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FORTALEZA, Brasil — El eco de los gritos de los niños en el aire húmedo

de la mañana mientras una mujer empujaba un reluciente carrito blanco


a lo largo de calles deterioradas y llenas de basura. Estaba haciendo
entregas a algunos de los hogares más pobres en esta ciudad costera;
llevaba pudín, galletas y otros alimentos empaquetados en su ruta de
ventas.

Celene da Silva, de 29 años, es una de los miles de vendedores de puerta


en puerta de Nestlé; así ayuda a que los conglomerados de alimentos
empaquetados más grandes del mundo expandan su alcance a un cuarto
de millón de hogares en las esquinas más recónditas de Brasil.

Mientras entregaba paquetes con distintos sabores de pudín Chandelle,


chocolates Kit Kat y cereal Mucilon para niños, había algo sorprendente
acerca de sus clientes: era evidente que muchos tenían sobrepeso,
incluso los niños pequeños.

Señaló una casa que se encuentra en su ruta y sacudió la cabeza,


recordando cómo su patriarca, un hombre con obesidad mórbida, murió
la semana previa. “Comió una rebanada de pastel y murió mientras
dormía”, dijo.

Da Silva, quien pesa alrededor de 100 kilos, descubrió hace poco que
tenía hipertensión, una afección que reconoce tal vez está relacionada
con su gusto por el pollo frito y la Coca-Cola que bebe en cada comida,
incluido el desayuno.
Da Silva y otros vendedores como ella hacen entregas regulares para Nestlé a un cuarto de
millón de hogares en Brasil. CreditWilliam Daniels para The New York Times

El ejército de ventas directas de Nestlé en Brasil es parte de una


transformación más amplia del sistema alimenticio que está entregando
alimentos procesados y bebidas azucaradas al estilo occidental a los
rincones más aislados de Latinoamérica, África y Asia. Conforme
su crecimiento se desacelera en los países más adinerados, las empresas
multinacionales de alimentos como Nestlé, PepsiCo y General Mills han
estado expandiendo su presencia vigorosamente en los países en vías de
desarrollo, a través de enormes campañas de mercadotecnia que están
modificando drásticamente las dietas tradicionales de países como
Brasil, India o Ghana.

Un análisis de registros corporativos, estudios epidemiológicos e


informes gubernamentales realizado por The New York Times —así
como entrevistas a numerosos nutriólogos y expertos en salud de todo el
mundo— revela una enorme transformación en la manera en que los
alimentos se producen, distribuyen y anuncian en gran parte del planeta.
Es un cambio que, según muchos expertos en salud pública, está
contribuyendo a una nueva epidemia de diabetes y cardiopatías,
enfermedades crónicas que aumentan debido a los altísimos índices de
obesidad en lugares que se vieron afectados por el hambre y la
desnutrición hace apenas una generación.

La nueva realidad se ejemplifica con un solo hecho evidente: en todo el


mundo, hay más gente obesa que con peso insuficiente. Al mismo
tiempo, dicen los científicos, la creciente disponibilidad de alimentos
altos en calorías y con pocos nutrientes está generando un nuevo tipo de
desnutrición, uno en el que un número creciente de personas sufren al
mismo tiempo sobrepeso y desnutrición.

“La historia prevalente es que este es el mejor de todos los mundos


posibles: comida barata, disponible en todas partes. Si no se piensa
mucho al respecto, tiene sentido”, dijo Anthony Winson, quien estudia la
economía política de la nutrición en la Universidad de Guelph en
Ontario. Sin embargo, un análisis más concienzudo revela una historia
muy distinta, comentó. “Para decirlo de manera clara: esa dieta nos está
matando”.

Incluso los críticos de los alimentos procesados reconocen que existen


múltiples factores en el aumento de la obesidad, incluidos los genéticos,
la urbanización, los salarios más altos y vidas más sedentarias. Los
ejecutivos de Nestlé afirman que sus productos han ayudado a aliviar el
hambre, han provisto nutrientes cruciales y que la compañía ha
disminuido la sal, la grasa y el azúcar de miles de artículos para hacerlos
más saludables. Sin embargo, Sean Westcott, gerente de Investigación y
Desarrollo de la Unidad de Negocios de Nestlé Food, aceptó que la
obesidad ha sido un inesperado efecto secundario de ampliar la
disponibilidad de los alimentos procesados baratos.

“Nosotros no esperábamos cuál sería el impacto”, dijo.

Parte del problema, agregó, es una tendencia natural de las personas a


comer en exceso porque pueden costear mayor comida. Nestlé, dijo,
lucha por educar a los consumidores sobre tamaños de porciones
adecuados, así como para fabricar y comercializar alimentos que
equilibren “placer y nutrición”.

Ahora hay más de 700 millones de personas con obesidad en todo el


mundo, 108 millones de las cuales son niños, de acuerdo con una
investigación publicada recientemente en The New England Journal of
Medicine. La proporción de personas que sufren obesidad con respecto
al total de la población se ha duplicado en 73 países desde 1980, lo cual
contribuye a la muerte prematura de cuatro millones de personas,
descubrió el estudio.

La historia se trata tanto de economía como de nutrición. Conforme las


empresas multinacionales se adentran más en el mundo en vías de
desarrollo, están transformando la agricultura local, lo cual obliga a los
campesinos a abandonar cultivos de subsistencia a favor de materias
primas de intercambio al contado, como la caña de azúcar, el maíz y la
soya: los productos esenciales de muchos productos alimentarios
industriales. Es un ecosistema económico que absorbe tanto a tiendas de
barrio como a grandes almacenes, distribuidores y manufactureros de
alimentos y a vendedores locales como Da Silva.

En lugares como China, Sudáfrica y Colombia, la influencia creciente de


las grandes empresas de alimentos se traduce en poder político,
obstaculizando a los funcionarios de salud pública que buscan
poner impuestos a los refrescos o legislación con el objetivo de frenar el
impacto a la salud que tienen los alimentos procesados.

Para un creciente número de nutricionistas, la epidemia de obesidad


está intrínsecamente ligada a la venta de alimentos empaquetados, la
cual creció 25 por ciento en el ámbito mundial entre 2011 y 2016, en
contraste con el diez por ciento en Estados Unidos, de acuerdo con
Euromonitor, una firma de investigación de mercado. Un cambio aún
más evidente ocurrió con las bebidas carbonatadas: las ventas en
Latinoamérica se duplicaron desde 2000 y superaron las ventas en
América del Norte en 2013, reportó la Organización Mundial de la Salud.

Las mismas tendencias se reflejan en la comida rápida, que creció un 30


por ciento en todo el mundo de 2011 a 2016, en comparación con un 21
por ciento en Estados Unidos, de acuerdo con Euromonitor. Tomemos
como ejemplo Domino’s Pizza, que en 2016 añadió 1281 tiendas —una
“cada siete horas”, señaló su informe anual— y prácticamente todas,
excepto 171, en el extranjero.

“En una época en la que parte del crecimiento es más atenuado en las
economías establecidas, creo que la firme postura de los mercados
emergentes será una posición ganadora”, dijo Mark Schneider, director
ejecutivo de Nestlé, a inversionistas recientemente. Los mercados en
desarrollo ahora proporcionan a la empresa el 42 por ciento de sus
ventas.

Para algunas compañías, eso puede implicar ponerse como objetivo a los
jóvenes, como se lo describió Ahmet Bozer, presidente de Coca-Cola
International, a inversionistas en 2014. “La mitad de la población del
mundo no ha bebido una Coca en los últimos 30 días”, dijo. “Hay 600
millones de adolescentes que no han bebido una en la última semana.
Así que la oportunidad que hay aquí es enorme”.

Los defensores de la industria dicen que los alimentos procesados son


esenciales para alimentar a un mundo creciente y urbanizado de
personas, muchas de ellas con salarios al alza que exigen practicidad.

“No vamos a deshacernos de todas las fábricas y volver a cultivar solo


granos. Eso no tiene sentido. No funcionará”, dijo Mike Gibney, un
profesor emérito de Alimentos y Salud en el Colegio Universitario de
Dublín y consultor de Nestlé. “Si les pido a cien familias brasileñas que
dejen de comer alimentos procesados, debo preguntarme: ‘¿Qué
comerán? ¿Quién los alimentará? ¿Cuánto costará?’”.

De muchas maneras, Brasil es un microcosmos de cómo los salarios en


ascenso y las políticas gubernamentales han conducido a vidas mejores y
más prolongadas y han erradicado el hambre a gran escala. Sin embargo,
ahora el país enfrenta un nuevo y grave desafío de nutrición: durante la
década pasada, la proporción de obesidad del país casi se ha duplicado
hasta llegar a 20 por ciento y la cantidad de personas que tienen
sobrepeso casi se ha triplicado hasta alcanzar 58 por ciento. Cada año,
300.000 personas son diagnosticadas con diabetes tipo II, una
enfermedad fuertemente vínculos con la obesidad.

En Brasil también destaca la habilidad política de la industria


alimentaria. En 2010, una coalición de empresas brasileñas de bebidas y
alimentos acabaron con una serie de medidas que se habían planeado
durante años y buscaban limitar los anuncios de comida chatarra
dirigidos a niños. El desafío más reciente ha llegado por parte del
presidente del país, Michel Temer, un centrista que favorece a los
negocios y cuyos aliados conservadores en el congreso quieren echar por
tierra el puñado de regulaciones y leyes cuyo objetivo es fomentar una
alimentación sana.
“Lo que tenemos es una guerra entre dos sistemas alimenticios, una
dieta tradicional de comida real alguna vez producida por los
campesinos que te rodean, y los productores de alimentos
ultraprocesados diseñados para consumirse en exceso y que en algunos
casos son adictivos”, dijo Carlos A. Monteiro, un profesor de Nutrición y
Salud Pública en la Universidad de São Paulo.

“Es una guerra”, comentó, “pero un sistema alimenticio tiene,


desproporcionadamente, más poder que el otro”.

Entregas de puerta en puerta

Da Silva llega hasta los clientes de los barrios pobres de Fortaleza,


quienes no tienen acceso fácil a un supermercado. Cree firmemente en
los productos que vende y con entusiasmo señala la información
nutricional de las etiquetas que presumen contener vitaminas y
minerales añadidos.

“Todos aquí saben que los productos de Nestlé son buenos para ti”, dijo,
y señaló las latas de Mucilon, una papilla para niños pequeños cuya
etiqueta dice que está “llena de calcio y niacina”, pero también Nescau
2,0, que es un polvo de chocolate con mucha azúcar.
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Da Silva con algunos de sus hijos y una prima en su hogar en Fortaleza CreditWilliam Daniels
para The New York Times

Se hizo vendedora de Nestlé hace dos años, cuando su familia compuesta


por cinco personas tenía problemas para salir adelante. Aunque su
esposo aún está desempleado, las cosas están mejorando. Con los 185
dólares mensuales que gana al vender productos de Nestlé, pudo
comprar un refrigerador nuevo, un televisor y una estufa de gas para la
casa de tres habitaciones de la familia al borde de un fétido pantano
mareal.

El programa de ventas de puerta en puerta de la empresa cumple con un


concepto que Nestlé articuló en su reporte anual de accionistas de 1976,
que señaló que “la integración con el país anfitrión es un objetivo básico
de nuestra compañía”. El programa comenzó hace una década en Brasil
y les vende a 700.000 “consumidores de bajos ingresos cada mes”, de
acuerdo con su sitio web. A pesar de la continua crisis económica del
país, el programa ha estado creciendo en un diez por ciento al año, de
acuerdo con Felipe Barbosa, un supervisor de la empresa.

Dijo que los bajos ingresos de los brasileños pobres o que pertenecen a la
clase trabajadora habían sido un impulso para las ventas directas. Eso se
debe a que, a diferencia de la mayoría de los vendedores de alimentos,
Nestlé les da a sus clientes todo un mes para pagar sus compras.
También ayuda que las vendedoras —el programa emplea
exclusivamente a mujeres— saben cuándo sus clientes reciben la Bolsa
Família, un subsidio mensual del gobierno para hogares de escasos
recursos.

“La esencia de nuestro programa es llegar a los pobres”, dijo Barbosa.


“Lo que hace que funcione es la conexión personal entre el vendedor y el
cliente”.

Nestlé busca cada vez más presentarse como un líder en su compromiso


con la comunidad y la salud. Hace dos décadas, se calificó como “una
empresa de bienestar y salud nutricional”. A lo largo de los años, dice la
compañía, ha reformulado cerca de 9000 productos para reducir sal,
azúcar y grasa, y ha entregado miles de millones de porciones
fortificadas con vitaminas y minerales. La empresa enfatiza la seguridad
alimenticia y la reducción de desperdicio de alimentos. Trabaja con casi
400.000 campesinos en todo el mundo para promover la agricultura
sustentable.

En una entrevista en el nuevo campus de Nestlé, con un costo de 50


millones de dólares, en los suburbios de Cleveland, Sean Westcott,
gerente de Investigación y Desarrollo de la Unidad de Negocios de Nestlé
Food, dijo que el programa de ventas de puerta en puerta reflejaba otro
de los eslóganes de la empresa: “Crear valores compartidos”.
“Creamos valor compartido al generar microemprendedores: personas
que pueden establecer sus propios negocios”, dijo. Una empresa como
Nestlé puede impulsar el bienestar de comunidades enteras “enviando
mensajes positivos en torno a la nutrición”, comentó.

La gama de alimentos de Nestlé es vasta y distinta de la de algunas


empresas de bocadillos, que no se esfuerzan mucho en ofrecer productos
saludables. Incluyen Nesfit, un cereal de grano entero; yogures bajos en
grasa como Molico, que contienen una cantidad relativamente pequeña
de azúcar (seis gramos), y un rango de cereales para niños, servidos con
leche o agua, que están fortificados con vitaminas, hierro y probióticos.
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Algunos de los productos Nestlé a la venta en una tienda cerca de Muaná CreditWilliam Daniels
para The New York Times

Gibney, el nutriólogo que trabaja como consultor para Nestlé, dijo que la
empresa merecía crédito por hacer un trabajo loable reformulando
productos más saludables.

Sin embargo, de los 800 productos que Nestlé indica que están
disponibles a través de sus vendedores, Da Silva dice que sus clientes
solo están interesados en cerca de dos decenas de ellos; casi todos
productos azucarados como Kit Kat; Nestlé Greek Red Berry, un vaso de
yogur de 100 gramos con 17 gramos de azúcar, y Chandelle Pacoca, un
pudín con sabor a cacahuate en un contenedor del mismo tamaño que el
yogur, pero que tiene 20 gramos de azúcar —más de la mitad de la
ingesta diaria recomendada—.

Hasta hace poco, Nestlé patrocinó una embarcación flotante que llevaba
decenas de miles de cartones de leche en polvo, yogur, pudín de
chocolate, galletas y dulces a comunidades aisladas en la cuenca del
Amazonas. Desde que el bote quedó fuera de servicio en julio,
propietarios de botes privados se han dado a la tarea de cumplir con la
demanda.

“Por un lado, Nestlé es un líder mundial en agua, fórmulas infantiles y


muchos productos lácteos”, dijo Barry Popkin, profesor de Nutrición en
la Universidad del Norte de California. “Por otro lado, van a las zonas
marginadas de Brasil y les venden dulces”.

Popkin cree que las ventas de puerta en puerta son emblemáticas de una
nueva e insidiosa era en la que las empresas no dejan opciones intactas
en un esfuerzo por crecer y hacerse fundamentales en comunidades del
tercer mundo. “No dejan libre un solo centímetro del país”, explicó.

Activistas de salud pública han criticado a la compañía en ocasiones


anteriores. En los años setenta, Nestlé fue el blanco de un boicot en
Estados Unidos por haber publicitado fuertemente las fórmulas
infantiles en países en vías de desarrollo, lo cual, según los
nutricionistas, socavaba la lactancia materna saludable. En 1978, el
entonces presidente de Nestlé Brasil, Oswaldo Ballarin, fue llamado para
testificar en audiencias muy publicitadas del Senado de Estados Unidos
acerca del asunto y declaró que las críticas en torno a la fórmula infantil
eran producto de la actividad de la iglesia, que tenía por objetivo
“socavar el sistema de la libre empresa”.

En las calles de Fortaleza, donde Nestlé es admirado por su linaje suizo y


es percibido como de alta calidad, rara vez se escuchan sentimientos
negativos acerca de la empresa.

La casa de Joana D’Arc de Vasconcellos, de 53 años, otra vendedora, está


llena de animales de peluche con la marca Nestlé y certificados grabados
que ganó en clases de nutrición patrocinadas por Nestlé. En su sala,
ocupan un lugar especial las fotografías enmarcadas de sus hijos a los 2
años; cada uno posó frente a una pirámide de latas vacías de fórmula
infantil de Nestlé. Conforme su hijo y su hija crecieron, cambió a otros
productos de Nestlé hechos para niños: Nido Kinder, una leche en polvo
para niños pequeños; Chocapic, un cereal con sabor a chocolate, y el
chocolate en polvo Nescau.
“Cuando era bebé, a mi hijo no le gustaba comer, hasta que empecé a
darle productos de Nestlé”, dijo con orgullo.
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Joana D’arc de Vasconcellos con fotos de su hija, Vittoria, y productos de Nestlé CreditWilliam
Daniels para The New York TimesContinue reading the main storyFoto
De Vasconcellos, a la derecha, tiene diabetes e hipertensión. Vittoria, de 17 años, tiene
hipertensión y pesa casi 136 kilos. CreditWilliam Daniels para The New York Times

De Vasconcellos tiene diabetes e hipertensión. Su hija de 17 años, que


pesa más de 110 kilos, tiene hipertensión y ovario poliquístico, un
trastorno hormonal fuertemente asociado con la obesidad. La mayoría
de sus familiares padecen una o más enfermedades asociadas con dietas
deficientes: su madre y sus dos hermanas, diabetes e hipertensión; su
esposo, hipertensión. Su padre murió hace tres años, después de que le
amputaran los pies a causa de gangrena, una complicación de la
diabetes.

“Cada vez que voy a la clínica de salud pública, la fila para los diabéticos
llega hasta la entrada”, dijo. “Sería muy difícil encontrar una familia aquí
que no la padezca”.

De Vasconcellos previamente intentó vender productos de Tupperware y


Avon de puerta en puerta, pero muchos clientes no pagaban. Hace seis
años, después de que una amiga le comentó sobre el programa de ventas
directas de Nestlé, De Vasconcellos no dudó en aprovechar la
oportunidad.

Dice que sus clientes nunca han dejado de pagarle.

“La gente debe comer”, explicó.


La industria entra en acción

En mayo de 2000, Denise Coitinho, entonces directora de Nutrición del


Ministerio de Salud, estaba en una fiesta del Día de las Madres en la
escuela de sus hijos cuando sonó su celular. Era el director de Relaciones
Gubernamentales de Nestlé. “Estaba muy molesto”, recordó Coitinho.

Nestlé se preocupaba por una nueva política que Brasil había adoptado y
estaba impulsando en la Organización Mundial de la Salud. Si se
adoptaba ahí, la política habría recomendado que los niños de todo el
mundo se amamantaran durante seis meses, en vez de la recomendación
previa de cuatro a seis meses, dijo Coitinho.

“Puede que dos meses no parezcan mucho, pero son muchos ingresos.
Son muchas ventas”, dijo Coitinho, quien renunció a su puesto en 2004
y ahora es consultora independiente de nutrición para las Naciones
Unidas, entre otros. Al final, las empresas de alimentos
infantilestuvieron éxito al frenar la política durante un año, dijo
Coitinho. Nestlé dijo en respuesta a la anécdota de Coitinho que “cree
que la leche materna es la nutrición ideal para los bebés” y que apoya y
promueve los lineamientos de la OMS.

Es difícil sobrestimar el poder económico y el acceso político de los que


disfrutan los conglomerados de bebidas y alimentos en Brasil, que son
responsables del diez por ciento de la producción económica del país y
emplean a 1,6 millones de personas.

En 2014, las empresas de alimentos donaron 158 millones de dólares a


miembros del Congreso Nacional de Brasil, un aumento de tres veces en
contraste con 2010, de acuerdo con Transparencia Internacional Brasil.
Un estudio dado a conocer por la organización el año pasado reveló que
más de la mitad de los legisladores federales actuales de Brasil habían
resultado electos con donaciones provenientes de la industria
alimentaria —antes de que el Tribunal Supremo Federal prohibiera las
contribuciones corporativas en 2015—.

El donador más grande de los candidatos del congreso fue el gigante


brasileño de la carne JBS, empresa que dio a los candidatos 112 millones
de dólares en 2014; Coca-Cola dio 6,5 millones en contribuciones de
campaña ese año, y McDonald’s donó 561.000 dólares.
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Una mujer disfrazada como la Mujer Maravilla da la bienvenida a los clientes en un McDonald's en
São Paulo. La compañía dio 561.000 dólares a candidatos al congreso en 2014. CreditWilliam
Daniels para The New York Times

El escenario estaba puesto para una enorme batalla política cuando, en


2006, el gobierno intentó aprobar regulaciones estrictas a la industria
alimentaria para combatir la obesidad y las enfermedades. Las medidas,
extraídas de la política previa para amamantar, incluyeron advertencias
publicitarias para informar a los consumidores acerca de alimentos altos
en azúcar, sal y grasas saturadas, así como restricciones publicitarias
para disminuir el atractivo de alimentos altamente procesados y bebidas
azucaradas, específicamente los que están dirigidos a los niños.

Tomando como ejemplo la exitosa iniciativa del gobierno para reducir la


mercadotecnia relacionada con el tabaco, las nuevas regulaciones
habrían prohibido que marcas como Pepsi y KFC patrocinaran eventos
deportivos y culturales.

“Creímos que Brasil podría ser un modelo para el resto del mundo, un
país que pone el bienestar de sus ciudadanos por encima de todo lo
demás”, dijo Dirceu Raposo de Mello, entonces director de la Agencia
Nacional de Vigilancia Sanitaria, conocida ampliamente mediante el
acrónimo en portugués Anvisa. “Desafortunadamente, la industria
alimentaria no pensaba lo mismo”.
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Cargando un bote en Belém, Brasil, con productos de Nestlé destinados para


MuanáCreditWilliam Daniels para The New York TimesContinue reading the main storyFoto
Dulces y barras de chocolate en una pequeña tienda en São Paulo, Brasil CreditWilliam Daniels
para The New York TimesContinue reading the main storyFoto
Ana Cláudia Caranha y su hijo, Gabriel, regresando de una tienda en Muaná, en donde compraron
comida para la semana, incluidos varios productos de Nestlé CreditWilliam Daniels para The
New York Times

Las empresas de alimentos adoptaron un perfil bajo y se reunieron en la


Asociación Brasileña de Industrias de Alimentos, un grupo de cabildeo
cuya junta de vicepresidentes incluyó a ejecutivos de Nestlé; Cargill, el
gigante estadounidense de la carne, y Unilever, el conglomerado europeo
de alimentos que tiene marcas como Hellmann’s, aceite Mazola y Ben &
Jerry’s. La asociación declinó comentar para este artículo.

Durante los primeros días de audiencias públicas, la industria parecía


estar negociando las regulaciones de buena voluntad pero, en privado,
los activistas de salud afirman que abogados corporativos y cabilderos se
enfrascaban en una pelea desde varios ángulos para descarrilar el
proceso.

Los académicos financiados por la industria comenzaron a aparecer en


la televisión para tachar las reglas de ser económicamente desastrosas.
Otros expertos escribieron editoriales en los diarios en los que
insinuaban que el ejercicio y una educación más estricta por parte de los
padres podrían ser más efectivos que las regulaciones destinadas a
combatir la obesidad infantil.

La consigna más efectiva de la industria, dicen los analistas, fue su


denuncia estridente de que las restricciones publicitarias propuestas
eran censura. La acusación tuvo una resonancia particular dadas las casi
dos décadas de dictadura militar en Brasil que terminó en 1985.

En una reunión, un representante de la industria alimentaria acusó a


Anvisa de intentar subvertir la autoridad paterna, al decir que las
madres tenían el derecho de decidir qué darles de comer a sus hijos,
recordó Vanessa Schottz, una defensora de la nutrición. En otra reunión,
dijo, un representante de la industria de los juguetes denunció las reglas
publicitarias propuestas y dijo que les quitarían a los niños brasileños los
juguetes que a veces acompañaban a la comida rápida. “Dijo que
estábamos acabando con los sueños de los niños”, recordó Schottz.
“Estábamos perplejos”.

Perseguida por las críticas, Anvisa retiró las restricciones a finales de


2010; lo único que permaneció fue una propuesta que solicitaba que la
publicidad incluyera una advertencia sobre la comida y bebidas no
saludables.

Entonces llegaron las demandas.

A lo largo de varios meses, un conjunto desigual de grupos industriales


interpuso once demandas contra Anvisa. Los denunciantes incluían a la
Asociación Brasileña de Fabricantes de Galletas, el grupo de presión de
productores de maíz y una alianza de empresas de chocolate, cacao y
dulces. Algunas de las demandas argumentaban que las regulaciones
violaban protecciones constitucionales en torno a la libertad de
expresión, mientras que otras dijeron que la agencia no tenía la
autoridad para regular las industrias de alimentos y publicidad.
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Comprando cereales de Nestlé en un supermercado en São Paulo CreditWilliam Daniels para


The New York Times

Aunque los defensores en materia de salud dicen que la litigación no era


totalmente inesperada, estuvieron cegados por la respuesta del principal
abogado del gobierno federal, el fiscal general Luís Inácio Adams, quien
fue designado por la presidencia. Poco después de que las reglas
propuestas se publicaron de manera oficial en junio de 2010, Adams se
puso del lado de la industria. Unas cuantas semanas más tarde, una
corte federal suspendió las regulaciones y citó la opinión redactada de
Adams, la cual sugería que Anvisa no tiene la autoridad para regular las
industrias de alimentos y publicidad. Adams declinó comentar para este
artículo.

Raposo de Mello, expresidente de Anvisa, dice que lo sorprendió el


cambio de parecer de Adams, dado el apoyo duradero que el fiscal
general le había brindado a Anvisa. Siete años más tarde, con la mayoría
de las once demandas aún sin resolverse, las regulaciones siguen
estando congeladas.

“La industria realizó una maniobra de evasión contra el sistema”, dijo


Raposo de Mello.

Mientras tanto, la industria de los alimentos y bebidas se hizo más


agresiva conforme buscó neutralizar a Anvisa, a la que consideró como
su más grande adversario.

En 2010, en medio de la batalla contra las regulaciones propuestas por la


agencia, un grupo de 156 ejecutivos empresariales le expresaron sus
preocupaciones a la campaña de Dilma Rousseff, quien contendía para el
cargo de presidenta.

Marcello Fragano Baird, un politólogo en São Paulo que ha estudiado la


campaña de cabildeo de la industria alimentaria contra las regulaciones
en materia de nutrición, dijo que Rousseff les aseguró a los ejecutivos
que reformaría Anvisa. “Les prometió que ‘limpiaría la casa’ si resultaba
electa”, dijo, y agregó que él se enteró del encuentro a través de
entrevistas con participantes.

Rouseff ganó y, poco después de su toma de protesta, remplazó a Raposo


de Mello con Jaime César de Moura Oliveira, quien desde hacía tiempo
era su aliado político y un antiguo abogado de Unilever Brasil, la
subsidiaria local de la gigante empresa multinacional de alimentos.

Un vocero de Rousseff declinó facilitar el contacto con ella para realizar


una entrevista.
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Desde la izquierda: Michel Temer, presidente de Brasil; Dirceu Raposo de Mello, exdirector de
Anvisa; Jaime César de Moura Oliveira, su sucessor; Dilma Rousseff, la expresidenta que instruyó el
remplazo de Raposo de Mello; Luis Ignacio Adams, fiscal general de Brasil.CreditDesde la
izquierda: Adriano Machado/Reuters; Agência Brasil; Marcelo Camargo/Agência Brasil;
Apu Gomes/Agence France-Presse -- Getty Images; Fabio Rodrigues Pozzebom/Agência
Brasil

En 2012, Anvisa organizó una exhibición ambulante para combatir la


obesidad que hizo paradas en otros edificios gubernamentales en todo el
país.

Con el título de Lose Weight Brazil (Brasil, pierde peso), la exposición


alabó el ejercicio y la moderación como las claves para atacar la
obesidad, pero descartó la evidencia científica dominante acerca de los
peligros de ingerir demasiada azúcar, refrescos y alimentos procesados.

¿Quién fue el patrocinador de la exposición? Coca-Cola.

Alimentos irresistibles, dietas con muchas grasas

A más de 1600 kilómetros al sur de Fortaleza, los efectos de los hábitos


alimentarios cambiantes son evidentes en un centro comunitario
pintado con colores brillantes en el centro de São Paulo, la ciudad más
grande de Brasil. Todos los días, más de un centenar de niños llenan los
salones de clases de la guardería, cantan el abecedario, juegan y toman
siestas grupales.

El programa, dirigido por una organización brasileña sin fines de lucro,


tenía una misión clara cuando comenzó a principios de los noventa:
acabar con el hambre entre los niños de algunos de los vecindarios más
empobrecidos de la ciudad.

Actualmente, muchos de los que asisten a la escuela son


considerablemente regordetes y, los nutriólogos del plantel indican,
algunos son preocupantemente pequeños de estatura para su edad; es el
resultado de dietas abundantes en sal, grasa y azúcar, pero carentes de la
nutrición necesaria para un desarrollo saludable.

El programa, operado por el Centro para Recuperación y Educación


Nutricional, incluye a niños prediabéticos de 10 años de edad con
peligrosos hígados grasos, adolescentes con hipertensión y niños tan mal
nutridos que tienen problemas para caminar.

“Están llegando hasta bebés, que es algo que nunca antes habíamos
visto”, dijo Giuliano Giovanetti, quien se encarga de la difusión y la
comunicación del centro. “Es una crisis para nuestra sociedad porque
estamos produciendo una generación de niños con habilidades
cognitivas dañadas que no alcanzarán a desarrollar todo su potencial”.

Casi el nueve por ciento de los niños brasileños eran obesos en 2015, un
aumento de más del 270 por ciento desde 1980, de acuerdo con un
estudio reciente por parte del Instituto para Métricas y Evaluación de
Salud en la Universidad de Washington. Eso pone al país a una distancia
dramática respecto de Estados Unidos, donde el 12,7 por ciento de los
niños eran obesos en 2015.

Las cifras son aún más alarmantes en las comunidades atendidas por el
centro: en algunos vecindarios, el 30 por ciento de los niños son obesos y
otro 30 por ciento está desnutrido, de acuerdo con los datos de la
organización, que encontró que 6 por ciento de los niños obesos también
estaban desnutridos.
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Unos niños en el Centro para Recuperación y Educación Nutricional con letreros que dicen "Yum"
después de comer un pastel hecho a base de frutas CreditWilliam Daniels para The New York
Times

Los crecientes índices de obesidad se asocian en gran medida con las


mejoras en la economía, conforme las familias con mayores ingresos
adoptan la practicidad, el estatus y los sabores que ofrecen los alimentos
empaquetados.

Los padres ocupados llenan a sus hijos con sopas instantáneas


y nuggets de pollo congelados, comidas que a menudo se acompañan de
bebidas azucaradas. El arroz, los frijoles, la ensalada y las carnes a la
parrilla —partes esenciales de la dieta brasileña tradicional— están
perdiendo terreno, de acuerdo con lo que unos estudios han descubierto.

El problema se agrava a causa de la violencia desenfrenada en las calles,


que mantiene a los niños pequeños encerrados en sus casas.

“Simplemente es demasiado peligroso dejar que mis hijos jueguen en la


calle, así que pasan todo su tiempo libre sentados en el sillón jugando
videojuegos y viendo la televisión”, dijo Elaine Pereira dos Santos, de 35
años, la madre de dos niños, de 9 y 4 años, ambos con sobrepeso.

Isaac, de 9 años, pesa 63 kilos y solo puede usar ropa fabricada para
adolescentes. Dos Santos, quien trabaja en la farmacia de un hospital,
recorta las piernas de los pantalones para que le ajusten a su hijo.

Como muchas madres brasileñas, se alegró al ver que Isaac comenzó a


subir de peso cuando era más pequeño, poco después de que probó sus
primeras papas a la francesa de McDonald’s. “Siempre pensé que cuando
se trata de los bebés, cuanto más gordos mejor”, dijo. Felizmente
satisfizo sus hábitos alimentarios, que incluían visitas frecuentes a
lugares de comida rápida y prácticamente nada de frutas ni vegetales.

Sin embargo, cuando comenzó a tener problemas para correr y se quejó


de dolores en las rodillas, Dos Santos supo que algo estaba mal. “La
parte más difícil son las burlas de los otros niños”, comentó. “Cuando
salimos de compras, incluso los adultos lo señalan y lo observan”, o lo
llaman gordinho (gordito).
Isaac Pereira dos Santos, de 9 años, pesa 63 kilos y solo puede usar ropa fabricada para
adolescentes.CreditWilliam Daniels para The New York TimesContinue reading the main
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Isaac comiendo ensalada en casa. Su madre, Elaine Pereira dos Santos, ahora le prepara comidas
más saludables.CreditWilliam Daniels para The New York Times

En la guardería de São Paulo, los trabajadores de atención médica


mantienen registros acerca del desarrollo físico y cognitivo de los niños,
mientras que los nutriólogos les enseñan a los padres cómo preparar
comidas baratas y saludables. Para algunos niños, la cocina de pruebas
del centro les proporciona su primer contacto con el repollo, las ciruelas
y los mangos.

“Siempre pensé que cuando se trata de los bebés, cuanto más gordos mejor”.
ELAINE PEREIRA DOS S ANTOS, MADRE DE DOS NIÑOS CON SOBREPES O

Uno de los desafíos fundamentales es convencer a los padres de que sus


hijos están enfermos. “A diferencia del cáncer u otras enfermedades, esta
es una discapacidad que no se ve”, dijo Juliana Dellare Calia, de 42 años,
una nutricionista que trabaja con la organización.
Aunque los miembros del personal dicen que el programa ha logrado
cambios significativos en la manera en que se alimentan las familias,
muchos niños de cualquier manera enfrentarán una batalla de por vida
con la obesidad. Eso se debe a que un conjunto creciente de
investigaciones sugieren que la desnutrición infantil puede provocar
cambios metabólicos permanentes, reprogramando el cuerpo para que el
exceso de calorías se convierta más fácilmente en grasa corporal.

“Es la respuesta del cuerpo a lo que percibe como inanición”, dijo Dellare
Calia.

El dinero manda

Aunque los expertos en nutrición lamentan la creciente crisis de


obesidad —y los costos médicos potenciales a largo plazo— un aspecto de
la revolución de alimentos procesados es innegable: la expansión de la
industria proporciona un beneficio económico a corto plazo para las
personas en todo el espectro socioeconómico. Nestlé, que afirma
emplear a 21.000 personas en Brasil, inició hace dos años un programa
de becarios que ha entrenado a 7000 personas menores de 30 años.

Cerca del fondo de la cadena alimenticia está Da Silva, la vendedora de


Fortaleza, quien se siente optimista acerca del futuro a pesar de las
crecientes preocupaciones por su salud. La vida ha sido una lucha desde
que renunció a la escuela a los 14 años, cuando se embarazó de su primer
hijo. Ahora habla de arreglarse los dientes que le faltan y que afectan su
sonrisa, así como comprar una casa adecuada, una que no gotee durante
las fuertes lluvias.

Todo gracias a su trabajo con Nestlé.

“Por primera vez en mi vida, siento esperanza e independencia”, dijo.


Unos productos de Nestlé para su venta de puerta en puerta en Fortaleza CreditWilliam Daniels
para The New York Times

Está consciente de la conexión entre su dieta y sus persistentes


problemas de salud, pero insiste en que sus hijos están bien nutridos y
señala los productos de Nestlé en su sala. Ser vendedora de Nestlé tiene
otra ventaja: las galletas, el chocolate y los pudines que a menudo
sostienen a su familia se compran por mayoreo.

Con una cartera de clientes en expansión, Da Silva ha puesto la mira en


una nueva meta, una que, según ella, aumentará el negocio aún más.

“Quiero comprar un refrigerador más grande”.

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