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Además de algunas mutaciones más profundas en las que una cosa deja de ser lo
que era (cambios sustanciales: muerte de un viviente, transformación de una
sustancia química en otra, etc. ) tenemos una experiencia inmediata y constante
de cambios accidentales, en los que una realidad varía sólo en sus aspectos
secundarios, sin perder su naturaleza: por ejemplo, el agua al cambiar de
temperatura no deja de ser agua, una persona sigue siendo la misma a pesar de la
variación de estados de ánimo, de salud o enfermedad, etc. Las mutaciones
accidentales manifiestan, pues, que en las cosas existe un sustrato
permanente y estable, la sustancia, y unas perfecciones secundarias y
mudables, que son los accidentes.
Otra característica que diferencia estos dos modos de ser es que en cada cosa hay
un solo núcleo sustancial, pero afectado por múltiples modificaciones
accidentales; así, un ciprés es un único sujeto con muchas características
secundarias: tipo de hojas y frutos, disposición de las ramas, color, etc.
Para Aristóteles está claro lo que es un ente; es decir, la ousia (esencia o sustancia)
en el sentido primario. En los cambios que afectan para nada a la identidad de la
sustancia él ve confirmada la validez de su esquema sustancia-accidentes.
LA SUSTANCIA
LOS ACCIDENTES
Igual que la sustancia tiene una naturaleza a la que le conviene subsistir y que sitúa
al sujeto en una especie, así cada accidente posee también una esencia propia,
que distingue a unos accidentes de otros, y a la que le corresponde depender
del ser de un sujeto. Por ejemplo, el color tiene una esencia diversa que la
temperatura, aunque a ninguna de las dos le compete tener ser propio, sino que son
en alguna sustancia.
Existe una gran variedad de accidentes, que podemos clasificar según distintos
criterios. Para una primera visión de su diversidad, puede servir, por ejemplo, la
siguiente clasificación de los accidentes según su origen:
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