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ISSN: 0185-0636
nuevaantropologia@hotmail.com
Asociación Nueva Antropología A.C.
México
D
urante milenios, el hombre, el va- traculturales, desarrolladas éstas a lo lar-
rón, ha dominado a la mujer, la go del tiempo y observables en el caso de
hembra, de la especie científica- los pueblos de quienes se ha podido re-
mente tipificada —primordialmente por construir una historia. “Universal” quie-
científicos varones— como Homo sapiens re decir aquí que incluso en las culturas
sapiens. Esta posición social y cultural- reconocidas por los antropólogos como de
mente dominante de los varones ha sido “derecho materno” o “filiación matrili-
reconocida, a lo largo de décadas de estu- neal”, donde la pertenencia al grupo de
parentesco se transmite por vía femeni-
na, los hombres, de algún modo, mantie-
1
Este ensayo se inscribe dentro del proyecto nen su poder; no ya en tanto “padres”,
“Cuerpo, género y sexualidad en México”, apoya-
do por el Conacyt, y del cual el autor es el investi-
pero sí en su condición de hermanos de
gador responsable. Forma parte de la fundamen- las mujeres que transmiten la filiación,
tación teórica de esta línea de investigación. ocupando respecto a los hijos de sus her-
* Departamento de Antropología, Universidad manas una posición de poder equipara-
Autónoma del Estado de Morelos. ble a la de los padres en las sociedades
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salmente, en todas las épocas y culturas, rra a la una repercutirá sobre la otra. Si
por los varones de la especie humana. Así, las mujeres problematizan su posición
pasamos de analizar los mecanismos so- subordinada y consiguen introducir un
cioantropológicos de la desigualdad nuevo discurso sobre el tema en todos los
sexual y del dominio masculino a victimi- ámbitos sociales de discusión, desde el
zar a los varones en cuanto sujetos de una académico al político, los hombres se ve-
identidad precaria y en permanente peli- rán obligados, tarde o temprano, a repen-
gro de regresión a formas “infantiles” y “fe- sar su propia posición, antes incuestio-
meninas”. Los baruya, los sambia, los do- nada, de dominio, si es que ellas no les
gón, los antiguos griegos y romanos, los toman la delantera y empiezan la proble-
cabileños y el resto de los mediterráneos matización por su cuenta. Esto es, muy
contemporáneos de ambas orillas, los esquemáticamente, lo que ha sucedido.
mexicanos..., junto, por supuesto, con los En antropología, concretamente, podemos
norteamericanos de clase media: ¡todos al seguir este proceso desde la aparición de
diván! los “estudios sobre la mujer”, que dan lu-
Siguiendo una lógica cultural elemen- gar a una “antropología de la mujer” como
tal, en un sistema sexo/género basado en respuesta al “androcentrismo” de la an-
la distinción de, como mínimo, dos posi- tropología clásica, para pasar seguida-
ciones clasificatorias,6 todo lo que le ocu- mente a una “antropología del género”,
donde el enfoque se dirige ya hacia el sis-
6
“Como mínimo”, porque pueden ser más. El tema sexo/género en su conjunto,7 es de-
estudio comparativo desarrollado por Martin y
Voorhies (1978) en torno a los “sexos supernu- 7
La noción del sistema de “sexo/género” fue
merarios” nos muestra culturas que pueden introducida por Gayle Rubin, para quien “un sis-
considerar una posición de género “intersexual” tema de sexo/género es simplemente el momento
o posiciones “similares” a la masculina y a la fe- reproductivo de un “modo de producción”. La for-
menina, pero sin ajustarse exactamente a ellas. mación de la identidad de género es un ejemplo
Lo que hace especialmente interesante este cua- de producción en el campo del sistema sexual. Y
dro comparativo es que en él se crucen las ca- un sistema de sexo/género incluye mucho más que
racterísticas del género y las del sexo biológico, las “relaciones de procreación”, la reproducción
incluyendo en este último el “intersexo” —her- en sentido biológico” (2000: 46). La noción hizo
mafroditismo congénito, visible en el fenotipo fortuna y se sigue empleando (el artículo origi-
sexual—. En las culturas en donde este “inter- nal de Rubin es de 1975), aunque desvinculada
sexo” es reconocido como tal, puede dar lugar a del contexto de discusión con el materialismo his-
una posición de género ad hoc, a la que luego tórico en donde la inserta Rubin. Para entender
pueden adscribirse “machos” y “hembras” fenotí- plenamente lo que quiso decir la autora, pienso
picamente “normales” (caso de los navajo), o pue- que convendría reubicar su trabajo en el eje que
de carecer totalmente de una posición de género va desde la clásica obra donde Engels adapta el
específica culturalmente reconocida (caso de los esquema de Morgan a los postulados marxistas
pokot de Kenia). En otras culturas, como los pima (Engels, 1992), hasta Claude Meillassoux (1977),
y los mohave, el fenotipo intersexual no es reco- es decir, en el marco de la “antropología marxis-
nocido culturalmente como tal, debiendo sus por- ta”, tan denostada por “neofreudianos” como
tadores, en caso de que se les permita sobrevivir, Gilmore (1994). Opino —quizá al revés que mu-
adscribirse a alguno de los tipos de género cultu- chos— que la parte “marxista” de este célebre
ralmente reconocidos (dos en el caso de los pima; artículo de Rubin ha resistido mucho mejor el
cuatro en el de los mohave). paso del tiempo que su parte “freudiana”.
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hombres). Los trabajos compilados por necesitásemos crearle una tenaz identi-
Lluís Mallart (1993), referentes al sur del dad femenina primaria al niño para po-
Camerún, nos ofrecen perspectivas de der someterlo luego a esos espantosos
análisis de corte estructuralista. Desde rituales de iniciación, con lo que la expli-
la moderna “antropología de la juventud”, cación se vuelve tautológica; a menos que
las iniciaciones pueden ser vistas como demos por supuesto que este “lazo tenaz
entrada en la vida adulta, con la conco- madre/hijo (varón)” se da siempre de la
mitante asunción de responsabilidades misma forma y en todas las culturas, lo
(Feixa, 1999). Dejando un poco —o un cual no concuerda en absoluto con los
mucho— de lado esta rica tradición de datos etnográficos disponibles. Tenemos
análisis antropológicos, en la perspecti- que, por una parte, se ignora por comple-
va neofreudiana interesada en “el proble- to la tradición antropológica existente so-
ma de la masculinidad”, los ritos de ini- bre cosas como los rituales de iniciación o
ciación son ahora vistos primordialmente los procesos de socialización, reduciendo
como una especie de “seguro” contra las esos ritos, por ejemplo, a una especie de
tendencias regresivas universales de los “terapia” para resolver un problema pre-
varones, contra el deseo supuestamente viamente creado por el propio medio so-
universal de éstos de liberarse de sus res- ciocultural. Por otro lado, se extraen con-
ponsabilidades volviendo a los primeros secuencias de alcance teórico general
años de la infancia, pasados junto a la (sobre las identidades primarias y secun-
madre, e incluso al seno materno. Según darias, etc.) a partir de situaciones cultu-
Elisabeth Badinter, “se trata siempre de rales específicas. ¿Qué ocurre donde no
ayudar al niño para que cambie su iden- se produce este supuesto “lazo tenaz” en-
tidad femenina primaria en una identi- tre madre e hijo, o donde no existen ritos
dad masculina secundaria” (1993: 91; las de iniciación “largos y traumatizantes”?
cursivas son mías). En consonancia con En el siguiente epígrafe veremos cómo
esta visión, lo que sigue es una típica Parsons aventura una explicación com-
muestra del uso que hacen de los datos pletamente distinta para la identificación
antropológicos los teóricos neofreudianos con la madre por parte del niño de clase
de la masculinidad: “Las tribus de Nue- media norteamericano de mediados del
va Guinea, conscientes del peligro de fe- siglo pasado, con el mérito de no preten-
minización que corre el chico, organizan der exportar esa situación al conjunto de
unos rituales de iniciación, generalmen- la especie humana.
te muy largos y traumatizantes, en co- Todo esto se parece sospechosamente,
rrespondencia con el lazo tenaz madre/ además, a ciertas angustias occidentales,
hijo que se proponen desatar” (Badinter, siendo de Occidente de donde proceden
1993: 73). La explicación es de un sim- la mayoría de los estudiosos, o al menos
plismo esclarecedor: si este “lazo” es tan aquellos cuya obra es lo suficientemente
tenaz y desatarlo resulta tan largo y divulgada para llegar hasta nuestras
“traumatizante”, ¿por qué se lo promue- manos. No se trata sólo de las angustias
ve o se deja que se produzca en los prime- de los hombres, y los académicos entre
ros años de la vida del niño? Parece que los primeros, privados ahora de sus ante-
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gico, autores como Maurice Godelier otros tiempos fueran fagocitadas por la
(1986) y Pierre Bourdieu (2000), cuya lec- ciencia social predominante en gran par-
tura reposada nos invita a poner sub ju- te del siglo XX: la sociología. Puede ayu-
dice las ideas de los adscritos al neofreu- darnos a ver un poco mejor todo esto el
dianismo, como David D. Gilmore (1994), análisis de un texto de uno de los sociólo-
Thomas Gregor (1985) o Elisabeth Bad- gos más representativos del paradigma
inter (1993), y en general toda la moda estructural-funcionalista, Talcott Par-
de los men’s studies. sons. Se trata de un artículo publicado
originalmente a mediados del siglo pasa-
do;9 en él Parsons plantea, desde las co-
4. ANTES Y MÁS ALLÁ DE LOS MEN’S ordenadas estructural-funcionalistas10 y
STUDIES (SOBRE LA DESMEMORIA desde una perspectiva muy conservado-
EN LAS CIENCIAS SOCIALES) ra, el problema de la masculinidad en
el marco de la familia “conyugal” norte-
Por supuesto, la preocupación por la americana, la que podemos considerar
“masculinidad” no empieza con los men’s familia “nuclear” con residencia indepen-
studies; podríamos inferir que empieza diente, preferentemente urbana y supues-
desde el preciso momento en que la voz tamente predominante dentro de la “cla-
de las mujeres alcanza la esfera pública se media”.
con un discurso propio, capaz de hacerse Resulta interesante encontrar, en el
oír. En todo caso, los estudios sobre mas- tratamiento parsoniano de esta cuestión,
culinidad contemporáneos introducen en el tema clásico de la identificación con la
el problema dimensiones nuevas, algunas madre, tanto por parte de los hijos varo-
de las cuales intentamos poner aquí de nes como de las hembras, y las consecuen-
manifiesto, y, sobre todo, convierten el cias diferenciales que esa identificación
problema en central, con lo que la mascu- infantil provocará en cada uno de los dos
linidad y sus avatares se convierten en
un objeto de estudio con sentido propio.
El problema de la masculinidad, cabe rei-
9
Comprendido en la obra colectiva The fami-
ly, dirigida por Ruth Nanda Anshen, y que cuen-
terarlo, se convierte ahora en un proble- ta con una introducción del antropólogo cultura-
ma de construcción de la identidad de los lista Ralph Linton. La versión que manejamos
hombres en tanto que individuos. Se bus- nosotros se encuentra en una selección de esos
can —y, por supuesto, se encuentran— trabajos publicada en español por primera vez
por tanto “explicaciones” o narrativas de en 1970 (Fromm, Horkheimer, Parsons y otros,
1998). Desconocemos la fecha exacta de publica-
orden psicológico en torno al problema, ción del original en inglés, pero el trabajo que
pasando la perspectiva sociológica de aná- aquí comentamos se situaría en una línea ideo-
lisis a un segundo plano. En cuanto a las lógica y teórica prácticamente idéntica a la men-
aportaciones etnográficas efectuadas por cionada por Conway, Bourke y Scott (2000) a par-
la antropología, pasan a estar al servicio tir de un libro de Talcott Parsons de mediados de
la década de 1950.
de los nuevos enfoques psicológicos, pre- 10
Para situar a Parsons dentro del estructu-
dominantemente de la versión neofreu- ral-funcionalismo sociológico, véase Salvador
diana del asunto, del mismo modo que en Giner (1974).
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actividades que consisten en una imita- ñas. [...] Se interesan por las pruebas
ción directa de las de sus madres. En atléticas y por las proezas físicas, es de-
cambio, el niño no dispone de manera cir, por actividades en las que los hom-
inmediata del modelo del padre para po- bres gozan de ventajas más evidentes e
der imitarlo; además —y esto ocurre es- indudables sobre las mujeres. Además,
pecialmente entre las clases medias, pero rehúyen las expresiones de sentimientos
también, y cada vez más, entre las ba- tiernos; han de ser “duros”. Esta pauta
jas— las ocupaciones a que se dedica el general tiene todos los rasgos de una for-
padre, como el trabajo en una oficina o mación de reacción. No es un simple re-
el manejo de una máquina complicada, sultado de la naturaleza masculina, sino
no son tangibles ni fácilmente compren- que consiste, en gran parte, en una de-
sibles por el niño. fensa contra la identificación femenina.
La niña tiene, pues, mejores oportu- [Parsons, 1998: 46-47]
nidades para la maduración emocional,
gracias a la identificación positiva con un En este caso, el complejo psicológico, o
modelo adulto: esto parece explicar, en pauta conductual, que estaría operando
gran parte, el fenómeno bien conocido de en el caso de los varones, sólo puede ser
la maduración más temprana de las ni-
comprendido por referencia a una socie-
ñas. 11 El niño, en cambio, tiende a for-
dad y a un tipo de estructura familiar es-
mar una identificación femenina directa
porque el modelo más significativo para pecíficos, y la “masculinidad compulsiva”
él, el que está más a su alcance, es la se asocia, precisamente, al descubrimien-
madre. Pero el niño no está destinado a to de la superioridad social del propio gé-
convertirse en una mujer adulta. Ade- nero (posiblemente asociada con una
más, pronto descubre que, en algunos toma de conciencia cabal de la pertenen-
aspectos fundamentales, se considera a cia a un género diferenciado). A partir de
las mujeres inferiores a los hombres y por ahí empezaría el aprendizaje de lo que
ello le resulta vergonzoso criarse como quizá podamos llamar apropiadamente
una mujer. De este modo, cuando los ni- los complejos de la “dominación” que co-
ños entran en lo que los freudianos lla-
rresponde al “ser hombre”: el gusto por la
man el periodo de latencia, su comporta-
proeza física, la “dureza”, el desprecio de
miento tiende a caracterizarse por una
especie de masculinidad compulsiva. Se las mujeres en tanto que “inferiores”, etc.
niegan a sostener relaciones con las ni- Resulta interesante que Parsons “indivi-
dualice” el problema, remitiéndolo a “re-
acciones” o “defensas” que al parecer son
11
Es corriente atribuir esta “maduración más espontáneas en los niños varones a par-
temprana” femenina a causas de orden biológi- tir de cierta edad; quizás por eso se vea
co, dada su entrada en los cambios puberales
anterior a los varones. Parece obvio que Parsons obligado a recurrir a “lo que los freudia-
se refiere a un tipo de maduración que va más nos llaman el periodo de latencia”, aun-
allá de lo físico (desarrollo corporal con aparición que no parezca muy convencido de la uti-
de los caracteres sexuales secundarios) y que, de lidad de esta noción. Obviamente, antes
hecho, ya no depende para nada, o no primor- de los neofreudianos estuvieron los freu-
dialmente, de los cambios físicos del cuerpo, sino
de la mayor disponibilidad de un modelo de com- dianos, y la tendencia de los científicos
portamiento social positivo. sociales a recurrir a conceptos de este tipo
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para cubrir lagunas de sus exposiciones ante una “formación de reacción” indivi-
parece estar muy arraigada. Sin embar- dual, ante una resocialización que, como
go, conocemos el papel de los “grupos de tal, es socialmente inducida con base en
iguales” en la aparición y el mantenimien- las pautas culturales que rigen en cada
to de esos comportamientos “compulsiva- contexto sociocultural. Esto es algo que
mente” masculinos, y en la separación “la- ha sido reconocido incluso para las “ini-
tente” de las niñas; resulta especialmente ciaciones” masculinas de sociedades muy
interesante, ahí, el papel de los niños más alejadas de las occidentales (Knauft,
claramente identificados con el rol “mascu- 1992). La entrada en la vida adulta, que
lino” en el arrastre hacia el mismo de los en el caso de los varones puede verse como
demás (Jordan, 1999) y, por supuesto, el la entrada en la “hombría”, entendida ésta
papel de los adultos. Por mucho que el como lo que son y lo que hacen los varo-
niño no disponga de manera inmediata nes adultos de su sociedad, puede darse
del modelo del padre —una afirmación mediante un rito tradicionalmente esta-
quizás excesiva, o quizás aplicable sólo a blecido de duración variable según las
los primeros años, es decir, a la socializa- culturas —pero claramente establecida
ción más temprana—, para cuando des- en el interior de cada una de ellas—, o,
cubre que, efectivamente, forma parte de como en el caso de nuestras sociedades,
la mitad “masculina” de la sociedad, que mediante un proceso de duración indefi-
es —o está destinado a convertirse en— nida, sin pautas claras de tipo “ritual”,
un “hombre”, y que los hombres mandan, pero quizá no con menores exigencias de
tendrá a su disposición numerosos “mo- comportamiento. En ambos casos, los va-
delos”, ya sea en la escuela, en el cine, en rones adultos van a tener un papel y un
la televisión, en los cómics o en otras lec- peso determinantes, ya sea en forma di-
turas, etc. Parsons no parece tener en recta o en tanto que “modelos” a imitar, y
cuenta que “cuando los niños entran en lo también van a resultar decisivas las re-
que los freudianos llaman el periodo de laciones establecidas con el resto de va-
latencia”, el ámbito familiar ha dejado rones de la misma generación, cohorte o
de ser la única instancia socializadora, grupo de iguales en el ámbito escolar,
al menos en las sociedades “avanzadas” deportivo, residencial, etcétera.
—en las que se sitúa su discusión—, e in- Una “excursión” por las cosas dichas por
cluso, en muchos casos, puede que haya las ciencias sociales de las últimas déca-
dejado de ser la “principal”; el ámbito es- das sobre la cuestión de la masculinidad
colar y los grupos de iguales adquieren nos depararía muchas más sorpresas. No
un elevado protagonismo en la “resociali- disponemos aquí del espacio necesario
zación” del varón. Y, por supuesto, es muy para hacerlo. Nos limitaremos a un caso
posible que incluso el propio padre tome más. Una discusión a partir de un artícu-
a su cargo de una manera mucho más lo de Ellen Jordan, al que ya nos hemos
directa la “educación” de su hijo varón en referido en nuestro análisis del texto de
los valores, prerrogativas, obligaciones, Parsons, nos pone ante uno de los proble-
etc., del ser hombre. mas más sangrantes de las ciencias socia-
Nos encontramos, en efecto, más que les actuales, el del “redescubrimiento”. El
La masculinidad en cuestión 45
ganar o conquistar con esfuerzo”. Estas en absoluto que en esas culturas exista
prenociones llevan a Gilmore a enfocar algo así como un problema de la masculi-
su estudio comparativo en un intento de nidad. Aquí, lo problemático es la noción
descubrir por qué en “muchísimos luga- misma de “problema”. Todo ese juego de
res” es tan difícil ser un “hombre de ver- pruebas de virilidad, y sus consecuencias,
dad”, y “por qué tantas sociedades elabo- no constituye para esa gente nada pare-
ran una elusiva imagen exclusivista de cido a lo que para nosotros es un proble-
la masculinidad mediante aprobaciones ma de “identidad”, sexual o de género.
culturales, ritos o pruebas de aptitudes y Parece absurdo ver las iniciaciones me-
resistencia” (Gilmore, 1994: 15). Hay ahí lanesias —por poner sólo un ejemplo—
un error de base de carácter epistemoló- en términos de identidades primarias que
gico acompañado de un manejo insuficien- cabe transformar en secundarias, etc. Los
te —y muy discutible— de la literatura melanesios, como otros pueblos de todo
etnográfica disponible, así como el deli- el mundo, tienen muy claro, desde el na-
berado olvido de estudios previos sobre cimiento, quién es un varón, susceptible
el tema efectuados desde perspectivas ex- de convertirse en un “hombre” en su adul-
plícitamente rechazadas por Gilmore, tez, y quien una hembra, que llegará a
como el enfoque que él llama “marxista ser una “mujer”; lo que van a hacer es
doctrinario” de Godelier, pero donde po- someter a los varones a una serie de
dríamos situar también a Meillassoux aprendizajes que van a reforzar cultural-
(1977). El error de base es convertir es- mente su condición de dominadores, pro-
tas dificultades y esfuerzos para ser “un veedores de caza, guardianes de los reba-
hombre de verdad”, esta necesidad de ños, guerreros, jefes de familia, etc., ya
aprobación cultural, estos ritos y pruebas, que por lo general son ellos y sólo ellos
e incluso peligros, violencias, etc., todo quienes se reservan este rango de activi-
eso, en un “problema de la masculinidad”, dades, repartiéndoselas precisamente en
entendido como un problema de identi- función de su desempeño en las pruebas
dad personal de género. Que una o va- de virilidad.15 Como consecuencia de es-
rias culturas definan sistemas de prue- tas pruebas y ordalías tendremos un aba-
bas de virilidad para establecer mejor la nico de grandes hombres, “hombres co-
dominación masculina en general, pero rrientes”, hombrecitos, etc. Pero no, en
también, como ya hemos dicho, una je- ningún caso, “mujeres” primarias volvien-
rarquía entre los propios hombres —los do por sus fueros para retomar la pose-
que más se acerquen al ideal de “hombre sión de los varones “fracasados” en la com-
de verdad”, gran hombre (que, a su vez, petencia viril. Podría pensarse que lo que
puede ser de muy distintos tipos), big
man, o —lo que sea—, 14 no quiere decir 15
Resulta sumamente interesante y clarifica-
dor el análisis efectuado por Michael Houseman
(1993) de la iniciación masculina So de los beti
14
Para una distinción y un análisis de las ló- del centro-sur del Camerún, cuyas implicaciones
gicas sociales respectivas, entre sociedades con para lo que aquí se está argumentando he desa-
grandes hombres y sociedades con Big men, véa- rrollado más extensamente en “Masculinidades
se Godelier (1986: 195-224). juveniles”, trabajo en prensa.
La masculinidad en cuestión 49
provoca “angustia” a los varones de las explicativos del psicoanálisis llevan mu-
múltiples sociedades, que de muy diferen- chos años —demasiados— siendo impug-
tes formas establecen guiones culturales nados de una manera que considero por
de competencia viril, no es un problema demás convincente, con lo que su utiliza-
de identidad de género personal; no es, ción por parte de la antropología resulta
en sentido estricto, un problema de “mas- especialmente problemática (Harris, 1987;
culinidad”, sino más bien un problema de Kaplan y Manners, 1985). Volviendo a un
ubicación en la jerarquía de relaciones autor ya citado aquí, quizá no esté de más
sociales entre los varones, y entre éstos y recordar que el libro Sexual conduct, de
las hembras del grupo en cuestión. John Gagnon y William Simon, es de 1973,
A mi juicio, uno de los problemas ma- y que en él se mostraba en forma contun-
yores de Gilmore y los neofreudianos en dente —a mi juicio— incluso como la apli-
general es haber dejado de lado, por pre- cación del “guión psicoanalítico” a la des-
juicios ante el “marxismo doctrinario”, tra- cripción de los comportamientos infantiles
bajos sólidos sobre la construcción cultu- en nuestra propia cultura, más que des-
ral de la virilidad como estrategia de cribir los efectos de una “fuerza sexual” o
dominación, como el de Godelier, y haber libido que pugna por manifestarse entre
optado por una vía de explicación segura- los recovecos de la represión sexual o bajo
mente mucho más “doctrinaria” a la hora la mirada severa del padre castrador, lo
de manipular los datos etnográficos pa- que hacía era precisamente “sexualizar”
ra ajustarlos a la teoría. Me refiero, y voy esos comportamientos, una serie de actos,
a decirlo sin ambages, al psicoanálisis, ya sensaciones, etc., que para el niño no te-
sea “post”, “neo” o simplemente freudia- nían, o no tenían por qué tener, en princi-
no. Aparte de conducir a la falacia psicolo- pio, significado “sexual” alguno (Gagnon y
gista, perfectamente denunciada ya des- Simon, 1977). Es decir, que la “sexualidad
de los tiempos de Lowie,16 los esquemas infantil” es algo que nuestra cultura cons-
truyó a partir de “leer” las conductas in-
16
Lowie (1979) establece su crítica a la teoría fantiles en términos psicoanalíticos, del
psicoanalítica a partir de una confrontación de mismo modo que construimos falsos pro-
la explicación freudiana del “tabú de la suegra”
blemas de identidad sexual o de género
con los datos etnográficos procedentes de diver-
sas culturas de América del Norte. Nos dice Lo- leyendo a partir de conceptos que respon-
wie: “Pero la motivación psicológica freudiana den a problemáticas nuestras lo que suce-
adolece de un defecto fatal, compartido con to- de en otros ámbitos culturales.
das las interpretaciones psicológicas de datos Resulta, en todo caso, sumamente
culturales. Los hechos psicológicos a que recurre
significativo que incluso un autor como
Freud poseen validez universal confesada; por
consiguiente deben obrar con igual fuerza en las
comunidades más diversas [...] Pero se observa
que el tabú sobre los padres políticos tiene una basadas en complejos psicológicos de validez uni-
dispersión muy caprichosa.” Se llega al punto de versal. “La teoría psiconalítica se derrumba por-
que para poder adaptar la teoría a los hechos que es una teoría psicológica, y porque no esta-
deberíamos suponer un tipo de psicología para mos ante simples hechos psicológicos sino ante
un grupo de pueblos y otro distinto para otro gru- hechos psicológicos socialmente determinados.”
po, lo cual no encaja con las premisas freudianas (Lowie, 1979: 72-73)
50 Joan Vendrell Ferré
Gilmore, cuyo punto de partida son los tidad secundaria” vista en términos de
postulados neofreudianos sobre el “rom- precariedad, necesidad de refuerzo cons-
pecabezas de la masculinidad”, se vea tante, etc.? Si las identidades de las mu-
obligado a asumir las consecuencias de jeres son tan sólidas por comparación con
los contraejemplos etnográficos presen- las de los varones, ¿por qué siguen sien-
tados por él mismo —los “pacíficos tahi- do ellas, masivamente, las dominadas,
tianos y los tímidos semai”— que des- aunque esta dominación lo sea a veces
mienten sus tesis de partida (sustentadas más en un plano simbólico que sociológi-
a su vez en otra batería de ejemplos). Esto co? ¿Son exportables los problemas de
le lleva a concluir lo siguiente: identidad occidentales a otras culturas?
¿O los esquemas de construcción de la
a) “las mujeres suelen estar bajo el con- virilidad de otras culturas importables a
trol de los varones”, ya que éstos son “nor- las nuestras, a lo que a veces llamamos
malmente... los que detentan la autori- “sociedades complejas” y otras, grosso
dad política y legal”, y como, según modo, Occidente? Tan preocupados por
Gilmore, “son más altos y más fuertes”, “nuestra identidad” y sus avatares, ¿no
entonces “pueden obligar a las mujeres estaremos descuidando el estudio de las
bien por la fuerza, bien con amenazas de condiciones de posibilidad de la domina-
fuerza, al menos en caso de que la mora- ción, de la perpetuación de la injusticia
lidad convencional no haga su trabajo” de género —pero no sólo de ésta? ¿Qué
(1994: 216), puede significar este repliegue, también
b) “en general, tanto los papeles del por parte de sectores de la antropología,
varón como los de la mujer consisten en a las posiciones del individualismo meto-
reproducir estructuras sociales en lugar dológico? ¿Puede tener algo que ver con
de recorrer un sendero, socialmente neu- una asunción creciente, incluso en la “aca-
tro e irrelevante, de autorrealización per- demia”, del famoso “pensamiento único”?
sonal” (1994: 219), y ¿O se trataría más bien, simplemente, de
c) “la virilidad es un guión simbólico, pensamiento débil?
una construcción cultural, con un sinfín
de variantes, y no siempre necesario”
(1994: 224).
BIBLIOGRAFÍA
Para terminar, algunas preguntas so-
bre las consecuencias políticas. ¿Qué sig- BACHOFEN , J. J. (1992), El matriarcado. Una
nifica pasar de una preocupación por el investigación sobre la ginecocracia en el
problema sociológico de la dominación mundo antiguo según su naturaleza reli-
masculina a una problemática de corte giosa y jurídica , Madrid, Akal.
BADINTER , Elisabeth (1993), XY. La identi-
mucho más psicologista como la de la
dad masculina , Madrid, Alianza.
“masculinidad”, centrada en la cuestión
BECK , Ulrich y B ECK -GERNSHEIM , Elisabeth
de cómo llegar a ser “un verdadero hom- (2001), El normal caos del amor. Las nue-
bre”, o de cómo superar la “identidad pri- vas formas de la relación amorosa, Bar-
maria femenina” para alcanzar una “iden- celona, Paidós-El Roure.
La masculinidad en cuestión 51