Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
“Se sabe que, en noviembre de 1917, en cuanto Lenin y la mayoría del partido se habían pasado a
la concepción de Trotsky y pretendían mover, no apenas el gobierno político, más también el
gobierno industrial, Zinoviev y Kamenev permanecieron en la posición tradicional del partido,
querían un gobierno de coalición revolucionario con los mencheviques y socialistas-
revolucionarios, y por eso salieron del Comité Central, publicando declaraciones y artículos en
periódicos no-bolcheviques, y por poco no llegan a la ruptura”. Si tomáramos esta afirmación de
Gramsci, u otras similares1, en torno al debate abierto en la Unión Soviética alrededor de 1924,
podríamos concluir apresuradamente que tuvo una posición solidaria con la concepción de la
Teoría de la Revolución Permanente. Pero la verdad es que, retrocediendo de esa opinión sobre la
prueba de los hechos en el escenario ruso, sus divergencias con la teoría de Trotsky serán luego
varias veces explicitadas.
“El concepto político de la llamada ‘revolución permanente’, que surgió antes de 1848 como
expresión científicamente desarrollada de la experiencia jacobina de 1789 hasta el Thermidor,
pertenece a un período histórico en el que los grandes partidos políticos de masas y los sindicatos
económicos no existían todavía, y en el que la sociedad estaba aún, por así decirlo, en un estado
de mayor fluidez desde muchos puntos de vista. Había un mayor retraso del campo y un
monopolio prácticamente total de la política y el poder estatal en unas pocas ciudades, o incluso
por una sola (París en el caso de Francia); un aparato de estado relativamente rudimentario, y una
mayor autonomía de la sociedad civil respecto de la actividad estatal; un sistema específico de
fuerzas militares y de servicios armados nacionales; mayor autonomía de las economías nacionales
respecto de las relaciones económicas del mercado mundial, etc. En el período posterior a 1870,
con la expansión colonial de Europa, todos estos elementos cambiaron. Las relaciones
organizativas internas e internacionales del Estado se hicieron más complejas y sólidas, y la
fórmula cuarentiochesca de la ‘revolución permanente’ es desarrollada y superada en la ciencia
política por la fórmula de la ‘hegemonía civil’. (...). Esta cuestión se plantea para todos los países
modernos, pero no para los países atrasados y las colonias, donde todavía tienen vigor formas que
en todas partes han sido superadas y se han transformado en anacrónicas” 2.
Gramsci se refiere a las primeras versiones de la teoría de la revolución permanente, las que se
sitúan en el terreno de la revolución rusa y europea y no a la formulación definitiva de 1929, dado
que - por entonces en la cárcel hacía ya tres años y tabicadas sus informaciones por el stalinismo -
no la conoció. Justamente la Teoría de la Revolución Permanente completada luego del proceso de
la revolución china, ponía especial acento en “los países atrasados y las colonias, donde todavía
tienen vigor formas que en todas partes han sido superadas y se han transformado en
anacrónicas”.
Pero además, la teoría de la revolución permanente, aún en sus primeras versiones, nunca fue una
mera prolongación de la fórmula “cuarentiochesca” de Marx. Veamos porque Gramsci hace aquí
una caricatura de la teoría de Trotsky. La permanencia de la revolución en Marx está dada en que
el proletariado, manteniendo su independencia de partido, debía plantear demandas
permanentes que vayan un paso más allá de la democracia pequeñoburguesa radical: el
proletariado no debía detenerse en los límites burgueses, aún en el ciclo de las revoluciones
democrático burguesas del siglo XIX. Trotsky no podía sino coincidir con la afirmación de Gramsci
de que: “En efecto, sólo en 1870-71 con la tentativa de la Comuna, se agotan históricamente todos
los gérmenes nacidos en 1789, lo cual significa que la nueva clase que lucha por el poder no sólo
derrota a los representantes de la vieja sociedad que se niegan a considerarla perimida, sino
también a los grupos más nuevos que consideran como superada también la nueva estructura
surgida de los cambios promovidos en 1789. Además, en 1870-71 pierde eficacia el conjunto de
principios de estrategia y táctica política nacidos prácticamente en 1789 y desarrollados en forma
ideológica alrededor de 1848 y que se resumen en la fórmula de “revolución permanente” 5.
En cuanto a las condiciones concretas de la revolución italiana una vez que triunfó el fascismo,
Trotsky no la reduce a la alternativa “fascismo o socialismo” , ya que de ninguna manera excluye
períodos de “transición”. Sólo que, como dice en su carta a la Oposición de Izquierda italiana, de lo
que se trataba era de precisar el carácter de esa transición. Justamente, la suya es la teoría de la
transición a la revolución proletaria. La revolución permanente “¿...significa que Italia no puede
convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un estado parlamentario o en una ‘república
democrática’? Considero - y creo que en esto coincidimos plenamente - que esa eventualidad no
está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución
proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se
dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder,
posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases ‘democráticas’” 6.
Una segunda aclaración que se desprende de esto es que, al menos en el terreno nacional
italiano, hay cierto permanentismo en Gramsci. Básicamente su elaboración de una estrategia
revolucionaria para Italia, en todo lo que ésta tenía de específico en sus rasgos estructurales, más
allá del régimen fascista; yace en volver a la historia nacional para desentrañar las tareas que la
burguesía no había resuelto, o había resuelto a su manera, en forma incompleta y excluyente, (y
de allí mismo la categoría de “revolución pasiva” para signar al Risorgimento) especialmente lo
que concierne a la cuestión meridional y el problema campesino. Esto no es sino seguir al menos
uno de los sentidos de permanencia de la teoría trotskista: las tareas democrático burguesas que
no pudo cumplir la burguesía en su período de ascenso, ahora en su etapa de decadencia y
reacción sólo las podrá resolver el proletariado arrastrando tras de sí a las masas campesinas,
cuestión que como se ve en las propias preocupaciones de Gramsci para Italia no era meramente
una cuestión para los países coloniales, sino también para los de desarrollo burgués retrasado7.
Y Gramsci no se aparta del programa de la Internacional Comunista cuando en ella se impone esta
concepción. No decimos que Gramsci haya adoptado la política derechista del bloque Bujarin-
Stalin (sintetizada en algunas fórmulas como “campesinos enriqueceos”, o la de “evolución
pacífica del kulak al socialismo”, etc.) aplicada entre los años 24 y 28 en la Unión Soviética. Pero sí
que su ubicación era, preeminentemente, desde la óptica privilegiada de la revolución nacional
italiana y en conciliación centrista con la política de la IC. Al respecto, en el año 1926 dirige una
carta a Palmiro Togliatti criticando a Amadeo Bordiga porque, en las discusiones fraccionales de la
Internacional, este se ubicaba como una “minoría internacional” junto a la Oposición de Izquierda
cuando, en cambio, lo que había que hacer según Gramsci es ubicarse como “una mayoría
nacional” del partido italiano10. Y no porque viera que, desde una revolución proletaria triunfante
en Italia, cambiaba el tablero de Europa y por ende la relación de fuerzas al interior de la
Internacional Comunista. Gramsci cae en un fatalismo basado en absolutizar el retroceso parcial
de las fuerzas revolucionarias y transforma el “equilibrio inestable” alcanzado por el capitalismo
en los años ‘20, en “algo más” que eso: en un retraso en “la disposición de las fuerzas subjetivas”
que alimenta su “criterio metodológico” de interpretar el período alrededor de la posibilidad de
que el capitalismo se sobreviva, sin guerra, y supere la “fase catastrófica” dando lugar a un
período de “revoluciones pasivas”.
Por el contrario, Trotsky, sobre la base de un pronóstico político de una nueva fase catastrófica se
disponía a combatir para cambiar el curso de la política de la IC, no sólo a formar “minorías”,
aunque ese haya sido el resultado de la lucha. Gramsci, evidentemente condicionado por los años
de cárcel y aislamiento, parece razonar según una óptica de conservar el triunfo obtenido en la
Unión Soviética ya que temía al peligro de ruptura de la alianza obrero-campesina y la propia
unidad del partido ruso. ¿Cede a la teoría y política del “socialismo en un solo país” porque hace
primar la necesidad de mantener, antes que nada y aún a costa del stalinismo, la “posición”
conquistada por el proletariado internacional, mientras no se pudieran conquistar otras nuevas?
No puede afirmarse con seguridad, pero esto nos remite a la ubicación programática de ambos
revolucionarios.
El punto es aquí que todo lo ambiguo que puede tener la fórmula “posicionista” de Gramsci, ha
sido tomado por el reformismo, ya sea stalinista o socialdemócrata, para justificar una estrategia
kautskiana, de “guerra de desgaste”, de ocupación de “trincheras” sin movimientos de maniobra,
de inserción en los espacios en el régimen burgués sin insurrección ni asalto al poder, lo cual es
una monstruosa caricatura del pensamiento del comunista italiano.
En realidad, ni en la discusión sobre los tratados de paz entre la naciente Unión Soviética y
Alemania, a pesar de las controversias con Lenin sobre las negociaciones de Brest-Litovsk, ni en el
segundo congreso de la Tercera Internacional donde junto con Lenin se definieron como “el ala
derecha” contra el ultraizquierdismo de los alemanes, Trotsky sostuvo nunca una posición
voluntarista de ofensiva permanente. Veamos algunos otros ejemplos, entre los más importantes.
En sus escritos sobre Latinoamérica muestra una notable utilización de “trincheras” y “posiciones”
cuando propone la defensa de las nacionalizaciones del petróleo en México decretadas por el
nacionalista burgués Lázaro Cárdenas. Desde esa posición plantea la conquista de otras nuevas
como la administración obrera de las mismas. Incluso, en esa ocasión, pone el ejemplo de la
supuesta utilización que podríamos hacer los revolucionarios si obtuviéramos el gobierno de una
municipalidad, no a la usanza reformista actual de ex trotskistas “transformados” en el PT de Brasil
y a cargo de ciudades como Porto Alegre y estados como Río Grande do Sul, sino como tribuna en
función de demostrar la necesidad impostergable de los objetivos de la dictadura del proletariado
a escala de toda la nación. A Trotsky no le era ajena la idea de que se “ganará una guerra en la
medida que se prepare minuciosamente para ello en tiempo de paz” y por ello definió a los
gobiernos latinoamericanos de los años ‘30 como resultantes de una relación de fuerzas peculiar
entre el joven proletariado y el capital extranjero, como clases fundamentales, entre los cuales
ejercían un “equilibrio inestable” (es decir, de paz relativa) las débiles burguesías nativas (lo que
llamó bonapartismo sui géneris).
También demostró en el arte de la guerra misma, durante la guerra civil rusa de la que fue
dirigente político-militar, la combinación de posición y movimientos; y sostuvo en la guerra civil
española, contra la política etapista de la dirección del frente republicano, que nuevas tierras
debían ser expropiadas y repartidas a los campesinos o las fábricas debían ser nacionalizadas y
puestas bajo el control obrero (posiciones económico-sociales) para consolidar cada avance militar
del ejército republicano sobre el territorio (maniobra), y que esas nuevas posiciones (“jalones de
socialismo”) no debían dejarse para después del triunfo de la guerra civil como sostenían los
stalinistas, socialdemócratas y aún los anarquistas.
Ante la inminencia de la segunda guerra mundial y cuando ésta ya no puede ser evitada con
“revoluciones desde abajo” (después de las derrotas de España y Francia), Trotsky ideó la política
más audaz de todas. La “política militar proletaria” (PMP) fue una guía para intervenir activamente
en la guerra, la más reaccionaria de las “instituciones” burguesas, pero una institución al fin tan
utilizable por los revolucionarios, según lo definía, como lo era el parlamento. La “política militar
proletaria” establecía que mientras se batallaba para que el proletariado internacional luche a
conciencia del carácter imperialista general de la guerra, a su vez se desprenden tácticas
particulares tanto para el obrero norteamericano que ansiaba combatir a Hitler, como para el
obrero francés o polaco dispuesto a luchar armas en mano contra la opresión nacional nazi a sus
países ocupados. En medio de esa conmoción que era la guerra - que para Trotsky ponía “los
factores objetivos y subjetivos en consonancia”-, concentró en una misma política los tres
“momentos” de las “relaciones de fuerza” que señala Gramsci. El “momento de la escisión” del
proletariado con sus propias burguesías, con una política para separar al “obrero en armas” del
reclutamiento “normal” de los ejércitos imperialistas. El “momento político” en el que la guerra y
el objetivo “nacional” no interrumpen la lucha de clases y con ello la prosecución de “octubres”
como el de Rusia en la guerra de 1914-18. El “momento militar” en el que, continuando y
desarrollando la política leninista en la primera guerra, plantea una nueva forma de “transformar
la guerra imperialista (y en esta guerra incorporando todos sus otros aspectos como la defensa de
la Unión Soviética o el de opresión nacional en los países invadidos) en guerra civil”.
A menudo se interpretan los “momentos” de Gramsci como etapas estancas, como en una
estructura estática (y Gramsci ayuda a esta interpretación), mientras en Trotsky está presente la
combinación de etapas, de tiempos, de momentos, las definiciones dinámicas. Sigue en esto a
Lenin que, con su definición de etapas y situaciones, incorpora el tiempo en política
revolucionaria. La lógica de la combinación de desigualdades rige no sólo en la teoría de la
revolución permanente sino en el método que lleva al Programa de Transición.
Este programa fue puesto a la discusión nada menos que en Norteamérica con la complejidad que
ello implicaba, en las condiciones del americanismo y el New Deal, y de su lógica se desprendió la
audaz propuesta de exigencia-desenmascaramiento al mismísimo gobierno de Roosevelt en torno
a un verdadero plan de obras públicas que termine con el desempleo en masa.
Perry Anderson plantea que aunque Trotsky conocía más profundamente los regímenes políticos
europeos y desarrolló tácticas precisas -como en Francia y en España la demanda democrático-
radical de la Asamblea Constituyente-, sin embargo es Gramsci quien se hace las preguntas más
inquietantes sobre cómo superar por izquierda a las democracias burguesas más estables. Esto
cobraría significancia no tanto en la preguerra donde las democracias sucumbían ante el fascismo
y el bonapartismo, o debían apelar a regímenes extremos como el del Frente Popular, sino en las
democracias estabilizadas de la Europa de posguerra. Pero el mismo Programa de Transición
contiene demandas como el control obrero de la producción que, aún en períodos donde no este
planteado en forma inmediata la cuestión del poder político, puede ser utilizada para impulsar al
proletariado a conquistar nuevas posiciones que cuestionen la propiedad privada y lo prepare para
luchas superiores.
Como cuerpo programático, según consta en las discusiones con el SWP norteamericano previas a
la aprobación del Programa de Transición, fue considerado un programa “máximo” por los
reformistas (que piensan sólo en términos de posición) y muy “mínimo” por los ultraizquierdistas
(que piensan sólo en términos de maniobra)12. En realidad el Programa de Transición, su método,
contiene desde las consignas mínimas en tanto conserven “su fuerza vital” (es decir, en tanto sean
viejas posiciones a ser defendidas), plantea la conquista de una escalada de nuevas posiciones
(desde la escala móvil de salarios y horas de trabajo, el control obrero de la industria hasta los
soviets) puestas en función de abrir paso a “la guerra de movimiento”, es decir a la conquista del
poder por el proletariado que al consumarse está conquistando, a su vez, una nueva posición, una
trinchera nacional de la revolución socialista internacional.
Clase y partido
Por último queremos dejar esbozadas, algunas cuestiones que desarrollaremos en próximos
trabajos: la compleja relación entre espontaneidad y conciencia, entre movimiento revolucionario
real y partido, entre la intelectualidad marxista y la vanguardia de la clase obrera.
Hay claramente dos períodos en Gramsci en lo que hace a la valoración entre la acción obrera y el
partido revolucionario. El primero es el período dominado por la publicación del Ordine Nuovo. Al
influjo del “Bienio Rojo” italiano de los años 1919 al 21 y de las ocupaciones de fábrica en Turín, ve
los consejos de fábrica surgidos como “forma concreta de un proceso político de nuevo tipo que,
por el hecho de partir de la producción, no es absorbible a través de maniobras políticas o
modificaciones parciales del estado burgués”13. Esta apreciación, que subvalora la acción
conciente del partido revolucionario, será desmentida no sólo en Italia sino en Alemania donde el
reformismo propone un “estado combinado” entre la república parlamentaria y los consejos
obreros, demostrando que sin una dirección marxista revolucionaria centralizada surgen todo tipo
de “maniobras políticas y modificaciones parciales del estado” para absorver la autoorganización
de masas.
NOTAS
1 Otra de las afirmaciones favorables a la teoría de Trotsky puede verse en esta carta del 9 de
febrero del ‘24 dirigida a Togliatti: “En la polémica recientemente ocurrida en Rusia se revela que
Trotsky y la oposición en general, en vista de la prolongada ausencia de Lenin de la dirección del
partido, están seriamente preocupados con la vuelta a la vieja mentalidad, que sería deletérea
para la revolución. Al reivindicar mayor intervención del elemento obrero en la vida del partido y
disminución de los poderes de la burocracia, en el fondo ellos quieren garantizar el carácter
socialista y obrero de la revolución e impedir que se llegue lentamente a aquella dictadura
democrática, envoltura de un capitalismo en desarrollo, que era el programa de Zinoviev, y aún
otros en 1917. Esta me parece ser la situación del partido ruso, que es mucho más complicada y
mucho más sustancial de lo que Urbani percibe; la única novedad es el pasaje de Bujarin al grupo
de Zinoviev, Kamenev, Stalin”.
6“En cuanto a la ‘revolución antifascista’, la cuestión italiana está más que nunca ligada
íntimamente a los problemas fundamentales del comunismo mundial, vale decir a la llamada
teoría de la Revolución Permanente. A partir de todo lo anterior surge el problema del período
‘transicional’ en Italia. En primerísimo lugar, hay que responder claramente: ¿transición de qué a
qué? Un período de transición de la revolución burguesa (o ‘popular’) a la revolución proletaria, es
una cosa. Un período de transición de la dictadura fascista a la dictadura proletaria, es otra cosa. Si
se contempla la primera concepción, se plantea en primer término la cuestión de la revolución
burguesa, y sólo se trata de determinar el papel del proletariado en la misma. Sólo después
quedará planteada la cuestión del período transicional hacia la revolución proletaria. Si se
contempla la segunda concepción, entonces se plantea el problema de una serie de batallas,
convulsiones, situaciones cambiantes, virajes abruptos, que en su conjunto constituyen las
distintas etapas de la revolución proletaria. Puede haber muchas etapas. Pero en ningún caso
puede implicar la revolución burguesa o ese misterioso híbrido, la revolución ‘popular’... “ León
Trotsky, “Problemas de la revolución italiana”, Escritos/1930.
7“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y
semicoloniales, la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines
democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse por medio de la dictadura
del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de
sus masas campesinas.”. “El problema agrario (...) asignan a los campesinos, que constituyen la
mayoría aplastante de la población de los países atrasados, un puesto excepcional (...) Sin la
alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no
pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente.” L. Trotsky en la Tesis 3 de “La
Teoría de la Revolución Permanente”.
8 “La teoría de Stalin-Bujarin no sólo opone mecánicamente, contra toda la experiencia de las
revoluciones rusas, la revolución democrática a la socialista, sino que divorcia la revolución
nacional de la internacional. A las revoluciones de los países atrasados les asigna como fin la
instauración de un régimen irrealizable de dictadura democrática que contrapone a la dictadura
del proletariado. Con ello, introduce ilusiones y ficciones en la política, paraliza la lucha del
proletariado por el poder en Oriente y retrasa la victoria de las revoluciones coloniales. Desde el
punto de vista de la teoría de los epígonos, el hecho de que el proletariado conquiste el Poder
implica el triunfo de la Revolución (‘en su nueve décimas partes’, según la fórmula de Stalin) y la
iniciación de la época de las reformas nacionales. La teoría de la evolución del ‘kulak’ al socialismo
y la de la ‘neutralización’ de la burguesía mundial, son, por este motivo, inseparables de la teoría
del socialismo en un solo país....”. L. Trotsky, ídem.