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Este evento representó uno de los mejores ejemplos de simbiosis, esa relación mutua
donde dos partes se unen para salir beneficiadas. La célula que engulló a la bacteria,
previo al evento, sólo podía llevar a cabo lo que conocemos como metabolismo
anaeróbico, o sea, sin usar oxígeno. Este proceso es muy pobre en cuanto a
rendimiento de energía se refiere pero era la única alternativa con una atmósfera
anóxica, o carente de oxígeno.
Así siguió la evolución su lento pero inevitable curso de desarrollo de los organismos
hasta el día de hoy donde todas las células eucarióticas, o sea, las que tienen núcleo,
poseen mitocondrias. Éstas ya no son bacterias propiamente, sino que desarrollaron
una relación tan exitosa con la célula que las internalizó que ahora dependen de ésta
para su supervivencia, y viceversa.
Aún así, de alguna forma, siguen siendo una especie de bacteria primitiva enjaulada. Y
la evidencia que testifica sobre su origen bacteriano es abundante. Al igual que las
bacterias, las mitocondrias poseen su propio genoma, su propio ADN. Éste está en
forma de una molécula circular, al igual que en las bacterias. En contraste, el genoma
de la célula humana está formado por 23 pares de cromosomas lineales. El ADN
mitocondrial, como el bacteriano, carece de histonas, proteínas de carga positiva que
se adhieren a éste para empaquetarlo adecuadamente dentro del núcleo. Sin embargo
el ADN celular sí las tiene.
¿Qué tipo de bacteria dio origen a las mitocondrias? Lo más probable fue una del grupo
de las rickettsias, que de hecho son bacterias que para sobrevivir necesitan estar
dentro de otra célula. El origen bacteriano de las mitocondrias explica por qué estos
organelos tienen dos membranas que los rodean. La más externa es la membrana
típica de todos los organelos celulares. La interna representa la membrana bacteriana
original. De hecho, esta última tiene incrustadas una serie de proteinas capaces de
transportar electrones a lo largo de la cadena de transporte de electrones, un sistema
que resulta en la obtención de más energía que en los sistemas anaeróbicos.
Por supuesto existe evidencia adicional para lo que Lynn Margulis denominó, en los
años 60s del siglo pasado, la “Teoría de la endosimbiosis”. Por lo pronto cabe señalar
que este tipo de evento se dio en múltiples ocasiones y con distintos tipos de
organismos. De hecho, los cloroplastos, esos maravillosos organelos donde ocurre la
fotosíntesis, tienen un origen muy similar. Hasta poseen su propio ADN, como las
mitocondrias.
Los estudiantes de biología pueden reconocer algunos de los términos en el contexto
de las discusiones sobre glucólisis, ciclo de Krebs y cadena de transporte de
electrones. El primero ocurre en el citoplasma de la célula. Los últimos dos ocurren en
las mitocondrias.
Nada de esto debe sorprendernos. Existen varios ejemplos de células que se tragan a
otras sin que sufran daños (a diferencia del reconocido caso de la fagocitosis). En el
2005 Okamoto e Inouye reportaron que Hatena, un protisto, carga en su interior con
otro microorganismo, uno que es fotosintético pero que aún mantiene su propio núcleo
y otros organelos (3).
Es emocionante saber que, aparte de los millones de microbios que nos habitan,
especialmente en el tracto digestivo, cada una de nuestras células lleven en su interior
a los descendientes de bacterias primitivas que se asociaron a otra célula como parte
del proceso irreversible de la evolución.
Referencias: