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Cuando llegó el invierno, el niño se talló unos suecos de madera para poder
proteger sus pies de la nieve. En la víspera de Navidad, se encontraba muy
nervioso por la llegada de Papá Noel. Debía dejar sus zapatos junto a la ventana
para que el buen hombre pudiera dejarle sus regalos, apenas llegara con su tía de
la Iglesia, donde daban la tradicional Misa de Gallo.
—¡Ya has perdido uno de tus suecos! —lo regañó su desagradable tía— ¡Pues a
ver como lo repones, porque no voy a dejar que gastes otro tronco de leña para
tallar uno nuevo! Ahora te vas a la cama sin cenar.
Muy triste, Pierre se fue a su habitación, pero antes dejó su sueco restante en la
ventana.
A la mañana siguiente, los niños jugaban entre la nieve con sus juguetes nuevos.
Pierre corrió a ver su zapato y se quedó impresionado. Papá Noel le había dejado
no solo un par de relucientes zapatos nuevos, sino juguetes y todo lo que
necesitaba para pasar el invierno: abrigos, ropa, suéteres, gorros y bufandas.
Hasta le había obsequiado un par de mantas muy calientitas para pasar las
noches invernales.
Además, le había dejado una cesta llena de comida deliciosa para disfrutar en
Navidad.
Muy emocionado, Pierre salió de su casa y vio un trineo majestuoso en la nieve,
desde el cual un hombre barbudo y vestido de rojo le sonreía bondadosamente.
¡Era Santa Claus! Y a su lado iba un niñito vestido de blanco, que sostenía el
sueco que él le había regalado. Era el niño Jesús, quien también lo había
recompensado por ser tan bueno.
Moraleja: Lo que esta fábula nos ha enseñado, es que debemos aprender a dar
para recibir. Siempre sé generoso con quienes te rodean, pues en la medida en
que des al mundo, el mundo te devolverá con creces.