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III Trimestre de 2010

Libro Complementario

La redención en Romanos
John Brunt

Capítulo Ocho

La ley y el hombre de Romanos 8

a oído alguna vez un sermón que incluyera una poderosa

¿H ilustración, una historia tan fuerte que mucho tiempo después


de haber olvidado de qué trataba el sermón, y tal vez quién lo
predicó, todavía recuerda la historia? Los relatos y las ilus-
traciones tienen el poder de permanecer en la memoria como ninguna otra
cosa.
Pablo era un predicador, un buen predicador. Como todos los buenos predi-
cadores, él usaba ilustraciones. En Romanos 6 usó dos: el bautismo y la es-
clavitud. Pero su tema no era ni el bautismo ni la esclavitud. Más bien era la
pregunta de si los cristianos que están bajo la gracia debían seguir pecando.
Pero usó el bautismo y la esclavitud para ilustrar su respues-
ta:"¡Absolutamente no!"
En Romanos 7 Pablo pasa a un tema nuevo –la ley– y él usa no dos sino tres
ilustraciones para destacar su punto. Pero las ilustraciones son tan interesan-
tes que muchos comentadores concentraron su atención en ellas, en vez de
hacerlo sobre el punto que Pablo estaba presentando. En realidad, las ilus-
traciones son tan fuertes por sí mismas que es fácil olvidar de qué trata re-
almente el capítulo. Es acerca de la ley, y las tres ilustraciones son el ma-
trimonio, el décimo mandamiento y la lucha personal de uno que quiere
hacer lo bueno pero termina haciendo el mal. Al considerar estas ilustracio-
nes es importante que mantengamos nuestro enfoque en el tema –la ley– y
que observemos qué nos enseña acerca de la ley cada una de las ilustracio-
nes.

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¿Por qué Pablo necesita hablar acerca de la ley en este momento? Alguien
que ha leído la carta a los Romanos hasta aquí no podría ser culpado de es-
tar un poco confundido acerca de la ley. Pablo nos ha dicho que somos sal-
vados "aparte de la ley" (Romanos 3:21). Pero también ha dicho que no
abolimos la ley por la fe; más bien, la fortalecemos (vers. 31). Acaba de
usar un capítulo para mostrar que ya no estamos bajo la ley, pero también
nos dijo que esto no significa que podemos pecar y violar la ley. ¿Cómo en-
tendemos todo esto?
Al comienzo podemos encontrar que lo que Pablo dice acerca de la ley en
este capítulo es un poco confuso. Por un lado, la ley parece ser un delin-
cuente amenazador. Considere lo que hace:
•Actúa haciendo surgir pasiones pecaminosas (Romanos 7:5).
•Revela el pecado (versículo 7).
•Impulsa el pecado (versículo 8).
•Incluso lleva a la muerte (versículo 10).
Esto suena como que todo estaría bien si pudiéramos eliminar a esa misera-
ble ley. Pero, por otro lado, Pablo también dice acerca de la ley:
•Es santa, justa y buena (versículo 12).
•Es espiritual (versículo 14).
Las tres ilustraciones de Pablo nos ayudarán a ver cómo la ley puede ser pe-
ligrosa y buena, amenazante y necesaria, todo al mismo tiempo. A su modo,
cada ilustración mostrará que el problema de Pablo con la ley no es con el
contenido de la ley. Su problema es con el mal uso de la ley. La gente usa
mal la ley de dos maneras principales. 1) Intentan depender de la ley, en vez
de depender de Dios, para la salvación. 2) Y también consideran la ley de
un modo que divide a la gente y excluye a algunos de ellos de la esfera de la
gracia de Dios.

La ilustración del matrimonio (Romanos 7:1-6)


Pablo dice que todos sabemos que cuando una mujer se casa con un hom-
bre, queda vinculada a ese hombre por la ley del matrimonio mientras am-
bos vivan. Si ella viviera con otro hombre mientras el esposo vive, estaría
cometiendo adulterio. Pero si su esposo muere, la situación cambia comple-
tamente. Ella queda libre para casarse con cualquier hombre que ella elija.
La muerte elimina la obligación de la ley del matrimonio.

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¿Qué tiene que ver este hecho obvio con la ley? Pablo dijo en Romanos
6:11 que como cristianos hemos muerto al pecado. Ahora añade que hemos
muerto a la ley. Estábamos casados con la ley, pero ahora que hemos muer-
to a ella estamos libres para casarnos con otro. Estamos libres para casarnos
con Cristo y vivir con él. De esta manera, Pablo está contrastando dos mo-
dos de vida. En uno amamos de acuerdo con la ley; en el otro morimos a la
ley y vivimos en el Espíritu con Cristo. En uno vivimos de acuerdo con la
"carne", en el otro vivimos de acuerdo con el Espíritu.
¿Cuál es la diferencia entre estos dos modos de vida? En el primero lleva-
mos frutos para muerte. ¿Por qué? Porque vivimos de acuerdo con la "car-
ne". Pablo usa este término 23 veces en Romanos: 3 veces en este capítulo y
10 veces en Romanos 8. La Nueva Versión Internacional traduce general-
mente esta palabra con la frase "naturaleza pecaminosa". Para Pablo, "car-
ne" no es sencillamente la existencia material o corporal, ni es una parte
identificable de todo el ser humano. Más bien, es toda la persona humana
sujeta a la ley del pecado y la muerte. Con este término, Pablo señala a los
seres humanos en su mortalidad y tendencia a responder al pecado. La vida
de esclavitud al pecado es una vida en la carne. Además, en este modo de
vida la ley es un código escrito externo. En otras palabras, yo guardo la ley
porque tengo que hacerlo. La ley dice: "No hurtarás", de modo que no robo.
La ley es algo que está fuera de mí y que me ordena vivir de cierta manera.
Para Pablo, no robar es algo bueno. Pero cuando la ley es sencillamente un
código externo, no tenemos poder para vencer el deseo de robar. No querer
robar es una cosa aún mejor que no robar. Cuando vivimos la vida nueva de
estar casados con Cristo y vivir por el Espíritu más bien que por un código
escrito, tenemos un poder nuevo y una nueva dirección para nuestra vida.
Llegamos a estar en armonía con la ley y llevamos frutos para Dios. Note
este resumen de las diferencias entre los dos modos de vida tal como apare-
cen en Romanos 7:5 y 6:

El antiguo modo de vivir El nuevo modo de vivir


Estamos casados con la ley. Estamos casados con Cristo.
Estamos controlados por la carne El trajo la justificación.
La ley es un código escrito externo. La ley es interna por causa del Espíritu.

Llevamos frutos para muerte. Llevamos frutos para Dios.

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La diferencia entre estos dos modos de vivir no es que una incluya la ley y
la otra la excluya. La diferencia está en el papel que desempeña la ley y
dónde se encuentra en relación con nuestra vida. En el modo antiguo de vi-
vir esperamos que la ley nos salve, pero no puede hacerlo. Podemos tratar
de guardarla, pero terminamos fracasando porque estamos controlados por
la carne, y la ley no puede superar ese control. En el modo nuevo de vivir,
Cristo nos salva. Él tiene poder para quebrar el control de la carne. Nos en-
vía su Espíritu para vivir en nuestra vida y la ley es internalizada en noso-
tros, porque el Espíritu que vive en nosotros nos guía de acuerdo con los va-
lores de la ley.
Así que la primera ilustración acerca de la ley nos muestra que el problema
no es con la ley sino con el papel que desempeña la ley en nuestra vida.

La ilustración del décimo mandamiento (Romanos 7:7-


13)
La segunda ilustración revela el mismo punto básico y de una manera que
puede ser más fácil comprender. En la primera ilustración Pablo pone al pe-
cado y la ley tan cerca el uno de la otra que podríamos llegar a la idea de
que son la misma cosa. Así que Pablo pregunta: "¿La ley es pecado?"
(versículo 7). Su respuesta es otra vez:"¡Absolutamente no!" La ley revela
el pecado. Pero hace algo más. También ayuda a producir pecado, o por lo
menos sirve como un catalizador del pecado.
Para mostrar lo que quiere decir, Pablo considera el décimo mandamiento:
"No codiciarás" (Éxodo 20:17). Él dice que no hubiera conocido lo que sig-
nifica "codiciar" "si no fuera por la ley" que le dice que no codicie (Roma-
nos 7:7). De modo que la ley reveló su codicia. Pero hizo más todavía.
Cuando la ley dice:"No codiciarás", la reacción natural de Pablo es codiciar.
Así que la ley realmente promueve la codicia.
Cuando mi hijo era muy pequeño (ahora ya es grande y tiene su propio
hijo), nos gustaba un juego. Yo le decía: "Larry, voy a contar hasta diez y no
quiero que te rías mientras estoy contando". En ese momento él ponía una
cara muy decidida a no reírse hasta que yo llegara a diez. Luego yo comen-
zaba a contar: "Uno... dos..." Cuando llegaba a tres, la mirada decidida se
estaba convirtiendo en una sonrisa, y cuando llegaba como al cinco, se esta-
ba riendo con tantas ganas que apenas podía mantenerse en pie. Cuando no
estábamos jugando ese juego, él podía pasar fácilmente diez segundos sin
reírse. Pero cuando fijaba su atención en no reírse, era impotente para abs-
tenerse de reír.
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Así es como Pablo ve el décimo mandamiento. Cuando la ley dice: "No co-
diciarás", él se encuentra codiciando aún más. La ley pone la idea de codi-
ciar en su mente, y una vez que está allí, no puede refrenarse. Es como si le
dijera a usted que no piense en un perro azul. ¿Acerca de qué piensa de in-
mediato? Una vez que puse esa idea en su mente, usted no puede refrenarse.
Ahora bien, el décimo mandamiento actúa especialmente bien para esta
ilustración, ya que trata de los motivos, no sólo las acciones. Una cosa es no
robar, pero es mucho más difícil evitar el deseo de poseer cosas que perte-
necen a otra persona. Por supuesto, uno podría llegar a la conclusión de que
la ley es terrible porque provoca el pecado. Pero, otra vez, Pablo no tiene
problema con el contenido de la ley. Él puede decir que la ley "es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno" (7:12).
El problema no es con la ley. El problema es con el pecado, que Pablo ve
como un poder que controla. Y no sólo nos provoca hacer una mala de-
cisión ocasional. Es, como vimos en Romanos 6, un poder que esclaviza y
conduce a la muerte. El pecado es tan poderoso que puede usar la ley para
su propia ventaja. Se apodera de la ley y produce aún más pecado.
¡Pero lo que el pecado hace con la ley no es por culpa de la ley! La última
de las tres ilustraciones presenta el punto aún más claramente, y muestra de
quién es realmente la culpa.

La ilustración del dilema humano (Romanos 7:14-25)


En esta ilustración Pablo señala intensamente el dilema humano que todos
hemos sentido. Nos encontramos haciendo lo que no queremos hacer, y no
hacemos lo que queremos hacer. ¿Habrá alguien que no se identifique con
las siguientes palabras seleccionadas de Romanos 7:15 al 24?
"Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo
que aborrezco, eso hago... porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso
hago... Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está
en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero
veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y
que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Mise-
rable de mí! ¿Quién librará de este cuerpo de muerte?"
¿Quién es el "yo" que habla en este pasaje poderoso? Los comentadores han
hecho muchas sugerencias. Algunos ven que las palabras de Pablo son au-
tobiográficas, pero entonces debaten sobre cuál fue el momento del cual

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ellas proceden. Otros ven el "yo" como un tipo o un símbolo, pero debaten
acerca de lo que representa. Algunos ven el pasaje como un ejemplo de la
vida cristiana mientras crecemos y queremos mejorar, pero encontramos
que crecemos a una velocidad mucho menor de lo que quisiéramos. Otros
dicen que ese centrarse en sí mismo no podría venir de un cristiano, sino
que más bien representa la vida precristiana. No obstante, otros son más es-
pecíficos y ven a esa persona como que ha llegado a la convicción acerca de
la ley, pero todavía no han encontrado a Cristo y están tratando de vivir la
vida cristiana por sus propios medios.
¿Hay alguna manera de saber de quién está hablando Pablo realmente?
Bien puede ser que si Pablo escuchara todas esas posiciones, sencillamente
se riera y dijese:"No están acertando en el centro". Pablo no está tratando de
hablar acerca del dilema humano en algún punto de la experiencia de una
persona. Está hablando acerca de la ley, y el dilema humano es meramente
una ilustración. Esto se puede ver en Romanos 7:20, donde Pablo dice:"Si
hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí".
Lo que Pablo quiere transmitir es que hay una brecha entre lo que quiero
hacer y lo que realmente hago; entre lo que queremos ser y lo que somos.
Es probable que experimentemos esa brecha hasta cierto punto en cada eta-
pa de la vida. La misma existencia de esta brecha muestra que el problema
no es la ley, porque al querer ser una persona mejor y desear vivir de acuer-
do con la ley, yo afirmo el contenido. El problema no es con la ley sino con
la naturaleza pecaminosa –lo que Pablo llama la "carne"– que me impide
hacer lo que quiero hacer. Recuerde, el tema no es el dilema humano, sino
la ley. El hecho de que hay un dilema humano –de que no vivimos a la altu-
ra de nuestros ideales– muestra que tenemos un problema. El problema no
es la ley, ¡somos nosotros!
Así que la respuesta de Pablo no es eliminar la ley. Tampoco es pecar y vio-
lar la ley. La respuesta debe ser algo que venga de fuera de nosotros mis-
mos y es más poderoso que el pecado que vive en nosotros y continuamente
nos desvía de nuestro rumbo. La respuesta, por tanto, puede ser sólo la gra-
cia de Dios, que proviene de fuera de nosotros para quebrar el poder del pe-
cado y la muerte. Pablo afirma esta respuesta al final del capítulo 7:"¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Se-
ñor nuestro" (versículos 24, 25). Aunque él declara aquí su respuesta, no la
explica hasta que llegamos a Romanos 8. Allí él bosqueja la diferencia entre
la vida en la carne y la vida en el Espíritu.

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Las tres ilustraciones de Pablo en este capítulo presentan el mismo punto:
El pecado plantea un problema que no podemos superar. La ley no resuelve
el problema. No puede salvarnos; nunca tuvo la intención de salvarnos. De
hecho, realmente puede hacer que el problema del pecado sea peor. Sólo la
intervención gratuita de Dios por medio de Jesucristo puede resolver el pro-
blema. Sólo él puede salvar. Pero esto no significa que la ley sea mala o que
deba ser ignorada.
A este respecto Pablo es muy diferente de sus colegas judíos de sus días.
Aunque la Mishnah, las enseñanzas codificadas de los rabíes, no fueron
puestas por escrito hasta unos 150 años después del tiempo de Pablo, repre-
senta una larga tradición oral. En ella los rabíes enseñaban que Dios había
creado una "inclinación al mal" en los seres humanos llamada yetzer hará.
Este yetzer hará tenía alguna similitud con lo que llamaríamos "ego", y por
tanto servía a un buen propósito al motivar a las personas. Pero también las
tentaba al mal. La ley era el antídoto que contenía al yetzer hará. En un pa-
saje, Dios, de acuerdo con los rabíes, dice: "Yo creé dentro de ustedes el
yetzer hará, pero creé la Ley como una droga. Mientras se ocupen de la
Ley, el yetzer hará no los dominará. Pero si no se ocupan con la Torah, en-
tonces serán entregados al poder del yetzer hará, y toda esa actividad será
en contra de ustedes". 1
Para estos rabíes la ley era la solución del problema del yetzer hará que vi-
ve en los seres humanos. Para Pablo, el poder del pecado es mucho más pe-
netrante y persistente que el yetzer hará. Por muy santa, justa y buena que
sea la ley, concentrarse en ella no eliminará el problema. Sólo Cristo puede
hacer eso. En el capítulo siguiente veremos de qué modo lo hace.

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1Kiddushin 30b, citado en C. K. Barrete, ed., The New Testament Background: Selected Documents (Nu-
eva York: Harper and Row, 1961), p. 153.
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