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Nueva Antropología

ISSN: 0185-0636
nuevaantropologia@hotmail.com
Asociación Nueva Antropología A.C.
México

Vendrell Ferré, Joan


La masculinidad en cuestión: reflexiones desde la antropología
Nueva Antropología, vol. XVIII, núm. 61, septiembre, 2002
Asociación Nueva Antropología A.C.
Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=15906102

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LA MASCULINIDAD EN CUESTIÓN

Reflexiones desde la antropología1

Joan Vendrell Ferré*

1. SOBRE LA UNIVERSALIDAD dios antropológicos e históricos, como


DE LA DOMINACIÓN MASCULINA universal, aun admitiendo importantes
variaciones interculturales y también in-

D
urante milenios, el hombre, el va- traculturales, desarrolladas éstas a lo lar-
rón, ha dominado a la mujer, la go del tiempo y observables en el caso de
hembra, de la especie científica- los pueblos de quienes se ha podido re-
mente tipificada —primordialmente por construir una historia. “Universal” quie-
científicos varones— como Homo sapiens re decir aquí que incluso en las culturas
sapiens. Esta posición social y cultural- reconocidas por los antropólogos como de
mente dominante de los varones ha sido “derecho materno” o “filiación matrili-
reconocida, a lo largo de décadas de estu- neal”, donde la pertenencia al grupo de
parentesco se transmite por vía femeni-
na, los hombres, de algún modo, mantie-
1
Este ensayo se inscribe dentro del proyecto nen su poder; no ya en tanto “padres”,
“Cuerpo, género y sexualidad en México”, apoya-
do por el Conacyt, y del cual el autor es el investi-
pero sí en su condición de hermanos de
gador responsable. Forma parte de la fundamen- las mujeres que transmiten la filiación,
tación teórica de esta línea de investigación. ocupando respecto a los hijos de sus her-
* Departamento de Antropología, Universidad manas una posición de poder equipara-
Autónoma del Estado de Morelos. ble a la de los padres en las sociedades
32 Joan Vendrell Ferré

llamadas de derecho paterno, filiación pa- el término matriarcado, que implica la


trilineal o simple y llanamente “patriar- idea del poder femenino, ha sido y conti-
cales”, de las cuales deriva básicamente núa siendo utilizado con frecuencia para
nuestra idea del “patriarcado” opresor de referirse, en realidad, a situaciones de
matrilinealidad. En éstas, los derechos
las mujeres.2 Por otro lado, una vez con-
eminentes son los de los hombres naci-
testada y abandonada como categoría con
dos en grupos de filiación definidos por
valor teórico la noción decimonónica de las mujeres. También se ha aplicado el
“supervivencia”, cuyo desprestigio forma término a situaciones míticas, como en
parte del desprestigio del evolucionismo el caso de las amazonas.
antropológico en general, ya no podemos
seguir considerando a esas sociedades Han sido precisamente una serie de
matrilineales como si fueran una especie mitos sobre un estado matriarcal origi-
de reminiscencias diluidas de una eta- nario, así como interpretaciones apresu-
pa de “matriarcado” en la evolución de la radas, en el mismo sentido, de los cultos
especie. Pese a los esfuerzos eruditos de de diosas madre dominantes en los pan-
juristas aficionados a la antropología de teones religiosos de determinados pue-
salón como Bachofen (1992), 3 la teoría blos, y en ocasiones identificables con la
evolucionista del matriarcado primitivo Tierra, los que han conducido a una serie
carece de fundamento científico. Como de especulaciones sobre el matriarcado
apunta Françoise Héritier (1996: 210), primitivo. Éste ha sido concebido como
una especie de “edad de oro” a la que la
aparición del patriarcado —con el orden
original subvertido por la rebelión de los
2
Gayle Rubin llegó a la conclusión de que el hombres, que a veces se asocia con la re-
patriarcado es únicamente “una forma específi- volución neolítica— habría dado carpeta-
ca de dominación masculina, y el uso del térmi- zo definitivo, todo ello en tiempos históri-
no debería limitarse al tipo de pastores nómadas camente imprecisos. Sin embargo,
como los del Antiguo Testamento de que provie- Héritier nos advierte que ni el mito del
ne el término, o a grupos similares” (2000: 47).
No resulta difícil admitir la pertinencia de las matriarcado original es universal, ni su
precisiones al respecto de Rubin, y la justeza de existencia debe ser tomada “como prue-
su afirmación en el sentido de que “hay sistemas ba del carácter histórico del asunto, tran-
estratificados por género que no pueden descri- quilizando así las teorías evolucionistas”.
birse correctamente como patriarcales”, pero Más bien, estos mitos deben ser entendi-
pienso que reduce demasiado el ámbito de apli-
cación del término. Más allá del “Patriarca” Abra- dos como legitimaciones del orden social
ham tenemos, por ejemplo, al pater familias ro- existente, donde la preeminencia de lo
mano (Cantarella, 1996); ambos tienen similares masculino “reposa sobre una violencia
atribuciones, pero el segundo aparece como el eje original hecha a las mujeres”. Desde la
ordenador de una sociedad que difícilmente po- perspectiva estructuralista de esta auto-
dría describirse como similar al “tipo de pastores
nómadas”. ra, pues, “el hecho estructural es, preci-
3
Héctor Díaz-Polanco (1989) nos da las cla- samente, el tema de esa inversión funda-
ves necesarias para situar la obra de Bachofen cional, el mito de un mundo al revés que
en su contexto histórico e intelectual. es preciso poner al derecho, y no el conte-
La masculinidad en cuestión 33

nido específico de cada historia” (Héritier, producto, incluso el de la caza efectuada


1996: 216-217). por los hombres (Héritier, 1996: 212-213).
Con los datos empíricos de que se dis- Atendiendo precisamente al modo de pro-
pone, hay que concluir que la dominación ducción, otro autor, Claude Meillassoux,
masculina es, y hasta donde alcanzan que escribe desde la perspectiva de la
nuestros conocimientos ha sido, univer- antropología marxista, introduce una dis-
sal. Cabe reconocer la ausencia de una tinción importante entre lo que él llama
“prueba científica absoluta” al respecto, las “hordas de cazadores” —bandas de ca-
puesto que no podemos estar seguros de zadores-recolectores— y las “sociedades
disponer de una relación exhaustiva agrícolas”, donde aparece la “comunidad
de todas las sociedades humanas que exis- doméstica” propiamente dicha. En las
ten o existieron en el pasado, así como tam- hordas o bandas “muchos observadores
poco se dispone en muchas descripciones están de acuerdo en reconocer que las
etnográficas de información específica so- mujeres desempeñan un papel influyen-
bre la naturaleza de la relación establecida te, siempre que el ejemplo de sus vecinos
entre hombres y mujeres en la sociedad co- agricultores no modifique su modo de
rrespondiente. Héritier, sin embargo, no vida”. Para Meillassoux, la clave para
duda en afirmar que “existe una elevada determinar el grado de dominación pare-
probabilidad estadística de la universali- ce ser la necesidad de controlar la capaci-
dad de la supremacía masculina, que re- dad reproductiva de las mujeres, mucho
sulta del examen de la literatura antropo- menor en las bandas que en las comuni-
lógica sobre el tema” (1996: 208). dades domésticas de las sociedades agrí-
Como decimos, en una afirmación de colas; en este último ámbito, “la mujer, a
tal magnitud cabe tener en cuenta mati- pesar de su función irremplazable en la
ces y salvedades. La propia Héritier co- reproducción, jamás interviene como vec-
menta el caso de la sociedad iroquesa, la tor de la organización social. Desaparece
que, “desde el punto de vista de la antro- detrás del hombre: su padre, su hermano
pología, parece haber sido la más próxi- o su esposo”. En todo caso, para este au-
ma a la definición del matriarcado”, aun- tor queda claro que “esta condición de la
que —y aquí Héritier sigue los trabajos mujer [...] no es natural, sino que resulta
ya clásicos de Morgan— “parece que los de circunstancias históricas cambiantes,
hombres se consideraban superiores”. En siempre ligadas a sus funciones de repro-
todo caso, los hombres se reservaban las ductora” (Meillassoux, 1977: 110).4
actividades de caza y guerra, mientras
que algunas mujeres, las “matronas”, go- 4
En esta necesidad de reinsertar las relacio-
zaban de derechos y poderes “raramente nes entre los sexos en la historia, rehuyendo las
igualados”. Al parecer, las matronas iro- visiones naturalistas y esencialistas —vengan po-
quesas debían esos derechos y poderes al líticamente de donde vengan, añadimos noso-
control ejercido sobre la economía, pues tros—, encontramos un importante punto de co-
incidencia con un autor como Pierre Bourdieu
dirigían el trabajo agrícola —agricultura (2000), preocupado por las estructuras simbóli-
con azadón, compatible con el cuidado de cas del inconsciente androcéntrico que subyace a
los niños pequeños— y redistribuían el la dominación masculina.
34 Joan Vendrell Ferré

Dentro de la denominada “antropolo- ticos o incluso religiosos, posiciones de


gía feminista”, lo que aquí afirmamos poder y responsabilidades que no se es-
podría constituir una muestra del “mito tán viendo reflejadas en la definición de
del dominio masculino” (Moore, 1991). su género, y del papel social que le corres-
Desde una perspectiva más enfocada al ponde, elaborada por los hombres. Esta
análisis de las relaciones sociales que tensión puede conducir a que las muje-
al de los significados, ciertas corrientes res pidan tener una voz propia “pública”
del feminismo antropológico se han esfor- —no se trata ya aquí de un mundo priva-
zado en demostrar la inexistencia de este do y esotérico “de las mujeres”—,5 para
supuesto dominio universal, con base proponer visiones alternativas capaces de
en que la categorización de los géneros en confrontarse con las de los hombres has-
las diferentes culturas no siempre se co- ta el punto de modificar sustancialmen-
rresponde con lo que hombres y mujeres te las definiciones simbólicas de ambos
hacen, con sus papeles económicos y polí- géneros.
ticos, su poder real y las relaciones de
poder entre ellos. Sin embargo, aun ad- 5
La crítica de la antropología feminista a la
mitiendo la existencia de numerosas cul- afirmación de la universal supremacía masculi-
turas donde las mujeres desempeñan na se concreta en dos supuestos principales.
importantes responsabilidades y retienen En primer lugar, se consideró que, dentro de la
antropología denominada “clásica” —primera mi-
altas cotas de poder, el problema de su tad del siglo XX —, la mayoría de los estudios an-
crónica “inferiorización” simbólica prác- tropológicos había sido desarrollada por hombres,
ticamente en la totalidad de las culturas o por mujeres imbuídas de la ideología dominan-
conocidas sigue sin explicar, como señala te en su propia sociedad —occidental—, por tan-
Henrietta L. Moore (1991: 51). to con un sesgo claramente “androcentrista”. Por
otro lado, se postuló la existencia de “mundos de
Esto resulta decisivo a efectos de nues- las mujeres” que, dada la situación de subordi-
tros propósitos en este trabajo, ya que si nación femenina, tendrían un carácter especial-
los hombres retienen la posición dominan- mente secreto y habrían permanecido cerrados
te en lo simbólico, retienen el poder de para los antropólogos —mayoritariamente varo-
emitir el discurso público, “oficial”, sobre nes, además—, con lo cual habría sido imposible
el acceso al conocimiento de estas formas de “re-
lo que son los hombres y las mujeres, y belión” o conciencia alternativa femenina. Sin
sobre sus posiciones respectivas en la vida embargo, como afirma Héritier, “si se admite que
social de la comunidad. Independiente- las antropólogas participan de la ideología domi-
mente de que lo sean en mayor o menor nante de su propia sociedad, resulta contradicto-
grado, mientras sigan concibiéndose como rio pensar que en otras sociedades las mujeres
puedan tener un cuerpo de representaciones ra-
la parte dominante, los hombres tendrán dicalmente distinto del de los hombres”, y tam-
menos necesidad de reflexionar sobre su poco se ha podido demostrar que en los trabajos
posición que la parte simbólicamente su- llevados a cabo por hombres se encuentre “una
bordinada, mucho más consciente de su distorsión sistemática tendiente a presentar el
situación. Esta toma de conciencia, ade- estatuto femenino como anormalmente bajo”
(1996: 208-209). Lo que resultaría ser un “mito”,
más, se agravará si las mujeres, efectiva- pues sería más bien la idea de que las mujeres,
mente, alcanzan en lo efectivo de la vida en su posición subordinada, hayan podido desa-
social, en sus aspectos económicos, polí- rrollar una visión de la realidad totalmente in-
La masculinidad en cuestión 35

En las condiciones de supremacía no. En palabras de Elisabeth Badinter


masculina descritas aquí, quien ha teni- (1993: 14):
do la palabra, la voz y el voto, a la hora de
emitir un discurso sobre el “otro” dentro Hasta hace poco, la mujer era el gran des-
del sistema sexo-género, prácticamente conocido de la humanidad y nadie veía
en la totalidad de las culturas conocidas, la necesidad de interrogarse sobre el
ha sido el varón. Los varones no han ha- hombre. La masculinidad parecía algo
evidente: clara, natural y contraria a la
blado de sí mismos en tanto amos y seño-
femineidad. En las tres últimas décadas
res, ya que no tenían necesidad alguna
estas evidencias milenarias se han he-
de hacerlo. Como dice Simmel, que com- cho añicos. Las mujeres, en su voluntad
para la condición de la mujer respecto al de redefinirse, han obligado al hombre a
hombre con la relación entre el esclavo y hacer otro tanto.
el amo, “habremos de considerar como un
privilegio del señor la posibilidad de no
pensar siempre en que es señor; en cam-
bio, la posición del esclavo es tal, que nun- 2. DE CÓMO LA CRISIS
ca puede olvidar que es esclavo. No cabe DE LA MASCULINIDAD (OCCIDENTAL)
duda de que la mujer pierde la concien- SE CONVIRTIÓ EN PROBLEMA
cia de su femineidad con mucha menos ANTROPOLÓGICO (UNIVERSAL)
frecuencia que el hombre la de su mascu-
linidad” (citado por Raquel Osborne, Quizá valdría la pena matizar que la
1993: 59). Es decir, que los varones no han masculinidad no sólo “parecía” evidente,
tenido, dada su condición, ninguna nece- sino que lo era. Estas sencillas frases con
sidad de problematizarse a sí mismos en que Badinter da entrada a su análisis de
tanto que dominadores, mientras que no “la identidad masculina” contienen el
han dejado de emitir discursos legitima- núcleo del problema que planteamos aquí,
dores de su posición de poder sobre las y en cierto sentido se contradicen con las
mujeres. El dominio, el derecho a man- posiciones a las que se adscribe la autora
dar, no se ponían en cuestión, formaban a lo largo de su trabajo: las derivadas de
parte del orden de las cosas, un orden los postulados neofreudianos, que parten
“natural”, si queremos usar este térmi- de una “masculinidad” de por sí proble-
mática —mucho más que la “feminei-
dad”—. Porque si, como defienden los au-
dependiente de la dominante, manejada por los
hombres. Existen indicios de “versiones” femeni-
tores que se adscriben a estos postulados
nas cosmológicas alternativas (Godelier, 1986), (Badinter, 1993; Gilmore, 1994; Gregor,
pero incluso en este caso sus postulados resul- 1985), la identidad masculina es tan pre-
tan ser reelaboraciones de la visión masculina caria y frágil, y depende hasta tal punto
dominante. Por otro lado, la existencia de estas de complejas iniciaciones y rigurosas dis-
visiones alternativas de la realidad no supone en
ningún caso un cuestionamiento del postulado
ciplinas para su mantenimiento, ¿cómo
básico: la subordinación femenina y la primacía es posible que durante milenios haya re-
en la producción de universos de sentido por par- sultado tan “evidentemente” clara y na-
te de los hombres. tural? La respuesta es que, efectivamen-
36 Joan Vendrell Ferré

te, la masculinidad no sólo ha parecido Todo ello, unido al refinamiento de los


evidente, sino que lo ha sido, y lo sigue procesos de individualización propios de
siendo en una gran variedad de ámbitos las sociedades basadas en una economía
culturales, con los efectos de dominación de mercado, provoca, por supuesto, con-
de los hombres y subordinación de las flictos legibles en clave psicológica, es de-
mujeres que todos conocemos y que, en el cir, de una manera individualizada, en tér-
caso de los países islámicos, y en especial minos de “identidad” individual. De ahí a
de Afganistán, están ahora muy de actua- interpretar los problemas de los hombres
lidad. La crisis, la pérdida de evidencia, occidentales, o más bien de algunos, como
claridad y naturalidad de la condición problemas genéricos propios de la “identi-
masculina, y por tanto de la condición de dad masculina” había un paso que, por
dominador, se da, en efecto, como afirma muy discutible que nos pueda parecer, re-
Badinter, por causa de una voluntad de sultaba muy fácil de dar en una cultura
redefinición de las mujeres, que acontece como la occidental, tan fuertemente orien-
en unas condiciones histórico-culturales tada hacia el individualismo metodológi-
muy concretas: en los países occidentales co y la psicologización de todas las facetas
más avanzados, a lo largo del siglo pasa- de la vida. Por supuesto, el centro y cabe-
do. Por tanto, el problema de la masculi- za visible de estas tendencias se encuen-
nidad es un problema netamente occiden- tra en los Estados Unidos, que cabe conce-
tal, y se traduce en una pérdida de bir como el mayor productor de sentido en
importancia del varón y en un cuestiona- el mundo contemporáneo de la globaliza-
miento de su condición indiscutida y na- ción, y cuya cultura académica, empeña-
tural de parte “dominante” en el sistema da, como por otra parte es lógico, en dar
de sexo/género. Sin embargo, los meca- respuesta a las necesidades de la sociedad
nismos de construcción del varón en tan- norteamericana, se beneficia del mismo
to que dominador subsisten engastados proceso globalizador que todo lo demás,
en el sistema educativo y en la familia, desde los dogmas de la economía neolibe-
igual que permanecen la mayoría de las ral hasta el entertainment. El resultado es
imágenes culturales tradicionales de la la exportación de los men’s studies y todos
“masculinidad”. Así, a la vez que las nue- sus presupuestos teórico-metodológicos al
vas concepciones sobre las relaciones en- conjunto del globo, marcando una nueva
tre los géneros se extienden por el cuerpo agenda para la investigación en ciencias
social, la persistencia de las viejas formas sociales, vengan o no a cuento sus priori-
genera todo tipo de conflictos, tanto en el dades o tengan o no algo que ver los pro-
varón como en la mujer, en la pareja, en blemas psicológicos de los varones de cla-
la familia y en las relaciones sexuales se media norteamericanos con los del resto
(Beck y Beck-Gernsheim, 2001). Siguen del mundo. Es una perspectiva, por cierto,
existiendo innumerables bolsas de que pone en segundo plano el asunto de la
masculinidad tradicional, en ciertos me- dominación masculina, mucho más exten-
dios sociales, en ciertos sectores de acti- dido y, en cierto sentido, verdaderamente
vidad económica y política, en la educa- universal, y lo sustituye por los supuestos
ción, en el deporte-espectáculo, etcétera. problemas de identidad sufridos univer-
La masculinidad en cuestión 37

salmente, en todas las épocas y culturas, rra a la una repercutirá sobre la otra. Si
por los varones de la especie humana. Así, las mujeres problematizan su posición
pasamos de analizar los mecanismos so- subordinada y consiguen introducir un
cioantropológicos de la desigualdad nuevo discurso sobre el tema en todos los
sexual y del dominio masculino a victimi- ámbitos sociales de discusión, desde el
zar a los varones en cuanto sujetos de una académico al político, los hombres se ve-
identidad precaria y en permanente peli- rán obligados, tarde o temprano, a repen-
gro de regresión a formas “infantiles” y “fe- sar su propia posición, antes incuestio-
meninas”. Los baruya, los sambia, los do- nada, de dominio, si es que ellas no les
gón, los antiguos griegos y romanos, los toman la delantera y empiezan la proble-
cabileños y el resto de los mediterráneos matización por su cuenta. Esto es, muy
contemporáneos de ambas orillas, los esquemáticamente, lo que ha sucedido.
mexicanos..., junto, por supuesto, con los En antropología, concretamente, podemos
norteamericanos de clase media: ¡todos al seguir este proceso desde la aparición de
diván! los “estudios sobre la mujer”, que dan lu-
Siguiendo una lógica cultural elemen- gar a una “antropología de la mujer” como
tal, en un sistema sexo/género basado en respuesta al “androcentrismo” de la an-
la distinción de, como mínimo, dos posi- tropología clásica, para pasar seguida-
ciones clasificatorias,6 todo lo que le ocu- mente a una “antropología del género”,
donde el enfoque se dirige ya hacia el sis-
6
“Como mínimo”, porque pueden ser más. El tema sexo/género en su conjunto,7 es de-
estudio comparativo desarrollado por Martin y
Voorhies (1978) en torno a los “sexos supernu- 7
La noción del sistema de “sexo/género” fue
merarios” nos muestra culturas que pueden introducida por Gayle Rubin, para quien “un sis-
considerar una posición de género “intersexual” tema de sexo/género es simplemente el momento
o posiciones “similares” a la masculina y a la fe- reproductivo de un “modo de producción”. La for-
menina, pero sin ajustarse exactamente a ellas. mación de la identidad de género es un ejemplo
Lo que hace especialmente interesante este cua- de producción en el campo del sistema sexual. Y
dro comparativo es que en él se crucen las ca- un sistema de sexo/género incluye mucho más que
racterísticas del género y las del sexo biológico, las “relaciones de procreación”, la reproducción
incluyendo en este último el “intersexo” —her- en sentido biológico” (2000: 46). La noción hizo
mafroditismo congénito, visible en el fenotipo fortuna y se sigue empleando (el artículo origi-
sexual—. En las culturas en donde este “inter- nal de Rubin es de 1975), aunque desvinculada
sexo” es reconocido como tal, puede dar lugar a del contexto de discusión con el materialismo his-
una posición de género ad hoc, a la que luego tórico en donde la inserta Rubin. Para entender
pueden adscribirse “machos” y “hembras” fenotí- plenamente lo que quiso decir la autora, pienso
picamente “normales” (caso de los navajo), o pue- que convendría reubicar su trabajo en el eje que
de carecer totalmente de una posición de género va desde la clásica obra donde Engels adapta el
específica culturalmente reconocida (caso de los esquema de Morgan a los postulados marxistas
pokot de Kenia). En otras culturas, como los pima (Engels, 1992), hasta Claude Meillassoux (1977),
y los mohave, el fenotipo intersexual no es reco- es decir, en el marco de la “antropología marxis-
nocido culturalmente como tal, debiendo sus por- ta”, tan denostada por “neofreudianos” como
tadores, en caso de que se les permita sobrevivir, Gilmore (1994). Opino —quizá al revés que mu-
adscribirse a alguno de los tipos de género cultu- chos— que la parte “marxista” de este célebre
ralmente reconocidos (dos en el caso de los pima; artículo de Rubin ha resistido mucho mejor el
cuatro en el de los mohave). paso del tiempo que su parte “freudiana”.
38 Joan Vendrell Ferré

cir, no ya tanto al estudio específico de 3. USO Y ABUSO DE LA ETNOGRAFÍA:


las hasta el momento negligidas mujeres LOS RITOS DE INICIACIÓN
y sus supuestas visiones específicas del Y EL PROBLEMA
mundo —lo cual podría ser tachado de gi- DE LA MASCULINIDAD
necocentrismo—, sino al análisis de las
relaciones sociales entre hombres y mu- El análisis de la “masculinidad” efectua-
jeres, y del significado de ser “hombre” o do desde perspectivas neofreudianas ha
“mujer” en cada cultura. Todo ello tenien- sido retomado por antropólogos y otros
do como trasfondo ineludible, por supues- científicos sociales, que se han apresura-
to, el movimiento feminista —entendido do a postular una mayor problematicidad
aquí en un sentido amplio—, lo cual lleva universal de la condición del varón (Bad-
a algunas autoras a hablar, sin más, de inter, 1993; Gilmore, 1994). Los datos dis-
“antropología feminista” (Moore, 1991). ponibles sobre las iniciaciones masculi-
Así es como llegamos, tal como yo lo nas y otras “pruebas de virilidad” en
veo, a los “estudios sobre masculinidad”, diversas culturas se convirtieron rápida-
es decir, los estudios sobre qué significa mente en un campo privilegiado para la
ser “un hombre”, sobre cómo se llega a aplicación de estos nuevos marcos inter-
serlo y sobre lo que hay que hacer para pretativos. Pero con los datos etnográfi-
seguir siéndolo. Se trata, expresado de cos, como con cualesquiera otros, se pue-
una manera simple, de desplazar el inte- den “demostrar” muchas cosas; pueden
rés de los estudios de género desde el gé- ser sometidos —y de hecho lo han sido—
nero femenino, con el cual empezaron, al a intepretaciones muy variadas según la
masculino, siguiendo un camino cuya ló- perspectiva teórico-metodológica adopta-
gica se nos revela implacable. Una vez da por el investigador. No queremos de-
problematizada la condición de la mujer, cir con ello que todas las interpretacio-
en el marco de un cuestionamiento gene- nes valgan lo mismo. Sí se cumple muchas
ral de las “identidades” de todo tipo, pro- veces, sin embargo, la ley de que el aca-
pio de la “modernidad”, problematizar la démico interpreta sus datos a partir de
condición y la identidad masculinas era la problemática de su cultura de origen,
sólo cuestión de tiempo. Esto significa que tergiversando gravemente el sentido que
el hombre se queda sin sus seguridades y lo estudiado —sea una creencia, un ritual,
acepta —ni modo— poner su ya maltre- una ceremonia u otro tipo de conducta—
cha identidad “masculina” en la mesa pueda tener para los sujetos que actúan
de disección; el paraguas y la máquina de como creyentes, oficiantes o participan-
coser juntos, por fin. tes de algún modo en lo descrito. Los “ri-
tos de iniciación” han sido interpretados
antropológicamente desde perspectivas
diversas. Bruce Knauft (1992) los anali-
za, para el área melanesia, en términos
de resocialización (de una socialización
primeramente conducida por las mujeres
a otra dirigida por los hombres y para los
La masculinidad en cuestión 39

hombres). Los trabajos compilados por necesitásemos crearle una tenaz identi-
Lluís Mallart (1993), referentes al sur del dad femenina primaria al niño para po-
Camerún, nos ofrecen perspectivas de der someterlo luego a esos espantosos
análisis de corte estructuralista. Desde rituales de iniciación, con lo que la expli-
la moderna “antropología de la juventud”, cación se vuelve tautológica; a menos que
las iniciaciones pueden ser vistas como demos por supuesto que este “lazo tenaz
entrada en la vida adulta, con la conco- madre/hijo (varón)” se da siempre de la
mitante asunción de responsabilidades misma forma y en todas las culturas, lo
(Feixa, 1999). Dejando un poco —o un cual no concuerda en absoluto con los
mucho— de lado esta rica tradición de datos etnográficos disponibles. Tenemos
análisis antropológicos, en la perspecti- que, por una parte, se ignora por comple-
va neofreudiana interesada en “el proble- to la tradición antropológica existente so-
ma de la masculinidad”, los ritos de ini- bre cosas como los rituales de iniciación o
ciación son ahora vistos primordialmente los procesos de socialización, reduciendo
como una especie de “seguro” contra las esos ritos, por ejemplo, a una especie de
tendencias regresivas universales de los “terapia” para resolver un problema pre-
varones, contra el deseo supuestamente viamente creado por el propio medio so-
universal de éstos de liberarse de sus res- ciocultural. Por otro lado, se extraen con-
ponsabilidades volviendo a los primeros secuencias de alcance teórico general
años de la infancia, pasados junto a la (sobre las identidades primarias y secun-
madre, e incluso al seno materno. Según darias, etc.) a partir de situaciones cultu-
Elisabeth Badinter, “se trata siempre de rales específicas. ¿Qué ocurre donde no
ayudar al niño para que cambie su iden- se produce este supuesto “lazo tenaz” en-
tidad femenina primaria en una identi- tre madre e hijo, o donde no existen ritos
dad masculina secundaria” (1993: 91; las de iniciación “largos y traumatizantes”?
cursivas son mías). En consonancia con En el siguiente epígrafe veremos cómo
esta visión, lo que sigue es una típica Parsons aventura una explicación com-
muestra del uso que hacen de los datos pletamente distinta para la identificación
antropológicos los teóricos neofreudianos con la madre por parte del niño de clase
de la masculinidad: “Las tribus de Nue- media norteamericano de mediados del
va Guinea, conscientes del peligro de fe- siglo pasado, con el mérito de no preten-
minización que corre el chico, organizan der exportar esa situación al conjunto de
unos rituales de iniciación, generalmen- la especie humana.
te muy largos y traumatizantes, en co- Todo esto se parece sospechosamente,
rrespondencia con el lazo tenaz madre/ además, a ciertas angustias occidentales,
hijo que se proponen desatar” (Badinter, siendo de Occidente de donde proceden
1993: 73). La explicación es de un sim- la mayoría de los estudiosos, o al menos
plismo esclarecedor: si este “lazo” es tan aquellos cuya obra es lo suficientemente
tenaz y desatarlo resulta tan largo y divulgada para llegar hasta nuestras
“traumatizante”, ¿por qué se lo promue- manos. No se trata sólo de las angustias
ve o se deja que se produzca en los prime- de los hombres, y los académicos entre
ros años de la vida del niño? Parece que los primeros, privados ahora de sus ante-
40 Joan Vendrell Ferré

riormente incuestionados derechos al do- Fontaine (1987), en un trabajo de sínte-


minio, y por tanto de la base misma so- sis sobre el tema, nos recuerda que los
bre la que tradicionalmente se ha cons- ritos de iniciación tienen como propósito
truido su identidad “masculina”, sino primordial justificar la dominación mas-
también del proceso de individualización culina, “incluso en sociedades en las que
y el concomitante abandono de responsa- la descendencia se determina a través de
bilidades para con la comunidad (Beck y las mujeres y en las que sólo las mujeres
Beck-Gernsheim, 2001). Hemos conver- son iniciadas” (1987: 173-174).
tido nuestra cultura de la queja y la Sin embargo, las teorizaciones contem-
irresponsabilidad crecientes en univer- poráneas sobre la masculinidad suelen
sal antropológico: no está mal como justi- dejar en un segundo plano o a olvidar por
ficación, pero probablemente sea falso. completo la cuestión de cómo se regula el
Otros autores, desde otras perspectivas ejercicio del poder en las relaciones so-
teóricas, ven en las iniciaciones masculi- ciales, sustituyendo esto por considera-
nas una representación incesantemente ciones de carácter psicologista sobre iden-
reactualizada del derecho al poder y de tidades primarias, secundarias, etc., o por
la superioridad “naturales” de los hom- un problema de (ir)responsabilidad indi-
bres, que con la iniciación son cultural- vidual. Como si eso agotase el problema.
mente reforzados (Godelier, 1986; House- Sin pretender negar totalmente la vali-
man, 1993). Y ello no porque los varones dez explicativa a los postulados “neofreu-
duden de su poder y su derecho al domi- dianos” sobre la construcción de las iden-
nio, sino más bien para disipar cualquier tidades sexuales y de género, sí pensamos
duda que sobre ello pudieran albergar las que resulta mucho más convincente, y po-
mujeres, la contraparte dominada. Más líticamente útil, considerar las iniciacio-
que una cuestión de “identidad” o “auto- nes masculinas como una escenificación
nomía personal”, conceptos netamente de los componentes de una ideología
occidentales,8 lo que está en juego en las sexual que justifica la explotación de las
construcciones —iniciáticas en sentido mujeres en beneficio de los hombres. Una
estricto o en la forma más vaga que adop- ideología que, promoviendo la mistifi-
tan en las sociedades “complejas” contem- cación de las relaciones de poder y la crea-
poráneas— de la “masculinidad” es el ción de una falsa conciencia, no sólo jus-
poder, el derecho a ejercerlo. Jean S. La tifica la opresión de las mujeres y el do-
minio masculino en general, sino también
la jerarquía entre los hombres, ya que,
8
Sobre los problemas planteados por la apli-
cación acrítica del concepto occidental de indi- siendo la condición de “hombre verdade-
viduo autónomo —con toda la constelación de ro” algo difícil de alcanzar y de mante-
ideas sobre posibilidades de acción, de conduc- ner, resulta evidente que siempre habrá
ta moral, etc., que asociamos a esta noción— a hombres supeditados a otros, a la par que
otras culturas, véase Moore (1991: 54-57). So- las mujeres en general se supeditan a to-
bre la construcción de la “experiencia de sí” en
nuestra cultura mediante las “tecnologías del yo” dos ellos. En este sentido, siguen resul-
que operan en el sistema educativo, véase La- tando mucho más convincentes, al menos
rrosa (1995). desde un punto de vista socioantropoló-
La masculinidad en cuestión 41

gico, autores como Maurice Godelier otros tiempos fueran fagocitadas por la
(1986) y Pierre Bourdieu (2000), cuya lec- ciencia social predominante en gran par-
tura reposada nos invita a poner sub ju- te del siglo XX: la sociología. Puede ayu-
dice las ideas de los adscritos al neofreu- darnos a ver un poco mejor todo esto el
dianismo, como David D. Gilmore (1994), análisis de un texto de uno de los sociólo-
Thomas Gregor (1985) o Elisabeth Bad- gos más representativos del paradigma
inter (1993), y en general toda la moda estructural-funcionalista, Talcott Par-
de los men’s studies. sons. Se trata de un artículo publicado
originalmente a mediados del siglo pasa-
do;9 en él Parsons plantea, desde las co-
4. ANTES Y MÁS ALLÁ DE LOS MEN’S ordenadas estructural-funcionalistas10 y
STUDIES (SOBRE LA DESMEMORIA desde una perspectiva muy conservado-
EN LAS CIENCIAS SOCIALES) ra, el problema de la masculinidad en
el marco de la familia “conyugal” norte-
Por supuesto, la preocupación por la americana, la que podemos considerar
“masculinidad” no empieza con los men’s familia “nuclear” con residencia indepen-
studies; podríamos inferir que empieza diente, preferentemente urbana y supues-
desde el preciso momento en que la voz tamente predominante dentro de la “cla-
de las mujeres alcanza la esfera pública se media”.
con un discurso propio, capaz de hacerse Resulta interesante encontrar, en el
oír. En todo caso, los estudios sobre mas- tratamiento parsoniano de esta cuestión,
culinidad contemporáneos introducen en el tema clásico de la identificación con la
el problema dimensiones nuevas, algunas madre, tanto por parte de los hijos varo-
de las cuales intentamos poner aquí de nes como de las hembras, y las consecuen-
manifiesto, y, sobre todo, convierten el cias diferenciales que esa identificación
problema en central, con lo que la mascu- infantil provocará en cada uno de los dos
linidad y sus avatares se convierten en
un objeto de estudio con sentido propio.
El problema de la masculinidad, cabe rei-
9
Comprendido en la obra colectiva The fami-
ly, dirigida por Ruth Nanda Anshen, y que cuen-
terarlo, se convierte ahora en un proble- ta con una introducción del antropólogo cultura-
ma de construcción de la identidad de los lista Ralph Linton. La versión que manejamos
hombres en tanto que individuos. Se bus- nosotros se encuentra en una selección de esos
can —y, por supuesto, se encuentran— trabajos publicada en español por primera vez
por tanto “explicaciones” o narrativas de en 1970 (Fromm, Horkheimer, Parsons y otros,
1998). Desconocemos la fecha exacta de publica-
orden psicológico en torno al problema, ción del original en inglés, pero el trabajo que
pasando la perspectiva sociológica de aná- aquí comentamos se situaría en una línea ideo-
lisis a un segundo plano. En cuanto a las lógica y teórica prácticamente idéntica a la men-
aportaciones etnográficas efectuadas por cionada por Conway, Bourke y Scott (2000) a par-
la antropología, pasan a estar al servicio tir de un libro de Talcott Parsons de mediados de
la década de 1950.
de los nuevos enfoques psicológicos, pre- 10
Para situar a Parsons dentro del estructu-
dominantemente de la versión neofreu- ral-funcionalismo sociológico, véase Salvador
diana del asunto, del mismo modo que en Giner (1974).
42 Joan Vendrell Ferré

“sexos”. Es un tema que, como ya apun- (individual) masculina”, en un problema


tamos, ha sido retomado desde los años antropológico rastreable universalmente,
ochenta y se ha constituido en la base de es una simple manifestación más de et-
una de las teorías más difundidas sobre nocentrismo “científico”, una proyección
los problemas de la masculinidad, al pa- de problemáticas occidentales contempo-
recer a partir de investigaciones neofreu- ráneas a otros ámbitos o épocas donde
dianas o posfreudianas sobre la cuestión esos problemas o no existen o carecen de
(Badinter, 1993; Gilmore, 1994). Sin em- sentido, pero donde parecen existir si pre-
bargo, quizás lo más interesante sea que viamente hemos efectuado su conversión
Parsons atribuye esto a la situación es- de problemas primordialmente sociológi-
pecífica de la “familia conyugal aislada”, cos en problemas “psicológicos”, deriva-
constituida en unidad de residencia y en dos de complejos psicológicos supuesta-
“unidad doméstica normal”. Esto ocurri- mente comunes al conjunto de nuestra
ría sólo en un sistema, como el norteame- especie.
ricano, con una peculiar estructura eco- Veamos cómo lo plantea Parsons, te-
nómica y ocupacional, la del capitalismo niendo en cuenta que su planteamiento
industrial avanzado, y con un sistema se refiere a una situación familiar espe-
político ad hoc, la democracia parlamen- cífica, cuya existencia él considera prác-
taria, con su disposición a reconocer una ticamente restringida a los Estados Uni-
serie de derechos “individuales” y donde dos de su época, y básicamente a sus
el status del individuo (y de la familia, ámbitos urbanos y a las clases medias:
cuyo status en este caso depende del que
tenga el hombre o “marido”) se establece En esta situación encontramos factores,
por razones meritocráticas, en lugar de diferentes según los sexos, que no sólo
depender de una estructura familiar am- aumentan la inseguridad sino que tienen
plia (del tipo linaje) previa. En los traba- mucho que ver con la dirección que to-
man las tendencias positivas y las agre-
jos de orientación neofreudiana, en cam-
sivas. Como ya hemos observado, la si-
bio, esta supuesta identificación con la
tuación familiar convierte a la madre en
madre y sus consecuencias se convierten el adulto emocionalmente significativo
en una especie de complejo de validez uni- para los hijos de ambos sexos. En esta
versal —aunque con sus correspondien- situación, el resultado normal es la iden-
tes excepciones—, y desde ahí en la ex- tificación: el adulto se convierte en el
plicación de un supuesto problema modelo funcional. Para la niña, esto es
universal de la masculinidad, en tanto normal y natural, no sólo porque perte-
que problema de identidad individual. La nece al mismo sexo que la madre sino
pista aportada por este texto de Parsons, porque las funciones de ama de casa y de
cuyo tratamiento de la cuestión presenta madre son, para ella, inmediatamente
tangibles y fáciles de comprender. En
sorprendentes similitudes con el de auto-
cuanto adquiere la aptitud física necesa-
res como Gilmore o Badinter, nos permi-
ria, la niña empieza el aprendizaje direc-
te apuntalar nuestra hipótesis de que la to de la función femenina adulta. Es no-
conversión del problema de la masculini- table que las niñas jueguen sobre todo a
dad, en tanto que problema de “identidad cocinar, a coser, a cuidar muñecas, etc.,
La masculinidad en cuestión 43

actividades que consisten en una imita- ñas. [...] Se interesan por las pruebas
ción directa de las de sus madres. En atléticas y por las proezas físicas, es de-
cambio, el niño no dispone de manera cir, por actividades en las que los hom-
inmediata del modelo del padre para po- bres gozan de ventajas más evidentes e
der imitarlo; además —y esto ocurre es- indudables sobre las mujeres. Además,
pecialmente entre las clases medias, pero rehúyen las expresiones de sentimientos
también, y cada vez más, entre las ba- tiernos; han de ser “duros”. Esta pauta
jas— las ocupaciones a que se dedica el general tiene todos los rasgos de una for-
padre, como el trabajo en una oficina o mación de reacción. No es un simple re-
el manejo de una máquina complicada, sultado de la naturaleza masculina, sino
no son tangibles ni fácilmente compren- que consiste, en gran parte, en una de-
sibles por el niño. fensa contra la identificación femenina.
La niña tiene, pues, mejores oportu- [Parsons, 1998: 46-47]
nidades para la maduración emocional,
gracias a la identificación positiva con un En este caso, el complejo psicológico, o
modelo adulto: esto parece explicar, en pauta conductual, que estaría operando
gran parte, el fenómeno bien conocido de en el caso de los varones, sólo puede ser
la maduración más temprana de las ni-
comprendido por referencia a una socie-
ñas. 11 El niño, en cambio, tiende a for-
dad y a un tipo de estructura familiar es-
mar una identificación femenina directa
porque el modelo más significativo para pecíficos, y la “masculinidad compulsiva”
él, el que está más a su alcance, es la se asocia, precisamente, al descubrimien-
madre. Pero el niño no está destinado a to de la superioridad social del propio gé-
convertirse en una mujer adulta. Ade- nero (posiblemente asociada con una
más, pronto descubre que, en algunos toma de conciencia cabal de la pertenen-
aspectos fundamentales, se considera a cia a un género diferenciado). A partir de
las mujeres inferiores a los hombres y por ahí empezaría el aprendizaje de lo que
ello le resulta vergonzoso criarse como quizá podamos llamar apropiadamente
una mujer. De este modo, cuando los ni- los complejos de la “dominación” que co-
ños entran en lo que los freudianos lla-
rresponde al “ser hombre”: el gusto por la
man el periodo de latencia, su comporta-
proeza física, la “dureza”, el desprecio de
miento tiende a caracterizarse por una
especie de masculinidad compulsiva. Se las mujeres en tanto que “inferiores”, etc.
niegan a sostener relaciones con las ni- Resulta interesante que Parsons “indivi-
dualice” el problema, remitiéndolo a “re-
acciones” o “defensas” que al parecer son
11
Es corriente atribuir esta “maduración más espontáneas en los niños varones a par-
temprana” femenina a causas de orden biológi- tir de cierta edad; quizás por eso se vea
co, dada su entrada en los cambios puberales
anterior a los varones. Parece obvio que Parsons obligado a recurrir a “lo que los freudia-
se refiere a un tipo de maduración que va más nos llaman el periodo de latencia”, aun-
allá de lo físico (desarrollo corporal con aparición que no parezca muy convencido de la uti-
de los caracteres sexuales secundarios) y que, de lidad de esta noción. Obviamente, antes
hecho, ya no depende para nada, o no primor- de los neofreudianos estuvieron los freu-
dialmente, de los cambios físicos del cuerpo, sino
de la mayor disponibilidad de un modelo de com- dianos, y la tendencia de los científicos
portamiento social positivo. sociales a recurrir a conceptos de este tipo
44 Joan Vendrell Ferré

para cubrir lagunas de sus exposiciones ante una “formación de reacción” indivi-
parece estar muy arraigada. Sin embar- dual, ante una resocialización que, como
go, conocemos el papel de los “grupos de tal, es socialmente inducida con base en
iguales” en la aparición y el mantenimien- las pautas culturales que rigen en cada
to de esos comportamientos “compulsiva- contexto sociocultural. Esto es algo que
mente” masculinos, y en la separación “la- ha sido reconocido incluso para las “ini-
tente” de las niñas; resulta especialmente ciaciones” masculinas de sociedades muy
interesante, ahí, el papel de los niños más alejadas de las occidentales (Knauft,
claramente identificados con el rol “mascu- 1992). La entrada en la vida adulta, que
lino” en el arrastre hacia el mismo de los en el caso de los varones puede verse como
demás (Jordan, 1999) y, por supuesto, el la entrada en la “hombría”, entendida ésta
papel de los adultos. Por mucho que el como lo que son y lo que hacen los varo-
niño no disponga de manera inmediata nes adultos de su sociedad, puede darse
del modelo del padre —una afirmación mediante un rito tradicionalmente esta-
quizás excesiva, o quizás aplicable sólo a blecido de duración variable según las
los primeros años, es decir, a la socializa- culturas —pero claramente establecida
ción más temprana—, para cuando des- en el interior de cada una de ellas—, o,
cubre que, efectivamente, forma parte de como en el caso de nuestras sociedades,
la mitad “masculina” de la sociedad, que mediante un proceso de duración indefi-
es —o está destinado a convertirse en— nida, sin pautas claras de tipo “ritual”,
un “hombre”, y que los hombres mandan, pero quizá no con menores exigencias de
tendrá a su disposición numerosos “mo- comportamiento. En ambos casos, los va-
delos”, ya sea en la escuela, en el cine, en rones adultos van a tener un papel y un
la televisión, en los cómics o en otras lec- peso determinantes, ya sea en forma di-
turas, etc. Parsons no parece tener en recta o en tanto que “modelos” a imitar, y
cuenta que “cuando los niños entran en lo también van a resultar decisivas las re-
que los freudianos llaman el periodo de laciones establecidas con el resto de va-
latencia”, el ámbito familiar ha dejado rones de la misma generación, cohorte o
de ser la única instancia socializadora, grupo de iguales en el ámbito escolar,
al menos en las sociedades “avanzadas” deportivo, residencial, etcétera.
—en las que se sitúa su discusión—, e in- Una “excursión” por las cosas dichas por
cluso, en muchos casos, puede que haya las ciencias sociales de las últimas déca-
dejado de ser la “principal”; el ámbito es- das sobre la cuestión de la masculinidad
colar y los grupos de iguales adquieren nos depararía muchas más sorpresas. No
un elevado protagonismo en la “resociali- disponemos aquí del espacio necesario
zación” del varón. Y, por supuesto, es muy para hacerlo. Nos limitaremos a un caso
posible que incluso el propio padre tome más. Una discusión a partir de un artícu-
a su cargo de una manera mucho más lo de Ellen Jordan, al que ya nos hemos
directa la “educación” de su hijo varón en referido en nuestro análisis del texto de
los valores, prerrogativas, obligaciones, Parsons, nos pone ante uno de los proble-
etc., del ser hombre. mas más sangrantes de las ciencias socia-
Nos encontramos, en efecto, más que les actuales, el del “redescubrimiento”. El
La masculinidad en cuestión 45

inadecuado conocimiento de la tradición develar los mecanismos a través de los


científica desde la que uno escribe hace que cuales se establece la desigualdad en las
a veces presentemos como algo nuevo ideas escuelas primarias, el centro de la inves-
que son muy viejas, o que, simplemente, tigación y de la discusión deberá trasla-
darse de lo que ocurre a las niñas a lo
ya fueron formuladas por autores anterio-
que les sucede a los niños: hay que con-
res. Nos enfrentamos aquí a la cuestión
siderar el papel que representan las ex-
de las “modas” científicas o intelectuales, pectativas de la escuela en la construc-
al desvanecimiento en el aire de buenas ción de la masculinidad; también hay
ideas mal comprendidas en su momento, que tener en cuenta las pugnas entre dis-
formuladas por autores que desaparecen tintos grupos de varones por una defini-
de las bibliografías de los cursos universi- ción propia de la masculinidad y, por úl-
tarios a causa de imponderables variados, timo, el grado en que se usa a las niñas y
cuando quizá todavía tenían mucho que se abusa de ellas en el proceso. [1999: 225;
decir. No es éste el lugar para desarrollar las cursivas son mías]
esto. Bástenos aquí presentar un ejemplo
directamente relacionado con nuestro Comentando el problema de la inade-
tema, para mostrar cómo la cuestión de la cuación de género, y la forma diferencial
masculinidad fue sociológica antes que psi- en que ésta se da entre niños y entre ni-
cológica, y que las explicaciones socioló- ñas, Jordan (1999: 226) cita a Vivian G.
gicas, tal y como corresponde, nunca se- Paley (1984):
pararon el tema de los contextos más La inadecuación rara vez le causa pro-
amplios en donde se encuentra inserto: la blemas a la niña, en la medida en que
estructura de la familia, los procesos de so- dispone de un amplio espectro de conduc-
cialización, o la construcción cultural de tas aceptables. Ella puede jugar de cual-
las identidades de género. Con esto cerra- quier forma sin tener que avergonzarse
remos nuestro círculo argumental sobre por ello. Un niño disfrazado con una bata
la problematización de la masculinidad de olanes puede contar con que se van a
en las sociedades occidentales modernas, reír de él; en cambio, una niña con una
y la conversión de este problema específi- capa de superhéroe no genera bulla. No
hay nada engañoso acerca de la adapta-
co en un supuesto problema antropológico,
bilidad femenina —o la intransigencia
es decir, con carácter universal.
masculina— en materia de juegos ima-
Ellen Jordan parte de la idea de que ginarios. [Las cursivas son mías]
“en las escuelas primarias las niñas son
estudiantes modelo” (1999: 225), con ma- Estas “presiones para adecuarse al
yores logros académicos y una presión género” serían, según Jordan, “más fuer-
cada vez menor para que se comporten tes sobre los niños que sobre las niñas”
de manera “femenina”. El problema —el en el presente; el mundo de las niñas es-
problema de la disciplina en las escuelas taría gozando de “una mayor gama de
(la autora se basa en su experiencia como opciones”. Sin embargo, John Gagnon
enseñante de 12 años en escuelas prima- notaba algo muy parecido a finales de los
rias de Australia)— estaría pues más bien setenta (el periodo abarcado por la inves-
en los niños. Según Jordan, para tigación de Jordan cubriría la década si-
46 Joan Vendrell Ferré

guiente, de 1976 a 1987), en el contexto Este autor percibe claramente, pues,


norteamericano. Gagnon veía así el pro- un factor que suele pasarse por alto en
blema: los estudios sobre masculinidad contem-
poráneos —los men’s studies y sus clones
Las diferencias tempranas de sexo están en los países no anglosajones, como Méxi-
muy lejos de ser absolutas. Algunas ni- co—: el papel masculino es el más impor-
ñas son “marimachos”, prefiriendo los de- tante, porque, en efecto, la “identidad
portes activos a jugar con muñecas, bai- masculina” es la identidad del domina-
lar, saltar a la comba y hacer bizcochos.
dor, del género dominante en el sistema
A muchas se les “permite” participar en
“sexo/género” de prácticamente todas las
juegos informales en la vecindad cuando
faltan jugadores. Sin embargo, a medida sociedades humanas, pero en todo caso
que el deporte se hace más formal y con- de manera muy clara en las “occidenta-
trolado y queda bajo la responsabilidad les”. Por ello, se trata de un papel, o rol,
de adultos (como por ejemplo, la Ligui- genérico menos susceptible de “experi-
lla), las mujeres son excluidas (o por lo mentación” individual, de variación o de
menos lo eran hasta hace poco) cualquie- juego, que el de la mujer, que al fin y al
ra que sea el nivel de destreza que se re- cabo es secundario. Gagnon está todavía
quiera. muy consciente de las implicaciones so-
Para los niños, las oportunidades de ciológicas de esta variación, mientras que
participar en los juegos de niñas son ra-
en los men’s studies el énfasis se ha des-
ras; la calificación de “mariquita” es más
plazado hacia lo psicológico, convirtiendo
negativa para ellos que la de “marima-
cho” para ellas. Sin embargo, en gene- el problema de la masculinidad en un pro-
ral, esta regla no se aplica en sentido con- blema de identidad individual. No deja
trario. Lo que está a discusión no parece de resultar interesante —a menos que el
ser el papel masculino sino el femenino. traductor nos esté traicionando— que
Tanto los hombres como las mujeres con- para Gagnon el papel de género en discu-
sideran el papel de la mujer como menos sión —social— sea el femenino, y no el
importante que el del varón y la implica- masculino.13 Desde una perspectiva socio-
ción es que las mujeres pueden salir más
airosas pareciendo más masculinas. No
obstante, esto no puede funcionar a la
13
También Parsons (1998) apunta dificulta-
inversa: los hombres no pueden salir ai- des especiales para las mujeres, debido a contra-
dicciones causadas, en primer lugar, por la parte
rosos pareciendo femeninos. Es una ca-
del rol femenino derivada de la división sexual del
lle de una sola dirección.12 [Gagnon, 1980:
trabajo (con la relegación de las mujeres, en las
97-98; las cursivas son mías] sociedades capitalistas, a la esfera privada o do-
méstica: la buena madre), en contraposición a lo
12
Algo parecido, pero a partir de muy dife- que implica para las mujeres la fundamentación
rentes presupuestos, es lo apuntado por J. A. de la pareja conyugal en el complejo emocional
Jáuregui (1982) en el sentido de que, si bien las del “amor romántico”, y la necesidad para la
mujeres han conquistado su derecho a vestir pan- mujer de conseguir un “buen marido” a través
talones, los varones siguen teniendo vedado ves- del cual ella tendrá una “posición” en una socie-
tir faldas. Según Jáuregui, esto expresa una re- dad de familias nucleares, trabajo asalariado,
lación jerárquica: el número dos (la mujer) puede movilidad social desvinculada de los grupos de
imitar al número uno, pero no al revés. parentesco amplios, etc. Todo ello en un estudio
La masculinidad en cuestión 47

lógica, en efecto, el papel masculino es el 5. LA CUESTIÓN


más claro, y también, por ello y por ser DE LA MASCULINIDAD: ¿UN FALSO
el más importante, es el más rígido a la PROBLEMA ANTROPOLÓGICO?
hora de su expresión pública, aquel cuyo
aprendizaje está sujeto a un mayor gra- En definitiva, lo que quisiera poner so-
do de control social —familiar, escolar, en bre la mesa de las discusiones con este
el seno del grupo de iguales, etc.—. Los artículo es que, desde un punto de vista
men’s studies convierten esto en una ma- antropológico —quizá extendible al resto
yor “problematicidad” del papel del va- de las ciencias sociales—, la cuestión de
rón, puesto que analizan el problema (par- la “masculinidad” puede que no sea más
tiendo de perspectivas psicologistas) que un falso problema, uno de esos pro-
desde el punto de vista del varón como blemas que los occidentales somos tan
individuo, desde su psique individual, aficionados a crear —y los antropólogos
sometida a una mayor presión para con- a veces los primeros— cuando exporta-
formarse a los dictados sociales de su mos, sin el debido rigor, categorías y pro-
género; de ahí el “problema de la mascu- blemas propios de nuestra cultura en su
linidad”, inventado en Occidente y ex- momento histórico actual a otras cultu-
portado a todo el mundo y a toda época ras y momentos históricos para los que
histórica (es decir, naturalizado, deshis- esas categorías y problemas no tienen
torizado). Pero desde una perspectiva so- apenas significado. Cuando un compa-
ciológica no existe tal “problema”, puesto rativista como David D. Gilmore, tra-
que el papel del varón es el más clara- bajando desde una perspectiva específi-
mente delimitado, y los varones que se camente “funcionalista”, se nos presenta
ajusten a él no tienen por qué tener pro- alborozadamente como un precursor en
blema alguno. La problematicidad se da la definición del nuevo campo de estudio
en sociedades donde el papel del varón es constituido por el “rompecabezas” de la
puesto en cuestión, sin alternativas cla- masculinidad, está cayendo, a mi juicio,
ras, y donde los miembros de esas socie- en una falacia de carácter profundamen-
dades son concebidos como individuos te etnocéntrico. La cual, además, y qui-
más o menos autónomos. zás más gravemente, le sirve para desac-
tivar el problema de la dominación
masculina, un problema de orden socio-
lógico, para dejárnoslo convertido en un
problema de “identidad”, de orden psico-
lógico.
El error nace de partir de supuestos
insuficientemente analizados. Gilmore
nos define la masculinidad como “la for-
sobre la estructura familiar en la sociedad nor- ma aceptada de ser un varón adulto en
teamericana de mediados del siglo pasado, es
decir, donde el acceso de las mujeres —de clase
una sociedad concreta”, lo que inmedia-
media urbana— al mercado de trabajo continua- tamente pasa a ser considerado algo “in-
ba siendo muy restringido. cierto y precario, un premio que se ha de
48 Joan Vendrell Ferré

ganar o conquistar con esfuerzo”. Estas en absoluto que en esas culturas exista
prenociones llevan a Gilmore a enfocar algo así como un problema de la masculi-
su estudio comparativo en un intento de nidad. Aquí, lo problemático es la noción
descubrir por qué en “muchísimos luga- misma de “problema”. Todo ese juego de
res” es tan difícil ser un “hombre de ver- pruebas de virilidad, y sus consecuencias,
dad”, y “por qué tantas sociedades elabo- no constituye para esa gente nada pare-
ran una elusiva imagen exclusivista de cido a lo que para nosotros es un proble-
la masculinidad mediante aprobaciones ma de “identidad”, sexual o de género.
culturales, ritos o pruebas de aptitudes y Parece absurdo ver las iniciaciones me-
resistencia” (Gilmore, 1994: 15). Hay ahí lanesias —por poner sólo un ejemplo—
un error de base de carácter epistemoló- en términos de identidades primarias que
gico acompañado de un manejo insuficien- cabe transformar en secundarias, etc. Los
te —y muy discutible— de la literatura melanesios, como otros pueblos de todo
etnográfica disponible, así como el deli- el mundo, tienen muy claro, desde el na-
berado olvido de estudios previos sobre cimiento, quién es un varón, susceptible
el tema efectuados desde perspectivas ex- de convertirse en un “hombre” en su adul-
plícitamente rechazadas por Gilmore, tez, y quien una hembra, que llegará a
como el enfoque que él llama “marxista ser una “mujer”; lo que van a hacer es
doctrinario” de Godelier, pero donde po- someter a los varones a una serie de
dríamos situar también a Meillassoux aprendizajes que van a reforzar cultural-
(1977). El error de base es convertir es- mente su condición de dominadores, pro-
tas dificultades y esfuerzos para ser “un veedores de caza, guardianes de los reba-
hombre de verdad”, esta necesidad de ños, guerreros, jefes de familia, etc., ya
aprobación cultural, estos ritos y pruebas, que por lo general son ellos y sólo ellos
e incluso peligros, violencias, etc., todo quienes se reservan este rango de activi-
eso, en un “problema de la masculinidad”, dades, repartiéndoselas precisamente en
entendido como un problema de identi- función de su desempeño en las pruebas
dad personal de género. Que una o va- de virilidad.15 Como consecuencia de es-
rias culturas definan sistemas de prue- tas pruebas y ordalías tendremos un aba-
bas de virilidad para establecer mejor la nico de grandes hombres, “hombres co-
dominación masculina en general, pero rrientes”, hombrecitos, etc. Pero no, en
también, como ya hemos dicho, una je- ningún caso, “mujeres” primarias volvien-
rarquía entre los propios hombres —los do por sus fueros para retomar la pose-
que más se acerquen al ideal de “hombre sión de los varones “fracasados” en la com-
de verdad”, gran hombre (que, a su vez, petencia viril. Podría pensarse que lo que
puede ser de muy distintos tipos), big
man, o —lo que sea—, 14 no quiere decir 15
Resulta sumamente interesante y clarifica-
dor el análisis efectuado por Michael Houseman
(1993) de la iniciación masculina So de los beti
14
Para una distinción y un análisis de las ló- del centro-sur del Camerún, cuyas implicaciones
gicas sociales respectivas, entre sociedades con para lo que aquí se está argumentando he desa-
grandes hombres y sociedades con Big men, véa- rrollado más extensamente en “Masculinidades
se Godelier (1986: 195-224). juveniles”, trabajo en prensa.
La masculinidad en cuestión 49

provoca “angustia” a los varones de las explicativos del psicoanálisis llevan mu-
múltiples sociedades, que de muy diferen- chos años —demasiados— siendo impug-
tes formas establecen guiones culturales nados de una manera que considero por
de competencia viril, no es un problema demás convincente, con lo que su utiliza-
de identidad de género personal; no es, ción por parte de la antropología resulta
en sentido estricto, un problema de “mas- especialmente problemática (Harris, 1987;
culinidad”, sino más bien un problema de Kaplan y Manners, 1985). Volviendo a un
ubicación en la jerarquía de relaciones autor ya citado aquí, quizá no esté de más
sociales entre los varones, y entre éstos y recordar que el libro Sexual conduct, de
las hembras del grupo en cuestión. John Gagnon y William Simon, es de 1973,
A mi juicio, uno de los problemas ma- y que en él se mostraba en forma contun-
yores de Gilmore y los neofreudianos en dente —a mi juicio— incluso como la apli-
general es haber dejado de lado, por pre- cación del “guión psicoanalítico” a la des-
juicios ante el “marxismo doctrinario”, tra- cripción de los comportamientos infantiles
bajos sólidos sobre la construcción cultu- en nuestra propia cultura, más que des-
ral de la virilidad como estrategia de cribir los efectos de una “fuerza sexual” o
dominación, como el de Godelier, y haber libido que pugna por manifestarse entre
optado por una vía de explicación segura- los recovecos de la represión sexual o bajo
mente mucho más “doctrinaria” a la hora la mirada severa del padre castrador, lo
de manipular los datos etnográficos pa- que hacía era precisamente “sexualizar”
ra ajustarlos a la teoría. Me refiero, y voy esos comportamientos, una serie de actos,
a decirlo sin ambages, al psicoanálisis, ya sensaciones, etc., que para el niño no te-
sea “post”, “neo” o simplemente freudia- nían, o no tenían por qué tener, en princi-
no. Aparte de conducir a la falacia psicolo- pio, significado “sexual” alguno (Gagnon y
gista, perfectamente denunciada ya des- Simon, 1977). Es decir, que la “sexualidad
de los tiempos de Lowie,16 los esquemas infantil” es algo que nuestra cultura cons-
truyó a partir de “leer” las conductas in-
16
Lowie (1979) establece su crítica a la teoría fantiles en términos psicoanalíticos, del
psicoanalítica a partir de una confrontación de mismo modo que construimos falsos pro-
la explicación freudiana del “tabú de la suegra”
blemas de identidad sexual o de género
con los datos etnográficos procedentes de diver-
sas culturas de América del Norte. Nos dice Lo- leyendo a partir de conceptos que respon-
wie: “Pero la motivación psicológica freudiana den a problemáticas nuestras lo que suce-
adolece de un defecto fatal, compartido con to- de en otros ámbitos culturales.
das las interpretaciones psicológicas de datos Resulta, en todo caso, sumamente
culturales. Los hechos psicológicos a que recurre
significativo que incluso un autor como
Freud poseen validez universal confesada; por
consiguiente deben obrar con igual fuerza en las
comunidades más diversas [...] Pero se observa
que el tabú sobre los padres políticos tiene una basadas en complejos psicológicos de validez uni-
dispersión muy caprichosa.” Se llega al punto de versal. “La teoría psiconalítica se derrumba por-
que para poder adaptar la teoría a los hechos que es una teoría psicológica, y porque no esta-
deberíamos suponer un tipo de psicología para mos ante simples hechos psicológicos sino ante
un grupo de pueblos y otro distinto para otro gru- hechos psicológicos socialmente determinados.”
po, lo cual no encaja con las premisas freudianas (Lowie, 1979: 72-73)
50 Joan Vendrell Ferré

Gilmore, cuyo punto de partida son los tidad secundaria” vista en términos de
postulados neofreudianos sobre el “rom- precariedad, necesidad de refuerzo cons-
pecabezas de la masculinidad”, se vea tante, etc.? Si las identidades de las mu-
obligado a asumir las consecuencias de jeres son tan sólidas por comparación con
los contraejemplos etnográficos presen- las de los varones, ¿por qué siguen sien-
tados por él mismo —los “pacíficos tahi- do ellas, masivamente, las dominadas,
tianos y los tímidos semai”— que des- aunque esta dominación lo sea a veces
mienten sus tesis de partida (sustentadas más en un plano simbólico que sociológi-
a su vez en otra batería de ejemplos). Esto co? ¿Son exportables los problemas de
le lleva a concluir lo siguiente: identidad occidentales a otras culturas?
¿O los esquemas de construcción de la
a) “las mujeres suelen estar bajo el con- virilidad de otras culturas importables a
trol de los varones”, ya que éstos son “nor- las nuestras, a lo que a veces llamamos
malmente... los que detentan la autori- “sociedades complejas” y otras, grosso
dad política y legal”, y como, según modo, Occidente? Tan preocupados por
Gilmore, “son más altos y más fuertes”, “nuestra identidad” y sus avatares, ¿no
entonces “pueden obligar a las mujeres estaremos descuidando el estudio de las
bien por la fuerza, bien con amenazas de condiciones de posibilidad de la domina-
fuerza, al menos en caso de que la mora- ción, de la perpetuación de la injusticia
lidad convencional no haga su trabajo” de género —pero no sólo de ésta? ¿Qué
(1994: 216), puede significar este repliegue, también
b) “en general, tanto los papeles del por parte de sectores de la antropología,
varón como los de la mujer consisten en a las posiciones del individualismo meto-
reproducir estructuras sociales en lugar dológico? ¿Puede tener algo que ver con
de recorrer un sendero, socialmente neu- una asunción creciente, incluso en la “aca-
tro e irrelevante, de autorrealización per- demia”, del famoso “pensamiento único”?
sonal” (1994: 219), y ¿O se trataría más bien, simplemente, de
c) “la virilidad es un guión simbólico, pensamiento débil?
una construcción cultural, con un sinfín
de variantes, y no siempre necesario”
(1994: 224).
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Para terminar, algunas preguntas so-
bre las consecuencias políticas. ¿Qué sig- BACHOFEN , J. J. (1992), El matriarcado. Una
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