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ANÉCDOTAS

MISIONERAS

EN INTIMIDAD CON DIOS MIENTRAS


CAMINAS

P. José María Seas Chinchilla, SDB


HECHOS ANECDÓTICOS DE MI
VIDA MISIONERA

“Señor, queremos ver a Jesús”

A imitación de Don Rúa,


Como discípulos auténticos y apóstoles apasionados,

Llevemos el EVANGELIO
A LOS JÓVENES.

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INDICE
Página

ANÉCDOTAS MISIONERAS …………………………………….. 4

Mamá, perdóneme ……………………………………………..….. 6


La belleza del templo ………………………………………………… 9
Se hace tarde ………………………………………………………….. 9
Terrible equivocación …………………………………………………. 10
Recién nacido arrojado a la letrina ..………………………………… 11
Un mendigo generoso ………………………………………………….. 12
Prohibido fumar ……………………………………………………….. 13
La espina de pescado …………………………………………………... 14
El vómito de la niña ……………………………………………………. 15
Una viejecita entre el lodo ……………………………………………… 16
El taxista ………………………………………………………………... 17
Los tres paraguas …………………………………………….………….. 18
Cuando Dios seduce y enamora ………………………………………… 19
¿Qué hora es? …………………………………………......................... 20
La basura en su lugar ……………………………………………......... 21
Abuso de autoridad …………………………………………………….. 210
Robo de la bicicleta ……………………………………………………. 22
Así se prepara el café ………………………………………………….. 23
Anteojos oscuros ……………………………………………………….. 24
Cachorro bajo las ruedas ……………………………………….. 25
Una trampa mortal ……………………………………………… 27
Un ratoncito duro de matar ……………………………………... 29
La oración del perro …………………………………………….. 31
La piscina de natación …………………………………………... 32
Un robo frustrado ………………………………………………… 33
El lapicero extraviado ……………………………………………. 34
Dame una manita, Señor ………………………………………… 35
El puerto San José ………………………………………………... 38
Documentos extraviados ………………………………………… 40

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ANÉCDOTAS MISIONERAS
(EN INTIMIDAD CON DIOS MIENTRAS CAMINAS)

El peligro de una caries o el riesgo de favorecer la diabetes nos ha


impedido muchas veces disfrutar detenidamente de la dulzura y suavidad de
un delicioso chocolate. Sin embargo, no pocas veces y con un buen pretexto,
habremos cedido a la tentación.

Juntamente con mis anécdotas, les comparto una nueva manera de


endulzar nuestra mente, alimentar nuestra alma y fortalecer esos momentos
de lucha y fatiga que a diario nos acompañan. Me refiero a esas cortas
oraciones o jaculatorias que en lugar de producir caries, más bien inflaman
de amor nuestro corazón y nos mantienen unidos a Dios aún en medio de las
más variadas actividades de nuestro quehacer cotidiano. Una jaculatoria es
una flecha de amor que un corazón agradecido y enamorado le envía a Dios.

Qué dulce y suave, en medio de la aridez del desierto, repetir,


pausadamente, “mi alma está sedienta de Ti, Señor Dios mío…”, ya sea
mientras caminas o bien, durante tu descanso. Qué reconfortante es
proclamar una y otra vez, sin prisas ni atropellos, “Tú eres mi Luz y mi
Salvación” en esos momentos de prueba, de dolor o de oscuridad, incluso de
pecado.

En la calle, en el trabajo, en el estudio, en el mercado, en la oficina,


durante los momentos de distensión y recreo; frente a la TV u otro medio de
comunicación (internet, radio, celular, chat…); durante la noche cuando tu
insomnio podría prolongarse o bien, en la soledad de una capilla delante del
Santísimo Sacramento, tu breve oración, al ritmo del latido de tu corazón, te
conecta inmediatamente con tu Señor: “Para mí la vida es Cristo”, o bien, “ se
alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”, “sáname, porque he pecado contra Ti”,
“que tu madre, Señor, interceda por nosotros”, “cómo te pagaré, Señor, todo el
bien que me has hecho”…etc. Y…se intercalan con instantes de silencio,
dejándote abrazar, instruir y amar por el Amor misericordioso del Corazón
de Jesús.

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Hace 25 años, poco antes de mi ordenación sacerdotal, inicié esta práctica
de oración en los jardines del Teologado, en Guatemala. Ha sido un
verdadero apoyo para lograr la tan anhelada unión con Dios. Son pequeñas
dosis de Paraíso. Mi vocación salesiana ha conocido luces y sombras, triunfos
y tempestades, desalientos y explosiones de júbilo. Sólo la fidelidad del Señor,
ha sido permanente. He palpado muy de cerca la infinita bondad y
misericordia del Señor que me ha llamado a estar con El y me ha enviado a
ser su testigo entre los jóvenes y el pueblo.

La Liturgia me ha regalado la mayor parte de las jaculatorias que a lo


largo de estos 25 años he recopilado. Pertenecen al estimable tesoro de la
Sagrada Escritura y muchas otras forman parte de la devoción popular. Si
eres creativo, y tienes el don, le pones música a la jaculatoria o bien la recitas
al ritmo de tus propios pasos o de tu respiración.

He aquí algunas de mis anécdotas misioneras. Todas me han dejado una


enseñanza o una gran lección que necesitaba aprender.

Qué hermoso es alabar y bendecir al Señor en todo momento: en las largas


caminatas, en el bus o en la bicicleta; mientras juego o asisto a los jóvenes en
el patio; al atender confesiones o impartir clases en el aula,…; toda ocasión
(verano o invierno, salud o enfermedad, tristeza o alegría) es bella y oportuna
para fijar la mirada al Cielo y tomar conciencia de que somos discípulos y
misioneros de Cristo Buen Pastor cuando reímos, cantamos,
trabajamos…movidos únicamente por la caridad pastoral. Somos
contemplativos, como Don Bosco, en la acción.

Confío a la misericordia de Dios, con gratitud y gozo, estos primeros 25


años de mi sacerdocio en la misión salesiana.

Nuestra vida es un continuo peregrinar, entre lágrimas y sonrisas, entre


pecado y gracia, sin dejar de orar ininterrumpidamente, con esa sed de Vida
eterna que nos hace exclamar: “espero gozar de la dicha del Señor en el País de
la Vida”.

Padre José María Seas Chinchilla


Salesiano

25 años de Vida Sacerdotal


1985 - 2010

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ANÉCDOTAS MISIONERAS

Mamá, perdóneme

Un grupo de 80 jóvenes, todos varones, realizaba una jornada espiritual y


fui invitado para confesar durante la celebración penitencial.
El sacramento de la reconciliación fue precedido por una charla de
meditación que dirigía un joven de 25 años, aproximadamente, y que consistía
en el testimonio de su propia conversión personal.
Yo me quedé atrás.
Empezó diciendo: “Soy hijo único de mi madre viuda y ya difunta desde
hace ya unos 10 años. Cuando tenía 14 años, desconocía el valor de una
madre. Siempre la trataba mal, despreciándola y riéndome de sus consejos.
Yo ya había abandonado los estudios para dedicarme a vagar por las calles,
en malas compañías y buscando hacer daño al prójimo. Aprendí a robar,
fumar y a embriagarme. Faltarle el respeto a las señoritas era cosa de todos
los días. Llegaba tarde a mi casa. Allí estaba mamá esperándome con la
comida. Ella ganaba algo de dinero trabajando en el mercado, lavando y
aplanchando ropa ajena. Siempre entré a la casa de manera arrogante y
exigiéndole como si fuera mi esclava. Sus lágrimas no ablandaban mi duro
corazón. Al contrario, me dirigía a ella con gritos, insultos y terminaba con
un portazo, encerrándome, con el plato de comida, en mi propia habitación.
- “Buenas noches, hijo” alcanzaba oír.
Los audífonos me eran útiles para no tener que escuchar sus sermones y
correcciones. Sabía que pasaba enferma por la tos y una gangrena en el
pie; pero nunca me preocupé por buscarle medicamento. No sé que otra
enfermedad tenía. Un día no amaneció. De regreso de la calle, algunos
vecinos me contaron que había muerto.
No lloré. Pensé que ya no la tendría encima para importunarme con sus
consejos. Ya podía hacer lo que me daba la gana sin tener a nadie que me
reprochara mi conducta. No asistí a sus funerales ni me enteré sobre el lugar
donde fue sepultada.
Continué mi vida desordenada.
De nada me sirvieron las tres o cuatro veces que fui a parar a la cárcel.
El fútbol fue el único deporte sano que practiqué.
Un miembro del equipo, que vivía metido en la Iglesia, me regaló en cierta
ocasión un boleto para participar en una convivencia juvenil.
- “Yo no quiero ni necesito eso” – le dije. Y desprecié la invitación.

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El, muy tranquilo, me dijo:
“Soy tu amigo y quería hacerte un buen regalo. Hay un buen mensaje
espiritual en esa convivencia, hay música y, sobre todo, el almuerzo y las
refacciones ya están pagados en este boleto”.
Esto último fue lo que me motivó a aceptar.
Llegó el día y me senté atrás, como un desconocido.
No quise relacionarme con nadie. Aguanté la mañana.
Por la tarde, una charla me sacudió fuertemente.
Sentí que mi orgullo se despedazaba y comencé a temblar.
El conferencista habló sobre el valor de la madre, su amor incondicional,
sus grandes sacrificios y de todo lo que es capaz de sufrir por el bien de sus
hijos…y, sin embargo, muchas veces recibe sólo ingratitudes y desprecios.
Habló de amores engañosos y egoístas de algunas mujeres…no así el amor de
la madre, acompañado de desvelos, lágrimas, ayunos y oraciones por la
conversión de sus hijos que andan en malos pasos.
“Es el amor –decía-, que más se parece al de Nuestro Señor Jesucristo.”
A medida que iba desarrollando su tema, yo me fui sintiendo de mal en
peor. Mis ojos se dirigían al suelo que se fue empapando en lágrimas. Y lo
peor de todo es que…ya no la tenía conmigo. Tiene ocho años de muerta.”

Cuando este joven compartía su testimonio, me fijé en los rostros de


muchos jóvenes que habían asistido a la jornada espiritual. Todos estaban
conmovidos, y les resbalaban las lágrimas. Las palabras de ese joven movían
al arrepentimiento más que muchos de mis fríos sermones.

“Por supuesto, la última refacción –continúa él-, me supo amarga. Apenas


terminó la convivencia juvenil, con el corazón palpitante me dirigí hacia el
cementerio.
Eran las 5 p.m. Pregunté al panteonero dónde estaba la sepultura de una
señora…y le di el nombre de ella. El, extrañado, dijo:
- “ Es la tumba más abandonada. No he visto en ocho años algún pariente
que le lleve flores o que pague por limpiarla.”
Con vergüenza le dije que yo era su hijo y le supliqué que me llevara a
donde estaba ella sepultada.
Llegamos al sitio. Sacudió el polvo de la lápida y apareció el nombre de mi
mamá.
- Déjeme un rato solo, -le dije.
Me arrodillé y empecé a escarbar tierra y piedras.
Mi corazón palpitaba fuertemente.

7
Busqué alguna rústica herramienta y…por fin llegué…allí estaba…sólo
huesitos…hace ocho años.
Tomé temblorosamente el cráneo de mi mamá y lo estreché contra mi
pecho mientras gritaba:
- “mamá, perdóneme…mamá…perdóneme”.
Mis lágrimas resbalaban copiosamente sobre la calavera.
-“Mamá…perdóneme…”
Allí comprendí que la misericordia de Dios es muy grande porque empecé
a sentir una paz en mi corazón que nunca antes había sentido.
Mamá me perdonó…sí…mamá me perdonó. El amor de Dios y el amor
de mi mamá se fusionaron en un abrazo de perdón que cambió mi vida para
siempre.
Con mucho cariño y cuidado, deposité nuevamente el cráneo en su lugar y
cubrí la tumba. Me retiré del lugar.
- Gracias…Dios mío…gracias…mamá…fue y sigue siendo la oración de
alabanza y gratitud que me acompaña a diario.

Así terminaba su testimonio el joven. Llovieron aplausos interminables. Me


preparé para atender las confesiones. También yo había recibido mi buena
sacudida. Alabé al Señor por sus maravillas, por su bondad y por su
misericordia.

DIVINA MISERICORDIA

 Jesús, yo confío en Ti
 El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres.
 Por tu sangre, Cristo Jesús, hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados.
 Por la mañana, sácianos de tu misericordia y
toda nuestra vida será alegría y júbilo.
 Todo tuyo, María.
 Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi
pecado.
 En vida y en muerte somos del Seños.
 Tu misericordia, Señor, es mi gozo y mi
alegría.

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La belleza del templo

Vinieron mis papás a visitarme a mi nueva comunidad salesiana en San


Salvador. Se programó un paseo a Santa Ana para contemplar la belleza del
templo estilo gótico. Desde el primer momento que entramos, los más
expertos empezaron a valorar la riqueza y colorido de los vitrales, los
diferentes acabados de su arquitectura y nuestros ojos no dejaban de
admirar la soberbia construcción de sus paredes y mosaicos.

Algunos salesianos prevenidos sacaron de sus bolsos sus cámaras digitales


y no desperdiciaron esos momentos. Las fotos se disparaban por todo lado.

De pronto, mi mamá se separó del grupo y dirigió rápidamente sus pasos


hasta el fondo de la Iglesia. Una lucecita roja le llamó la atención. En una
esquina se hallaba el Santísimo. Allí estaba la verdadera belleza del templo.

Se hace tarde

Antes de la Eucaristía de las once de la mañana, se organizó en nuestra


parroquia salesiana una procesión eucarística. El grupo de niños iba
adelante, los jóvenes al lado formando muralla y el resto del pueblo atrás. La
música acompañaba el recorrido. Yo dirigía el canto.

Debido al paso lento y corto de los niños, la hora de la Santa Misa tendría
que retrasarse.

El padre que portaba la custodia, molesto por la tardanza, empezó a


gritar:

- Apúrense, niños, que vamos a llegar tarde a la Misa.

Un joven que acompañaba de cerca al Santísimo, respondió con


firmeza:

- ¡Cuál es la prisa, padre, si Jesús viene con nosotros!

La Procesión continuó al ritmo del paso de los niños.

9
Terrible equivocación

Antes de la Eucaristía, preparé a los niños del Oratorio Salesiano para que
recibieran dignamente el Sagrado Cuerpo de Cristo en el momento de la
Comunión.
- Entonces niños, cuando el sacerdote les diga “el Cuerpo de
Cristo”…¿qué deben responder?
- ¡Améeeeen! Gritaron a coro.

La Santa Misa transcurrió normalmente con la participación de los niños


en los cantos y en los diálogos litúrgicos. Yo me sentía satisfecho.

Llegó el momento de distribuir la Sagrada Hostia. Fueron pasando, niños,


niñas, adultos…

- El Cuerpo de Cristo…Amén. El Cuerpo de Cristo….Amén…


Todos iban respondiendo con voz clara y sonora.

Se acercó un niño a comulgar.


“El Cuerpo de Cristo” y el niño no respondió nada. Sólo me sonreía.
Le repito, mirándole bondadosamente a sus ojos: “El Cuerpo de
Cristo”….y el niño se queda callado. Sólo me sonreía.
Creyendo que el niño había estado distraído durante mi explicación
doctrinal, le digo:
- Amiguito, diga “amén”…diga “amén”…
- Vamos a ver: “El Cuerpo de Cristo”…
El monaguillo ( llamado “el gemelo”) que sostenía la patena me dijo al
oído: “es que es mudito, padre…ese niño es mudito.”

10
Recién nacido arrojado a la letrina

El diario local encabezaba sus noticias con un título sensacionalista: “Un


niño es arrojado al pozo del excusado”. Se trataba de un embarazo no
deseado. Apenas nació el bebé la madre lo lanzó al hoyo del excusado,
deshaciéndose, según ella, de toda evidencia. Por cosas del destino, la criatura
cayó boca arriba y, por tratarse de materia suave, quedó acomodado en un
nido de excrementos.

Alguien que necesitaba el baño, oyó el llanto del bebé. Informó a la familia
y ésta a los bomberos que se hicieron presentes al momento. Lo sacaron, todo
cubierto de m... y fue a parar al hospital, donde le dieron el debido
tratamiento.

Movido por la curiosidad, quise conocer al niño y me dirigí hacia el


hospital que quedaba a unas cuantas cuadras del colegio salesiano. Me
hicieron esperar frente a la sala de maternidad. Llegó el momento de
contemplar al bebé, bien bañadito y estrenando un hermoso traje blanco y
perfumado.

La madre del bebé fue localizada y conducida al siquiátrico.

“¿Qué será de este bebé?” –me preguntaba. “También Moisés fue


salvado…de otras aguas…”

EL CÁNTICO NUEVO

 Cantaré al Señor un cántico nuevo.


 Que la llena de gracia, interceda por nosotros.
 Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la viven cada
día.
 Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten
piedad de nosotros y danos tu paz.
 Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú eres
el orgullo de nuestra raza.
 Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
 Ven, Señor Jesús y sálvanos.
 Cristo y María en la cumbre de mis alegrías.
 Cómo te pagaré, Señor, todo el bien que me has hecho.
 Sólo tú Señor, tienes palabras de vida eterna.

11
Un mendigo generoso

Ocupé el último asiento del bus que se mantenía estacionado a la espera


de más pasajeros.

Antes de partir el bus, subió apresuradamente un niño a pedir limosna.


Su rostro estaba algo tiznado y su pelo acolochado. Vestía una camisa
gastada por el sol y la lluvia, cuyas faldas llegaban hasta la rodilla; llevaba
pantalón corto y estaba descalzo.

Con su mano estirada, avanzaba por el pasillo esperando recibir


algunas monedas de los pasajeros. Tuvo un poco de suerte. Pero ésta se le
acabó cuando llegó hasta mí.
Me pidió un peso. Yo, en broma, le dije: -“Fíjate que no tengo nada.
¿Por qué no me das algo a mí?”

Observo con asombro que toma de su bolsillo algunos centavos y me los


da, sin decirme nada.

12
Prohibido fumar

Muy apenada una madre , me narró las vergüenzas que tiene que
pasar cada vez que su hijo de siete años la acompaña a sus mandados.
Como sabemos, los niños aprenden con facilidad y, normalmente,
no están atados a los prejuicios de los adultos. Dicen la verdad aunque
hieran las susceptibilidades de las personas. Si alguien es feo, se lo
dicen sin ponerle anestesia.

- Fíjese, -me dijo la señora. Esta mañana, me subí al bus con mi hijo.
Delante de nosotros iba un señor fumando plácidamente su cigarro. Mi
niño se le quedó mirando y empezó a decir en voz alta:

- Mamá, este señor que va delante de nosotros, no sabe leer.

- Cállate, por favor, y no digas tonterías -, le corregí.

- Sí, mamá. Este señor no sabe leer, porque allá adelante dice “no fume”
y él viene aquí fumando.

Por supuesto, una sonora carcajada de los pasajeros se hizo sentir al


momento.

El pobre hombre, avergonzado, apagó su cigarro y lo escondió en su


bolsillo.

VIDA NUEVA EN CRISTO

 Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia.


 Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordia y Dios de todo consuelo.
 Vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí.
 Lo tengo todo te tengo a Ti; te doy las gracias por hacerme feliz.
 Gusten y vean qué bueno es el Señor. Dichoso el que se acoge a
El.
 Hagamos una fiesta, Padre, he vuelto a la vida.
 Quémame por dentro con tu fuego, Padre mío.
 Dios me ama y el amor de Dios es suficiente.
 Con toda la creación, yo te alabo, te bendigo y te amo, Padre
Dios.
 Tú me has seducido y yo me dejé seducir.

13
La espina de pescado
Cerca del mercado central, hay un terreno abandonado donde van a
parar desperdicios, botellas rotas, cajas de cartón, latas vacías y trozos
inservibles de madera. El lugar es apto para que proliferen los roedores
e insectos dañinos. En invierno se convierte en un estanque de aguas
sucias y estancadas. Los perros flacos y hambrientos andan rondando
para disputarse las sobras de comida.
A cierta distancia, está el camino de tierra usado diariamente por la
gente del mercado.
Un viernes por la tarde, atravesaba yo esa calle cuando vi un
muchachito de unos siete años, sentado sobre la basura y que se
quejaba. Me extrañó tanto ver un niño que se confundía entre los
desechos.
Inmediatamente, me salgo del camino. Me dirijo hacia él. Quise
levantarlo pero un grito de dolor me frenó; tenía clavada en su rodilla
izquierda una espina de pescado. Entre lágrimas y lamentos me explica
que es vendedor de periódicos y que otros chicos de su edad lo habían
golpeado y arrojado a ese lugar; y en la caída se le había incrustado la
espina.
Con el mayor cuidado posible, me dispuse a cargarlo sobre mis
hombros y conducirlo a su casa.
El niño me iba indicando el camino. Yo me iba cansando; sentía que
pesaba cada vez más. Aproveché varias ocasiones para detenerme y
descansar. Todo movimiento brusco le causaba un dolor punzante en
su rodilla.
Finalmente llegamos a su casita, después del largo y pesado trayecto.
Su madre, al vernos, corrió inmediatamente. Estaba muy preocupada
porque su hijo no llegaba. Brevemente le expliqué lo ocurrido.
Familiares y conocidos se juntaron. La noche avanzaba. Una clara
luna me condujo de regreso al colegio salesiano.

14
El vómito de la niña

Mucha gente iba de pie porque todos los asientos estaban ya ocupados.
El bus paraba con frecuencia. Alguien subía y alguien bajaba.
Yo iba sosteniéndome de uno de los tubos de en medio.
Junto a mí, sentados, charlaban dos hermanitos. La niña de unos nueve
años y su hermano de catorce, aproximadamente. Por alguna razón que
desconozco, la niña se vomitó ensuciando su cara, manos y vestido. Su
rostro palideció más por la vergüenza que por la indisposición estomacal.
No digamos su hermano. Éste, al ver lo ocurrido, se volteó hacia la
ventana como indicando que no existía ningún parentesco entre él y la
apenada niña. Bueno, cosas de adolescentes.
Para agravar el apuro, ella no traía pañuelo. Más aumentaba su congoja.
Quería esconderse. Con sus ojos pedía auxilio. Saqué mi pañuelo blanco y
se lo ofrecí.
- “Eso no es nada -, le dije. Por favor, límpiese”.
Ella tomó apresuradamente el pañuelo y se limpió la boca, las manos y
parte de la blusa.
- “Es tuyo el pañuelito –añadí-, no me lo devuelvas”.
Una sonrisa fue su respuesta. Para entonces, su hermano me miraba
con una expresión de satisfacción.
- “Gracias… gracias… gracias…”, repitió varias veces.
Obviamente, también él sintió un gran alivio.
El momento de bajar del bus les había llegado. Lo hicieron por la
puerta de atrás. Todavía logré alcanzar el último “¡gracias!” que el
jovencito me dirigió desde la acera.

ALABANZA

 Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus


designios.
 Me saciarás de gozo en tu presencia, Señor.
 Señor Jesús, Rey de la gloria, sé nuestra luz y nuestro gozo.
 El Señor reina, la tierra goza.
 Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te
alaben.
 Nuestro Señor es grande y poderoso.
 Mi alma está sedienta de Ti, Señor Dios mío.
 Muéstranos, Señor, tu gloria y tu compasión.
 Suba, Señor, a Ti mi oración.
 Protege, Señor, a tu pueblo.

15
Una viejecita entre el lodo

Los carros se disparaban velozmente sobre la autopista. Llovía a


cántaros. El día se iba apagando. También yo estaba metido en ese
torbellino vehicular. Manejaba un microbús. Iba de prisa, deseando igual
que todos, supongo, llegar al calorcito del hogar.
Sin dejar de mirar hacia adelante, noté un movimiento extraño sobre
una ladera cubierta de zacate. Me pareció ver, pero no estaba seguro, una
persona que se arrastraba, bajo la tormenta, como un gusano sobre el lodo.
Seguí conduciendo sin darle la menor importancia, pero la conciencia
me punzó fuertemente o… ¿la curiosidad?
Estacioné como pude en un sitio adecuado y bajé con el paraguas. La
lluvia arreciaba. Crucé la autopista cuando me fue posible. A lo lejos vi el
bulto tendido sobre la hierba. Me acerco nerviosamente. No podía
creerlo. Era una viejecita totalmente cubierta de trapos sucios y
empapada por la lluvia. No lograba levantarse. Sólo se arrastraba. Como
pude, me lancé a la calle pidiendo ayuda. Nadie quería detenerse ni
comprometerse. Claro, en estos tiempos, hay cada maleante… además,
afuera hacía mucho frío.
Por fin se bajan unos señores y me ayudan a levantarla y conducirla al
microbús. La llevé a la casa salesiana. Las hermanas religiosas se
encargaron de atenderla. Le ofrecieron ropa limpia, comida caliente,
cobija, casa y, sobre todo, verdadero amor.
Permaneció allí varios días mientras se averiguaba su procedencia,
condición mental, parientes, hogar, etc. Se supo que pertenecía a un asilo
de ancianitos y que, desorientada, había abandonado el hogar en busca
de… aún no se sabe qué buscaba, ni hacia dónde se dirigía.

16
El taxista

Una calle sin salida. Me metí por esa calle y estacioné el vehículo frente a
la casa que buscaba. Hice un mal estacionamiento hasta el punto de impedir
que otros carros llegaran al tope de la calle.
Quizá porque se trataba de un asunto rápido de resolver, no me preocupé
por seguir correctamente las leyes de tránsito.
Terminado el asunto, salí de la casa. Al intentar retomar el timón, un
furioso taxista me lanza una serie de insultos.

Su vocabulario estaba bien equipado para poner por el suelo la dignidad de


cualquiera que se le atravesara.
Me bajé. Pausada y serenamente me le acerco. No sé qué pasó por su
mente al verme llegar.
¿Se desataron también en mí los impulsos agresivos? No. Al
contrario…creo que puse la otra mejilla.
Con mi mano sobre su hombro me le quedo mirando. También él me
miraba con ojos interrogantes… ya no echaban chispas.
- “Tiene Usted razón -le dije. ¿Cómo se me ocurre a mí estacionarme de
esa manera? Bien merecidas me han caído sus palabras. ¡Deberían
quitarme la licencia! “

Ya en ese momento el señor taxista había bajado su cabeza.


-“Perdóneme –me dijo. No sé porqué lo traté así . Soy yo quien ando en
la vida mal estacionado. Es mi pésimo carácter. Sus palabras amables
me dolieron más que un garrotazo”.

Con un apretón de manos acabó aquella escena. Ambos habíamos


aprendido la lección. Ese día gané un amigo.

NUESTRA PATRIA VERDADERA


 Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
 Tú, Señor, vas conmigo.
 El Señor es mi Pastor, nada me falta.
 Mi alma espera en el Señor.
 Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor.
 Dichosos los que viven en tu Casa, Señor, alabándote
siempre.
 Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
 Acoge, Señor, a tus hijos difuntos.
 Concédeles, Señor, tu perdón y la vida eterna.
 Quiero contemplar la belleza de tu rostro, Padre.

17
Los tres paraguas

El ambiente ha estado frío y una ligera llovizna se ha mantenido sobre la


ciudad ruidosa. Yo tenía que regresar a casa. Busqué la parada de buses.
Por no disponer el lugar de casetilla protectora y yo por carecer de
paraguas me arrimé a una pared con pestaña de zinc para cubrirme un
poco. El techo que me cobijaba era demasiado estrecho y me estaba
mojando.
Alguien me vio y se compadeció. Era un señor mayor quien acercándose
me tapó con su paraguas. Entabló una conversación amigable mientras
esperaba también él su autobús. Cuando éste llega, se despide de mí con
cierta pena por tener que dejarme a la intemperie. Yo le agradecí su gesto
bondadoso.
Seguí esperando el bus. La lluvia continuaba. Poco tiempo después, se me
acercó otro señor quien con su paraguas me ofreció taparme. También
este señor dialoga muy familiarmente conmigo. Su conversación es amena
e interesante. El bus que lo conduce a su destino ha llegado. Se disculpa
por tener que dejarme. Le agradecí su fineza. Aún no llegaba mi bus.
Por tercera vez, un caballero con rostro bondadoso y paternal y
portando un amplio paraguas, hizo lo mismo que los anteriores. Se me
acercó, me libró de la lluvia y me aconsejó como lo hubiera hecho una
prudente madre. Me recomendó que al llegar a casa me cambiara
inmediatamente de ropa, me abrigara bien y tomara algún té caliente. El
bus que él esperaba había llegado. Con visible pena se despide y yo,
sumamente agradecido, le correspondì con un fuerte abrazo.
No había terminado de subir las gradas del bus cuando llegó finalmente el
mío. Ocupé un asiento de atrás y, contemplando el panorama a través de
la ventana de vidrio, reflexioné con grata admiración la experiencia vivida
aquella tarde.

18
Cuando Dios seduce y enamora
Una joven pareja llegó una tarde a mi oficina. Ricardo y Laura.
Buscaban ambos una orientación antes de tomar la decisión de casarse.
La muchacha era un poco mayor que su prometido; pero ése no era el
problema. Empezó a hablar el muchacho:
- Padre, yo quiero formar un hogar cristiano con ella. La amo mucho y
sé que seríamos muy felices si nos unimos en el sagrado matrimonio. A
Laura la conocí durante una hora santa frente a Jesús Eucaristía. Le
gusta mucho pasar largo tiempo en oración. Ella piensa que si nos
casamos, yo le voy a negar asistir a sus momentos de adoración al
Santísimo.
- ¿Qué dices tú? -le pregunté a la joven.
- Sí, es cierto, padre. Yo estoy enamorada de Dios y no quisiera que el
matrimonio con Ricardo me separe del amor que le tengo a El. Quiero
tener el tiempo suficiente para visitarlo. Sé que el matrimonio tiene sus
obligaciones; pero temo que una vez casada, todo me aparte de los
mejores momentos que vivo cada vez que visito a Jesús Sacramentado.
- Yo pienso que no será así, -interrumpió su enamorado. Es cierto que
hasta he sentido celos de Dios al mirarla a ella en profunda
contemplación y adoración. Veo que pone toda su mente y su corazón
en Dios de tal modo que se olvida totalmente de mí. Cuando canta las
alabanzas parece que quiere abrazar a Dios. Sin embargo, ante usted,
yo le digo a ella que podrá seguir haciéndolo siempre. Nunca se lo
impediría.
Yo los escuché durante un largo rato. Al final, los invité a que
participaran en el curso prematrimonial donde se les informa sobre los
compromisos serios de la vida matrimonial.
Todo sucedió con normalidad. El matrimonio se llevó a cabo. El joven
esposo cumplió su palabra. Ya no es ella sola sino los dos los que asisten
ahora a la hora santa. Ella contagió a su esposo. Otra alma
enamorada para Jesús Sacramentado.

TÚ ERES MI BIEN
 Lancémonos en los brazos de Dios, tal como somos.
 Jesús mío, mi redentor, que nada ni nadie me separe de Ti.
 Mira a Jesús en la cruz, mira a Dios que te ama, seas como
seas.
 Sólo a Ti quiero amar, mi Dios. Sólo Tú no me defraudas.
 Busca mi alma lo que aquí en la tierra no encuentra.
 Salva, Señor, a los que redimiste con tu sangre.
 Extiendo mis brazos hacia Ti; tengo sed de Ti como tierra
reseca.

19
¿Qué hora es?

Para tramitar mi residencia permanente en Guatemala, me pidieron, entre


otros requisitos, dos fotos recientes tamaño pasaporte, en blanco y negro, sin
anteojos y con la frente y las orejas al descubierto y que el papel sea de un
material de mejor calidad. No fotos digitales ni instantáneas.
Esos detalles aumentaban considerablemente el precio. Luego, la oferta:
Sesenta quetzales para el día de mañana o 100 quetzales ya y estarán listas
dentro de dos horas.
Naturalmente, esta segunda opción era la más conveniente por el carácter
urgente de estos trámites migratorios. Además, no se piensa mucho cuando
uno tiene que gastar por las propias necesidades o…caprichos, a veces.
Un elegante saco prestado y algunos retoques estéticos subieron un poco
mi autoestima.
Aproveché ese espacio de dos horas para comprar la prensa y leerla
mientras saboreaba una taza de café.
Luego, caminé algunas cuadras. Una señora, pobremente vestida, me pidió
alguna moneda…eso creí yo. Sin prestarle atención, seguí de largo…pero
pronto reaccioné…
- Disculpe, señora, ¿me preguntó usted por la hora?
- Sí, me dijo. ¿Qué hora lleva?
- Ah, faltan diez para las diez -, le contesté algo amable y sonriente.
- Gracias, añadió ella. Y, siguió su camino.

Por supuesto, es más fácil dar la hora que desembolsar un quetzal.

 Bendito el Señor, ahora y por siempre.


 El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos
lleve a la Vida Eterna.
 Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en
socorrerme.
 Señor, Roca mía, Redentor mío.
 Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza
está siempre en mi boca.
 Sálvame, Señor, y ten misericordia de mí.
 Bendigamos al Señor, demos gracias a nuestro
Dios.
 Sáname, Señor, porque he pecado contra Ti.
 Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación.
 Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

20
La basura en su lugar

Un día lluvioso. Me envolví en el impermeable y monté la bicicleta.


Alguien desde su cómodo auto particular me lanzó basura mientras yo
pedaleaba fatigosamente. Levanté la mirada y vi que el auto desaparecía
velozmente bajo la neblina.

Abuso de autoridad

Ya llevaba yo un buen recorrido de pedaleo en la bici, cuando un buen


señor me llamó desde el corredor de su casa para ofrecerme una mano de
bananos maduros.
Dejé mi vehículo a la orilla de la calle y subí algunas gradas. Cosa de
dos minutos. Le agradecí su bondad y bajé para retomar mi viaje.
Con gran asombro me doy cuenta que la bicicleta estaba en el suelo y
torcida una de sus ruedas.
¿Qué había pasado?
Sin lugar a dudas, un camión se salió un poco de su carril y había
embestido mi pobre, débil e indefensa bicicleta.
Afortunadamente, estaba sin su piloto, cuando ocurrió el percance.
No estaría contando el cuento.

21
Robo de la bicicleta

Vi una iglesia abierta y quise hacer una visita a Jesús Sacramentado.


Entré con mi bici al templo y la dejé atrás.
Un poco de movimiento de personas que se entretenían devotamente
con alguna sagrada imagen.
Yo…a lo que vine.
Un ojo puesto en el Santísimo y otro en la bici. Hay tantas tristes
experiencias de robos, incluso dentro de los lugares sagrados.
Para concentrarme mejor, cerré mis ojos por un momento. Cuando los
abrí, miré hacia atrás y…¡qué suerte la mía! La bicicleta había
desaparecido.
Ciertamente allí adentro estaba el “buen” ladrón que aprovechándose
de la ocasión, se levantó sobre sus hombros quizá lo que tan
fervorosamente le había pedido a su santo favorito.

 Por tu dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y


del mundo entero.
 Por tu cruz y resurrección, nos has salvado, Señor.
 Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre
omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo
honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.
 Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el Cielo. Bendito el que viene en nombre
del Señor. Hosanna en el Cielo.
 Que todos seamos una sola familia para gloria tuya.
 A ti gloria y alabanza por los siglos.
 Cristo, Hijo de Dios Vivo, ten piedad de mí que soy un
pecador.
 Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
 Todos unidos en un solo cuerpo en Cristo Jesús.
 Que todos los pueblos te alaben, te sirvan, te amen,
Señor; que vivan en paz, justicia y amor.

22
Así se prepara el café

El P. Alfonso, misionero en Alta Verapaz, me explicó muy


atentamente el uso del Cofee Maker. Yo observaba sus movimientos.
Echó suficiente agua y conectó el cable del aparato a la fuente de
energía.

“Y…ahora?” - le pregunté.
“Pues…sólo esperar - me contestó muy seguro de sí -,
ya va a empezar a caer el café en el recipiente de vidrio”.
“¿Cómo? –le dije. ¿dónde está el café?”
“¡Ahhh…hombre! Si no le hemos echado el café en polvo!

 Cantaré al Señor un cántico nuevo.


 Que la llena de gracia, interceda por nosotros.
 Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la viven cada día.
 Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de
nosotros y danos tu paz.
 Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú eres el
orgullo de nuestra raza.
 Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
 Ven, Señor Jesús y sálvanos.
 Cristo y María en la cumbre de mis alegrías.
 Cómo te pagaré, Señor, todo el bien que me has hecho.
 Sólo tú Señor, tienes palabras de vida eterna.

23
Anteojos oscuros

Era medio día. Con el sol, mis lentes se ponen oscuros. Había
terminado la jornada matutina de clases en la escuela. La hora de
almuerzo había llegado. Cerré el portón y observé con atención a una
mamá ciega con su bebé en brazos que estaba por cruzar una calle y
que pedía ayuda.
Con un gesto de generosidad, me ofrecí a acompañarla.
Al llegar a la otra acera de la calle, me despedí; pero ella me rogó
que la guiara hasta más adelante para tomar el bus que la conduciría a
su destino. Acepté.
Ella, cieguita, con su bebé en brazos y yo, con mis oscuros anteojos.
¿Quién hubiera puesto en duda que yo formaba parte de la familia?
En efecto, un borrachito que miraba desde cierta distancia, tuvo la
amabilidad de correr hacia donde nos encontrábamos y ponerse al
frente como buen guía, diciéndonos:
- “Sigan recto…sigan recto”-, mientras él se tambaleaba para allá y
para acá. Todavía se acercó a la madre y le acomodó mejor su hijo,
supliendo de esa manera la incapacidad del supuesto padre para
hacerlo.

Dejé a la señora en la parada de buses y llegué por fin al comedor


salesiano. Conté lo acaecido y durante algunos días, me repetían la
frase del borrachito: “sigan recto…sigan recto”.

 Gozo con tu salvación, Señor.


 Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu
heredad.
 Renuévame por dentro, mi Señor.
 Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo.
 Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza.
 El Señor me libró porque me amaba.
 Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu
alabanza.
 Tu Luz, Señor, nos hace ver la luz.
 Aclamen a Dios con gritos de júbilo.
 Alaben al Señor, todas las naciones,
 Aclámenlo todos los pueblos.
 Firme es su misericordia con
nosotros,
 su fidelidad dura por siempre.

24
Cachorro bajo las ruedas

Ya entrada la noche, entró el P. Mario en su carro y dejó tendido en el


suelo a un cachorrito que se revolcaba de dolor y…al instante se quedó
quieto.
Estaba lloviznando.
Como la escena ocurrió frente a mi cuarto donde yo ya descansaba, me
enteré con lujo de detalles de lo que les estoy narrando.
El padre estacionó en la cochera su vehículo y se acercó al lugar del
accidente. Esperó unos momentos y el perrito no reaccionaba. Lo dejó allí,
se dio media vuelta y entró a su cuarto, junto al mío. Instantes
después…roncaba.
Afuera, seguía lloviznando.
Puse atención y capté unos lastimeros aullidos que daba el animalito. No
estaba muerto.
Abrí mejor la celosía de vidrio para poder observar al moribundo. La
noche era espesa. No se veía pero sí se oían sus débiles rugidos.
¿Qué hacer?... Pues esperar a que muriera. Probablemente estaba
bañado en sangre.
Pasaban los minutos entre largos silencios…y volvía nuevamente el
animal a quejarse.
Ciertamente no me venía el sueño.
De repente oigo que se abre la puerta de otra habitación.
Es el padre Alfonso. También él se enteró de lo sucedido. Se habrá
puesto una capa y salió en dirección al lugar de los hechos.
Yo observaba atentamente, sin dejarme sentir para no estropear el acto
de bondad que estaba por ocurrir.
Llamó al perro varias veces; pero éste no se movió. Lo volvió a
llamar… nada. Se dio media vuelta y regresó a su cuarto. Para eso están
los trabajadores…Pablo, Kaliche…ellos le darán sepultura al día siguiente.
Nuevamente oí quejarse al perrito…entonces sí me decidí. Si ha de
morir, que sea dignamente. Lo llevaré a su perrera para protegerlo de la
lluvia.
Me puse una capa, tomé un viejo abrigo y llegué a donde estaba. Vi sus
ojos brillantes. Lo envolví con cuidado en el abrigo para no quebrarle la
única costilla que le hubiera quedado entera. Lo transporté a su perrera.
Allí pasó esa larga noche.
A la mañana siguiente, uno de los trabajadores me informó que el
animalito seguía vivo. Le hizo tragar una pastilla para aliviar su dolor,

25
una especie de analgésico bastante eficaz. Después le dio otra y el animal,
aunque quebrado y arrastrándose, logró sobrevivir.
Una señora viuda, sola y sin compañía, al enterarse del asunto, pidió
que le regalaran el perro.
-“Después de todo, un perro inválido no nos sería de mucha utilidad.”-,
alguien comentó, recibiendo la general aprobación.

Pero…también el animalito tenía alguna razón para seguir viviendo.

26
Una trampa mortal

Llegué un poco tarde a la hora de la cena. Encontré a mis hermanos


salesianos apenados por la triste suerte de un “comemaiz”. Estas
pequeñas aves nos deleitan cada madrugada con sus dulces y
melodiosos cantos. Con frecuencia se les ve acompañados de su pareja,
en búsqueda de alimento.

Uno de ellos, atraído fuertemente por el olor seductor de cierto


comestible, había caído en una trampa para cazar ratones.
Debido a la invasión de esos roedores por diferentes lugares de la casa,
especialmente la bodega, la cocina y el comedor, se mandó colocar
varias láminas de un papel pegajoso que contenían una sustancia
venenosa envuelta en una miel apetecible.
Junto al refrigerador se colocó una de ellas. A media tarde, entró un
“comemaiz” recogiendo aquí y allá las migajas de pan esparcidas por el
suelo. Se fue acercando al sabroso manjar entre pequeños brincos y
picoteos, ignorando el inminente peligro.

De pronto sus patitas se inmovilizaron. Movió sus alas para liberarse,


pero éstas también quedaron atrapadas en la pegajosa miel. Entre más
revoloteos daba, más quedaba aprisionado.

Ahora comprendo porqué el ambiente de la cena estaba algo sombrío,


apagado y casi silencioso. No era para menos. Los salesianos comían,
mientras que muy cerca de ellos, una inocente ave… agonizaba. Había
caído en una trampa mortal.

- “¡Yo lo voy a liberar de esa trampa!, -les dije con optimismo y


seguridad. Primero cenaré y luego… ya verán”.

Observé los grandes esfuerzos que el animalito hacía… pero…


inútil…el ocaso de su vida se iba acercando.

Terminé mi faena. Ahora… manos a la obra. Me levanto, recojo del


suelo aquel cartón asesino y, con la avecilla pegada al mismo, me dirijo
a mi habitación que se hallaba en el tercer piso. Ésta se convirtió en
sala de operaciones.

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Pongo el animalito debajo del grifo del lavamanos para que las gotas
calientes fueran poco a poco eliminando el efecto de la sustancia
pegajosa. Tomé unas tijeras y recorté alrededor del pajarillo que ya
tenía su ojo izquierdo bien adherido al papel. Arrasé con sus plumas.
Soltó primero una pata, luego el ala… después la otra… y… al final
quedó totalmente libre.
Le di de beber. Le conseguí un poco de pan y le fabriqué un nido en el
jardín… a mi manera. Me sentía todo un buen samaritano de la
ecología.

Al día siguiente, me levanto y observo el nido improvisado… no estaba


allí. ¿Qué le habrá pasado? Pensé lo peor. De repente, lo veo cruzar a
gran velocidad por en medio del jardín; más parecía ratón que ave… el
pobre tenía muy pocas plumas. Pero, allí estaba: sano y salvo. Al no
poder volar, creo yo, se estaba entrenando en correr para librarse de
cualquier posible enemigo.
Pasaron varios días y el “comemaiz” ya se había habituado a ese nuevo
estilo de vida. Desafortunadamente, no tenía su mejor defensa: las
alas. Algunas cuantas plumas le habían brotado de nuevo para
protegerse un poco del frío.
Un nefasto día, no amaneció. En un rincón del jardín encontramos
las poquitas plumas cubiertas de hormigas. La rata lo había devorado.
Comuniqué la triste noticia a los hermanos: el pajarito acabó su
accidentada vida en la “panza” de una rata.

 Jesús, yo confío en Ti.


 El Señor ha estado grande con nosotros y estamos
alegres.
 Por tu sangre, Cristo Jesús, hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados.
 Por la mañana, sácianos de tu misericordia y toda
nuestra vida será alegría y júbilo.
 Todo tuyo, María.
 Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
 En vida y en muerte somos del Seños.
 Tu misericordia, Señor, es mi gozo y mi alegría.
 Por tu misericordia, Señor, dales el descanso eterno.
 Señor, tu ternura y tu misericordia son eternas. No
abandones la obra de tus manos.

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Un ratoncito duro de matar

La comunidad salesiana de Chibajché goza de un ambiente natural


envidiable. Todo un hotel de montaña y a precio muy cómodo para quienes
desean disfrutar de la belleza de la flora y de la fauna, mientras realizan sus
actividades empresariales. Cuando se trata de reuniones pastorales, charlas
de formación y encuentros de renovación espiritual, los beneficios son
mayores y al mínimo costo. La alimentación es exquisita, las habitaciones
confortables y los locales adecuados para desarrollar las actividades
programadas. Un ambiente de paz y tranquilidad que invita
espontáneamente a la meditación y a la oración. La capilla es acogedora.
Ningún ruido molesta, ni siquiera el cacareo de las gallinas ni los cantos de los
gallos que más bien se unen a la alabanza de toda la creación.

Pero… un diminuto ratón viene desde hace algunas noches causando


estragos en la despensa y en el comedor.

Alguien obsequió a la comunidad un gato, no sé a qué precio. Creímos que


era la solución al problema. Ese gato más bien se parece a un “señorito” de
palacio que sólo sabe comer, dormir, jugar… menos trabajar. La comida hay
que llevársela a la boca porque él no se molesta en conseguirla. Claro, lo tiene
todo. Al gato hay que encerrarlo durante la noche en una habitación sólo
para él, para que no caiga en las mandíbulas de los perros como ocurrió con
todos los gatos anteriores.

Mientras tanto, el ratón sigue dejando su huella en todas aquellas comidas


que quedan mal puestas.

Nuestro administrador, pensando en el bienestar y en la salud de los


hermanos, compró dos ratoneras tipo jaula. El ratón atraído por el olor del
bocado de comida se acerca y queda atrapado dentro, sin sufrir daño.
Curiosamente, cada mañana, al ir a constatar la caída del ratón,
encontramos no sólo la ratonera vacía, sino también el bocado de alimento
colocado como carnada, también desaparecido. Así ocurrió durante un
tiempo.
Hubo necesidad de comprar tres ratoneras más caras, de un material más
fuerte y resistente. Una experiencia tan dolorosa para el ratón que nunca
olvidará. Si éste tocaba el pedazo de queso, una terrible guillotina lo partía

29
en dos. Con intenciones diabólicas nos fuimos a dormir, esperando celebrar
una mañana victoriosa.

No fue así. Increíblemente, la comida había desaparecido y la guillotina


seguía en pie sin activarse. Ese ratón se estaba burlando de nosotros.
Pasaron varios días y las trampas seguían inútiles. Más bien parece que
estábamos alimentando a nuestra linda mascota. El ratón llegaba a buscar el
alimento que los padrecitos, como fieles imitadores de San Martín de Porres,
le ofrecían cada noche.

Un inmenso y pesado mueble que cubre toda la longitud del comedor es el


sitio y la fortaleza del ratón. Allí se esconde. Desde allí hace sus operaciones.
Ni los padres pueden mover tan pesado artefacto; tampoco hay espacio
suficiente para que el gato pueda introducirse detrás de ese mueble.

Al final se tomó la decisión más costosa. Partir el inmenso mueble, pesado,


en tres partes. Así resultaría más fácil mover los armarios y dar con el ratón.
Se contrató al mismo carpintero constructor del mueble. Trajo su ayudante
y, en pocos días, partieron el mueble en tres partes.
Hubiéramos querido ver al ratón también partido en tres partes. Bueno, el
ratón cuando vio la cosa en serio, emprendió su huida.
Ahora el comedor se ve más hermoso y mejor distribuido. Chibajché
sigue gozando de la belleza natural y de la tranquilidad. Nada nos roba la
paz… ni siquiera un insignificante ratón. ¿No lo crees?

30
Oración del perro

Ésta es la oración del perro, nos decía mi mamá: “Concédeme, Señor,


puertas abiertas, gente descuidada y cosas mal puestas”.

Para esta navidad le regalaron al P. Mario un pavo para celebrar en


familia. Era de noche. La puerta había quedado abierta y, en el suelo,
dentro de una caja de cartón, reposaba el chunto.
Los dos perros entraron a la cocina y, desbaratando la caja, hicieron su
propia fiesta.
La puerta se cerró por el viento y los animales quedaron encerrados
saboreando la fresca carne.
Era la una de la mañana, aproximadamente, cuando me despertó el
ruido violento contra una puerta. La prudencia me hizo esperar por el
temor a un posible ladrón.
Los golpes continuaban. Me levanté y sigilosamente me dirigí al lugar
de donde procedía el espantoso ruido. Abro la puerta del comedor y me
topo con el perro que, a duras penas, intentaba salir. Lo dejé escapar. El
segundo perro quería salir por otra puerta, y también le abrí para que
saliera.
Con horror observo el desorden y la suciedad que los animales habían
dejado. Había plumas de pavo regadas por todas partes y, en el centro del
salón, los últimos huesos que habían quedado.
Claro está, una vez más, se había comprobado la eficacia de la oración
del perro, mientras se den ciertas condiciones.

 Bendito el Señor, ahora y por siempre.


 El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y
nos lleve a la Vida Eterna.
 Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en
socorrerme.
 Señor, Roca mía, Redentor mío.
 Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza
está siempre en mi boca.
 Sálvame, Señor, y ten misericordia de mí.
 Bendigamos al Señor, demos gracias a nuestro
Dios.
 Sáname, Señor, porque he pecado contra Ti.
 Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación.
 Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

31
La piscina de natación

Me levanté temprano. Aún no había amanecido y las estrellas


brillaban en el cielo despejado. La piscina estaba quieta. No había
movimiento. Sólo oscuridad y tranquilidad.
Como de costumbre, me puse la ropa de baño y en sandalias me
dirigí hacia la piscina del colegio salesiano.
Subí las gradas del trampolín. Disfruto en grande cada vez que me
lanzo desde lo alto hasta sumergirme en lo profundo de las aguas.
Corro sobre la tabla y doy el salto con la intrepidez y emoción de
siempre. La tabla queda vibrando. Siento el frío sobre mi piel y el aire
que me envuelve. No necesito paracaídas porque las aguas me reciben.

Voy hacia abajo… más abajo… más abajo… aún no toco el agua…
más abajo… y… ¡terrible sorpresa! Demasiado tarde me doy cuenta
que la piscina estaba vacía.

El día anterior la habían limpiado.

Antes de estrellarme contra el pavimento… me desperté del sueño.

32
Un robo frustrado

Viajé en tres durante siete horas. Llegué cansado a la estación. Como ya la


media noche había pasado, decidí utilizar una banca para dormir; así lo
hicieron otros pasajeros “aventureros”.
Buscar un hotel a esas horas y gastar mucho dinero por el poco tiempo que
restaba para el amanecer, era un lujo que no podía permitirme – pensé.

La idea de convertir en dormitorio el local, no fue del agrado del jefe de


mantenimiento del edificio. Con un escoba fue echando fuera uno por uno.
Al momento estábamos en el jardín exterior, a la intemperie.

No quedó más remedio que hacer uso de la alfombra natural que tiene por
techo el cielo despejado. Un hotel de más de cinco estrellas. Cada quien
buscó su nido donde acomodarse. Me instalé bajo un arbusto. El maletín de
cuero, donde llevaba mis pertenencias, me sirvió de almohada.
No me quité los anteojos por precaución; tampoco los zapatos.
Reposar mi cabeza y empezar a roncar fue cosa de unos instantes.

Al poco rato de haberme dormido, un ladrón de gran tamaño, se acostó a la


par mía para trabajar cómodamente. Con mucho cuidado, me quitó los
anteojos. En lo profundo de mi sueño, apenas lo sentí; pero seguí durmiendo.
En seguida, corrió el zipper del maletín que me servía de cabecera y fue
sacando, despacio, mis objetos personales: un libro, una pequeña grabadora
“sony”, los cassettes… éstos hicieron ruido y me desperté. Abro mis ojos y
veo junto a mí aquel grandulón que me robaba. Mi reacción fue rápida y
decidida:
- “¡Déme eso!”
Al verme muy enojado, empezó a devolverme cada cosa…
- “y… también esto…” -, me decía.
Cuando recuperé todo, él se levantó y se fue “con las manos vacías”.
Eso creía yo. Palpé mi cara. Mis anteojos habían desaparecido.
Temerariamente, intenté darle alcance para recuperar hasta lo último.
Fue inútil. El individuo ya se había ocultado entre las sombras.

Lamenté verdaderamente el robo de mis anteojos. Es que ya formaban


parte de mi personalidad. Me sentía inseguro e incómodo caminar sin
ellos. Hubiera preferido perder otras cosas menos útiles.
El ladrón no abrió la bolsa más pequeña del maletín: allí llevaba el
dinero y el boleto aéreo… ¡qué alivio!

33
El lapicero extraviado
Tengo dos amigos que no me abandonan durante mis horas de estudio: el
diccionario y un lapicero de punta fina.
Desafortunadamente, mientras escribía unos mensajes que dictaba un
conferencista en un amplio salón, el repuesto inferior del lapicero se aflojó y
cayó en el oscuro pavimento, que resultó imposible su búsqueda.
Lamenté la pérdida. Intenté escribir, pero la letra ya no era correcta.
Faltaba la base que le da firmeza y belleza a la escritura.
Pensé: “voy a comprar otro lapicero de la misma marca…así, cuando se
acabe su tinta, entonces aprovecharé el repuesto que necesito para éste”.
En efecto, todos los días, con el nuevo lapicero, llenaba páginas y páginas
copiando textos bíblicos en q’eqchi’ (uno de los principales idiomas mayas).
Lógicamente, la tinta se iba acabando poco a poco y me alegraba al pensar
que pronto devolvería su repuesto a mi antiguo lapicero.
Ayer, cuando sólo faltaban unos milímetros de tinta, mientras viajaba en
mi vieja bicicleta, no sé cuándo ni dónde, el lapicero rodó por el suelo.
Triste fue mi sorpresa cuando no lo encontré en la bolsa de mi chaqueta.
Eran las siete de la noche. Esperaré a mañana temprano para buscarlo.
Al día siguiente, madrugué e hice una hora de camino, mirando
cuidadosamente el suelo. Nada. Volví a pasar una y otra vez. El mismo
resultado. “Tal vez lo dejé en la casa que bendije ayer a las seis de la tarde” –
pensé. Hoy pregunté a la señora si en el sillón donde había puesto mi
chaqueta había quedado el lapicero. Ella revisó y no encontró nada. Seguí
caminando sin perder la esperanza. Me parecía verlo tirado a la orilla del
camino.
Pasó el P. Antonio y me recogió en su carro. Le conté mi preocupación.
Luego, pregunté en varios locales donde se vende toda clase de lapiceros y
artículos escolares, si vendían repuestos. Sólo de una marca que no era la
mía. Bueno, me resigné.
¿Y qué tenía ese lapicero de especial que tanto valor le daba y tanta pena y
congoja me proporcionaba?
Además, sólo cuestan seis quetzales.
La razón principal la sabe su dueño. Todo tiene un valor relativo.
Para muchos resultará ridícula e irrisoria esta historia.
Cada quien lucha y se afana, llora y goza por aquello que tanto significa y
es capaz de quitarle el sueño y hacerle caminar kilómetros y kilómetros,
aunque al final pruebe el sabor de la desilusión y de la derrota.
Ahora me toca a mí encontrar el lado positivo de esta experiencia vivida.
¿Y…cuando se pierde una ovejita del rebaño de Jesús???????
¿Y…qué precio pagó por ella?....?

34
“Dame una manita, Señor”

Me encontraba en Roma realizando un curso de salesianidad. También mis


papás, después de visitar Tierra Santa, estaban de paso por algunos lugares
turísticos de Italia.
Ya mi papá me había informado con anterioridad, en una carta, que el
domingo siguiente estarían visitando con el resto de peregrinos ticos la famosa
Torre inclinada de Pisa. Yo les había expresado mi deseo de encontrarme con
ellos, pero sin darles ninguna seguridad. Mi mamá, sí lo tomó en serio.
Tratándose de un día libre, decidí arriesgarme a la aventura. Llegué a
la estación de trenes y compré el boleto. Ya estaba en movimiento mi tren y
corrí para alcanzarlo. Un pasajero desde adentro abrió la puerta y de un tirón
me metió.
Después de algunas horas llegué a la ciudad de Pisa y preguntando a quien
podía me orienté hacia la gran Plaza donde está la torre.
Una idea fija me movía: encontrarme con mis papás.
Palpitando de emoción inicié la búsqueda. Era un mar de gente venida de
muchas partes del mundo.
Caminaba…miraba para todos lados…levantaba la vista hacia la torre que
estaba en reconstrucción…seguía caminando…y un sentimiento de desilusión
y tristeza se apoderó de mí.
“¡Cómo encontrarlos entre tanta gente!”- pensaba.

El corazón, no tanto la razón, me había traído a ese lugar.


Miles de rostros…pero ninguno llamó mi atención. Recorrí la Plaza con
mirada atenta y nerviosa…nada. Las horas pasaban. La ilusión y la
esperanza del principio ya se habían esfumado. Bueno…no del todo. Mis
pensamientos daban vueltas. Quizá ya pasaron o tal vez no han venido. A lo
mejor… andan cerca…

35
Me dolía la cabeza y el cuello de tanto girarlo. El calor del medio día y el
cansancio tanto físico como emocional me hicieron pensar en el viaje de
regreso…sin éxito.

- “Voy a dar una última vuelta a la gran Plaza – me dije. Si al volver a este
mismo punto donde estoy parado no los encuentro, entonces buscaré la
calle y la estación de trenes para mi regreso a Roma”.
Así lo hice. Mis pasos eran lentos, tranquilos y de larga duración. Se
trataba de la última oportunidad.
Recorrí paso a paso aquella Plaza con mi mirada puesta en tantos rostros
y acompañado de una oración, muy pequeña pero intensa: “Señor, dame una
manita”.
Caminé…caminé…la esperanza de verlos y abrazarlos aún estaba
encendida…

Con tristeza vi que había llegado al mismo punto de partida. Todo fue
inútil. Esto ha sido una locura. Abandoné la Plaza y me despedí con una
mirada afligida de la famosa torre que sólo en foto conocía, y me dirigí a las
calles que conducen a la estación de trenes. Centenares de calles y avenidas
cubiertas sus aceras de puestos de venta para los turistas.

No sé qué me llevó a una calle…habiendo tantas otras que conducen a la


estación.
Triste, agotado, desilusionado…De pronto, a cierta distancia los vi a ellos,
sí, a mis papás que venían en sentido contrario al mío. Me froté los ojos.
- “¿estaré soñando?”
Ella avanzaba despacio, con la cabeza agachada, debido a una gripe que
había contraído…y, más aún, por la pena de no haber encontrado al hijo por
ninguna parte.
Desde que el grupo entró a Roma, no había dejado de buscarme. Creía
verme, emocionada, en cada padrecito de baja estatura y con signos clericales,
que topaba por el camino o divisaba a lo lejos.
Ahora caminaba lentamente, pensando que sólo dos horas restaban para
salir de Italia y dirigirse hacia Francia.
Los miembros del grupo peregrino estaban mortificados al contemplarla a
ella.
Yo me le acerqué y, sin decirle una palabra, la estreché a mi pecho. De
inmediato levantó su mirada y…ya puede usted imaginar el júbilo que se
desató espontáneamente en ella, en mi papá que venía algo distraído y en el
resto del grupo que se acercó sin poder creer lo que estaba sucediendo.

36
Pasé los mejores momentos de mi vida con ellos; no en cantidad pero sí en
intensidad. Lo que menos disfrutamos fue el lugar histórico en que nos
hallábamos.

-“Padre José, -me decía el guía-, ésto es un milagro”.


Yo me acordé de mi pequeña oración: “Señor, dame una manita”.

 Enséñame, Señor, tus caminos.


 Espero gozar de la dicha del Señor en el
País de la Vida.
 Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas
tu rostro.
 Ilumina, Señor, a los que viven en tinieblas
y en sombras de muerte.
 Ábreme, Señor, los ojos y contemplaré las
maravillas de tu voluntad.
 Aclama al Señor, tierra entera; sirvan al
Señor con alegría.
 El Señor ha visitado y redimido a su
pueblo.
 Aparta de mi pecado tu vista, Señor; borra
en mí toda culpa.
 Del Señor es la tierra y cuanto la llena; el
orbe y todos sus habitantes.
 Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él es mi
salvación.

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El Puerto San José

Caminando sobre la playa, iba dejando atrás las huellas de mis pies sobre
la arena. Observé la prudencia de los cangrejos. Se mantienen cerca de su
escondite por si aparece algún ser humano u otra clase de depredadores.
Rápidamente se ocultan para defenderse. Lecciones de la naturaleza.
La misma bravura del mar con sus gigantescas olas que arrebatan la vida
aún del más experto nadador, no dejó de causarme terror.
El mar es traicionero, -pensé. O…más bien, - rectifiqué al momento-,
somos nosotros los imprudentes. Entonces me uní al grupo de jóvenes que
disfrutaban del baño matutino.
Las olas me arrullaban y mecían como hace una madre con su niño en la
cuna. Los suaves rayos de sol acariciaban mi rostro. Movidos por el hambre,
los jóvenes se retiraron rumbo a la cabaña para su desayuno.
Quedé solo, en compañía de las aves marinas que se lanzaban en picada
para conseguir su alimento.
Después de un rato, decidí unirme al grupo.
Nadé hacia la orilla; pero alguna fuerza me impidió avanzar.
Intenté otra vez y las olas me devolvían a mi posición original.
Una corriente de agua se había formado y me impedía el paso. Al no tener
dónde asegurar mis pies, empecé a cansarme.
La paz y serenidad del principio habían desaparecido.
Grité con todas mis fuerzas a los muchachos…inútil…la música en el
rancho y el estruendo de las olas apagaban mi voz.
Ahora mi súplica se dirigía al Cielo. “Dios mío, ayúdame….María
Auxiliadora….Don Bosco…”
La angustia y la desesperación se habían apoderado de mí. Las olas me
envolvían, queriéndome ahogar. Con mucho esfuerzo sacaba mi cabeza para
lograr respirar. El agotamiento crecía y también mis ruegos que pronto se
tornaron en gritos.
Me mantuve a flote un breve instante para descansar.
Me aferré a una ola que venía, tratando de aprovechar su fuerza y
dirección hacia la tan ansiada playa. Pero…nuevamente de regreso.
Me sentí juguete de las olas. Supliqué a Dios que terminara pronto esa
tribulación en que me hallaba…aunque el desenlace fuera fatal…no
importaba.
Mañana, -pensé-, se conocerá la noticia. Nunca pensé morir de una
manera estúpida. Es ridículo. Hubiera querido morir por algo que valiera la
pena.

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Vi venir otra ola y aproveché también su fuerza…ésta vez, tuve algo de
éxito porque logré tocar con los dedos de mi pie derecho la arena de la
playa…aunque fui alejado, una vez más, de tierra firme.
Estoy cerca, - me dije a mí mismo. Invoqué desde lo profundo de mi alma
al santo patrono del puerto: San José; y esperé una última oportunidad de
salvación.
Una ola gigante se quebró a lo lejos y se unió a mis débiles fuerzas que, ésta
vez sí, me llevó a feliz término.
Logré ponerme de pie sobre la arena de la playa, aunque sentí el cosquilleo
de la arena que tocaba las plantas de mis pies para volcarme una vez
más…pero, no fue así.
Di un paso…y otro…y otro…y…me dejé caer totalmente extenuado. Me
dolía mucho la cabeza. Ni un sólo dedo podía mover debido al agotamiento.
Reposé un rato. Con un poco de resistencia, avancé hacia el rancho en busca
de ayuda. Quienes me divisaron corrieron y me transportaron en brazos. Fui
conducido a un cuarto y terminé la mañana en un absoluto reposo.

Al atardecer, todo fue diferente. Parecía haber nacido de nuevo. Caminé


despacio por el pueblo…una extraña y agradable sensación de haber
aprendido, de manera violenta, una de las mejores lecciones que da la vida:
Poder distinguir lo que es esencial de lo secundario.

Ahora… tengo en mis manos una nueva oportunidad de vida. ¿Qué me espera
para más adelante…?

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Documentos extraviados

Recibí un sabio consejo de un amigo: “ Cuando viajes, lleva lo


necesario e indispensable. Evita la carga inútil. No pierdas las tres “P”:
Plata, pasaje y pasaporte”.

Hace un año me tocó viajar al viejo continente. Se trata de aprovechar un


curso de formación permanente para mi propia renovación espiritual,
sacerdotal y pastoral.

Después de un largo viaje en tren, llegué a la estación de Alicante, España.


El nerviosismo me acompañaba ante ese mundo desconocido. Busqué
enseguida la parada de los buses que me guiarían a mi destino.
Guardé entonces en mi bolsillo cinco euros para pagar la tarifa del bus.
Averigüé el horario de salida. Confiadamente, esperé sentado, contemplando
una fuente de agua de un parque de la ciudad.
Llegado el momento, me levanté de prisa y olvidé en el banco de piedra
precisamente las famosas tres “p” que tenía guardadas en un estuche de
cuero: la plata, el pasaje y el pasaporte.
Con mis dos maletas de mano subí al autobús e, ignorando lo que había
dejado olvidado, disfruté del maravilloso paisaje y de la brisa procedente del
mar mediterráneo. Llegué a la casa de retiro con la ayuda del chofer que
conocía bien esa ruta. El padre Ismael, encargado del curso, me recibió
amablemente:
- ¿Eres el padre José María Seas?
- Sí, señor.
- Bienvenido. ¿Qué tal de viaje?
- Muy bien.
- ¿No has perdido nada?
- Nada… eso espero.
- Vamos a ver… enséñame tus documentos personales.

Me corrió un escalofrío por los huesos. Busco en las maletas. El


sobre que contenía el pasaporte, el pasaje y los dos mil dólares… no
estaba… lo había perdido…

- Tranquilo, me dijo. Todo ha sido devuelto. ¿A qué santo te has


encomendado? Antes que llegaras, llamaron de la otra casa salesiana
informando que tres jóvenes, elegantemente vestidos, se presentaron a

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la puerta y entregaron el sobre a toda prisa para no perder el tren.
Dentro de poco, lo tendrás nuevamente en tus manos.

Ese “poco” de tiempo, se me hizo una eternidad.


- ¿Cómo es posible? ¿Lo perdí todo? ¿Dónde? ¿En qué momento?... y
muchas preguntas se me amontonaron en la cabeza sin darme
explicación.

Creyendo que el estuche lo había extraviado en la estación de Atocha


mientras llenaba algún formulario, caminé nerviosamente por el paseo
junto al mar; desgranando pensamientos y mezclándolos con oraciones
de gratitud al Señor por la buena noticia.

Cuando me fue entregado el sobre, lo revisé y constaté que todo estaba


allí. No me habían robado nada. Corrí a la capilla a bendecir y
agradecer al Señor por lo sucedido… a pesar de mi reprochable
distracción.

Junto a mis pertenencias devueltas, venían además los tres correos


electrónicos de mis bienhechores. Eran Argentinos que se encontraban
en España para una exposición de maquinaria agrícola: Juan Pablo
Rodríguez, Santiago Dadomo y Claudio Gonzàlez.

Al día siguiente, les envié mi carta de gratitud eterna con fecha: 26 de


septiembre del 2004. Además de exaltar los valores de la honradez y de
la bondad, les expresé mis mejores sentimientos de gratitud y gozo,
augurándoles las bendiciones del Señor para ellos y sus familias.

Ésta fue su respuesta:

Estimado padre:
¡Qué bueno hayamos podido hacer un contacto. Me pone muy
contento.

Indudablemente padre, aquí estuvo la mano de Dios, y esto reafirma mi


pensamiento de que existe mucha gente honesta, ya que todo llegó a
buen puerto. Nosotros estábamos en la ciudad de Alicante conociendo,
ya que veníamos de un congreso de la ciudad de Albacete; soy Ingeniero
Agrónomo y trabajo para una empresa Argentina la cual se dedica a la
producción de máquinas agrícolas.

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Le cuento que su carta de agradecimiento, fue enviada por cadena de
mail a todo el personal de la empresa y colocada en el ingreso de la
empresa en un cuadro, como ejemplo de cómo uno debe obrar en la
vida. Así lo dispuso el dueño y presidente de la misma, lo que me llena
de orgullo, de que todo haya salido bien.

Querido padre, me despido con un fuerte abrazo y sigamos, sin


conocernos personalmente, este lindo vínculo que nos ha unido. Ojalá
algún día podamos conocernos en persona.

Tu amigo desde Argentina,


Juan Pablo Rodríguez.

También Santiago Dadomo me escribió:

Padre, recibí su mail y me agrada saber que haya recuperado todas sus
pertenencias. Me alegra mucho haberlo ayudado al igual que mis
amigos. Toda la empresa en la que trabajamos nos felicitaron y la
verdad es que lo hicimos de corazón y espero que la gente se dé cuenta
que no todos los Argentinos somos deshonestos; que mucha gente
trabajadora trata de ayudar a los demás de cualquier forma, por medio
del trabajo, el esfuerzo, la honestidad.

Desde ya, muchas gracias por su e-mail y saludos para usted y todos sus
seres queridos.

Santiago Dadomo,
Marcos Juárez
(Córdova, Argentina)

Poco tiempo después, recibí el e-mail de Claudio González.

Estimado José María: es un gusto poder comunicarme con usted. Mi


nombre es Claudio Omar González y soy uno de los que encontró el
dinero en una plaza de Alicante.
Lamento mucho la tragedia que ocurrió con su familia y espero puedan
salir adelante.

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Me emocioné mucho con el e-mail que me mandó unas semanas después
de lo ocurrido en España; no le había podido contestar ya que por mi
trabajo viajo mucho al interior del país (soy Ingeniero Agrónomo y
trabajo en el sector agropecuario de un medio gráfico de la Argentina:
Diario Clarín).
Tengo 33 años, estoy casado y tengo una ángel de 7 años que se llama
Camila: nuestra hija tiene parálisis cerebral. Pero, más allá de todo el
sufrimiento, nos enseña día a día. Por eso le agradecería si le pide a
Dios que ampare a mi hija.
Desde ya es un gusto poder comunicarme con usted y espero algún día
poder conocerlo porque debe ser una persona maravillosa.

Saludos. Claudio González.

UN CORAZÓN NUEVO

 Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa


compasión borra mi culpa.
 Oh Dios, crea en mí un corazón puro; renuévame por dentro con
espíritu firme.
 El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra.
 Dios hizo el cielo con su poder; hizo la tierra y la mar también.
 Reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra.
 Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre.
 Angel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares ni de
noche ni de día.
 Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, con la Virgen
santísima y el Espíritu Santo.
 Yo sin Jesús voy perdido: ¿dónde estás mi dulce centro?
 Jesús…Jesús…Jesús…Jesús…

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“El Reino de Dios pertenece…”

... a los que son como ellos” (Lc 18,16)

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