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Reconozco que es justo el decreto real que me condena. Dos son mis delitos y
ambos exigen venganza contra m. Pero sed compasivo, dignaos escucharme:
Seor, el rostro de doa Ana en tal forma me turbcon la luz de sus bellas pupilas
tan vivo encendi el fuego de mi amory todo ello agregado a las copiosas
libacionesArdiente de deseos solicit sus mercedes. La hermosa, airada, me
respondi con vergenza y desprecio. Entonces la clera acrecent mi llama, nada
qued de mi razn, iracundo me vi. En ese instante, oh desdicha! Lleg, armado,
su padre; y, sin or disculpas, provocme. Contra mi propia voluntad me vi obligado
a defenderme y quiso el fiero destino que mi espada se hundiera en el pecho del
desventuradoHe aqu, seor, mi culpa: la confieso. Mas recordad que si err, err
por estar guiado por dos malvolos ciegos: Baco y Amor. Ahora, qu bien puede
traer a aquel hroe ofendido mi muerte? Qu bien mi sangre, a la hija mustia y
dolorida? En cambio, para resarcirla de sus males yo ofrezco, y la justicia no me lo
sabr negar, mi mano de esposo a aquella que por mi culpa hundida se ve en el
llanto. Si don Juan perece, habr recobrado el honor doa Ana? Volver a la vida
el padre muerto? Pobre doa Ana! La pena la oprime y no la deja ver el mayor de
sus peligros: dejar de creer el mundo que ella defendi en vano su honor contra
un decidido apasionado? S bien que el delincuente no puede pronunciar su propia
sentencia, pero a todo hombre le es lcito solicitar clemencia y ofrecer cuanto pueda
para remediar el dao hecho, antes de entregar su sangre. No es el amor a la vida
quien me empuja a solicitar clemencia: es el honor de mi sangre, y el respeto de su
fama.
Don Juan, acto IV, parlamento de Don Luis, padre de Don Juan.
Molire.
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