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Los ltimos cien aos de la evangelizacin en Amrica Latina. Centenario del Concilio Plenario
de Amrica Latina, Simposio histrico (21-25 de Junio de 1999). Actas. Edicin Pontificia
Comisin para Amrica Latina by Vctor M. Ochoa; P. Luis Ferroggiaro
Review by: Alberto Gutirrez
Archivum Historiae Pontificiae, Vol. 38 (2000), pp. 308-310
Published by: GBPress- Gregorian Biblical Press
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23564697 .
Accessed: 14/06/2014 22:45
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P. Luigi Mezzadri C. M.
tosos y hacer frente, corno si fuera un muro, con la comn autoridad y fuerzas, a
toda obra e industria del torrente de iniquidad, corno escribi, en 1888, el arzobi
spo de Santiago de Chile, Mons. Mariano Casanova, cuando sugiri al Papa la
idea del Concilio. Este aspecto, participacin del Papa y de la Curia romana, lo
hacen resaltar varias de las ponencias y comunicaciones.
Los paises latinoamericanos, y en ellos sus Iglesias, habian vivido, en el siglo
XIX, el trnsito de la situacin colonial al establecimiento de una dificil conviven
cia conregimenes independientes, repblicas en Hispanoamrica e Imperio aut
nomo, primero, y, casi a fines de siglo, repblica federai, en el Brasil. En las rep
blicas que antes habian sido colonias de Espafla, los problemas ms graves
surgieron por la traba para la provision de obispos debido al sistema patronal que
hacia depender su eleccin de la voluntad sagrada e ineludible del Rey de Espana.
Los diversos Papas procuraron, en medio de las atenazantes dificultades poli
ticas e ideolgicas la poca, de impiantar un sistema de relacin directa con los
nuevos estados y asi atender a sus necesidades apremiantes sin tener que acudir al
Patronato regio, que la Santa Sede seguia considerando un privilegio y no un de
recho inherente a la Corona y, menos, de los nuevos gobiernos republicanos. El
que tocaban lo esencial de la vida cristiana: el bajo nmero y calidad del clero,
tanto secular corno regular, la muy sensible falta de comunidades femeninas para
la educacin y la asistencia social, la escasa formacin cristiana de los lideres de
las naciones y, por supuesto, del pueblo; la falta de una legislacin cannica actua
lizada y uniforme. Todo lo anterior, y el necesario dialogo con gobiernos y legisla
dores a menudo anticlricales francamente anticatlicos, requera un conoci
miento progresivo de la realidad continental y de los patrones teolgicos trazados