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Titular: CONTRAPUESTOS AL MUNDO

Autor: Reinhard Bonnke


Fecha: Enero 2010

CONTRAPUESTOS AL MUNDO

Cuando dejaron Egipto con nada más que lo que podían llevar con sus manos, estaban a
punto de cambiar el mundo. De la noche a la mañana, los esclavos israelitas llegaron a ser
una nación completamente diferente al resto del mundo. Dios les dio una cultura
completamente contrapuesta a las existentes, preparándolos así para ser Su pueblo. Les
dijo: “No aprendáis el camino de las naciones …”

Por esta razón, Abraham vivía como beduino apartado de las influencias que le rodeaban.
Necesitaba sacar la vieja cultura de su sistema. Cientos de años más tarde, Moisés llegó a
los descendientes de Abraham, diciéndoles con urgencia: “Poned por obra todos sus
mandamientos que yo te prescribe hoy, y Jehová, tu Dios, te exaltará sobre todas las
naciones de la tierra” (Jeremías 10:2, Deut. 28:1).

Dios es así. Hace de nosotros, sus hijos nacidos de nuevo, personas diferentes y distintas,
completamente contrarias a lo que el mundo de entonces creía:
• “Los últimos serán los primeros”. “Ama a tu enemigo …”
• “El que sea el mayor de vosotros sea vuestro siervo”
• “Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad”
• “El que quiera salvar su vida, la perderá”
• “Bienaventurados los que padecen persecución”
• “Como pobres, pero enriqueciendo a muchos”

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• “Como moribundos, pero llenos de vida”
(2 Cor. 6:9-10, Mateo 5:5, 5:10, 16:25, 23:11)

Israel pagó un precio incalculable por su libertad, pero pronto empezaron a dudar del
negocio. “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos,
los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” (Números 11:5).
¡Pepinos!, el cebo para regresar a la mano férrea de la esclavitud. Pepinos... Israel, sin
embargo, era el agente escogido para iniciar el cambio más grande de la historia, viviendo
una vida nueva según un órden de vida fundamentalmente diferente para un ser humano.
Dios descendió del cielo e hizo de ellos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9). Pero, por razones incomprensibles, este pueblo
pensaba en pepinos.

Dios dijo que los amaba. No porque eran mejores que otros pueblos, simplemente porque
los amaba, no había otra razón (Deut. 7:7-8). Ellos no escogieron a Dios, pero Él los escogió
a ellos. Ellos no eran nada especial, pero eran escogidos. Cuando escaparon de la
esclavitud en Egipto, dejaron el país con las mochilas en sus espaldas, doce tribus
desorganizadas, de poca confianza, supersticiosos e idólatras de dioses egiptos. Dios los
guió mostrándoles gracia y paciencia infinita, y les enseñó cómo vivir. Les dio un propósito
como nación, un propósito que superaría su propio deseo de preservar la vida, propósito
que ninguna nación puede aclamar como suyo, ni siquiera hoy, 4000 años más tarde.

Ventajas extraordinarias

Ninguna nación ha gozado jamás de las ventajas extraordinarias de las que disfrutaba el
pueblo de Israel. Los principios de una vida civilizada se fijaron en el código levítico,
principios que otras naciones e imperios desconocieron hasta que el Evangelio iluminó su
oscuridad. “Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda
esta Ley? Los pueblos oirán todos estos estatutos, y dirán: ‘Ciertamente pueblo sabio y
entendido, nación grande es esta’” (Deut. 4:8/6).

Eso fue en aquel entonces, pero a nosotros se nos recordó: “Todas estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en
estos tiempos finales” (1 Cor. 10:11). Nosotros somos los que vivimos estos tiempos, los que

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están en los tiempos finales. Somos la nueva humanidad con vida nueva, una naturaleza
nueva, un destino nuevo, brotando como cosecha dorada de la tierra de lo viejo.

Lo que antaño sucedió con el pueblo de Israel y Moisés, hoy es representado por el
cristiano: una revolución de los principios de vida y de los propósitos. Los creyentes son
revolucionarios, alborotadores. Pablo y Silas tuvieron que enfrentarse a una fuerte oposición
en Tesalónica que les acusaba con las siguientes palabras: “Estos que trastornan el mundo
entero también han venido acá” (Hechos 17:6). Era un cumplido. Jesús vino para obtener
este resultado.

Una cultura contrapuesta

Tal y como Israel era un pueblo nuevo, único y completamente contrapuesto a las naciones
paganas, hoy, Dios también está llamando a un pueblo nuevo, distinto, nacido de nuevo “de
lo alto” con una cultura completamente contrapuesta. Lo que el pueblo de Israel fue llamado
a ser, nosotros también lo somos en Cristo Jesús. Millones de nosotros somos “linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9).

El lenguaje del Reino suena extraño a los oídos del mundo. El primer discurso grande de
Jesús parece describir un mundo al revés (Mateo capítulos 5, 6, 7). Comienza con las
bienaventuranzas que incluyen comentarios tan inconcebibles como “Bienaventurados los
que lloran. Bienaventurados los que padecen persecución” y continua diciendo “amad a
vuestros enemigos”. El reino de Dios es justamente lo contrario de este estado confuso de
los mesiases y profetas falsos, los desacuerdos, los propósitos competitivos, los prejuicos
políticos peligrosos, el ingenio dedicado a desarrollar más armas inteligentes para
despedazar cuerpos fragiles, accesibles a fanáticos enloquecidos. Los observadores sabios
se dan cuenta de que las masas públicas estan siendo manipuladas por un exceso de los
medios que les enseña a ser “amadores de los deleites más que de Dios” (2 Tim. 3:4). El
mundo ciertamente es un lugar mundano que consiste solo de valores materiales.

A los que nacieron paganos y fueron educados de acuerdo a estos valores, el nuevo pueblo
de Israel parecía ser loco, opuesto a la lógica. No dependían de esclavos, confiaban en Dios
para su seguridad, se reían de los dioses altos y grandes, no creían en los signos del
zodiaco, trataban bien a los niños y a los animales, velaban por la justicia, cuidaban de los

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pobres, usaban su dinero con generosidad y adoraban a un Dios a quien no veían ni podían
describir. Ellos, sin embargo, se habían adelantado a sus tiempos, habían recibido las
herramientas espirituales de una nueva creación, un orden global nuevo.

Marcados por la santidad

Muchas personas religiosas llevan una indumentaria especial o señales físicas especiales
para ostentar su afiliación religiosa, pero Jesús no nos dio instrucciones acerca de qué
debíamos vestir, cómo decorarnos o llevar nuestro pelo. Él quiere que se nos reconozca por
lo que somos, no por nuestra apariencia física. La diferencia de los cristianos consiste en
que no somos para nada diferentes, excepto de nuestro corazón y nuestro carácter. La
Biblia prohibía al pueblo de Israel hacerse tatuajes u otras marcas exponiendo su afiliación
religiosa en su cuerpo. Así lo hacían los pueblos paganos, pero el pueblo de Dios debía
distinguirse por su santidad. Este principio levítico es valido para nuestros tiempos.

Los cristianos no son gente normal aficionada a la religión. El mundo tiene su entusiasmo
contagiante, sus “fans”, tanto del fútbol como de otros deportes. Pero los cristianos no son
“fans de Dios” o gente entusiasmada con la religión. Somos profundamente distintos. No
solamente somos diferentes en lo que hacemos o en nuestro estilo de vida, pero en nuestra
naturaleza: somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), dirigidos por instintos
que el mundo desconoce por completo. “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
son hijos de Dios” (Romanos 8:14). ¡Esta es su sello distintivo! La Biblia usa la imagen del
matrimonio. Jesús hablaba de sí mismo como del novio, y Jehová dijo que era el esposo de
Israel. Lo que la esposa para el esposo y el esposo para la esposa, nosotros somos para
Dios, para Jesús.

Vivimos y trabajamos como todo ser mortal sobre el planeta, tenemos aspiraciones,
comemos y nos vestimos a la moda, disfrutamos de las cosas buenas que hombres y
mujeres hacen como cada hijo del mundo. Pero no somos hijos del mundo. La ropa que
llevamos no expresa nuestra fe. Jesús dijo que los fariseos oraban largo y tendido en
público y que llevaban accesorios religiosos impresionantes en sus cabezas o muñecas. Los
hijos de Dios no usan esas muestras exteriores mediante su moda, sino que caminan por la
calle como cualquier otro. Están vestidos, sin embargo, con humildad y llevan ropas de

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alabanza. Lo que los distingue está en ellos mismos, son reconocidos por amor y fe y por su
estilo de vida.

Ser diferentes

La gran diferencia radica en que los seguidores de Jesús están en el mundo pero no son del
mundo. “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. … el mundo pasa, y sus
deseos” (1 Juan 2:15-17). No invertimos nuestras ambiciones y esperanzas en el desfile de
cosas pasajeras y poco duraderas que el mundo expone, sino en cosas eternas: la verdad,
la realidad y el llamado de Dios. Invertir en lo pasajero del mundo nos dejará con nada más
que cenizas en las manos, así como lo dijo el poeta: “Los senderos de la gloria conducen a
la tumba.”

Debemos estar preocupados cuando nuestras vidas como seguidores de Jesús no son
distintas, cuando se nos conoce como religiosos y nuestra fe no es más que un tema que
estudiamos. Los hijos de Dios deben ser tan normales y ordinarios como los demás, pero su
estilo de vida debe hacerlo imposible que pasen desapercibidos. No somos aficionados a lo
sobrenatural o simples creedores en milagros, somos amantes de Dios.

El primer y único hombre de fe fue Abraham, y Dios se llamó a sí mismo “el Dios de
Abraham”. La gente no conocía a Dios, pero sí conocía a Abraham y solo entendía a Dios a
través de Abraham. Dios se identificó con la vida de Abraham. Sabiendo cómo era Abraham,
sabían cómo era Dios. Abraham era diferente y sabían que Dios no era como sus otros
dioses.

No ganaremos al mundo si no nos distinguimos. Jesús dijo: “Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el
mundo os odia” (Juan 15:19). Pero el reino de Dios es un estado al revés. Siendo
completamente contrapuestos al mundo atraemos a las personas al Reino. Si los seguidores
de Jesús viven como el mundo y son como el mundo, no impresionarán a nadie de tal
manera que quiera dejar el mundo.

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El mundo está cansado de ser como es. Después de miles de años y decenas de
experimentos políticos y sociales, sólo Jesús tiene la respuesta. Esta respuesta es nuestro
secreto a voces, para ser comunicado a todos:
“Ve, dilo en las montañas: que Cristo es el Señor.”

Recomendación de un libro

Pero Dios es más grande que los sueños, más fuerte que los temores, y más
alto que cualquier expectativa. Obras aún mayores ofrece historias reales,
conmovedoras y edificantes acerca de personas comunes de todas partes del
mundo. Personas como tú, en quienes Dios realizó obras extraordinarias a
pesar de sus sueños quebrantados, sus fracasos y sus debilidades. Su gracia
nos es dada libremente …

Serás tocado … Serás inspirado … Serás retado … a emprender obras aún


mayores para Dios.

Dios obrará maravillosamente a través de toda persona que se encuentre dispuesta a creer
sinceramente en su Palabra. Reinhard Bonnke es un gran hombre de Dios quien, a través de este
libro, Obras aún mayores, encenderá en ti la pasión por llevar a cabo “obras aún mayores” de lo que
pudiéramos imaginar, para la gloria de Dios. Joyce Meyer, escritora y maestra bíblica.

Titular: Obras aún Mayores


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