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Harlene Anderson
Conversación, lenguaje y posibilidades.
Un enfoque posmoderno de la terapia.
Ed. Amorrortu, B. Aires, 1999
(pp. 27-31)
De estas premisas derivan profundas consecuencias para toda empresa humana y para
quienes participamos en esas empresas; especialmente, para la terapia y los terapeutas: qué
pensamos de los seres humanos y de nuestro papel en su vida, cómo pensamos y participamos
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Desde Hacia
Un sistema social definido por una estructura de Un sistema basado en el contexto, y producto de la
roles comunicación social
Un sistema compuesto por un individuo, una pareja o Un sistema compuesto por individuos interrelacionados
una familia a través del lenguaje
Una organización y un proceso jerárquicos dirigidos por Una postura filosófica terapéutica que invita a una
la terapeuta relación y un proceso colaborativos
Una relación dualista entre un experto y un no- Una sociedad colectiva entre personas con
experto diferentes perspectivas y conocimientos
Una terapeuta que sabe y que descubre y recoge Una terapeuta que no-sabe y que está en la posición
información y datos de ser informada
Una terapeuta experta y satisfecha que sabe cómo Una terapeuta experta en crear un espacio para el
otros deberían vivir diálogo y en facilitar el proceso dialógico
Una terapia centrada en el conocimiento impartido y Una terapia centrada en generar posibilidades y
en una búsqueda de la causalidad en fiarse en las contribuciones y la creatividad de
todos los participantes
Una terapeuta segura de lo que sabe (o cree que Una terapeuta insegura para quien el conocimiento
sabe) está en constante desarrollo
Una terapeuta que opera desde conocimientos, Una terapeuta que hace públicos, comparte y
supuestos y pensamientos privados y privilegiados reflexiona sus conocimientos, supuestos,
pensamientos, preguntas y opiniones
Una terapeuta intervencionista, con capacidad Una inquisición compartida que depende de las
estratégica y técnica capacidades de todos los participantes
Una terapeuta que intenta producir cambios en Un cambio o una transformación que son una
otra persona u otro miembro de un sistema consecuencia natural de un diálogo generador y una
relación colaborativa
Una terapia con personas bien delimitadas, Una terapia con personas multifacéticas, dotadas
dotadas de sí-mismos nucleares de sí-mismos relaciónales construidos en el lenguaje
Una terapia como una actividad que investiga a otros Un terapeuta y un cliente que participan como co-
sujetos investigadores para crear lo que «descubren»
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Este libro se ocupa de por qué y cómo pienso que estas premisas cambian la cultura de la
terapia, y cuáles son sus implicancias. Para mejor situar mi filosofía y mi práctica filosóficas,
ofreceré mi percepción de los cambios ocurridos en el campo de la psicoterapia, especialmente
la terapia familiar, y una crítica de los paradigmas teóricos y los modelos prácticos actuales.
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(pp. 39-62)
1. Cebollas y pirámides
comprensión del desarrollo de los nuevos conocimientos que vienen a desafiar a los anteriores, y
del motor que impulsa ese desarrollo. Con esta finalidad, consideraré dos puntos de vista sobre
transformaciones paradigmáticas.
Transformaciones paradigmáticas
«fase crítica de un cambio paradigmático, en la que se emplean convenciones de negación para restar
confianza en la forma dominante de inteligibilidad. Durante esta fase, sin embargo, la crítica
necesariamente ha de utilizar fragmentos de lenguaje de otro núcleo —la serie de proposiciones que
brindan inteligibilidad a la crítica» (págs. 11-2).
Dar forma de lenguaje desde otro núcleo es una condición decisiva para que se logre lo
que Gergen (1994, pág. 12) llama la fase transformacional, en la que se elaboran las
implicaciones discursivas de la fase crítica, y se crea así un vacío que permite la emergencia de
un nuevo paradigma, un nuevo discurso, una nueva tradición. Para Gergen, el concepto de
1
Yo agregaría que también hay tensiones entre las formas de nuestra experiencia y los medios de que
disponemos para dar cuenta de ella.
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«circunstancias y experiencias clínicas, junto con la futilidad de los intentos de aplicar las teorías y
técnicas prevalentes a esas circunstancias y experiencias, obligaron a buscar nuevas explicaciones ( . . . ) El
anhelo de entender y resolver un problema fue el imán y el catalizador que convocó a los que se llamarían
después terapeutas familiares, y ofreció un ámbito para su colaboración» (Anderson, 1994, págs. 147-8).
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Creo que en los últimos cuarenta años ha habido una diferencia en el surgimiento de ideas nuevas en
terapia familiar y en psicología. En la terapia familiar los innovadores son clínicos, mientras que en psicología
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Gregory Bateson, Donald Jackson, Jay Haley y John Weakland, junto con sus colegas de una etapa posterior,
suelen ser identificados como el grupo del Mental Research Institute (MRI), pero la investigación comenzó
antes de que se formara el MRI en 1958 (Bateson, Jackson, Haley y Weakland, 1956, 1963).
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Es imposible sobrestimar la importancia de las contribuciones del grupo MRI. Sus ideas sugerentes provocan
entusiasmo y han sido adoptadas y ampliadas prácticamente por todos los profesionales del área. Aunque el
grupo incluyó a otros autores, por lo general se lo identifica con el trabajo temprano de Bateson, Jackson,
Haley y Weakland. Para quienes no estén familiarizados con sus primeros escritos y desarrollos clínico-
teóricos, que no hayan vivido su entusiasmo, propongo la lectura de Jackson (1968a, 19686) y Watzlawick
(1977).
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sistema familiar, y cumplía con la función de mantener la homeostasis del sistema: su estado,
su estructura, su organización, su estabilidad, su continuidad, la definición de sus relaciones.5 La
metáfora cibernética de la homeostasis, que incluía las nociones centrales de equilibrio,
realimentación negativa, resistencia al cambio, cambio continuo, funcionalidad del síntoma y defecto
estructural, se convirtió en la base para entender la organización familiar, ya fuera saludable o
patológica.
Aunque ciertamente cada escuela de terapia familiar hizo su propia contribución, este
paradigma de conocimiento básico —el principio cibernético, o lo que después se llamaría cibernética
de orden primero— proveyó un común denominador. Y si bien cada escuela describió el paradigma
en términos distintos, las diferencias no eran más que pequeñas variaciones del tema de fondo: la
realimentación correctora de desviaciones, activada por errores.6
El nuevo paradigma ejerció una influencia decisiva sobre la naturaleza de la psicoterapia
y el papel del terapeuta La nueva meta de la terapia —interrumpir la homeostasis y promover
el cambio— requería nuevas técnicas. El terapeuta pasó a intervenir activamente para ayudar
a la familia a aceptar las exigencias de las presiones exteriores, los puntos de transición, las
etapas de desarrollo y el cambio mismo.
Una influencia paralela sobre los paradigmas de la terapia familiar, menos reconocida pero
igualmente importante, ha sido la teoría sociológica que coloca a los seres humanos en contextos
concéntricos, progresivamente complejos en su organización, que imponen un orden social
(Anderson y Goolishian, 19886; Goldner, 1988; Goolishian y Anderson, 1987a). Este punto de
vista es una permutación de la teoría de Parsons (1951) sobre los sistemas socioculturales. En
este enfoque objetivo empírico, los sistemas socioculturales (tanto macro como micro) se
5
Un detalle interesante es que la teoría de la comunicación de Bateson se refería al sentido y a los caminos
de la información transmitida.
6
En la teoría transgeneracional, por ejemplo, el paradigma se describe según fronteras generacionales
imprecisas; los síntomas se relacionan con la triangulación de un tercero por los miembros de una diada que
no pueden manejar las tensiones de su propia relación. La conducta sintomática en la persona triangulada es
suficiente para impedir el cambio y así mantener la estabilidad (homeostasis) de la diada. La teoría
estructural, por ejemplo, se centra en la relación entre la estructura familiar disfuncional y la función del
síntoma; la conducta sintomática se conceptualiza como una representación de la colusión entre
generaciones. La aparición del síntoma (patología) es necesaria para que la familia, bajo la presión del
cambio, mantenga su estructura.
En otro caso, el grupo de la Terapia de Impacto Múltiple conceptualizó el desarrollo de síntomas según
colusiones intergeneracionales que debilitan a los individuos haciéndolos más susceptibles de responder de
modo disfuncional a una situación estresante ulterior. El síntoma estaría caracterizado por un problema
característico del período evolutivo durante el cual tuvo lugar la colusión. Por su parte, los terapeutas
estratégicos supusieron que la comunicación deviene organización social, y caracterizaron al síntoma como el
autosacrificio cometido por un miembro de la familia en aras de mantener la estabilidad de la familia sin
necesidad de cambio organizacional. Las contribuciones de Cari Whitaker, Lyman Wynne y Virginia Satir, por
ejemplo, también pueden analizarse desde esta perspectiva.
Incluso la teoría psicoanalítica puede ser considerada como una teoría cibernética. La interpretación de los
síntomas desde el punto de vista del psicoanálisis individual clásico puede traducirse términos homeostásicos,
con sólo pasar de la estructura psíquica a la interpersonal. Por ejemplo, el síntoma ocurre cuando el yo,
debilitado, es incapaz de mantener el equilibrio entre el ello y el superyó; así, aparece para mantener el
equilibrio.
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1968, 1971; Goolishian y Anderson, 1981; Hoffman, 1975; Imber-Copper-smith, 1982, 1983,
1985; Keeney, 1982; Selvini-Palazzoli, Boscolo, Cecchin y Prata, 1980a). Todos los proponentes
de las capas exteriores destacaron el contexto humano y profesional de la terapia,
especialmente la persona derivadora y otros profesionales. A riesgo de sobresimplificar la
esencia de este importante énfasis en el contexto de la conducta humana y la terapia, lo
considero todavía dentro del marco de las metáforas cibernética y sociológica.
Creo importante destacar que las teorías cibernética y parsonsiana tienden a promover
la jerarquía y el patriarcado —desigualdades que, lamentablemente, son normativas en nuestra
cultura, sea en relaciones íntimas de padres e hijos y de esposos, sea en relaciones sociales
más distantes, de instituciones de bienestar social y clientes, o maestros y alumnos—. Ambas
teorías localizan, cultivan y racionalizan desigualdades, censuras, subordinaciones y
explotaciones —sea en el dominio de la política, la economía, el género o la raza—, y las
consideran inevitables en los sistemas humanos. Ambas desestiman la conexión entre el
microdominio de la terapia y el macrodominio de la vida sociopolítica.
Agitaciones
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Aquí el foco recae en la metáfora cibernética. El cuestionamiento, o incluso el reconocimiento de la teoría
social parsonsiana casi no existe (Anderson y Goolishian, 19886; Goldner, 1988). Es interesante, sin
embargo, que la teoría inicial del MRI reemplazó el concepto de papeles familiares por el de reglas familiares,
porque el primero es un concepto individual y depende de definiciones teóricas y culturales o priori, que
existen independientemente de la conducta y por lo tanto no reconocen la relación Wackson, 1965).
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Morfogénesis: De las raíces griega morphe, «forma», y génesis, «devenir del ser»; una teoría sobre cómo
cambian las cosas.
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En este sentido, Bateson sugirió que los terapeutas se ocupaban de las creencias familiares, no de la
patología.
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El interés y las contribuciones del grupo del MRI en cuanto al uso del lenguaje también influyeron
significativamente sobre el campo.
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Lynn Hoffman (1985) denominó terapia familiar «de orden segundo» a terapias fundadas en la cibernética de
orden segundo.
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cuestionó parte de las primeras teorías del grupo y sus consecuencias, refiriéndose
especialmente a la noción de poder y a lo que se seguía de la teoría. En el prefacio a The double
bind (Sluzki y Ransom, 1976), una profunda reflexión de Bateson advierte a los terapeutas que
deben hacerse más conscientes de su activa participación en los fenómenos estudiados, y de la
influencia de la teoría sobre sus observaciones.
«Por bien intencionada que sea la urgencia de curar, la idea misma de "curar" necesariamente propone
la idea de poder. Como los protagonistas de una tragedia griega, nos confinamos estúpidamente a las
formas de los procesos que otros, en especial nuestros colegas, creyeron ver. Y nuestros sucesores
estarán confinados a las formas de nuestro pensamiento» (pág. xii).
Constructivismo
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Aunque el distanciamiento de la noción de saber como una «búsqueda de una representación icónica de la
realidad ontológica» (Von Glasersfeld, 1984) precedió a estas referencias, fueron estos cuestionamientos los
que atrajeron la atención de los psicoterapeutas.
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El adjetivo radical se usa para destacar la ruptura del constructivismo con las teorías y filosofías del
conocimiento convencionales (Von Glasersfeld, 1984, pág. 20). El ensayo de Von Glasersfeld (1984) ofrece un
excelente análisis.
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«no crea o explica ninguna realidad "allí afuera"; muestra que no hay adentro ni afuera, que no hay un
mundo objetivo enfrentando al subjetivo, que la división sujeto-objeto (esa fuente de incontables
"realidades") no existe, que la aparente división del mundo en pares de opuestos es construida por el
sujeto, y que la paradoja abre el camino hacia la autonomía» (pág. 330).
Sistemas evolutivos
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Véase Foundations of family therapy: A conceptual framework for systems change, de Lynn Hoffman
(1981), a mi juicio la mejor descripción y explicación de la historia de la terapia familiar hasta los años
70 [Fundamentos de la terapia familiar. Un marco conceptual para el cambio de sistemas. Fondo de
Cultura Económica. México, 1987]
15
El físico Ilya Prigogine propuso la noción de «estructuras disipativas» que designan a estos sistemas
muy alejados del equilibrio. Para mantenerse estables, deben cambiar constantemente. Según
Prigogine, la realidad y, por lo tanto, el cambio, es multidimensional y no produce ni surge de un
basamento de tipo piramidal. Más bien, se evoluciona de manera no jerárquica, como una red, y la red
de descripciones se hace cada vez más compleja (véase Briggs y Peat, 1984, págs. 167-78).
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La fuente original del interés del grupo de Galveston por el lenguaje fue el libro Pragmatics of human
communication, de Watzlawick, Beaven y Jackson (1967). Más tarde recibimos la influencia de
Maturana («The organization of the living», 1975, y «Biology of language: Epistemology of reality», 1978)
y, a partir de los primeros años de la década de 1980, de la hermenéutica y el construccionismo social.
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Reconozco que hay un debate sobre si la terapia familiar es una ideología o un proceso centrado en la
cantidad de personas en un consultorio, y sobre si es una disciplina separada y distinta o una
subespecialidad, Por ejemplo de la psicología. Creo que estos debates oscurecen la esencia de la terapia
familiar, que consiste en un cambio paradigmático. Véanse Shields, Wynne, McDaniel y Gawinski (1994);
Anderson (1994) y Hardy (1994).
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Véase Foundations of family therapy: A conceptual framework for systems change, de Lynn Hoffman
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unificación, el eclecticismo y la clasificación (Atkinson y Heath, 1990; Eron y Lund, 1993; Fish,
1993; Held y Pols, 1985). Otros, en cambio, cuestionaron el paradigma dominante y señalaron
sus límites, paradojas e incoherencias (Anderson y Goolishian, 19886; Anderson, Goolishian y
Winderman, 1986a; Atkinson y Heath, 1990; Chubb, 1990; Dell, 1980a, 19806, 1982;
Goolishian y Anderson, 1987a; Hofíman, 1985, 1990, 1991; Keeney, 1983; Tjersland, 1990). Otros
pidieron repensar la investigación (Dell, 19806; Fowers, 1993; Ryder, 1987). Algunos
criticaron la falta de responsabilidad social de las terapias que seguían ignorando los temas de
género (Ault-Riche, 1986; Bograd, 1984; Goldner, 1985, 1988; Hare-Mustin, 1987; Hare-
Mustin y Marecek, 1984; Laird, 1989; Luepnitz, 1988; MacKinnon y Miller, 1987; Taggart,
1985), y otras subestructuras culturales e institucionales (Doherty y Boss, 1991; Kearney,
Byrne y McCarthy, 1989; McCarthy y Byrne, 1988; Saba, 1985; Weingarten, 1995; White y
Epston, 1990). Algunos criticaron su oscuridad, confusión y reduccionismo (Carpenter, 1992;
Dell, 1985; Dell y Goolishian, 1979, 1981; Flaskas, 1990; Goldner, 1988; Shields, 1986).
Otros cuestionaron la utilidad de distinguir la familia de otros sistemas, y la terapia familiar de
otras formas de psicoterapia (Anderson, 1994; Anderson y Goolishian, 19886, 1990a; Anderson,
Goolishian y Winderman, 1986a, 19866; Erickson, 1988; Goolishian y Anderson, 1987a, 1988,
1990). Se criticaron incoherencias teóricas y prácticas y se cuestionó a los cuestionantes
(Colapinto, 1985; De Shazer, 1991a, 19916; Golann, 1988; Speed, 1984). Y algunos se
preguntaron si la terapia familiar es una disciplina separada o una subespecialidad de otra
(Anderson, 1994; Hardy, 1994; Kaslow, 1980; Shields, Wynne, McDaniel y Gawinski, 1994).
Estas semillas contienen desafíos y posibilidades para una futura revolución paradigmática
(Andersen, 1987; Anderson, 1994, 1995; Anderson y Goolishian, 19886; Fowers y
Richardson, 1996; Friedman, 1993,1995; Hoffman, 1993; McNamee y Gergen, 1992; Penn y
Frankfurt, 1994; White y Epston, 1990).
No solamente la terapia familiar está en medio de una revolución, sino que es una
revolución dentro de otra que ocurre en el terreno más amplio de la psicoterapia en general.
Lo prueban los autores que, en número creciente, critican la teoría, práctica, investigación y
enseñanza de corte modernista en el campo de la psicología (Agatti, 1993; Baker, Mos,
Rappard y Stam, 1988; Danziger, 1994; Flax, 1990; Freeman, 1993; Gergen, 1982, 1985,
1991a, 1994; Hoshmand y Polkinghorne, 1992; Jones, 1986; Kvale, 1992, 1996; Messer, Sass y
Woolfolk, 1988; Nicholson, 1990; Polkinghorne, 1988; Scarr, 1985; Schon, 1983; Shotter, 1985,
1990,1993a, 19936; Shotter y Gergen, 1989; Smith, Harré y Van Langenhove, 1995). Esta
autocrítica en el interior de la psicología, aunque relacionada con las luchas entre grupos de
interés profesionales y con temas de jerarquía y predominio, se ha desarrollado sobre todo como
un cuestionamiento de los fundamentos teóricos de la disciplina.
Coincidiendo con estas críticas y escepticismos, y con el interés por los conceptos
constructivistas y de la cibernética de orden segundo, han germinado otras semillas. Algunos
terapeutas familiares y psicólogos, impulsados por una combinación de experiencias clínicas y
(1981).
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desarrollos teóricos en las ciencias sociales y las humanidades, comenzaron a argüir en favor
de un cambio dramático; la teoría y práctica actuales de la psicoterapia se han quedado
rezagadas en un mundo que cambia cada vez más aceleradamente. Esta nueva agitación es
diferente, porque ocurre en todo el globo. Las distancias se acortan en el mundo profesional e
intelectual, tanto como en el político y económico. La terapia familiar ya no es un fenómeno
exclusivamente norteamericano, y nuestro continente tampoco domina en psicología (Andersen,
1987, 1991; Elkaim, 1981; Fried Schnitman, 1994; Kvale, 1992, 1996; Leppingston, 1991;
Méndez, Coddou y Maturana, 1988; Reichelt y Christensen, 1990; Reichelt y Sveaass, 1994;
Seikkula, 1993; Selvini-Palazzoli et al., 1978; Tjersland, 1990). La similitud entre esta nueva
agitación y el surgimiento de la terapia familiar es que los audaces que hoy cuestionamos lo
conocido nos encontramos en medio de un discurso fronterizo, y en territorios todavía no
relevados (Anderson, 1994; Anderson y Goolishian, 1991a).
Esta vez la insatisfacción es más extensa que la que alimentó al desafío sistémico, y
amenaza la existencia misma de la terapia familiar y de la psicoterapia tal como se ha definido
hasta ahora. ¿En qué consiste este discurso emergente y qué fuerzas lo impulsan?
Paradójicamente, el concepto nuclear de relaciones familiares ha abierto un espacio para que
algunos terapeutas familiares trasciendan la terapia familiar y las distinciones entre terapia
individual, marital y familiar (Andersen, 1987; Anderson y Goolishian, 19886, 1991a; Anderson
et al., 1986a, 19866; Goolishian y Anderson, 1987a, 1990, 1994; Hoffman, 1993). Buena parte
de la terapia familiar ha ignorado ingenuamente al individuo, o lo ha abandonado
intencionalmente, perdiendo así la experiencia individual; y ha separado al yo del tú, perdiendo
así la dimensión relacional en la identidad.
Para algunos de nosotros, el posmodernismo mueve al individuo y la relación a un
primer plano, aunque los conceptualiza en forma muy diferente a la del modernismo. Los
supuestos posmodernos destacan ante todo la creación o contextualización social o
relacional de la realidad; por ejemplo, sentidos, pautas, categorías diagnósticas y narraciones
son producto de relaciones humanas e interacciones comunicativas. El énfasis puesto en lo social
y lo relacional lleva a repensar radicalmente la noción del individuo o el propio ser (se trate del
núcleo del ser individual o de seres propios múltiples colectivos), la construcción de sí, la identi-
dad, el propio ser en relación, y la conectividad de yo y tú.
El replanteo de la noción del individuo en relación consigo (o sus múltiples seres), con
otros, y con el propio mundo histórico, cultural, político y ambiental, trasciende las dicotomías
entre «lo individual» y «lo relacional» inherentes a los marcos referenciales que estratifican
sistemas sociales (individuo-familia, familia-terapeuta, conducta individual-conducta colectiva,
biológico-mental). Expande la definición de «relaciones» más allá de las relaciones familiares, y
rehusa privilegiar un nivel del sistema sobre otros niveles. Este nuevo énfasis libera a la terapia
familiar de una definición restrictiva de su foco de interés, pero también amenaza la noción
misma de terapia familiar y el predominio de las teorías sistémicas como modelo de explicación.
Yo creo que el individuo y la familia no son construcciones necesariamente competitivas;
20
más bien, la terapia familiar necesita abandonar esa definición restrictiva y redefinir su dominio
y foco de atención. No propongo abandonar la noción de familia. Pero me parece que el concepto
de «relación» utilizado por la terapia familiar ha sido demasiado estrecho. El cambio
paradigmático en desarrollo —el foco interpersonal y los cambios en la conceptualización del
individuo y las relaciones— tiene consecuencias importantes para nuestro pensamiento sobre los
sistemas humanos y sus problemas, para nuestro trabajo y nuestra relación con ellos. El
posmodernismo presenta un reto a la cultura familiar de la psicoterapia, un desafío al qué y al
cómo de la indagación, un cuestionamiento de lo que se examina y describe, y de los medios
utilizados para el examen y la descripción. Indica que el foco no es el interior del individuo ni el
de la familia, sino más bien la(s) persona(s)-en-relación. Sugiere que ningún supuesto
explicativo, incluyendo las teorías más respetadas, debe aceptarse sin discusión, sino que por
el contrario debe ser continuamente cuestionado, como lo recomendaba Bateson.
Pero ¿qué es el posmodernismo? ¿Cómo difiere del modernismo? ¿Hasta dónde llega su
desafío? ¿Qué posibilidades ofrece, que el modernismo no ofrece? ¿Y cuál de los paisajes
posmodernos prefiero, por ser el que mejor representante mi filosofía y práctica terapéuticas
en este momento particular? En el capítulo siguiente me ocupo de lo moderno y lo posmoderno.
No es mi intención polarizar. Simplemente quiero explicar por qué abandoné un conjunto de supuestos
que me resultaban restrictivos en favor de otro que encuentro menos restrictivo.
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(pp. 63-81)
«el pensamiento que se origina en Descartes y que ha perdurado hasta el siglo XX (...) [y] aspira al
ideal filosófico de un conocimiento básico, fundamental (...) de lo que es (...) que se vuelca hacia
adentro, hacia el sujeto cognoscente ( . . . ) donde intenta descubrir los fundamentos de una certi-
dumbre en nuestro "conocimiento" del... "mundo exterior"» (Madison, 1988, pág. x).
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Resumo aquí las características de la narrativa modernista o de la Ilustración.
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«es completo en sí mismo y simplemente está a la espera de que un sujeto cognoscente venga y forme una
"representación mental" de él (...) Si [el observador] puede conectar sus ideas de la manera correcta, el
resultado será una "representación" verdadera o algo parecido a la realidad "objetiva"» (pág. x).
El modernismo y sus verdades proveen los cimientos de las humanidades y las ciencias
sociales. Nuestra cultura de la psicoterapia —nuestras teorías, prácticas e investigación,
tanto en psicología como en psiquiatría, asistencia social y terapia familiar— tienen en ese
discurso dominante su base histórica y son su reflejo; él ha elevado al terapeuta a la posición de
un observador independiente con acceso privilegiado al conocimiento de la naturaleza humana, las
personalidades individuales, la vida de relación, las conductas normales y anormales, los
pensamientos, sentimientos y emociones. Este conocimiento permite a los terapeutas
observar, describir y explicar objetivamente los comportamientos. Con esta autoridad de
conocimiento y verdad, los terapeutas mantienen una posición dualista y jerárquica, y es así
como su saber predomina sobre el saber marginal, cotidiano, no profesional de los clientes.
Desde una perspectiva moderna, el conocimiento y, por lo tanto, la verdad, es piramidal:
construye una jerarquía. Un terapeuta, en tanto representante de un discurso social y
cultural dominante, sabe cuál es la historia humana y cuál debería ser. Este saber del
terapeuta, basado en teorías, prejuicios y experiencias profesionales y personales, actúa como
una estructura a priori que predetermina el conocimiento que un terapeuta trae a la sesión, y
se impone al conocimiento del cliente. El terapeuta se convierte en un experto en observar,
revelar y deconstruir la historia tal como realmente es y tal como debería ser. El conocimiento del
terapeuta da forma a sus observaciones y las valida; actúa como una «retro-referencia» y
«proyecta el pasado en el futuro» (Giorgi, 1990, pág. 76).
El discurso modernista perpetúa la noción de las metáforas universales, descubribles, para
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Siempre hemos vivido en un mundo donde cabe esperar que las cosas cambien, aunque a
veces lo hagan en forma caótica. La filosofía ha procurado ofrecer estructuras para comprender el
cambio y controlar el caos. En la actualidad, cuando el mundo parece que cambia más rápido y se
hace enormemente complejo, el cambio es menos predecible y, sin duda, más caótico. Con palabras de
Peter Drucker (1994), el innovador consultor de empresas,
«Nunca, en toda la historia escrita, se produjeron tantas transformaciones, y tan radicales, como en
el siglo veinte (...) En la última década de este siglo, los procesos, los problemas, las estructuras del
mundo laboral, de la sociedad, de la política, se distinguen cualitativa y cuantitativamente no sólo de la
realidad de principios de siglo sino también de la de cualquier otra época histórica ( . . . ) Pero son las
transformaciones sociales las que, cual corrientes subterráneas moviéndose muy por debajo de la
superficie agitada del océano, han ejercido un efecto duradero, incluso permanente (...) La edad de la
transformación social no llegará a su término en el año 2000; ni siquiera habrá alcanzado su culminación»
(pág. 54).
«A los ojos del modernismo, la virtud suprema era la Pureza. El modernismo rebosaba en ideas sobre lo
que era permisible y lo que no lo era ( .. .) Creo que la esencia del posmodernismo es que adopta una
perspectiva menos categórica sobre la historia y sobre la moralidad estética. Rechaza la noción de que
una escultura cicládica deba ser mejor que una de Miguel Ángel porque las líneas son más limpias. Por
otra parte, tampoco adopta la posición neo-tradicionalista de ridiculizar la idea de que una escultura
cicládica pueda tener la misma grandeza que una de Miguel Ángel. El punto de vista posmodernista es que
ambas pueden ser formas de arte magníficas y honorables» (pág. 232).
Hasta hace poco tiempo no habían sido cuestionadas estas terapias modernistas que dan por
supuesto el conocimiento y la pericia del terapeuta independientemente de su orientación teórica.
Un puñado de teóricos y clínicos, sin embargo, se han ido sintiendo cada vez más desilusionados
(aunque por diferentes motivos) con las limitaciones de la teoría, la práctica y la investigación
modernistas en el área de la psicoterapia (Andersen, 1987, 1991, 1995a, 19956; Anderson, 1995;
Anderson y Goolishian, 19886; Atkinson y Heath, 1990; Cecchin, 1987; Chessick, 1990; Dell y
Goolishian, 1981; De Shazer, 1985; Flax, 1990; Gergen, 1982, 1985, 1991a, 1994; Hare-Mustin,
1987; Harré, 1979, 1983; Hoffman, 1993; Kleinman, 1986, 1988a, 19886; Kvale, 1992;
McNamee y Gergen, 1992; Nicholson, 1990; Penn y Frankfurt, 1994; Polkinghorne, 1983, 1988;
Sampson, 1981; Shotter, 1993a, 19936; Snyder, 1984; Watzlawick, 1976,1984; White y Epston,
1990). Esta desilusión ha llevado al surgimiento de una comunidad de ideas con consecuencias
importantes para la teoría, la práctica, la investigación y la educación en psicoterapia. Pero antes de
considerar esas ideas, veamos en qué consiste el posmodernismo.
Un paisaje posmoderno
En su versión más simple, posmoderno significa una crítica, no una época. Designa una
ruptura en una orientación filosófica20 que se aparta radicalmente de la tradición moderna, y
cuestiona el discurso modernista monovocal como fundamento de la crítica literaria, política y
social.21 En cierto modo representa una encrucijada desorientadora donde se juntan tradiciones
20
Adhiero a la distinción que establece Richard Palmer (1985) entre teoría y filosofía. Palmer indica que la teoría
consiste en la contemplación del conocimiento teórico, por lo general diferenciado del conocimiento práctico; el
teórico se mantiene distante, desapegado, objetivo. La filosofía incluye las posiciones que uno adopta, por
ejemplo los valores y puntos de vista. Volveré a referirme a este tema cuando me ocupe de la terapia. John
Shotter (1993a, 19936) hace la misma distinción.
21
Un análisis completo del posmodernismo (a menudo asociado con el posestructuralismo) excedería los
26
similares y diferentes.
Si bien sus raíces pueden encontrarse en el pensamiento existencialista tardío, el
posmodernismo no logró reconocimiento hasta la década de 1970. No está representado por un
autor en particular ni por un concepto unificado; es un coro polifónico de sonidos
interrelacionados y cambiantes, de los que cada uno expresa una crítica del modernismo y una
ruptura con este. El pensamiento posmoderno, a menudo ligado al posestructuralismo,22 y
usualmente asociado con los escritos de los filósofos Mijail Bajtin (1981), Jacques Derrida (1978),
Michel Foucault, 1972,1980; Jean Frangois Lyotard (1984); Richard Rorty (1979) y Ludwig
Wittgenstein (1961), representa ante todo un cuestionamiento y alejamiento de las
metanarrativas fijas, los discursos privilegiados, las verdades universales, la realidad
objetiva, el lenguaje de las representaciones y el criterio científico del conocimiento como algo
objetivo y fijo. En suma, el posmodernismo rechaza el dualismo fundamental (un mundo real
externo y un mundo mental interno) del modernismo, y se caracteriza por la incertidumbre, la
impredecibilidad y lo desconocido. El cambio se acepta y se da por supuesto.
El pensamiento posmoderno avanza hacia un conocimiento como práctica discursiva;
hacia una pluralidad de narrativas más locales, contextuales y fluidas; hacia una multiplicidad
de enfoques para el análisis de temas como el conocimiento, la verdad, el lenguaje, la historia, la
persona y el poder. Acentúa la naturaleza relacional del conocimiento y la naturaleza generativa
del lenguaje. El posmodernismo ve al conocimiento como una construcción social, al conocimiento
y al conocedor como interdependientes, partiendo de la premisa de una interrelación entre
contexto, cultura, lenguaje, experiencia y comprensión (Lyotard, 1984; Madison, 1988). No
podemos tener un conocimiento directo del mundo; sólo podemos conocerlo a través de nuestras
experiencias. Continuamente interpretamos nuestras experiencias y nuestras interpretaciones.
El resultado es la continua evolución y ampliación del conocimiento.
El filósofo francés Jean-Francois Lyotard señala que desde una perspectiva posmoderna
no hay «grandes narrativas legitimantes» (citado por Fraser y Nicholson, 1990, pág. 22). Lo
que podría verse como un metadiscurso privilegiado es simplemente uno de muchos discursos. No
hay una teoría, descripción o crítica que sea mejor que otras. El pensamiento posmoderno,
incluyendo todas sus variantes, no es más que un tipo de crítica social. Como dice el teórico social
John Shotter (19936),
discusiones, terminaremos por llegar a un acuerdo universal sobre su naturaleza» (pág. 34).
Se ha dicho que con esto se arroja al bebé —una amplia narrativa histórica—junto con el
agua sucia del baño —la metanarrativa filosófica (Nicholson, 1990, pág. 9). Pero
incertidumbre, impredecibilidad y desconocido no equivalen necesariamente a nihilismo,
solipsismo o relativismo. Prescindir de la noción de verdad no significa que «nada exista»; adoptar
una posición pluralista no significa que «todo valga». Por el contrario, el posmodernismo alienta la
crítica social; desde una perspectiva posmoderna todo está sujeto a cuestionamiento, incluyendo el
posmodernismo. Ahora que entramos en el período posmoderno y la realidad objetiva desaparece,
no se atribuye más verdad a las teorías científicas organizadoras aceptadas, en particular las de
las ciencias sociales, que a otras descripciones o ficciones (Kuhn, 1970).
Si bien me interesa todo el paisaje posmoderno, los puntos centrales de mi conceptualización se
apoyan en dos perspectivas interpretativas: la hermenéutica filosófica contemporánea y el
construccionismo social. Desde mi punto de vista, ambos llevan a una transformación de la cultura de
la terapia.
Hermenéutica
23
Richard Palmer (1984) prefiere la frase filosofía de la interpretación, más que teoría de la
interpretación (pág. 149).
29
pág. 338). (En el dominio de la psicoterapia, «los participantes» ocupan el lugar de «el lector y
el texto».) De esta fusión surge una comprensión singular del encuentro que no puede atribuirse
a uno u otro participante. La interpretación puede cambiar bajo la influencia de la historia, la
cultura y la época. Gadamer caracteriza a esta estructura interpretativa previa como un
prejuicio. Para él, todo acto de interpretación, de comprensión de sentidos, es infinito; por lo
tanto, el cuestionador acepta ser cuestionado.
Desde esta perspectiva hermenéutica, la comprensión se sitúa en el lenguaje, en la
historia y en la cultura; «el lenguaje y la historia son las condiciones y los límites de la
comprensión» (Wachterhauser, 1986a, pág. 6). La comprensión es circular porque siempre
implica una referencia a lo conocido: la parte (lo local) siempre se refiere al todo (lo global), y a la
inversa, el todo siempre se refiere a la parte —lo que Heidegger (1962) llama el círculo
hermenéutica—. Las prácticas lingüísticas en las que estamos inmersos y el preconocimiento de
nuestro pasado, lo que Heidegger llama nuestro horizonte, influyen, informan y limitan
nuestras comprensiones, nuestra significación y nuestras interpretaciones. Comprender es
sumergirnos en el horizonte de otra persona, y es un proceso recíproco donde uno se abre al otro.
Se trata de un proceso activo, de un diálogo activo.24 El horizonte no es fijo. La hermenéutica
«supone que las dificultades de comprensión representan un fracaso temporario en el intento
de comprender las intenciones de una persona o un grupo, un fracaso que puede superarse
a través de la continuación del proceso dialógico, interpretativo» (Warneke, 1987, pág. 120).
No creo que una persona (por ejemplo una terapeuta) pueda comprender
acabadamente a otra persona (por ejemplo un cliente), o captar sus intenciones y
significaciones, o lo que el construccionista social Kenneth Gergen (1994) llama la
hermenéutica modernista —la creencia de que uno puede llegar a saber—. No hay un
significado verdadero, porque la búsqueda de significado constantemente da forma y reforma,
crea y recrea algo nuevo para el intérprete, algo diferente. Comprender no significa
aprehender algo que es, que existe; el mismo acto de comprender produce algo distinto de lo
que se intenta comprender (Gadamer, citado por Madison, 1988, pág. 167). Comprender es
comprender de modo diferente. Según Gadamer (1975), «toda comprensión es una
interpretación» (pág. 350).
Gergen (1994) critica las nociones de Gadamer sobre la intersubjetividad, la herencia
cultural compartida, y el énfasis hermenéutico en el individuo y lo que el individuo trae a la
interpretación.25 Las implicaciones de la hermenéutica trascienden al individuo y alcanzan a las
interacciones entre individuos. Me identifico con la opinión del psiquiatra Richard Chessick
(1990) de que la hermenéutica sugiere que «la significación en una relación diádica es
generada por el lenguaje (prefiero decir que se genera en y a través del lenguaje) y no reside en
el entendimiento de los participantes individuales sino en el diálogo mismo» (pág. 269). Gergen
24
Vivencia es un término utilizado por Wilhelm Dilthey, filósofo herme-néutico del siglo XIX. El término se refiere
a su noción de que «la comprensión es en sí misma una manifestación de la vida; los actos de comprensión son
vividos por nosotros, constituyen "vivencias"» (Dilthey, 1984, Págs. 25-6).
25
Gergen (1994) también critica las nociones de Gadamer de intersubjetividad y herencia cultural
30
(1988a, 1994) observa que teorías del sentido tales como la hermenéutica y el
deconstruccionismo en literatura se centran en el texto escrito, y propone ir más allá del texto
escrito y de la persona en tanto texto, centrando el análisis en el dominio social, la
«comunalidad», la relación (1994, págs. 262-4). La insistencia de Gergen en una «descripción
relacional» (1988a, pág. 49), una «teoría relacional del sentido humano» (1994, pág. 264), es
un aspecto fundamental del discurso construccionista en las ciencias sociales. ¿Pero qué es,
exactamente, la construcción social?
Construcción social
«Les interesa mucho más la cuestión de cómo es ser una persona que vive en una red de relaciones con
otros, que se sitúa en relación con estos de distintas maneras en distintos momentos. Este "posicionar" o
"situar" lo que tenemos para decir en relación con las actividades de un grupo social —a veces "dentro" de
él, a veces "fuera". .. es lo que define al movimiento en general» (pág. 384).
El construccionismo social es una forma de indagación social. Gergen (1985), a quien muchos
consideran el principal representante del movimiento, define a la construcción social como una
indagación que
«busca sobre todo explicar los procesos por los cuales la gente describe, explica, o da cuenta del mundo
en que vive (incluyendo su propia participación) (…) [El construccionismo social] no ve al discurso sobre
el mundo como un reflejo o un mapa del mundo, sino como un recurso para el intercambio comunal [las
bastardillas son mías]» (pág. 268).
resultado del lenguaje que usamos: del diálogo social, el intercambio y la interacción que construimos
socialmente. El énfasis está puesto más en «la base contextual del significado, y su continua
negociación en el tiempo» (Gergen, 1994, pág. 66), que en la localización de los orígenes del
significado. Me siento liberada por este abandono de la autoría individual en favor de una autoría
múltiple o plural, por las posibilidades que ofrece. Pero ¿cómo ocurre este tipo de autoría? Me siento
consustanciada con lo que Gergen (1994) llama suplementación, y Shotter (1993a, 19936), acción
conjunta.
Suplementación
Acción conjunta
Confusiones
26
Para mayor comparación y contraste, véase Gergen (1994, págs. 66-9).
33
comprensiones son comunales. Ocurren dentro de una pluralidad compleja y en constante cambio de
redes de relaciones y procesos sociales, y dentro de dominios, prácticas y discursos locales y más
amplios. Menciono mi propia distinción entre construccionismo social y constructivismo porque el
énfasis en los procesos sociales y el énfasis en el entendimiento constructor individual presuponen
consecuencias diferentes para la teoría y la práctica de la psicoterapia.
Mi imagen posmoderna
No afirmo que la imagen posmoderna que he bosquejado representa todos los colores del
posmodernismo. No es así. Mi imagen es sólo un pequeño bosquejo que resume y representa las
tonalidades posmodernas que por ahora he elegido adoptar en mi trabajo. Hay dos senderos
posmodernos, aunque por supuesto no están totalmente separados. Uno lleva al paisaje de lo
«ya dicho» —la existencia y el efecto de los discursos, narrativas y convenciones culturales—. El
otro lleva a lo «todavía no dicho» —la novedad que ocurre en el diálogo—. Hoy en día es este
último paisaje —las premisas posmodernas de la hermenéutica contemporánea y del
construccionismo social, con sus tesis sobre la naturaleza interrelacional del conocimiento y la
noción del sí-mismo como una construcción lingüística transformada en el lenguaje— el que sirve
como punto central de mi base conceptual, y el que provee las tonalidades dominantes en el
enfoque de los sistemas de lenguaje colaborativos. Estas tonalidades dan inteligibilidad a mis
experiencias, se corresponden con mis experiencias y han dado forma a mis experiencias. En la
actualidad, mis pensamientos y acciones como terapeuta y las preguntas que tengo sobre la
terapia se centran en esta como un proceso de conversaciones dialógicas interiores y
exteriores. Me interesan el cambio o la transformación en este proceso: cómo se crea
conocimiento, como surge la novedad en el encuentro terapéutico, cómo participa la terapeuta
en este proceso creativo y cómo es una terapeuta en relación con un cliente.
Si quiere usted continuar ahora con las tonalidades dominantes del conocimiento, el
lenguaje, y el self en mi paisaje posmoderno, lo invito a que pase a la Tercera parte de este libro.
Si le interesa más ver cómo conceptualizo mi enfoque colaborativo de la terapia y cómo es en la
práctica, pase a la Segunda parte.