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El trabajo y la fe.

Algunos apuntes para una espiritualidad del trabajo. Por Manuel Lozano.

"Trabajar con amor es construir una casa con cariño, como si vuestro ser amado fuera a habitar en esa casa."
Khalil Gibrán

Para todos los que trabajamos o alguna vez tuvimos un trabajo, mantenerlo es ya todo un reto.
América Latina no es precisamente uno de los lugares de la Tierra en donde el trabajo abunda.
Sabemos de los miles de esfuerzos que nuestros hermanos campesinos realizan para poder sacarle a la
cosecha lo que necesitan para vivir. En las selvas de América, los campesinos aborígenes dialogan con
la madre naturaleza, pero en conflicto con la civilización, que está a veces representada por un Estado
ajeno a sus verdaderas necesidades, y otras, está vestida con la terrible máscara de la violencia del
narcotráfico, luchan para poder llevar a sus hijos fuera de la miseria y la postergación en que viven. En
los Andes, en un clima sacudido por el calentamiento global, nuestros hermanos intentan manejar sus
pocos recursos para poder luchar contra la sequía y las inundaciones. En las costas de América Latina,
un mar fértil y lleno de riquezas, nuestros hermanos pescadores, no tienen más que sobras de lo que
en ingentes cantidades, cosechan de este mar que a manos llenas llevan los grandes barcos factorías.
Y en las grandes ciudades de América Latina, los trabajos más tecnificados y que gozan de beneficios
laborales y sueldos exorbitantes, contrastan dramáticamente con la situación de millones de jóvenes y
adultos, que luchan a diario por conseguir algún ingreso diario que les permita responder a la demanda
de un estómago hambriento –en el mejor de los casos- cuando no es también responder al de una
familia que navega entre la desnutrición y la tuberculosis.

Este panorama no debería desanimarnos, más bien debería invitarnos a pensar lo que significa el
trabajo en nuestras vidas. Creo que éste sería uno de los mejores resultados que pudiera dar a
nuestros lectores el presente artículo, que no es sino una aproximación a este territorio tan lleno de
signos contrarios, donde también hay mucho que hacer y mucho que aportar desde la perspectiva del
compromiso cristiano.

El trabajo como una vocación del ser humano.


La actividad diaria, ese esforzarse, que realiza cualquier ser humano, es el rasgo que caracteriza
nuestra identidad como seres humanos. Lejos de la visión ya superada del trabajo como maldición, el
trabajo es quizás la actividad más importante que hace el ser humano dentro de su existencia. Gracias
al trabajo, tomamos nuestra vida en nuestras manos, crecemos, y nos hacemos reconocidos por
nuestro particular aporte. El trabajo es pues, más una virtud y su realización en la vida es un escalón
importante en la lucha de la verdadera dignidad de la persona.

Desde esa perspectiva, no existe pues trabajo más importante que otro: la madre de familia que se
multiplica en todas las horas del día en una jornada sin término, es tan importante como el
microempresario que se amanece tratando de atender los pedidos de sus clientes. Y el investigador
científico que desarrolla con un gran nivel técnico sus procedimientos es tan importante como el
trabajador de mantenimiento cuyo esfuerzo por tener limpio el laboratorio del investigador, es un
elemento importante para un buen resultado de las pruebas. Las decisiones de un policía en las calles
de una ciudad, son tan importantes como las de un gerente de una corporación, aunque socialmente
esto sea justamente lo contrario.

Ya Juan Pablo II, en la carta encíclica Laborem Exercens, propone revisar el trabajo en dos dimensiones:
una la objetiva, por medio de la cual el trabajo es la actividad por la cual el hombre domina la tierra y
mediante la técnica logra conseguir todo lo que necesita para vivir; y la segunda dimensión la
subjetiva, que enfoca el trabajo como una vocación humana que nos orienta a una “esencia ética”,
pues el trabajo es ante todo “vinculado completa y directamente al hecho de quien lo lleva a cabo es
una persona, un sujeto consciente y libre, es decir un sujeto que decide de sí mismo”, en este
perspectiva todo trabajo debería orientar su finalidad hacia el desarrollo de la persona pues “es cierto
que que el hombre está llamado al trabajo, pero ante todo, el trabajo está “en función del hombre” y
no el hombre “en función del trabajo” (Juan Pablo II, Laborem Exercens, cap 6.)

Un Dios trabajador, una espiritualidad del esfuerzo humano.


Es también desde la fe, que podemos dar muchas razones para vivir intensamente el mundo del
trabajo. Gozamos de una tradición que nos presenta a un Dios laborioso, que trabaja para poder darle a
la humanidad una Creación de la cual pueda satisfacerse, también a través de su propio esfuerzo. Es
por el esfuerzo del trabajo que el hombre desde el Génesis estará llamado a dominar la tierra, y dejar
su marca en ella. Pero también es también el encuentro de este trabajo una manera de relacionarse
con la Creación y con Dios en definitiva. Cuando el ser humano trabaja, genera un conjunto de
actividades que completa el descubrimiento de la obra de Dios para la humanidad, o por otro lado, la
somete a la deformación o la lejanía de esa contemplación. La ecología, una de las ciencias
contemporáneas más influyentes en el desarrollo de la civilización actual, apoya este concepto, cuando
nos invita a entrar en contacto con la naturaleza, que somos también nosotros mismos.

Hoy ya sabemos que las empresas o personas tienen la decisión de conservar los recursos naturales o
depredarlos. Mediante un trabajo que respeta el ambiente que nos rodea, podemos favorecer la
supervivencia de los recursos naturales básicos, y también mantener una relación amigable con
nuestro ecosistema; pero también podemos dar la espalda a todo esto, romper nuestra relación con
todo lo que es naturaleza a nuestro alrededor y contaminar nuestro entorno, con lo que sin duda
nosotros mismos nos afectamos.

En Jesús el pan nuestro de cada día, lo creamos hoy.


El carpintero de Nazaret, un hombre libre para trabajar, desde su inserción en el mundo del trabajo nos
deja uno de los legados más importantes de inspiración para los trabajadores: la vivencia del trabajo
puede ser también una herramienta para el Reino. Pescadores, cobradores de impuestos, trabajadores
del campo, amas de casa, militares y otros oficios, son invitados a retomar la esencia de su vocación
encontrada en el propio trabajo para poder entregar su vida a Dios. Es este carpintero, que sabe lo que
cuesta vivir, el que nos enseña lo importante que es para nosotros orientar nuestro trabajo como una
herramienta que propicie el Reino de Dios. Porque esta realidad del Reino, nos invita a vivir por el
trabajo esta fraternidad en la búsqueda del pan, que nos alienta a vivir una fraternidad en Jesucristo, la
fraternidad del Pan de Vida.

En Jesucristo encontramos el testimonio de una preocupación real de generar el sustento diario. Quizás
las obras más importantes durante los años que vivió en la tierra, están ligados a la preocupación por
el alimento para todos. Jesucristo por supuesto sabía que un estómago lleno es importante para poder
llenar el corazón y darle vida a su espíritu, y es desde esa preocupación que su anuncio del Reino se
dará principalmente bajo esa perspectiva: el Reino de Dios es un banquete, pleno y rebosante de
alimento, que nos habla de la felicidad que sentimos ante una mesa familiar o de compañeros, pero
que al mismo tiempo es ya un signo de unidad y fraternidad.

Esa mesa del Reino es al mismo tiempo que felicidad, un compromiso para poder continuar sirviendo
más alimento para todos mediante el trabajo, una fraternidad real que nos compromete, como nos
recuerda Leonardo Boff: “El pan que consumimos diariamente esconde una red de relaciones anónimas
que debemos recordar. Antes de llegar a nuestra mesa, ha pasado por el trabajo de muchos brazos (…)
En todo esto van mezcladas la grandeza y la miseria humana: ha podido ver relaciones de explotación,
hay lágrimas escondidas en cada pan que se come tranquilamente, hay también un sentido de
fraternidad y de coparticipación. El pan diario encierra todo el universo con sus luces y sombras.

El pan que se produce en compañía hay que repartirlo en compañía y consumirlo en compañía. Sólo así
podemos, de veras, pedir el pan nuestro de cada día” (Leonardo Boff, El Padre Nuestro, pps. 102-103).

La urgencia del pan diario, aquel que proveemos a nuestro propio cuerpo y al de las personas que
queremos, debe ser el mismo motivo de inspiración del compromiso por el pan de toda la humanidad.
Es que a través de cada mesa que se levanta bajo los techos de nuestros hogares, Jesucristo espera
resucitar convertido en comunidad, en nueva sociedad, una fraternidad del pan alegre, de la fiesta de
la justicia en donde no hayan personas tristes, y en donde los estómagos llenos de los pobres de la
tierra, no estén mojados por lágrimas provocadas por la explotación. Estamos todos invitados a vivir la
Fraternidad del pan, o de lo contrario, creernos ese cuento que nos encanta contarnos, el del poder de
la capacidad del consumo, el de las personas tipo A,B,C,D,E, en donde yo me llamo DNI y me apellido
tarjeta de crédito.

El Evangelio en el mundo del trabajo.


El anuncio del Evangelio en el mundo del trabajo, es un imperativo, que debería impulsarnos a crear
fraternidad, y propiciar desde las instancias a las que pertenecemos nuevas relaciones y formas de
organización que permitan un trabajo cada vez más humano y solidario: “En el contexto de las
perturbadoras transformaciones que hoy se dan en el mundo de la economía y del trabajo, los fieles
laicos han de comprometerse, en primera fila, a resolver los gravísimos problemas de la creciente
desocupación, a pelear por la más tempestiva superación de numerosas injusticias provenientes de
deformadas organizaciones del trabajo, a convertir el lugar del trabajo en una comunidad de personas
respetadas en su subjetividad y en su derecho a la participación, a desarrollar nuevas formas de
solidaridad entre quienes participan en el trabajo común, a suscitar nuevas formas de iniciativa
empresarial y a revisar los sistemas de comercio, de financiación y de intercambios tecnológicos”.(Juan
Pablo II, Christifideles laici 43. Situar al hombre en el centro de la vida económico social).

Dejando todavía “pan por rebanar”, hay muchas problemáticas que brotan de este tema, para
nosotros, los que estamos protagonizando el mundo del trabajo, que este artículo tan sólo logra
introducir en nuestro compartir comunitario, y que creo vale la pena mencionar en vistas a motivar
nuevos caminos de evangelización y recrear viejos temas que hoy resulta importante mencionar:

- Presentar el trabajo voluntario dentro de nuestra práctica creyente, como una escuela
de trabajo dentro de nuestro compromiso con la sociedad. Necesitamos regresar a apostar
por la gratuidad, en un tiempo donde todo tiene precio, recordar a las generaciones venideras el
valor de lo gratuito. Esforzarnos por entregar nuestro esfuerzo por abrir experiencias donde el
movimiento del corazón y la voluntad nos permitan hacer el bien sin mirar a quién, pero también
sin pensar en “cuánto hay” por hacerlo.
- Revisar nuestro compromiso por favorecer estructuras laborales en orden al Reino de
Dios. La creatividad por buscar nuevos caminos de empleo y producción, nos debería llamar a
abrir caminos para todos nuestros hermanos que buscan un pan “nuestro”. Los documentos
apostólicos están llenos de exhortaciones, pero la realidad está necesitada de propuestas de
desarrollo de una solidaridad productiva y creadora de riqueza, que permita a los hombres vivir
bien juntos.
- Ensayar una vía espiritual para vivir el mundo del trabajo, una espiritualidad
encarnada en el día a día laboral. A los creyentes nos toca rezar más con nuestros hermanos
en el trabajo, donde existe mucha necesidad de esperanza. Y también de reflexión en nuestras
comunidades sobre nuestro llamado a vivir el anuncio del Espíritu del Dios trabajador, el padre
bueno del carpintero nazareno.
- Reflexionar y profundizar el tema de los trabajos remunerados con componente
apostólico, definir los roles y competencias de los diferentes estados de vida en el
proceso. Pastoralmente hablando, es todavía un espacio poco difundido; eclesialmente es
además un territorio poco trabajado por quienes están dentro de estas estructuras laborales, que
reclaman , no sólo un mayor espacio para la propia afirmación del estado de vida y la vocación
personal, sino también de un mayor testimonio de fraternidad y anuncio del Reino.
- Revisar nuestra responsabilidad en la participación de nuevas formas de asociatividad
laboral. Existen hoy ya nuevos espacios de trabajo en donde el hombre está invirtiendo sus
esfuerzos, como el ciberempleo, y en donde debemos buscar con nuevos ojos para hacer florecer
en medio de la técnica y el desarrollo, la felicidad de trabajar juntos y compartir el fruto del
trabajo cotidiano.
- Reconocer nuestra responsabilidad en el conocimiento y promoción de la normatividad
laboral vigente. Muchos de nosotros desconocemos la normatividad vigente, y a veces somos
víctimas de injusticias producto de esta ignorancia. No sólo por nosotros, sino también por los que
trabajan con nosotros, esta información adecuadamente procesada y difundida es indispensable.
- Establecer una corriente de solidaridad laboral con los que no lo tienen, a fin que
podamos romper el círculo de injusticia, y proponer una nueva forma de caridad,
promoviendo el aprender a pescar, no dar el pescado. Buscar entre nuestras estructuras
laborales, formas de solidaridad entre trabajadores, abrir espacios de solidaridad con aquellos
que de alguna manera buscan el pan, es parte de una responsabilidad social de los que
trabajamos para con los que no pueden siquiera intentar un empleo digno. Debemos abrir puertas
a estas iniciativas recordando que no debemos en el esfuerzo, sacrificar la dignidad del
desempleado para satisfacer nuestra conciencia.
- Vivir la felicidad en el trabajo, integrando la familia, la sociedad, y el desarrollo
personal y espiritual. Una tarea individual que debe compartirse con los demás es la del
desarrollo de una felicidad en el medio de trabajo. De la felicidad de la que hablamos no es la de
la que sentimos solamente cuando recibimos la remuneración por el trabajo realizado, sino la de
poder tener en el puesto laboral la oportunidad de integrar gracias al trabajo, a la familia y al
desarrollo personal y espiritual. Vivir este reto es quizás uno de los frutos más importantes de un
anuncio del Reino en el medio laboral. Para esto, hay necesidad de poner todos los recursos
necesarios para poder tener luego la oportunidad de gozar de una verdadera fraternidad laboral.

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