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— P i r o ¿ q u é q u i e r e n e n c o n t r a r u s t e d e a i o e c n r a a , si y o 4 l a s d o c e del d i a n o encuen-
t r o ni u n c é n t i m o ?
PAClllN
D U E L O A. M U E R T E Pensamie nios
(HISTORIETA MUDA)
Mirad como
un a m i g o s e
guro al hombre
sincero que os
ad V i e n e de
vuestras faltas;
no á aquel que
aprueba cuan
to hacéis.
Homero fué
el padre de la
epopeya; Es
quilo de la tra
gedia; E s o p o ,
del epilogo;
Pindaro de la
poesía lírica, y
Teócrito de la
poesía p a s t o
ral.
Entre los
h o m b r e i co
m u n e s se au
m e n t a el nú-
merodeamigos
con la fortuna;
entre los lite
ratos no se co
n o c e el grado
de estimación
de que uno es
digno si no por
el n ú m e r o de
enemieos.
II
•—¿A dónde vas Perico?
—A buscar á J o r g e que me estará esperando en el muelle.
—No sé como no te dá v e r g ü e n z a andar siempre con ese pobrete.
—Es m u y bueno; el qne
sea pobre, no importa.
—Vente conmigo y déja-
t e de m e n d i g o s que fingen
querer solo para que hagas
con ellos el primo.
El que así decia era un
chicuelo de unos diez años
vestido con pretenciosa ele-
g a t c i a ; asió del brazo á Pe-
rico qne no opuso la menor
resistencia y a m b o s a m i -
guitos se pusieron á pasear
tranquilamente por la Ala
meda.
Aquella noche Pedro á
solas en sn lecho dio en re-
flexionar en l a s p a l a b r a s
dichas p o r su pretencioso
ami^o. Tenía razón; Jorge
era m u y bueno pero m u y
pobre, ningún n i ñ o de su
edad ni de su clase j u g a b a —MI m a d r e y y o h e m o s c o m i d o o s t r a » y a h o r a
. _ 1 J„i j t e n e m o s nn m a l e s t a r q u e n o s é q n e s e r á .
con el h i j o del pescador - s e n c i l l a m e n t e : í e s q u e a l g u n a de e l l a s oe
¿por o a é había de^jugar ól^ habrá reconocldol
n o le despreciaría; eso no, pero
poco & poco iría separándose de
él, basta acabar con sn amistad,
III
H a n transcurrido t f e s me-
ses, y encontramos á J o r g e tris
te y pensativo sentado en n n
taburete de madera en la coci-
n a (1(4 su casa mirando como »n
medre prepara en una canasta
los rodaballos pescados por su
padre la mañana precedente.
—¿Qué haces Jorge? ¿Por
qué DO sales? Di. ¿Has reñido
con Pndro? — E s t e p e q u e ñ o t i e n e nn d e f e c t o q u e s e r i »
—No, madre, Pedro no m e n n » Kran c u a l i d a d si f u e r a p e n o d e c a z a .
qui' r B ya. Ayer le vi en la pla- —Que es m u y chato.
y a del brazo con el hijo del
mai>t.trante. Les s a l u d é y se
hicieron los distraídos. —Y al decir esto los ojos de J o r g e se nublaron
de lágrimr». —jMe desprecia porque soy pobrel...—levantóse de su
asiento y ofiadió: —Madre, me voy á la plava á esperar á padre,
El oía estaba apacible, y el mnelle se veía lleno de cnriosos qne
iban á ver el arribo de uno de los vapores correos que hacen la t r a v e -
sía de la P e n í n s u l a á B n e n o s Aires y viceversa.
Al llegar al embarcadero el n i ñ o se detuvo sorprendido.
En la combro de la peña dos jovencitos discutían acaloradamente.
En ellos reconoció J o r g e á su
ingrato amigo y á Antonio.
—¡Ah que no te atreves,—de-
cía el tiltimo á Pedro —á dar on
salto desde aquí á la orilla sin
caer en el mari
—¿Qne no me atrevo? E s p e r a
n n momento,—replicó Pedro y po
niéndose de pie arqueó l o s brazos
y se dispuso á saltar,
J o r g e vio lo qne ocurría y es-
cuchó dos g r i t o s de espanto.
Pedro habia calculado mal l a
distancia, y en vez de caer á la ori-
lla traspuso ésta y fué á parar
como unas t r e s varas mar aden-
tro. El peligro en que se e n c o n -
traba era inminente pues el des-
graciado no sabía nadar, y la ma-
rea crecía por momentos.
Antonio desde lo a l t o de l a
—¿A d ó n d e v a s á COI ar? peña permanecía mudo de asom-
~ f v HA^H " í * , bro. en tanto que J o r g e con extra-
—¿Y d ó n d e h a s c o m i d o ? j,. • i- • L ,
- E n niiiRuna parte. ordinaria ligereza se quitaba l a s
— P u e s te a c o m p a ñ o . botas y el trajecito y se echaba al
mar 4 libertar aquella inocente presa qne se debatía desesperada-
mente con el liquido elemento; al fin asió & Pedro por la chaquetilla y
a remolque lo trajo á la playa. Alli sobre la fina arena depositó al
pobre niño y notando qne se había desmayado cogió con ambas m a n o s
un poco de a g u a rociando el rostro de s u amigo.
A los pocos i n s t a n t e s volvió en si y al ver i. su libertador laneó un
grito de alegría.
Después levantándose echó los bracos al cuello de Jorge y besán-
dole murmuró:
—jJorge, hermano mío! ¡Perdóname si por un momento m e o l v i d é
de til Ahora te quiero m á s que nunca y comprendo qne la pobreaa no
es ningún delito, no priva de poseer rl más hermoso corazón. T a
acción t a n noble me obliga á amarte como al mejor de los hermanos.
Dame otro abrazo... ¡Verdad qne no me guardas rencorl
— No, Pedro; tristeza me cansaba tu desvío, pero no rencor, pues
mis padres me han dicho siempre que es la peor semilla que podemos
abrigar en nuestro pecho.
Tan embebecidos s e encontraban los dos amiguitos que no repara-
ron qne desde el principio de aquella contnovedora esceaa, el cobardón
de Antonio avergonzado de su anterior conducta huía sigilosamente d e
la playa.
ALBJANDRO T ARKUBIBRA
E L J U E Z Y L A S MOSCAS
Un labrador de la Alcarria, ha-
bfa dado á guardar n n a jarra de
leche á un vecino suyo. Cuando
fué á reclamarla la jarra no con-
t e n í a ni U n a g o t a de leche, asegu-
rando el vecino que las m o s c a s l a
habían apurado,
Como el labrador n o quedó con-
vencido, entabló un proceso; con-
denando el juez de paz al g u a r d a -
dor á pagar l a jarra de leche,
cuya custodia le habían encomen-
dado.
—No tenía nsted más qne matar
l a s moscas,—decía el digno fun-
cionario.—y no dar lugar á que
apnraran nna jarra de leche.
—¿De s u e r t e , —dijo con gran
sencillez el acusado, qne no está
prohibido matar l a s moscas?
—¡Que h a de estar!—re^ilicó el
juez.—Al contrario: donde s e v e
a n a mosca, allí se acaba con ella.
En aquel momento n n a mosca
s e posó en la mejilla del juez,
apresurándose el hombre á ma-
t a r l a al punto, soltando al efecto —Venga es» m a n o , ¿no es usted dipu-
tado por Villaeebolla?
l a más solemne bofetada al repre- —No, s e ñ o r , e s a q n i e n f r e n t e .
sentante de la l e y . —Kntoneea r e t i r o l a m a n o y d i s p e n s e .
EI^ TEIVDEDERO F'AI>3TASTICO
Doña Serapia qae tenfa Jasta fama de per- Caando ano de sas tijos llamado Bartolo se Y á sn otro hijo Serafín la cara de D. Teófilo
fecta lavandera, tendía cierta mañana la blan- le ocarrió pintar el rostro de D. Nicomedes después de tomar la ducha.
qaisima ropa en la orilla del rio. tomando el chocolate.
Riéndose de la sorpresa qne le va á, cansar á, Alejándose la moj** complacida del resul- Cual no sería su sorpresa al ver el retrato
su madre ver la ropa convertida[en exposición tado de su lavado. de sus parroquianos que le miraban con ojos
de caricaturas. burlones é interrogativos.
m
El i n a é s í r o — V a m o s A v e r , B e n i t e z , ¿ q n é e s c i r c u l o ?
El chico. - C i r c u l o e s d o n d e p a p i p i e r d e e l d i n e r o d e m a m á .
VENGANZA DE MAGDALENA
Porque h a b i a h e c h o mal la m a y o n e s a , t o s t a d o el e m b u t i d o , derra-
mado la salsa sobre el v e s t i d o de u n i n v i t a d o y v e r t i d o el salero, Mag-
dalena fué despedida por la señora de A l t a r r o c a .
I n d i g n a d a por verse despedida, Magdalena t u v o la idea de v e n -
g a r s e , pero ¿cómo? La s o l u c i ó n no s e h i z o esperar.
L a m a ñ a n a s i g u i e n t e f u e s e & la tocinería comprando u n a v e j i g a
de cerdo. T a de v u e l t a & su casa, regocijábase a n t e la m a l a p a s a d a
que iba á jugar á su d e s c o n t e n t a d i z a señora.
L a cosa no podía resultar m&s s e n c i l l a : llenó la vejiga de t i n t a y
la colocó c u i d a d o s a m e n t e al fondo del sombrero de sn s e ñ o r a , h e c h o
lo cual lo d^jó donde lo h a b i a e n c o n t r a d o retir&ndose de p u n t i l l a s .
E l otro dia la s e ñ o r a de A l t a r r o c a debía a s i s t i r & un g r a n ban-
quete. A la hora de v e s t i r s e llamó & Magdalena, ayud&ndola ésta con
la m a y o r a t e n c i ó n y s o l i c i t u d .
—Despacha, Magdalena,—dijo la señora, al acabar el tocado;—dame
el sombrero, que es y a m u y tarde.
Con gran delicadeza p r e s e n t ó l e la d o n c e l l a el lujoso sombrero,
ornado con magníficas p l u m a s .
—Est& m n y bien, M a g d a l e n a , puedes r e t i r a r t e , pues no preciso y a
de t u s buenos servicios.
Colocóse delante del espejo, c l a v ó u n o de los l a r g o s pasadores y
bum... l a v e j i g a de cerdo cuidadosamente o c u l t a r e v e n t ó dejando esca-
par por el rostro de la s e ñ o r a de Altarroca sn n e g r o contenido.
—¡Socorro! ¡Socorrol—gritaba la aterrada señora, al verse c o n v e r -
t i d a en una n e g r a .
E n t r e t a n t o , Magdalena, con sn m a l e t a habia abandonado l a casa
refngi&ndose en l a de s u tia y escapando del furor de la señora qne,
s e g ú n ella, tan i n j u s t a m e n t e la h a b i a despedido.
VARIEDAD
LAMENTACIONES D E UN COCHERO
- i P o b r e c a b a l l o , h o y q u e a o l o l e h e d a d o l a m i t a d d e l p l e n « o . . . l iMe p a r e c e « u e á
e s t e p a s o n o l l e « a r e m o 8 nuBCal ^ i i w
El débil janoo manejado con rapidee vertiginosa y con singular
maestría, n o t a n solamente paró caantos g o l p e s trataba de asestarle,
sino qne repetidas veces hirió á Sansón en la frente, en l a s mejillas y
en distintas partes del cuerpo.
Bufaba rabiosamente, redoblaba s u s acometidas entre la hilaridad
general, y al ver la inutilida'l de s u s fuerzas contra aquella destreza
tiró sn bastón Cun despecho. El vencedor imitóle tirando el Junco.
El otro entonces volvió á acometerle ¿ puño cerrado clamando:
—|A ver ahora si t e sirve ser diestro en la esgrima!
Pero no logró pegarle ni un solo puñetazo; Qilito no le entregó s u
cuerpo; salt&ndose y agachándose con agilidad de g a t o montes l e
mareó i, bofetadas poniéudole la cara como un tomate.
Todos aplaudían celebrando la derrota y humillación del baratero.
Al cabo el cansancio puso término á aquel combate tan desigual y
entonces Gilito le dijo tranquilamente:
—No hay plazo qne no se cumpla; delante de todod prometí devol-
verte la pelota, y delante de todos te la he devuelto, cnidado no se te
v u e l v a á perder. L . G. E
LOS DOS V I A J E R O S
D o s hombres Pablo y
Tomás, caminaban hacia
la. ciudad próxima. D e
repente T o m á s ve en
medio una bolea que pare-
ce m n y llena. Acercán-
d o s e apresuradamente,
nuestro hombre la recoge
y se la m e t e en el bolsi-
llo. Su compañero m u y
contento dice:
— ¡Que suerte para nos-
otros!
— No, — contesta T o -
más,—la suerte es para
mi.
Pablo no habla más y
los dos continúan s u c a -
mino. Pronto llegan á uu
bosque, y al atravesarlo,
tres ladrones se acercan.
—E tamos perdidos,—
exclama Tomás pidiendo
socorro.
—TA sóio estás perdi-
ólo, — contesta PaDlo, —
iKifls y o no tengo nada
que defender.
- i S i , c a b a l l e r o , eate c h i c o e» un B r a n u J . ! , S e ha
Tomás tm?o que entre
t r a g a d o u n a p i e z a de c i u c u o o r a c é u t l m o s l
gar la bolsa y compréñ-
- B í t o « o ee n a d a s e ñ o r a , c o n o z c o a l g u n a s p e r s o - alo que para tener a m i -
7 Z Z : : r " ' ' ' ' » " . o n e . ^ ios han digerido gos en la desgracia e s
preciso no ser egoísta.
^ PASATIEMPOS ^
REGALOS ADIVINANZA
ANÉCDOTA