
actualidad, mis pensamientos y acciones como terapeuta y las preguntas que tengo sobre la
terapia se centran en esta como un proceso de conversaciones dialógicas interiores y
exteriores. Me interesan el cambio o la transformación en este proceso: cómo se crea
conocimiento, como surge la novedad en el encuentro terapéutico, cómo participa la terapeuta
en este proceso creativo y cómo es una terapeuta en relación con un cliente.
Si quiere usted continuar ahora con las tonalidades dominantes del conocimiento, el
lenguaje, y el self en mi paisaje posmoderno, lo invito a que pase a la Tercera parte de este libro.
Si le interesa más ver cómo conceptualizo mi enfoque colaborativo de la terapia y cómo es en la
práctica, pase a la Segunda parte.

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