En las geografías y los calendarios de abajo la historia no transcurre, se hace Sup. Marcos Mayo: entre el autoritarismo y la resistencia
Una de las notas esenciales de lo humano es su apertura conciente a lo real. Esta apertura cualifica nuestra capacidad de aprendizaje. La hace ilimitada, tanto en cantidad como en profundidad. Siempre la experiencia es histórica y en esta encarnación se limita y se enriquece. No es contradictoria esta afirmación. La apertura al aprendizaje es ilimitada esencialmente, no hay nada de la experiencia histórica que no podamos aprehender de antemano, pero nuestra biografía singular se materializa en una temporalidad limitada –entre nuestro nacimiento y nuestra muerte- y, por lo tanto, nuestro devenir humanizante se encarnará en este tramo de la Historia. Si bien, que la falta de límite para nuestra capacidad de aprendizaje sea potencial, no es un dato menor sostenerla ya que es una de las condiciones necesarias para efectivizar en cada momento nuevo la apertura esencial y conciente a la realidad para que lo que acontezca allí sea humanizante. De lo contrario, la experiencia tiende a transformarse en una repetición rutinaria que nos hace parecer más a los autómatas que a los seres humanos. Estar abiertos a aprender siempre es una capacidad que se cultiva en el devenir de nuestras biografías singulares y de nuestros andares comunitarios. Cuanto más vital sea esta capacidad más fecunda será nuestra capacidad crítica para crear geografías y calendarios nuevos.
Abajo y a la izquierda es una expresión robada al zapatismo y que pretende resaltar que ningún aprendizaje es neutro ni acontece en el vacío. La educación popular es mucho más que un enunciado, es un encuentro humanizante. Abajo y a la izquierda remite a un lugar necesariamente vincular, necesariamente rebelde. Tradicionalmente abajo desde la perspectiva normativa significaba un estado que no era el normal, el esperado. Al referirse a un estado se leía en él cualidades que los sujetos debían encarnar. Cuando se verificaba, desde este paradigma, un déficit se calificaba a esa situación como subnormal. En el paradigma normativo el abajo no es vincular, es una cualidad sustancial que se explica por condiciones morales o cognitivas de los sujetos y no por procesos sociales. Aquí, abajo busca ser un significante que habla de una dinámica social estructuralmente opresiva de las grandes mayorías. Es una abajo impuesto por múltiples procesos que buscan dominar para acumular, que buscan enriquecerse a costa del empobrecimiento de las mayorías. Pero no es solo eso, abajo también es una geografía en la cual caminamos juntos para engendrar otros mundos posibles. No buscamos dar vuelta la tortilla, queremos construir espacios humanizantes con los pies en la tierra, en diálogo fecundo con nuestra madre Tierra, una geografía en la que quepan todos los mundos. A la izquierda no solo refiere a un posicionamiento ideológico, sino que da cuenta de la rebeldía necesaria para problematizar lo que está naturalizado y animarnos a materializar procesos nuevos en los que nuestras vidas devengan lo más plenas posibles. Indignación ante la injusticia, rebeldía frente al orden opresor, creatividad que tensione la dinámica real, diálogo crítico que materialice el encuentro y nos movilice a la transformación de la dinámica de lo real son condiciones necesarias para que izquierda no sea un título bonito, sino una potencia rebelde.
En el marco de esta dinámica, cualificar los procesos de aprendizaje y enseñanza como geografías en las que engendramos nuestros andares populares es un proceso intencional y crítico. Es muy común caer en la simplificación de considerar que la repetición de ciertas frases o la aplicación –cuasi mecánica- de diferentes técnicas alcanza para transformar un proceso educativo tradicional en uno popular. Todo proceso educativo manifiesta su cualidad popular no solo en la forma en el que acontece y en la trama vincular que teje, sino también en los procesos emancipadores que engendra y de los que se nutre para ponerle nombre a la opresión y llenar de contenido a la rebeldía. Todo proceso de educación popular es particular y genérico al mismo tiempo en un vínculo que es fecundo si está abierto a profundizar la encarnación y a la comunicación con otros que caminan otros andares libertarios.
En este ensayo quisiera compartir algunas vivencias y saberes aprehendidos. No para definir lo que es o no es educación popular, sino para delinear senderos por los que creo –con la certeza que da la experiencia compartida- se encarnan andares populares en los que nos aprendemos y enseñamos, en los que nos habilitamos para nombrarnos y nombrar lo que nos pasa y lo que anhelamos, en los que no solo soñamos que queremos sino que nos encarnamos para materializarlo.
Siempre crítica e intencional
La experiencia educativa es siempre un acontecimiento intencional. Aprendemos y aprehendemos en la experiencia compartida y protagonizada cuando, en algún momento del acontecimiento, nos ponemos en juego concientemente. Puede ser que la disposición conciente esté desde el inicio de la vivencia y permanezca –con diferentes grados de intensidad- hasta el cierre de la misma; también puede ser que un acontecimiento nos conmueva y después reflexionamos concientemente como resonó en nosotros lo que hubo de significativo en este acontecimiento. Antes, durante o después sin apertura conciente no hay aprendizaje. La praxis de la educación popular exige también la decisión intencional, pero no en un sentido genérico sino con una direccionalidad específica; está es darle contenido a los procesos emancipatorios de las mayorías populares.
La praxis vincula creativamente las instancias de intervención en la realidad y los espacios de reflexión. En un vínculo dialéctico se fecundan mutuamente y nos mueven a una apertura más profunda a la dinámica de lo real y a una encarnación más humana. El ejercicio del pensar-sentir crítico es nodal para la fecundidad y la creatividad de esta dinámica. Este nos habilita a problematizar la tendencia del sentido común y de la vida cotidiana para nombrar los procesos opresores que allí acontecen, para identificar los dispositivos en los que se materializan, para engendrar calendarios y geografías nuevas. Sin ejercicio del pensar-sentir crítico la potencia de la rutina hace que reproduzcamos –con todos los matices que tiene esta expresión- la direccionalidad hegemónica de la dinámica estructural de la realidad en este momento histórico. Más concreto, sin pensar-sentir crítico caminamos por los caminos del sistema capitalista que promueven mayor acumulación en pocas manos profundizando las desigualdades y las injusticias. La filantropía, la buena intención, los buenos modos son trampas peligrosas porque tranquilizan las conciencias pero juegan el juego de la desigualdad. La educación se hace popular cuando es parte de los procesos emancipatorios.
El ejercicio del pensar-sentir crítico es necesariamente complejo. Asumir esta complejidad es crucial para que este ejercicio devenga transformador. La complejidad no está constituida por un carácter esencialmente críptico que solo puede ser descifrado por expertos, sino por la exigencia-necesidad de pensar-sentir esencialmente vinculadas las dimensiones propias de la dinámica estructural de la realidad, los procesos económicos-políticos en la configuración particular en que se materializan en nuestra región y en nuestro país, los procesos barriales, los procesos institucionales y los devenires biográficos singulares. Ciertamente parece una exigencia de máxima que puede llevar a la conclusión equivocada de que es una tarea imposible y, por lo tanto, el camino pragmático-posibilista es el menos malo para tomar en función de los intereses populares. Es una tarea exigente pero no imposible. En primer lugar porque es una tarea siempre abierta, por lo que es esencialmente existencial. La hacemos al caminar juntos y la sapiencia de su provisoriedad la hace materia de la crítica. Nuestro andar es histórico, por lo tanto, contingente. Hemos hecho estas opciones, hemos materializado nuestro andar en determinadas formas de organización y vinculación. Podríamos haber elegido otros caminos y adoptado otras formas. Lo materializado es portador de sentido en una geografía y un calendario determinado. Pero seguimos andando y seguramente necesitaremos otras formas de organizarnos y otros modos de vincularnos para darle sentido más humano a nuestras vidas. En segundo lugar es parte esencial de nuestro aprendizaje. Buscamos aprehender con mayor profundidad la dinámica de lo real y, así, encarnarnos más sabiamente en nuestro presente.
El ejercicio del pensar-sentir crítico ubica todos los procesos y a todos los sujetos en su lugar propio, la Historia. En ella todos los procesos se explican, en ella todo cobra sentido. El ejercicio del pensar- sentir crítico nos posibilita romper con la naturalización de los procesos. Las formas en que se materializa la economía-política no surgen de un orden natural sino de la concreción de intereses determinados, las formas en las que se construyen los vínculos de género nada tienen que ver con determinaciones biológica sino que son la materialización del patriarcado en el marco de la dinámica capitalista. Así podríamos analizar todo lo que acontece en lo real. El ejercicio del pensar-sentir crítico nos habilita para crear formas nuevas –más humanas- de producir, de consumir, de distribuir los bienes, de festejar, de celebrar, de enseñar, de aprender. Esta habilitación genera en nosotros la responsabilidad –esencialmente humana- de hacernos cargo de lo real para encargarnos de él buscando intervenir allí para generar calendarios y geografías más humanas.
Ejercer el pensar-sentir crítico en el proceso educativo nos posibilita recuperarlo como construcción social sacándolo de un lugar exclusivo de técnicos socialmente habilitados para dirigirlo. Hacernos cargo de la educación como pueblo significa reconocernos como protagonistas de su definición, ejecución y evaluación; significa que para que el proceso educativo devenga popular tiene que engendrarse en espacios dialógicos en el que se escuchen todas las voces y en los que se tomen decisiones que construyan procesos en los que la diversidad, la igualdad, la justicia y libertad se manifiesten con la mayor plenitud posible. El ejercicio del pensar-sentir crítico sobre el proceso educativo nos lleva más allá de un basismo partiularista por el cual solo vale lo que surge en las asambleas. La tarea educativa es esencialmente social y excede lo que acontece en cada uno de los barrios, excede nuestras experiencias y nuestros saberes. De allí, que tiene sentido la definición de un curriculum común. Pero también es fundamental señalar que si bien nos excede no puede prescindir de nuestro saberes, de nuestras experiencias, de nuestros sueños. De allí que la creatividad surge de asumir la complejidad de lo real y no refugiarnos en el reduccionismo del saber técnico, ni en el reduccionismo del basismo.
También el ejercicio del pensar-sentir crítico nos lleva a mirarnos a nosotros mismos. La autocrítica de los procesos comunitarios o institucionales que protagonizamos, la autocrítica de nuestros devenires biográficos es fundamental para engendrar allí nuevos mundos. La dinámica cotidiana tiende a generar una conciencia por la que se favorecen procesos que identifican, muchas veces, la tarea que emprendemos con nosotros mismos. En este mismo devenir la rutina –sostener las actividades y las obligaciones adquiridas- favorece una disociación entre el pensar y el sentir al tiempo que se colocan las mayores energías en el cumplimiento de los procedimientos y los encuadres antes de que pensar-sentir qué es lo que está en lo que acontece. Ejercer el pensar-sentir autocrítico implica romper concientemente esta inercia. Asumir esta tarea implica quebrar la rutina y asumir las consecuencias que esto genera. En primer lugar, este rompimiento necesita un descentramiento entre las actividades que llevamos adelante y nosotros. Este proceso nos posibilita analizar críticamente las tareas que emprendemos buscando que siempre estén abiertas a generar sentidos y experiencias significativas. El lugar existencial para que este descentramiento acontezca es el diálogo. Otra instancia –en simultáneo con el trabajo de descentramiento- fundamental para ejercer el pensar-sentir autocrítico es habilitar en la dinámica institucional geografías dialógicas en las que se puedan trabajar los vínculos entre los adultos que compartimos las tareas y, también, con los que compartimos las actividades. Ayudarnos a mirarnos es fundamental para arraigar en nosotros que la tarea se realiza en forma compartida y que todo proceso comunitario o institucional es esencialmente social. Cuando en la dinámica particular predomina el discurso construido desde la primera persona del singular –el yo- se tiende a cristalizar las miradas y a vivir como amenazas las miradas que traigan otros aportes o hacen críticas. Así, tienden a cerrarse sobre sí mismos los procesos y, en este movimiento, se burocratizan los vínculos y se empobrecen las propuestas. El ejercicio del pensar-sentir autocrítico posibilita en el descentramiento la construcción de un nosotros potente a partir de la expresión de la diversidad que nos constituye y de la apertura a los desafíos que nos traen aquellos con los que trabajamos para construir comunitariamente andares en los que nos encarnemos dando más de nosotros mismos.
Hacer popular la educación
Muchas veces la formulación educación popular tiende a llevarnos por caminos que conducen a un equívoco fundamental porque sustantivamos la experiencia y la calificamos desde un paradigma normativo por el cual lo que destacamos es la ausencia o la presencia de determinados elementos o formas organizativas. De esta forma absolutizamos el juicio y fosilizamos la experiencia. Por ello, planteo en el título de este apartado que es una tarea hacer popular los devenires educativos. Lo que define el carácter de popular es la potencia emancipadora que se encarna en y desde las vivencias que protagonizamos en los espacios educativos que construimos juntos.
Los procesos educativos están plagados de consignas que pretenden dar cuenta del carácter popular de lo que allí acontece. Paulo Freire es una cita obligatoria para todos aquellos que se ubican en el campo popular. Ahora bien, que acontezcan procesos educativos populares es mucho más que repetir consignas o reproducir formatos. Nadie educa a nadie –nadie se educa a sí mismo- los hombre se educan entre sí con la mediación del mundo –Paulo Freire, Pedagogía del Oprimido, página 69-. He escuchado esta cita en numerosas ocasiones, la he repetido en otras tanta –la vuelvo a citar aquí-. Para el autodenominado progresismo es importante haber leído los autores de la izquierda latinoamericana, es –aún- más importante tener memoria para citar frases célebres, usar remeras con estas inscripciones, participar en seminarios que se inspiran en sus escritos y tienen nombres que hablan de liberación. Entre nosotros abundan estas realidades, lo que no abundan son prácticas libertarias. Planteaba esta cita de Freire para pensar-sentir el lugar del docente en el proceso educativo. Muchos espacios populares reproducen los modos de vinculación de procesos educativos tradicionales en los que el saber es una posesión del docente y aprender es casi sinónimo de reproducir. Es necesario ejercer la crítica sobre el saber para deconstruirlo haciendo aflorar los intereses que lo constituyen y redefinirlo comunitariamente en función de los intereses emancipatorios de las mayorías populares. La primera observación es que para que el saber devenga sabiduría popular tenemos que mirarlo como producto de síntesis comunes –siempre provisorias, incompletas y abiertas-. Si el saber no es posesión de nadie, el docente ya no ocupa el lugar de aquel que acerca a los estudiantes un cúmulo de contenidos que ellos tienen que comprender y aprender. Esto redefine radicalmente el lugar del docente. Primeramente porque pone este oficio-profesión en el campo vincular y experiencial. Devenimos enseñantes en el proceso de enseñar. En segundo lugar porque descentraliza la capacidad de enseñar quitándole el monopolio a aquellos que detenten el título habilitante para ejercer la docencia. En el encuentro educativo todos somos capaces de aprender y de enseñar. Pero esto solo se vuelve realidad experiencial si comprendemos que la sabiduría es algo que buscamos y queremos construir colectivamente. En la construcción de los andares populares es fundamental que algunos de nosotros ejerzan el servicio de coordinación del proceso comunitario. Es fundamental que aquellos que encarnan este servicio sean capaces de fomentar la democracia grupal y favorecer el diálogo, que sean capaces de recoger los desafíos de la dinámica de lo real para incorporarlos a los procesos de aprendizaje. Fundamentalmente pone en cuestión la tarea docente como un trabajo individual. Esta es esencialmente colectiva y es necesario materializarla en los encuentros educativos. Muchas veces, desde una lectura equivocada a mi entender, se diluyó el lugar del docente en los procesos populares de aprendizaje en pos de resaltar el carácter comunitario de la producción del saber y de la multifocalidad de los aportes para la construcción de esta dinámica. Por el contrario, junto con otros servicios comunitarios es muy importante que esté clara la posición de aquellos que coordinan los procesos de aprendizajes para que se ejerza de la forma más democrática posible. Que sea una tarea compartida es un gran acierto. Los bachilleratos populares nos han enseñado mucho con la implementación de las parejas pedagógicas y la definición del proyecto pedagógico en asambleas.
Como construcción social, la dinámica educativa engendrada en el contexto de los procesos populares emancipadores, es una tarea en la que todos tenemos palabra y acción. Esto abre el debate sobre el saber académico y el peso de la formación técnica en la definición de la dinámica curricular. La problematización de estas categorías es muy importante para deconstruir la dinámica hegemónica de la institución escolar. La racionalidad instrumental propia de la modernidad conquistadora absolutiza el valor del saber construido en los ámbitos académicos y legitima socialmente a aquellos que egresan de estos claustros como portadores idóneos de saber técnico. Este es un acervo cultural acumulado muy importante pero de ninguna manera es el único que tenemos que poner en juego al momento de proyectar procesos curriculares. Problematizarlo lo quita del centro de la dinámica y ubica allí la tarea, la construcción de procesos libertarios. En este mismo movimiento se hace posible que el saber académico se vincule creativamente con otros saberes -narrativos, populares, tradicionales, etc.- y que las competencias técnicas también se vinculen con otras competencias para hacer efectiva la tarea. El saber es una tarea a construir, por ello, el saber académico tiene que ser puesto en juego con los otros saberes para buscar comprender mejor y de forma más compleja la dinámica de lo real y en ella intervenir para que engendrar geografías más humanas. La competencia técnica es muy importante para aportar al discernimiento y al aprendizaje contenidos académicos de calidad que potencien la crítica de la realidad. Esta es una condición necesaria pero insuficiente. Hay que sumar a la competencia técnica la calidad humana y la convicción democrática. La escuela deja de ser un lugar en el que se va a buscar saberes ya digeridos porque buscamos transformarla en un lugar de encuentro para aprehender la dinámica de lo real y diseñar juntos procesos comunitarios de intervención. Protagonizamos estos procesos a diferencia de lo que acontecen en la dinámica tradicional escolar en la que somos solo destinatarios. El saber popular es siempre particular engendrado en tensión con la dinámica estructural de lo real. Es un saber que, al mismo tiempo, nos permite comprender mejor lo que acontece en la estructura de lo real y cómo se encarna en nuestras dinámicas particulares. Es un saber que nos habilita para intervenir sobre nuestros andares. Hemos dado pasos en la tensión creativa de los saberes propios de las ciencias sociales, la tarea está mucho más verde en todo lo que se refiere a los contenidos de las ciencias duras. Es muy importante generar saber popular a partir de la reflexión creativa de la química, de la biología, de la matemática, la informática, de la mecánica para generar dinámicas emancipadoras en el cuidado del ambiente, en el diseño de procesos productivos, comunicativos, etc.
Tiendo a pensar que no hay proceso educativo si no es popular. La escuela es una de las geografías más potentes para sumergirse en el ejercicio del pensar-sentir crítico. La tendencia de la educación pública no va en este sentido. Existen experiencias aisladas, se verifican espacios -sobre todo en los sectores marginales del sistema educativo- en los que se materializan procesos de aprendizaje e intervención popular. Experiencias de educación formal como los bachilleratos populares o no formales como son las vivencias de múltiples movimientos sociales en América Latina. Es necesario ampliar y profundizar la dinámica popular en el sistema educativo para cualificarlo. No basta con abrir espacios educativos en sectores populares, es necesario encarnar allí dinámicas de enseñanza y aprendizaje populares que posibiliten la construcción comunitaria del conocimiento y que diseñemos juntos procesos de intervención de los que seamos protagonistas. La escuela popular es siempre abierta y está en movimiento. Junto con lo que señalé sobre el lugar de los docentes y del saber, la educación popular como proceso tiene impacto en al arquitectura de los espacios educativos. La democracia y la comunicación horizontal tiene que materializarse en la forma en que nos encontramos. La belleza y el arte popular son también un componente esencial que debe estar presente en nuestras escuelas, centros comunitarios y movimientos sociales.
El diálogo es el ámbito propio del aprendizaje popular. Fruto de él comprendí que la música es un canal potente para decir, de otra forma, lo que soñamos. Comparto algunas canciones y videos que comunican el espíritu de lo que quise compartir y que, también, nos movilizan a encarnarnos.