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Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910
Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910
Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910
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Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910

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Este libro presenta una nueva imagen del anarquismo argentino a partir de la indagación sobre aspectos hasta ahora poco transitados.
El autor analiza la producción y las prácticas tanto culturales como políticas de este importante movimiento social que, a comienzos del siglo XX, luchó contra las injusticias que traía aparejada la modernización económica. Para ello, los anarquistas crearon sus propios símbolos, sus formas de movilización, su prensa y un sinnúmero de centros culturales, escuelas y bibliotecas desde donde intentaban ofrecer una alternativa a los trabajadores. En esos ámbitos daban sus conferencias, sus funciones teatrales y, fundamentalmente, ofrecían un espacio de sociabilidad que apuntaba a delinear un hombre nuevo, libre y despegado de las ataduras impuestas por la sociedad "burguesa".
A lo largo de estas páginas, Juan Suriano nos brinda un relato en donde se analizan las formas en que se construyeron y se articularon las propuestas libertarias, pero también los límites tanto externos como internos de dicho proyecto.
LanguageEspañol
Release dateJan 1, 2023
ISBN9789875002432
Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910

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    Anarquistas - Juan Suriano

    Capítulo I

    LA ORGANIZACIÓN Y LA DIFUSIÓN DE LAS IDEAS LIBERTARIAS

    La Protesta Humana,

    7 de enero de 1900

    Hacia comienzos del siglo XX la Argentina se había convertido en una nación delimitada geográficamente, con un Estado consolidado que controlaba el territorio de la nación. Las transformaciones económicas, especialmente en el litoral y en la zona pampeana, habían modificado radicalmente el paisaje productivo y generaron el crecimiento explosivo de la ciudad de Buenos Aires. En un corto lapso de tiempo, ferrocarriles, tranvías, puertos, fábricas, electricidad, edificios públicos, espacios verdes eran todos elementos que se incorporaron en forma tumultuosa y abigarrada a la nueva imagen física de la ciudad. Cualquier habitante de Buenos Aires que hubiera vivido su adolescencia al finalizar la década de 1860 tenía ante sus ojos, solo treinta años después, una ciudad radicalmente diferente que, seguramente, no hubiera reconocido de haber vivido durante ese tiempo en el extranjero. Pero tal vez el cambio más relevante se observaba en la estructura social, y se relaciona con el impresionante aumento de la población como consecuencia directa de los cientos de miles de inmigrantes que confluían sobre estas tierras para cubrir una amplia oferta de trabajo. Los menos de 200.000 habitantes registrados en la ciudad por nuestro observador imaginario en 1869 superaban largamente el millón hacia el centenario; la población porteña se había quintuplicado. Las transformaciones culturales y sociales derivadas de dicho proceso no fueron menos impactantes puesto que la imagen que se desprendía era la de una ciudad multiétnica y multicultural en donde se cruzaban criollos, italianos, españoles y decenas de miles de individuos provenientes de otros lugares del mundo. Como ha señalado hace ya medio siglo José Luis Romero, se produjo una profunda conmoción que se operaba en los distintos niveles de la estructura social.¹ Uno de esos niveles se relaciona con la conformación y desarrollo de una incipiente clase obrera, cuya presencia se haría notar en grado creciente a medida que expiraba el siglo XIX. Al doblar el siglo, el nuevo actor social había articulado formas de movilización y delineado instituciones de carácter político, gremial y cultural bajo la orientación de nuevas manifestaciones ideológicas representadas por socialistas y anarquistas. Estos últimos conforman el objeto de estudio de este trabajo.

    1. EL ANARQUISMO EN BUENOS AIRES. UNA BREVE SÍNTESIS DE SU HISTORIA

    En el seno de las corrientes inmigratorias europeas, especialmente hispanas e italianas y en menor medida francesas, arribó al país desde fines de la década de 1870 y comienzos de la siguiente una importante cantidad de activistas libertarios que, generalmente, huían de la persecución policial o, simplemente, trataban de hallar mejores condiciones de vida en una tierra que parecía ofrecer trabajo y libertad. Muchos de estos primeros militantes habían participado en acontecimientos relevantes del movimiento obrero europeo como el levantamiento de la Comuna de París o de la Primera Internacional de Trabajadores, y su estadía en el país adquiría un carácter transitorio, como era transitoria la permanencia de una parte importante de la inmigración.

    Los primeros pasos del anarquismo local en la década de 1880 estuvieron limitados a la acción de pequeños grupos, generalmente unidos por afinidades étnicas e ideológicas que eran prolongaciones de sus similares europeos. Estos grupos se limitaban al estudio y la discusión de los pensadores libertarios más importantes, sin preocuparse en demasía por radicar una acción práctica y con objetivos a largo plazo en la sociedad local. La llegada de dos activos militantes libertarios italianos comenzó a perfilar la presencia de esta tendencia en Buenos Aires. Uno de ellos, Héctor Mattei, creó el Círculo Comunista Anárquico y tres años más tarde el Sindicato de Obreros Panaderos, primer gremio influenciado por el anarquismo y que desempeñaría un rol prominente en los años venideros. La otra figura arribada en 1885 fue Enrique Malatesta, el difusor libertario de mayor envergadura intelectual que haya transitado por el país, quien durante los cuatro años de residencia aquí sentó las bases para el futuro desarrollo ácrata, debido tanto a su práctica organizadora como a sus aportes de carácter teórico. Creador del Círculo de Estudios Sociales y del periódico La Questione Sociale, nucleó a su alrededor a un grupo de militantes (italianos en su gran mayoría) con quienes intentó crear un polo libertario, tratando de limar las ásperas y desgastantes discusiones en las cuales gustaban enfrascarse los anarquistas.²

    Este precario aglutinamiento se disolvió tras la partida de Malatesta en 1889 y durante varios años los núcleos libertarios actuaron de manera aislada y se limitaron a la propaganda escrita. El sector individualista-antiorganizador nucleado en torno al periódico El Perseguido (1890-1897) hegemonizó la adhesión de los anarquistas locales pero su predicamento no excedía, con algunas excepciones, esos núcleos aislados. Hacia mediados de la década de 1890, paralelamente a la intensificación de los conflictos gremiales, algunos activistas comenzaron a insertarse espontáneamente –o reeditando experiencias previas en España o Italia– en las sociedades de resistencia. Pronto se conformó un sector partidario de la participación anarquista en las luchas sindicales y del agrupamiento y la organización de los gremios. El arribo al país de anarquistas españoles como Antonio Pellicer Paraire, Inglán Lafarga o José Prat, que habían realizado su experiencia de militancia gremial en la Federación de Trabajadores Españoles, dio un impulso importante a los organizadores, quienes, respaldados por la aparición del periódico La Protesta Humana (1897) y la presencia en Buenos Aires entre 1898 y 1902 del abogado italiano Pedro Gori, se lanzaron a organizar la propaganda anarquista a través de la prensa, círculos culturales y sociedades de resistencia).³

    La dura polémica entre individualistas y organizadores se fue inclinando hacia estos últimos, y este desenlace despejó el terreno que permitiría la acción política libertaria entre los trabajadores locales. Un número importante de intelectuales y publicistas, sumado a las huestes de activistas obreros, conformaron un sólido núcleo de expansión y difusión de la doctrina libertaria. El anarquismo cerrado en sí mismo de los primeros tiempos, reproductor sin matices de las polémicas europeas, dejó lugar a otro que, sin perder los caracteres internacionalistas y la dureza para analizar la sociedad argentina, se insertó en ella a partir de la tarea de crear instituciones de autodefensa de los trabajadores urbanos locales. Al comenzar el siglo se produjo el despegue del anarquismo que tuvo la virtud de articular y combinar las expresiones y las fuerzas sociales más heterogéneas a través de su inserción en las sociedades de resistencia, de la creación de un sinnúmero de centros y círculos culturales, escuelas, bibliotecas y periódicos. Sin olvidar el significativo rol desempeñado por el socialismo, el anarquismo se convirtió durante el breve lapso de tiempo ocupado por la primera década del siglo XX en la fuerza contestataria más importante de la sociedad urbana.

    En 1901 crearon, junto con los socialistas, la Federación Obrera Argentina, aunque pronto las disidencias llevaron a éstos a formar una federación separada (Unión Gremial de Trabajadores). Así, durante varios años los anarquistas controlaron la FOA sin inconvenientes. Si bien el número de cotizantes no parece haber sido demasiado significativo,⁴ el peso del anarquismo se debió al control de algunos gremios clave como la Federación Nacional de Obreros Portuarios, conductores de carros, marineros y foguistas o los obreros de las barracas del Mercado Central de Frutos. También tuvieron peso entre los panaderos, metalúrgicos, obreros de la construcción y trabajadores navales (carpinteros de ribera, caldereros, calafateros). De esta forma los anarquistas se hallaron en condiciones de presionar sobre el núcleo de la economía agroexportadora, pues la paralización del transporte terrestre, o una parte de él, y de la actividad portuaria podían llegar a perturbar un elemento vital de la economía argentina como era el flujo exportador de carnes y cereales. A partir de mayo de 1902 una serie de conflictos en estos gremios desembocó, en noviembre de ese año, en la primera huelga general de nuestra historia. La magnitud de los acontecimientos llevó al gobierno a una fuerte represión que fue particularmente dura con los anarquistas, líderes visibles del conflicto. La aplicación del estado de sitio y la sanción de la Ley de Residencia le permitieron al gobierno silenciar a la prensa contestataria y encarcelar y expulsar a los extranjeros sospechosos de actividades subversivas.⁵

    A lo largo de la década se sucedieron innumerables conflictos entre los que pueden destacarse siete huelgas generales todas impulsadas por los anarquistas,⁶ el mencionado conflicto de inquilinos de 1907, algunas huelgas parciales que adquirieron relativa importancia (tranviarios en 1902, obreros del puerto en 1904 y 1905, maquinistas y foguistas navales en los mismos años, conductores de carros en 1903 y 1906, las movilizaciones del primero de mayo, particularmente virulentas en 1904, 1905 y 1909, y la manifestación en defensa de los presos sociales en 1910. Los motivos de los diversos conflictos tenían que ver con reivindicaciones de tipo económico (aumentos salariales), mejoras laborales (condiciones de trabajo, jornada de ocho horas, descanso semanal), derechos sindicales (reconocimiento del derecho de agremiación, readmisión laboral) y la solidaridad inherente al mundo del trabajo.

    Los anarquistas habían logrado movilizar un importante sector de los trabajadores porteños: portuarios, conductores de carros, cocheros, marineros, foguistas, mecánicos, pintores, albañiles, yeseros, panaderos, peones. Sin embargo el mensaje libertario intentaba trascender las meras con quistas reivindicativas para ubicarse en el plano de las transformaciones cualitativas de la sociedad. La lucha gremial era solo un primer paso, despertar las conciencias dormidas de los trabajadores era su objetivo e implicaba comprometerlos en un proyecto de sociedad diferente para el cual volcaron sus mayores esfuerzos.

    2. LA PROPAGANDA, UNA HERRAMIENTA RELEVANTE: GRUPOS, CÍRCULOS Y CENTROS DE ESTUDIO

    Para los grupos anarquistas, la difusión de las ideas era un arma fundamental y constituían la función esencial de esa praxis la agitación y la propaganda a través de una variada gama de actividades, canalizadas institucionalmente mediante los grupos o los centros culturales, la prensa y la propuesta pedagógica racional. Mientras esta última instancia consistía en un proyecto a largo plazo destinado a generar un individuo diferente, despojado y liberado de las trabas y los prejuicios impuestos por la educación religiosa y patriótica, desde la acción de los círculos, los grupos y la prensa, se canalizaba e instrumentaba el núcleo de la difusión y de la propaganda anarquista.

    Al comenzar el siglo la propaganda política e ideológica tenía cierto desarrollo en la sociedad argentina, especialmente en las áreas urbanas vinculadas directamente a la economía agroexportadora. Ello fue así en tanto se habían acumulado una serie de condiciones como el acentuado proceso de urbanización, el ininterrumpido avance de las tecnologías de comunicación mediante las cuales la prensa había dejado de ser un medio restringido y reservado a las elites para difundirse y ser patrimonio también de sectores más amplios y, por último, debido al surgimiento y el desarrollo de asociaciones, partidos y grupos de izquierda como el anarquismo, el sindicalismo o el socialismo, que buscaban captar e influenciar a los sectores populares a través de la emisión y la difusión de mensajes ideológicos concretos.

    El anarquismo pertenece al tronco político radical que, desde la Revolución Francesa, asignaría importancia a la ideología como premisa y justificación de su acción.⁸ Sin embargo, poseía profundas diferencias con las corrientes socialistas y marxistas pues se oponían a la centralización partidaria y la homogeneización doctrinaria. Desde sus concepciones espontaneistas e individualistas debían organizar la propaganda, tratando de conciliar dos principios cuasi antagónicos como eran la creación de instrumentos asociativos eficaces políticamente y, a la vez, el respeto por la libertad individual de los asociados. El anarquismo parecía tener algo del carácter artesano que Lenin adjudicaba a los socialdemócratas rusos de las décadas de 1880 y 1890. Por carácter artesano entendía la falta de homogeneidad teórica, la dispersión práctica y la inexistencia de una unidad programática. Lenin asignaba especial importancia a este tema y despreciaba profundamente la anarquía organizativa; por eso impulsaría un modelo de organización que, de una manera u otra, adoptarían diversas tendencias de orientación marxista. Esta concepción interpretaba la propaganda socialdemocráta como la acción coordinada, organizada y unificada en el seno de un partido político, conducido de arriba abajo por una dirección. A la vez, debía contar con un periódico, la voz del partido, de aparición regular para "dar a cada militante de la causa revolucionaria la conciencia de estar marchando en fila y columna (en itálicas en el original)".⁹ Los anarquistas se oponían terminantemente a una concepción de esta naturaleza por considerarla autoritaria y restrictiva de la libertad y la autonomía individual de las personas. Encararon la propaganda doctrinaria con la desventaja que suponía editar periódicos y organizar grupos, sindicatos e individuos con nociones fuertemente individualistas y transitando un camino en el que, en ocasiones, se superponían los esfuerzos, se enfrentaban concepciones tácticas diferentes y hasta posturas doctrinarias

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