Vous êtes sur la page 1sur 15
Lecturas Mexicanas divulga en ediciones de grandes ti- OLIVIER DEBROISE radas y precio reducido, obras relevantes de las letras, la historia, la ciencia, las ideas y el arte de nuestro pais. Diego de Montparnasse CULTURA SEP Primera ediciin (Vide y pensamiento de México), 1979 Primera ediciin en Lecuras Mexicanas, 1985 A Luis Zapata D. R. ® 1979, Fonbo ox Curruna Beonouaca, $. A ve C. ¥ Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 968-16-1896-3 Impreso en México RECONOCIMIENTOS Este intento de situar a Diego Rivera, no solamente como pintor, sino también como hombre, en el contexto de los movimientos de vanguardia parisienses en las dos primeras décadas de este siglo ha sido posible gracias a quienes me permitieron tener acceso a sus archivos personales y a sus Te- cuerdos. Expreso particularmente mi reconocimiento a Mme. Faure- Sadoul, aM. Jean Louis Faure, 2 M. Oscar Ghez, a Mme. Ma- rika Rivera y a Mme. Marevna VorobievasStebelska, a M. jon Mondzain y a M. Roger Wild quienes me proporcio- naron valiosos documentos. Asimismo Ja seffora Guadalupe Rivera de Iturbe y 1a sefiora Alicia Reyes me facilitaron sus archivos y el sefior Ramén Favela proyect6 luces sobre la cro- nologia del cubismo que me permitieron evitar numerosas imn- precisiones. No debo omitir la ayuda de Rogelio Cuéllar en la repro- Auccién de los documentos fotograficos ni la competencia de Ia sefiora Flena Urrutia quien generosamente revisé Los ori- ginales. 0. D. Era de aquellos hombres que no sélo entran en una habitacién sino que Ja lenan, Muchos fueron los oprimidas por nuestra época, pero 4) no cedié nunca y fue st época la que tuvo que oprimirse. IkvA Grioorevicn Euneamnene | PROLOGO | ASaw Ancrt Inn no Hegaba el rumor de la ciudad; todo era silencio perturbado solamente por el canto de alguna cigarta, | el ladrido de algin perro en la calle empedrada; alli, en 1a | calma ce una tarde de México, el tiempo corria insensible mente marcado apenas por el deslizar de Ia sombra del gran “judas” azul y blanco, figura grotesca de papel y alambre colgada cerca de la ventana. Estiré una pierna en la banca nistica de madera en que estaba sentado, de espaldas al gran restirador desordenado. | Vela mis all de sus manos en constante movimiento, esas ‘manos finas, delgadas aunque musculosas que ya habfan plas | mado sobre muros, telas y papeles, la mayor parte de las obras que hicieran su fama; veia més alld de sus manos y mis alli del bastidor, més alla de la cara del pocta, inmévil como una mascara antigua con los ojos levantados hacia la vidricra que reflejaba el incontenible pasar de las nubes; veia cerca de la puerta semiabierta, sobre la pared encalada, pe gados con cinta o simplemente colgados con un clip de metal enmohecido, los recortes de periddico cuyo papel habia per- dido su blancura para tornarse sepia mientras la tinta des lavada se habia vuelto café, De recorte en recorte, de noticia en noticia, manifiestos, articulos, entrevistas: su. vida expuesta sobre la pared para la eternidad, el silencio, la gloria 0 la infamia ;Qué importabal Hechos y deshechos, triunfos y lu chas de palabra: su vida. Hubiese preferido que se callara, que no pronunciara las frases benignas que lo habian sacudido por inoportunas; hubiese querido de pronto no pintar este re- trato del poeta con los ojos levantados bajo la avanzada cal vicie: manera retrospectiva de eludir Ia pregunta; hubiese | preferido salir a la calle esa maiiana, ir a Chapultepec, reco- rrer las silenciosas avenidas bordeadas de ahuehiuetes y sabinos, y observar detenidamente la naturalera vibrante bajo la luz nitida de esta tarde infinita o bien decidir de pronto un viaje por Morelos; todo menos quedarse encerrado en el taller, aten- to otra ver al vaivén de sus dedos, de los pinceles sobre Ia tela: todo con tal de evadir la pregunta. Los recortes de periédico, como un tapiz en la pared, parccian burlarse, ridiculizar su vida, aniquilar toda esperanza. Pero gentonces?, gy ahora?: ma- nos que no dejaban de trabajar. La melancolia lo habia in- vadido y el pocta respetuoso se habia callado, observando pasar Jas mubes. Pero el silencio no eludia la pregunta. Cuando al sentarse en el equipal buscando de memoria la pose fijada la vispera para el retrato, su amigo, el pocta Car- los Pellicer, en un afin de iniciar un didlogo que se habria de prolongar toda la tarde, habia pronunciado la pregunta; su reaccién habia sido de rabia, irreversible, incontrolable. . Luego vino la melancolia, Iuego el silencio. —Diego, zqué tanto hiciste durante diez afios en Paris? —jHacerme pendejo! FI mismo habia dado por terminada la discusién. FI silencio del taller mientras desfilaban las nubes encima del valle de Andhuac, el silencio de los recortes de periddi- cos pegados a la pared encalada, el lento deslizar de Ia sombra de los "‘judas” sobre el piso de losa rojiza, Ia melancolia. UNO Panis, bajo la égida de la triunfal Tercera Repiblica, pros. pero baluarte de la burguesia capitalista surgida de la Revo- Iuci6n industrial del siglo xrx, era entonces considerada como la Capital de Europa. EL prestigio de Paris estaba en su apogeo. Venia gente de San Petersburgo, de Londres, de Madrid, de Shangai y de Nueva York para admirar a la Bella Otero, a Loie Filler y su danza de la mariposa, a los Ballets Rusos y su estrella Nijinsky, a visitar el Salén (el tinico, el Salén de los Artistas Franceses) y a vestirse con Poiret y Jacques Doucet, los més cotizados modistas. No habia ninguna nube en el hotizonte y la alegria de vivir se manifestaba en grandes fies tas y banquetes, veladas mundanas de un lujo extravagante donde se gastaba con largueza el dinero salido de las minas de carbin, de las fibricas de textiles o traido con grandes esfuerzos de la Guayana o de Marruecos, Era definitivamente la sociedad proustiana compuesta de grandes burgueses y aris: t6cratas de todo tipo, mondaines y demi-mondaines, irrégulié tres y esposas legitimas, la sociedad que se pavoneaba en la terraza del Fouquet’s, bailaba en Maxim's por Lt uuche o se reunia el fin de semana en alguna casa de campo, en el hi- pédromo de Longchamps o en los prados del Précatelan para a SantosDumont; que iba a Deauville a exhibirse en el Casino o pasaba el verano viendo el mar (no se bafiaba, era muy mal visto). Crinolinas y corsés ajustados, plumas y era Ia belle-époque, lena de una frivolidad jpécrita pero universalmente imitada. Precién- dose de anglicanismo, la falsa aristocracia francesa de_prin- ipios de siglo imitaba a la aristocracia posvictoriana y se aferraba a prolongar un siglo que no acababa de morir. 1889-1900: dos exposiciones internacionales habian consagra- do definitivamente el triunfo de la burguesta francesa y en las riberas del Sena se habjan visto maravillas exéticas venidas de paises desconocidos. jLa préspera Francia se abria al mundo! 13 Para seflalar de manera indeleble este triunfo se ha conser- vado la estructura brillantemente intitil de la Torre Eiffel, simbolo del progreso tecnolégico capitalista Sin embargo no todo era color de rosa en la belle-époque. Agitaciones ocultas se tramaban en algunos suburbios de la ciudad y si las s6rdidas aventuras de la Casque d'or y sus apa- ches Hamaban la atencién era para olvidar mejor que las cla- ses oprimidas comenzaban insensiblemente a organizarse. Los discursos del ciudadano Jaurés y de Rosa Luxemburgo slo provocaban sarcasmos en Ta prensa pero atrafan multitudes. El mito pavoroso de la Comuna de Paris hacia estremecer a fa- niilias enteras, Los periddicos hablaban constantemente de una hipotética guerra, pero los parisienses slo se interesaban, en ese afio de 1911, por el robo de la Gioconda en el Louvre y la supresin del corsé promulgada por Paul Poiret. En los mites de Paris un emigrado ruso fundaba la Primera Uni versidad Popular Revolucionaria, se Hamaba Vladimir Mich Ulianof, El hecho pasé totalmente inadvertido. Otro ruso, profugo de las prisiones del zar, Iegé una mafiana de invieno fa Paris; tenia apenas diecinueve afios, se llamaba Iya Grigo- ich Ehremburg: Recuerdo ese dia de diciembre, al sali de la estacién, una plaza ue veaus dcl-ms ye Gabe wan semscion de elgete © duietad, Tha vestido de manera curios, pero nadie me prestsba tencién, Desde estas primeras horas ehtend! que en Paris se podia vivir sin hacer notary nadie we ocupaba de uno. Entrd en un café. En Ja barra extaban unos cocheros de rosro colorado y sombrero de copa; tomaban bebidas misteiosts, pir. puras y verdes. En Jos bulevares habla algunos pueros, en las Eales ce vendian todo tipo de objetos, se velan unos juegos Ri fanteicos) eran tuletas. En las eaquinas unos hombres, com su mdsica en la mano, entonaban alguna cancién melancdlica mlen- tras se agrupaban los cutioss cotearelestribillo. Se velah en las Drnguetas camasy tratero; todo un escaparae, Bn general todas lus mercancas estaban expuestas en Ta elle: carey queso, nae ranjas, sombrero, zapatos, cacerolas. La cantidad de mingitorios ine sorprendi6, en ellos se lela Chocolat Menier y, por del somata el pantalén rojo de Tos soldados. El viento era fro, “4 pero la gente no daba Is impresién de ir a ningun lado sino de pascarse. En el bulevar de Sebastopol vi un wanvia de vapor que ewitéa’ un silbido tigica. Los cocheros gritaban y hacian restallar sus létigos. No se vela ninguna calesa. A veces apare: cian en Ia ealle coches que avanzaban ruidosamente a fuerza de cornetazo; Ios cahallos se apartaban: eran automéviles. En Paris el pasado se confundle con el presente, Es una ciudad sorprendente, no fue construida segin un plan: simplemente crecié como un bosque. Por momentos era dificil saber si se es taba en Ia vispera 0 en el dia siguiente.! iCuestiin de prestigio! En esa época feliz en que las fronte. as, constantemente amenazadas, no existian para los simples ciudadanos, la Francia de la belle-époque se convirtié en el simbolo ce una vida facil nacida de la excepcional estabilidad politica y econémica que permitia todos los excesos. jCuestion de prestigio! La reptiblica liberal abrié sus fronteras y acogié en su seno una legion de emigrados mils o menos voluntarios de regimenes. politicos m¢ lustrados”, asi como de artis: tas que huian del vacio cultural imperante en sus respectivas patrias. Formando sus propios ghettos en diversos barrios, se convertirian en esos extranjeros de Paris que cada dia reha cian el mundo en las terrazas de los cafés. En esa época Paris era amada “La Capital del mundo realidad vivian alli representantes de cientos d Ailes tocados con turbantes descubrian la hipocresia de los libers: les ingleses, los macedonios erganizaban ruidosos mitines, Ios estudiartes chinos festejaban la declaracién de su Republica. Aparecian periddicos polacos, portugueses, finlandeses, drabes, israelitas, checos...° yen paises. Los hin Ehremburg venia del lejano Este y Diego Rivera del lejano Oeste, del nuevo mundo tan desconocido y mitificado como el imperio de los zares. A medio camino, Paris iba a ser cl centro de reunién, el lugar del encuentro. Con los mismos ojos deslembrados, el pintor mexicano y el escritor Tuso brian de descubrir 1a ciudad que escogerian como morada, ya Fhvemburg, Souvenirs, «1 2 Ibid, pp. y 98: Era una tradicién entre las clases altas mexicanas mandar a sus hijos a terminar sus estudios en Europa. Pero en el caso de Diego Rivera fue su propia decisién largamente madu- rada. Desde sus tiempos de estudiante en la Academia de San Carlos de la ciudad de México, Diego tenfa ya conoci- miento del dinamismo de Ia vanguardia artistica francesa que entonces influ‘a en la produccién pictérica del mundo entero. Después de egar a Espafia en 1907, Diego emprendid casi de jediato. un largo viaje por Europa que lo condujo ante todo a Paris, donde residié unos meses. Su juventud y su falta de experiencia le impidieron tener algo mas que escasos contactor con las escuelas de vanguardia, no obstante haber recorrido dvidamente todos los museos y algunos talleres en Jos que pulié su cultura clisica. Después de un breve viaje a México en 1910, Diego regres6 a Europa con su beca pto- Jongada y con la intencién de radicar en Ja capital mundial del arte. Diego Rivera llegé a Paris en septiembre de 1911. fis, con sus casas de buhardillas todas iguales, las torres de El ripido del suroeste se detuvo en el andén de a esta. cién de Austerlitz. Un coche de alquiler conducia a los pase jeros que habfan descendido del tren. Subiendo por la ribera jaquierda del Sena enfilaba hacia el Iejano barrio de Mont- parnaste. Bajo la capota que las protegia del viento frio dos Iujeres frotaban sus ojos que el polvo de carbén habia iri- tado a lo largo del viaje. Vestian de manera sencilla y pric: ignorando la moda complicada de la belle-époque. Se vefan 3 Alexis Tolsoi, sobrino de Leén Tolstoi, vivi6 en Paris sus afios de juventud. Texto citado por 1. Ehremburg, op. cit, 16 ‘cansadas y su ropa, arrugada por todas partes, estaba cubierta de numerosos rastros de hollin negro. Refan de buena gana felices ce haber Megado al fin e, inclinadas sobre la porte- zuela, miraban 1a ciudad, El transito de calesas, tranvias y automéviles agitaba tanto las calles de Paris, incluso ahora que comenzaba el invierno, como las de Madrid en pleno verano. Los drboles sin hojas formaban un cerco siniestro a su paso, y el viento surcaba la superficie aparentemente in- mévil del Sena, Una de las pasajeras era rubia, con los cabe- Ios recogidos hacia atrés en un chongo que enmarcaba su rostro suave realzado por dos grandes ojos de un azul intenso como ds charcos de agua pura, Angelina Petrovna Belova era vuna joven de San Petersburgo salida de la tipica burguesia burocritica del imperio ruso. Artista innata, habia estudiado dibujo en su ciudad natal y, gracias a su talento, obtuvo una beca para estudiar el arte del grabado en Bélgica. Los icidos del agusfuerte hablan dejado en sus mejillas rastros cafés y rosas color de fuego. Habia conocido a Diego en la ciudad de Brujas. Rivera, estudiante peregrino, recorria entonces el norte de Europa acompafiado por Enrique Friedman y escan: dalizaba a Jos apacibles ciudadanos de Flandes practicando estrafalarios e inofensivos ritos a Tonatiuh, el sol azteca. El encuentto habia sido propiciado por Marla Blanchard, pin- tora qne Diego conociera en Madrid, en el taller de Chicha #70, ¥ que se encontraba en Brujas estudiando. Desde enton- ces Diego y Angelina hacian vida matrimonial y Maria Blan- chard tenfa el papel de chaperona. Marla Gutiérrez Blanchard era todavia una nifia. Nacida de madke franco-polaca y de padre espaol, se habia conver- tido en un monstruo deforme y enfermizo con jorobas en la espalda y en el pecho, a raiz de un accidente que sufriera su madre encinta al caer de una calesa. Profundamente mar- cada por str deficiencia, toda su vida Iucharia contra las bur Jas, los sarcasmos y las veleidades de la azarosa vida bohemia, tratando de encontrar una apariencia de felicidad. Un pobre cuerpo torcido, encogido, torturado. Un rostro limpio y bello que, en Ia especie de nido donde se encontraba, entre la franja de los cabellos oscuzos y los hombros levantades, cuando se animaba se volvia transparente como el de una nifia, vivo, chispeante, como irradiado por un sol. Un alma ardiente, des bordame, también torturada; generosa hasta et heroismo y dolo- rosamente vida, bafiada de inocencia y de simplicidad al mismo tiempo que agobiada de inquietudes, de preguntas y de escra- pulos# El coche subia ahora por la calle de Rennes y a Jo lejos se veia, como en un lienzo de De Chirico, el humo de los trenes que partian de la estacién de Montparnasse, desviado en gran- des conos ensanchados por el viento. En la plaza de Rennes, frente a la estacién, la agitacién estaba en su punto més alto, Era un continuo vaivén de autobuses, coches y tranvias tira: dos por caballos a través del cual dificilmente se abrian paso algunos automéviles negros, humeantes y que ain parecian calesas sin aparejos. Desde la estacién, el guardagujas de la Iinea Montparnasse Saint Lazare, en una especie de platafor- ma giratoria operada a mano, hacia volver los tranvias en la direccién opuesta. Los comerciantes, pregonando su mercancia, corrian entre transetintes y carros mientras los pasajeros co taban y volvian a contar sus numerosas maletas que los carga- dores llevaban al interior de la estacién o colocaban en los co- ches. Entre la rue du Départ y la rue de I'Arrivée Ia multitud se movia incesantemente: los caballos piafaban de impaciencia, Jos mandaderos corrian sacando la lengua y atropellando a 1as, sefforas molestas que grufiian y endetezaban los complicados pliegues de sus vestidos de viaje; los militares de uniformes abigarrados se pavoncaban un momento, antes de dispersarse por la ciudad para aprovechar su licencia. Atrio de Ia esta- Cidn, la plaza de Rennes era el lugar de trénsito por excelen- cia, la Ultima frontera entre los encantos de la ciudad y las lejanas provincias y, més alld, los remotos paises de ultramar Menos de color y de luz. De dia como de noche toda una _po- blacién internacional pasaba por ta plaza y descansaba algu- nas horas antes de proseguir su viaje hacia cl este o cl oeste: vaqueros ¢ industriales norteamericanos, estudiantes del Sene- gal ode la Costa de Marfil, mujeres malgaches, jerifes bere- A Tuabelle Rividre, Maria Blanchard, pp. 6 y 7 8 eres y mulatas de los mares del sur acompafiando, como una maleta més, a alguna riquisima familia criolla en el exilio. Alli empezaba el Paris cosmopolita, De mas cerca Ilegaban los cadetes de Saint-Gyr en uniforme de gala amil de Prusia y casoar de piel con plumas; bretonas con tocado de encaj venfan, como nuevos rastignacs, a enfrentar Ia ciudad fasci nante y misteriosa Con trabajos el carruaje se abrié paso entre el tumult bu- Iicioso. Habia que rodear la estacién por la rue de l’Arrivée y la lejara avenue du Maine para volver a tomar en sentido inverso la rue du Départ. Inclinadas fuera del coche las dos j6venes miraban con curiosidad este espectaculo de feria. Des cendiendo finalmente a lo largo de la, via, el coche Meg a su destino. Diego Rivera las esperaba en el mimero 26 de la rue du Départ. EL coche se detuvo ante Ia tienda de un ropavejero que exponia en la banqueta una mezcolanza de objetos. Entre una lavanderia y una vinateria estaba la puerta del mimero 26. De ahi le vista se perdia, a través del bulevar Edgar Quinet, hasta los confines del barrio, mas alld de la rue de la Gaieté, hacia el cementerio de Montparnasse y el lejano bulevar Raspail, Ayudadas con desgany por el wacker indiferente, las dos mujeres bajaron con esfuerzo las cajas y las valijas, las ma- letas y 105 lienzos entollados. Pronto todo este equipaje se en contré mzzclado en la banqueta con el baratillo del ropaveje- ro que observaba, burlén, desde el umbral de su puerta, la extrafia legada. De repente, como diablo de una caja de sor presas, selié del edificio una especie de gigante barbudo, visiblemente emocionado, bailoteando sobre su lugar sin soltar su bastén nudoso tallado con cuchillo y decorado con una greca. Sacando, Ievando las cajas y las maletas a lo largo de Ia escalera, deseoso de contar todo de una ver, sin dejar de hablar, Diego Rivera hacia pasar, por fin, a las jévenes a su estudio. A su Iegada de México y después de una breve escala en Madrid, Diego se habia ido a Paris en calidad de “explora- 19 dor” para encontrar un departamento, o més bien un estudio, donde pudieran vivir los tres sin demasiados gastos. Ya en Paris se habia reunido con el pintor mexicano Angel Zé- rraga quien vivia alli desde hacia unos afios figurando como “primer ocupante”,* y entre los dos habian dado con este gigantesco local de médico alquiler en pleno Montparnasse. Instalado Diego, mandé un cable a Madrid para que Ange- lina y Marfa Blanchard lo alcanzaran. Empez6 la vida en esa “combinacién de taller para tre Diego Rivera tiene su taller en el mimero 36 (se)? de la nueva rtd Deport Bnd cso de una cas veut, de tad J Sauron negos —negros con el fuerte negror de lat piedraspa- Jansen, Ne venides a refuglar sus actividades y su. alma este biaan Diego, enamorado sit tase de las puras atadferas y 1s tnedion tenga del Bajo mexicano. Loe tele zaguanes que’ por {ode lade frangucan Ia eaa la evocan en su pasado de guarida segpaches, ‘Se ube en hlice por una exaleraangostay en el caer Gal tendo, piso los pes wopican con fa liana de etredhero. det gat! en el piso tercero se lee sobre un cartel Wenuscto fjadea In puena ousco se. nivina, j, mis abajo, Insonnette ne marche pos; frapes ort, tre fort igen en” persona are, Nad hay mis howptalario que su amplissonrse deibordante entre Ia masa enorme de ls barb Fide eabelon sobre el crpulento volumen; sonrisa ruboroa en Leaeene ce mabe yancera, en el taller ve ext bien. on {nor divans: Ion cles nos de un arape de Sl: indo em obra, vuelto eara ala pared. Por entre fa ventana s aaa'G leafed techumbres —oleaje cuadriculado~ de bodegas ina eres pubsimoss a waves de lov vitals, Ia inquiewd —im Jadatud ad tenes de la Gare Montparnasse 5 Alfonso Reyes, “Recuerdos dle Diego", Testimonios de Diego Rivera, 20 © Taabelle Rivitre, op. city p. 21. + Como prueba del mimero del edificio donde vivié Diego en la rue ‘da Départ tenemos un cuadro suyo: Naturaleze muerta con botella, papel pegalo y gouache de 1914, en el que aparece un telegrama dirigido a Rivera, La direccion aparece asi escrita: Rivera 26 Départ Martin Lois Guamin, Obras Completas, p. 88. 20 El estudio de Diego Rivera constaba de una sola habitacién con ventanales por todo un lado. Desde su tercer piso, que daba a uno de los andenes de Ia estacién, fcilmente se podia cconversar con los pasajeros de Ja linea Paris-Granville, bastaba inclinarse por la ventana, En el momento mismo en que las dos jéveres entraban en el departamento sonaba precisamen- te el iiltimo silbatazo de una locomotora que partia; un con- voy se ponfa en marcha. Por mas que Diego corrié hacia Jas ventanas para tratar de cerrarlas, era demasiado tarde y una gran humareda de vapor y polvo de carbén invadié el taller. Una vez que el tren se alejé tuvo que volver a abrir- Jas de par en par a fin de que escapara el humo. El ntimero 26 de 1a rue du Départ, como la mayoria de los edificios conti- ‘guos, formaba parte de la estacién. Los departamentos habian sido transformados en estudios y talleres: resultaba imposible pensar en alquilar estos locales a familias burguesas que nunca hubieran aceptado vivir rodeadas de humo y hollin. Creados originalmente para albergar a pequefios artesanos, estos talle- res se vieron poco a poco, al cabo de los afios, invadidos por artistas de todo tipo en busca del espacio y la luz para trabajar. En 1911 nnmerosos artistas y periodistas vivian en este edi- ficio, ademas de Diego. Uno de sus mis ilustres inquilinos fue 1 pintor académico Lue Olivier-Merson que se hizo famoso como disefiador de los billetes del Banco de Francia. Mis tarde, huyendo de Chatou y de Montmartre, De Viaminck, quien una ver fue fauvista, ocuparia el taller abandonado por Diego. En Ja planta baja tenia su oficina Ia Asociacién de Ayuda a los Artistas. Desde hace mucho tiempo el ntimero 26 de la rue du Dé- part ya no existe. Adquirido en los afios 30 por la Sociedad de los Ferrocarriles Franceses, desaparecié al comenzar las obras de remodelacién del barrio y ni siquiera una placa {como hey tantas que indican la ubicacién de estudios de pintores ms 0 menos célebres) recuerda que aqui vivid el pintor. Desde sa Hegada Diego se apoderé del lugar, lo hizo suyo; bajo su miserable aspecto exterior escondia riquezas: la luz que entraba por el ventanal, luz tenue de una tarde de no- 21 viembre realzaba los colores, la mancha luminosa de la obra sin terminar colocada sobre el caballete, amueblando mejor que cualquier otro objeto el inmenso estudio. La recimara es- taba separada del estudio por un biombo, cajas de cartén amon- tonadas servian de armario y las maletas vueltas al revés eran convertidas en roperos; una mesa de madera sin pintar, al- gunas sillas, un gran sillén cojo y una estufa completaban el mobiliario, Poco a poco Angelina retocaria este conjunto, lo transformaria a su gusto y a su estilo, Jo volveria més habi- table, pero sin cambiar ninguna de las lineas impuestas desde un principio por Diego. DOS Por aquellos dias aparecié en 1a Butte Montmartre un joven clegante vestido con el traje de los artistas: terciopelo gris y bufandz al cuello. Venta de Florencia donde habia estudiado dibujo. Sus ojos hacian estremecer a las bailarinas del barrio. aseaba con la nariz en alto, un grueso euaderno bajo el brazo. Bajaba por Jas calles inclinadas hacia la ciudad hundida en un humo azul. Frecuentaba las modelos y los clockards, Ha- Dia adquiride wn local gracias a algunos ahorros. En el Lapin a Gil? de Ia plaza Ravignan invitaba a menu- do a sus amigos a emborracharse con él, y pronto se gané una buena reputacién de borracho, Ofrecia tragos sin que le im- portara a quién con tal de que se sentaran en su mesa; pinto- res, apaches, prostitutas y bailarinas de cancén aprovechaban las copas de vino blanco, Jos ajenjos y los kirs demasiado dul- ces. En el salén del Lapin & Gil se reunian los vecinos de Ja plaza Ravignan, los habitantes del Bateau-lavoir: Max Jacob y su inseparable amigo Pablo Picasso, Suzanne Valadon, ex trapecis.a del cercano circo Medrano, modelo de Renoir en su juventul y ahora pintora; Pierre Reverdy, Audsé Salmon y Pierre MacOrlan; los poetas, sofiando con revistas donde pu- blicar sus escritos; Guillaume Apollinaire venia desde Passy donde vivia, y a veces asomaba la opulenta Gertrude Stein acompaiiada por Alice Toklas, su amiga y secretaria, la que afios mis tarde, demasiado ocupada en planchar las’ camisas de la sefiorita Stein, le pediria escribir por ella sus memo- rias; Henri Rousseau, el genial pintor que Picasso habia des- cubierto en su taller y a quien, medio en broma, medio en serio, promovia. Modigliani invitaba, invitaba siempre... has- ta que no alcanz6 mas el dinero. Desaparecié entonces, tal como habia Megado, sin dejar rastros. 1 EI Lapin 4 Gil (@ Lapin agile, el conejo dgil) habia sido el café literario de Montparnasse y meca del impresionismo de 1850 a 1900. 23 No esctibo estos recuerdos para hacer literatura sino para re- latar que, bajo su apariencia bohemia, Modigliani encerraba tesoros que sélo sus amigos conocian, Era un verdadero artista: Ja gente comin no puede penetrar ni entender estos seres de excepcién con un alma siempre atormentada? Cuando terminé su fortuna, Modigliani huyé de Montmar- tre y empezé a pasearse por los cafés de Ia Plaza de la Gpera ¥ los grandes bulevares retratando a las damas a cambio de al- gunos centavos o de algiin bocado. En la noche se refugiaba en Montparnasse donde podia encontrar algiin amigo que lo hospedara, con quien tomar vino y discutir durante horas so- bre pintura, poesia, literatura o politica Casi una aldea, pero cercada por Ia ciudad, Montparnasse era Jo que ahora se lamaria un “barrio dinimico en pleno des arrollo”. Suburbio cercano pero ain lo suficientemente ale- jado para parecer campo: los nombres de sus calles recuerdan este reciente pasado campesino: rue de la Grande Chaumiére, Notre-Dame-desChamps;* todavia se recuerda una granja si- tuada no lejos de la actual Coupole que proveia al barrio de leche fresca. En la calle Campagne-premiére los cocheros de carros de alquiler Hegaban a entregar; por sus olores y sus rui- dos semejaba una caballeriza. Atin era campo, pero ya Ia ciu- dad acometia por todas partes dando al barrio un falso aspec- to de arrabal en el que abundaban imprentas, talleres meci- nicos, talabarteros, grabadores y otros artesanos. Numerosos provincianos, al bajar del tren, ya no se internaban més dentro de la ciudad quedandose ahi mismo, en los alrededores de la plaza de Rennes donde instalaban sus comercios. “Barrio dini- mico”, pero casi al borde de la miseria, siempre marginal, Montparnasse no tardaria diez afios en incorporarse defini- tivamente a la ciudad. Los artistas y los emigrados politicos que Ilegaban entonces a Francia en busca de libertad y de mayores facilidades de vida, se veian obligados, por su condicién econémica, a refu- 2 Testimonio de Lunia Creckowska, en André Céroni, Modigliani, P. # Calle de Ia Gran Choza, Nuestra Sefiora del Campo, 24 giarse en los barrios mas periféricos de Paris. Montparnasse se volvenia asi el glietlo de los bolcheviques rusos instalados en {a rue Boissonade y de los pintores atraidos por la cantidad de talleres amplios y baratos tales como La Ruche, aquel pabe- Hon circular, reliquia de la Exposicién Internacional de 1900, que trasladado cerca de la rue Falguiére fue morada de Chaim Soutine, de Marc Chagall, de los escultores Ossip Zadkine y Archipenko, del mismo Modigliani y de Fujita, y que alberga todavia hoy bohemios y pintores. Viviendo marginalmente en tuna convivencia que recordaba un falansterio fourierista, los artistas y los refugiados politicos crearon lo que afios después se conoceria como “la bohemia”, la Escuela de Paris, Ripidamente Montparnasse atrajo a los artistas franceses que tradicionalmente residian en Montmartre. Sin otra razén mas que la de unirse a la vida cosmopolita de Montparnasse, Pierre Reverdy, Max Jacob, André Saimon, Pablo Picasso tomaron la costumbre de tomar la nueva linea del metro norte-sur y, bajando en la estacién Vavin, encontrarse en el recién abierto café La Rotonde, en el cruce de los bulevares Raspail y Montpamasse. Luego todos, excepto Max Jacob, vendrian a radicar en ese extremo de Ja ciudad, Jean Cocteau recordaba: ‘Era nuestro hogar, nuestro puerto, nuestro dominio, Llegaba yo de la otra ribera. Me adoptaron. Porque uno debia ser adop- {ado por Jos indigenas del lugar. Conservé en Montparnasse mi tuaje de la ribera derecha. Si insisto sobre el traje ¢s por los que. se usaban en Momparnasse y llegaron a ser famosos, En realidad, no se trataba de descuidarse ni de sorprender. Los montpamasianos Ievaban en Paris overoles, sueteres, camisas, ssandalizs de mar. Luego vinieron los vaqueros y los indios con plumas, Luego la moda del disfraz, Guillaume Apollinaire, como los otros, abandoné Montmar- te, En 1614 apunté en un articulo: De ahora en adelante Montparnasse sustituye a Montmartre, Al pinismo por alpinismo sigue siendo montafa, el arte en la cima Los pintores no se sienten a gusto en el Mortmartre modelo, de Aificil acceso, repleto de falsos artistas, de industriales exoéntri- os y de ociosos fumadores de opio. 25 daderos artista vestidos omno amtericanos.Algumos aspiran coca por la nariz, pero no imports, por pineipio la mayoria de Tos parnasois (oles lama ast para n0 confundlirlos con 10s par asians) st oponen ala ingest de paraisos artificial. He aqui un lugar agpadable donde el cielo es para uso ex termo, lugar alae libre y de terrazas: Ta del Liles. donde domninan ‘Paul Fort, Disiks, Giannastasio, Mereereau, Charles Guerin, Fandrin, Mme, Marval, ete; Ta-de Ia Rotonde donde fparecen, Kisling, Max Jacoby Rivera, Friesh otros la del Dome donde se encucniran Basler, Goets, Fleschein, Pascin, Levy. torlos los démiersy la del Petit Napetitain donde se re frescan Gwodshy, Pere Roy, Giorgio de Chirico, Modiglan, o ia del Versailles donde regresan Marquet, Benoti-Auran, e+ La nueva poblacién de Montparnasse atrajo nuevos nego: cios: escuelas 0 academias de dibujo y multiples cafés que se establecieron alrededor de los dos bulevares, cjes y centro del barrio. Alli se encontraban los vecinos después del. trabajo. Gon los afios, la fama de los parroquianos crecié y estos cafés se volverian mundialmente famosos y hasta legendarios. Los més concurridos eran Le Déme y, en la acera opuesta, la Ro- tonde.* En sus memorias, Ilya Ehtemburg describié la Rotonde de aquel tiempo: ramos un centenar de poetas y pintores y odishams la kocie- dad tal como era: franceses, rusos, italianos, gente de otras nhacionalidades, todos extremadamente pobres, mal vestides, ham- brientos, pero tercos en nuestro afin de crear un arte nuevo y verdadero. Viviamos en un café claustrofébico, medio oscuro, parecia a ninguna torre de marfil. La sala de este 2 oscura ¢ irremediablemente impregnada de humo de tabaco, tenia dier 0 doce mesas. En la noche se llenaba de gritos: se diseutia sobre pintura, se recitaban poemas, alguien buscaba quien le prestara cinco francos, habia pleitos, reconciliaciones, ‘otros se emborrachaban y habia que sacarlos fuera... 4 Texto publieado por Guillaume Apollinaire en el nimero del 28 de junio de 1914 de L'7ntransigeant. La Coupole fue inaugurada en 1925, el Select, donde Hemingway y Henry Miller excribieron sus primeras obras, en 1821 € liya Ehremburg, op. cit, p. 199. 26 Curiosos personajes empezaron a frecuentar la Rotonde. Jean Cecteau evocd las vestimentas, pero los disfraces eran ‘ante todo la demostracién de un comportamiento, de un modo de vida voluntariamente distinto. Tanto en lo econémico como en lo que tocaba a la moral o a las formas artisticas, los mo parnasianos querian sustraerse a los modelos impuestos y glo- Tificados por la burguesfa. La “bohemia” de la prehistoria de Montpamasse no cra una simple moda como lo fue después; era un arte de vivir. Modigliani fue el prototipo de esta vida bohemia. Su vida, ampliamente contada y comentada, quedé como leyenda. Re- cuperada por sus propios amigos y seguidores que lo involu- craron éesde 1917 en los medios de difusién del arte organi- 2andole exposiciones y cotizando sus obras en ventas y subastas, diluyeron y edulcoraron el sentido que quiso dar a su propia vida. Modigliani siempre prefirié vender sus dibujos en las terrazas de los cafés y nunca intent otro medio de resolver sus dificultades econdmicas. Sus ideales socialistas, en un mo- mento exaltados por algunos acontecimientos mundiales y por la convivencia con los lideres mas progresistas (entre los cuales estuvo su propio hermano, el diputado italiano Fmanuele Mo- igliani), no le permitieron sin embargo sustraerse a un pe- simismo —y esto no es parad6jico— profundamente humanist Pero Modi Tuchador, y la impotencia en que se vela envuelto Lo Hevé a un nihilismo desesperado, Diego Rivera compartia los mismos anhelos ¢ ideales que Modigliani, su mismo gusto por sorprender a la gente. Como Amadeo, Rivera era sensible a la intensidad de la vida, a la alegria del momento. Ambos estaban igualmente inconformes con Ta sociedad de su tiempo. Viviendo cn cl mismo bartio, debian juntarse, si no para discutir, al menos para seguir animéndose el uno al otro a gozar de placeres tan sutiles como escandalizar gratuitamente 2 los parroquianos de los cafés. En los dias de mayor miseria, Amadeo encontré en el estudio de Diego Rivera un hogar donde calentarse e instalar su ca- ballete. El poeta y critico de arte André Salmon, quien seriz poste riormente historiador de Montparnasse, entablé con Ramén. Jiani no era 27 Gomez de la Serna un curioso didlogo literario acerca de cierta anécdota sucedida en la Rotonde: Ias sienes como dos girasoles o dos auriculares para oft mejor Ia discusion, André Salmon: BL poeta, novelista y ensayista espafiol Ramén Gémee de la Serna, el’ mismo que para pronunciar una con ferencia frente al publico parisiense alquilé una noche el Cireo Medrano y hablé desde lo alto de un elefante; el que fue también maestro en su Rotonde madrilefia de la Puerta del Sol, e1 famoso café Pombo, el inventor de las greguerias nos hizo un impresionante retrato de la antigua Rotonde como aparecié ante sus ojos peninsulares, Seria lamentable que se perdiera esta visién caracteristica que no se encuentra en las obras completas del introductor del apollinarismo en Espafia. Encontrs esto perdido entre viejos papeles. Ramén Gémez de la Serna: Fue en €] pequefio bar que con- sistia la Rotonda de aquel tiempo. Algunos cocheros ofan la discusién sin dejar de mover el aaicar de sus cafés, A.S.1 Cocheros? {Cocheros en la Rotonde, como en el bistro ‘de Ia Tue Campagnepremiére! {Habria olvidado a los coche- ros sin la ayuda de Ramén Gémez de la Serna? Resulta ahora dificil precisar si en aquella época los cocheros eran mis hnumerosos que los choferes. Recuerdo a Apollinaire Hamando con un gesto noble una calesa descubierta para irse de la Rotonde a la Gare Saint Lazare. No recuerdo a cocheros mez- alos co lor artistas cn la barra R.G.S.: Modigliani queria excitar a Diego que tenia la mano ‘en su bastén, que era como el érbol que no pudieron abarcar seis soldados de Hernin Cortés AS.: Dejemos a la frase francoibérica su agradable misterio y recisemos que se trata, con Modigliani, de Diego Rivera, nis © menos cubista por el momento, quien regresard a su México natal para convertirse en un gran artista oficial que disponia de todas 1as superficies vitiles para pintar al fresco los fastos de la Revolucién y un gran mfimero de ejecuciones capitales tan espectaculares como antafio la de Maximiliano, “el rubio emperador que alli fusilaron”. R.G.S.: La joven blonda (sic) con tipo prerrafaelita que acom- paiiaba a Modigliani estaba peinada con dos tortillons sobre 28 E! higado del gran Diego debia estar aquella mafiana mis hinchado que un zcordeén a punto de emitir sus notas mis graves. $.: JBI gran Diego! una especie de cavernfeola de ojos se- dondotes, un fanitico de la discusidn estética, R.G.5.: Modigliani, en el impulso de la disputa, arrancaba las ‘ortinas de las ventanas del bar. i Picasso tenfa el aspecto de un sefior que espera el tren, el hhongo metido hasta los hombros y apoyado en su bastén como si fuese un paciente pescador de cai. 4.5. He visto pesca en el Duero, en las aguas del Guadarrama, en el Gaadalquivir, en el Tajo, pero munca he notado que Slgaen lo hiclera de manera tan Singular; Ramén Gémer de In'Sema no parece acostumbrado ala cafa de pesear, Lo que si hay que hotar en la descrpcién es el hongo de Pics, en “316, imposible bajo exe insirumento. Ya he descita Bonin de Apainsre gues compl em ebrine com engo varias fotografiss de aquella epoca de Montparnasse: en cada tna, debo decilo, Paso aparece con una cach ingleas? KG + Diego gritaba “Modigliani ouclaba como un masino ebro, =H paisje existe! = El paisaje no existe! Mociglani, como tn buzo en alcohol, abria desesperadamen- te los brazos nadando en el fondo de un océano de anémonas marnas, Rivera, como un monstruo.potente, 10 empujaba, Picaio reraba en alencio sin abcir at baton-paraguns, No Sabla qué hacer, ahogado en ii castellano y tratando de s0n- reir a través del maufragio. EI bastin de Rivera media loe foeuos de mirmol de las mesas y_parecia preparar lots se pulaales. Fue la sltima ver que via Modigliani, ahogado Endl suicidio de una mafana, con una viva tristeza al fondo 1 Ver el dibujo de Marewna, Parede, rue de la Gaieté, donde Picaso aparece vestido tal como lo describe Salmon, de tos ojos descubrind vers en canis. Su anqilidadl daba th sypestmilgroso al amanceer color jen, un amancee | mello del ds reorient Te expina oral de las teint | aur ors, que ponla ob la mirada el vdro que permits | ver In anatomias A.S.: Ast describia hébilmente el estado moral de los clientes de la Rotonde a ta hora en que el dia sucede a la noche. | Numero especial de homenaje a Modigliani de la revista Pariv-Mont pommasse de febrero de 1980, Ri Diego Rivera” y André Salmon, Moniparnasse Gomer de la Serna, “Modigliani y TRES Con todo, la vida en Montparnasse era algo monétona, hay que conlesarlo; si la historia sdlo consigna una leyenda que parece una novela de capa y espada, Ilena de ruido y furores, Ja realidad era algo distinta. Montparnasse tuvo sus escinda Jos y sus escaramuzas: reuniones animadas por la violencia de Modigliani ebrio, como aquella fiesta en que su amante, Bea- triz Hastings, acabé colgada cabeza abajo de la ventana del tercer piso; peleas entre artistas; embarazos inoportunos y al ganos duelos como el de Kisling y Gottlieb ocurrido una ma fiana de junio en el Velédromo de Invierno y del que Diego fue testigo; * hubo algunas batallas a sifonazos en las tervazas de los caiés a raz de polémicas artisticas otras, y escindalos piblicos como la acusacién lanzada contra Apollinaire y Pi ‘asso en 1911, pocos dias después del robo de la Gioconda en el Louvre: los dos amigos habian guardado unas estatuillas africanas robadas afios antes a ese museo por un secretario de Guillaume; no pasaron més que unos dias en prisién mientras la prensa chauvinista armaba gran escindalo en tomo sus nombres, y la multitud se apresuraba al Louvre para admirar... jlos clavos donde habia estado colgada la célebre Mona Lia! En 1914 era Arthur Cravan, supuesto sobrino de Oscar Wilde, inspirador de André Gide, poeta y boxeador, quien provocaba los més comentados alborotos. En la revista que escribia, editaba y vendia, Maintenant, insultaba al “ju- dio” Guillaume Apollinaire y se proponfa hacer comudo a Robert Delaunay, lo que motivé que fuera Hevado por unos dias a Ta céreel? Peto todo esto no formaba parte de la vida cotidiana "Diego Rivera seri mafiana testigo de un pintor polaco amigo suyo. que se bate con otro pintor también polaco,” Carta de Alfonso Reyes 2 Pedro Henriquer Urefa, 10 de junio de 1914, F.CE,, México ur Crivan, despds de mimerosas aventura que Io lievaron rari: a Nueva York huyendo de la guerra mundial, psd a Bar 31 Diego Rivera, como la mayoria de los pintores, trabajaba intensamente encerrado a lo largo de los dias en su taller, discutiendo con Maria Blanchard sin soltar su paleta y sus pinceles. A veces, Modigliani instalaba alli su caballete y pity faban juntos. Amadeo, presa de la inspiracién, dibujaba des, nudo sin que nadie se molestara por ello. Todos aprovecha: ban las horas de luz levantndose temprano, y solo salian cuan do la oscuridad hacia imposible continuar: la electricidad ain no Hlegaba a Montparnasse en estos primeros afios del siglo. ban entonces a encontrarse con los amigos en la Rotonde, donde a menudo las veladas se prolongaban hasta el amanecer. Por decreto legal, la Rotonde cerraba sus puertas entre la una y las dos de Ja mafiana, pero Libion, su propietario, ami- go y protector de los artistas, encerraba a sus clientes tras las cortinas de hierro en espera de volver a abrir, Ahi estaba Aicha, senegalesa de Paris, modelo preferida de los pintores; Max Jacob, con monéculo y levita, sombrero de copa gris: un perfecto dandy que relataba su tiltimo encuentro con Ia Virgen: que se le habia aparecido en la pantalla de un cine, interrum: piendo las aventuras de Fantomas para exclamar: “jPobre Max, qué feo estis!”; sentados juntos, Fernand Léger y Jeanne, Pablo Picasso y André Salmon, Chaim Soutine y Ossip Zad: kine con su enorme perro peludo. Formaban otro grupo, pero sin aislarse del todo, Ios rusos. fécilmente teconocibles por su acento y sus maneras, Fstaba Boris Savinkoff, el anarquista francotirador asesino de duques y principes, vestido como todo un sefior y que frecuentaba a las damas. Con cara de des pistado, mizada de halcén bajo los pelos hirsutos y el rostro alargado como un cuchillo; Hya Ehremburg discutfa apasio- nadamente con Maximiliano Volochine quien por Ia corpu- lencia s6lo se podia comparar a Diego. Apollinaire no Ilevaba todavia su turbante al estilo hindi con una estrella de sangre en la frente, y Blaise Cendrars comfa con las dos manos. Cier tos dias aparecfa un monstruo gordito enfundado en una piel celona donde se enfrent6 con Jack Johnson, campedn mundial de boxe. En Nueva York participé con Marcel Duchamp en los primeros eventos Dads. Al entrar Estados Unidos en el conflicio, hyd a México. Desapa recié en 1921 en un viaje nocuurno en Jancha en el Golfo de México, as Diego Rivera en sus tie npos de Montparnasse,

Vous aimerez peut-être aussi