W. H. Auden
EI mundo
de Shakespeare
il
Adriana Hidalgo Editora
Wya.cos MISSEs dificil, tal vez imposible para nosotros, formarnos
tuna imagen completa dela vida porque, para ello, debe-
mos reconciliar y combinar dos impresiones completa-
mente diferentes: la de la vida tal como cada uno la ex-
perimenta en su propia persona, y la de la vida tal como
todos la observamos en los otros.
Cuando yo me observo a mi mismo, el yoque observa
es tinico pero no individual, ya que no tiene caracteristi-
cas propias; s6lo tiene el poder de reconocer, comparar,
juagar y elegir; el yoal que observa no es una identidad
tunica sino una sucesién de diversos estados del sentimien-
to 0 del deseo. En mi mundo la necesidad significa dos
cosas: la arbitrariedad del estado —sea cual fuere- en el
que me encuentre en ese momento, y la libertad obliga-
toria de mi ego. La accién en mi mundo tiene un sentido
"The Globees cl nombre de teatro londinense donde se llevaban a cabo
Jas representaciones de la compafifateatral que integraba Shakespeare.
‘Ademis, significa orbe, porextensidn, la Tierra,el mundo. (N. dela).especial; actiio en la direccién de mis estados del ser, no
en funcién de los estimulos que los provocaroin; mi ac-
cién, de hecho, consiste en darme o negarme a mf mis-
mo el permiso de actuar. Me resulta imposible actuar en
Ja ignorancia, porque mi mundo es, por definicién, aque-
Uo que conozco; ni siquiera es posible, en términos rigu-
Tosos, que me autoengafie, porque si sé que me estoy en-
gafiando ya no lo estoy haciendo, de modo que nunca
puedo creer que ignoro qué es lo bueno para mi. No
puedo afirmar que soy afortunado o desafortunado, por-
que esas palabras se aplican sélo a m{ mismo, Aunque
algunos estados de m{ mismo me resultan mds interesan-
tes que otros, no hay ninguno que sea tan poco intere-
sante como para ignorarlo; hasta el aburrimiento es inte-
Fesante porque es mi propio aburrimiento el que debo
tolerar. Si intento, entonces, proyectar mi experiencia sub-
jetiva de la vida en una forma teatral, la obra seré de tipo
alegérico moral, como Everyman’, El héroe ser4 el ego
volitivo que elige, y los otros personajes serdn los estados
del yo, placenteros o desagradables, buenos o malos, a
favor 0 en contra de los cuales el héroe hace sus eleccio-
nes, 0 bien consejeros, como la razén o la conciencia,
que pugnan por cjercer influencia sobre esas elecciones.
* Alusi6n a The Summoning of Everyman, obra moral inglsa de siglo XV,
en la que Everyman, como su nombre lo indica, representaal hombre
comin. (N. de la),
10
El argumento sélo puede ser una sucesién temporal de
incidentes ~cuyo mimero es arbitrario, ya que depende
de los que yo elija desctibir- y la tinica necesidad seria el
paso del tiempo desde el nacimiento a la muerte: todo lo
demas puedo clegirlo libremente
Si ahora cambio de perspectiva y excluyo delibera-
damente todo lo que sé sobre mi mismo, y me dedico a
escrutara otros seres humanos tan objetivamente como
pueda, como si yo fuera tan sdlo una cdmara y un gra-
bador, el mundo que experimento es muy diferente.
No veo estados del ser sino individuos en estados de,
digamos, célera, cada uno de los cuales es diferente y
est causado por estimulos diferentes. Veo y oigo perso-
nas, es decir, personas que actiian y hablan dentro de
una situacién, y esa situacién, sus actos y sus palabras
constituyen todo lo que sé. Nunca veo a otro elegir en-
tre dos acciones alternativas, sino que sélo veo la accién
gue realiza. Por lo tanto, no puedo determinar si ha
tenido libre albedrfo 0 no; sélo sé si es afortunado 0
desafortunado en sus circunstancias. Puedo verlo ac-
ruando con total ignorancia de ciertos hechos de su si-
tuacién que yo conozco, pero nunca puedo decir con
certeza, en una situacién determinada, que se esta en-
gafiando a sf mismo. Asi, aunque me resulta imposible
desinteresarme completamente de cualquier cosa que
me ocurra a mi mismo, s6lo puedo interesarme por otros
que “me llaman la atencién’” por ser excepciones al pro-medio: excepcionalmente poderosos, excepcionalmen-
te bellos, excepcionalmente divertidos, y mi interés 0
desinterés por lo que hacen o lo que suften esté deter-
minado por el viejo adagio periodistico que sostiene que
“Perro muerde a obispo” no es noticia, pero “Obispo
muerde a perto” sf lo es.
Siintento presentar mi experiencia objetiva en forma
teatral, la obra ser del tipo griego, la historia de un hom-
bre o mujer excepcional que tiene un destino excepcio-
nal. El drama no consistird en las elecciones que el prota-
gonista haga libremente, sino en las acciones que la si-
tuacién lo obliga a realizar.
El puro drama de conciencia y el drama de pura ob-
jetividad son semejantes en cuanto a que sus personajes
no tienen secretos: el puiblico sabe todo lo que hay que
saber sobre ellos. Por lo tanto, es iaimaginable la posibi-
lidad de escribir un libro sobre les personajes de la tra-
edia griega o sobre los personajes de las obras morales:
«los mismos han dicho todo lo que hay para decir. El
hecho de que siempre ha sido y sera posible escribir li-
bros sobre los personajes de las obzas de Shakespeare, en
los que diferentes criticos llegan a interpretaciones com-
pletamente diferentes, indica que el teatro isabelino es
diferente de los otros dos, ya que, de hecho, es un inten-
to de sintetizar ambas clases de obras teatrales en una
nueva clase més compleja.
En realidad los dramaturgos isabelinos sabfan muy {
poco del teatro clésico, y le debfan muy poco. Las tra-
gedias de Séneca, destinadas més ala lectura que ala |
representacién, pueden haber ejercido cierta influen-
cia sobre su estilo retérico, las comedias de Plauto y
Terencio pueden haberles proporcionado unos pocos |
recursos y situaciones cémicas, pero el teatro isabelino
serfa muy parecido a lo que es si esos autores hubieran
sido totalmente desconocidos. Hasta Ben Jonson, el
tinico “erudito” delos dramaturgos de la época, sobre
quien las teorfas estéticas de los humanistas ejercieron
una profunda in‘luencia, tiene més deudas con las cbras
morales que con la comedia latina. Si se elimina a
Everyman, sustituyéndolo en su rol de héroe por uno
de los siete pecados capitales,y se establece una alianza
entre los otros seis para aprovecharse del protagonista,
se tendré la estructura bdsica de la comedia de humor
jonsoniana.
exo entre las obras morales del medioevo y «!
teatro isabelino esti dado por las crénicas teatrales. Si
bien hay pocas de ellas que resultan legibles en Ja ac-
tualidad, con la excepcién de Eduardo II de Marlowe,
nada puede haber sido més afortunado para el desa-
rrollo de Shakespeare como dramaturgo que haberse
visto obligado a enfrentar, para ganarse la vida—ya que
4 juzgar por sus primeros poemas, su gusto de juren=}
{
tud estaba dirigido hacia un género més refinado-, los
problemas que plantean las crénicas teatrales. El autor
_{ deuna crénica teatral, a diferencia de los tdgicosgrie-
¥ gos que tomaban como tema algtin mito significativo,
no puede elegir su situacién; debe tomar, en cambio,
las que le ofrece Ia historia, aquellas en las que un per-
sonaje es victima de una situacidn y aquéllas en las que
él mismo la crea. No puede tener ninguna teorfa estéti-
ca estrecha que separe lo trégico de lo cémico, ninguna
teorfa de areté heroica que pueda privilegiar a un per-
sonaje hist6rico y rechazar a otro. El estudio del indivi
duo humano involucrado en la accién politica, y de las
ambigitedades morales que abundan en la historia,
impide cualquier tendencia a la simplificacién moral
de los personajes: hace imposible dividitlos en buenos
y malos o identificar el éxito y el fracaso con la virtud y
elvicio.
El teatro isabelino heredé de los misterios religiosos
tres nociones importantes y muy poco griegas:
La significacién del tiempo
El tiempo, en el teatro griego, es simplemente el que
insume la revelacién de la situacién del héroe, y los que
deciden el momento de esa revelacién son los dioses, no
os hombres. La peste que desencadena la accién de Edipo
4
rey podria haber sido enviada antes o haber sido poster-
gada. En el teatro isabelino, el tiempo es lo que el héroe
crea con lo que hace y sufre, el medio en el cual se con-
cretan sus potencialidades como personaje.
Lasignificacién de la eleccién
En una tragedia griega, todo lo que podria haber
sido de otro modo ya ha ocurrido antes del comienzo
de la obra, Es cierto que a veces el coro puede adver-
tiral héroe para disuadirlo de cierto curso de accién,
peto es impensable que éste lo escuche, porque un
héroe griego es lo que es y no puede cambiar. Si
Hipélito hubiera ofrecido un sacrificio a Afrodita
habria dejado de ser Hipdlito. Pero en una tragedia
isabelina, en Otelo por ejemplo, antes del asesinato de
Desdémona siempre hay algiin momento en el que
Otelo hubiera podido controlar sus celos, descubrir
laverdad y convertir la tragedia en comedia. Ala in-
versa, en una comedia como Los dos caballeras de Verona
siempre hay algtin momento en el que se podria to-
mar una decisién equivocada y llegar a una conclu
sién trdgica.
La significacién del suftimiento
Para los griegos, el sufrimiento y el infortunio son
signos del disgusto de los dioses y, por lo tanto, los
15hombres deben aceptarlos como evidencias de una mis-
teriosa justicia, Uno de los suftimientos mas comunes
es verse obligado a cometer crimenes, ya sea inadver-
tidamente, como el parricidio y el incesto de Edipo, 0
por orden directa de un dios, como en el caso de
Orestes. Estos crimenes no son lo que nosotros consi-
deramos pecados, porque se producen en contra del
deseo del criminal. Pero en Shakespeare, el suftimiento
yel infortunio no son en si mismos pruebas del dis-
gusto divino. Es cierto que no se producirian si el hom-
bre no hubiera cafdo en el pecado, pero, precisamen-
te porque ha caido, el suftimiento es un elemento in-
evitable de la vida -no hay hombre que no sufra~ que
debe ser aceptado, no sélo en s{ mismo, como castigo
proporcional a los particulares pecados del sufriente,
sino ademds como oportunidad de recibir la gracia 0
como proceso de expiacién. Los que intentan recha-
zar el suftimiento no s6lo no lo consiguen sino que se
hunden atin més profundamente en el pecado y el
sufrimiento. Asi, la diferencia entre las tragedias y las
comedias de Shakespeare no estriba en que en unas
los personajes sufren y en las otras no, sino queen la
comedia el suftimiento conduce al autoconocimiento,
al arrepentimiento, al perdén y al amor, y en la trage-
dia conduce, por el contrario, al desconocimiento de
si, al desafto y al odio.
En la tagedia griegs, el plblico estéconsttuido pu- |
ramente por espectadores, nunca participantes; los su.
frimientos del héroe despiertan su compasién y su te- |
‘mor, pero no pueden pensar “algo semejante podria ocu-
rrirme a mi", porque la tragedia griega se basa en el he-
cho de que el héroe y su destino trigico son excepciona-
les. Pero todas las tragedias de Shakespeare pueden con-
siderarse variaciones del mismo mito trégico, el ini.
co.que posee la Cristiandad, la historia del laden impe-
nitente, y cualquiera de nosotros, cada uno a su manera,
corte el riesgo de volver a desempesiar el mismo papel
Por lo tanto, el publico de una tragedia de Shakespeare
debe ser al mismo tiempo espectador y participante, ya
que se trata tanto de una historia ficticia como de una
parabola.
EI Dr. Johnson tenfa tazén, sin duda, cuando dijo de
Shakespeare: “Sus tragedias parccen brotat de la habili-
dad, sus comedias del instinto”. Me parece dudoso que
sea posible, dentro de una sociedad cristiana, una trage-
dia plenamente lograda que descrea de la existencia de
una relacién de necesidad entre el suftimiento y la cul-
pa. El dramaturgo, por lo tanto, se ve enfrentado a dos
alternativas. Puede mostrar un personaje noblee inocenteque sufre un infortunio excepcional, aunque en ese caso
elefecto no serfa trdgico sino patético, O puede retratar
aun pecador que, por sus pecados —usualmente los pe-
cados producen crimenes~ provoca sus propios sufri-
mientos. Pero no existe nada semejante a un pecador
noble, ya que pecar es precisamente volverse innoble.
“Tanto Shakespeare como Racine procuran resolver el
problema del mismo modo, dandole al pecador pocsfa
noble para decir, pero los dos deben haber sabido, en lo
profundo de sus corazones, que sélo se trataba de un
truco de prestidigitacién. Cualquier periodista podria
contar la historia de Edipo o la de Hipdlito, y seguirian
siendo tan trdgicas como cuando la cuentan Séfocles 0
Eurfpides. La diferencia radicarfa tan sélo en el hecho
de que el petiodista es incapaz de proporcionar a Edipo
ya Hipdlito el noble lenguaje que corresponde a la tra-
gedia, en tanto Séfocles y Euripides, por ser grandes
poetas, si pueden.
Pero dejemos que un periodista cuente la historia de
Macbeth o la de Fedra, y de inmediato las reconocere-
mos como lo que son, una un caso policial, y la otra un
caso patoldgico. La poesfa que Shakespeare y Racine les
han dado no es una expresién externa de sus naturalezas,
nobles, sino un suntuoso atavio que oculta su desnudez.
El poema de D. H. Lawrence no me parece del todo
injusto:
Cuando leo a Shakespeare me resulta admirable
que gente tan trivial cavile, ruja, hable
en lengua tan adorable,
No sé por qué a Lear, esc viejo calentén,
fas hijas no le dieron una tunda, y con raz6n,
por ser tan viejo cabrén,
Y Hamlet, jvivir con él qué aburrido, qué aburrido.
siempre grufiendo y Hlorando, tan recatado y mezquino,
sus parlamentos magnificos, enumerando desmanes que
otros han cometido!
Y Macbeth con su Lady, en lugar de ocuparse de sus cosas,
por ambicién de suburbio, ;qué manera deshonrosa
de apufialar a ese Dugan para mandarlo a la fosa!
Aungue la gente de Shakespeare ast de aburrida sea,
su lenguaje es adorable, como las emanaciones de la brea.
La comedia, por otra parte, no sélo es posible dentro
de una sociedad cristiana, sino que en ella adquiere la ca-
pacidad de alcanzar mucha mayor amplitud y profundi-
dad que la comedia clisica. Mayor amplitud porque la
comedia clésica se basa en la divisi6n de la humanidad en
dos clases, os que tienen areréy los que no, y sélo la segun-
da clase, la de los necios, los bribones sin vergtienza, los
esclavos, son sujetos adecuados para la comedia. La come-
dia cristiana, en cambio, se basa en la conviccién de que
19todos los hombres son pecadores; por lo tanto, ninguno,
cualquiera su rango o su talento, puede reclamar inmuni-
dad a la exposicién cémica y por cierto que cuanto més
virtuoso es un hombre en el sentido griego- tanto mas
advierte que merece estar expuesto. Es mayor la profun-
didad porque, en tanto la comedia chisica cree que los bri-
bones deben recibir la paliza que merecen, la comedia cris-
tiana cree que nos esta prohibido juzgar a los otros y que
nuestro deber es perdonarnos mutuamente. En la come-
dia clasica los personajes son expuestos y castigados: cuan-
do cae el telén, el ptiblico riey los que estan en el escena-
rio lloran. En la comedia cristiana, los personajes quedan
expuestosy son perdonados: cuando cael telén, el publi-
coylos personajes rien juntos, Las comedias de Ben Jonson,
a diferencia de las de Shakespeare, son clasicas, no cristia-
nas.
Silas obras de Shakespeare y las de Ben Jonson -y de
todos modos las de Jonson son atfpicas~ se hubieran per-
dido, encontrarfamos en la literatura dramética escrita
entre 1590 y 1642 muchos de magnifica poesfa, mu-
chas escenas teatrales emocionantes, pero ninguna obra
que resultara plenamente satisfactoria en general. La obra
isabelina promedio se asemeja més a un especticulo de
varieté —una serie de escenas, con frecuencia conmove-
20
doras o entretenidas en si mismas, pero carentes de una
relacién esencial entre st que a una obra teatral adecua-
damente construida, donde cada personaje y cada pala-
bra poseen relevancia propia. Podemos atribuir este de-
fecto, probablemente, a la permisividad de las conven-
ciones escénicas isabelinas, que autorizaban al dramatur-
goa plantear tantas escenas y personajes como quisiera,
yaincluir en la misma obra escenas cémicas y tragicas,
verso y prosa. Afortunadamente, las obras de Shakespeare
no han desaparecido, y estamos en condiciones de apre-
ciar hasta qué punto esas convenciones contribuyeron a
su extraordinario logro. Si las convenciones de su época
hubieran sido, por ejemplo, las del teatro clésico francés
del siglo XVII, no hubiera podido convertitse, teniendo
en cuenta su clase de genio y sus intereses particulares,
en el mayor creador de “historias imaginarias” con for-
ma dramatica que haya existido nunca. En el prefacioa
La profesién de la Sra. Warren, con su tipica mercla de
perspicacia y de exageracién polémica, Bernard Shaw
escribe:
El teatro no puede hacer gran cosa para deleitar los
sentidos: todos los casos en los que aparenta lo contratio
son casos de fascinacién personal de los actores. El teatro
de puro sentimiento no esti ya en manos del dramatur-
0: ha sido conquistado por el miisico, ante cuya capaci-
dad de encantamiento todas las artes verbales parecen frfas
¢ impotentes. Romeo y Julieta con la més adorable de las
21
£e
eGJulietas resulta scca, tediosa y retrica en comparacién
con el Tristén de Wagner, aunque Isolda pese ochenta ki-
los y tenga cuarenta afios, como suele ocurrir en Alema-
nia... Ahora ya no hay, directamente, ningin futuro para
cl teatro sin miisica salvo que sea teatro de ideas. El in-
tento de producir un género de épera sin mtsica (tal es el
absurdo que han estado intentando sin darse cuenta los
teatros de moda desde hace mucho tiempo) tiene mucho
menos esperanza que mi decisi6n de aceptar los proble-
mas como material normal del teatro.”
Cada aspecto de la vida es, por supuesto, un proble-
ma, La conviccién que Bernard Shaw esté atacando es la
que sostiene que el tinico problema que merece la aten-
cién del dramaturgo es el amor entre los sexos, conside-
rado al margen de todo lo demas que los hombres y las
mujeres hacen y piensan. Al igual que todas las personas
dedicadas a polemizar, Bernard Shaw acepta la visién de
Shakespeare respaldada por sus contrincantes, vale de-
cir, la que afirma que, como dramaturgo, a pesar de que
sus personajes eran principes y guerreros, Shakespeare
‘Curiosamente, ahora que nos hemos acostumbrado a lls, Jo que mas
nos impresiona de ls obras teatrales de Bernard Shaw es su cualidad musi-
cal. £1 mismo nos ha dicho que aprendié de Don Giovanni a “escribit
setiamente sin ser aburrido”. A pesar de sus autodefiniciones como mero
panfletatio, su escritura tiene un efecto més préximo a la miisica que la de
‘otros que afirman haber escrito “teatro desentimientos”. Nos deleita ver sus
‘obras, no porque se propongan deliberadamente tratar problemas politicos
22
|
t
sélo estaba interesado en sus vidas “privadas”, sus vidas
emocionales. Aunque en realidad, la rebelidn de Ibsen y
Bernard Shaw contra el teatro convencional deci-
monénico puede considerarse como un retorno a
Shakespeare, un nuevo intento de presentar a los seres
humanos dentro de su entorno histérico y social en vez
de presentarlos—como lo habfan hecho los dramaturgos
desde la Restauracién— individualmente o bien como
encarnaciones de las costumbres y usos sociales de una
clase diminuta. Es cierto que las obras de Shakespeare
no son, en el sentido que le daba Bernard Shaw, “teatro
de ideas”; vale decir que ninguno de sus personajes es un
intelectual. Es cierto, tal como afirma Bernard Shaw, que
cuando se los despoja de su maravillosa diccién, las opi-
niones morales y floséficas que esos personajes expresan
son lugares comunes, pero el mimero de personas de
cualquier generacién o sociedad cuyas ideas no son lu-
gares comunes es sin duda muy reducido, Por otra par-
te, si se piensa bien, casi ninguna de sus obras deja de
proporcionar material de reflexién. Romeo y Julieta, por
sociales, sino por su maravilloso despliegue de cvidente derroche: la enes-
fa conversacional que muestran sus personajes stan excesiva para lo que la
situacion requiere que, si esa misma energla se dedicara la accién prictica,
destruirfa el mundo en cinco minutos. Bernard Shaw no es el Mozart de lis
letras inglesas—la misica dela Estarua de Mérmol est fuera de su aleance—
» pero sf ese! Rossini. Tiene todo el brio, el humor, la cruel claridad y el
Virtuosismo de ese macstro de la opera buffa.
23ejemplo, no es en absoluto mero “teatro de sentimien-
tos”, una dpera verbal acerca de una relacién amorosa
entre dos adolescentes, sino que ¢s también y por sobre~
todo, el retraro de una sociedad, encantadora en mu-
chos aspectos, pero moralmente deficiente, porque el
inico pardmetro de valor segiin el cual sus integrantes
regulan y juzgan la conducta es el ce (a bellao la brutta
figura. Fl desastre que aniquila a los jévenes amantes es
un sintoma de lo que esta mal en Verona, y cada ciuda-
dano, desde el principe Escalo hasta el boticario faméli-
co, son responsables de esas muertes. Dejando de lado
sus diferentes temperamentos y talentos, no es dificil en-
contrar un buen motivo por el cual Shakespeare no ne~
cesita contarle al ptiblico sus “ideas”, mientras que
Bernard Shaw esté obligado a hacerlo. Gracias a las con-
venciones y Ia economia del teatro isabelino, Shakespeare
puede presentar su retrato de Verona en veinticuatro
escenas con un elenco de treinta roles parlantes y una
multitud de extras. Bernard Shaw tiene que escribir para
una escena enmarcada por el proscenio, con una esce-
nografia que admite muy pocos cambios de locacién, y
para actores cuya escala salarial vuelve prohibitivamente
costosa la posibilidad de un gran elenco. Por lo tanto,
cuando escribe sobre un problema social como, por ejem-
plo, el de los propietatios de los barrios pobres y sus in-
quilinos, se ve obligado a contarnos, por medio de un
debate intelectual entre los escasos personajes y en las
24
escasas locaciones de las que dispone, todo aquello que
no puede presentar dramaticamente como evidencia, de
donde podrfamos extracr nucstras propias conclusiones.
Como historiador dramatico, Shakespeare nacié en
el momento justo. Mas tarde, los cambios de las conven-
ciones y de la economia del teatro lo convirticron en un
medio inadecuado, y las historias imaginarias pasaron a
ser el campo de trabajo del novelista. Antes, la historia
dramética hubiera sido imposible, porque la tinica hi
toria reconocida era la historia sagrada. El teatro debié
secularizarse antes de que fuera posible un tratamiento
adecuado de la historia humana. La tragedia griega, al
igual que los misterios, es teatro religioso, Lo que hace el
héroe esté subordinado a lo que los dioses le hacen ha-
cer. ¥ lo que es més, los dioses no se preocupan por la
sociedad humana sino tan sélo por ciertos individuos ex-
cepcionales, El héroe muere o va al exilio, pero su ciu-
dad, representada por el coro, permanece. El coro pue-
de apoyarlo o darle consejos, pero no puede influir so-
bre sus acciones ni hacerse responsable de ellas, Sélo el
héroe tiene una biografia; los integrantes del coro son
meros observadores. La historia humana no puede escti-
birse sin la premisa de que, sea cual fuere el papel que
Dios desempefic en los asuntos humanos; nunca poce-
25mos decir con respecto a un acontecimiento, “esto es obra
de Dios”, de otro, “esto es un hecho natural”, y de otro,
“esto es eleccién humana’; s6lo podemos registrar lo que
cocurre, Las obras alegérico-morales se ocupan de la his-
toria, pero slo de la historia subjetiva, excluyendo deli-
beradamente el particular entorno histérico social de
Jos hombres.
No sabemos cuéles eran las creencias personales de
Shakespeare, ni conocemos su opinién sobre ningiin
tema (aunque la mayorfa de nosotros creemos conocer-
la). Todo lo que podemos advertir es la ambivalencia de
sus sentimientos con respecto a sus personajes, algo que
es caracteristico de todos los grandes dramaturgos. Los
personajes de un dramaturgo son, normalmente, hom-
bres de accidn, pero el dramaturgo es un creador, no.un
hacedor, y no pretende revelarse ante los otros en el mo-
mento, sino crear una obra que, a diferencia de s{ mis-
mo, pueda persistir,sies posible para siempre. El drama-
turgo, porlo tanto, admira y envidia de sus personajes el
coraje y la disposicién a arriesgar la vida —guadramatur-
go, él jams se arriesga~ pero, al mismo tiempo, para su
solitaria imaginacién toda accién es vana, por gloriosa
que sea, porque la consecuencia no es nunca aquélla que
su actor esperé lograr. Lo que un hombre hace ¢s irrevo-
26
cablemente para bien o para mal; lo que crea, siempre
puede modificarlo 0 destruirlo. Creo que en toda gran
obra podemos sentir la tensién de esta actitud
ambivalente ~entre la admiraciér y el desprecio~ del
creador hacia el actor. Un personaje por el que su crea-
dor sintiera una reverencia o un desprecio absolutos no
serfa, en mi opinién, “actuable”.
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