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Wittgenstein en la marcha sindical

El breve discurso de Juan Carlos Schmid, único orador del acto de la CGT,
dejó expuesto el límite de representación política sindical. La constante alusión
a enormes y vacíos colectivos de identificación solo evidenció lo que se
presumía, no se sabe a quién se habla ni porqué.
Juegos del lenguaje
Ludwig Wittgenstein, uno de los más grandes filósofos del lenguaje del siglo
XX, afirmaba que las palabras solo toman su significado dentro de un
determinado juego de lenguaje. A su vez, creía que cada uno de estos “juegos”
eran expresiones de “formas de vida” específicas que se modificaban
históricamente.
No cabe duda que la terminología sindical ha quedado obsoleta y ha sido
reemplazada por una articulación de conceptos que ponderan al individuo por
sobre una construcción que demande la resignación personal. Síntoma de ello
es la predilección social por organizaciones de tonos asamblearios y que
intentan separarse del verticalismo, pieza fundamental en el ajedrez sindical.
La plaza no solo fue copada por los movimientos sociales como el MTD, Ctep,
Barrios de Pie y el Movimiento Evita, sino que estos impusieron la discusión
sobre su inserción a la militancia gremial.
Los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje
Ante la pérdida de legitimidad (esta marcha fue boicoteada por sus propios
convocantes al ver el triunfo del oficialismo en las PASO) el margen de acción
se achica y el lugar común seduce. La marcha peronista y las referencias a
medidas exorbitantes y metafísicas intentan maquillar la ruptura entre sus
destinatarios y sus oradores.
El riesgo que acarrea esto es un nuevo “7 de marzo” cuando la movilización
terminó con incidentes y un escenario copado por personas que renegaban de
la representación del triunvirato y de su renuencia a pautar una fecha para un
paro general.
De lo que no se puede hablar, mejor callar
La debilidad de un sector siempre implica la fortaleza del otro. El oficialismo
aprovecha cada centímetro que este desfasaje le ofrece y sigue con sus
reformas tantos laborales como previsionales. La fuerza del movimiento
sindical está en su número homogéneo. Sin números y sin consenso, es
impotente.
El sindicalismo deberá rever sus conceptos si quiere evitar una situación como
las que atraviesan Francia, Brasil o Perú. Reformular su forma de interpelar a la
sociedad es la única salida a un laberinto repleto de sombras del pasado a las
que se les habla como si aún tuviesen entidad.

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