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Ya por estas épocas la suerte de Odebrecht era más que notable. Solo
en la década de los 90 Odebrecht se adjudicó 29 de las más grandes
obras de construcción en todo el país. De hecho fue la constructora con
más contratos ganados en la región según el informe final de la
Comisión Investigadora de Delitos Económicos y Financieros del
régimen fujimorista que presidió el desaparecido congresista Javier Diez
Canseco.
Pero sin duda el mayor monto contratado en los últimos años por la
brasileña fue el obtenido durante el gobierno de Ollanta Humala, en el
que consiguió nada menos que S/. 24,409’599,441 en obras, entre las
que destacan la mega obra Gasoducto Sur Peruano, la tercera etapa del
Proyecto Chavimochic, el tramo de la carretera Ramiro Prialé y la Vía
Costa Verde en su tramo del Callao.
Peor aún, en nuestro país es frecuente que los peces gordos jamás
respondan frente a la justicia cuando estallan los escándalos. En
particular, en muchos casos son los funcionarios de rango medio o
bajo los que fungen de chivos expiatorios mientras que hay completa
impunidad para los grandes ladrones. Los peces gordos, al haber
robado más, tienen más recursos con los cuales torcer y manipular las
investigaciones y la administración de justicia en su favor. Debido al
tratamiento asimétrico de la justicia frente a la corrupción, quienes
deciden ser corruptos pueden estar tentados a robar en grande para
reducir el riesgo de cualquier castigo futuro.
Pero las coimas son apenas la punta del iceberg del costo económico
de la corrupción. El costo económico principal es la ineficiente
asignación de recursos que se manifiesta de tres formas. La primera es
que la coima suele aumentar artificialmente el costo de los proyectos
pues el coimero gana más cuanto mayor es el sobreprecio. En segundo
lugar, las coimas incrementan la probabilidad de que hagan proyectos
que no se necesitan en desmedro de proyectos necesarios. Finalmente,
las coimas suelen alterar las condiciones de los contratos para
favorecer a las empresas corruptas en perjuicio del ciudadano. Por
ejemplo, es muy sospechoso que en nuestro país el concesionario del
Gasoducto del Sur disfrute de ingresos garantizados que se financian a
través de aumentos en las tarifas de luz. En los siguientes meses
sabremos si hubo o no corrupción en la concesión del Gasoducto.
Urge, además, que se nos explique por qué no hay ni un solo resultado
concreto en la lucha contra la mega-corrupción en nuestro país. ¿No
somos capaces de combatir la corrupción en el Perú? ¿Tenemos que
resignarnos a que el valiente Juez Sergio Moro o el Departamento de
Justicia de los Estados Unidos destapen las mafias y corruptelas en
nuestro propio país?
Más allá de la responsabilidad penal de algunos ¿Nadie va a asumir la
responsabilidad política? ¿Cómo así podemos permitir que empresas
corruptas del extranjero vengan a asaltar al Estado peruano sin que
pase absolutamente nada? ¿Nadie sospechaba siquiera un poco de que
estas empresas no venían con las mejores intenciones al Perú?