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Si bien para algunos es más que eso, el texto escolar es ante todo un instrumento de
enseñanza (Børre Johnsen, 1996; Alzate, 1999; Alzate et al, 1999; Alzate et al, 1999a,
Choppin, 1992). El refleja los contenidos educativos como los objetivos y los métodos
pedagógicos de su tiempo. Tiene sus partidarios como sus detractores ; sus usuarios
más o menos sagaces. Intimamente imbricados a las limitaciones técnicas, a las
consideraciones políticas o a los aspectos financieros, los argumentos propiamente
pedagógicos expuestos para criticar o defender, justificar o condenar al texto escolar,
han variado considerablemente según las épocas.
Las corrientes de renovación pedagógica que atraviesan la segunda mitad del siglo
XVIII y comienzos del XIX, no ponen en duda casi el uso de obras para la enseñanza.
El libro escolar aparece a los ojos de casi todos los contemporáneos como el
instrumento de formación más apropiado. Las críticas se ocupan de la mediocridad
pedagógica y científica de los libros en uso en los diversos establecimientos de
instrucción, no sobre su necesidad. Por el contrario, durante más de un siglo, las
iniciativas privadas como las decisiones de la administración van a tender a luchar
contra la penuria y escasez de los libros escolares en las clases.
"La invención del tablero negro está asociada, como es el caso de todas las
herramientas pedagógicas al uso colectivo, a la práctica de la enseñanza simultánea.
Este "gran tablero (...) pintado en pintura de aceite de color negro, de suerte que se
pueda escribir (...) con la tiza" de la que habla Jean-Baptiste de La Salle no aparece
que en el curso del siglo XVIII en las escuelas de hermanos. Reservado en su origen a
la enseñanza de la aritmética, este material didáctico, económico e indefinidamente
reutilizable, se generaliza en las escuelas primarias a partir de los años 1830 y su uso
se extiende rápidamente a todas las disciplinas. Se vuelve obligatorio por el
Reglamento modelo del 17 de agosto de 1851. Con las líneas amarillas - que ahora son
blancas- el tablero negro- que hoy es generalmente verde- constituye para los
maestros un interesante ejemplo de la perennidad de ciertas denominaciones".
(Choppin, 1992:105)
En nuestro país, este mismo proceso es analizado por Javier Sáenz, Oscar Saldarriaga
y Armando Ospina, en su extraordinario estudio sobre la paradójica modernidad del
saber pedagógico, denominado Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en
Colombia, 1903-1946 (1997), respecto a los textos escolares anotan:
"Y estos fueron un "método de educación intelectual" que desembocó en una técnica
de presentación de objetos a los niños, para que ellos, educando los sentidos por
medio de la observación, comenzaran a "grabar bien las formas de color", y luego,
pasasen a educar la mente "para que comprendan las ideas de posición, tamaño y
número" (Sáenz, et al, 1997: 30)
En consecuencia, los libros en la escuela son blanco de las críticas de los reformadores
y de la administración, para abrirle paso al denominado libro de texto escolar o manual
escolar, que toma forma en compendios metódicos e indigestos, secas nomenclaturas,
obras por preguntas y por respuestas, hasta llegar al manual o texto escolar,
estructurado en capítulos y en parágrafos; acompañado de todo un aparato didáctico
(explicaciones, narraciones anecdóticas, dibujos y mapas, preguntas que buscan
suscitar el interés del alumno, para facilitar su comprensión. Es la historia de la
constitución del espacio pedagógico del genero didáctico llamado libro de texto
escolar,como lo ha estudiado Agustín Escolano (1997) para la primera generación de
manuales o textos escolares españoles, y parcialmente Sáenz et al (1997) en la
compleja constitución de la modernidad del discurso pedagógico colombiano .
Desde el punto de vista crítico que interesa a este trabajo, crítica y defensa de los
textos escolares, esta mutación de los libros escolares se traduce en el rechazo de los
métodos tradicionales de enseñanza que, fundados sobre el recurso a la memoria en
detrimento del ejercicio de la reflexión, sobre el manejo de las palabras y no sobre la
observación y el análisis de los hechos, no aparecen más adaptados a las realidades
sociales y económicas. Es una mutación pedagógica: del discurso a la disertación, la
crítica reemplaza a la retórica. El método experimental penetra en la enseñanza
científica, pero también en la enseñanza de la literatura: la regla debe deducirse del
ejemplo, y no a la inversa.
Ahora bien, una nueva generación de libros de texto escolar aparece para satisfacer las
necesidades de esta profunda renovación. Los juicios que tengamos los
contemporáneos sobre su necesidad y valor pedagógico no sólo están asociados a las
circunstancias históricas de los cambios pedagógicos, sino también a la presencia de
una serie de factores, a saber: (1) Los objetivos, explícitos o implícitos, que se le
asignan a los procesos de formación; (2) la concepción que se tengan los jóvenes a los
cuales se dirigen los textos escolares; (3) Los diversos útiles didácticos de los cuales se
dispone competentemente; (4) La adecuación o no de los textos a los objetivos
proclamados; (5) El uso que hacen los maestros de los textos escolares sobre el
terreno.
Pero, en el siglo XX, partidarios o detractores de los textos escolares son también los
profesores que en ocasiones tiene la responsabilidad de escoger sus propios textos
(Barrantes,1993), o los padres, sensibles a las cuestiones de educación, partidarios
cuyas opiniones son poderosamente relevadas por los movimientos pedagógicos
(Fandiño,1993; Torres, 1989) y sociales (Bini,1977), los sindicatos de maestros, las
asociaciones de padres de alumnos que acceden hoy en día a los medios de
información de masas.
El reproche más antiguo dirigido contra el libro escolar tiene que ver con su naturaleza
libresca. Ya Montaigne , en los Ensayos, condenaba los métodos que reducen la
enseñanza al aprendizaje por los libros, y como pedagogo decía:
"Quitando de esta forma todas las tareas de los niños, yo quito los instrumentos de su
más grande miseria, a saber: los libros. La lectura es el azote de la infancia y casi la
única ocupación que se les sabe dar. Apenas a los doce años, Emile sabrá lo que es un
libro. Pero se debe, al menos decirlo que él sepa leer. Yo convengo: es necesario que
él sepa leer cuando la lectura le sea útil; hasta entonces no es bueno molestarlo. El
abuso de los libros mata la ciencia. Creyendo saber lo que se ha leído, se cree excento
del aprendizaje. Mucha lectura no sirve más que para hacer presuntuosos e
ignorantes. (.....). Tantos libros nos hacen descuidar el libro del mundo, o si nosotros
leemos todavía, cada uno se atiene a su folio". (Jean-Jacques Rousseau. Emile ou de
l´education. Libro II-IV. Citado por Choppin, 1992:111)
Los contemporáneos del texto escolar consideran que este levanta una pantalla entre
los hechos, las cosas y el alumno. Reducido al estudio de su texto, el niño puede tener
los conocimientos amplios, pero su saber permanece formal, cortado de las realidades
del mundo que lo rodea. En consecuencia, se podría exponer algunos argumentos
crííticos, a saber:
1. El manual sería reductor. Un texto que se refiere hoy en día obligatoriamente a las
prescripciones de un programa ministerial, del cual constituye, en últimas, una de las
aplicaciones posibles, es necesariamente reductor: opera una selección en el dominio
del conocimiento de las disciplinas, estructura y jerarquiza en función de criterios que
pueden considerablemente variar según la época y las políticas educativas. De esta
manera, revelando, esconde; exponiendo, valoriza; explicando, impone. El texto
escolar decide arbitrariamente lo que debe constituir oficialmente la cultura a entregar
al alumno; le ahorra los esfuerzos de observación, de reflexión, de crítica, de iniciativa;
le evita la dificultad, pero lo priva de la alegría y del provecho intelectual del
descubrimiento.
2. El texto escolar sería escrito por los maestros, no por los alumnos. Es
históricamente innegable que en la pedagogía tradicional, así como el compendio de
preceptos precede al manual de ejercicios, el libro del maestro toma la delantera al
libro del alumno, por razones financieras o por razones pedagógicas.
Los detractores de los textos escolares, partidarios del método activo, no han dejado
de resaltar las desviaciones que han modificado profundamente la naturaleza original
del libro escolar. Este ha dejado de ser un instrumento impersonal que se le podía
consultar cómodamente, ya no es una obra erudita, densa, compleja, en donde se
mezclan planteamientos, explicaciones y juicios personales. El libro de texto escolar ha
dejado de ser un modelo a imitar, es decir, ha dejado de tener las características
anotadas, propias de un libro digno de consulta.
3. El texto escolar impondría al maestro, y en consecuencia al alumno, una progresión
y un ritmo. La organización lógica, coherente, progresiva del texto escolar, la calidad
de los resúmenes, la pertinencia de la documentación, la abundancia de los ejercicios
evitan al maestro búsquedas personales, la reflexión crítica. El texto escolar se
presentaría como un curso terminado, como un curso modelo, e incitaría tanto al
maestro como al alumno para que adopten un comportamiento rutinario y esclerosado.
El ritmo que imponen a priori los programas se agrava por la inflación cuantitativa de
los manuales y conduce a la negación de la autonomía pedagógica del maestro. Bajo
diversas presiones, la terminación del programa a través del texto escolar, se convierte
en la justificación de la actividad pedagógica. Finalizar el programa, significa cubrir el
conjunto de capítulos del texto conforme a los programas oficiales.
Frente a esta avalancha tan fuerte y diversa de críticas, las respuestas son,
paradójicamente, raras. El discurso sobre los textos escolares es un discurso
mayoritariamente crítico. ¿Qué razones explicarían esta situación?. Expongamos tres
de ellas.
En primer lugar las autoridades educativas consideran, por razones distintas, el texto
escolar como una necesidad funcional del sistema educativo. Después de haber
ejercido sobre él un celoso control, por lo menos en teoría, practican, para el caso
colombiano, a partir de la expedición de la ley de educación (ley 115 de 1992), una
política de no intervención. Segundo, los editores, parecen más interesados en
"ajustar" los libros de texto a la dinámica de autonomía curricular e institucional que
plantea la reforma educativa colombiana, que en explicarse ante los pedagogos
hostiles a los textos escolares que, por activos que sean, no son más que una minoría
de los maestros. Tercero, en cuanto a la gran masa de consumidores, maestros y
familias, en Colombia, casi no se han movilizado, salvo en caso de penuria escandalosa
para exigir que el ministerio no permita un cambio tan frecuente de los textos
escolares. De todas maneras, los "consumidores" no consideran amenazado en su
existencia al texto escolar, ya globalmente, parecen haberle encontrado más virtudes
que inconvenientes al vilipendiado texto escolar.
El libro escolar es un elemento de democratización ; en algunos casos son los son los
únicos libros que penetran en una familia. Tendría entonces una virtud iniciadora: es el
libro que incita al niño a entablar dialogo con otros, a entrar en un universo donde él
hubiera podido ser nunca excluido, el universo de la lectura.
2. El libro de texto escolar haría posible la enseñanza. Los críticos furibundos del texto
escolar, desconocen que una de las principales virtudes del texto escolar, al menos
cuando la clase dispone de la misma obra, es la de descargar momentáneamente al
maestro de la gestión del grupo, y de permitirle consagrarse particularmente a algunos
alumnos mientras sus compañeros llevan a cabo una actividad común. El recurso al
texto aseguraría al profesor la disponibilidad necesaria para observar con tiempo y
paciencia a sus alumnos y administrar, individualmente las dificultades que algunos de
ellos pueden encontrar. Esta "virtud" pedagógica del texto escolar se halla en los
orígenes del libro de texto escolar moderno, asociado, entre otros factores, al
incremento de las tiradas y a la reducción de los costes, esto último permitió la
difusión de los libros escolares entre las clases populares en la España del siglo XIX
(Escolano, 1997)
El texto, pretende fijar, organizar, estructurar los conocimientos que son requeridos
para familiarizarse con una disciplina o un campo de conocimiento.
"Se necesitan los libros escolares. En tanto que instrumentos de acceso a los saberes
organizados, o a los saberes particulares, y cuya aproximación progresiva dirige el
logro escolar y la inserción económica, estos libros específicos son indispensables, y el
maestro solo, pese a toda su competencia no podrá nunca substituirlo totalmente. Los
montones de notas, bien o mal tomadas, los montones de hojas fotocopiadas no
reemplazarán jamás un libro, que se le debe consultar o frente al cuál se puede volver
para verificar o profundizar lo que se sabe" (Heléne Huot. Dans la Jungle des manuels
scolaires. 1989. Citado por Choppin, 1992: 121).
El texto escolar puede plegarse a todos los usos pedagógicos. Es decir, la enseñanza,
frente al texto, como el lector frente al libro, goza de una total libertad. Los maestros
pueden "destructurar" los textos escolares para incluirlos progresivamente en sus
actividades o usarlos como bancos de datos de ejercicios utilizables según las
necesidades.
El texto escolar juega entonces un papel esencial: es el lazo entre el universo escolar y
el universo familiar. Garante del saber, símbolo de promoción para los más
desfavorecidos, instrumento de control, paliativo a las insuficiencias reales o supuestas
del maestro, el texto escolar tranquiliza a las familias como él tranquiliza a los
alumnos, para bien o para mal. .
Ahora bien, podríamos anotar, siguiendo a William Mejía (1999:15), que existe un
consenso entre los partidarios y los detractores del texto escolar: "Al libro de texto
escolar le sucede algo análogo a la expresión de uno de los personajes de la Novela
"Z" de Vassilis Vassilikos, retomada en la película "La confesión", de Costa Gavras:
"Los gobiernos pasan, pero la policía permanece". Maestros y maestras pasan, pero el
libro de texto permanece". Permanece como instrumento de mediación y objeto de
investigación pedagógica y educativa.
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