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¿QUÉ ES EL DECRECIMIENTO?

Capítulo introductorio de “La apuesta por el decrecimiento” de Serge Lotouche. (Icaria, Barcelona, 2009).

La ecología es subversiva porque pone en duda el imaginario capitalista que


domina el planeta. Cuestiona el motivo central, según el cual nuestro desti-
no es el aumento imparable de la producción y el consumo. Muestra el im-
pacto catastrófico de la lógica capitalista sobre el medio ambiente y sobre la
vida de los seres humanos.
Cornelius Castoriadis1

Es probable que estemos viviendo la sexta extinción de las especies2. Éstas (vegetales y
animales), efectivamente, desaparecen a una velocidad de cincuenta a doscientas al día3 ,
es decir, a un ritmo comparable de 1.000 a 30.000 veces superior al de las hecatombes
de los tiempos geológicos pasados 4. Como muy bien señala JeanPaul Besset: “En la
memoria de los hielos polares una cadencia parecida no tiene equivalencia”5. La quinta
extinción, que se produjo en el Cretácico hace 65 millones de años, vio el fin de los dino-
saurios y otras grandes bestias, probablemente tras el choque de un asteroide, pero se
prolongó por un período mucho más largo. Pero, a diferencia de las precedentes, el ser
humano es directamente responsable de la “disminución” actual de los seres vivos y po-
dría muy bien ser su víctima... Si creemos en el informe del profesor Belpomme sobre el
cáncer y en los análisis realizados por el profesor Narbonne, célebre toxicólogo, el fin de
la humanidad tendría incluso que llegar antes de lo previsto, hacia 2060, a causa de la
esterilidad generalizada del esperma masculino bajo los efectos de los pesticidas y otros
POP o CMR (para los toxicólogos, los POP son los contaminantes orgánicos persistentes,
de los que los CMR -productos carcinogénicos, mutagénicos o tóxicos para la reproduc-
ción- constituyen la especie más simpática)6 .

Tras algunos decenios de frenético despilfarro, hemos entrado en la zona de tempesta-


des, en el sentido literal y figurado... La aceleración de las catástrofes naturales -sequías,
inundaciones, ciclones- ya está en marcha. El trastorno climático irá acompañado de gue-
rras del petróleo, a las que seguirán las guerras por el agua7 , así como posibles pande-
mias, sin mencionar las previsibles catástrofes biogenéticas. Todos sabemos que en lo
sucesivo vamos directos al precipicio. Lo que queda es determinar a qué velocidad nos
precipitaremos y cuándo se producirá la caída. Según Peter Barren, director del Centro de
Investigación para el Antártico, de la Universidad de Victoria, Nueva Zelanda, “seguir con
la dinámica de crecimiento actual nos enfrenta a la perspectiva de la desaparición de la
civilización tal como la conocemos, no en millones de años, ni tan sólo en milenios, sino
desde ahora y hasta el fin de este siglo”8. Cuando nuestros hijos tengan sesenta años, si
todavía existe, el mundo será muy diferente...

Sabemos también que la causa de todo esto es nuestro modo de vida basado en un cre-
cimiento económico ilimitado. Y sin embargo, el término “decrecimiento” suena como un
reto o una provocación. La imposición en nuestro imaginario de la religión del crecimiento
y de la economía es tal, que hablar de decrecimiento necesario es literalmente blasfemo,
y aquel que se arriesga es tratado como mínimo de iconoclasta. ¿Por qué? Sencillamente
porque vivimos en plena esquizofrenia. Oímos al Presidente Chirac declarar en Jo-
hannesburgo: "La casa se quema y mientras tanto nosotros miramos a otro lado...”. Aña-
dió que nuestro modo de vida era insostenible y que nosotros, europeos, consumíamos el
equivalente a tres planetas, lo que es rigurosamente exacto. Pero en el mismo momento
de su discurso, los representantes de Francia en Bruselas, siguiendo sus instrucciones,
conseguían que el Gaucho y el Paraquat, pesticidas terroríficos que matan a las abejas,
1
provocan cáncer y vuelven estériles a los hombres, no fueran inscritos en la lista de pro-
ductos prohibidos. Paralelamente, con sus colegas Blair y Schroeder, Chirac se dedicaba
a vaciar de todo contenido la directiva REACH (Registration, Evaluation and Authorisation
of Chemicals)9.

La lista de las catástrofes ecológicas presentes y anunciadas ya está hecha. La conoce-


mos bien, pero no la asumimos. No podemos imaginar la magnitud del choque hasta que
no se haya producido. Sabemos asimismo muy bien lo que se tendría que hacer, es decir,
cambiar de orientación, pero no hacemos prácticamente nada más. “Miramos para otro
lado....” mientras la casa se acaba de quemar. Tenemos que decir en nuestra defensa que
los “responsables”, tanto políticos como económicos, nos invitan a ello -Chirac o el Me-
def10 y, por supuesto, el World Business Council for Sustainable Development (WSCSD),
ese grupo de industriales preocupados a la vez por mantener sus ganancias y por el pla-
neta, entre los cuales, sin embargo, se encuentran los principales contaminadores, a los
que un antiguo primer ministro del Medio Ambiente no dudó en calificarlos de “club de
criminales de cuello blanco”11. Y, durante ese tiempo, esos bomberos-pirómanos ponen
más gasolina (los últimos bidones de petróleo) en el fuego, a la vez que claman a voz en
cuello que es la única manera de apagarlo. En un libro premonitorio poco conocido, el so-
ciólogo de Québec Jacques Godbout planteaba en 1987 la pregunta: “¿Es el crecimiento
la única salida a la crisis del crecimiento?”12.

¡Afirmativo!, responde el director general de nuestra aldea global, el jefe de los bombe-
ros-pirómanos, George W Bush. Declaraba, en efecto, el 14 de febrero de 2002 en Silver
Spring, ante la administración norteamericana de Meteorología, que “Por ser la clave del
progreso ambiental, por ser el proveedor de los recursos que permiten invertir en tecnolo-
gías limpias, el crecimiento es la solución, no el problema”13. Al invocar de manera hipnó-
tica “¡Crecimiento, crecimiento, crecimiento!” durante sus deseos para el año 2006, el pre-
sidente Chirac no se quedó atrás. Es verdad que esta, posición se encuentra conforme a
la más estricta ortodoxia económica. “Es evidente, según el economista Wilfred Becker-
man, que, aunque el crecimiento económico conduzca habitualmente a deterioros am-
bientales durante los primeros tiempos, al final, la mejor -y probablemente la única- mane-
ra para la mayoría de los países de tener un medio ambiente decente es enriqueciéndo-
se”14.

Esta posición “procrecimiento” es, en el fondo, largamente compartida. El anuncio de ace-


leración económica americana o china en los diarios siempre reviste un aire triunfalista. Y
los planes de recuperación (francoalemán, italiano o europeo) se basan invariablemente
en grandes obras (infraestructuras de transporte), que no hacen más que deteriorar la si-
tuación, especialmente la climática. Frente a ello, nos encontramos con el silencio, de la
izquierda, de los socialistas, de los comunistas, de los verdes, de la extrema izquierda...
incluso de los “altermundialistas”. Éstos, además, consideran que el crecimiento, al crear
empleos y favorecer un reparto más equitativo, es también la solución al problema social.
Jean Gadrey resume muy bien esa posición. “Aunque es cierto, escribe, que el crecimien-
to no lo arregla todo, éste representa para muchos, y con justicia, la posibilidad de poseer
más margen de maniobra y de mejorar ciertas dimensiones de la vida cotidiana, del em-
pleo, etc. [... ], esquivando el tema sobre su contenido cualitativo (¿qué es lo que se mejo-
ra?), o sobre su reparto (el “reparto del valor añadido”), por no hablar de ciertos proble-
mas de medida que son, sin embargo, peligrosos y que debilitarían a la “religión” del índi-
ce de crecimiento si se conocieran”15. Sólo algunas pequeñas voces discordantes (Jean
Marie Harribey, Alain Lipietz y los responsables de Attac) proponen una “desaceleración
del crecimiento”. Proposición desafortunada ya que, aunque parte de un buen sentimien-
to, nos priva a la vez de las ventajas relativas del crecimiento y de las ventajas del decre-
2
cimiento... Michel Serres compara la ecología reformista “a la figura de una embarcación
que navega a 20 nudos hacia una barrera rocosa contra la cual, invariablemente, colisio-
nará, y sobre cuya pasarela el oficial de guardia recomienda reducir la velocidad en una
décima sin cambiar de dirección”16. Esto es, de manera muy exacta, en lo que consiste la
desaceleración.

En 2004, el comentarista político de la revista Politis, tras haber cargado las tintas contra
la débil oposición política, fue forzado a dimitir. El debate que siguió es revelador del ma-
lestar de la izquierda. La verdadera razón del conflicto, escribe un lector de la revista, es
sin duda, “atreverse a ir contra una especie de pensamiento único, común a casi toda la
clase política francesa, que afirma que nuestra felicidad debe pasar imperativamente por
el aumento del crecimiento, aumento de productividad, aumento del poder de compra y en
consecuencia, aumento del consumo”. Como subraya Hervé Kempf, que relata el inciden-
te: “¿Es posible que esta izquierda acepte proclamar la necesidad de reducir el consumo
material, un imperativo que se encuentra en el centro del enfoque ecologista?” 17.
Hay que reconocer que desde hace poco el tema del decrecimiento se ha convertido en
sujeto de debate para los Verdes18, evidentemente, en el seno de la Confédération
Paysanne 19/20 -lo que no es muy sorprendente-, en el del movimiento llamado “altermun-
dialista”21 y también entre un público más amplio. El lanzamiento por la asociación Cas-
seurs de pub 22 de la revista La Décroissance también contribuyó en gran medida23. Mu-
chas personas se manifestaron a favor o en contra, sin informarse antes y deformando los
escasos análisis disponibles. Al haber sido puesto en duda bastante a menudo en tanto
que “teórico del decrecimiento” (incluso en el Monde DipLomatique)24, es mi deber hacer
las puntualizaciones necesarias para disipar un cierto número de malentendidos y poner
los puntos sobres las “i”. Se trata de demostrar que si un cambio radical es una necesidad
absoluta, la elección voluntaria de una sociedad de decrecimiento es una apuesta que va-
le la pena intentar para evitar un retroceso brutal y dramático. Éste es el objetivo de esta
obra.

Así pues, el término “decrecimiento” es usado muy recientemente en el debate económi-


co, político y social, aunque las ideas sobre las que se apoya tengan una historia bastante
antigua. Efectivamente, el proyecto de una sociedad autónoma y ahorrativa no nació ayer.
Sin remontarnos a algunas utopías del primer socialismo, ni a la tradición anarquista re-
novada por el situacionismo, éste fue formulado en términos parecidos a los nuestros
desde finales de los años sesenta por Ivan Illich, André Gorz, François Partant y Cornelius
Castoriadis. El fracaso del desarrollo en el Sur y la pérdida de referencias en el Norte han
llevado a muchos pensadores a replantearse la sociedad de consumo y sus bases imagi-
narias, el progreso, la ciencia y la técnica. A su vez, la concienciación sobre la crisis am-
biental que vivimos aporta una nueva dimensión. La idea de decrecimiento tiene también
una doble afiliación, ya que se ha formado por una parte en la concienciación sobre la cri-
sis ecológica y por otra, al hilo de la crítica a la técnica y el desarrollo 25.

Sin embargo, hasta estos últimos años, la propia palabra “decrecimiento” no figuraba en
ningún diccionario económico o social, mientras que sí encontramos algunas entradas so-
bre sus correlatos “crecimiento cero”, “desarrollo sostenible” y por supuesto “estado
estacionario”.26 El término, no obstante, ya posee una historia relativamente compleja y
una indudable trascendencia analítica y política en economía. Sin embargo, aún hay du-
das sobre su significado. Los comentadores y críticos más o menos malintencionados
subrayan la antigüedad del “concepto” para liquidar más fácilmente la dimensión subver-
siva de las proposiciones avanzadas por los actuales “objetores del crecimiento”27 . Así
pues, para François Vatin, en Adam Smith ya existiría una teoría del decrecimiento... Cita
el primer libro, capítulos VIII y IX, de su obra La riqueza de Las naciones, en el cual Smith
3
evoca el ciclo de vida de las sociedades “que pasan del crecimiento acelerado (caso de
las colonias de América del Norte) al decrecimiento (caso del Golfo de Bengala) pasando
por un estado estacionario (caso de China)”28 . Esto es confundir regresión con decreci-
miento. En efecto, para nosotros, no se trata ni del estado estacionario de los viejos clási-
cos, ni de una forma de regresión, de recesión ni de “crecimiento negativo”, ni incluso del
crecimiento cero -aunque encontremos en él una parte de la problemática.

A causa de la publicidad, los medios de comunicación llaman “concepto” a los proyectos


que son las bases para el lanzamiento de cualquier cosa nueva, incluso las culturales. Así
pues, no es extraño que me hayan preguntado sobre el contenido de ese ,muevo concep-
to” de decrecimiento. A riesgo de decepcionarles, precisemos en seguida que el decreci-
miento no es un concepto, en el sentido tradicional del término, en todo caso, y que no se
puede hablar exactamente de “teoría del decrecimiento” tal como han hecho los econo-
mistas de las teorías del crecimiento, y todavía menos, de modelos listos para servir”. No
se trata de la “simétrica” del crecimiento. Es un eslogan político con implicaciones teóri-
cas, una “palabra-obús”, dice Paul Aries, que tiene como objetivo romper el lenguaje este-
reotipado de los adictos al productivismo. Así pues, la consigna de decrecimiento tiene
como meta, sobre todo, insistir fuertemente en abandonar el objetivo del crecimiento por
el crecimiento, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda de beneficio por los po-
seedores del capital y cuyas consecuencias son desastrosas para el medio ambiente. Con
todo rigor, convendría más hablar de “acrecimiento”, tal como hablamos de “ateísmo”, que
de “decrecimiento”. Es, por otro lado, precisamente, de abandono de una fe o de una reli-
gión de lo que se trata: de la religión de la economía, del crecimiento, del progreso y del
desarrollo.

El decrecimiento es simplemente un estandarte tras el cual se agrupan aquellos que han


procedido a una crítica radical del desarrollo 29 y que quieren diseñar los contornos de un
proyecto alternativo para una política del postdesarrollo30. Es, en consecuencia, una pro-
posición necesaria para reabrir el espacio de la inventiva y de la creatividad del imagina-
rio, bloqueado por el totalitarismo economicista, desarrollista y progresista.

Los límites del crecimiento son definidos a la vez por el volumen de las existencias dispo-
nibles de recursos naturales no renovables y por la velocidad de regeneración de la bios-
fera para los recursos renovables. Durante mucho tiempo, en la mayoría de las socieda-
des, estos recursos se mantenían fundamentalmente como bienes comunes (los
commons). Esos bienes, o al menos la mayoría de ellos, no eran propiedad de nadie. Ca-
da persona podía aprovecharlos según los límites de las reglas de uso de la comunidad.
Esto era así para los recursos renovables: el aire, el agua, la fauna y la flora salvajes, los
peces de los océanos y los ríos, y, con ciertas restricciones, los pastizales, la madera
muerta y las talas de árboles. Los recursos no renovables, los minerales del suelo (entre
los cuales el aceite de piedra, el petróleo), para ser sometidos a un régimen más regla-
mentado, eran puestos bajo el control del príncipe o del estado para extraer de ellos una
renta sobre la escasez. Con mayor frecuencia, la ausencia de comercialización sistemáti-
ca de los bienes “naturales” y las “costumbres” limitaban las extracciones a un nivel que
no comprometía su reproducción. La rapacidad de la economía moderna y la desaparición
de las obligaciones comunitarias, lo que Orwellllama “la decencia común”, han transfor-
mado las extracciones en depredación sistemática31 .

El ejemplo de las ballenas es, desde ese punto de vista, muy revelador de la dificultad
que representa la conservación del medio ambiente. La invención del Cañón-Harpón ex-
plosivo en 1870 por Sven Foyn permite la industrialización de la caza de ballenas. Los
barcosfábrica se multiplican en los años veinte. En 1938, se alcanza la cifra récord de
4
54.835 capturas. Las “existencias” se encuentran en vías de extinción. Todo el mundo lo
sabe. En consecuencia, la industria se dedica a nuevas especies de talla más pequeña: la
ballena azul, el rorcual, y, por último, el cachalote. La puesta a punto de materias grasas
de sustitución llega demasiado tarde. Según la Comisión ballenera internacional, queda-
ban,antes de las recientes prohibiciones de pesca, menos de 1.000 ballenas azules,
2.000 rorcuales comunes y 3.000 cachalotes en la Antártida. Muchas especies de balle-
nas se extinguieron, cuando a principios del siglo XX existían centenares de miles de re-
presentantes de cada una de ellas.

Esencialmente, el medio ambiente se sitúa fuera de la esfera de los intercambios comer-


ciales. Ningún mecanismo se opone a su destrucción. La competencia y el mercado, que
nos proporcionan la comida en las mejores condiciones, tienen efectos desastrosos sobre
la biosfera. Nada puede limitar el pillaje de las riquezas naturales, cuya gratuidad permite
bajar los costes. El orden natural no ha salvado ni a los do do de las Islas Mauricio, ni a
las ballenas azules, como tampoco lo hizo con los indios fueguinos de Tierra del Fuego.
Sólo la increíble fecundidad natural de los bacalaos podrá tal vez ahorrarles el destino de
las ballenas. ¡Y ya veremos! Ya que es posible que la contaminación de los océanos afec-
te a esta legendaria fecundidad. El pillaje de los fondos marinos y de los recursos pesque-
ros parece irreversible. El despilfarro de los minerales continúa de manera irresponsable.
Los buscadores de oro individuales, como los garimpeiros del Amazonas, o las grandes
sociedades australianas en Nueva Guinea no retroceden ante nada para procurarse el
objeto de su codicia. Y, en nuestro sistema, cualquier capitalista, e incluso cualquier Homo
Economicus, es una especie de buscador de oro.

A la inversa, los indios de la Columbia británica, en la costa oeste del Canadá (los Kwa-
kiutl, Haida, Tsimshian, Tlingit, etc.), nos ofrecen un buen ejemplo de relación armoniosa
entre el hombre y la biosfera. Pensaban que los salmones eran seres humanos como
ellos, que vivían en el fondo del mar donde tenían sus tipis, que, decidiendo en invierno
sacrificarse por sus hermanos terrestres, se vestían con sus trajes de salmón y partían
hacia las desembocaduras de los ríos. En la estación de subida de los ríos, los indios
acogían al primer salmón como un visitante destacado. Lo comían con ceremonia. Su sa-
crificio era sólo un préstamo provisional. Devolvían al mar la espina central y los restos,
que permitirían el renacimiento del invitado devorado. Así, la coexistencia y la simbiosis
entre los salmones y los hombres se perpetuaba de manera satisfactoria. Con la llegada
de los blancos y la instalación de, una conservería en cada estuario” la búsqueda de un
mayor beneficio provocó la substracción abusiva. Los indios dedujeron que los salmones
habían desaparecido porque los blancos no habían respetado el ritual... ¿Quién les dirá
que estaban equivocados32 ? Ese comportamiento relacionado con la naturaleza, que en-
contramos en la mayoría de sociedades, se basa en la inclusión del ser humano en el
cosmos. En Siberia se va a morir al bosque para devolver a los animales lo que se ha re-
cibido de ellos.

Esta actitud implica relaciones de reciprocidad entre los seres humanos y el resto del uni-
verso. Los hombres están dispuestos a ofrecerse a Gaia (personificación mitológica de la
Tierra) tal como Gaia se ofrece a ellos. Al negar la capacidad de regeneración de la natu-
raleza, al reducir los recursos naturales a una materia prima a explotar en lugar de consi-
derarla como una posibilidad de vuelta a los orígenes, la modernidad ha eliminado esta
relación de reciprocidad.

Volver a esta disposición de espíritu prearistotélico es sin duda la condición de nuestra


supervivencia. Mac Millan, ecologista americano del siglo XlX que quería salvar a los cón-
dores, decía: “Hay que salvar a los cóndores, no tanto porque les necesitemos, sino, so-
5
bre todo, porque para salvarlos tenemos que desarrollar las cualidades humanas que ne-
cesitaremos para salvarnos a nosotros mismos”. Gratuidad y belleza, precisa Jean-Marie
Pelt.33 Sin embargo, tenemos que constatar que, a pesar del gran despliegue realizado en
torno a la ecología y las importantes medidas de protección adoptadas, no acabamos de
decidirnos a emprender la marcha. Pese al optimismo del filósofo Michel Serre en su libro
Le Contrat naturel, los árboles dotados de la capacidad de promover acciones judiciales
no deben esconder el bosque amenazado 34. La jurisprudencia americana más reciente va
dirigida a reforzar una apropiación jurídica mucho más acentuada de los procesos natura-
les por parte del hombre 35. A esto se añade el hecho de que, por rutina o por inconscien-
cia, las instituciones tienden a fomentar toda clase de contaminación (pesticidas, abonos
químicos) por medio de exoneraciones fiscales y a financiar proyectos destructores del
medio ambiente en los países del sur bajo la cobertura de la lucha contra la pobreza.

Hemos llegado, incluso, a pensar que el único remedio a la tragedia de la desaparición de


numerosos commons era su erradicación total. ¡Sólo el interés privado y la rapacidad de
los individuos, piensan los libertarianos, podrá limitar su desmesura! Se tendría que priva-
tizar el agua y el aire (y también los peces de los océanos y las bacterias de los bosques
tropicales) para salvarlos de un uso depredador. Es lo que hacen las firmas multinaciona-
les, con el apoyo de los estados y de organizaciones internacionales, y contra lo que se
rebela la gente un poco en todos lados. La gestión de los límites del crecimiento se ha
convertido en una apuesta intelectual y política. La investigación teórica sobre el decreci-
miento se inscribe, pues, en un movimiento más amplio de reflexión sobre la bioecono-
mía, el postdesarrollo y el acrecimiento.

Decrecimiento y bioeconomía

La Conferencia de Estocolmo, en 1972, marcó por primera vez el interés “oficial” de los
gobiernos del planeta por el medio ambiente. El mismo año, Sicco Mansholt, en ese en-
tonces vicepresidente de la Comisión Europea escribió una carta pública a su presidente,
Franco Maria Malfatti, en la que le recomendaba reflexionar en un escenario de “creci-
miento negativo”. Al convertirse en presidente de la Comisión, Sicco Mansholt retomó su
alegato e intentó traducir sus convicciones en actos, e incluso encontró una cierta com-
prensión. Así, fue sin agresividad que Valéry Giscard d”Estaing, en ese momento ministro
de economía, replicó que, en cuanto a él, no sería un “objetor de crecimiento”. En una en-
trevista publicada en el Nouvel Observateur, a la pregunta “Se ha dicho incluso que usted
estaba por el crecimiento cero”, Mansholt respondió: “He sido muy mal interpretado en
ese punto. [... ] ¿Es posible mantener el índice de crecimiento sin modificar profundamen-
te la sociedad? Al estudiar lúcidamente el problema, vemos bien que la respuesta es no.
Entonces vemos que no se trata ya de crecimiento cero, sino de crecimiento incluso bajo
cero. Digámoslo francamente: hay que reducir nuestro crecimiento económico y sustituirlo
por la noción de otra cultura, de la felicidad, del bienestar”36 y vuelve a la carga en una
obra posterior para estar seguro de haber sido bien entendido: “Para nosotros, en el mun-
do industrializado, disminuir el nivel material de nuestra vida es una necesidad. Lo que no
significa crecimiento cero, sino un crecimiento negativo. El crecimiento es sólo un objetivo
político inmediato que sirve a los intereses de las minorías dominantes”37.

La intuición de los límites del crecimiento económico remonta sin duda a Malthus, aunque
encuentra su base científica con Sadi Carnot y su segunda ley de la termodinámica. En
efecto, si las transformaciones de la energía y sus diferentes formas (calor, movimiento,
etc.) no son totalmente reversibles, si tropezamos con el fenómeno de la entropía, no es

6
posible que esto no tenga consecuencias sobre la economía, que se basa en estas
transformaciones. Entre los pioneros de la aplicación de las leyes de la termodinámica en
la economía, es conveniente situar en un lugar destacado a Serguei Podolinsky, autor de
una economía energética que busca conciliar el socialismo y la ecología38 . Sin embargo,
hasta los años setenta no se desarrolló el tema ecológico en el seno de la economía, so-
bre todo gracias al gran sabio y economista rumano, Nicholas Georgescu-Roegen. Al
adoptar el modelo de la mecánica clásica newtoniana, subraya él, la economía excluye la
irreversibilidad del tiempo. Ignora, pues, la entropía, es decir, la no reversibilidad de las
transformaciones de la energía y de la materia. Así pues, los residuos y la contaminación,
que son, sin embargo, productos de la actividad económica, no entran en las funciones de
producción estándar. Hacia 1880, la tierra es eliminada de las funciones de producción y
el último lazo con la naturaleza se rompe. Al desaparecer cualquier referencia a cualquier
sustrato biofísico, la producción económica, tal como la conciben la mayoría de los teóri-
cos neoclásicos, parece no enfrentarse a ningún límite ecológico. La consecuencia es un
derroche inconsciente de los recursos escasos disponibles y una subutilización del abun-
dante flujo de energía solar. Tal como lo dice Yves Cochet, “la teoría económica neoclási-
ca contemporánea esconde bajo una elegancia matemática su indiferencia por las leyes
fundamentales de la biología, de la química y de la física, especialmente la de la
termodinámica”.39 Es un sinsentido ecológico. “Una pepita de oro puro contiene más
energía libre que el mismo número de átomos de oro diluidos uno a uno en el agua del
mar”.40 En resumen, el proceso económico real, a diferencia del modelo teórico, no es un
proceso puramente mecánico reversible; es pues de naturaleza entró pica. Se desarrolla
al amparo de una biosfera que funciona en un tiempo delimitado. De ahí se desprende,
según Nicholas Georgescu-Roegen, la imposibilidad de un crecimiento infinito en un mun-
do con límites y la necesidad de hacer una bioeconomía, es decir, de pensar la economía
en el seno de la biosfera. La palabra “decrecimiento” ha sido usada en estos términos pa-
ra definir una recopilación de esos ensayos.41

Decrecimiento y posdesarrollo

Por otro lado, desde hace más de cuarenta años, una pequeña “Internacional” anti o pos-
desarrollista, en filiación con Ivan Illich, Jacques Ellul y François Partant, analiza y denun-
cia los perjuicios del desarrollo en los países del Sur42 . Dicha crítica desembocó, al princi-
pio, en la alternativa histórica, es decir la autoorganización de las sociedades/economías
vernáculas. También se interesaban, desde luego, por las iniciativas alternativas del Norte
(las microexperiencias de la economía social y solidaria, el tercer sector, etc.), pero no por
una alternativa relacionada con la sociedad, que no estaba al orden del día. El repentino
(y muy relativo) éxito de esta crítica, sobre todo a causa de la crisis ambiental, pero tam-
bién del surgimiento de la globalización, ha llevado a profundizar en sus implicaciones pa-
ra la economía y para la sociedad de los países desarrollados. En efecto, el desarrollo,
una vez que ha sido recalificado de “sostenible”, concierne tanto al norte como al sur y el
peligro del crecimiento se vuelve global a partir de ese momento. Como “eslogan”, el tér-
mino decrecimiento es un feliz hallazgo retórico en las lenguas latinas. Su connotación no
es totalmente negativa; así pues, el decrecimiento de un río devastador es una buena co-
sa. En cambio, la traducción de dicho término en las lenguas germánicas plantea un espi-
noso problema43 .

El decrecimiento provoca dos grandes preguntas: por qué y cómo. Ciertamente, la razón
principal, ya esbozada, es que el crecimiento engendra problemas sin solución (primer
capítulo). Sin embargo, se puede objetar que es suficiente con cambiar los I indicadores y

7
contar de otra manera u otra cosa, sin renunciar, no obstante, a la idea de crecimiento
(capítulo 2).

También podemos preguntarnos si el decrecimiento no nos hace volver atrás y nos con-
dena a restricciones insoportables (capítulo 3). El “irrompible” desarrollo sostenible ¿sería
una buena solución o por lo menos no sería otro calificativo más simpático para designar
el mismo objetivo? (capítulo 4). Y, por último, se plantea la pregunta sobre si no será el
crecimiento geométrico de la población la verdadera fuente de todos los problemas (capí-
tulo 5).

Tras refutar todas estas objeciones y admitir la necesidad del decrecimiento, queda lo
más difícil: cómo construir una sociedad sostenible, también en el Sur. Hay que explicitar
las diferentes etapas: cambiar de valores y de conceptos (capítulo 6), cambiar de estruc-
turas, es decir de sistema (capítulo 7), relocalizar la economía y la vida (capítulo 8), revi-
sar nuestros modos de uso de los productos (capítulo 9), responder al reto específico de
los países del Sur (capítulo 10). Y, por último, hay que asegurar la transición de nuestra
sociedad de crecimiento a la sociedad de decrecimiento por medio de medidas apropia-
das (capítulo 11).

REPRODUCCIÓN SOSTENIBLE, ESTADO ESTACIONARIO Y CRECI-


MIENTO CERO

Si, como lo veremos más adelante con detalle, el desarrollo sostenible o duradero es una
mistificación, el estado estacionario y el crecimiento cero pueden aparecer como respues-
tas sensatas para remediar la situación y poner un término a la destrucción de la biosfera
y de nuestro medio ambiente. Se trata, en efecto, de proposiciones de compromiso ya an-
tiguas que intentan conciliar la preservación del medio ambiente con las “adquisiciones”
de la dominación económica. El hecho de que todas las sociedades humanas que dura-
ron hasta el siglo XVIII hayan funcionado con la reproducción sostenible parece reafirmar
ese punto de vista.

Es pues necesario precisar en qué se distingue una sociedad de decrecimiento de esas


diferentes posiciones para captar la especificidad y la relativa novedad.

El carácter duradero o sostenible que la expresión “desarrollo sostenible” (sustainable de-


velopment) ha puesto de moda no remite al desarrollo “realmente existente” sino a la re-
producción. La reproducción sostenible ha regido en el planeta hasta aproximadamente el
siglo XVIII; todavía es posible encontrar en ancianos del tercer mundo “expertos” en re-
producción sostenible. Los artesanos y los campesinos que han conservado una amplia
parte de la herencia de las formas ancestrales de hacer y de pensar viven muy a menudo
en armonía con su entorno; no son depredadores de la naturaleza44 . Todavía en el siglo
XVIII, al redactar los edictos sobre los bosques, al reglamentar las talas para asegurar la
reconstitución de los bosques, al plantar encinas, que aun admiramos, para proveerse de
mástiles y naves trescientos años más tarde, Colbert se comportaba como un “experto” en
sustainability. Estas medidas iban en contra de la lógica mercantilista. Se trataba de man-
tener un patrimonio, no de sacarle provecho.

Esto es desarrollo sostenible, se podrá afirmar; y entonces habrá que decirlo también de
todos los campesinos que, como el abuelo de Cornelius Castoriadis, plantaban olivares y
higueras cuyos frutos jamás verían, pero lo hacían pensando en las generaciones futuras,
8
yeso sin estar obligados por ningún reglamento, simplemente porque sus padres, sus
abuelos y todos los que les “habían precedido habían hecho lo mismo. Esta observación
del filósofo reúne la sabiduría milenaria evocada en Cicerón en De senectute. El modelo
de “desarrollo sostenible” al poner en marcha el principio de responsabilidad ya se cita en
un verso de Catón: “Plantará un árbol en provecho de otra edad”. Cicerón lo comenta así:
“De hecho, al agricultor, por muy viejo que sea, cuando le preguntamos para quién planta,
no duda en responder: “Para los dioses inmortales, que desean que no sólo esté satisfe-
cho de recibir esos bienes de mis ancestros, sino que los transmita también a mis des-
cendientes”45. Esta reproducción sostenible no es necesariamente un inmovilismo conser-
vador. La evolución y el crecimiento lentos de las sociedades antiguas se integraban en
una reproducción prolongada bien atemperada, siempre adaptada a las imposiciones na-
turales. “La razón por la cual la sociedad vernácula es duradera es porque ha adaptado
su modo de vida a su entorno, concluye Edward Goldsmith, y, al contrario, la razón por la
cual la sociedad industrial no puede esperar sobrevivir es porque se ha esforzado en
adaptar el entorno a su modo de vida”46. Esta sabiduría de los ancianos ya no nos está
permitida. Ya no es posible una reproducción idéntica a nuestro sistema productivo, un
estado estacionario, en cierto modo. La situación actual implica un verdadero cambio de
civilización para volver a encontrar un funcionamiento sostenible y perdurable.

Estado estacionario y rendimientos decrecientes

¿Es verdaderamente necesario salir de la economía para volver a encontrar una vía sos-
tenible? Tachar a todo el pensamiento económico de adicción al crecimiento puede pare-
cer excesivo si consideramos a los economistas clásicos. Ellos, en su mayoría, no pensa-
ban que un crecimiento indefinido e infinito del sistema fuese posible. Creían incluso en
un bloqueo ineluctable de la acumulación y en el advenimiento de un estado estacionario.
Esto era así para Adam Smith, Thomas Robert Malthus, David Ricardo y John Stuart MilI.

Recordemos que para Adam Smith, el desarrollo de los capitales lleva a un crecimiento de
su competencia lo que hace bajar el índice de ganancia hasta el cese de toda acumula-
ción neta. Para Malthus y Ricardo, los rendimientos decrecientes en la agricultura compor-
tan un aumento de la renta territorial y un descenso ineludible del índice de ganancia, lo
que también desemboca en un estado estacionario. Ambos autores lo consideran un pe-
ríodo sombrío, en el cual la masa de trabajadores está condenada a la estricta supervi-
vencia.

John Stuart Mili, aunque extendiendo la tesis de los rendimientos decrecientes a la indus-
tria, presenta este estado estacionario de manera un poco más amable. Al estar asegura-
da la supervivencia material, el cese de la acumulación neta pondría fin a la obsesión por
un cambio radical, al estrés y a las desgracias que engendra. La sociedad podría consa-
grarse a la educación de las masas y el ocio permitiría a los ciudadanos cultivarse. “No
hace falta recalcar que el estado estacionario de la población y de la riqueza no implica
inmovilidad del producto humano. Habría más espacio que nunca para todo tipo de cultu-
ra moral y de progresos morales y sociales; más espacio para mejorar el arte de vivir y
más probabilidad de verlo mejorado desde el momento en que los seres humanos cesa-
rían de estar ocupados en adquirir más riqueza. Incluso las artes industriales podrían ser
también cultivadas con seriedad y éxito, con la única diferencia de que en vez de tener
como único objetivo aumentar la riqueza, los perfeccionamientos alcanzarían su meta,
que es la disminución del trabajo”. Y añade: “Es incierto que cualquiera de las invenciones
mecánicas realizadas hasta ahora hayan disminuido la fatiga cotidiana de un solo ser hu-

9
mano [...] han aumentado el desahogo de las clases medias; pero todavía no han empe-
zado a operar hacia los grandes cambios en el destino de la humanidad que por su natu-
raleza tendrían que cumplir”47. Encontramos en John Stuart Mili, a través de ese escrito,
una “ética del estado estacionario” que ha podido ser recuperada por los partidarios del
desarrollo sostenible, dado que su concepto sigue siendo el de un sistema capitalista pero
sin crecimiento. “Esto no pasará hasta que, añade él, la humanidad, con buenas institu-
ciones, sea guiada con juiciosa previsión, que las conquistas hechas sobre las fuerzas de
la naturaleza por medio de la inteligencia y la energía de los exploradores científicos se
conviertan en propiedad común de la especie y una forma de mejorar la suerte de to-
dos”48 . Hay en esta teoría una postura que no se aleja mucho de la “feliz austeridad” pro-
puesta por autores como Ivan IIlich o André Gorzm, es decir, un modelo de sociedad en el
cual las necesidades y el tiempo de trabajo son reducidos, pero en el que la vida social es
más rica, porque es más convivencial49 . “Sea como sea, esta teoría del estado estaciona-
rio traduce la idea de que al envejecer, poco a poco, el capitalismo, por su propia dinámi-
ca, dará paso a un tipo de sociedad cuyos valores serán más respetuosos con el hombre
y la naturaleza”50.

En todos los casos, el carácter indefinidamente progresivo del mecanismo económico no


parece sostenerse. La máquina está condenada, si no a pararse, sí a funcionar a un ré-
gimen de crucero. ¿No es ese punto una visión entrópica de la economía, es decir, lo que
hace de ésta un sistema irreversible marcado por la degradación de la energía? No es
seguro. Hay una diferencia importante entre esta visión de los clásicos y el punto de vista
de la entropía. En efecto, el estado estacionario no es la consecuencia directa de la lógica
económica, que sigue siendo fundamentalmente mecánica y “progresista” (lo que hemos
llamado en otro lado “autodinámica”)51, sino la de un principio exógeno: la escasez de la
tierra o, para W.S. Jevons, la del carbón52 .

Para los clásicos, excepto para Malthus, el organismo económico cesa de crecer en un
momento dado, pero sigue funcionando y viviendo sin problemas, bajo el juego de sus
fuerzas internas. Al alcanzar la madurez, su corazón continúa latiendo. La competencia
asegura siempre el buen funcionamiento de sus fuerzas vitales, sin necesidad de inter-
vención. El bloqueo del crecimiento, de cierta manera, le viene impuesto desde el exterior,
pero la d¡námica del funcionamiento es automática. Para nosotros, la reproducción de
forma idéntica al sistema ya es problemática, ya que la economía no es ni un organismo
ni un mecanismo. Sólo puede sobrellevar su entropía huyendo hacia delante. Es la fuente
de nuestra adicción al crecimiento. Las intervenciones “exógenas”, particularmente las po-
líticas, son requeridas periódicamente para evitar crisis o remediarlas y volver a poner en
marcha la máquina que, como un ciclista que sólo se mantiene en equilibrio pedaleando
continuamente, se mantiene en marcha quemando carburante no renovable, reserva del
patrimonio natural.

En los clásicos, en cambio, lo que es de naturaleza exógena es el bloqueo del crecimiento


del organismo económico. En efecto, el dinamismo de la vida económica tropieza con el
principio de los rendimientos decrecientes, que no son otra cosa que la finitud de la natu-
raleza: la insuficiencia de suelos fértiles, el agotamiento de las minas, los límites del pla-
neta. Los neoclásicos, al contrario, insisten en la “sustitubilidad” del capital artificial y del
capital natural. Al apoyarse, por otro lado, en la evidencia histórica de la invalidez de la ley
de los rendimientos decrecientes, al menos en la industria y durante largo tiempo (dos o
tres siglos), harán saltar esa cerradura contraria al progresismo / vitalismo de base de la
economía profesada ya entonces por los clásicos. Según la hipótesis de la “sustitubilidad”
de los factores, una cantidad creciente de equipamientos, de conocimientos y de compe-
tencias debe poder tomar el relevo de cantidades menores de capital natural para asegu-
10
rar el mantenimiento, en el tiempo, de las capacidades de producción y de satisfacción del
bienestar de los individuos. De pronto, la economía no reconoce límites a su crecimiento
ni a su desarrollo.

El estancacionismo

Tras la crisis de 1929, se vieron resurgir teorías comparables a las de los viejos clásicos;
las calificaron de estancacionistas. El principal representante de esta corriente fue el pro-
fesor Alvin H. Hansen, que desarrolló la idea según la cual el capitalismo había llegado a
la madurez 53.53 Esta tesis la plantean también Paul Sweezy 5454 y Benjamin Higgins. El
propio Keynes fue considerado en un cierto sentido como estancacionista. En el conjunto
de sus obras, evoca efectivamente según Schumpeter “la respuesta decreciente de la na-
turaleza al esfuerzo humano”55 .

Para todos esos autores, las ocasiones de invertir irán disminuyendo en el futuro. Asisti-
remos, o bien a una desaceleración progresiva del crecimiento (stagnanting economics,
según Higgins), o bien a un cese rotundo de cualquier dinámica (stagnant economícs). El
origen de este estancamiento no es el agotamiento de la naturaleza, sino la disminución
del crecimiento demográfico y el envejecimiento de la población, la desaparición de las
“fronteras de inversión” (Hansen), es decir, de las zonas vírgenes en eI planeta, o más
aún, la insuficiencia de innovaciones tecnológicas. Aunque hostil a los estancacionistas, el
propio Schumpeter en “Capitalisme, sociafisme et démocratie” 56 , sostiene una tesis que
Se podría interpretar como una forma de estancacionismo. Sin embargo, para él, si el ca-
pitalismo tiende al estancamiento es porque el estado moderno aplasta y paraliza sus
fuerzas motrices, en cambio para Keynes la intervención del estado es el único medio de
volver a dinamizar un sistema que tiende naturalmente hacia el estancamiento. En la con-
cepción keynesiana, éste es, por consiguiente, sólo una amenaza a corto plazo.

Si todos los espíritus superficiales y ”cornucopianos” (literalmente: quien cree en el cuerno


de la abundancia) pudieran poner en el mismo saco a todos los “pesimistas”, es decir,
aquellos que han analizado los límites” del crecimiento, se vería claro que los partidarios
del decrecimiento tienen una visión profundamente diferente, ya que, para ellos, si los lí-
mites del crecimiento se circunscriben también a la finitud del planeta, poner en duda el
crecimiento sólo puede ser benéfico para la humanidad.

El crecimiento cero

El éxito de iAlto al crecimiento!, el primer informe del Club de Roma, fundado por iniciativa
de Aurelio Peccei, popularizó por un tiempo la idea de un cese del crecimiento a causa del
previsible agotamiento de los recursos. Incluso se denominó “zegistas” (de zera growth) a
los partidarios del crecimiento cero 57.

Herman Daly, antiguo responsable dimisionario del Banco Mundial y discípulo rebelde de
Nicholas Georgescu-Roegen, intentó modelar una economía sin crecimiento pero aún ins-
crita en el paradigma de un desarrollo visto y corregido. El desarrollo sostenible, escribe,
una expresión que tiene connotaciones casi mágicas, es, de hecho, contradictoria. La ex-
presión es utilizada en nuestros días como sinónimo de “crecimiento sostenible”, un con-
cepto que, cuando se aplica a nuestra vida económica, puede llevar a los responsables
políticos en materia de medio ambiente y de desarrollo a una vía sin salida. En dos pala-
11
bras, no podemos continuar creciendo indefinidamente: el crecimiento sostenible es una
imposibilidad, y las políticas que se basan en ese concepto son irreales, incluso peligro-
sas.

[...] Por consiguiente, la expresión “desarrollo sostenible” es correcta si se aplica a la eco-


nomía, pero únicamente si se la interpreta como “desarrollo sin crecimiento”, es decir, co-
mo una mejora cualitativa de una base económica física que es mantenida en un estado
estable definido por los límites físicos del ecosistema. [...] Es decir, ¿el crecimiento cero?
Cada día tomamos consciencia del impacto negativo de la economía sobre el ecosistema,
que prueba que incluso el ritmo actual no puede durar. El actual aumento del uso de los
recursos naturales parece aumentar los costes ecológicos más rápidamente que las ven-
tajas de la producción, lo que nos hace más pobres en lugar de más ricos. El desarrollo
sostenible debe ser un desarrollo sin crecimiento” 58 .

Esta posición casuística subestima la desmesura propia de nuestro sistema. No renun-


ciamos ni al modo de producción, ni al de consumo, ni al estilo de vida engendrado por el
crecimiento anterior. Nos resignamos razonablemente a un inmovilismo conservador, pero
sin replantearnos los valores y las lógicas del desarrollismo y el economicismo. En conse-
cuencia, nos privamos de los aportes positivos de un decrecimiento convivencial en térmi-
nos de felicidad colectiva.

La proposición de desaceleración del crecimiento lanzada por Jean-Marc Harribey y reto-


mada por Attac bajo su auspicio contra el decrecimiento se le asemeja. Sin embargo, ésta
es más bien menos pertinente ya que su “realismo” aparente oculta en el fondo una in-
coherencia. Así, una política de decrecimiento se traduciría en un primer momento, indu-
dablemente, por una sencilla disminución del crecimiento del PIB y no necesariamente en
un retroceso, es decir, una tasa negativa, porque se trata de un índice puramente cuanti-
tativo y macroeconómico. Ese resultado, que podría pasar por una desaceleración, es-
conde, de hecho, en el plano microeconómico, regresiones más o menos fuertes de acti-
vidades nocivas (nucleares e incluso automovilísticas), un mantenimiento (crecimiento ce-
ro), de la mayoría de las actividades materiales “útiles” (alimentación, vivienda, textil) y un
aumento de la producción de bienes relacionales mercantiles y sobre todo no mercantiles.
Siguiendo el peso de la parte comercial de los bienes inmateriales, el PIB podría continuar
creciendo durante cierto tiempo, paralelamente a la reducción de la huella ecológica. Es-
taríamos en una fase transitoria excepcional de capitalismo ecocompatible, pero fuera de
una lógica y de un imaginario de crecimiento.

Algunos consideran que, de este modo, la tesis del estado estacionario pasa por una se-
gunda juventud. Los autores del primer informe del Club de Roma (Meadows et aL) seña-
lan que, como lo hacía John Stuart Mili “La población y el capital son los únicos incremen-
tos que deben ser constantes en un mundo en equilibrio. Todas las actividades humanas
que no comportan un consumo irracional de materiales irremplazables ni degradan el me-
dio ambiente de manera irreversible podrían desarrollarse indefinidamente. En particular,
esas actividades que muchos consideran como las más deseables y más satisfactorias:
se podrían desarrollar la educación, el arte, la religión, la investigación fundamental, los
deportes y las relaciones humanas” 59 . Para FrankDominique Vivien, la diferencia con el
análisis de Mili reside en el carácter voluntarista de la política que se tendría que desarro-
llar.

Porque la intención de los autores de ese informe -ese “libro de los límites”, según la ex-
presión de Armand Petitjean- va más allá del crecimiento cero y ya anticipa un poco las
propuestas del decrecimiento, como lo confirma la correspondencia entre Dennos Mea-
12
dows y Nicholas Georgescu-Roegen. Su análisis pretendía crear alarma “Tenemos la con-
vicción, escriben, que tomar consciencia sobre los límites materiales del medio ambiente
mundial y sobre las trágicas consecuencias de una explotación irracional de los recursos
terrestres, es indispensable en el resurgir de nuevos modos de pensamiento que conduci-
rán a una revisión fundamental del comportamiento humano y, en consecuencia, de la es-
tructura de la sociedad actual en su conjunto”60. En esa época las reacciones de rechazo
fueron casi unánimes. En Francia, el representante de la CNPF61 declaró que un creci-
miento sólido era indispensable. Por su lado, el secretario general del Partido Comunista
francés denunció el “programa monstruoso” de los dirigentes de la CEE62 Raymond Barre,
entonces miembro de la Comisión Europea, expresó públicamente su desacuerdo con el
presidente de ésta, Sicco Manholt, que avalaba dichas tesis. Al final se convino en que
era necesario hacer el crecimiento “más humano y equilibrado”. Ya sabemos en qué que-
dó ese proyecto...

Indudablemente, la concepción de una sociedad de decrecimiento recuerda también a la


del estado estacionario de Mili o a las aspiraciones de ciertos partidarios del desarrollo
sostenible. Sin embargo, para Mili, la teoría del estado estacionario traduce la idea de que
al envejecer, por su propia dinámica, el capitalismo poco a poco dará origen a un tipo de
sociedad cuyos valores serán más respetuosos con el ser humano y la naturaleza. Por
nuestro lado, pensamos que eso no ocurrirá y que únicamente la ruptura con el sistema
capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe.

13
1Cornelius Castordiaris, “Lécologie contre les marchands”, en Une société a la dérive, Seuil, París, 2005, p.
237.
2 Richard Leakey y Roger Levin, La sixieme Extinction: évolution et catastrophes, Flammarion, París, 1997.
3Edward O. Wilson considera que somos responsables cada año de la desaparición de 27.000 a 63.000
especies. The diversity o[ lifo, Bleknap Press, Harvard, 1992.
4 François Ramade, Le Grand Massacre. L”avenir des especes vivantes, Hachene Littératures, París, 1999.
5Jean-Paul Besset, Comment ne plus hre progressiste... sans devenir réactio n naire, Fayard, París, 2005,
p. 83.
6 El 5% de las enfermedades respiratorias agudas, el 85% de las enfermedades diarréicas y el 22% de los
cánceres son atribuibles, según el profesor Belpomme, a factores ambientales. Ces maladies créées par
l”homme, Albin Michel, París, 2004.
7Vandana Shiva, La Guerre de l”eau, Parangon París, 2003 La UNESCO considera que entre 2 (hipótesis
baja) y 7 (hipo tesis aira) mil millones de personas sufrirán la falta de agua en 2050. El informe Camdessus,
elaborado por el antiguo director del FMI Y un grupo de expertos a solicitud del Consejo mundial del agua,
avanza la cifra a 4.000 millones.
8 Australian Associated Press, 18 de noviembre de 2004.
9Al principio se trataba de catalogar, evaluar y autorizar las 100.000 moléculas químicas de base utilizadas
en la industria. Sabemos que al final esta medida de precaución elemental fue retrocediendo hasta su más
mínima expresión. Reducido en principio a 30.000, el número de sustancias relacionadas tan sólo serían
unas 12.000, con posibles derogaciones.
10 Mouvement des Entreprises de France (Movimiento de las Empresas francesas), equivalente en España
a la CEOE. [Nota de la Traductora.]
11 Yves Cochety Agnes Sinai, Sauver la Terre, Fayard, París, 2003, p. 132.
12 Jacques Godbout, La Démocratie des usagers, Boréal, Momreal, 1987.
13 Le Monde, 16 de febrero.
14Wilfred Beckerman “Economic growth and the environment: whose environment?” World Development,
vol. 20, n. 4, 1992, p. 482.
15 Jean Gadrey y Florence Jany-Catrice, Les nouveaux indicateurs de richesse, La Découverte, París, 2005,
p. 7.
16 Michel Serres, Le Contrat naturel, Flammarion, París, 1992, p. 56.
17 Le Monde, 19 de junio de 2003.
18Tras la publicació”n en Monde Diplomatique, en noviembre de 2003, de mi artículo “Pour une société de
décroissance”. Véase “La Décroissance pourquoi?”; Vert contact, n. 709, abril de 2004.
19 Segundo sindicato agrícola francés, de donde procede José Bové, en el que se milita por una agricultura
agraria, respetuosa con el medio ambiente, por el empleo agrícola y por la soberanía alimentaria. Partici-
pante en los diferentes foros sociales, el sindicato es un importante actor en el seno de los movimien tos
antiglobalización. [Nota de la trad.]
20“ObjectifDécroissance: la croissance en question”, Campagnes solidaires (revista mensual de la Confédé-
ration Paysanne), n. 182, febrero de 2004. Véase Politis, 11 de diciembre de 2003, informe sobre el decre-
cimiento.
21 Véase Politis, 11 de diciembre de 2003, informe sobre el decrecimiento.

14
22Asociación francesa que tiene como objetivo promover la creación artística basada en una crítica a la so-
ciedad de consumo. [Nota de la trad.]
23La Décroissance. Le journal de la joie de vivre. (Dirección de Casseurs de pub: 11 place Croix-Paquet,
69001, Lyon).
24 Véase jean Marie Harribey, “Développement ne rime pas forcément avec croissance” Le Monde Diploma-
tique, julio 2004.
25 Véase el recuadro de las páginas 22 a la 32.
26 Véase por ejemplo Alain Beitone et al. Lexique de sociologie, Dalloz, París, 2005.
27
Llamo así a los miembros del ROCAD (Réseau des objecteurs de croissance pour un apres-développe-
ment - Red de objetores de crecimiento para un posdesarrollo), www.apres-developpement.org.
28François Vatin, Trois essais sur la genese de la pensée sociologique:politique, épistémiologie, cosmologie,
La Découverte, París, 2005, p. 101.
29Véase mi artículo “En finir une fois pour tomes avec le développement”, Le Monde Diplomatique, mayo
200 l.
30
Véase Christian Comeliau (dir.), Broui/lons pour l”avenir: contributions au débat sur les alternatives, IUED/
PUF, Ginebra/París, 2003.
31Entre 1700 y 1845, no menos de 4.000 leyes fueron promulgadas en Inglaterra para permitir la- clausura
de tierras y así impedir cualquier uso colectivo de éstas. Véase Silvia Pérez-Vitoria, Les paysans sont de
retour, Actes Sud, Arles, 2005, p. 22.
32 Hyde Lewis, The Gift, Imagination and the Erotic Life ofProperty, Vintage books, Nueva York, 1983, p. 26.
33 Jean-Marie Pelt, Alliance, enero de 2006, p. 7.
34 Michel Serres, Le Contrat naturel, Franyois Bourin/Julliard, París, 1990.
35Véase Norbert Rouland, Aux confins du droit. Anthropologie juridique de la modernité, Odile Jacob, París,
1991, p. 253.
36“Le chemin du bonheur”, entrevista de Josette Alia con Sicco Mansholt, Le Nouvel Observateur, 12-18 de
junio de 1972, pp. 71-88. Véase también L”Écologiste, n. 8, octubre de 2002.
37 Sicco Mansholr, La Crise. Conversations avec Janine Delaunay, Stock, París, 1974, pp. 166-167.
38Serguei Podolinsky (1850-1891), aristócrata ucraniano exiliado en Francia, que intentó sin éxito sensibili-
zar a Marx en la crítica ecológica.
39 Yves Cochet, Pétrole apoca!ypse, Fayard, París, p. 147.
40 Ibíd. p. 153.
41“No podemos, escribe Nicholas Georgescu-Roegen, producir neveras, automóviles o aviones a reacción
“mejores y más grandes” sin pro~ucir residuos “mejores y más grandes”. Nicholas Georgescu-Roegen De-
main la Décroissance, Sang de la Terre, Fontenay-Le-Fleury, 1995, p. 63.
42A parte de los tres «líderes» citados, podemos mencionar: Wolfgang S achs , Helen Norberg-Hodge, Fré-
dérique Appfel-Marglin, Marie-Dominique Perrot, Gustavo Esteva, Arturo Escobar, Ashis Nandy, Vandana
Shiva, Claude Alvares, Majid Rahnema, Emmanuel Ndione, Gilbert RiSc. La mayoría de esos autores han
contribuido a The Deve!opment Dictionnary. A Guide to Knowledge as Power, Zed Books, Londres, 1992.
Véase también mi libro Sobrevivir al Desarrollo, Traducción al español, Icaria, 2007.

15
43 La imposibilidad que encontramos para traducir «decrecimiento» al inglés es muy reveladora de esta do-
minación mental del economicismo y es simétrica, de alguna manera, al problema de traducir «crecimiento»
o «desarrollo» a lenguas africanas (y también naturalmente «decrecimiento» ... ) El término usado por Ni-
cholas Georgescu-Roegen, declining no describe verdaderamente lo que entendemos por «decrecimiento»,
no menos que decrease, propuesto por algunas personas. Los neologismos ungrowth, degrowth, dedeve-
lopment, no son tampoco muy satisfactorios. Podemos proponer sin embargo equivalentes homeomórficos
de "decrecimiento», tales como Schrumpfong en alemán o downshifting (<<desplazamiento hacia abajo»)
en inglés. Este último es elegido por aquellos que prefieren la simplicidad voluntaria. Traduce bien el lado
subjetivo. Counter-growth, propuesto por otros, traduciría el lado objetivo. Es verdad que la traducción de
«decrecimiento» no sólo es problemática sino que dice mucho sobre una profunda duplicidad paradigmáti-
ca. "He mirado mi Roget's Thesaurus, me escribe mi amigo Michael Singleton, pero faltan nombres para
expresar aquel cool down, take it easy, slacken off, relax man que van incluidos en el precio del decreci-
miento. Decrement existe pero es demasiado exótico y esencialista (producto más que proceso) para cum-
plir su objetivo. Me pregunto a veces si términos como descrecendo, diminuendo, moderato no podrían ser-
vir. «To grow or not to grow - that is the question!» Moderate/moderating growth? Podríamos simplemente
dejar «décroissance» en el texto, con una nota explicativa a pie de página. Me pregunto si la mejor traduc-
ción del decrecimiento no sería decreasing growth -esto tiene la ventaja de ser a la vez pasivo (una simple
constatación) y activo: es necesario decrecer, pero decrecer bien (aquí decreasing respondería a un proyec-
to de sociedad o, mejor, a un verdadero proyecto de sociedad). Si se quiere se puede hacer de forma nomi-
nal: the decreasing o[ growth es sin duda un poco más largo y un poco más pesado que «decrecimiento»
pero expresa bastante bien lo que se quiere decir.» Sin insistir demasiado en la semántica, el p.olandés Wi-
llem Hoogendijk ha realizado una verdadera teoría del decrecimiento económico al utilizar los términos
shrinking y shrinkage (The Economic Revolution. Towards a Sustainable Future by Freeing the Economy
from Money-Making, International Books, Utecht, 1991).
44 Más allá del esmero con el que se discute la sabiduría de los "buenos salvajes”, ésta se basa simplemen-
te en la experiencia. Los "buenos salvajes” que no han respetado su ecosistema han desaparecido a lo lar-
go de los siglos, desde las civilizaciones de Harrapa y Mohenjo Daro hasta los pascuenses, pasando por los
mayas.
45 Cicerón, Caton [”ancien. De la vieillesse (De Senectute), Les Belles Lettres, París, 1996, VlI-24, p. 96.
46Edward Glodsmith, Le Défi du XXeme siec!e. Une vision écologique du monde, EditÍons du Rocher, París,
1994, p. 330.
47 John Stuart Mili, Príncipes d”économíe po/itique (1848), en Stuart Mil!, Dalloz, París, 1953, pp. 300-301.
48 Ibíd, “p. 297.
49Lahsen Abdelmalki y Patrick Mundler, citados por FranckDmoinique Vivien, “Jalons pour une histoire de la
notion de développement durable”, Mondes en développement, n. 121, 200311, p. 3.
50 Ibíd.
51 Serge Latouche, Faut-il refoser le développement? Essai sur l”antieconomique du tiers-monde, PUF, Pa-
rís, 1986.
52William Stanléy Jeyons, The Coal Question. An lnquíry concerning the progress o/ the Nation and the Pro-
bable Exhai1stion o[ our Coal-Mines, Macmillan and Co. Londres, 1865.
53 Alvin H. Hansen, Ful! recovery or Stagnation?, W.W Norron, Nueva York, 1938.
54Paul S¡.veezy, <,Secular stagnation” en Seymour E. Harris, Postwar Economics Problems, McGraw Hill
Company, Nueva York, 1943.
55
Joseph Schumpeter, Histoire de l”analyse économique, T.III: L”Age de la science: de 1870 aJM Keynes, ,
Gallimard, París, 1983, p. 547.
56 Joseph Schumpeter, Capitalisme, socialisme et démocratie, Payot, París, 1990.
57Se puede encontrar una extensa bibliografía de los trabajos y libros aparecidos sobre ese tema tras el
famoso informe del Club de Roma en Andrea Masullo, jI pianeta di tutti. Vivere nei limiti perche la terra abbia
un foturo, EMI, Bolonia, 1998.
16
58Herman Daly, Beyond growth. The Economics o[ Sustainable Development, Boston, Beacon Press, 1996,
pp. 10-11.
59D.L. Meadows, J.Randers, W. Beherens, The Limits to Growth. A Report jor the Club o[ Rome”s Project on
the Predicament o[ Mankind, Universe Books, Nueva York, 1972.
60 Ibíd. pp. 273-274.
61Conseil Nacional du Patronat Franc;:ais: Consejo Nacional de los Empresarios Franceses. (N de la Tra-
ductora).
62 Véase Franck-Dominique Vivien, Le Développement Soutenable, La Décrouvene, París, 2005, p. 10.

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