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Guía Taller: Unidad 2, Panel de Experto, dinámica de Rompecabezas.

Organizados en equipos de trabajo: Leer una de las claves para la docencia, graficar de manera
que se presente la idea central (15’), posteriormente pasar por los otros equipos entregando la
presentación y explicando de qué trata la Clave de la Docencia que les correspondió. Finalmente
se hará una síntesis Final y responderá la pregunta. ¿En qué ámbitos de los leídos anteriormente
acerca de la Gestión se pueden llevar a la práctica, ejemplifique?.

10 Claves para Perfeccionar la Docencia

1. Considerar la existencia de diferentes estilos de aprendizaje.


Tendemos a creer que todos aprenden de la misma manera en que uno lo hace. Sin embargo, la
evidencia nos muestra que todas las personas aprenden de forma distinta: algunos preferirán un
camino más teórico, otros aprenderán mejor a través de la práctica, algunos se sentirán más cómodos
con las imágenes que con las palabras. Y así, sucesivamente. Por lo tanto, es fundamental que el
profesor sea sensible a estas potenciales variaciones y emplee, a lo largo del semestre, un abanico
heterogéneo de metodologías y estrategias de evaluación que le permitan crear condiciones
apropiadas para una gama diversa de estilos de aprendizaje.
2. Enseñar a través de la interacción.
Está demostrado que el aprendizaje será más efectivo en la medida en que los contenidos se inserten
en un contexto rico en cuestionamientos, reflexiones e ideas. Asimismo, las personas aprendemos
mejor cuando los conocimientos adquiridos se asientan en nuestra experiencia, vale decir, en nuestras
acciones, nuestros descubrimientos, nuestras propias elaboraciones intelectuales. En consecuencia,
una estrategia apropiada consiste en desarrollar la clase a través de preguntas, ejemplos
controversiales, casos, etc., y utilizar la discusión e intervenciones de los alumnos como plataforma
para poner sobre la mesa los contenidos importantes, en lugar de hacerlo mediante una clase
expositiva tradicional.
3. Integrar la disciplina a la vida real. La motivación intelectual de los alumnos será mayor en
la medida en que estos se enfrenten no solo a formulaciones conceptuales sino a hechos y
experiencias concretas. Por lo mismo, resulta fundamental buscar ejemplos y situaciones que reflejen
cómo la teoría se vuelve tangible, vale decir, cómo esta incide sobre el mundo real y en definitiva sobre
la vida de los mismos alumnos. Así, materias que en primera instancia podrían parecer abstractas o
áridas, se tornan cercanas y relevantes para la audiencia, favoreciendo el involucramiento de esta
hacia el proceso de aprendizaje.
4. Desarrollar habilidades de razonamiento. Nuestros condicionamientos culturales suelen
impulsarnos a privilegiar el “resultado” por sobre el “proceso”. En el ámbito del pensamiento esto se
aprecia con claridad: queremos encontrar la respuesta correcta de la manera más expedita posible. Sin
embargo, este afán práctico limita la creatividad, empobrece nuestros hábitos mentales y, en definitiva,
transforma el aprendizaje en una sumatoria de operaciones mecánicas. Dada esta situación, nada más
refrescante que invitar a los estudiantes a explorar posibilidades, a que ellos mismos formulen
ejemplos, hipótesis, definiciones preliminares en torno a un tema. Así, en lugar de presentarles
contenidos y respuestas cómodamente digeridos, resultará más valioso generar espacios para que los
alumnos interpreten, cuestionen, observen y piensen por sí mismos sobre una determinada materia o
sobre la mejor manera en que se puede resolver un problema. De ese modo, los alentaremos a
desarrollar habilidades intelectuales que podrán aplicar en nuevos contextos y bajo condiciones de
incertidumbre.
5. Hacer visible el proceso de pensamiento.
¿Cómo se desarrollaron nuestras ideas a lo largo de una discusión?, ¿cuáles fueron los pasos y etapas
más importantes que siguió nuestro análisis?, ¿cuál fue el objetivo y cómo llegamos a él? Un alumno
capaz de responder estas preguntas tendrá mayor conciencia y dominio sobre su propio razonamiento
y, en consecuencia, podrá llegar a resultados más complejos y eficaces. Por lo tanto, resulta valioso
impulsar a los alumnos a hacer “visible” y accesible el proceso de pensamiento, ya sea mediante algún
tipo de representación que lo ilustre y respalde (mapas conceptuales, esquemas), o bien mediante una
discusión que le permita al estudiante reflexionar sobre su experiencia en la clase y comprender cómo
se desplegaron y conectaron sus ideas. En suma, se trata de que el alumno sea capaz de analizar y
evaluar su propio pensamiento, la trayectoria, solidez y coherencia de este.
6. Monitorear el aprendizaje de los alumnos.
Acostumbramos a evaluar el aprendizaje al finalizar una determinada etapa o unidad. Sin embargo,
esto no nos brinda oportunidades para enmendar el rumbo de nuestra enseñanza y focalizarla hacia las
carencias y necesidades reales de los alumnos. Por lo tanto, si queremos potenciar la experiencia de
aprendizaje de estos, será útil realizar evaluaciones breves y sistemáticas -con o sin nota, anónimas o
individualizadas- que nos proporcionen evidencia inmediata acerca del nivel de comprensión que los
alumnos tienen de las materias que han sido tratadas durante una sesión (o un número reducido de
ellas). Tal evidencia nos permitirá hacer las modificaciones necesarias y ajustar, oportunamente, tanto
los métodos como los objetivos de la enseñanza. Nuestro esfuerzo se focalizará así en los puntos
realmente críticos.
7. Comenzar la sesión con un planteamiento desafiante.
Así como toda buena película nos “engancha” con un comienzo atractivo, potente o enigmático, una
buena clase empieza con una buena pregunta: provocativa, compleja, intelectualmente desafiante. Por
cierto, es fundamental que dicha pregunta se sitúe en un determinado contexto, que permita a los
alumnos entender su relevancia e impacto en la realidad. Lo anterior contribuye a generar curiosidad
intelectual y expectativas respecto de lo que está por venir. Asimismo, el hecho de plantear la clase a
partir de una pregunta central que deberá ser respondida a lo largo de la sesión, constituye un
importante mensaje: los alumnos no están en la sala para recibir información pasivamente sino para
resolver, en conjunto con el profesor, una problemática fundamental.
8. Planificar a partir de los objetivos de aprendizaje.
Si lo que se busca es promover el aprendizaje efectivo de los alumnos, la pregunta que ha de regir la
planificación de una asignatura ya no será “¿qué contenidos debo cubrir?”, sino “¿qué serán capaces
de hacer mis estudiantes al finalizar el semestre?”. Una vez definidas las habilidades que estos
deberán desarrollar, las acciones que podrán ejecutar, el tipo de problemas que estarán capacitados
para resolver, será, entonces, preciso determinar las actividades y contenidos que facilitarán el logro de
tales resultados, así como el sistema de evaluación que mejor nos mostrará si el aprendizaje esperado
ha ocurrido. Organizar el curso de acuerdo a esta secuencia señala un giro decisivo en el plano de la
enseñanza, por cuanto esta deja de ser considerada como un proceso “autónomo”, cuya medida reside
básicamente en el desempeño y erudición del profesor; por el contrario, bajo este nuevo enfoque,
enseñanza y aprendizaje mantienen una relación de estricta reciprocidad: no podría haber enseñanza
de calidad sin aprendizaje de calidad.
9. Generar un ambiente propicio para el aprendizaje.
La enseñanza es fundamentalmente un ejercicio de comunicación, por lo que resulta esencial el vínculo
que el profesor es capaz de establecer con su audiencia. En este sentido, no se trata de ser simpático
o ameno, ni de hacerse amigo de los alumnos, sino de considerar a cada estudiante en su
individualidad. Por ejemplo, es importante conocer los nombres de los alumnos, o bien, si se trata de
clases muy numerosas, preguntárselos cuando estos intervienen. Igualmente valioso resulta establecer
contacto visual con los participantes, vale decir, no mirar al “bulto” sino a los individuos, focalizar la
mirada y detenerse en cada alumno. El entorno físico, por su parte, también puede fortalecer la
comunicación con la audiencia y al interior de la misma; según el objetivo de la sesión, vale la pena
modificar la disposición de la sillas para promover la discusión entre pares, o bien para crear una
atmósfera más íntima y personalizada
10. Reflexionar sobre el propio quehacer.
Tal como sucede en todas las disciplinas, la docencia plantea permanentes desafíos que exigen una
revisión sistemática de los procedimientos empleados, así como de las concepciones en que tales
procedimientos se apoyan. En consecuencia, la forma en que se entiende y ejerce la enseñanza no es
algo “dado” o estático, que se aprende de una vez y para siempre, sino un proceso dinámico que debe
ser constantemente actualizado, discutido, pensado, con el objeto de incorporar nuevos enfoques y
conocimientos. En este sentido, el intercambio de experiencias con otros profesores, el diálogo y la
reflexión en torno al propio quehacer, constituyen un ejercicio tan fecundo como necesario.
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