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Los ciegos y el elefante

Había una vez un pueblo precioso, situado en la montaña, rodeado de


valles y lugares hermosos. En donde sus habitantes eran muy amables y
trabajadores. Todos los años se celebraba en ese pueblo una fiesta muy
importante. En tal ocasión, llegaba gente de todas partes, pues era un
día de inmensa alegría; había rosquillas, bailes, tiendas para comprar
recuerdos y mucho más.

Un año sucedió algo extraordinario. Cuando la gente estaba comiendo y


descansando en una zona conocida como Vidueiros, apareció un hombre
subido en un enorme elefante.

Una niña, al verlo, empezó a gritar; ¡UN ELEFANTE! ¡UN ELEFANTE!


¡QUÉ GRANDE QUE ES!

El hombre que venía montado en el elefante se llamaba Apu. Era un


chico que trabajaba en el circo domando elefantes, y por casualidad
esos días habían pasado por el pueblo.

Al instante se juntó alrededor del elefante una multitud de personas;


niños y niñas, muchachos y muchachas, señores y señoras, y seis
cieguitos.

Estos ciegos se dijeron:


-Yo no sé cómo es un elefante.
-Yo tampoco sé –dijo otro
-Ni yo –dijo el tercero
-A mí me agradaría saber cómo es un elefante –expresó el cuarto
-Esperaremos a que pase por aquí y podremos tocarlo –indicó un quinto
ciego
-Y lo tocaremos con las manos porque nuestros dedos son nuestros ojos
–comentó el sexto.

Entre tanto, Apu, pasaba con su elefante, separando a la gente que


estaba viéndolo.

-Abran paso, señores, dejen pasar a este gran elefante; no les vaya a
pisar un callo –decía Apu.

Entonces, los ciegos le dijeron:


-Buen hombre, deja a estos pobres ciegos tocar a tu elefante. Queremos
conocerlo.
Esto, a Apu, no le pareció mala idea, ya que el animal era muy mansito,
y permitió que se acercasen uno por uno

El primer ciego tocó el cuerpo del elefante, y opinó:


-Uhm... ya me doy cuenta: el elefante es igual a una pared que no es
muy lisa. Y dando media vuelta, regresó a su lugar.

Se acercó el segundo, y tocó una pata, y dijo:


-No, eso no es cierto. El elefante es igualito a un árbol. Así lo creyó y
volvió a su sitio.

El tercero tocándole un colmillo al elefante, les dijo a los dos primeros:


-¡Mentira y mentira! Mis manos me dicen claramente que el elefante es
muy parecido a una lanza. Y dicho esto, volvió a su lugar.

El cuarto ciego tocó una oreja, y aseguró:


-Ustedes están completamente equivocados. Yo también lo estoy
tocando, y a fe mía el elefante es como un abanico, y mis dedos no me
engañan. Y regresó a su lugar

El quinto tocó la trompa, y expresó:


-Pues a mi no me engaña nadie; estoy seguro de que el elefante es
parecido a una serpiente. Y de esta manera retornó a su sitio

Finalmente, el sexto tocó la cola, y muy convencido les dijo:


-¡Ninguno de ustedes sabe cómo es el elefante! Yo digo que es como
una cuerda que sirve para amarrar bultos. Y regresó a su lugar.

Los seis agitados y contrariados se dicen unos a otros:


-¿Cómo te atreves a insultar de esa manera? Estoy seguro de que es una
pared.
-Les digo que es un árbol.
-¡No! ¡Es una serpiente!
-¡Qué serpiente ni qué nada! ¡Estoy seguro de que es una lanza!
-¡Mentira! Es un abanico.
-¡Falso! ¡Es una cuerda!

En consecuencia, todos muy enojados se lanzaban golpes pero no


siempre atinaban. Se generó una gran confusión y todos hablaban al
mismo tiempo.

Otra te pego, a mí no me contradigas... ¡Toma!... Ay,... pero si yo tengo


la razón... Es una cuerda... ¡Qué no! Es una pared... No, un abanico... No,
un árbol... Yo te digo que es una lanza ¡¡Una lanza!! ¿Quién me pegó?
¡Ay mi espalda!
Apu luchaba por separarlos. Por fortuna que logró esquivar varios
golpes.

¡Calma, calma! –les decía ¡Ya esténse quietos!... Escúchenme... Yo les


explicaré todo.

Se hacía poco a poco silencio. Todos resollaban, se quejaban.

-Ustedes creen tener razón, pero ninguno la tiene ¿Saben por qué?
-¿Por qué? ¿Por qué? –preguntaron los ciegos.

Apu se sube sobre el elefante, y dijo:

Porque cada uno de ustedes tocó una parte del elefante. El que tocó el
cuerpo pensó que era una pared. El que tocó la pierna creyó que era
como un árbol. El que tocó uno de los colmillos se imaginó una lanza. El
que alcanzó a tocar la oreja se figuró un abanico. El que tocó la trompa
se acordó de la serpiente y él que sólo alcanzó a tocar la cola, estaba
seguro de que el elefante era como una cuerda.

-Ahora entiendo porque nos enojamos tanto. Así fue como pasó. –razonó
uno de los ciegos.
-Sí –aseveró Apu. Y se enojaron de tal manera que hasta de palos se
dieron.
-Vaya, nos portamos como tontos –comentó otro.
-En lugar de pensar, nos pusimos tercos.
- . . . Y furiosos –agregó uno
-En vez de tratar de comprendernos…
-Es que todos teníamos un poco de razón.
-Sí, pero ninguno tenía la completa razón –dilucidó otro
-Así es –afirmó Apu. Ya que para conocer la verdad hay que conocer
todas sus partes.
-Te damos las gracias, y también al elefante, por habernos enseñado
que es mejor ponerse de acuerdo y tratar de conocer toda la verdad –le
dijeron todos los ciegos a Apu.
-Seamos amigos de nuevo.
-Conozcamos bien al elefante.

Y así todos se pusieron alrededor del elefante tocándolo, para conocer


bien cada una de sus partes.

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