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Hablan de Moisés y los profetas, pero no siguen en absoluto sus enseñanzas. Cada
día más, aparecen como aprovechadores que mal usando el poder de que
disponen, se han tomado lo que no les pertenece ni les corresponde. Eso es lo que
constantemente Jesús está poniendo en evidencia ante el pueblo, que lo escucha
con respeto y que lo sigue en número que no deja de crecer.
El mandamiento principal
28 Se acercó uno de los escribas que les había oído y, viendo que les
había respondido muy bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de
todos los mandamientos?»
29 Jesús le contestó: «El primero es: “Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor,
30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.
31 El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No existe
otro mandamiento mayor que éstos.»
32 Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él
es único y que no hay otro fuera de Él,
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33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas
las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos
los holocaustos y sacrificios.»
34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No
estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle
preguntas.
Insistiendo como no pueden menos que hacer, toma el relevo un escriba y también
él propone su pregunta a Jesús: ¿cuál es el más importante o el primero de los
mandamientos? La respuesta no se hace esperar y es “Escucha Israel (eran un
pueblo terco y poco amigo de poner atención) Amarás al Señor tu Dios, con toda tu
alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas y el segundo (que por éste no le
han preguntado) Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En eso se resume todo, la
fe completa del pueblo de Dios. Suavizado por la respuesta de Jesús, el escriba le
encuentra razón y que eso vale más que holocaustos y sacrificios. La respuesta
revela un corazón recto, al punto que suscita como respuesta de Jesús “No estás
lejos del Reino de Dios”. Consigna Marcos, que de ahí, nadie más se atrevió a
hacerle preguntas.
En ocasión de estar sentado en el templo delante del lugar en que se depositan las
limosnas, observa que una viuda pobre echó dos moneditas de poco valor. Llamó a
sus discípulos para poner en un marco justo lo que acaba de ocurrir. Esa mujer que
tiene poco y nada, sin estridencias ni llamar la atención, puso como limosna, lo que
tenía para su propio sustento. Les dice Jesús que contrasta con la actitud de los más
ricos, que en el mismo momento echan mucho más, pero sólo de lo que les sobra.
Es un discurso claro y preciso sobre las exigencias que plantea el amor a los más
pobres, que Jesús siempre nos ha estado señalando como el prójimo que debemos
amar, no se trata de “hacer como que damos o ayudamos” sino de hacerlo con
verdad, con todo lo que tenemos, en una especie de eco de la enseñanza que sigue
al episodio del joven rico.
Somos aficionados a que los pobres se desvanezcan de nuestra vida: sencillamente
aparentamos no verlos, para no tenerlos presentes, con sus necesidades, que para
nosotros deben ser exigencias del amor.